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CLÍNICA PSICOANALÍTICA CON ADOLESCENTES.

CAPÍTULO II
Analía Ortega
PROBLEMÁTICA DEL AMOR. INICIO DE LAS RELACIONES SEXUALES.

Introducción; acerca de la constitución subjetiva y la adolescencia.


Les propongo que hagamos un trabajo de introducción a lo que es la clínica con adolescentes, desde el
psicoanálisis.
Clínica puede ser definida como lo que se dice en un análisis. Así lo plantea Lacan en la apertura de la
Sección Clínica.
En sí misma es inquietante tanto para el analista como para el analizante. Incluir los interrogantes
acerca de ella, poder soportarlos hace posible analizar. Las preguntas provenientes de la clínica son causa
de un avance en el intento de formalizar lo que hacemos cuando analizamos.
También dentro de la práctica analítica podemos hablar de modos de intervención analítica fuera de un
contexto habitual; que requieren vencer resistencias que se ponen en juego en el analista. Esto implica
poder estar atentos a los espacios en los que podemos operar (asesoramientos, grupos de trabajo, talleres,
etc.)
El marco teórico es efecto de la clínica (recuerden el trabajo freudiano con las histéricas) y opera desde
conceptos fundamentales que se enlazan en red. Conceptos determinados por la función que tienen en
una praxis, El modo de dirigir la cura rige al concepto y a la inversa. Por lo tanto, creo importante recorrer
algunos conceptos a mi criterio fundamentales.
Con respecto al tema que nos ocupa, es necesario plantear dos cuestiones: se puede hacer un abordaje
fenomenológico, siempre partiendo de la singularidad, caso por caso, es decir un despliegue descriptivo de
ese momento subjetivo y sus particularidades.
Pero este modo de acercamiento cae en el vacío si no lo enlazamos con el punto de vista estructural:
qué elementos de lo psíquico, qué operaciones se ponen en juego para que se produzca en un sujeto
determinada situación psíquica.
De lo contrario el riesgo es quedar sólo en lo descriptivo, o en cierta generalización que ancla en signos.
Hay algo inherente a esta temática de la adolescencia, que pone en juego un exceso de signifi cación, cosa
sobre lo que creo es necesario estar advertidos.
El psicoanálisis aporta conceptos que dan cuenta de lo estructural, a diferencia de otros abordajes de
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lo psíquico que sólo plantean lo fenomenológico. Esto es un capital importantísimo con el que contamos.
Podemos hablar de tiempos de escritura de la estructura. ¿De qué estructura? De la humana. Tiempos
de operaciones necesarias que pueden o no realizarse, no está asegurado. No hay instinto humano que
pueda hacer a la estructura. Las operaciones son contingentes. El articulador de estos tiempos de
estructura es el lenguaje, que tiene que ver con la pérdida de lo natural.
En cuanto a la fenomenología -sin olvidar la singularidad-, la adolescencia es un momento de
profunda conmoción. Ya no se es el niño que se era, tampoco los padres son los mismos. Cae la
idealización en relación a ellos, con el consecuente movimiento a nivel del narcisismo, produciéndose un
fuerte sacudón del mapa de identificaciones.
Tiempo de muda, donde el crecimiento corporal produce intensa extrañeza. El reconocimiento del
cuerpo gira hacia el desconocimiento frente al rebrote polimorfo pulsional; se produce el trabajo de
rehallazgo de objeto, enlazado a los objetos primordiales; también la posibilidad de poner en acto las
relaciones sexuales -diferencia fundamental con el niño- siendo necesario ahondar en la construcción de la
propia posición sexual.
Es un momento de transición donde el edificio tambalea, se desmontan algunas paredes y es
necesario construir otras, utilizando los mismos cimientos que hacen al origen de la subjetividad.
Podemos decir entonces que este tiempo tiene sus particularidades, claro que no va sólo de la mano
de la cronología, ya que en el consultorio nos encontramos con adultos con problemática adolescente y
con adolescentes que al no soportar las ambigüedades y el movimiento perverso polimorfo pulsional,
producen una fachada de orden y coherencia que se contrapone con lo que en verdad está sucediendo.
Vayamos entonces a una pregunta que nos atraviesa a los que trabajamos en la clínica con
adolescentes: ¿Hay especificidad en ella? Propongo que esto quede abierto y veremos qué respuestas
podemos ir construyendo.
Si bien el psicoanálisis es uno y con su marco conceptual nos movemos en los tratamientos con
sujetos de diferentes edades, creo que es claro que no es lo mismo trabajar con un chico de 5 años, un
púber de 12 años o un adulto de 50. ¿Pero esto a qué se debe? Se trata de sujetos transitando distintos
momentos de escritura de la subjetividad, están a diferente altura de las aguas en lo que hace a la
constitución subjetiva. Las intervenciones del analista no estarán al margen de estas diferencias.
En tanto la vida del sujeto humano no tiene que ver con un desarrollo natural evolutivo, podemos
hablar de un tiempo lógico enlazado conflictivamente al tiempo cronológico.
No hay que plantearlo en términos de exclusión. Se trata de un factor temporal no con fechas
generalizables, sino propias de cada sujeto, articulado en una red histórico-estructural.
No es lo mismo para un sujeto, que siendo niño una madre lo bañe, asista su cuerpo en cuanto a
higiene, a que lo siga haciendo cuando es adolescente. No es lo mismo que un niño, en tiempo no lejano al
control de esfínteres moje la cama, a que le suceda a un adolescente.
Hay entonces un factor temporal, cronológico al que no le podemos dar la espalda, pero pensado en sí
mismo, no nos dice nada.
Es necesario interrogarnos acerca de qué situación está atravesando el sujeto adolescente con
respecto a las operaciones simbólicas fundamentales que hacen a su psiquismo: su posición en relación al
Edipo y en consecuencia a la castración en el marco de la estructura del significante. Esto refiere a su
constitución subjetiva.
Considero que la adolescencia es un momento que hace a la constitución subjetiva.
Ahora, ¿esto de qué se trata? Partamos de la idea de que un sujeto no nace, se hace. En cuanto a su
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constitución hay distintos modos de abordarlo. Yo tomaré uno de ellos.
Vayamos al origen, tomando la vía de la estructuración significante.
Recurramos al ejemplo de los niños ferales: me refiero a esos seres que han sido criados por animales
y cuyos caracteres son a imagen y semejanza de los seres vivos próximos, del animal de crianza (por ejem-
plo sin marcha bípeda, alimentación a desgarro, sonidos animales, etc.). Este es un ejemplo claro en
relación a que humanizarse es sólo a condición de ser asistida la cría humana por otros seres humanos.
Entrando así en lo que diferencia al humano de otros seres vivos: la invención del lenguaje.
Las cosas del mundo humano pertenecen a un universo estructurado en palabras.
Campo de las representaciones en la teorización freudiana. Lo psíquico humano se constituye a partir
de inscripciones mnémicas con distintas transcripciones, de acuerdo a qué sistema pertenezca,
funcionando cada uno con legalidades diferentes. Se trata aquí de una escritura. Metapsicología freudiana
del funcionamiento del aparato psíquico. Aparato donde operan marcas.
Freud habla de la plasticidad de las palabras, esas que estructuran lo psíquico y que constituyen el
material con el que trabajamos los analistas. Es en esos senderos de Vorstellungs en Vorstellungs, de re-
presentación en representación, que el mundo humano se organiza; entre percepción y conciencia.
Representaciones que en tanto elementos asociativos combinatorios, intercambian, se modelan.
Tomando el trabajo de Lacan, diremos que el sujeto está inmerso en un encadenamiento significante
(recordemos que la característica del significante es remitir siempre a otro significante). No hay una
respuesta, un signo acerca del ser, de cómo es un sujeto, Hay metonimia del sujeto en el ser, ese ser que
no se aprehende, que se escapa. En el Otro aparece una falla del significante para revelar el ser;
mostrando así su barradura.
En tanto habla, el sujeto no se reduce al espacio de la conciencia. Si se encuentra esa respuesta, ese
“yo soy así”, es en el campo del discurso yoico.
Lo inconsciente determina que hay algo allí que opera y que escapa al sujeto mismo. El enigma lo
atraviesa. El saber lo que se es, no es más que una ilusión yoica.
Ahora bien, el sujeto será investido por los significantes de aquellos que lo reciben al mundo. Aquellos
significantes que hacen a la historia familiar, a las generaciones anteriores. Ello tendrá que ver con la
humanización del ser, -como decíamos antes- a quien lo espera un lugar para ocupar en el mito familiar,
entendiendo a éste como una conjunción de significantes no claros, no organizados, que va a atravesar al
sujeto. (Ricardo Rodulfo trabaja este concepto en El niño y el significante y en Clínica psicoanalítica en
niños y adolescentes).

La constitución del sujeto conduce a ir construyendo su lugar.


Claro que en principio el sujeto no puede procurárselo solo por sus propios medios. Dada su
inermidad, es necesario que Otro se lo oferte, y esto es absolutamente determinante en lo que hace a los
avatares de lo humano.
Con respecto a los significantes que marcan al sujeto, vemos que en el tratamiento con neuróticos,
suelen aparecer significantes a los que están adheridos, y en los que quedan atrapados. Recuerdo a un
adolescente enredado en una frase que le condicionaba la vida: “soy único, siempre me dijeron que soy
único", único entendido como el mejor, el absolutamente perfecto. Esto desplegaba inhibiciones im-
portantes, grandes trabas, al no poder soportar que hubiese otro, ni límites y fallas propias. Esta situación
remitía a un fallido en la operación de la castración. Él no era tal o cual, sino que era “único”, construcción
hermética e inamovible.
Por qué quedó instalado allí, es lo que fue necesario transitar en el análisis, ya sea por lo que surgía
del código familiar, como de su disposición -inconsciente- a quedar enlazado a ello, de no poder salir de
ese lugar alienante.
Con esto quiero decir que el sujeto humano no es que está determinado absolutamente por los
significantes que vienen del Otro -de sus objetos primordiales, de su marco histórico-familiar-, soportando
pasivamente lo que ya está predeterminado. Sino que se pone en juego también el protagonismo del
sujeto: qué hacer con ello, con eso que lo inviste, con qué recursos cuenta para relacionarse con esas
marcas, sin quedar subsumido en ellas y pudiendo capitalizarlas.
No hay un determinismo enlazando linealmente causa-efecto. No se trata de ello en el campo del
sujeto.
Si algo caracteriza al humano es lo imprevisible. No hay posibilidad de saber que tomará o marcará
más a un sujeto, si uno u otro significante. No se puede programar lo humano. Por más que los padres
hagan esfuerzo en una determinada dirección, siempre algo se escurrirá y ese sujeto será, diría, lo que
pueda ser. Se desplegará aquí si desde el lugar de un padre o una madre se pueden soportar las diferen-
cias, el hecho de que en ese hijo aparezcan cosas nuevas que lo trasciendan.
Ahora bien, todo ese revuelo de significantes en el que se inserta activamente el sujeto, será
replanteado en la adolescencia. La idea de que la mejor y más tranquila época de la vida es la niñez
sabemos que es un absurdo, ya que el sujeto debe llevar a cabo un trabajo muy delicado e intenso, tanto
en ese tiempo como en la adolescencia, y que consiste en constituirse como tal. El niño y el adolescente
están en tramo de producirse como sujetos.
En la adolescencia, esos significantes que representaban hasta ahora al sujeto se mueven, tambalean.
Transita momentos de des-ser. Lo que le servía al niño que era, ya no le sirve ahora. Por ejemplo si el
adolescente sigue siendo “mi chiquito” para esos padres y no se mueve de ahí, algo está pasando. 0 por
ejemplo “el más bueno y aplicado”, frases oraculares que aparecen en cada sujeto. ¿Qué pasa si en el
adolescente todo sigue igual? ¿Si no pone en cuestión el saber de los padres, ni se da por aludido de los
cambios que en él se están produciendo? ¿Si no puede salirse de los significantes que encuentra sólo en el
marco familiar?
Porque justamente está ahora la posibilidad y la necesidad de buscar elementos que lo constituyan
también por fuera de la familia, cosa que posibilite ese duelo tan fuerte con el niño que fue, y con los
padres de la infancia, ya que las identificaciones no sostienen del mismo modo. Si hablamos de duelo
ponemos en juego el registro de la pérdida; él es tributario de la castración fundante. De acuerdo a cómo
haya hecho marca esta operación y su reinscripción en estos tiempos, ir ubicando el agujero en la
existencia podrá ser posibilitador o devastador.
Aparece una ruptura un reposicionamiento subjetivo muy trabajoso y conmovedor. No hay linealidad,
se da a los saltos. No es casual que éste sea un momento de la vida donde se producen descom-
pensaciones, desorganizaciones importantes a nivel de lo psíquico.
Surge un proceso que se suele nombrar como de desidentificación, no por quedarse sin ellas, sino por
ser transmutadas en otras, Al moverse las piezas, al entrar en escena otros significantes, suele aparecer en
el adolescente la necesidad de enlazarse fuertemente a alguno, como cobertura a la vivencia de
desamparo y pérdida de puntos de referencia.
En algunos casos, la adolescencia es un momento de riesgo. Allí donde trastabilla la simbolización
suelen aparecer aristas espinosas, siendo delicada e imprecisa la frontera entre la fantasía de muerte y el
pasaje al acto.
Hemos visto hasta aquí uno de los ejes de la constitución subjetiva, que refiere al movimiento de los
significantes, aquellos que van representando a un sujeto y a través de los cuales va construyendo un lugar,
donde aparecerá la marca propia, lo que hará diferencia en relación al Otro.
Pasemos a otros dos ejes que en el marco de la trama significante hacen a la constitución subjetiva.
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Ellos son la vía del Narcisismo articulada con la vía del Complejo de Edipo. Uno no es sin el otro.
Narcisismo: es a partir del investimento libidinal del Otro, que la cría humana entra al camino de la
subjetivación. Es fundamental que el hijo se constituya en algo deseado para esa madre, para ese Otro
primordial, para que se empiecen a producir-las marcas de la asistencia ajena, en esa inermidad del origen,
en esa imposibilidad absoluta del bebé para autoabastecerse. A partir de ese baño pulsional -me estoy
refiriendo al circuito fálico, al lugar que ocupa ese hijo en el deseo materno- podrá empezar a constituirse
la subjetivación. Recordemos los textos de Freud Sobre la sexualidad femenina y la femineidad en relación
a la ecuación falo-niño. Podemos decir también, que ya que no hay un destino instintivo, debe haber algo
para desear: ese es el falo.
Es necesario, entonces, la cesión libidinal -falicización del niño-; que ese hijo venga a ocupar un lugar
para esa madre, que no sea el de ser un trozo de carne. Si una madre no puede salirse de ella misma,
-como en el caso de una mamá que no podía ir más allá de su interés y preocupación en relación a un
problema de obesidad que padecía, sin tener disposición libidinal para dirigir hacia su hijo-, puede traer
aparejado consecuencias muy serias.
Es fundamental que el hijo funcione como lo que viene al encuentro del desear de una madre. A partir
de ello comenzará a armarse ese andamiaje estructural que monta la anticipación de una unidad, pura
ficción pero imprescindible que esté. Pulsiones autoeróticas, dirá Freud en la Introducción del Narcisismo
(no en el sentido del autoerotismo de los Tres Ensayos) que refieren a desorden, anarquismo,
desorganización inicial que tomará forma a partir de la estructuración del yo, que se irá desarrollando,
siendo en principio corpóreo. Hay una imagen corporal que se anticipará a la inmadurez biológica del
sujeto -Lacan lo enuncia en El Estadio del Espejo, Escritos 1-. Es imprescindible esa unificación que viene
del Otro, porque de lo contrario lo que puede surgir es desarticulación, despedazamiento, en el sentido de
una patología grave, como por ejemplo una psicosis. El narcisismo produce una cobertura en la superficie
corporal. La que se llama “mi cuerpo”, como buena forma, responde al desconocimiento de la
fragmentación. Cuando esto falla aparece el cuerpo fragmentado. Ahora bien, en principio el infantil
sujeto, como dice Freud, es en el Otro, aparece un solo cuerpo, continuidad donde dos son uno, un espacio
completo sin fisuras, sin agujero. Cuerpo del Otro que opera como ortopedia para la construcción de la
imagen del propio cuerpo. En este momento el sujeto no cuenta con un cuerpo propio, no está en ese
punto de la simbolización. Pero es necesario estar muy fusionado para poder separarse. La no existencia
de esta continuidad en el inicio, es causa de muy mal pronóstico. El otro barrado es imprescindible para
poder seguir. Se trata de transitar el recorrido hacia la diferenciación, no sin antes la indiferenciación.
Diferenciación que se va desplegando cuando el corte en la continuidad no desemboca en la amenaza
de aniquilamiento, de destrucción, sino de construcción de La alteridad, movimiento de simbolización
donde se va montando la diferencia yo-no yo. La denegación originaria sitúa ese no primero, a partir del
cual es posible establecer que si la madre está ausente el sujeto no desaparece, que hay otro lugar más
allá del cuerpo materno. Freud investigó esto en el juego del carretel de un niño de 18 meses, al que
conocemos como el juego del Fort-Da (Más allá del principio del Placer).
Se trata de la pérdida del objeto. En el campo del narcisismo se pone más en juego la presencia, la
continuidad, que la ausencia.
¿Qué sucede con todo esto en un sujeto adolescente? Debemos remitimos al caso por caso, pero esto
no excluye la posibilidad de enunciar algunos movimientos paradigmáticos.
En lo que refiere al cuerpo, y por el embate del crecimiento corporal, se pone en jaque la unidad. El
reconocimiento corporal cae ante el empuje pulsional. La unidad del cuerpo familiar ya no le sirve, se
resquebraja. Deja de ser el único punto de referencia, de unificación y hay que recurrir a otros espacios. Se
plantea aquí la posibilidad de diferenciar que no es lo mismo separarse a destruir. Si se homologa es difícil
salir de lo familiar, ya que se produce una adherencia a ello para evitar el caos. Solemos encontrarnos así
con detenciones, con puntos de fijación libidinal muy engorrosos.
¿Es posible reconocer que hay un afuera de la familia, algo que hace diferencia? ¿Que no todo se
reduce a una estructura endogàmica, sino que es necesario llevar la mirada hacia otros lugares?
¿Qué sucede con la posibilidad de soportar que hay agujero, que no todo es conocido, que es
necesario ser “infiel” a los objetos primordiales? ¿Puede el adolescente pensarse como ausente de la
familia o a la familia ausente de él?
Ahora tomemos la vía del Edipo siempre articulado a lo dicho anteriormente.
En el campo del narcisismo, haciendo trama con el movimiento edipico, se pone en juego la existencia
del sujeto como ser sexuado. A través del Edipo se enlazan las generaciones, marcando diferencias y
construyendo historia.
Voy a tomar brevemente, a modo de refrescar lo ya conocido, los tres tiempos del Edipo en Lacan.
En el Primer Tiempo, el niño es el falo de la madre -despliegue narcisistico de falicización-. Así como es
necesario que esto se produzca, también es necesario salir de ello para que haya circulación deseante. De
lo contrario nos encontraríamos con detenimiento en un engaño letal.
En el Segundo Tiempo el padre aparece como el prohibidor, el terrible. Él es el falo, arranca para sí la
primacía de ser el falo, es el monumento al falo. En este momento aparece la doble prohibición: no te
acostarás con tu madre, no reintegrarás tu producto. Este padre no conduce más que a sí mismo, como la
madre cuando no puede abandonar su posición fálica. Es un padre absoluto, es la ley, no la hace circular. El
padre aparece a través de la mediación materna, que corre su mirada hacia él. En este momento está
menos velado, pero aún no revelado.
El Tercer Tiempo es el que tiene que ver con la declinación del Edipo, hay distensión del acento
narcisista. El padre es quien tiene el falo y no es tal. Se ha constituido en deseable y también deseante;
aparece como permisivo y donador, pudiendo conducir a algo más que no sea a él mismo o a la misma
madre.
La operación de la metáfora paterna produce como efecto el poder salir de ser objeto de deseo de la
madre, abriendo al movimiento deseante. En este tercer tiempo, el padre es más preferido que la madre.
Así, lo fálico circula. Recordemos que la función fálica refiere a que a falta de una programación instintiva
de la sexualidad, es que debe aparecer una función que marque ciertos lugares, como luga res a los que el
deseo se dirija.
¿Qué pasa con estas cuestiones en un sujeto adolescente?
En el reposicionamiento de piezas de este “segundo despertar”, aparece un reflote de la adherencia al
objeto primordial. Así lo plantea Freud en Las metamorfosis de la pubertad (Tres Ensayos de teoría sexual)
Los lazos edípicos se redimensionan y aparecerá fuertemente en escena como ha operado la metáfora
paterna, para que el sujeto pueda ir hacia otro lugar que no sea el materno, o que no quede ligado al
padre terrible, siendo en ambos casos objeto de goce del Otro. Tiempo de resignificación de la castración,
apoyada en los primeros momentos de constitución subjetiva.
¿Hay anclaje en fijaciones libidinales o es posible desplazar las investiduras hacia otros objetos, a
través del camino de los sustitutos?
Es necesario, dirá Freud, pronunciar los diques contra el incesto. Que el sujeto vaya más allá de estos
objetos primordiales para poder ser. ¿Hay otro lugar para él que no sea la familia? ¿Las relaciones
familiares dan paso al campo de los lazos sociales, teniendo el movimiento libidinal una conexión más
estrecha con una normatividad cultural?
Se desplegarán aquí cuestiones estructurales del sujeto, que conducirán o no a ir más allá de la madre
y también más allá del padre.
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Entonces, vayamos a la estructura, para ver que operaciones están en curso y cuales están fallando o
en detención. En que trabajo subjetivo está el adolescente y qué consecuencias tiene eso para él. Si es que
cuenta con recursos para atravesar este movimiento de aguas, o si le es muy difícil soportarlo, cayendo en
situaciones altamente riesgosas o patológicas. La clínica nos enfrenta a distintas y muy variadas
posibilidades.

Problemática del amor. Vía de los sustitutos.


Hemos visto que se puede pensar a la adolescencia como un momento de producción muy importante
en relación a la estructuración subjetiva.
El adolescente está en tramo de producir al sujeto. Esto refiere a que hay operaciones que no se dan de
modo natural y que es necesario que se produzcan determinados movimientos para que haya escritura de
subjetividad en un humano. El adolescente se halla abocado a un proceso de afirmación de su
estructuración psíquica.
Para que se lleve a cabo la efectuación subjetiva, es imprescindible que se ponga en juego el
engendramiento de un objeto como ausente, un vacío. Vamos a ver que esta cuestión está enlazada a la
posibilidad o no de entrar en una lógica de sustituciones. Esto nos conduce a la problemática del amor. Es
a partir de situaciones en la clínica que me interesó trabajar este tema.
Hasta el momento he podido observar, sin eliminar la diversidad, dos motivos de consulta
predominantes: adolescentes con crisis en relación a dramas amorosos y otros, con dificultades más
centradas en lo que podríamos llamar impulsiones, tales como la adherencia a un tóxico.
No está en mi ánimo establecer generalizaciones. Esto se restringe a la singularidad de mi experiencia
clínica.
En relación a la adherencia al tóxico, nos encontramos con un anclaje en un campo de goce, a través de
un objeto en presencia, a la vista, que estando al alcance de la mano opera produciendo un cierre.
Supuesto objeto totalizante, objeto de necesidad, que se ubica de manera fallida en el lugar de lo
irreductible de la hiancia subjetiva, produciendo, -de acuerdo al tipo de tóxico de que se trate y al estado
de deterioro que genere-, diferentes niveles de dificultades, en tanto gira en tomo a un circuito narcisístico
apresante. Aquí no se trata de poner en juego los significantes en relación al Otro, sino a la falta de los
mismos, en el sentido de que no surge la pregunta ¿qué me quieres? sino más bien una certeza, que
conduce al tóxico. No digo que no se despliegue el campo del amor en un sujeto con este tipo de
problemática, pero he podido notar que en algunos casos caen sombras fuertes, se eclipsa la posibilidad
del movimiento libidinal en relación a otros, que pueden estar o no. Con el otro se puede contar o no en el
amor, a diferencia del tóxico que está allí en presencia. En diferentes patologías severas, suelen aparecen
obstáculos en la posibilidad de avanzar en el terreno del amor: “amores locos”, relaciones totalizadoras al
modo de darlo todo y recibirlo todo, cosa que no prospera; búsqueda de un espacio sin hendiduras, no de
la parte; gran dificultad para amar.
Ahora bien, ¿por qué estas cosas del amor suelen tomar ribetes fuertes, un tinte trágico, siendo una
verdadera tragedia en algunos adolescentes? En el Seminario La Ética del Psicoanálisis, Lacan habla del
sesgo trágico de la existencia humana en tanto sujetos en soledad, relacionándolo también con el
reconocimiento del límite donde se plantea la problemática del deseo.
Desde el punto de vista del fenómeno del amor, quiero hacer algunas puntuaciones en relación al
adolescente.
Con el rebrote del polimorfismo pulsional, se pone en juego el rehallazgo de objeto, que ha estado
antecedido por la pausa del período de latencia, tiempo hegemonizado por el proceso secundario y los
diques en lo pulsional.
Entonces, cuando hablamos del amor, inmediatamente deriva al tema del objeto. Con este nuevo
despertar sexual, la búsqueda del objeto estará intensamente marcada por la relación al objeto primordial,
que se redimensiona en este momento, en tanto vuelve a tomar protagonismo el movimiento de piezas de
la situación edípica.
Freud habló de puntos de fijación libidinal, de deseos paralizados sobre objetos primarios, produciendo
como efecto inhibiciones, síntomas y angustia. Este estancamiento es motivo de inicio de un análisis, en
tanto el sujeto esté dispuesto a preguntarse por su malestar.
La interdicción del incesto, la no continuidad entre el sujeto y el objeto abre la larga serie de los
sustitutos. El objeto primordial está irremediablemente perdido. Sobre él ha operado la represión
Originaria y se tratará de transitar el duelo por la satisfacción total, que es mítica. El sustituto sólo satisface
algo.
Freud toma lo de satisfacción sustitutiva cuando se refiere al retomo de lo reprimido, donde los
contenidos inconscientes serán procesados por condensación y desplazamiento, trasladándose las inves-
tiduras de unas representaciones a otras. En este sentido podemos plantear que estos objetos sustitutos
toman su investidura, en algún punto, de aquello que ha caldo bajo la barrera de la represión.
El amor está en el origen de la subjetividad, -más "allá de la satisfacción de la necesidad y en tiempos
de la adolescencia, la posibilidad real de establecer un vínculo con un objeto de amor no parental, produce
un sacudón a nivel de la estructura.
El circuito de los sustitutos no se despliega sin complicaciones importantes.
Retomando lo fenomenológico, en algunos casos es como si se tratara de una delegación sin distancia
suficiente en relación a los objetos primordiales, siendo el sustituto homologado punto a punto con el
objeto, que no aparece perdido e imposible de ser restituido. Nos encontramos con una fuerte pregnancia
incestuosa, que no está suficientemente interdicta, con suficiente intermediación simbólica respecto al
sustituto. A partir de esto y por efecto de la represión, el acercamiento amoroso es a veces imposible. A
través de evitaciones y huidas se construyen obstáculos ante la posibilidad de establecer una relación
amorosa, ya que si no, devendría una fuerte angustia. La emergencia de ésta nos indica el movimiento
pulsional y la endeblez de la barrera contra el incesto. Este tipo de actos nos marcan que el problema gira
en torno al objeto.
Con respecto, entonces, a no poder ingresar en la experiencia del amor posible, recordemos lo que
dice Freud en Introducción del narcisismo: “En el caso de la libido reprimida, la investidura de amor es
sentida como grave reducción del yo, la satisfacción es imposible y el re-enriquecimiento del yo sólo se
vuelve posible por el retiro de la libido de los objetos”.
Cuando es posible ingresar a la experiencia del amor, acercarse al hecho de que los sustitutos
confirman que el objeto está por siempre perdido y que más que encuentro es desencuentro, una de las
características notorias de este inicio, una reacción a esto, es la tendencia a la cristalización en cuanto a
ocupar el lugar de amante, -el que ama-, o el de amado -el objeto de amor. Vemos aquí una acentuación
imaginaria importante.
Con respecto al lugar de amante, en tanto lugar cristalizado podría caracterizarlo como instalado en
una autodesvalorización típica y una sobrevaloración del objeto de amor, ante el cuál se siente en absoluta
carencia. Freud nos dice “El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y sólo
puede restituírselo a trueque de ser amado”. En algún sentido su ser, su existencia, depende de que el
objeto de amor le corresponda. En el límite de la tragedia, dos adolescentes de la literatura, Romeo y
Julieta, deciden la muerte a la separación, que sería para ellos como la misma muerte. No parece casual
que Shakespeare haya situado este drama de amor en dos sujetos adolescentes.
La posición de amante no correspondido, puede tomar diferentes vías. En lo planteado anteriormente,
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se establece un movimiento donde no está en juego el tener o no, sino el ser, con lo cual el sujeto puede
quedar reducido a nada, al vacío, si no es correspondido.
Estos bordes munidos de una dureza muy particular, remiten al momento estructural por el que está
atravesando el adolescente, en tanto proceso de búsqueda de un lugar para afianzarse como sujeto,
siendo su sostén endeble.
En el caso de una analizante de 16 años, que al pelearse con el novio llevó a cabo un acto que puso en
peligro su vida, surgió la vivencia de perderlo todo a partir de esa ruptura. Decía: “Me siento desarmada,
estoy perdida, no tengo hambre, parezco un cactus." Esto último en su devenir significante daba cuenta de
lo espinoso, en tanto agresivo. La relación con el novio estaba caracterizada por una fuerte tensión
agresiva, que al fallar, como intento de diferenciarse uno del otro, tomados en una continuidad
narcisística, producía como efecto actos agresivos. Podemos decir que lo verdaderamente amenazante
para esta sujeto era diluirse en el otro, en el partenaire, quedando a expensas del mismo.
La dificultad de esta analizante giraba en tomo a la certeza de la existencia de un objeto adecuado. Ese
era el objeto buscado, lo que la conducía a un entrampamiento narcisista. Apareció una falla en la
escritura de la castración, en la operación de la metáfora paterna como posibilitadora de la sustitución y
desde la cual entre el chico y la madre, ya ninguno es el objeto que colme al otro.
Otra vía en relación al amor no correspondido: el amor en silencio. Ese que el sujeto atesora con dolor
y también con goce y que en tanto secreto, no da lugar a ser correspondido. Amor a un objeto idealizado:
si se da un acercamiento se pone en riesgo el ideal, en tanto aparece lo que el otro es, ya no producto de
la idealización sino alguien real, con su historia y sus propias vicisitudes. Confrontarse con ello, produce un
quiebre en esa exaltación ideal. En esta situación hay un sesgo que me recuerda al amor cortés, esa
escolástica del amor desgraciado, centrado en el amor a la Dama, quien posee todos los atributos cosa
que es sostenida a través de no acercarse jamás a ella.
Pasemos a considerar el lugar del amado. En lo fenomenológico, vemos a esos sujetos adolescentes,
elegidos por sus pares, elección que frecuentemente recae sobre los mismos, quienes en general son
bellos. Suelen adoptar actitudes soberbias y de desprecio para con sus enamorados, si bien establecen
lazos. Se constituyen en una suerte de caricatura de la belleza, patrón monolítico que circula en la cultura.
En el Seminario 7, La Ética del Psicoanálisis, Lacan habla sobre la recurrencia de lo humano en relación a la
belleza, situando lo bello y el bien, como las dos barreras a llegar al campo innombrable del deseo radical
(Das Ding).
Nos encontramos con figuras deshumanizadas, en quienes es clara la dificultad para ponerse en
contacto con la existencia de su deseo. Así, la certeza de ser objeto de amor suele producir un atrin-
cheramiento narcisista, donde por el camino de la fascinación por la propia imagen, en un mundo cerrado
sobre sí mismo, autosuficiente, se dificulta el poder desear a otro. “Narciso está perdido y conde nado por
no haber podido arriesgarse en el amor con otro y haberse replegado al amor de su imagen visual...” Amor
acuático de Narciso que queda en la superficie del lago. No pudo ir más allá en relación a la madre violada
por el Dios Fluvial.
Voy a tomar ahora algunos toctos vinculados al amor y su relación al objeto, ya que hemos visto que en
el centro de la acción del amor, se introduce al objeto.
En Freud el objeto gira en tomo a tres ejes: En relación a la búsqueda o rehallazgo de objeto; cuando
habla de objeto implícito al hacer referencia a la realidad y cuando el sujeto se hace objeto para el otro.
Situemos algunas cuestiones bastante transitadas, no queriendo decir con ello que sea poco útil
volverlas a tomar. En Las metamorfosis de la pubertad (Tres Ensayos de Teoría Sexual) plantea que la
primera satisfacción está ligada a la alimentación, siendo en principio el pecho de la madre, el objeto
pulsional. El objeto materno se irá desdibujando, hasta que terminado el período de latencia se
redimensiona la relación primitiva. El rehallazgo de objeto es un reencuentro con esta situación de otro
tiempo. “El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de
satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas y tanto más por el hecho de que esa persona -por regla
general, la madre- dirige sentimientos que brotan de su vida sexual, la acaricia, lo besa y lo mece y
claramente lo toma como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho. La madre se horrorizarla,
probablemente, si se le esclareciese, que con todas sus muestras de ternura, despierta la pulsión sexual de
su hijo y prepara su posterior intensidad”. 4 “Cuando enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su
cometido; es que debe convertirse en un hombre íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y
consumar en su vida todo aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los huma nos. Sin duda, un exceso de
ternura de-parte de los padres resultará dañino pues apresurará su maduración sexual; y también lo
“malcriará” al niño, lo hará incapaz de renunciar temporariamente al amor en su vida posterior, o
contentarse con un grado menor de este...” “los padres neuróticos tienen caminos más directos que el de
la herencia, para transferir su perturbación a sus hijas”. Ahora bien, lo más fácil para el niño sería elegir
como objeto sexual a las personas que ha amado y ama desde su niñez, Pero han de operar los diques
contra el incesto excluyendo de la elección de objeto a los parientes consanguíneos. Esto es una exigencia
cultural de la sociedad, es necesario defenderse de la concentración en la familia, para que puedan
constituirse unidades sociales superiores y opera especialmente en la adolescencia, para desatar o aflojar
los lazos contraídos en la niñez con la familia. La elección de objeto es puesta en juego en principio en el
campo de la fantasía, ya que la vida sexual en maduración, apenas cuenta con este campo de
representaciones no destinadas a ejecutarse en actos. Estas fantasías son de índole incestuoso. Claro que
en la pubertad es necesario que se produzca uno de los logros psíquicos más importantes y dolorosos: el
desasimiento respecto de la autoridad de los padres, por lo que queda creada la oposición de la nueva
generación en relación a la antigua, tan importante para el progreso de la civilización. Este es un trabajo
arduo a realizar y no siempre es posible la movilidad libidinal hacia otros objetos no parentales. Hasta aquí
Freud.
Vemos cómo plantea el escalonamiento en dos tiempos del despliegue de la sexualidad, lo que hace
que el rehallazgo de objeto sea siempre marcado por el período de latencia, de la memoria latente que
atraviesa este período. Esto hace que el objeto primero, sea rememorado de una manera en la que no han
operado cambios. El objeto, que no será sino objeto reencontrado, estará marcado por la matriz madre-
hijo. Pero aquí se introducirá una división esencial, fundamentalmente conflictiva, una discordancia
irreductible entre el objeto buscado y el objeto reencontrado, que conduce la repetición.
En el mundo humano, el punto de partida de la organización objetal, es la falta de objeto.
No hay armonía preestablecida entre el objeto y el sujeto.
En el origen, el objeto materno ligado a la vivencia de satisfacción hace marca fundando lo psíquico y
dándole direccionalidad al aparato, en tanto vectoriza hacia lo que se tiende a reencontrar. Es así como el
infans queda abrochado a un objeto humano, produciéndose un hecho de escritura bien marcado. Pero,
como ya dijimos, ese objeto está interceptado, no hay cobertura puntual madre-hijo. La operatoria de la
metáfora paterna abre al circuito de los sustitutos y éste no es al margen de las encerronas del narcisismo.
Justamente por allí, por el narcisismo, se ingresa a la experiencia del amor. Claro que está precedido
por un orden simbólico: la ecuación falo-niño, que conduce a la madre a libidinizar al hijo. Ambos aman en
el otro algo más de lo que se es. Todo esto haciendo nudo con un real irreductible, con ese vacío central
fundante de la subjetividad.
Pero la madre no lo puede dar todo y en respuesta al llamado del hijo lo que vuelve de ella es un don,
aquello que puede ser dado o no, fundamentalmente don de amor. Ella no es portadora del objeto totali-
zante, ella no lo es, no lo tiene todo; es soporte de la primera relación amorosa, en tanto es objeto del
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llamado, luego objeto tanto ausente como presente. La dimensión del don existe con la introducción de la
ley. El don implica un ciclo de intercambio. El niño primero ama a la persona que se ocupa de él. Esto lo
ubica, le da un lugar.
Hay un pasaje, una operación que debe hacer todo sujeto: de ser un objeto amado a poder desear.
En la Introducción del Narcisismo, Freud, dice que es necesario poder investir objetos, que se
produzca un descentramiento en relación a la libido del yo: “pero al final uno tiene que empezar a amar
para no caer enfermo...”. Esta carga de objeto no es ajena al amor del sujeto por su propia imagen.
Al amor lo podemos pensar como la más profunda, la más radical, la más misteriosa de las relaciones
entre los sujetos. Al principio del Psicoanálisis también fue el amor. Amor de Breuer por Ana O. y su huida,
lo que provocó el divorcio con Freud, quien insistió en la etiología sexual de las neurosis.
En el Seminario 8, "La transferencial”, Lacan sitúa los dos términos del amor: Amante (Eromenós) y
Amado (Erastés). El que ama y el objeto de amor. Esto lo va a desplegar en relación al movimiento de un
sujeto en un análisis.
El amante no sabe lo que le falta, pero debe buscarlo. El amado, como el único que tiene algo, pero
no sabe de qué se trata; claro que tiene que ver con eso de lo que el sujeto que ama carece.
Podemos establecer una diferencia entre el deseo que se fija a un objeto, que se cierra, y el deseo en
tanto deseo de otra cosa.
En lo que hace al amor hay siempre una discordancia interna. Entre estos dos términos que
constituyen el amante y el amado no hay ninguna coincidencia, ésta es sólo cobertura imaginaria. Lo que
le falta a uno no es lo que está escondido en el otro y en eso reside todo el problema del amor, lo que
encontramos a cada paso en el fenómeno del amor.
Es así que el amor, si escapa a las encerronas del narcisismo de cubrirlo todo, dará paso al amor que
es producto de que algo falta a la ilusión narcisística, enlazándose al deseo.
Entramos entonces al campo del amor en tanto significación. La relación del deseo con el objeto en
su carácter de inadecuado, producirá, a partir de la dimensión de una falta, el movimiento libidinal.
Lacan va a hablar en este mismo Seminario de la metáfora del amor, como producción en un análisis,
que consiste en un reposicionamiento subjetivo del lugar del amado al de amante. Aquél que se ofrece
como objeto colmante puede moverse al campo del desear, darse por aludido de que hay algo que no
tiene, cosa que lo conduce a buscar en otro lo que le falta. Función deseante del amor, acentuación del
sesgo simbólico, donde se detecta una ausencia, más allá de la pura presencia.
En la confrontación amorosa con otro, algo es posible si se incluye la discordancia. En este sentido no
se pondrá en juego el ser, sino la posibilidad, la alternativa de tener con alguien un amor no aplastante,
enlazado al deseo. Territorio de la parte no del todo, donde hay circulación y no cristalización de los
lugares de amante y amado, entre aquellos en los que se despliega el amor.
Con respecto a la analizante antes mencionada, en la que su ser dependía de un objeto de amor total,
el trabajo fue ir marchando hacia la relativización de ese objeto para ella, relacionado a ir reto mando la
construcción de la barradura del Otro, escritura de la castración, cuestión bastante desdibujada a partir de
un lugar paterno con fallas muy importantes y su consecuente adherencia al posicionamiento narcisista de
la totalidad como posible, cosa en la que jugaba también la historia materna, marcada por haber tenido
un gran amor en su adolescencia, el “único amor” de su vida al que “nunca más pudo olvidar" ni sustituir.
El amor introduce la dimensión de lo imposible, aunque velada por su sesgo narcisista.
Entonces, situados en la adolescencia, retomo las cristalizaciones en el lugar de amado o amante,
queda: ... amante, que aunque no sea exclusivo de este tiempo, sí adquieren una magnitud particular.
Planteo como hipótesis que dichas cristalizaciones serian efecto, en principio, del protagonismo que
adquiere un momento inicial de constitución subjetiva, de trama narcísística, como modo de enfrentar el
sismo que implica el que se ponga en cuestión la unidad, ya sea corporal como familiar. Sismo que además
se relaciona con el límite al que confronta el hecho de que en el amor, el todo es solo ficción. Que su
búsqueda pertenece a espejismos imaginarios, solidarios con la suposición del objeto adecuado.
De acuerdo a cómo el sujeto vaya atravesando estas vicisitudes, y si le es posible poner en
movimiento las fijaciones libidinales -lo que daría cuenta de la no existencia de un objeto total a partir de
la operación de la castración, ligada a la construcción de la barradura del Otro-, esto anticipará el acceso a
la simbólica del amor, donde se tratará de poder soportar que no hay continuidad del sujeto y el objeto.
Que el amor podrá desplegarse también por espacios simbólicos donde dos ya no son uno, donde la
terceridad es ineludible. Diferencia que posibilita amar a otro más allá de uno mismo.
El amor con su marca simbólica relanza el deseo hacia adelante, sostenido en que ningún objeto es el
único, el perfecto, que el rehallazgo de objeto deja algo sin recubrir, que la satisfacción es parcial.
El amor que puede incluir las diferencias es aquel que no quedará varado, sostenido en las
semejanzas, cosa que no es más que mirarse al espejo.
Así, de un punto estructurad de alienación, se pondrá en juego la posibilidad de la operación de
separación, que hará soportables las diferencias.
Puede pensarse, entonces, que los ribetes trágicos que toma el amor en algunos adolescentes surge
de encierros narcicísticos, a partir de que la verdadera tragedia es que el amor, en un punto, enfrenta a
una diferencia: a que el objeto no está al alcance de la mano en pura continuidad, que el desamparo
radical es inherente al sujeto humano. Decepción importante en relación a la unidad.
El amor en la adolescencia está marcado por su carácter de inaugural, en tanto amor posible con otro
no parental. Sabemos que todo momento de pasaje a otras circunstancias de vida son conmovedoras.
La intensidad del amor en estos tiempos de la subjetividad, es producto de la necesariedad de salir de
la endogamia, ir más allá de los padres, haciendo lazo con otros. Claro que el pasaje de la endogamia a la
exogamia, sin prótesis no se produce. Prótesis que tomará la forma de un replegamiento en el sesgo
imaginario del amor, cosa que no es para desestimar, en tanto, de acuerdo a los recursos simbólicos con
los que vaya contando el sujeto, dará lugar a otro tipo de posicionamiento.
Lo que podríamos pensar como realmente grave, es la devaluación que del amor se hace en este fin
de siglo, donde el investir objetos de amor, el amar, está interceptado por una sociedad que ofrece objetos
inertes de consumo, al modo de satisfacción de necesidades, confundiendo el ser con el tener y el deseo
con la necesidad. Se trata de pensar qué efectos produce esto en el despliegue de las subjetividades.

Inicio de las relaciones sexuales: dé encuentros y desencuentros.


Vamos a entrar ahora al tema del inicio de las relaciones sexuales. Con frecuencia se localiza en los
tiempos de la adolescencia. La travesía hacia la confrontación sexual pondrá en juego cuestiones
estructurales. Si nos preguntamos cual es el estatuto psicoanalítico particular del adolescente, su
peculiaridad estructural, podemos considerar a esta vicisitud de la sexualidad, como uno de los elementos
que nos pueden dar pistas para ir construyendo algunas respuestas.
Tomemos algunos textos de Freud:
En Tres ensayos de Teoría sexual -Las metamorfosis de la Pubertad- plantea que en estos tiempos se
producen nuevos enlaces y composiciones. Para dar cuenta de esto hace todo un recorrido en relación al
estatuto del cuerpo y su evolución biológica. Habla de la química de la sexualidad. Recorre el desarrollo de
los caracteres secundarios y de los genitales en cada sexo, que ahora se hayan dispuestos al acto sexual
(erección del pene, humectación de la vagina). Las zonas erógenas bajo una adecuada estimulación,
producirán el incremento de tensión, que hará surgir la energía motriz necesaria para llevar a término el
acto sexual. Habrá de constituirse así una satisfacción en la cual se extingue temporalmente la tensión
libidinal, ligada a la liberación de materias sexuales, cosa que aparece recién en la pubertad.
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Los cambios planteados por Freud en este texto, giran en tomo a encontrar un nuevo fin sexual, el
coito, dejando de lado la masturbación infantil como práctica central. Esto conduce a la búsqueda de un
nuevo objeto, más allá de la madre, marcando el camino de la exogamia. Otro de los movimientos a llevar
a cabo, es el intentar hacer confluir las corrientes tiernas, que quedaron ligadas a la madre y las corrientes
sensuales que se orientan a un nuevo objeto, para no anclar en una generalizada degradación de la vida
amorosa.
Este es un trabajo arduo a realizar, enlazado a la construcción de la posición masculina o femenina,
cosa que influirá más que ninguna, sobre el curso de la vida humana. Claro que, dirá Freud, los conceptos
“masculino” y “femenino” son extremadamente complejos, aunque parezcan inequívocos a la opinión
vulgar.
En el caso de la niña, ante el gran empuje puberal de la libido se produce una nueva oleada de
represión, recayendo sobre la sexualidad clitoridiana y sucumbiendo así un sector de vida sexual
masculina. En el “por fin permitido acto sexual”, el clítoris conserva la función de transmitir la excitación a
los órganos femeninos vecinos, “tal como un haz de ramas resinosas puede emplearse para encender una
leña de combustión más difícil”7. Es necesario que se produzca esta transferencia, la que participará en la
localización de la vagina, no reconocida aún.
Tomemos ahora El Tabú de la Virginidad. Allí Freud plantea que el primer comercio sexual es un acto
inquietante. Cita a Krafft-Ebing quien habla de que una persona puede adquirir un grado insólitamente
alto de dependencia respecto de otra, con quien mantiene comercio sexual.
En tomo a la mujer aparece el temor localizado en la desfloración, siendo el primer comercio sexual un
riesgo especialmente amenazador; además es considerada como fuente de peligro, acaso porque ella
“parece eternamente incomprensible y misteriosa, ajena y por eso hostil”. Con mucha frecuencia, en el
primer coito la mujer se siente desengañada en tanto no le procura todo lo que de él se prometía. Es así
que el peligro oculto en el desfloramiento sería el de atraer su hostilidad. En estas circunstancias se ponen
en movimiento una serie de mociones inutilizables para la deseada actitud femenina, ligadas a la envidia
del pene que se activa (diríamos enfrentarse a la castración). Hay una cuestión muy importante en la
intensidad de las primeras fijaciones de la libido, lo que hará resistencia en la distribución libidinal, ante el
conmocionante primer acto sexual.
Detrás de esta envidia del miembro viril, se vislumbra la hostilidad que nunca falta por completo, en la
relación entre los dos sexos. Entonces, la desfloración, ligado a la insatisfacción sexual de las pri meras
relaciones sexuales, no tiene sólo como consecuencia ligar duraderamente la mujer al hombre, sino que
desencadena también una reacción anárquica de hostilidad contra él.
De este texto freudiano subrayemos el carácter de acontecimiento de la primera relación sexual, el
desengaño que se pone en juego en la mujer y la reacción de adherencia y hostilidad entre ambos sexos.
En La Sexualidad Femenina, Freud va a tomar también el desengaño o defraudación, pero situándolo en
los hijos en relación a la madre. Va a decir que el amor del niño es desmesurado, exige exclu sividad, no se
contenta con parcialidades, es incapaz de una satisfacción plena y esa es la razón esencial de que esté
condenado a terminar en un desengaño, apareciendo la hostilidad- La decepción de los niños parte de
descubrir la castración en la madre.
Con relación a este tema, en La Significación del Falo (Escritos 2) Lacan va a puntualizar: 1) Que la niña
se considera castrada, es decir privada de falo, por la operación primero de la madre y luego del padre,
operando aquí una transferencia en el sentido analítico. 2) Primordialmente en los dos sexos, la madre es
considerada como provista de falo, como madre fálica. 3) La significación de la castración toma su alcance
en cuanto a la formación de síntomas, sólo a partir del descubrimiento de la castración en la madre. 4) En
la niña, Freud localiza primero la maduración genital por la dominación imaginaria del atri buto fálico, que
localiza este goce en el clítoris. Existe en los dos sexos, la exclusión de toda localización libidinal de la
vagina como lugar de penetración genital. Dice Lacan que esta ignorancia es muy sospechosa de
desconocimiento y que a veces es totalmente inventada.
He tomado La referencia a estos textos, a modo de mojones que marcan un camino.
Hay un trabajo, entonces, que se le presenta al adolescente, en términos freudianos, y que es el pasaje
de lo fálico -en cuanto a masculino-castrado- a lo genital, tarea que debe llevar a cabo el púber y que
atraviesa todo el movimiento de la adolescencia. No es lo mismo la categoría no-pene a la categoría
vagina. Algo se resignifica en cuanto a la satisfacción posible. Para Freud el concierto de pulsiones
parciales se reúne en una pulsión genital. Para Lacan no es así: el concierto pulsional está abrochado a
través del falo, como significante de la falta, función de la castración simbólica articulada en la fase fálica.
En la iniciación sexual, ¿cómo se enfrenta el adolescente a la diferencia genital? ¿Con qué recursos
cuenta para que esto pase de lo horroroso a lo deseable, a desear al otro? En la masturbación, lo perverso
polimorfo va a desplegarse en tomo al eje de la descarga masturbatoria genital.
En todo este proceso, ¿cómo soporta su ambigüedad el adolescente? Porque ya hemos dicho que ir
hacia lo masculino o femenino, es un arduo camino a recorrer. Por lo tanto, no se trata de diagnosti car
perversiones, dado que en esta metamorfosis, en este cambio de forma, hay una búsqueda intensa en
torno a encontrar significantes que vayan representando al sujeto en relación a la vida erótica.
Con respecto a la iniciación de las relaciones sexuales tomaré algunos fragmentos de la clínica.
Una analizante adolescente, contemporáneamente al comienzo de las relaciones sexuales, refería
sentirse sin padres, desamparada, con falta de puntos de referencia.
No contó a su madre sobre esta experiencia, cosa sobre la que volvía una y otra vez, preguntándose
qué era lo correcto a hacer. En un frondoso despliegue fantasmático se fue dando una oscilación entre "no
me puedo sacar a mi mamá de encima”-referido a sentirse muy controlada por ella-y "no la encuentro a
mi mamá, nunca esto” aludiendo a sentirla ausente, haberse quedado sin ella. Surgió un montaje de
preceptos religiosos y de interpelaciones superyoicas. Entonces, de la alusión a falta de sostén, pasaba a
sentirse sin distancia con respecto a la madre.
Otra analizante adolescente, ante su primera experiencia, le contó a su madre lo ocurrido. Decía "nos
une una gran amistad", “no hay secretos entre nosotras”. La intimidad de cada una se evaporaba en tanto
el deber era contarlo todo, regla que funcionaba para ambas. En la sujeto apareció, pasado poco tiempo,
un fuerte desvanecimiento del desear, una angustia intensa detrás de una mascarada de armonía, con
detención en el movimiento libidinal. La alusión al padre era en términos de desvalorización.
En ambos casos surgió, con singularidad significante, haber entregado el cuerpo: este le pertenecía a su
pareja y a la inversa adueñándose mutuamente, cosa que sería por siempre, con un consecuente
desprendimiento de angustia.
¿Hay algo que se ha conmovido a nivel de la estructura ante este acontecimiento inicial? -en términos
freudianos, acontecimiento habla de un antes y un después-. No fue lo mismo antes que después de
producirse.
Allí donde el encuentro sexual va a desembocar en un desencuentro radical, en tanto dos no serán uno,
sino discontinuidad, diferencia, allí aparece fantasmáticamente una superficie continua: los cuerpos se
poseen mutuamente, ya son inseparables, hay complementariedad, positivación del mito del Andrógino.
Pensemos en los primeros tiempos de la constitución subjetiva, donde supuestamente hay continuidad en
relación al Otro primordial, montaje narcisistico que sostiene.
En el primer caso, el desamparo, la sensación de orfandad, efecto de haber ido más allá de la mirada
materna, alterna con un reflote de la unidad a través de “no me la puedo sacar de encima”. A pesar de sus
dificultades, la analizante preserva un espacio de intimidad, que toma valor simbólico: no ser transparente
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al Otro, soportar serle “infiel”.
En el segundo caso el espacio de intimidad no aparece, tapado por el “no hay secreto entre nosotras”,
donde todo se comparte, conduciendo a una superficie continua, sin fisuras, cosa que se acentúa al surgir
fantasmáticamente mí historia es la de mi mamá”. Esto conduce a cierta abolición de ella como sujeto al
borrarse la diferencia, al ser transparente al Otro, generando fijación libidinal y detenimiento en el circuito
del desear.
Entonces, en relación a estos dos casos considero que ante el desencuentro radical al que enfrenta el
acto sexual -tomando acto en términos del decir común-, surge con fuerza la adherencia al Otro primordial,
Telando la diferencia irreductible que se desprende de las vicisitudes de la castración.
¿Qué es lo que hace posible llevar a cabo el inicio sexual, cuando el ponerlo en juego no queda retenido
por las coartadas neuróticas?
Se trata de poder ir más allá de la actividad masturbatoria, del autoerotismo, ante la imposibilidad de
completarse el sujeto mismo sobre el propio cuerpo. Esto impulsa hacia el otro, de modo que se intenta
encontrar eso que falta, en el cuerpo del otro. Hay búsqueda de un reencuentro, que abre al circuito de La
repetición: volver a encontrar aquello que supuestamente se tuvo y se perdió, esa satisfacción añorada, a
través del intento de recuperarla.
En la confrontación sexual se pondrá en juego la relación incestuosa a través de la repetición de la
escena edípica, en tanto suposición de reencuentro con el Otro primordial, en relación al cual, el sujeto
ocupando el lugar de objeto lo completaría, reencarnándose así la mítica unión madre-hijo. Aparece
sobrevolando a los partenaires la idea de unidad: sueño neurótico donde dos hacen uno.
Se parte entonces de la confrontación de cada partenaire con la madre y no de una confrontación de
entrada entre dos sexos diferentes. Montaje de cada partenaire en relación a la unidad, no uno en relación
al otro.
En el acto sexual los seres humanos localizamos el modelo de satisfacción, algo que está valorado en la
cultura así como en los discursos de los analizantes, como el punto culminante, el punto máximo de goce
esperado. Y algo de esto pasa.
Sin embargo algo más sucede allí, eso que se enuncia como “cara decepcionante de la satisfacción”,
que se da cuando se produce la separación de los cuerpos que intentaban hacer una sola carne. Hay una
diferencia entre el goce esperado y el obtenido.
En el acto sexual, entonces, opera una especie de engaño constitutivo: se busca en ello la
complementariedad de los sexos, borrar la diferencia, la falta estructural, velando dicha falta. Esto último
da lugar a que surja algo de goce, no el goce como todo, campo de lo mítico. Que se pueda acceder a una
cuota de goce posible.
Pero también vemos que a su vez, el acto sexual es lo que enfrenta a la diferencia radical, a un
desgarramiento: el acercamiento de los cuerpos hace presente la castración.
Lo humano se constituye a partir de un límite, que aunque doloroso, es posibilitador.
Es justamente en el desencuentro, que algo de lo propio puede encontrarse.
Ahora, querría articular algunos conceptos que están operando en lo planteado anteriormente.
Cuando nos referimos al acto sexual inmediatamente se pone en juego el estatuto del cuerpo, como
hemos visto hasta ahora. Cuerpo que debe ser investido de significación, sino es cuerpo real y eso es
insoportable.
Lacan dirá que el descubrimiento del análisis es que el acto genital tenga que encontrar su lugar en la
articulación inconsciente del deseo.
Hablar de cuerpo nos conduce a hablar de pulsión, la que implica una modificación en el cuerpo, una
inscripción que constituye el primer efecto del significante en el ser viviente, marca que el Otro escribe
sobre una superficie corporal a partir de la demanda. La madre inicia la demanda: dice cómeme a través
del objeto pecho; así inscribe la demanda oral. En términos freudianos, recuerden la represión originaria y
el enlace de la pulsión a la agencia representante, así como es la madre la que libidiniza al hijo.
Si hablamos de pulsión es necesario conectarla al concepto de goce, que es fundamentalmente goce
dé un cuerpo.
Existe el supuesto de que alguna vez se tuvo algo y se perdió, en el sentido de un goce adjudicado al
cuerpo real, cuerpo de la "naturaleza” capaz de todo el goce. Esto es muy importante porque es lo que
conduce al sujeto al acto sexual, como intento de recuperarlo.
La pulsión se dirige siempre a una meta cuya satisfacción nunca es plena, pero no deja de aspirar a
ello. Consiste en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción. Pero en la vuelta ya no es lo mismo.
La diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido, engendra el factor pulsionante,
tensión que pulsa siempre hacia adelante, como lo plantea Freud en Más Allá del Principio del Placer. El fin
de la pulsión es el apaciguamiento, más que la descarga total. La satisfacción de la pulsión es una
satisfacción insatisfactoria. Solo hay satisfacción parcial. Es una parcialidad de goce, de acceder a algo de
ese goce todo. Solo se recupera algo de goce.
La existencia del sujeto deseante se concibe a partir de la multiplicidad de rodeos y estos rodeos se
sostienen en las vueltas de la pulsión alrededor de un objeto inexistente. Recuerden ese objeto primitivo,
perdido definitivamente, en relación al cual opera la interdicción del incesto; es Un objeto que debe
perderse, que en realidad nunca estuvo.
Podemos hablar de dos caminos de la falta radical, estructural, a la que se enfrenta el sujeto humano:
El del deseo: si bien es enigmático, el deseo “habla”. En esencia es inarticulable, aunque ciertas
articulaciones pueden hacerse, inscribiéndose en los significantes inconscientes. Se relaciona con el falo y
éste con la castración.
El del goce: que como satisfacción pulsional es mudo, puro goce corporal, se enlaza al objeto a en la
conceptualización de Lacan.
La castración opera como gozne entre ambos. Tiene por lo menos dos funciones: 1) operar como
límite al goce, goce del Otro; 2) es la condición de goces posibles (fálico, suplementario, etc.). Es necesa rio
que el goce todo sea rechazado, haciendo articulable la ley del deseo. La castración produce la tachadura,
pone un límite a aquello que por otro lado sería imposible: colmar a la madre, a través de ubi carse en
objeto de la total satisfacción pulsional. El goce del Otro es el prohibido, el incestuoso con la madre, el que
no debe estar. Y surgen otros goces, pero parciales: por ejemplo el goce fálico rt
(que veremos se pone en
juego en las relaciones sexuales) y el goce suplementario (plus de goce, goce femenino, goce mítico).
En la interdicción al goce del Otro, opera la metáfora paterna, produciendo un no encuentro entre el
hijo y la madre.
Vemos que el desear es efecto de que no hay un cierre sobre sí mismo en el campo inicial de la
satisfacción, lo que deja un resto. Allí el movimiento de la repetición y la búsqueda de reencuentro de un
goce supuestamente rellenable. Pero, dijimos, se produce sólo algo de goce, que está en lugar de ese
todo.
Tomemos un poco más el concepto de repetición: el aparato se motoriza en búsqueda de lo idéntico a
la primera experiencia que es irrepetible, pero no hay tal posibilidad. Se trata de una pérdida de la que
queda huella, marca significante, posibilidad de un sistema simbólico que inscriba, represente. El
significante no permite la reproducción de lo idéntico, sino que en cada vuelta instala la diferencia. La
vivencia de satis "acción es el mito de que alguna vez hubo objeto. La repetición repite el fracaso del
encuentro con el objeto. Lo real de la repetición es lo p ardido para siempre. La repetición es simbólica
porque pide por lo nuevo, en cada vuelta se ponen en juego diferentes cosas. Es significante pero
pretende un encuentro real.
Lacan articula repetición significante con satisfacción y allí ubica al Complejo de Edipo, postulando que
en el acto sexual se repite la escena edipica, pero en algo falla.
Ahora, podemos introducir algunas cuestiones en relación al objeto a. Refiere a una fe-Ita estructural,
la radical inaccesibilidad al objeto total de satisfacción pulsional. En Freud y Lacan el Das Ding, la cosa, el
cuerpo erógeno de la madre para siempre perdido y por lo tanto razón y causa del deseo, es un
antecedente del objeto a, -invención de Lacan-, que marca fundamentalmente el real en la estructura
subjetiva, el agujero, lo enigmático, aquello que siempre se nos escapa. El objeto a en tanto causa de
deseo, es lo que no entra en el intercambio, no participa.
La sexualidad es efecto le la posición que adopta el ser parlante en relación a la castración, al no poder
serlo todo, al no poseer los dos sexos. Lacan considera al objeto a como a-sexual (más allá de la
sexualidad). Es la condición de surgimiento del deseo y el objeto inherente a la pulsión. El objeto a es
irreductible al significante.
En tanto se define como lugar vacío, es lo que permite funcionar a toda la estructura, por lo tanto a la
sexualidad. No hay coincidencia ni armonía. Por el contrario, nos encontramos con el sujeto barrado, con la
barradura del Otro y con un resto, que testimonia que las cuentas no cierran, que algo no encaja: el objeto
a.
El falo es otra cosa. No es un objeto, ni una fantasía, ni un órgano. Así lo enuncia Lacan en la
Significación del Falo.
Es un significante. Significante de que algo falta. Es hacia donde tendemos, aquello que aparece como
“alcanzable" en el deseo. Velando la radical inaccesibilidad, la falta estructural del objeto a.
El falo permite la transformación de lo horroroso en deseable -recordemos La cabeza de Medusa,
tomada por Freud de la mitología, en relación al efecto terrorífico de los genitales de la madre, en tanto
castrados-, A partir de este movimiento empieza una búsqueda, articulada al deseo.
Freud tomó referencia del lugar que le daban los antiguos al falo (como insignia, estandarte, las obras
de arte, etc.).
Entonces, el falo enlazado a la castración es lo que hace límite al goce, pero a su vez es lo que impulsa
a la búsqueda del otro. En esto hay un hecho central traumático: que entre el hombre y la mujer “algo no
anda".
El falo y el objeto a no se confunden. Objeto e como causa de deseo, falo como posibilidad de
satisfacer el deseo. Pero siempre queda un resto. rt
En el fantasma adquiere consistencia la superposición del falo y el objeto a. Como si efectivamente
fuera posible completar al Otro. Pero si el Otro desea, es porque esta barrado, es perfecto, le falta algo, no
sabe todo, ni tiene todos los poderes.
El fantasma aparece en tanto respuesta al deseo del Otro. Fija a un sujeto al lugar de objeto, como si
éste pudiera ser encarnable. Hecha un velo sobre la falta en el Otro. Así d sujeto se ofrece en tanto objeto
de goce, -entra a la relación sexual como a -, y allí obtura la falta del Otro, -se dirige a la madre en el acto
sexual, queriendo hacer Uno-
Sin el soporte del fantasma es imposible enfrentarse al real del cuerpo.
Vemos que si el fantasma surge en relación a la falta del Otro, es porque ha operado el registro de la
castración, lo que permite que sea posible su montaje.
En el Seminario Lógica del Fantasma, Lacan toma la vertiente de la lógica para establecer un menor
enlace del fantasma con el predominio de lo imaginario, dándole un estatuto a nivel de la estructura.
Avanza sobre el concepto de objeto a en un trabajo de despegamiento, porque sobre el a se acumula lo
imaginario (Seminario 7) pero tiene otro estatuto ¿Cómo acceder al a despojándolo de los ropajes
imaginarios con que se lo recubre? Para ello recurre a la lógica matemática, como herramienta
simbólica. Es aquí donde Lacan desarrolla el tema del número de oro. Solo voy a darles algunas pistas
con respecto a esto.
El número de oro es un número irracional, decimal, no periódico, inconmensurable. Con el tema de los
números irracionales se produjo una gran conmoción. Se crearon verdaderas situaciones de irracionalidad,
ya que los pitagóricos, los primeros que intentaron basar el universo en las matemáticas y las razones
lógicas, se encontraron abruptamente con números que no cerraban, que no eran exactos, que podían
seguir al infinito, sin un número final de cierre (por ej. 3,1416...). Ante esto se creó gran desesperación:
que no hubiese exactitud, había alguna falla. El número de oro es la expresión matemática, la escritura en
número de la proporción aurea o divina. Cuando hablamos de proporción nos referimos a la relación entre
dos razones. Lacan toma el término inconmensurable que refiere a que no hay medida común entre dos
cosas (si yo-tomo un lado y la diagonal de un cuadrado no tienen entre sí una medida en común, no
coinciden, queda una diferencia). En relación a esto, los griegos introdujeron una operatoria que llamaron
armonizar y que es hallar una proporción entre dos términos. Se puede hallar un modo de relacionar dos
segmentos inconmensurables y la expresión numérica de esa proporción es lo que llamamos número de
oro. El enunciado de la proporción áurea es que la suma de dos magnitudes es a la magnitud mayor, como
la mayor es a la menor (tomando segmentos que se dividen y que no coinciden sus medidas).
Todo esto es de una complejidad importante. Es engorroso el sólo nombrar estas cuestiones, que es lo
que he hecho, pero interiorizarse en el tema puede ser muy útil. Por lo menos para mí lo fue y lo sigue
siendo, en el sentido de establecer un puente entre esto y la clínica, que aunque no lo parezca existe y que
me ha servido para despejar algunas cosas.
¿Cómo toma Lacan esta proporción áurea en relación al acto sexual, acto que hemos visto, produce
satisfacción por un lado y decepción por otro? Dirá que la madre tiende a la unidad, al 1 porque en ella
aparece la idea de que ella y el niño hacen 1. Unificación cercana a la idea de todo. Entonces, cuando el
sujeto se precipita al acto sexual, lo pensamos no como la relación de dos personas, sino como la
confrontación de alguien con la idea de unidad. Por eso podemos representarlo como la relación entre a y
1; a, porque se trata de la relación incestuosa por lo que el sujeto entra al acto sexual, -ya lo he planteado
antes-, como el objeto que presuntamente completa a la madre y el 1 del lado materno refiere a la idea de
unidad, como siendo con el niño o la niña una sola carne...
Entonces, la proporción áurea es para dar cuenta del hecho en sí de la inconmensurabilidad (no hay
medida común, coincidencia) entre los dos partenaires de la relación sexual: rt
no podrán nunca ser 1,
coincidir.
Esto marca el hecho mismo del desgarro, de la inadecuación. No hay coincidencia del sujeto con el A
primordial, queda un resto, de allí surge la falta. Lo que nombra la falta, el desgarro esencial es lo que
llamamos a.
La proporción áurea y el número de oro, -si subrayamos sobre todo el fracaso de querer cubrir la
inconmensurabilidad, no coincidencia, -es el modo de nombrar, de decir esa inadecuación de estructura,
una marca de la falta. Aquí se despliega la diferencia entre la satisfacción obtenida y la esperada. “Una y
otra vez los fantasmas nos llevan a la cama en el intento de repetir el goce añorado, supuesto en la escena
primaria”.
En lo que refiere a la construcción de la posición sexual, donde hombre y mujer no nacen, se hacen, nos
encontramos con “La verdad” de la religión que en su dogmática estipula que hombre y mujer nacen como
tales, con la consecuencia de estar predestinados el uno para el otro, en posiciones complementarias,
produciéndose así cobertura del resto irreductible que aparece entre ambos. Esta postura ha traído y trae
consecuencias muy importantes, también en lo que hace a la iniciación sexual del adolescente, cuando se
intenta “saberlo todo” acerca de las vicisitudes de la sexualidad humana. Este es un punto para de sarrollar
en otra ocasión; me refiero al lazo de algunos adolescentes al fenómeno religioso, en tanto éste da
respuestas sobre la vida.
Retomando el trabajo de Lacan, en La Significación del Falo, toma lo que llama comedia de los sexos,
donde con el acto sexual se pone en juego el goce fálico, que consiste en que tanto hombre como mujer
irán a buscar ese significante, -el falo- en el cuerpo del otro, lo que hace a cada uno deseante y deseable.
En esta comedia se aman ideales: el hombre que lo tiene y la mujer que lo es; esto permite sostener la
ilusión de que sería posible el acto sexual, obturar la falla constitutiva. Es más preciso decir un parecer
tener (impostura masculina] y un parecer ser (mascarada femenina). El parecer ser el falo hace a la mujer
deseable, objeto de deseo, fantasmáticamente objeto completo, que causa la erección en el hombre. El
parecer tenerlo, tener todos los atributos, hace al hombre deseable para la mujer. Pero el acto sexual los
confrontará con la castración, que solo parecen, que es posible un goce parcial.
En este sentido es importante el movimiento en el adolescente con respecto a poder incluir la
diferencia, incluir que el otro desea y es deseable, que justamente la diferencia posibilita el poder
“encontrarse” a partir de ese desencuentro radical. Esto es muy conmovedor y arroja al intento de
completar al Otro, renovando fijaciones libidinales pretéritas. En tanto el Otro está atravesado por una
falla, no puede responder satisfaciendo a la demanda del sujeto, y no es que no responde porque no
quiere, sino porque no puede. De ahí que angustia la castración en el Otro. Algo más en relación a lo
traumático: el hombre nace malentendido, determinado desde una estructura que deja un hueco.
Pensemos lo sexual como lo real que marca al Psicoanálisis y tomemos lo traumático como un real no
ligado pero que puede ser contorneado, en algún punto nombrado por los significantes.
Considerando el inicio de las relaciones sexuales atravesado por lo que de traumático tiene en sí mismo
el despliegue de la sexualidad, en tanto hay algo que “no encaja”, he podido notar en la clínica en más de
un caso, un impasse, un silencio particular con respecto al tramo primero de las relaciones sexuales,
producido durante un tiempo importante. Cuando a una de las analizantes le pregunté cómo iba viviendo
esa situación, la respuesta fue “todo bien”, pasando a hablar inmediatamente de otra cosa. Al decir
silencio particular, me refiero a que no se trata de abstención de las ocurrencias -cuestión resistencial
ligada a lo reprimido- sino que considero opera allí un real que resiste a la significación. Aparece algo que
cuesta hacer entrar al campo de los representantes, que se produzca alguna ligadura significante. Esto
último fue desplegándose muy lentamente, entrando poco a poco en el discurso de la analizante, en el
marco del movimiento del análisis. rt
Lo que he ido desarrollando gira en tomo al aforismo de Lacan “No hay relación sexual “(Seminario 20
Aún). En La lógica del fantasma aparece “No hay acto sexual “como cuestión de estructura. Si pensamos el
acto como el instante en que se escinden radicalmente sujeto y objeto, como el único lugar donde el
sujeto está representado como pura división -el acto analítico, el acto sexual, al intentar borrar la falta, la
escanción subjetiva, no es un verdadero acto.
Retomando las dos analizantes citadas, vemos con la singularidad de cada una, el enlace fuerte al
objeto primordial, como estrechamiento de un lazo allí donde apareció el agujero, en un intento de
velarlo, de borrar algo decepcionante, del orden de la castración, pronunciando la conflictiva de alienación
-separación, en relación a la madre, en el intento de oficiar de tapón a la castración materna en tanto
traumática.
En los dos discursos hablar de la madre, fue lo que apareció.
Estas vicisitudes clínicas me condujeron al trabajo intenso de los textos y por primera vez pude ver más
claramente que lo que anuda por ejemplo, Psicoanálisis y Matemáticas, va más allá de ser una sofisticación
teórica refinada, en tanto se pone en juego en el trabajo cotidiano. Las matemáticas, como producción
humana, llevan un recorrido de milenios en nuestra cultura y siguen haciéndose presentes día a día,
diciendo algo acerca de las subjetividades.
En un adolescente, entonces, el tema es cómo, se enfrenta al aspecto decepcionante del acto sexual,
con qué recursos cuenta para que esto no lo aprese por ejemplo en fuertes inhibiciones. Cómo opera en él
lo que circula en la cultura como imperativo superyoico y no planteado como posibilidad, que consiste en
“Debes gozar”. En la comparación con el ideal deviene la angustia. Cuando va muy bien, no hay
problemas, bárbaro decía un analizante de 18 años, “Pero hay algo que no entiendo, después de estar
con mi novia me parece que no me siento como debería estar; pipónpipón, no sé, eso me vuelve loco,
porque los vagos cuentan cada cosa y yo allí me parece que no entro, aunque yo también me la cuento.
Desde lo simbólico, el adolescente oscila entre dos posiciones: una, en la que ya dispone de un acervo
simbólico más firme; la otra, si bien lo va construyendo, aún su lazo al Otro real es muy fuerte y
determinante.
Una chica de 16 años, sitúa la tendencia a aislarse y la vivencia de toda una trama de inhibiciones, a
partir del momento en que fue retada a gritos por su padre, quien se dirigió al encuentro de ella y su
novio, que estaban viéndose en la esquina de la casa. El padre la zamarreó y se la llevó a la casa,
generando incluso una falta total de privacidad, ya que algunos vecinos salieron a la calle a ver que sucedía
y se encontraron con esta situación, devenida drama. Esto puede tomarse desde la perspectiva de que allí
hay un padre “desprevenido”, atravesado por un malentendido ligado a la dificultad para soportar los
efectos de la ley de prohibición del incesto, para dejarse sustituir, para poder incluir el cambio que viene
desde la hija.
Otra cuestión se abre en relación a los temas que estamos tratando. ¿Qué sucede entre la vía del
amor y la vía de la sexualidad, en términos de confrontación sexual, de confrontación de los cuerpos?
Una analizante de 17 años, luego de dejar de salir con su primer novio, con quien se había iniciado
sexualmente, tuvo un encuentro sexual con otro chico. Entró en una situación dificultosa a partir de
plantearse “que no había sido por amor”. Cosa que por 1o demás he escuchado mucho en los análisis con
los adolescentes, siendo algo que también circula con frecuencia en la cultura. Surgió un estado de mucha
angustia, a partir de sentirse fuertemente desilusionada en relación al chico y a ella misma. Aparecieron
críticas intensas respecto a su cuerpo, “imperfecto y desagradable, lleno de fallas”. Todo esto fue
entramándose en una compleja situación transferencial, con momentos de verdadera detención en su
análisis.
En este caso parece ser el amor o la alusión fuerte a él, lo que le posibilitó
rt con su primer novio,
enfrentarse al real del cuerpo, velándolo. Es lo que le permitió implicarse en esa compleja confrontación, y
al faltarle el sostén del amor, le produjo una conmoción importante a nivel de la estructura.
Amor, que en su circuito fálico, opera como prótesis ante el desencuentro radical al que enfrenta la
relación sexual, aportando algo para que lo horroroso pueda convertirse en deseable.
Vimos que el lazo entre las mociones tiernas y las sexuales es uno de los trabajos a realizar en la
adolescencia, en tanto si siempre van por vías diferentes, nos encontramos con una degradación de la vida
amorosa. Claro está, que una cosa es el lazo que se va construyendo por operaciones que se producen a
nivel de la estructura, y otra muy diferente es lo que aparece como mandato superyoico o cuestión
imprescindible a ser cumplida, -en el ejemplo “debe ser por amor"-, porque de lo contrario surgiría la
hegemonía de un vacío imposible de soportar.
Este tema tiene muchas aristas. He desplegado algo. Se trata de dejarlo abierto a la reflexión y sujeto a
las vicisitudes con las que nos enfrentamos día a día en el trabajo con los adolescentes.
En la publicación de uno de sus casos, -la homosexual femenina- Freud enuncia que la situación exigida
por el análisis, única en la que éste puede desarrollar su plena eficacia, es aquella en que un sujeto llega
por propia voluntad en demanda de ayuda, a partir de un conflicto interno al que no puede poner término
por sí solo.
En este caso, la adolescente fue llevada por sus padres, moviéndolo a Freud a realizar reflexiones con
respecto a estas cuestiones. No es casual que aparezcan en este historial, ya que con mucha frecuencia nos
encontramos con dicha situación en el trabajo con adolescentes. ¿Pero el ser llevados implica que no hay
posibilidad de análisis con ellos, o que no es posible producir efectos de eficacia?
¿O en realidad nos encontramos con ciertas particularidades sobre las que es necesario ponerse a
trabajar, para ver qué limitaciones y posibilidades giran en torno a ellas?
Podemos pensar al niño y al adolescente como un analizante “no habitual”. Se ha hecho con frecuencia
una extensión del saber con respecto al adulto hacia el adolescente, ante las situaciones paradojales a las
que éste nos enfrenta. El traslado de un saber predeterminado a lo no sabido, va a contrapelo del
movimiento adecuado de un análisis. Esta “adultización” no es sin consecuencias. Conduce
frecuentemente a interrupciones del tratamiento, ligadas fuertemente a las resistencias del analista, quien
no ha podido dar Lugar a las diferencias estructurales que aparecen entre el adolescente y el adulto.
Una chica de 15 años, -la llamaré Gabriela-, llega a análisis a partir de sensaciones intensas de vacío y
muerte, problemas con la alimentación, rechazo a sus formas corporales. Aparece una “alianza” muy
estrecha entre madre e hija, y un padre desvalorizado. Tanto el padre como la madre hablan de amarla
muchísimo, “es el centro de nuestras vidas, esta chica es maravillosa". En esta paciente van surgiendo
cuestiones sumamente importantes: recuerdos infantiles, asocia libremente, habla mucho, se queda
pensando en lo trabajado. La analista dice -en supervisión- “esto chica es bárbara, hasta ahora no había
tenido una paciente adolescente así”. Al tiempo, más o menos breve, interrumpe, retomando luego de dos
meses.
En este caso hubo una fuerte pregnancia de transferencia imaginaria por parte de la analista.
Despliegue resistencial movido desde el campo del narcisismo, a través del “ideal de adolescente” y siendo
también para ella una chica demasiado amada y para admirar. Allí entró en el circuito de los padres,
cuando en realidad el analista debe ser un “extraño aceptado”, capaz de escuchar, no en continuidad con
los padres, ya que esto conduce a callejones sin salida.
La interrupción del trabajo produjo una reubicación por parte de la analista, haciéndose posible luego
proseguir trabajando sobre la problemática de la analizante: su encarcelamiento en el lugar de objeto
adecuado, el único y el mejor, centro de todas las miradas, hegemonía de lo pulsional escópico.
A partir de esta situación clínica, tomemos el concepto de resistencia. Lacan, rt
en relación a lo que fue el
Post-freudismo, donde el lugar del analista aparecía como aséptico y las dificultades sólo del lado del
paciente, resitúa las cosas y dice que es tiempo de preguntarnos acerca de los analistas, de cómo
analizamos, y no solo interrogarnos con respecto a los analizantes. Trabaja sobre la importancia
fundamentalmente de la resistencia del analista, cosa que no quiere decir que no la haya también del lado
del analizante.
En el Capítulo VII de La interpretación de los sueños, Freud define a la resistencia como “todo aquello
que interrumpe el progreso de la labor analítica", es decir, lo que suspende, altera, destruye la continui dad
del trabajo. En Construcciones en el análisis, dice que la resistencia es la que prolonga el ocultamiento de
una verdad que no ha sido descubierta, develada. Resistencia, entonces, deteniendo un movimiento. En el
desarrollo freudiano, resistencia y represión marchan juntas, como anverso y reverso de una misma
moneda. Lo que se manifiesta por intermedio de la resistencia es lo que llamamos lo reprimido, siendo el
objetivo de la primera proteger la represión. ¿Qué es lo que en tanto reprimido y no trabajado en el
analista, puede operar haciendo resistencia a la escucha? En este caso planteado, ¿qué “puntos ciegos”, en
términos freudianos, intervinieron deteniendo el trabajo?
Hablar de resistencia nos conduce al concepto de transferencia. Recordemos la paradoja de la
transferencia en Freud, que si bien sólo a través de ella es posible analizar, a su vez es el arma más
poderosa de la resistencia. Detectar los movimientos transferenciales no es sencillo. No es frecuente que
se nos presenten a las claras. Es fundamental el trabajo en supervisión para ir abriendo estas cuestiones,
junto con lo que refiere a lo resistencial en el analista, desde qué lugar está operando. Con respecto a esto,
en el Seminario 8 “La Transferencia”, Lacan toma el concepto de contratransferencia, eso que se entendió
como todo aquello que el analizante hacía sentir al analista, a partir de lo que iba desplegando. Efecto en
el analista de algo más allá de él. No quiere decir que esto no suela suceder, pero es necesario centrar las
cosas de otro modo. Lacan plantea que no es un término correcto y que podemos hablar de movimiento
transferencial en el analista (recordemos la relación transferencia- resistencia), que se despliega en el
marco del dispositivo analítico.
Pone en cuestión la vía de la apatía estoica en el sentido de la imagen de un analista insensible. De no
ubicarse allí ¿puede ser imputable a alguna insuficiencia en su preparación? Por el solo reconocimiento del
inconsciente, no queda el analista por fuera del campo de las pasiones: “su temor que no es del error sino
de la ignorancia, su gusto que no es de satisfacer sino de no decepcionar, su necesidad que no es de
gobernar sino de estar por encima”.
Claro que es necesario ir más allá de la relación dual. La palabra instala una terceridad y el análisis
debe girar en tomo al discurso del analizante. La contratransferencia no quiere decir una especie de
imperfección de la purificación del analista, sino que se trata de la implicación necesaria en la situación de
transferencia; es la consecuencia necesaria del fenómeno de la transferencia.
Justamente, si el analista se enlaza a la apatía es en tanto se juega en él un deseo más fuerte, que lo
conduce a no pasar a los hechos con su paciente, como podría ser "tomarlo en sus brazos o tirarlo por la
ventana”. Sigue diciendo Lacan que auguraría mal de alguien que nunca hubiera sentido eso, pero de lo
que se trata es de analizar, escuchar. Cosa que podemos pensar como efecto de la función deseo del
analista, que conduce a sacar a luz las manifestaciones del deseo del sujeto, a través de una posición
abstinente por parte del analista.
Con respecto a la acentuación del sesgo imaginario de nuestro trabajo podemos situar: por ejemplo
cuando esperamos tal o cual cosa del analizante; cuando los que demandamos somos nosotros; cuando el
análisis es aplastado por el furor curandis al no poder escuchar aquello que no sea esperable; al
manejamos dogmáticamente; al no escuchar la singularidad (por ejemplo poniendo enjuego las genera-
lidades sobre la adolescencia, lo que impide escuchar a ese sujeto) y operar rt
desde una posición
pedagógica queriendo educar al adolescente, lo que no es ni más ni menos que el ejercicio de un poder, en
tanto nosotros somos los que sabemos supuestamente cómo se debe proceder en la vida y nos
disponemos a enseñarlo.
Claro está que no se trata de suponer a lo imaginario como “lo malo” a desterrar. Es parte de la
estructura y en la dirección de un análisis, obviamente se pone en juego. Se trata de estar advertidos
acerca de ello, poder ir más allá en los momentos en que ciertas capturas impiden la escucha, ya que a
veces nos sucede. Pero si se instala como constante, no hay análisis. Que esté por fuera de nues tro trabajo
es una ilusión, terreno del ideal. Suponer que siempre estamos analizando, que toda intervención es
adecuada, que todo va bien... ¡bien para las resistencias!
En el caso planteado, la interrupción del tratamiento por parte de la analizante produjo una
reubicación en el lugar del analista, interrupción que operó como corte posibilitador para “volver a abrir la
partida".
Es necesario que nos preguntemos por nuestro accionar, pudiendo emitir un juicio sobre nuestra
propia acción. En el Seminario 7 La Ética del Psicoanálisis, haciendo lazo con La Dirección de la cura, Lacan
plantea que el analista tiene que pagar con palabras: la interpretación; con su persona: porque por la
transferencia es desposeído de ella, y es necesario que pague con un juicio concerniente a su acción. Esto
es una exigencia mínima. Una parte de su acción permanece velada para él.
Ética que se pone en juego en el analista a través del modo que analiza, en tanto pueda dejar en
suspenso un saber, que de lo contrario lo ubicaría ejerciendo un poder.
La ética del Psicoanálisis tiene que ver con el redimensiona- miento del deseo, aquel que se trató de
domesticar, adormecer, acallar en el transcurso de los tiempos y que Freud, magistralmente, le dio el
estatuto que se intentó velar. En este sentido, el Psicoanálisis dio luz a la condición perverso polimorfa,
rasgo del deseo que está en el núcleo de la acción humana. Deseo enigmático que se articula en la
estructura. El Psicoanálisis lleva a rever la relación de la acción con el deseo que la habita, así como el
movimiento del análisis va a traer como consecuencia efectos en los actos del sujeto, a partir de su
carácter fundamentalmente terapéutico.
Entonces, en lo que veníamos diciendo en relación a las preguntas acerca de nuestro accionar,
podemos ubicar la importancia de la formalización de la clínica, que transforma el trabajo cotidiano en
experiencia, a través de poder dar cuenta dentro de lo que es posible, -ya que hay un real que siempre
queda sin recubrir y no hay acceso a él por vía del conocimiento-, de porqué operamos con un analizante
de una u otra manera, el movimiento de intervenciones que llevamos a cabo, maniobras en transferencia,
todo ello aprés-coup.
Si pensamos la ética como la confrontación de nuestro acto con la teoría que nos habita, -ir más allá
de las resistencias del analista- se puede entender la formalización de la clínica como lo que hace a una
posición ética, en tanto gira en tomo a poder nombrar el enlace que existe entre lo conceptuad y nuestra
praxis. Es decir: es fundamental dar cuenta de qué hacemos cuando analizamos. Qué relación hay entre el
saber y el hacer; entre el trabajo de los textos y las intervenciones que llevamos a cabo con cada
analizante. Ahora bien, ¿podemos ver funcionar los conceptos o sólo aparecen como entidades abstractas
a las que hay que adorar? Los conceptos son herramientas.
¿Cómo los instrumentamos en la clínica?
Cuando hablaba del despliegue de lo imaginario en el analista, mencionaba la postura dogmática.
Dogma refiere a una verdad única, irrefutable, no cuestionable, a “saber toda la verdad” acerca del ser del
sujeto, de su existencia, como si eso fuera posible. Cuando el analista navega por el campo de las certezas
hace dogma, y eso lo conduce a la expulsión de los interrogantes. No se trata de que nunca pueda pasar,
como hemos dicho, sino poder salir de allí. Esto suele ser el efecto de que el Psicoanálisis
rt
nos enfrenta al
límite, a un agujero, que nos conmueve profundamente, corriendo el riesgo de echar mano a estereotipos
que nos tapan las orejas.
También podemos pensar la ética del Psicoanálisis como su reinvención, restituyéndole lo que le es
propio: su constante movimiento. Considero que es posible crear, inventar, pudiendo luego dar cuenta de
ello, claro que a partir de una base de formación que lo avale. No es viable cualquier cosa, todo lo que a
uno se le ocurra, pero tampoco se trata de recostarse en la dureza de los estereotipos, sino de poder apro-
piarse de los conceptos poniendo en juego su límite. Es posible ir dibujando un estilo, ese que le es propio,
singular, al analista.
Con respecto a la formación de los analistas considero que se sostiene a partir de cuatro vías
articuladas: la práctica clínica con los analizantes, el trabajo de los textos, la supervisión y el análisis
personal, siendo estos dos últimos fundamentales con respecto a la regulación de la acentuación
imaginaria en su praxis.
Son las dificultades las que nos ponen en movimiento, volviendo una y otra vez sobre las curas que
estamos sosteniendo, allí donde hay obstáculos que interfieren la eficacia del análisis.
Eficacia del análisis que es muy diferente al furor curandis: éste refiere a la demanda del analista de
que el analizante, con cierta rapidez, resuelva sus cosas. Si hablamos de eficacia, es en tanto conduce a
efectos producto del despliegue del deseo en un sujeto, a un reposicionamiento subjetivo.
“Se ha pasado del ingenuo optimismo psicoterapèutico al culto de lo imposible”13, haciendo referencia
a eso de que “el Psicoanálisis no cura”. Sabemos que de lo que no se trata es de una cura al modo médico.
En algún momento se entendió que uno no debía y no podía querer la mejoría del analizante. Hay que ver
como se piensa esto. Si opera desde lo imaginario, queriendo imprimirle al sujeto lo que para nosotros es
su bien, esto es efectivamente un obstáculo. Pero también puede funcionar promoviendo con fuerza la
disposición a la escucha, y allí los efectos son otros. Como por ejemplo un bien-ocupar el lugar singular de
ese sujeto, cosa que se irá construyendo a partir de significantes que lo representen.
En la práctica clínica con adolescentes, ¿qué decide que haya cabida a la intervención del analista y a
la efectividad? Freud dice que es en relación a los padres que surge la idea de primera fuente de todo
saber. La transferencia está ligada a la suposición del saber. ¿Cómo aparece esto en la adolescencia,
momento en que cae el saber supuesto a los padres y de qué manera el analista puede ubicarse fuera de
esta serie de los que no saben? Hay momentos donde el saber del Otro presenta su límite y ahí aparecen
otras figuras como maestros y también analistas, pero suele ser frecuente la oscilación transferencia!
entre poner expectativas en el tratamiento, o situar al analista en continuidad de los padres, apareciendo
impotentizado: ¿qué puede hacer Ud. por mí si no sabe nada de lo que me pasa?
Cuando a los padres se les interrumpe la producción de saber con respecto al hijo adolescente, suelen
buscar al analista. Aparece también en ellos esta alternativa entre impotentizar y dar lugar. Los padres
cumplen su función en tanto castrados, es decir que son productores de neurosis.
A diferencia del análisis con adultos, y en un punto en común con el análisis con niños, se plantea la
participación de los padres en el tratamiento, ya sea a través de entrevistas o a través del pago. He notado
en mi práctica con adolescentes mayor tendencia de los padres a producir precipitaciones abruptas,
inmiscuciones en el tratamiento, marcando alguna diferencia con el trabajo con niños, donde a veces es
más difícil lograr su asistencia. Padres movidos por urgencias en relación al hijo, ya sea en tomo a su
definición sexual, a la elección de carrera, a alguna actividad valorada por ellos que el hijo ya no puede
sostener, etc. Es importante poder maniobrar con ello, evaluando hasta dónde es necesario o no conceder
entrevista en estas condiciones. Si bien de lo que se trata es de dar lugar, escuchar donde hay algo para
decir, también es importante la diferenciación, el hecho de que el tratamiento no es “de todos". Esto lo
decía el padre de una analizante adolescente: "esto es para todos” refiriéndose rt
a la mejoría que "debía”
producirse con el análisis de su hija. Este hombre no soportaba que su hija ya no lo participara de sus
intimidades como cuando era niña, que sentada en sus rodillas le contaba “todo” lo que hacía. Suponía
que la chica andaba por "mal camino con un muchachito” y hacía irrupciones luego de las sesiones, para
que yo le comentara qué me contaba su hija, ya que él como padre, "tenía el derecho de saber”. Ahí fue
necesario interrumpir este tipo de actos, diferenciando lugares y trabajando sobre su dificultad para
dejarse sustituir y sustituir en él a esa niña que su hija ya no era, pasaje simbólico de renovación de la
prohibición de lo incestuoso.
Es importante despejar el modo de intervención en estos casos, porque una de las mayores dificultades
consiste en la no continuidad del tratamiento, a partir de: “no es como debería ser”. En los adolescentes, la
aún marcada dependencia al Otro real, -como puede ser la suspensión del pago por parte de los padres-,
los deja en cierto desamparo en relación a arbitrariedades de las que no puede excluirse.
Con respecto, entonces, a la inclusión o no de los padres en el tratamiento con adolescentes, podemos
plantear que en el campo de la neurosis, trabajando sobre el retomo de lo reprimido, es posible operar
sólo con el paciente. Dependerá, obviamente, de cada caso. He recibido en consulta un número
importante de adolescentes, ya no púberes, que han llegado por propia cuenta a iniciar un tratamiento. En
estas circunstancias, y de acuerdo a las vicisitudes de cada caso, no he planteado contacto frecuente con
los padres, incluso ninguno más del necesario en cuanto a formalizar el contrato de trabajo. En lo que hace
a trastornos narcisistas importantes, impulsiones, dificultades del crecimiento, es raro que se pueda
trabajar solo con el paciente sin incluir a los padres. En casos de psicosis, donde a veces se trata de inscribir
algo por primera vez, de reconstruir lo destruido, particularmente el cuerpo, es imposible trabajar sólo con
el paciente, siendo totalmente necesario incluir a los padres o a otros miembros de la familia que sean
determinantes en cada caso.
En circunstancias en que los padres consultan porque su hijo no es “normal”, puede pasar que en
realidad se trate de que no soportan las diferencias que el chico va planteando en relación a ellos,
haciendo crisis con el ideal de hijo que los habita. Allí tomar en tratamiento al hijo suele ser
contraproducente, si en él no hay despliegue sintomático. Hay padres que no soportan la singularidad, la
no perfección de sus hijos. Reclaman su inmediata adultización, con el consecuente rechazo al movimiento
pulsional que marca este tiempo. Los adolescentes hablan de la falta en los adultos. En los padres opera el
registro de la castración cuando les es posible dejarse sustituir.
Sexualidad y muerte, son un real que hace a los grandes enigmas de la existencia humana y marcan
fuertemente esta travesía en la constitución subjetiva.
El trabajo de barramiento del Otro y del propio se enmarca en un tiempo lógico, donde tanto las
anticipaciones como las postergaciones pueden traer dificultades. Anticipar el barramiento en el Otro, su
caída, invitando al adolescente a provocarlo, cuando hay operaciones lógicas que no se han desplegado
aún, ¿no es un forzamiento inconducente? ¿Cuándo interpretar y qué? La interpretación apunta a la
castración del Otro. Es importante pensar en cada caso, hasta cuándo se trata de no intervenir en lo que
aparece a veces como la consistencia del Otro sin barrar, ya que un apresuramiento puede dejar sin sostén,
en este momento donde el mapa de identificaciones está en movimiento. En estos tiempos, la inscripción
de la castración se vuelve a plantear.
Un analizante púber, con una problemática centrada en la escolaridad, insiste, con angustia, en que el
padre "no sabe nada" y no puede ayudarlo. En ese punto la intervención fue: "no sabe sobre eso que vos
estás estudiando, pero sabe acerca de otras cosas de la vida”. El límite está, sin que esto deba conducir a
impotentizar al Otro.
El drama puberal se despliega en un tiempo de reclamo al Otro. Si éste no acude, nos encontramos con
los riesgos de la adolescencia. La angustia desmedida, cuando el adolescente rt
no encuentra soporte
identificatorio, puede desembocar en actos estrepitosos. Este mismo analizante pudo correrse de actos
violentos que llevaba a cabo en la escuela, cuando el padre, a pesar de su dificultad en cuanto al
conocimiento escolar, empezó a interiorizarse, a acompañar los movimientos del hijo haciéndose presente
-estando en algún momento solamente a través de su presencia física, lo que adquirió valor simbólico—en
esas situaciones de tensión en las que entraba este chico en su casa, cuando en su decir, “solo, no podía
meterse lo que le enseñaban en la cabeza”.
El adolescente más que únicamente palabras de sus padres, necesita que éstos produzcan actos
marcados por cierta seguridad, por cierta consistencia, que tiene que ver con responsabilizarse en ocupar
su lugar. Poner en juego la ley no supone tener actitudes autoritarias u arbitrarias, sino atenerse a una
legalidad a respetar.
Podemos hablar de dos líneas en la dirección de la cura:
Una, que apunta a separar al sujeto de la alienación a algún significante, palabras de un Otro que lo
habitan, que son letales si el sujeto queda atrapado allí.
Otra, operando sobre la primacía arrasadora del objeto pulsional -a- que aplasta la subjetividad, ya no
como causa de deseo, sino como cobertura del vacío. Así el sujeto queda sumido en un goce mortífero.
El fuerte empuje pulsional de este tiempo nos enfrenta a situaciones particulares. La estrategia apunta
al lugar del significante, donde aparece el sujeto entre uno y otro, o a intervenir produciendo una
hendidura cuando el sujeto está identificado al objeto.
Con respecto a la primera vía, el análisis implica operar sobre cristalizaciones significantes, -desatascar
una cadena significante para que pueda volver a ponerse en marcha-, lo que conduce al sujeto a
desamarrarse de la determinación de un significante que lo coagula, e ir construyendo aquellos que
efectivamente lo representen. Esto en el caso de la neurosis. En la psicosis el analista se encuentra con un
intenso aplastamiento subjetivo, y la necesidad de ir produciendo un efecto de escritura.
En el adolescente nos encontramos con vacilaciones, con idas y venidas en el discurso, a lo que es
importante dar lugar. Tomar y dejar, ambigüedades, certezas que al día siguiente se desmontan, surgiendo
otras. Este vaivén suele hacérseles insoportable. Ante lo poco claro juegan una y otra vez a ser adultos, en
una actitud de fuga. Lo importante es que el analista no se engañe, no pierda de vista que no está tratando
a un adulto, cosa que apareció con la analizante que tomé al comienzo, Gabriela, y que la analista no pudo
diferenciar.
El adolescente busca significantes que lo organicen, se halla abocado a cierta estabilización, es
necesario que operen en él resignificaciones determinantes para que algo de la posición sexual -masculina
o femenina- vaya instalándose como constante. Es por eso que la invitación del análisis a des-ser, en
ciertos casos suele ser soportado solo por cierto lapso, luego del cual y recorrido un cami no, se dedican a
estabilizarse en algún aspecto. Es muy importante el maniobrar del analista, ya que dependerá de ello que
la posibilidad de trabajo quede abierta o no. Si esto no es fallido, nos encontramos con alguna frecuencia,
con el retomo al trabajo después de cierto tiempo.
Con respecto a la segunda vía en la dirección de la cura, se presentan situaciones más serias, donde el
adolescente puede incluso poner en juego su vida a través, por ejemplo, de pasajes al acto: adictivos,
bulímicos, anoréxicos, delictivos, suicidas, etc. Punto de atascamiento en un goce mortífero, en relación a
lo cual el paciente no puede parar. Allí es importante operar apuntando a la interrupción de ese goce;
producir, de ser posible, un reordenamiento simbólico que dé lugar a la recuperación de goce por una vía
menos destructiva. En Gabriela, “la adolescente idear, aparecieron actos violentos de agresión al propio
cuerpo de importante magnitud, donde lo que se repetía era el cortarse. Ubicada en intensa adherencia a
una pura mirada, a ser lo que debía ser para el Otro, en esos momentos no encontraba el modo de cortar
simbólicamente con esa situación arrasadora para ella. Fue muy importante rtallí la intervención con más
continuidad de la analista, con aumento de las sesiones y maniobras precisas y sostenidas, que apuntaron
a la producción de un vacío, del engendramiento del objeto como faltante, conducente a una efectuación
del sujeto.
Ante las situaciones de riesgo con las que nos enfrenta la clínica con adolescentes, es importante tener
en cuenta que la abstinencia del analista es abstinencia de amor, no de responsabilidad. La abstinencia del
analista es ética, en tanto no responda desde un Lugar que cristalice. Pero no implica que no se deba
oficiar de sostén allí donde es necesario, a través de intervenciones que apunten a establecer un corte con
respecto a aquello que conduce al sujeto a perderse en un exceso, no articulado a la ley de la castración.
En estos tiempos de constitución subjetiva, las operaciones simbólicas se reafirmarán o tomarán
perfiles borrosos, de acuerdo a la estructura de cada sujeto. Con adolescentes tenemos aún la posibilidad
de impedir la radicalización de formaciones sintomáticas. Con adultos hay formaciones que pueden haber
tomado ya un nivel de permanencia y de dureza más complejo de ceder.
Sobre dos fallidos operamos en los neuróticos: fallido de lo materno que en algún punto suministra al
sujeto un objeto sin castrar y fallido de lo paterno que deja pasar algún objeto sin interdicción. En el curso
del tratamiento con adolescentes es importante determinar en qué tiempo de escritura está detenida la
estructura. La intervención analítica finaliza cuando la estructura sigue su curso. A partir de esto es
frecuente que el analizante diga que no quiere venir más porque tiene otras cosas que hacer, en tanto a
podido situar algo de lo que hace a la orientación del deseo (por ejemplo mayor definición de su posición
sexual; elección de carrera, poder establecer algún lazo amoroso con otro, desatascamiento de fijaciones
libidinales y mayor posibilidad de establecer relaciones sociales, etc.) La desorientación que con frecuencia
conduce al adolescente al análisis, suele pasar justamente por el desdibujamiento de lo que le falta. Razón
por lo cual se establece una búsqueda incierta y sin dirección, pudiendo ir encontrando en el análisis los
caminos por los que el deseo se despliega.
Podemos decir, entonces, que se trata de ofrecer al adolescente un lugar, el espacio del análisis, donde
su mundo conmovido transite la vía de las palabras, instrumentos para descubrir y de los cuales valerse,
en el difícil camino de la subjetivación,

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