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¿Cómo sabes lo que sabes? ¿Cómo sabes que lo que sabes es verdad?... Si respondes:
“simplemente lo sé”, todo lo demás es epistemología... La epistemología o gnoseología1 es la
rama de la filosofía que se ocupa de conocer el conocimiento. Y no es nada fácil. Si conocer
algo es ya un problema, imagináos lo que supone conocer el propio conocer 2...
Conocimiento y metaconocimiento.
Al complejo ejercicio reflexivo consistente en conocer el conocimiento podemos denominarle
“metaconocimiento”. Tanto en este caso como en otros el prefijo “meta” delante de una palabra indica que la
acción o cosa designada por la palabra se aplica o refiere a ella misma. Por ejemplo: “metalenguaje” significa
“lenguaje que se refiere al lenguaje mismo”, “metaconsciencia” significa “consciencia de la propia consciencia”,
etc.3
1
El término “gnoseología” se usa en la tradición filosófica para tratar del problema del conocimiento en general, mientras que el
término “epistemología” suele tener un significado más estrecho, pues se suele emplear para tratar el problema del conocimiento
científico o racional en particular. Nosotros, para simplificar, emplearemos el término “epistemología” con ambos significados, por
ser éste el más frecuente en la actualidad.
2
Supone, entre otras cosas, que el problema que intentamos resolver es, a la vez, ¡la herramienta que utilizamos para resolverlo! No
hay solución fácil para este problema... La única que se nos ocurre consiste en contrastar todo lo que descubramos acerca del
conocimiento con el propio proceso de descubrimiento, demostrando que no existen contradicciones entre lo que averiguamos en
torno al conocimiento y nuestro propia forma de averiguarlo...
3
Podríamos suponer que el metaconocimiento es una de las características propias al conocimiento humano que marcan la
diferencia con respecto al conocimiento animal Una prueba de esto mismo es la práctica ausencia de “progreso” cultural en el
conocimiento que poseen los animales (si observamos su conducta, casi invariable a lo largo de los siglos, llegamos a la conclusión
El epistemólogo se hace preguntas tales como: ¿Qué es conocer? ¿Cómo podemos
obtener verdadero conocimiento? ¿Cuáles son los límites del conocimiento humano? En
este tema nos ocuparemos de estas preguntas, referidas fundamentalmente al conocimiento o
saber racional.
Conocer consiste en mantener una idea verdadera de algo 4. Dicho de otro modo: conocer
consiste en lograr la identidad entre lo que pensamos que es algo y lo que realmente es ese
algo. Conocer es, por tanto, afirmar que “S es P” y que realmente S sea P. Un conocimiento se
da cuando se piensa o afirma, por ejemplo, que “la Tierra es redonda” y, además, la Tierra
resulta ser realmente redonda. Cuando ocurre esto decimos que nuestra afirmación es
verdadera u objetiva y que, por tanto, constituye un conocimiento.
4. ¿Qué ocurriría si cualquier cosa que se dijera fuera igualmente verdadera? ¿Es esto lógico? ¿Nos conduce esta
hipótesis al absurdo? Explícalo.
de que sus conocimientos –que son lo que determina la conducta— tampoco deben haber variado: siempre poseen
fundamentalmente los mismos). ¿Estará esto relacionado con la incapacidad para el metaconocimiento? El metaconocimiento
supone tener plena consciencia de la distinción entre conocimiento (representación) y realidad y, por ello, de la noción de error o
falsedad (representación desajustada con respecto a la realidad) así como de su contraria, la de verdad (representación ajustada a la
realidad). Precisamente, esta consciencia tanto de la posibilidad del error como del acierto en la actividad representativa es lo que
motiva el esfuerzo por mejorar el conocimiento que se posee y, así, de progresar...
4
A esa idea que tenemos se le llama “proposición”, y a su expresión lingüística se le llama “enunciado”
5
Aunque el que mantenga ese “conocimiento” no se de cuenta de su error y crea que posee realmente conocimiento.
6
En verdad, un conocimiento absolutamente verdadero ya no sería propiamente conocimiento, sino que sería la realidad misma
(con la que mantendría tal identidad que el propio conocimiento “desaparecería”). Del mismo modo, un conocimiento
absolutamente falso tampoco sería conocimiento, pues en él ni siquiera se representaría a la propia ignorancia (como cuando digo
“que sólo se que no se nada”). El conocimiento está siempre entre la verdad absoluta (el Ser) y la falsedad absoluta (que es
imposible, pues incluso la falsedad absoluta habría de ser “verdadera” falsedad absoluta).
Aunque el conocimiento consiste fundamentalmente en realizar una afirmación que des-
criba adecuadamente la realidad, dicha afirmación es tan sólo la parte central de un complejo
proceso que incluye otras acciones, tanto antes como después de que se dé tal afirmación. A las
acciones que suelen ocurrir antes se las comprende dentro de la denominada “fase de descubri-
miento”. Y a las acciones que ocurren después dentro de la llamada “fase de justificación”.7
7
Hay que añadir que la distinción entre fase de descubrimiento y de justificación es tan sólo una herramienta de análisis. En la
práctica tal distinción no es nada fácil de establecer. En los saberes racionales, como la ciencia, la fase de descubrimiento puede ser
en parte tan sistemática (por ejemplo, en la recogida de datos) como la fase de justificación. Y, de otro lado, la fase de justificación
puede ser en parte tan irregular (por ejemplo, en el momento en que hay que descubrir qué experimentos o demostraciones serían
necesarios para justificar una afirmación) como la fase de descubrimiento.
8
Así, la hipótesis ondulatoria acerca de la naturaleza de la luz se la sugirió al físico Christian Huyghens (1229-1695) la comparación
con las olas.
9
Muy en general, intuir quiere decir comprender la relación entre dos o más ideas.
10
He aquí una narración de cómo el químico August Kekule (1829-1896) llegó a descubrir su hipótesis sobre la estructura
molecular del benceno. El propio Kekule nos cuenta que había intentado durante mucho tiempo hallar dicha estructura, hasta que
una tarde, mientras dormitaba frente a la chimenea, halló la solución. Contemplaba las llamas y le parecía ver átomos que danzaban
serpenteando. De repente, una de esas serpientes se asió la cola y formó un anillo, y luego giro burlonamente ante él. Kekule se
despertó de golpe: se le había ocurrido la idea –ahora famosa y familiar— de representar la estructura molecular del benceno
mediante un anillo hexagonal ( Cf. en C.G. Hempel Filosofía de la ciencia natural. Ed. Alianza. Madrid, 1973.).
11
Por ejemplo, el físico Christian Oersted (1777-1851) formuló su hipótesis acerca de la vinculación de la electricidad con el
magnetismo bajo la influencia de creencias como la de que todo en la naturaleza se caracteriza por la dualidad o polaridad positivo-
negativo, y la de que todas las fuerzas naturales están interconectadas. Es célebre, la obsesión religiosa de Kepler y otros científicos
por demostrar que el mundo era una creación matemáticamente perfecta de Dios.
12
El “insight” o “ajá” que describen a veces los psicólogos.
13
Se atribuye a los antiguos griegos el origen del interés por la justificación racional de los conocimientos, que en civilizaciones
coetáneas o más antiguas constaría tan sólo de un conjunto acumulado de fórmulas “prácticas” para resolver problemas cotidianos, y
cuyo fundamento teórico estaría aún ligado a explicaciones míticas. El modo de justificación racional o demostrativa es, desde
entonces, el propio de la ciencia y la filosofía. Gracias a él es posible desvincular al conocimiento de los contextos concretos y
elevarlo al nivel de abstracción necesario para el logro de la máxima objetividad.
un planeta”. Aquí acaba la fase de descubrimiento, pero no la tarea del astrónomo. Para que la hipótesis sea un
verdadero descubrimiento ha de justificarse la verdad de dicha hipótesis. En este caso el astrónomo tendría que
presentar pruebas lógicas (la demostración matemática de que según sus cálculos astronómicos ha de haber un
planeta junto a la estrella X) y empíricas (nuevas observaciones todo lo precisas posibles que confirmen la
existencia de dicho planeta).
2. EL PROBLEMA DE LA VERDAD.
7. ¿Qué te interesa más: la verdad o justificar a toda costa lo que ya tienes “metido en la cabeza”?
8. ¿Cuándo dirías tú que una afirmación es verdadera?
¿Cuándo dirías tú que una afirmación es verdadera? ¿Crees que basta con aseverarla
con autoridad? ¿O con que todo el mundo lo diga? ¿O con que tú estés seguro y sientas que es
verdad?... Si has respondido que sí, tendría que poder responder a estas otras preguntas: ¿De
dónde procede la autoridad con que alguien habla? ¿Por qué todo el mundo dice lo que dice?,
¿Por qué está alguien seguro y siente que es verdad lo que se dice?... La respuesta de todas ellas
es la misma: “porque es verdad”. Por lo que hemos de volver a preguntar: ¿cómo sabemos que
lo es?, ¿qué es la verdad? Hay varias respuestas posibles a esta pregunta, y cada una de
ellas es una teoría de la verdad.
Dado que la verdad consiste en la identidad entre lo que afirmamos (es decir, la proposición
o enunciado) y la realidad14, las teorías sobre la verdad dependerán en gran medida de lo que
se entienda que es la realidad. Esto quiere decir que las distintas teorías sobre la verdad están
relacionadas con las teorías metafísicas que hemos estudiado en el tema anterior.
El empirismo es una teoría general sobre el conocimiento que afirma que éste procede
en todo o fundamentalmente de la experiencia16 de los sentidos. Esto es coherente con que se
crea que la realidad es la materia (inmanentismo), pues es lo sujeto al espacio y al tiempo lo que
justamente puede verse, tocarse, etc. Más allá de esta realidad sensible no hay nada, por lo que
cuando una persona “viene” a este mundo viene sin ningún conocimiento: su mente o cerebro
es una “tabla rasa” que se ira “llenando” de conocimiento conforme sus ojos, oídos, etc., le
vayan suministrando información (información sensorial que se “imprimirá” en la mente
formando percepciones, de manera que a partir de ellas la misma mente generara imágenes,
conceptos e ideas; a tales conceptos e ideas se les adscribirán además distintos signos –el
lenguaje— para así poder comunicarlos y pensarlos más fácilmente). El conocimiento es, pues,
“a posteriori”, producto de la experiencia...
14
Más exactamente: la verdad suele definirse como la propiedad de aquellas proposiciones o enunciados que reflejan fielmente la
realidad.
15
Berkeley es un raro caso de empirista mentalista (no materialista).
16
El término “empirismo” se deriva del griego “empeiría”, que se traduce por “experiencia”. A veces se le da otros nombres, como
fenomenismo, sensualismo, etc.
bajo el concepto de “mamíferos domesticados”, etc.). De otro lado, combinando conceptos pueden empezar a
construirse juicios o proposiciones: “esto es una vaca”, “las vacas son animales mamíferos”, etc. Lo importante es
aquí recalcar que todo el proceso parte de la experiencia de los sentidos. El empirista más moderado tiende a
admitir, no obstante, que ciertos conceptos o ideas (sobre todo, las ideas matemáticas o lógicas), dado que parecen
necesaria o eternamente verdaderas, no se pueden explicar como provenientes de la experiencia (que es siempre
contingente y temporal).
Además, hay que tener en cuenta que estas verdades pueden adecuarse a los hechos de
un modo directo, como cuando manejamos enunciados muy particulares del tipo: “El león
número 53 se muestra en este momento (a las 17 horas del día 3 de enero de 2009) y lugar (la
zona al oeste del río tal en el Parque natural X de Tanzania) irritado por la presencia de otro dos
leones a 150 metros de él” (a estos enunciados se les llama “protocolarios” u
“observacionales”). Pero hay enunciados, más generales, que se adecuan a los hechos de un
modo más indirecto. Tales enunciados se concluyen a partir de un razonamiento inductivo.
Por ejemplo, el enunciado “Los leones son animales territoriales” sería verdad en cuanto se
extrae inductivamente (por generalización) a partir de una suma considerable de enunciados
observacionales (como el del ejemplo de arriba) que son los que se relacionan directamente con
los hechos.
La inducción.
Al proceso por el cual afirmo la verdad de un enunciado general (del tipo “ Toda agua hierve siempre a 100
grados”) a partir de una cierta cantidad de enunciados observacionales más particulares (del tipo “El agua de la
probeta número tal ha hervido hoy al alcanzar los 100 grados medidos por el termómetro tal”...) se le llama
inducción. La inducción es un modo de razonamiento por el cual afirmo que si en n enunciados observacionales
(siendo n mayor que 1), obtenidos en experimentos adecuadamente diseñados, se afirma que m individuos (siendo
m mayor que 1) de una misma clase (por ejemplo, individuos de la clase de los cisnes o de la clase de las masas de
agua) cumplen las propiedad P (por ejemplo, ser blancos o hervir a los 100 grados), puedo concluir que todos los
individuos posibles de esa clase (por ejemplo, todos los cisnes o cualquier masa de agua) cumplen con dicha
propiedad P (es decir, que Todos los cisnes son blancos o que Toda agua hierve siempre a 100 grados). La
inducción es muy utilizada en la ciencia moderna y consiste en justificar la verdad de un enunciado no observable
ni experimentable (yo no puedo observar que todo posible cisne sea blanco, ni que toda posible cantidad de agua
hierva siempre a 100 grados) en base a una suma considerable de enunciados observables más particulares (Este
cisne que vemos es blanco; aquél cisne que vimos ayer era blanco, etc.).
El empirista (al menos, el más monista o radical) afirma que todo conocimiento y verdad
depende de la experiencia sensible. ¿Pero cómo sabe que esto mismo es verdad? Experiencia
sensible sólo tenemos de las cosas materiales, pero justamente la teoría empirista no es una cosa
material. ¿Cómo podríamos entonces asegurar que es cierta esta teoría, o cualquier otra
teoría o idea?
El empirismo tendría que dejar fuera todo conocimiento obtenido a través de razona-
mientos (como por ejemplo las matemáticas). El empirista suele replicar que este tipo de co-
nocimiento racional o lógico se debe en el fondo a una abstracción mental (con ayuda del len-
guaje) a partir de la experiencia17. Ahora bien, la única abstracción mental que cabe a partir de la
experiencia depende de la generalización o inducción 18; pero la inducción proporciona sólo ver-
dades probables o contingentes (son verdaderas ahora pero quizás mañana no), y las verdades
matemáticas no son probables, sino necesarias (son verdaderas siempre y en todo lugar). Por
eso, los empiristas más dualistas afirman que ciertos conocimientos (como los matemáticos) son
independientes de la experiencia, si bien no saben explicar cómo es posible un conocimiento no
procedente de la experiencia (¿A qué realidad tendrían que corresponder las ideas matemáticas
para ser verdaderas?...).
Si las personas “vinieran” al mundo con la mente o el cerebro “en blanco”: ¿podrían apren-
der algo? Aprender es comprender y asimilar algo nuevo. Pero cuesta trabajo creer que se pueda
comprender o asimilar algo sin contar con ninguna idea previa en la que comprender o con la
que asimilar19 lo nuevo. Si alguien careciera de toda idea previa ¿podría entender algo –por
muy simple que fuera— que le explicáramos? ¿Podría tener alguna experiencia? (ver, oír,
tocar “algo”...)... Los empiristas más moderados afirman que las personas vienen al mundo do-
tadas de un mínimo aparato lógico que les permite recibir sus primeros conocimientos empíricos
(sobre los que luego monta todos los demás). Pero entonces los problemas se multiplican: ¿de
dónde sale ese “aparato lógico”? ¿Si ese mínimo “conocimiento” lógico no responde a la expe-
riencia, cómo es que es la condición para aprender de la experiencia?...
Se supone que las sensaciones nos informan de cómo son las cosas reales (para así
comprobar si coinciden o no con lo que decimos de ellas). ¿Pero es esto posible? Las cosas,
hechos o sucesos reales de los que supuestamente nos informan las sensaciones son los
propios al mundo material, pero en éste todo está continuamente cambiando y todo carece
de límite o unidad, por lo que en él no puede haber nada delimitado como “cosa”, “hecho”
o “suceso”... Tampoco esa unidad la puede “poner” la sensación en sí, pues ésta es también
cambiante y plural... Por otra parte, el empirista supone que esas supuestas “cosas reales” son la
causa de las sensaciones. Pero aquí está introduciendo un elemento muy problemático: la
causalidad. Los empiristas más conscientes y coherentes afirman que la causalidad en sí no es
algo experimentable por los sentidos, por lo que no podemos contar con ella para explicar el
conocimiento22...
Suponiendo que las sensaciones nos informasen de cómo son las cosas, ¿cómo sabríamos
que esas cosas que vemos, oímos, etc., no son creación de la propia mente (como
suponemos que ocurre en los sueños, las alucinaciones, etc.)? Aquí podemos recordar los
17
La matemática sería, por ejemplo, el fruto de una abstracción a partir de nuestro trato con la realidad sensible, que es en sí misma
plural y extensa (del trato con esa pluralidad provendría la aritmética, y del trato con esa extensión la geometría).
18
Así, para el empirista, de la suma de experiencias consistente en comprobar que dos árboles y otros dos constituyen cuatro
árboles, y que dos casas y otras dos conforman cuatro, etc., obtendríamos por inducción que toda suma de todo dos con cualquier
otro dos da como resultado cuatro...
19
Aunque sea transformándose ella misma
20
En todo momento será verdad que en tal momento estaba leyendo esas palabras
21
O dicho de modo: a las sensaciones las concebimos intemporalmente como algo puramente temporal.
22
En rigor, no sólo la “causa” es algo inmaterial inexperimentable por los sentidos, también lo es la “cosa” en sí, la “sensación” en
sí (¿Alguien ha visto a la “cosa” o ha experimentado la “sensación”?..)...
argumentos contra el mentalismo, pero aún así tales argumentos no aseguran la existencia del
mundo físico23...
Otro problema del empirismo es que su criterio de verdad parece conducir a la subjetividad
más extrema. Si lo verdadero depende de lo que veo o experimento con los sentidos, dado que
tal experiencia es personal e intransferible, la verdad o el conocimiento fundado en ella no
podría ser objetivo como se pretende, sino más bien subjetivo, parcial, etc.
Ante estas dos últimas objeciones el empirista acabará reconociendo que la experiencia
sensible no es pura sensación, sino una sensación relacionada con ideas o interpretaciones.
Así, un astrónomo que maneje buenas interpretaciones acerca de lo que puede verse en el cielo
“verá” más y mejor lo que hay en el cielo que alguien que no sepa de astronomía. Y así, la
experiencia sensorial subjetiva podrá traducirse a palabras (a significados o ideas), de manera
que la observación puede ser compartida y contrastada y no sea ya meramente subjetiva. Ahora
bien, todo esto supone multitud de problemas para el empirista. En primer lugar: ¿Cómo
pueden relacionarse las sensaciones (que son cambiantes y supuestamente generadas por
el mundo material) con las ideas (que no cambian ni tienen naturaleza material)? ¿Cómo
se puede traducir la sensación a lenguaje? (Si esta traducción fuese posible, la sensación o la
materia serían reducibles a idea o forma, lo cual ha de resultar inaceptable para el empirista,
que es un inmanentista)24. En segundo lugar, si lo que veo depende de ideas (y así parece que es,
pues ¿cómo sé qué es lo que estoy viendo? ¿Vería yo un león si no tuviera previamente la idea
de león?), el conocimiento no es tan “empírico” como parecía. Lo que vemos no serían
“hechos” neutros, sino “algo” (¿) 25 determinado por las ideas que tenemos. En suma: si vemos
en función de nuestras ideas, la verdad no podría ser la relación entre las ideas y lo que
vemos, pues lo que vemos también sería en cierto modo idea. La verdad sólo podría ser
entonces una relación entre ideas; pero esto es, justamente, la ruina del empirismo.
23
En realidad, las cosas, no pueden ser creación de la mente porque la mente también carece del límite y la permanencia (es decir,
de la unidad) que han de tener las cosas. Además, si todo lo creara la mente, la mente no admitiría distinciones (no habría deseos no
cumplidos, ni conocimientos falsos, por ejemplo). Ahora bien, aunque estos argumentos nos obligan a “salir” fuera de la mente, no
nos obligan a aceptar la realidad física; de hecho, el mundo físico también carece (podríamos decir que más aún que el mundo
psíquico) de la unidad que han de tener las cosas reales.
24
En rigor, este es el problema nuclear de la teoría de la verdad como correspondencia. Esta supone que la verdad es la identidad
entre lo pensado y lo observado. Pero esa “y” ¿es algo pensado u observado? La “identidad” entre idea y hecho, ¿es algo ideal o es
un hecho?...
25
¿Pero podríamos, incluso, ver “algo” sin contar con la idea o forma de lo que es “algo”?
26
Así, por mucho que nos cuidemos de que un experimento sea riguroso definiendo y controlando las variables, realizando registros
cuantitativos exactos, repitiéndolo, etc., mientras el criterio fundamental de verdad sea la experiencia sensible (y no, por ejemplo,
las definiciones) el experimento no podrá reportar un resultado seguro. La razón es que mientras no atendamos a las definiciones
éstas pueden ser incorrectas. Además, las experiencias sensibles nunca son exactamente repetibles; el acuerdo entre observadores
puede ser fruto de un error de interpretación colectivo; etc.
Otro problema grave del empirismo y de la teoría de la verdad como correspondencia
tiene relación con la inducción. La mayoría de los enunciados empíricos se obtienen por
inducción, es decir, por una generalización a partir de un cierto número de observaciones (o
mejor, de enunciados observacionales). Ahora bien, ¿cuántas observaciones harían falta para
lograr una conclusión segura? La respuesta debería ser todas, puesto que lo que la conclusión va
a afirmar es que todo X (todo león, por ejemplo) es Y (tiene una conducta territorial...). Ahora
bien, esto nunca es posible. Por muchas observaciones concretas que acumulemos acerca, por
ejemplo, de la territorialidad de los leones, nunca podremos acumularlas todas (por ejemplo, las
observaciones sobre los futuros leones son imposibles), por lo que nuestra generalización será
siempre inexacta, aproximada, y dará lugar no más que a una verdad probable. Pero
además, esto último que hemos dicho (la probabilidad de las verdades empíricas), ¿no habría de
ser también una verdad empírica y, como tal, también probable?... 27
Verificación y falsación.
El método normal de justificar una verdad empírica es buscando un gran número de enunciados observacionales
que la confirmen por inducción. Por ejemplo, si quiero justificar que “todos los mamíferos tienen pelo”, he de
reunir un número considerable de observaciones en las que resulte evidente que tal o cual mamífero posee pelo. A
esto se le llama “verificación”. Ahora bien, como acabamos de decir, esto no proporciona más que un
conocimiento (infinitamente) probable. Frente a este problema, algunos epistemólogos, como K. R. Popper, han
propuesto la llamada teoría de la falsación. Esta consiste no en buscar observaciones que verifiquen una hipótesis,
sino, todo lo contrario, en buscar observaciones que la desmientan o falseen. Así, en lugar de buscar mamíferos
con pelo, lo que habríamos de hacer para justificar que “todos los mamíferos tienen pelo” es ¡buscar mamíferos sin
pelo! La explicación es muy sencilla: si buscamos mamíferos con pelo (verificación) nunca podremos estar seguros
de que la hipótesis es verdadera (pues por muchos que encontremos nunca podremos observar a todos los
mamíferos posibles). Pero si buscamos mamíferos sin pelo (y con uno sólo basta), podremos estar totalmente
seguros, al menos, que la teoría es falsa (pues aunque ningún número de casos basta para completar una inducción,
para eliminarla basta con un solo caso de signo negativo). En suma, la falsación parece que hace avanzar más
rápido a la ciencia saltando por encima del problema de la inducción. Buscando aquello que desmiente un
conocimiento (en lugar de aquello que lo confirma) 28, podremos saber más rápidamente y con total seguridad si un
conocimiento o teoría es falso. Pero sólo eso. De su verdad seguiremos sabiendo sólo en términos de probabilidad.
Pues aunque un conocimiento o teoría resista sucesivos intentos de falsación (y esto es lo que significa que dicha
teoría es “verdadera”) tales intentos son tan potencialmente infinitos como los intentos de verificación, por lo que
volveríamos, de nuevo, al campo de la probabilidad...
El constructivismo social afirma que la verdad es, en el fondo, fruto de una convención (o
construcción) social o cultural. Según esta teoría una idea o proposición será verdadera
cuando coincida con las ideas que determinado grupo cultural, en determinada época, ha
establecido como verdaderas. Por ejemplo. Las ideas de que “todos los hombres son iguales
ante la ley”, o de que “Canadá es un país al norte de EE.UU.”, serían verdaderas (en nuestra
sociedad) porque coinciden con ideas ya previamente establecidas como verdades.
27
Y esta última verdad también, y así indefinidamente, con lo que la probabilidad “tendería a cero” (esto es: a la imposibilidad de la
verdad). De otra parte, si fuésemos “coherentemente” empiristas (Aunque: ¿Hasta qué punto puede creer un empirista en algo como
la “coherencia”? ¿Se corresponde tal cosa con algún hecho observable?) habríamos de asumir que la regla lógica de la inducción es
también una verdad empírica, pero: ¿Con que hecho se corresponde tal regla lógica? ¿Tendríamos que demostrar inductivamente la
verdad de la regla inductiva?...
28
Y teniendo en cuenta que si un conocimiento o teoría no es desmentible o falsable no es ningún conocimiento ni teoría. Esto lo
decía Popper de teorías como el psicoanálisis o el marxismo que, según él, tenían “respuesta para todo”.
están a su vez determinadas por la cultura y la época a la que el observador pertenece 29.
Así, si un empirista replicara que la idea de que “Canadá es un país nórdico” es verdadera
porque coincide con “hechos” (podemos observar que Canadá es un país situado en el
hemisferio norte, dirá), el constructivista le respondería que “observa” tal cosa porque en su
cultura predomina cierta idea de lo que es un país y ciertas ideas de lo que es el norte y el sur
(ideas que podríamos cambiar, con lo que los “hechos” que veríamos y las verdades que
admitiríamos serían otras).
Ahora bien: ¿en qué se basa una sociedad para establecer ciertas ideas como
verdaderas? Las respuestas que suele dar el constructivista aluden a la costumbre o, sobre
todo, a la “utilidad social”. Así, las ideas convenidas como ciertas en una cultura serán
aquellas que contribuyan a mantener o justificar el orden económico, social, político, etc.,
relativo a dicha cultura. Por ejemplo, en una sociedad autoritaria y patriarcal será muy útil para
mantener o justificar el orden social establecer la filiación divina del gobernante o la condición
inferior de la mujer como ideas verdaderas.
Según esta teoría la verdad no dependen de hechos observables, sino de ciertas ideas
determinadas como verdaderas en función de circunstancias históricas y culturales
(circunstancias sociales, económicas, políticas, etc.). Ahora bien: ¿qué son estas circunstancias
para el constructivista sino “hechos”?32 No se puede decir –como hace el constructivista— que
no hay hechos objetivos porque todo depende de interpretaciones culturales, y luego añadir
que las interpretaciones culturales dependen de hechos sociales, económicos, políticos, etc.
(que se supone que determinan –de forma objetivamente cierta—las ideas y verdades de un
grupo social). En otras palabras: para el constructivista toda idea o teoría es una “creación”
cultural, menos su propia idea o teoría constructivista. Ninguna ciencia es objetivamente
verdadera para él, menos la suya propia, que es un tipo de sociología o antropología cultural
que explica objetivamente el carácter subjetivo o inter-subjetivo de todas las ciencias, pero no
29
Así, como las ideas dependen de las circunstancias sociales, económicas, políticas, religiosas, etc., de tal grupo social en tal o cual
época, los individuos verán “cosas” distintas según pertenezcan a una cultura u otra, y a una época u otra
30
En otras palabras: no hay ningún criterio de verdad que trascienda toda cultura (espacio) y epoca (tiempo).
31
Esto es coherente con la teoría de que no hay “hechos” observables que no dependan de ideas y con que las ideas sean creaciones
culturales. Si esto es así está claro que no hay una realidad “fuera” del grupo social (de la mente colectiva, cabría decir) con la que
contrastar lo que pensamos, por lo que nuestras proposiciones no podrían ser verdaderas más que subjetiva o inter-subjetivamente.
32
Si tales circunstancias sociales, económicas, etc., no fueran hechos, sino también ideas o interpretaciones, o si las circunstancias
culturales determinantes fueran de tipo ideológico y no económico, político, etc., el argumento del constructivista nos conduciría al
infinito, ¿pues qué determinaría a su vez tales circunstancias ideológicas?...
de sí misma. Esa excepción carece de justificación racional (más bien atiende al prejuicio
metafísico de que la realidad es lo mismo que el entorno social y cultural que nos rodea).
Si suponemos que el criterio para que en un grupo social prevalezca tal o cual idea
verdadera es la costumbre o la utilidad, el problema de la verdad vuelve a presentársenos.
Pues, ¿por qué es costumbre pensar, por ejemplo, que “todos los hombres son iguales ante la
ley” y no pensar otra cosa? ¿O cómo sé que creer en la filiación divina del rey es
verdaderamente útil para el orden social? En el primer caso, o lo dejamos todo al azar (una
costumbre se impone sobre otra porque sí, sin más) o tendremos que buscar verdaderas razones
para que una costumbre prevalezca sobre otra. En el segundo caso, tendremos que emplear
algún criterio (¡no constructivista!) de verdad para afirmar que tal idea y no otra es
verdaderamente útil para garantizar el orden social (quizás el “hecho” objetivamente
experimentable de que bajo tal o cual idea hay menos conflictos que bajo otra).
34
“Pragmático” viene del griego “prâgma”, que significa “asunto”, “negocio”. Tal como lo usamos aquí se refiere a los intereses
prácticos que sirven de criterio para decidir acerca de la verdad de un enunciado o conocimiento.
35
El pragmatismo también colapsa, como las teorías anteriores, cuando planteamos el problema de su propia justificación. ¿Cómo
sabemos que la teoría pragmática de la verdad es ella misma verdadera? Si el pragmatista es coherente con su doctrina tendría que
admitir que la teoría pragmática de la verdad sólo es verdadera en cuanto resulta en algún sentido útil, y que cuando no lo sea dejará
de ser verdadera. Esto nos retrotrae al problema de saber lo que es verdadera o realmente útil...
36
Esta regla presenta, sin embargo, objeciones. Aunque para la mayoría de los científicos la experiencia es la madre de la ciencia,
algunos reconocen en la razón al padre. Esto es: reconocen que la investigación científica avanza de manera deductiva y racional
antes que a través de los experimentos y observaciones. De hecho, la matematización cada vez más acentuada de las ciencias (sobre
todo la física) ha convertido a muchos científicos en matemáticos más preocupados por la coherencia lógica de sus teorías que por
su contrastación empírica. La idea de algunos de ellos es que la perfección lógica y matemática de una teoría es una garantía casi
segura a la que poco o casi nada ha de aportar los experimentos...
37
Los axiomas o “postulados” son enunciados no demostrables, ni sensible (dado su grado de abstracción), ni lógicamente a partir
de otros enunciados (pues en la teoría no hay “otros” enunciados más allá de ellos). Se aceptan o bien porque lo que afirman parece
una verdad muy evidente (o muy aceptada por todos), o bien, sencillamente, porque la teoría no puede mantenerse sin ellos.
Podemos citar como un ejemplo clásico los axiomas de la geometría euclidiana (“cosas iguales a una misma cosa son iguales entre
sí”; “el todo es mayor que la parte”, etc.) o de la mecánica del XVII (“todo lo que acaece es el efecto de una o más causas”).
Axiomas más generales pueden ser las ideas de “cantidad” y “espacio” en matemáticas, o la idea de “energía” en física. Entre los
axiomas cabe citar, además, a las “definiciones”. Al construir sus teorías, los científicos suponen ciertas definiciones y usos de
términos como correctos, sin demostrar dicha corrección. Por ejemplo, al iniciar la exposición de su teoría mecánica Newton
comienza con un conjunto de definiciones de términos: masa, inercia, fuerza, etc. La validez de estas definiciones se acepta como
supuesta (y se supone que se corrobora en tanto la teoría construida a partir de ellas se demuestra como verdadera). Tal y como los
cimientos de los edificios, estos axiomas y postulados rara vez salen a la luz durante el trabajo cotidiano del científico; están en los
“planos” de la teoría en construcción, pero nadie repara en ellos (a no ser que la teoría comience a tambalearse gravemente, se
desmorone y, como un edificio que se cae, deje a la vista sus cimientos).
(excepto en las matemáticas y ciencias muy matematizadas, como algunas partes de la física) de los resultados
experimentales, por lo que son fundamentalmente enunciados empíricos. Tales enunciados representan la
conclusión de un razonamiento inductivo por el cual hacemos una generalización a partir de un número suficiente
de observaciones o experimentos. Por ejemplo, el enunciado “todo sistema económico posee bienes de cambio para
facilitar el comercio” es una generalización a partir de la observación de un cierto número de sistemas económicos
concretos. Cuando los enunciados así demostrados son muy generales son llamados leyes. Las leyes reflejan pautas
fijas y muy universales de comportamiento, tales como “siempre que aumenta la demanda y disminuye la oferta de
un determinado producto aumenta el valor económico del mismo”, o la “presión de un gas es inversamente
proporcional al volumen que ocupa”, etc.39
El “motor” de la investigación científica son las hipótesis. Las hipótesis son enunciados que aún no hemos
demostrado y que parecen ofrecer algún conocimiento nuevo que añadir a la teoría 40. La comprobación de una
hipótesis se realiza imaginando lo que tendría que ocurrir caso de ser cierta dicha hipótesis. Por ejemplo, si la
hipótesis de que la Tierra es redonda fuera cierta entonces imagino que si viajáramos en la misma dirección y sin
perder el rumbo, al cabo del tiempo tendríamos que volver al lugar del que partimos... Estas proyecciones
imaginarias se llaman “predicciones” 41. Para comprobar las predicciones he de realizar observaciones o
experimentos adecuados (en este caso, el experimento sería realizar el viaje correspondiente). Ya sabéis, por el
tema 2, cómo han de realizarse estas observaciones y experimentos para que sean lo suficientemente rigurosos para
la ciencia.42 Cuando se cumple cierto número de predicciones deducidas de una hipótesis, decimos que ésta está lo
suficientemente verificada y la convertimos en un nuevo teorema o ley de la teoría.
TEOREMAS
* Razonamiento
HIPÓTESIS inductivo (verdad
empírica)
* Razonamiento
Predicciones
deductivo (verdad
lógica)
38
Por ejemplo: no puede ser que una misma teoría sobre la luz contenga enunciados en lo que ésta es entendida como un sistema de
ondas y otros en los que es entendida como un haz de partículas.
39
La distinción entre leyes generales y particulares es simplemente de grado: las leyes generales (a veces se les llama “principios”)
tienen un contenido más genérico e independiente; las leyes particulares tienen un contenido más concreto y suelen depender de las
leyes generales (Un ejemplo de leyes generales son las tres leyes o principios del movimiento de la mecánica newtoniana; un
ejemplo de leyes particulares son las leyes del movimiento pendular, dependientes de las leyes del movimiento citadas).
40
Las hipótesis son el origen, el motor, la condición y la piedra de toque de las teorías. El origen porque toda teoría comienza por
ser un conjunto de hipótesis con el que (partiendo de ciertos presupuestos y principios axiomáticos) se intenta explicar algo. El
motor porque los principales enunciados de una teoría (las leyes, sobre todo) van constituyéndose como tales a partir de hipótesis
bien contrastadas con los datos (las hipótesis son como “aspirantes a ley científica”, ideas teóricas novedosas que, si soportan las
pruebas a las que se les somete, pasan a ser leyes). La condición porque, en el fondo, todos los enunciados científicos (incluso
algunos axiomas y definiciones) tienen en el fondo un carácter hipotético (no son verdades absolutas, no son dogmas, sino ideas
científicas con una validez limitada y dependiente, en último término, de los datos). Y la piedra de toque porque muy a menudo,
cuando ponemos a prueba una hipótesis ponemos a prueba la teoría entera (dado que las hipótesis han de ser coherentes con los
enunciados axiomáticos y con los enunciados ya probados).
41
La predicción, que se deduce de la hipótesis indica que datos reales deberían obtenerse (qué debería ocurrir o haber ocurrido ya)
si la hipótesis fuera cierta (esto es: si la teoría de la que se deduce la hipótesis se ajustara bien a la realidad). La predicción es parte
de la estrategia científica para contrastar empíricamente la teoría con los datos.
42
La correcta obtención de los datos que justamente se necesitan para comprobar si la predicción se cumple o no, depende de un
riguroso diseño experimental mediante el cual: (a) obtengamos los datos directamente relacionados con la predicción, y (b)
obtengamos datos concluyentes, esto es: datos que sólo puedan “encajar” con la predicción y la hipótesis a prueba, y no con otras
hipótesis y predicciones distintas (para ello realizamos experimentos con “grupos de control”, como vimos en el tema 2). De
cualquier modo, la obtención de datos es siempre el resultado de la actividad y manipulación del investigador (y no la mera
descripción de un supuesto mundo objetivo situado frente a mí). Esta “creación” del dato se da ya antes del experimento, dadas
todas las teorías e ideas que se suponen como ciertas y que constituyen las “gafas” con que el investigador ve el mundo. También se
da mientras se experimenta, dado que durante el experimento se modifican (se aceleran, por ejemplo) las condiciones naturales o
normales de las cosas para así “forzarlas” de alguna manera a “responder”. Y también se da tras el experimento, porque los
resultados de éste hay que interpretarlos... Para minimizar los factores subjetivos, los diseños experimentales requieren de una gran
precisión en la definición de las variables o elementos a considerar, la máxima exactitud a lo largo de todo el proceso (los
experimentos han de ser procesos sistemáticos, sujetos a reglas y diseños previamente establecidos), y el acuerdo entre los
científicos (si puede ser de científicos defensores de teorías rivales) en la interpretación de los datos.
Experimentos / observaciones (Enunciados observacionales)
El racionalismo es una teoría general sobre el conocimiento que afirma que éste procede
en todo o fundamentalmente de la razón. Esto es coherente con que se crea que la realidad es
la forma o idea (trascendentalismo), pues son las ideas el objeto propio a la razón 43 .
Incluso si pensáramos que el conocimiento tiene que ver con los “ojos”, con la
sensación, ésta no sería posible sin las ideas y el pensamiento; mientras que, por el contrario,
las ideas y el pensamiento no parecen necesitar a las sensaciones. ¿Podríamos ver (percibir o
imaginar) algo sin tener previamente la idea o concepto de ese “algo”? ¿Si no supiéramos lo
que es una “vaca” o un “ordenador”, podríamos ver o imaginar vacas y ordenadores? En
cambio, podemos pensar en muchas ideas (la idea de dos, la idea de libertad, incluso la idea de
vaca y ordenador) sin necesidad de ver o imaginarnos nada. ¿No es cierto? 44... Esto quiere decir
que las ideas y la razón son más fundamentales para el conocimiento que las sensaciones 45.
Dado que las ideas y conceptos son independientes y previos a toda supuesta
experiencia sensible, tales ideas y conceptos los puede conocer la razón independientemente
de toda experiencia sensible (“a priori”, como dicen los filósofos). Ahora bien, si la razón
puede conocer las ideas sin necesidad de experiencia alguna, ¿cómo es que no las conoce ya? El
racionalista responde afirmando que, en efecto, la razón conoce desde siempre las ideas (las
43
Digamos que la idea es la forma en cuanto descubierta por la razón. Más en general, la forma en sí es la Forma misma, y la forma
en otro es según ese otro sea cuerpo o mente. La forma en el cuerpo es la psique o mente. Y la forma de la psique o mente es la idea.
La idea en cuanto objeto que descubre la razón es la idea misma, y en cuanto pensada o razonada es concepto. Lo bello en sí es la
idea, y la belleza común a las cosas bellas es el concepto...
44
Esto es, naturalmente, muy discutible. Sobre todo con los dos últimos ejemplos (los de la “vaca” y el “ordenador”). ¿Podemos
considerar el concepto de vaca sin utilizar ninguna imagen? El racionalista más radical diría que sí, e indicaría que, de hecho, eso es
lo que hacemos cuando, por ejemplo, en una conversación hablamos y comprendemos rápidamente enunciados acerca de vacas sin
necesidad de construir mentalmente imágenes de éstas. Más racionalmente, si el conocimiento lo es de la realidad, y ésta es por
entero lógica, ha de ser posible pensar la totalidad de la vaca de manera puramente lógica...
45
¿Tendríamos entonces que invertir el dicho popular y afirmar que una palabra (concepto, definición...) vale más que mil
imágenes?
posee de manera “innata”, por así decir). Entre otras cosas porque si no tuviera un cierto
conocimiento previo de ellas: ¿Cómo podría saber lo que busca cuando busca descubrirlas? ¿O
cómo podría darse cuenta de que las ha descubierto? (¿Podríamos buscar algo si no supiéramos,
de alguna manera, lo que estamos buscando?). Incluso: ¿cómo podría comprender alguien una
“nueva” idea si no la supiera ya en el fondo? (¿Podría alguien explicarnos algo “nuevo” a través
de ideas que no conozcamos? ¿Dónde está entonces lo “nuevo”?) 46. Ahora bien, aunque la
mente ya posea de alguna manera las ideas, no las posee de forma plena: las tiene olvidadas, o
las posee de manera errónea, confusa, inconsciente, así que lo que la mente hace, a través de la
razón, es recordar esas ideas, volverlas más claras, sacarlas a la luz de la consciencia,
pensarlas...
También aquí hay que insistir en el carácter más o menos directo o indirecto de las
verdades lógicas. Así, hay proposiciones que muestran su necesidad lógica de modo
inmediato, como: “A = A”, o “A # no A”, o “A o no A” (a estas proposiciones se les llama
principios lógicos, y se dice de ellos que su verdad lógica es “autoevidente”, esto es: no
46
Explicar algo es “mostrar”, “hacer ver” lo que se explica, invocando las ideas apropiadas para “mostrarlo” y “hacerlo
ver”. Digamos que la explicación y comprensión a partir de ideas previas equivale a la percepción a partir de imágenes previas (que
son también, para el racionalista, no más que el aspecto plástico de las ideas).
47
Véase más adelante, o el cuadro titulado “la demostración lógica o deducción”.
48
A través de la lógica, el pensamiento busca la mayor coherencia posible entre las ideas. Que las ideas sean coherentes o
lógicamente relacionables significan que son deducibles de ideas más fundamentales y “unificantes”. Las ideas más fundamentales y
unificantes son los principios lógicos y, entre ellos, el principio de identidad (A = A). Recordad que en la metafísica
trascendentalista este principio expresaba la idea de las ideas, la realidad entendida como absoluta Unidad. De esta manera,
unificándolo todo bajo el principio lógico de identidad, el pensamiento se acerca a la realidad.
requieren de ninguna otra proposición o idea para demostrar su verdad 49). Pero hay otras
proposiciones lógicamente verdaderas en las que la necesaria identidad entre ideas se muestra
de modo más indirecto, a través de una demostración lógica o “deducción”.
El racionalismo más extremo afirma que todo conocimiento es “a priori”, es decir, previo o
independiente a la experiencia. Pero si esto es cierto, ¿cómo es que no lo sabemos ya todo? 53.
Una respuesta que da a veces el racionalista es la siguiente: realmente lo sabemos todo desde
siempre, nuestro conocimiento es realmente pleno, pero parece como si lo hubiéramos olvida-
do en parte. Por eso conocer es recordar (teoría de la anámnesis o reminiscencia). Dicho de
otra manera: aunque en el fondo la mente posee todas las ideas, no las hace presente (no las ac-
tualiza) sino mediante su experiencia en el mundo. Al experimentar las “cosas” del mundo, la
mente se va dando cuenta de que tales cosas no pueden ser sin las ideas (es decir: sin las formas
que les dan identidad). Más aún, que las cosas no son más que ideas (pues nada es sin idea o
forma). Pero a su vez, la mente no podría conocer esas ideas sin poseerlas ya antes (si la mente
no tuviera ni idea de ellas, ¿cómo podría buscarlas y reconocerlas al descubrirlas?). De este
modo: conocer es reconocer fuera de la mente las ideas o formas que ya poseía la mente previa -
mente (pero que había olvidado), en una especie de auto conocimiento por el que la mente va
dándose cuenta de que lo diferente o “exterior” a ella (las cosas, las ideas) no era más que olvi -
do de sí, ignorancia temporal, apariencia... Ahora bien –podríamos replicarle al racionalista— :
¿Por qué la mente ha olvidado las ideas? ¿A qué vienen la ignorancia y el tiempo?... El racio-
nalista puede intentar contestar a esto invocando la necesidad de la imperfección del mundo y la
mente. Si no se hubiera producido ese olvido o decadencia no habría mundo ni mente, pues un
mundo o mente perfecta sería imposible de conciliar con una Causa igualmente perfecta de tal
mundo o mente (no puede haber dos seres perfectos, pues serían mutuamente incompletos). Y
dado que tanto el mundo que vemos como la mente no pueden ser la causa de sí mismos (ambos
carecen por sí mismos de la unidad y permanencia que parcialmente ostentan), han de tener una
Causa más perfecta que ellos54.
49
En rigor, de los tres principios del ejemplo, el único realmente autoevidente es el primero (A = A, que es el principio de
identidad), pues los otros dos (A # no A, que es el principio de contradicción, y (A es B o A no es B), que es el llamado principio de
tercio excluso) sólo son verdaderos si admitimos el principio de identidad.
50
Porque nada puede pasar del “no ser” al “ser”
51
Llamada del “silogismo disyuntivo”.
52
Ni siquiera sería posible pensar que “todas las ideas y principios lógicos son absurdos”, pues este misma idea requiere, para ser
pensada y expresada, de los principios lógicos.
53
Preguntar esto es como preguntar por qué somos una mente o subjetividad distinta del resto. ¿Por qué no somos ya una unidad
perfecta con lo real? ¿Por qué hemos de estar persiguiendo esa unidad (que es la verdad) en lugar de serlo ya?
54
Es la célebre cuestión teológica acerca de la imperfección de lo creado. ¿Podría Dios haber creado un mundo perfecto? No
sin dejar de ser Dios (pues un Dios tan perfecto como otra cosa que él no podría ser Absolutamente Perfecto). ¿Hubiera sido mejor,
La teoría de la reminiscencia. ¿Saber es recordar? 55
Platón introduce esta teoría en sus diálogos. Parte de la idea de que conocer o aprender es un proceso imposible a
menos que ya se conozca de alguna manera aquello que se busca, puesto que no es posible investigar lo que ya se
sabe (si ya se sabe, ¿para qué buscarlo?), ni es tampoco posible investigar lo que no se sabe (si no se sabe qué
investigar, ¿cómo investigarlo y cómo saber que lo hemos hallado?). Ante ello Platón sostiene que aprender
consiste en «recordar», y que el conocimiento es una anámnesis o reminiscencia. Utilizando los mitos órfico-
pitagóricos como metáforas, Platón lo cuenta como si el alma humana -por ser inmaterial e inmortal- hubiera
formado parte, a lo largo de diversas preexistencias (metempsicosis), de la misma realidad inteligible y
trascendente de las ideas, antes de caer prisionera de la materialidad corporal (es decir: en la “caverna”, en la
ignorancia u olvido). Para salir de ahí, el alma ha de darse cuenta de que las percepciones e imágenes son un reflejo
imperfecto de las ideas (es decir: el conocimiento empírico es un modo imperfecto del conocimiento racional), y
que el verdadero conocimiento lo es sólo de ideas. Este “darse cuenta” es el recuerdo: el mundo cambiante e
imperfecto de que nos informa la sensación (es decir: las percepciones e imágenes) nos recuerda un mundo eterno
y perfecto que sólo se puede pensar (es decir: el mundo de las ideas). Dicho de otra manera: la percepción y la
imaginación implican el concepto y la idea como condición previa. Al ver las “cosas” del mundo, la mente se va
dando cuenta de que tales cosas no pueden ser sin las ideas (formas) que tiene previamente (“a priori”) en sí
misma. La mente descubre que nada es sin idea o forma. Es decir: que todo es idea, por lo que el conocimiento es
conocimiento de ideas a partir de si mismas. Conocer es reconocer fuera de la mente las ideas que ya poseía la
mente previamente. El conocimiento es autoconocimiento, es decir: el proceso por el que la mente se conoce o
recuerda a sí misma 56 (dándose cuenta, a cada paso, de que lo diferente o “exterior” a ella no era más que olvido de
sí)... Una vez en el mundo de las ideas, la mente vuelve a recordar, en las ideas más imperfectas o erróneas a las
más perfectas y verdaderas (pues, de nuevo, no es posible percatarse de lo imperfecto sin la idea de algo más
perfecto). Justo porque el alma conoció la idea perfecta puede ahora darse cuenta por sí sola de la imperfección de
cada conocimiento y, así, moverse hacia un conocimiento cada vez mejor. Percatarse de un error es, a la vez,
recordar la verdad que nos falta. 57
Una objeción que se le suele poner al racionalismo y a la teoría de la verdad como coherencia lógica
es la siguiente: a menudo se da la situación de que haya varias explicaciones lógicas, pero distintas, de
un mismo asunto, por lo que, dado que se admite que sólo es posible una explicación verdadera, no
parece que sea la lógica lo que pueda decidir cuál de esas explicaciones lo es . Por ejemplo, es posible
que un policía tenga dos teorías igualmente lógicas para explicar la muerte de alguien 58: en una la muerte
ha sido un crimen, y en la otra ha sido un suicidio. Dado que las dos no pueden ser verdaderas a la vez,
habrá que decidir cuál de ellas lo es. Pero esta decisión –dice el crítico— no compete ya a la lógica (pues
ambas explicaciones lo son) sino a otra cosa, tal vez a la búsqueda de algún dato significativo mediante la
observación... ¿Qué puede replicar a esto el racionalista? La respuesta de este es muy simple. No puede
haber dos teorías igualmente lógicas, pues la lógica es una. Una de ellas ha de ser necesariamente más
lógica que la otra (y, por eso mismo, incluir a la otra, integrando lo que tiene de verdadero y explicando
lo que tiene de falso o erróneo). Sólo quien ya presupone que la realidad o nuestro conocimiento no pue-
den ser perfectamente lógicos59 podría mantener la idea de dos teorías lógicas distintas 60, pero quien hace
esto está ya suponiendo como cierto aquello mismo que quiere demostrar: la imposibilidad del racionalis-
mo.
entonces, que Dios no creara nada? Pero entonces: ¿Podría ser perfecto un Dios que no creara todo lo que es posible crear? La Rea -
lidad da lugar a la apariencia como un imperfecto reflejo suyo (igual que la Idea da lugar a la mente como un imperfecto y olvidadi -
zo reflejo suyo). Y esta “estructura” analógica es igualmente una apariencia del verdadero conocimiento. Etcétera. ¿Podría haber
sido de otro modo? ¿Hubiera sido mejor de otro modo? ¿Puede el racionalista seguir contestando estas cuestiones?...
55
Tomado en parte del Diccionario Herder de Filosofía (Ed. en CD-Rom. Barcelona; 1991. V. “Reminiscencia”).
56
O más profundamente: el proceso por el que las ideas se reconocen a sí mismas a través de la mente.
57
Para ilustrar esto, Platón propone el conocido ejemplo del esclavo de Menón que, sin instrucción alguna, y partiendo solamente
del hecho de conocer la lengua es capaz -siguiendo las sugerencias que le va formulando Sócrates (el maestro)- de descubrir por sí
mismo el teorema de Pitágoras. Así, la labor del maestro no es la de comunicar saberes, como pretendían los sofistas, sino la de
facilitar la labor de pensamiento: «no se alcanza el saber enseñándolo a alguien, sino preguntándole, y como sacándole la ciencia de
sí mismo». De esta manera, se concluye que el esclavo conoce porque re-conoce (recuerda), a través del pensamiento. Este re-
conocimiento es el recuerdo o reminiscencia del que habla Platón. El esclavo de Menón, convenientemente dirigido por el maestro
(que no sustituye la función de pensar, pero que la acelera), encuentra en su propia racionalidad la respuesta al problema (en una
forma especial del «conócete a ti mismo»). Puesto que obtiene dicha respuesta en sí mismo, Platón dice que ya la poseía y que, por
tanto, el conocimiento es una reminiscencia: «si no ha adquirido -en la vida presente- las nociones geométricas, es del todo
necesario que las haya tenido en otro tiempo y que él estuviera provisto de ellas con antelación». (Tomado del Diccionario Herder
de Filosofía. Ed. en CD-Rom)
58
Toda explicación que podamos plantear es por eso mismo lógica.
59
Un ejemplo de esto son las antinomias de Kant, que quizás estudiéis el próximo curso.
60
Dos teorías lógicas sólo pueden ser distintas si hay algo más que lógica para diferenciarlas; es decir, si parte de la realidad (o de
nuestro conocimiento) es ajena a la lógica (y, por tanto, a la razón).
La crítica más común al racionalismo es que éste se muestra incapaz de reducir el conocimiento
que creemos empírico a conocimiento puramente lógico. Parece fácil demostrar que ciertos conoci-
mientos matemáticos (como “dos más dos son cuatro”) se obtienen de manera puramente lógica, pero qué
pasa con conocimientos como “el agua hierve a 100 grados” o “Juan estuvo ayer aquí”. ¿Pueden demos -
trarse estos enunciados a través de la mera lógica? No lo parece. De la idea o concepto de agua no parece
que se deduzca necesariamente que hierva a tal o cual temperatura; lógicamente podría hervir a 140 o a
30 grados (esto no ocurre con “dos más dos cuatro”: de dos más dos se deduce necesariamente cuatro, no
cinco ni tres). Del mismo modo: de la idea o concepto de “Juan” no parece que se deduzca necesariamen-
te que tuviera que estar ayer 61 en un lugar u otro. Así, parece que hay enunciados o conocimientos que
no se pueden obtener o verificar de manera puramente lógica (tan lógico es que el agua hierva a 100
grados como que hierva a 115, y tan lógico es que Juan esté en un lugar como en otro 62). Lógico significa
aquí “posible”. La lógica establece los límites de lo posible: lo posible es lo no contradictorio. Ahora
bien, esto parece dar lugar a muchas proposiciones posibles e incompatibles entre sí acerca, por
ejemplo, de la ebullición del agua o de la situación espacial de Juan, por lo que no parece que la lógica
baste para saber cuando hierve el agua o para saber dónde está Juan. El racionalista moderado afirma
así que la lógica tan sólo establece el marco “a priori” del conocimiento posible, pero que este cono -
cimiento no culmina sino tras la experiencia (“a posteriori”). Sólo por observación –dice el racionalis-
ta dualista— podemos determinar si el agua hierve a tal o cual temperatura, o si Juan está en un lugar po -
sible u en otro. La lógica sin la experiencia resultaría así un conocimiento insuficiente, vacío, meramente
formal (al que le falta el material de la experiencia)... La respuesta del racionalista radical a esta obje-
ción es también obvia: aunque aún no sepamos como deducir la temperatura de ebullición del agua a par-
tir de la idea de agua, o la idea de tal o cual lugar a partir de la idea de Juan, esto ha de ser lógica o neces-
ariamente posible, a no ser que admitamos que parte de la realidad no es lógica ni racional (hipótesis que
resulta, como sabemos, lógicamente imposible). Dicho en otros términos: si la realidad fuera por com-
pleto racional y, además, tuviéramos un conocimiento completo de la misma, tendríamos que poder
deducir lógicamente todas las ideas a partir de otras (así, a partir del conocimiento completo de Juan
sabríamos perfectamente donde está en cada momento, etc.)...
De otra parte, afirmar que parte del conocimiento depende de la experiencia sensible, y no de
las ideas o teorías, supone la posibilidad de un conocimiento puramente sensible. ¿Pero es esto
realmente posible? ¿Podemos ver (tocar, oír...) algo sin poseer previamente la idea de lo que es-
tamos supuestamente viendo? ¿Es más: puede ser la visión (o, en general, la sensación) algo
diferente del pensamiento?...