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Seminário 13 – Jacques Lacan

Clase 5
5 de Enero de 1966

Les deseo un buen año, anhelo (1) afectuoso, anhelo que, después de todo, en mi boca
toma su alcance de poder, al menos, sobre un punto por reducido que sea, de vuestro
interés, aportar yo mismo ahí algo.

Vamos a proseguir lo que tenemos que decir este año sobre el objeto a. Si ustedes me lo
permiten, a favor de este corte y de estos votos, de poner el acento sobre una cierta
solemnidad, es el caso de decirlo, diremos que este objeto a, objeto de desperdicio —ya
han tenido de esto bastantes acercamientos para sentir la pertinencia de este término
objeto—, en una cierta perspectiva, en un cierto sentido rechazado, no digamos de él
que, como está dicho anteriormente, en tanto piedra de desperdicio, debe devenir piedra
angular. Está presente por todos lados en la práctica del análisis, aún se puede decir, a
fin de cuentas, que nadie sabe verlo (2).

Eso no es sorprendente si tiene la situación de las propiedades que le damos, la


articulación que hemos de intentar una vez más hacer avanzar hoy.

Que nadie sepa verlo está ligado, ya lo hemos indicado, a la estructura misma de este
mundo, en tanto que parece ser coextensiva al mundo de la visión, ilusión fundamental
que desde el inicio de nuestro discurso nos ocupamos de quebrantar, de refutar, al fin de
cuentas. Pero, que nadie sepa verlo —en el sentido en que sepa equivale a pueda
verlo— no excusa que nadie haya sabido todavía concebirlo, cuando, como le he dicho,
su apercepción es constante en la práctica del análisis, a tal punto que, después de todo,
se habla de eso, de este objeto llamado pregenital, del cual se hacen gárgaras para
intentar alrededor tipificar esta aprehensión inexacta, imperfecta de una realidad cuya
toma, cuya forma, estaría ligada al único efecto de una maduración, cuyos pilares
seguramente son firmes en el análisis, a saber, el lazo que hay entre esta maduración y
algo que es necesario llamar por su nombre, una verdad. Esta verdad es que esta
maduración está ligada al sexo. Aunque todo esto deba aparecer dilucidado (3) en una
confusión del sexo y de una cierta moral sexual, que, sin duda, no deja de estar
íntimamente ligada al sexo, ya que la moral, de modo que a falta de una delineación
suficiente, hace de este objeto pregenital la función de un mito donde todo se pierde,
donde lo esencial de lo que puede y debe aportarnos en cuanto a la función más radical
de la estructura del sujeto tal como surge del análisis y que abole para siempre una
cierta concepción del conocimiento.

Se habla, mucho de esto y no únicamente en el sentido en que lo dije (4). Es muy


excusable de saber verlo. Porque veremos cuáles son las condiciones para que una cosa
sea vista y sin saber, incluso, el sentido de lo que se dice de ella, ya que, esta posición
de no saber lo que se dice de ella es, propiamente, lo que debe ser dado vuelta (5) en el
análisis, lo que debe ser forzado en el análisis, lo que hace que el análisis abra un nuevo
camino al progreso del saber. Se puede decir que el analista pauta su misión no
progresando, justamente, allí donde está el punto vivo donde debe consagrarse su
esfuerzo.

He venido desde lejos para abrochar este punto central y una de las utilidades del
empleo de esta álgebra, que hace que este objeto, yo lo etiqueto (6) con esta letra a .
Una de las funciones de este empleo o de la notación algebraica es que está permitido
seguir su hilo, como un hilo de oro desde los primeros pasos de esta marcha que es mi
discurso y que consagrándome primero a enganchar el punto vivo, el punto de partición
de lo que es el análisis y de lo que no lo es, habiendo comenzado por el estadio del
espejo y la función narcisismo, si desde el principio llamé esta imagen alienante
alrededor de la cual se funda este desconocimiento fundamental, que se llama el yo. Lo
llamé i(a); la imagen del self (7), también hubiera bastado. Eso no habría sido más que
una imagen. Lo que debía demostrar que no era más que imaginario ya estaba
suficientemente indicado. Llamé a eso desde el principio i(a), lo que es, en suma,
superfluo, redoblando la indicación que hay en la identificación de la alienación
fundamental, nos desconocemos de ser yo. (a) está en el paréntesis, en el corazón de
esta notación. Está claro que es ahí que está indicado que hay alguna otra cosa. La a,
precisamente, en el corazón de esta captura y que es su verdadera razón. Hay, pues, un
doble error: error del espejismo de la identificación y desconocimiento de lo que hay en
el corazón de ese espejismo que lo sostiene realmente, lo he indicado hoy por primera
vez, que van a verlo retornar hoy en la continuación de este discurso, a, referencia,
simple indicación, no doy aquí la razón de esto y ustedes van a verlo surgir, a es del
orden de lo real.

Tuve durante mi seminario cerrado la satisfacción de ver agrupar por alguien, hasta la
fecha de hoy cubrir, cubrir casi todo el campo de lo que articulé y planteé sobre el .
Cubrir las cuestiones que este agrupamiento deja abiertas. Indico, de paso, para todos
aquellos de los que puedo, por razones de masa, de relación entre la cantidad y la
calidad, como se dice y por otra parte, lo que hace que el hecho de que la calidad
cambia en un auditorio, que sea demasiado amplio y difuso. Me excuso ante aquellos
que no convoco a estos trabajos, de los que espero que tomen el tono de un intercambio,
de un trabajo de equipo, ese del que hablo debido al Señor Green. Seguramente no
estableció el diálogo si no es conmigo, ya que se trataba de decir lo que yo había dicho
hasta aquí del objeto para interrogarme. Y la pertinencia aquí basta para imponerme de
entrada la adecuación. Sin eso, ¿para qué interrogarme?. La pertinencia de las
cuestiones es de aquellas, las cuales espero poder dar satisfacción este año. También
que todos aquellos que no asisten a estos seminarios sepan que aquí la solución es
simple, el problema de la comunicación. Basta que esta especie de pequeño informe sea
difundido para que también sirva a todos para señalar lo que yo podría insertar ahí como
respuestas a continuación.

En otros casos donde el diálogo sería el debate de articulación, que remitan ser
resumidos en un protocolo —igual será simplemente una cuestión de plazo—, que
quedará de lo que quede ser articulado como lineamiento, red obtenida de esta
discusión, será comunicada igualmente.

No se trata, pues, en absoluto, en el seminario llamado cerrado, de esoterismos, de algo


que no esté a disposición de todos.

He partido hoy de estos dos términos, recordados en el discurso al cual hice alusión, a
saber, que es desde el origen de mi surco crítico, en la articulación del análisis que
debemos puntualizar aparecer lo que culmina ahora en la articulación del objeto , el yo
función de desconocimiento. Importa ver hasta dónde cediendo en relación a lo que se
llamó antes de Freud —tomemos a Janet como referencia— la función de lo real. Lo
importante es subrayar esta tarea constitutiva del yo contrariamente a lo que se afirma,
el yo en Freud no es la función de lo real, incluso si juega un rol en la afirmación del
principio de realidad, lo que no es, en absoluto, lo mismo. El yo es el aparato de la
percepción—conciencia; Wahrnehmung-bewusstsein.

Ahora bien, si desde siempre el problema del conocimiento gira y vira alrededor de la
crítica de la percepción es que desde nuestro lugar de análisis (8), precisamente, no
podemos entrever esto que se traiciona en el discurso filosófico mismo, porque siempre,
—al fin de cuentas—, en el discurso que arrastra las claves de lo que refuta y el discurso
insensato de los analistas sobre el objeto pregenital, nos deja surgir aquí, allá, las
articulaciones que permitirán situarlo correctamente. Ahí esta lo que debemos prever,
algo sorprendente que debería ser desde hace mucho tiempo parte de nuestro patrimonio
y haberlo puesto a disposición de todos. Quien no sabe qué corta es la inteligencia del
hombre y en primer plano aquello que, justamente, guiados por el progreso del contexto
científico, se han puesto a estudiar la inteligencia allí donde debe ser tomada, en el nivel
de los animales, que nosotros somos ya recompensados cuando sabemos determinar el
nivel de la inteligencia, por la conducta del desvío. Les pregunto, en cuanto la
inteligencia, ¿donde está el grado de más que el hombre alcanza?. Hay un grado de más,
hay lo que encuentra en el nivel de la primera articulación talesiana, (de Tales), a saber,
que algo, una medida se determina en relación a otra cosa por estar con esta otra cosa en
la misma proporción que una tercera a una cuarta. Y es ahí estrictamente el límite de la
inteligencia humana, porque está ahí solamente lo que ella toma con sus manos. Todo el
resto de lo que ubicamos en este dominio de la inteligencia y, fundamentalmente, lo que
culminó en nuestra ciencia, es el efecto de esta relación, de está captura en algo que yo
llamo el significante, cuyo alcance, cuya función, cuya combinación sobrepasada en sus
resultados, lo que el sujeto que lo maneja puede prever de esto. Pues contrariamente a lo
que se dice, no es la experiencia la que hace progresar al saber. Son los impasses donde
el sujeto está puesto por ser determinado por la mandíbula diría, del significante. Si la
proporción, la medida, la aprehendemos al punto de creer y, sin duda, a justo título que
esta noción de medida es el hombre mismo. El hombre está hecho —dice el
presocrático— el mundo está hecho a la medida del hombre. Desde luego, ya que el
hombre es ya la medida y no es más que eso. El significante, he tratado de articularlo
para ustedes durante estas últimas lecciónes no en la medida. Es, precisamente, ese algo
que al entrar en lo real introduce ahí el fuera de medida, lo que algunos han llamado y
llaman el infinito actual.

Pero retomemos, ¿qué significa lo que quiero decir cuando repito, después de haberlo
dicho de tal modo, que lo que falsea la percepción si puedo decirlo, es la conciencia?, ¿a
qué puede deberse esta extraña falsificación si desde siempre otorgué tanta importancia
a captarlo en el registro psicológico, en el nivel del estadio del espejo?. Es que esto es
buscarlo en su lugar. Pero, este lugar va lejos. El espejo no se define, no existe más que
por esta superficie que divide para redoblarlo un espacio de tres dimensiones, espacio
que nosotros consideramos como real, y que lo es, sin duda, no tengo aquí que refutarlo.
Me desplazo como ustedes y no tengo el menor pie en el estribo del viaje, taoísta,
cabalgando sobre algún dragón a través de los mundos. Pero, justamente; ¿qué debe
decirse?, no que la imagen especular no tendría este valor de error y de
desconocimiento. Si ya una simetría que se llama bilateral por un plano sagital no
carácterizaría, en todo caso, el ser que esta allí interesado. Tenemos una derecha y una
izquierda, que no son, evidentemente, semejantes, pero que, aparentan semejanza, en
general. Dos orejas, dos ojos, un mechón, sin duda, atravesado. Pero, en todo caso, se
puede hacer la raya al medio. Tenemos dos piernas, tenemos órganos por pares, para un
gran número de ellos, no en todos. Cuando se mira de más cerca, a saber, cuando se
abre en el interior, están un tanto torcidos. Pero, esto no se ve desde afuera. El hombre,
a igual que una libélula, tiene aspecto simétrico.

Es en un accidente de esta especie, accidente de apariencia como dicen los filósofos,


que algo se deba desde el principio a esta captura llamada el estadio del espejo. ¿Es que
no hay —es la pregunta que nos debemos plantear aquí— una razón más profunda de
que parezca este accidente en el hecho de esta captura?. Es ahí, sin duda, que una visita
un poco más penetrante, atenta a las formas, podía ponernos en el rastro. Porque en
primer lugar, todos los seres vivientes no están marcados por esta simetría bilateral. Es
más, nosotros tampoco, porque basta abrirnos el vientre para darnos cuenta de eso. Es
más, nos ha sucedido interesarnos en las formas en curso en la embriología. Y allí
cuanto más avanzamos, más notamos que lo que llamaba hace un momento, lo que
designaba en el término de torsión o, aún, de disparidad o aún, —quisiera servirme de la
palabra inglesa tan excelente—, oddity domina siempre en lo que constituye la
transformación, el pasaje de un estadio otro.

En el año en el que tracé en el pizarrón las primeras utilizaciones de estas formas a las
cuales voy a volver ahora, en topología, en que intentaba inscribir para la edificación de
mis auditores e indicarles lo que había para extraer de esta, de resonancia, analogía, para
introducirlos a lo que hace falta. En fin, ahora se los muestro por ser, propiamente, la
estructura de la realidad y no solamente la figura. Cuantas veces aquellos han sido
sorprendidos cuando, para ellos, esta tripa de algún toro o cross-cap, la mostraba
ventrada, ver de algún modo, surgir en el pizarrón una figura que habría podido posar, al
primer vistazo, por un corte de cerebro. Por ejemplo, con formas envueltas, tan
sorprendentes, hasta en la macroscopía, una etapa del embrión.

Después de todo, abran un libro de embriología, el primero que aparezca, vean las cosas
en el nivel en que un huevo, ya en un estadio avanzado de división, nos presenta lo que
se llama la línea primitiva luego este puntito que se llama el nudo de Hensen.

En fin, no, de todos modos bastante sorprendente que eso se parezca, muy exactamente
a lo que muchas veces los dibujé bajo el nombre abreviado de un gorro cruzado, de un
cross-cap.

No voy, ni por un instante, a deslizarme en esta filosofía de la naturaleza. No es de esto


de lo que se trata. De todos modos, no podemos hallar ahí más que un índice de algo
que indica que, quizás, en las formas de la vida hay como una especie de obligación, de
simulación de alguna estructura más fundamental. Pero, lo que esto simplemente nos
indica, y que debe ser retenido, es que no es legítimo reducir el cuerpo al sentido propio
de ese término, a saber, lo que somos y ninguna otra cosa. Somos cuerpos. De reducir
las dimensiones a aquella de los que en el último término de la reflexión filosófica,
Descartes ha llamado la extensión. Esta extensión en la teoría del conocimiento está allí
desde siempre. Está ahí desde Aristóteles. Está allí al inicio del pensamiento que se
llama con el nombre —tengo horror de estas estupideces— de Occidental. Es la de un
espacio métrico de tres dimensiones homogéneas. Y desde el inicio lo que esto implica
es una esfera sin límites, sin duda, pero, constituida, de todos modos, como una esfera.
Voy enseguida, espero, a poder preciar lo que quiero decir. Esta aprehensión correcta de
un espacio de tres dimensiones homogéneo y cómo se identifica a la esfera siempre
límite, incluso si ella puede siempre extenderse, es alrededor de esta aprehensión de la
extensión que el pensamiento de lo real, aquel del ente, se ha organizado. Como dice
Heidegger, esta esfera era el supremo y último ente, el motor inmóvil.

Nada cambió en el espacio cartesiano. Esta extensión fue, simplemente, impulsada por
él a sus últimas consecuencias. Es, a saber, que le pertenece de derecha todo lo que es
cuerpo y conocimiento del cuerpo, y es por lo que la física de las pasiones del alma está
fallada en Descartes, porque ninguna pasión puede ser una afección de la extensión, un
afecto de la extensión. Sin duda, hay allí algo muy seductor desde siempre. Vamos a
verlo.

La estructura de este espacio esférico, está allí el origen de esta función del espejo
puesto al principio de la relación de conocimiento, el que está en el centro de la esfera a
saber, monstruosamente refinado en sus paredes: Microcosmos respondiendo al
Macrocosmos.

Así la concepción del conocimiento, como adecuación de este punto misterioso, que es
el sujeto, en esta periferia del objeto es de una vez por todas instaurada como un
inmenso engaño, en el sentido del problema.

Descartes no ha desconfiado suficientemente del Dios engañador. Piensa poder


domesticarlo en el nivel del yo pienso. Y es en el nivel de la extensión que él sucumbe.
Pero, también, este engaño no es forzosamente un engaño, es también un límite, un
límite dispuesto por Dios. Precisamente, en todo caso, en el Génesis, aproximadamente
en el versículo quinto, —no tuve tiempo de verificarlo antes de venir del Berenchit Bara
Eloim—, hay un término que está ahí estrepitoso desde el fondo de las eras y que,
seguramente, no ha escapado desde los comentarios rabínicos. Es el que San Jerónimo
tradujo por firmamentum, el firmamento del mundo, ese más allá del cual Dios ha
dicho: no pasarás. Porque no olviden que hasta una época reciente la bóveda celeste era
lo que había de más firme. Eso no cambió. No es, un absoluto, porque conciba que se
puede navegar siempre más lejos, que es menos firme, se trata de un otro límite en el
pensamiento, de aquel que articula eso en carácteres hebreos: Rakia (9). Rakia separa
las aguas superiores de las aguas inferiores. Se entendía que para las aguas superiores el
acceso estaba prohibido. No es que nos paseáramos por el espacio con, —punto que
incidentalmente estimo, no reduzco a nada—, que nos paseáramos por el espacio con
encantadoras satélites.

Lo que es importante es que, con la ayuda de ese algo que es el significante y su


combinatoria, estemos en posición de posibilidades que son aquellas que van más allá,
de este espacio métrico. Es desde el día en que somos capaces de concebir como
posible, no digo como real, mundos de seis, siete, ocho, tantas como quieran,
dimensiones, que hemos reventado a Rakia (10) el firmamento. Y no crean que son
bolazos, en fin, cosas con las que se puede hacer lo que se quiera bajo el pretexto de que
es ir-real(11) . Se cree así que se puede extrapolar. Se estudió la esfera de cuatro, luego
de cinco, luego de seis dimensiones. Entonces, no decimos: está bien. Se descubre una
pequeña ley así, que tiene el aspecto de seguirse. Entonces, se piensa que la complejidad
va a ir agregándose siempre, de algún modo, a sí misma. Y que se puede tratar eso como
se trataría una serie. En absoluto. Llegados a siete dimensiones Dios sabe por qué, —es
el caso decirlo—, sólo Él, sin duda, todavía, en la actualidad ,—porque los matemáticos
no lo saben—, hay un hueso. La esfera de siete dimensiones tiene dificultades
increíbles. Estas no son cosas en las cuales tenemos espacio para detenernos aquí. Pero,
es para señalarles en retorno, de regreso, el sentido de lo que digo cuando digo: lo real
es lo imposible. Eso quiere, preciosamente, decir: lo que queda firmado en el
firmamentum; lo que hace que, especulando de la manera más válida, más real, —
porque vuestra esfera de siete dimensiones es real—, los resiste, no hace lo que ustedes
quieren, matemáticos. Igual que en los primeros pasos de Pitágoras, el número que él no
había tenido la ingenuidad de creer un producto del espíritu humano, le creó dificultad,
simplemente, al hacer la cosa mínima al comenzar por servirse de él para medir algo,
hacer un cuadrado. Inmediatamente, el número surge de nuestro primer efecto
irracional, en lo que es esto lo que denuncia lo real. Es lo imposible. Es que no se hace
con esto lo que se quiere.

Extraje tanta enseñanza de esta primera experiencia, como de aquella de la esfera de


siete dimensiones, que no está ahí más que para divertirlos y no para hacer planeta.

Entonces, la cuestión es cómo podemos dar cuenta de esto que está desde siempre al
alcance de la mano, de algo que está, sin embargo, también en lo real. Pero que no es en
absoluto, como lo pinta la teoría del conocimiento, a saber, ese punto central, ese punto
de convergencia, ese punto de reunión, de fusión, de armonía, del que uno se
preguntaría por qué tantas peripecias, avatares, vicisitudes, desde el tiempo que estaría
allí para recoger al macrocosmos. Es sujeto del cual la primera cosa que vemos, y no se
ha aguardado para esto a Freud, es que donde haga acto de sujeto, de sí mismo,
dividido, cómo eso puede inscribirse en un mundo de topología esférica. Nuestro único
favor es estar en el momento donde quizás, vemos reventar a Rakia (12) en las
especulaciones de las matemáticos. Podemos dar al espacio, a la extensión de lo real,
otra estructura que la de la esfera de tres dimensiones homogéneas. Seguramente, —fue
un tiempo dónde les hice hacer, en un cierto Informe de Roma—, los primeros pasos
que consisten en marcar bien la diferencia entre ese yo que se cree yo, —en lo que exige
de nosotros fascinado por ese secreto de desvanecimiento, que es el verdadero punto de
perspectiva, más allá de la imagen especular, que fascina a aquel que ahí se reconoce, se
mira—, la diferencia que hay entre esto y el yo de la palabra y del discurso, de palabra
plena como dije, aquel que se compromete en este voto que me atrevo apenas a repetir
sin reír: soy tu mujer, o bien tu hombre, o bien tu alumno. En cuanto a mí, jamás hice
alusión a esta dimensión, que bajo la forma del tú, que, por supuesto, toda persona que
no es absolutamente insensata, que esta especie de mensaje que no se recibe sino del
Otro y bajo una forma invertida es aquello sobre lo que insistí al principio, al nivel de
mi Seminario sobre el Presidente Schreber, durante mucho tiempo a propósito de lo que
llamé el poder de perforación, de la afirmación consagradora, durante mucho tiempo
balanceé alrededor de tú eres aquel que me seguirá—seguirás, que gracias a los dioses
en francés, —gracias a la anfibología de la segunda y la tercera persona del futuro—, no
se sabe si hay que escribir rás o rá. Eso se puede decir, pero, en cuanto a aquel que dice
yo soy aquel que te seguirá, pobre imbécil, ¿hasta donde tú me seguirás?: Hasta el punto
en que perderás mi huella, o aquel en que tendrá ganas de darme un golpe de..., en la
cabeza.

La ligereza de esta palabra fundadora es aquella de la que los humanos hacen uso(13)
para intentar existir. Es algo de lo que no podemos comenzar a hablar con alguna
seriedad más que porque sabemos que ese Je enunciante es el que está verdaderamente
dividido, a saber, que en todo discurso el Je que anuncia, el Je que habla, va más allá de
lo que es dicho, la palabra llamada plena, primer momento de mi iniciación. No es aquí
más que figura irrisoria de esto. Es que más allá de todo lo que se articula algo habla,
que hemos restaurado en sus derechos de verdades. Yo (moi) la verdad, yo (je), hablo,
en vuestro discurso vacilante, en vuestros compromisos titubeantes, y que no van más
lejos que la punta de vuestra nariz. Al sujeto, el Je, este que no sabe, en absoluto, que él
es el sujeto del yo hablo. Habla en alguna parte, que llamé el lugar del Otro. Y ahí, es lo
que desde siempre nos llega a dar cuenta de una figura, una estructura, que sería otra
cosa que puntiforme y que organiza la articulación del sujeto. Es esto lo que nos lleva a
considerar de lo más cerca posible lo que debe ser tomado de esta huella (14), de este
corte, de ese algo que nuestra presencia en el mundo introduce como un surco, como un
grafismo, como una escritura en el sentido en que ella es más original que todo lo que
va a resultar, en el sentido en que una escritura existe ya antes de servir como escritura
de la palabra. Es ahí que para dar nuestro salto retrocedemos un paso. No esperamos
reventar Rakia (15) en las tres dimensiones. Quizás, de contentarnos con dos, estas dos
que nos sirven siempre después de todo, desde el tiempo en que nos batimos con este
problema, de que es lo que quiere decir que haya en el mundo seres que se crean
pensantes, ya sea sobre el papel de pergamino, tela o papel higiénico que lo escribamos.

¿Qué es, qué quiere decir que haya en el mundo seres que se crean pensantes?.
Entonces, vamos a tomar una función ya ilustrada por un título dado a una de esta
recopilaciones, por uno de los espíritus curiosos de este tiempo: Raymond Queneau,
para nombrarlo, Llamó a uno de sus volúmenes Borde, ya que se trata de fronteras, ya
que se trata de límites, y eso no quiere decir otra cosa. Borde es límite o frontera.
Intentamos captar la frontera como lo que es verdaderamente la esencia de nuestro
asunto. Al nivel de las tres dimensiones de una hoja de papel, he aquí la forma más
simple de borde.

Es aquella de la que nos servimos desde siempre. Pero, de la cual no hemos prestado
nunca, hasta antes de un cierto Henry Poincaré, una verdadera atención. Ya alguien
llamado Popilius (16) y muchos otros aún.

Si hacemos esto:

¿Esto es un borde?. Justamente no. Pero, eso no quiere decir que esto no tenga borde.
Eso, este trazo tiene dos bordes. O, más exactamente; por convención llamaremos su
borde a los puntos que lo ligan. Es, precisamente, en la medida en que lo que ustedes
ven ahí, qué se llama también un corte cerrado, no tiene borde, justamente, que es un
borde un borde entre lo que está ahí y lo que está ahí. Lo que está ahí, ya que estamos
limitados a las dos dimensiones, vamos a llamarlo lo que se es, vamos a llamarlo un
agujero. ¿Un agujero en qué? En una superficie de dos dimensiones. Vamos a ver lo que
adviene de una superficie de dos dimensiones, que a partir de lo que dijimos hace un
rato y que está allí desde siempre es una esfera —no he dicho un globo—, una esfera, lo
que resulta en la superficie de la instauración de esto agujero, para verlo, siendo este
agujero estable desde el comienzo de la experiencia. Hagamos otros. Es fácil darse
cuenta que estos otros agujeros, sobre los cuales nos damos la libertad de movimiento
de experimentar lo que va a resultar, de que hay un agujero para los otros agujeros.
Todos lo otros agujeros pueden reducirse a ser este punto, sujeto del que hablaba hace
un momento.

(gráfico)
Todos, porque supongan que yo hago esto, es lo mismo. Por grande que sea la esfera
puedo agrandar este agujero infinitamente para que vaya a reducirse en el polo opuesto
a un simple punto. Esto quiere decir que sobre una superficie determinada por este
borde, que llamamos el borde del disco, que esta superficie es una esfera en realidad,
todos estos agujeros que podemos practicar son infinitamente reductibles a un punto. Y,
además, son todos concéntricos. Quiero decir, incluso, aquí que hago fuera del primer
corte, en apariencia. Puede, por traslación regular, ser llevado a la posición de éste.
Basta, para esto, pasar por lo que he llamado recién el polo opuesto de la esfera. Y, sin
embargo, algo ha cambiado desde que hicimos dos agujeros. Es que a partir de ahora, si
continuamos haciendo agujeros, supongamos que hacemos uno así, acá, es un agujero
reductible a un punto. Pero, si hacemos uno concéntrico al primer agujero y concéntrico,
igualmente, al segundo, allí ese agujero no tiene ninguna oportunidad de evasión que le
permita reducirse a un punto. Es irreductible, ya sea que se lo reduzca o que se lo
alargue, reencontrará el límite del borde constituido por dos agujeros.

Lo repito. Digo borde en singular para decir que en una etapa siguiente de la
experiencia, en la esfera, definí dos agujeros. Y es eso lo que llamo el borde. ¿Lo que
quiere decir qué?. Es que una superficie que está dibujada acá, que les es fácil
reconocer, incluso si les parece, ya que, se lo puede llamar un disco agujereado, ven
algo como un jade chino. Ustedes ver que ella es equivalente aquí. Es lo que se llama un
cilindro.

Con el cilindro entramos ya en otro espacio superficial totalmente diferente, porque les
presento aquí a mi esfera de dos agujeros. Los dije hace un rato que era totalmente
equivalente, que estos agujeros tengan el aspecto o no lo tengan, de concentrizarse, si
puedo decirlo, uno al otro. Es exactamente el mismo tabaco.

(gráfico)

Por otra parte, ustedes lo ven, esta especie de estómago que dibujé ahí es un cilindro.
Basta que emboque otro tanto, a saber, un cilindro de dos agujeros, en los dos agujeros
precedentes, lo que hace cuatro y basta que los cosa para hacer surgir la figura que se
llama muy simplemente, en el lenguaje de las señoritas, un anillo. Por supuesto hay que
conservar en imagen como estando agujereado para ver de qué clase de superficie se
trata.

Desde hace mucho me he servido de ese toro para articular muchas cosas. Y ustedes
reencontrarán este toro por sí sólo y, diría casi intuitivamente, introduce algo esencial
para permitirnos salir de la imagen esférica del espacio y de la extensión. Porque,
seguramente, no nos imaginamos que hayamos dibujado ahí el verdadero toro de tres
dimensiones. Ese toro de dos dimensiones, seguramente, tiene un borde, a saber, que en
la medida en que hemos suprimido los bordes del cilindro es uno sin borde. Y como
superficie deviene borde de algo que es su interior y su exterior. Pero, es una figura
simple que debe darnos la idea de qué analogía de lo que puede advenir del espacio, del
espacio esférico, si lo suponemos en su amplitud es su espesor de espacio, diría para
hacerme entender por un auditorio hecho no forzosamente al uso de las fórmulas
matemáticas, de que esté torcido sobre sí mismo de una manera tórica. Sea coma sea, al
tomarlo, —cosa que nos basta—, como modelo al nivel de las dos dimensiones,
advertimos que aquí hay, en lo que concierne a lo que podemos dibujar como borde de
una dimensión, como cortes, una diferencia de espacio de la naturaleza más clara entre
los círculos que pueden reducirse a no ser más que un punto, y aquellos que se van a
encontrar de algún modo anillados, trabados, por el hecho de estar, —un círculo, por
ejemplo—, trazado como éste a lo largo del toro, o incluso aquí, de anillarlo en lo que
llamaremos, si ustedes quieren, su espesor de anillo. Estos son irreductibles. Se los
mostraré.

Retomaré lo que ya he articulado en el año del Seminario sobre La identificación, de


que el toro nos da un modelo particularmente ejemplar para figurar el nudo, el lazo que
existe de la demanda al deseo. Basta para esto declarar, —convención, pero, convención
de la que ustedes verán la motivación profunda cuando hoya vuelto de las figuras
siguientes—, que la demanda debe, a la vez, rizar su rizo alrededor del interior, del
interior del anillo, de este anillo que es el toro, volver a rizarse sobre sí misma sin estar
cruzada.

(gráfico)

Esta es, aproximadamente, la figura que ustedes obtienen. De cualquier manera como
ustedes la desanuden es una figura como esta, estando aquí el vacío central del anillo.

Ustedes pueden, entonces, constatar fácilmente que para dibujar tal rizo están en la
obligación de hacer, al menos, dos rizos, diría, sobre el vacío interior del anillo. Y para
que estos rizos se reúnan, hacer un giro alrededor del otro vacío. Es decir, hacer dos D,
al menos, más una d o, inversamente, dos d más una gran D. Dicho de otro modo, un
deseo supone siempre, al menos, dos demandas; una demanda supone siempre, al
menos, dos deseos.

Ahí está, lo he articulado hace un tiempo y que retomaría,—no lo recuerdo aquí, más
que para puntuar el elemento sobre el cual vamos a poder volver de un modo que quizás
de a esta figura su opacidad.

Es importante ir más lejos antes de que los deje. Es, a saber, para mostrarles lo que
constituye, hablando con propiedad, el descubrimiento de esta topología, que es
absolutamente esencial para permitirnos concebir el lazo que existe entre este surco del
sujeto y toda lo que podamos enganchar ahí de operatorio y fundamentalmente, el
espejismo que constituye esto que ha quedado de residuo en el fondo del psicoanálisis,
como un resto de la vieja teoría del conocimiento y ninguna otra cosa. La idea de la
fusión autoerótica de la primordial unidad supuesta del ser pensante, ya que de pensar se
trata en el inconsciente, con aquella que lo lleva, como si no fuera suficiente que la
embriología nos muestre que es del huevo mismo que surgen estas envolturas que no
hacen más que una, que son contiguas con los tejidos del embrión, que están hechas de
la misma materia original, como si desde los primeros trazados de Freud, —aquellos
mismos de los que parece que jamás los hubiéramos podido surcar—, no era evidente a
nivel del Hombre de los lobos, recuerden, el Hombre de los lobos que había nacido con
gorro (17) .

¿No tiene esto una importancia capital en la estructura tan especial del sujeto, como este
hecho que lo arrastre hasta después de lo pasos franqueados, los últimos pasos del
análisis de Freud, esta especie de resto que sería la envoltura, esta obnubilación, este
velo, ese algo por el que se siente como separado de la realidad?. ¿No lleva todo la
huella que es la situación primitiva del ser de que se trata, es de su encierro, de su
envolvimiento, de un cierre en el interior de sí mismo, incluso si se encuentra en
relación a otro organismo, —es una posición que los fisiólogos no han desconocido en
absoluto—, que no es de simbiosis, sino de parasitismo, que aquello de lo que se trata
en la pretendida fusión primitiva es, por al contrario, ese algo que es para el sujeto de un
ideal siempre buscado, de la recuperación de lo que constituiría su cierre, no su abertura
primitiva?.

Es una primera etapa de la confusión. Pero, esto no es decir, por supuesto, que debamos
detenernos aquí y creer, como Leibniz, en la mónada. Porque, en efecto, si este
complemento nos demora siempre en buscar como una separación jamás alcanzada,
aquello cuyas huellas tenemos, efectivamente, en la clínica, lo que queda, sin embargo,
es que el sujeto está abierto y que lo que se trata de hallar es, precisamente, un límite, un
borde, un borde tal que no sea uno, es decir, un borde que nos permita trazar algo sobre
su superficie, que esté constituído como borde. Pero, que en sí mismo no sea un borde.
Ustedes pueden, lo han visto ya, trazarse la figura en ocho invertido sobre el toro. Ella
corta al toro y lo abre de una cierta manera torcida, pero que lo deja en un sólo
fragmento. Y este toro reconstituido es un borde. Tiene un interior y un exterior.

Podemos, pues, extraer modelo y enseñanza da una cierta función de borde que se
inscribe sobre algo que es un borde. Tenemos necesidad de una función de borde
determinante de los efectos análogos, aquellos que yo he descripto sobre la superficie de
una diferenciación, entre los bordes que podrán ser trazados a continuación, tenemos
necesidad de eso sobre algo que no sea el verdadero borde, a saber, que no determine ni
exterior ni interior. Es, precisamente, aquello que nos da la figura que llamé hace un
rato, sobre una hoja, esta especie de gorro cruzado o cross-cap. Esta figura, diría, está
demasiado avanzada en relación a lo que tenemos que decir. Lo que quiero subrayar hoy
antes de dejarlos, esto es que una de las dos superficies que se producen cuando sobre
esta falsamente carrada, falsamente abierta, es lo que llamé el cross-cap, trazamos el
mismo borde en ocho invertido, que describí antes. Obtenemos dos superficies, pero,
dos superficies que son distintas una de la otra, a saber, una es un disco, la otra una
banda de Moebius.

Ahora bien, lo que esto va a permitirnos obtener, a continuación, son bordes de una
estructura diferente. Todo borde que sea trazado sobre la banda de Moebius dará
cualidades absolutamente diferentes de aquellos que son trazados sobro el disco. Y, sin
embargo, les diré cuales la próxima vez. Y, sin embargo, el correlato irreductible desde
que tenemos que ver con el mundo de lo real de tres dimensiones, del mundo marcado
por este signo de lo imposible, en vista de nuestras, estructuras topológicas, Este disco
ocupa una función determinante respecto a lo que es lo más original, la banda de
Moebius.

¿Qué representa en esta figuración la banda de Moebius?. Es lo que podremos ilustrar la


próxima vez, lo que ella es, es decir, pura y simplemente corte. Es decir, soporte
necesario para que tengamos una estructuración exacta de la función del sujeto, del
sujeto en tanto que esta potencia auscultadora, esta captura del significante sobre sí
mismo, que hace al sujeto necesariamente dividido y que necesita que todo resorte en el
interior de sí mismo no haga ninguna otra cosa incluso llevado a su Mayor extremo, que
reproducir cada vez más oculta a su propia estructura. Pero, la existencia está
determinada por su función la tercera dimensión o, más exactamente, en lo real, donde
ella existe. El disco, lo demostraré, se encuentra en posición de atravesar
necesariamente como real esta figura que es la banda de Moebius en tanto que ella nos
torna posible al sujeto. Este atravesamiento de la banda sin derecho ni revés nos permite
dar una figuración suficiente del sujeto como dividido. Este atravesamiento da,
precisamente, la división del sujeto mismo en el centro, en el corazón del sujeto. Hay
este punto que no es un punto, que no es sin dejar al objeto central. Subrayen este no sin
que es el mismo nivel que aquel del que me serví para la génesis de la angustia. Este
objeto, su función en relación al mundo de los objetos la designaremos la próxima vez.
Ella tiene un nombre, se llama el valor. Nada en el mundo de los objetos podría ser
retenido como valor si no hubiera, en absoluto, ese algo de más original que es que él es
un cierto objeto que se llama el objeto y cuyo valor tiene un nombre, valor de verdad.

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