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UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTIN-TARAPOTO 1

VICERRECTORÍA ACADÉMICA
OFICINA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL UNIVERSITARIA
JEFATURA DEL DPTO. DE ARTE Y CULTURA
contigoperu999@gmail.com / Teléf. 942849453

ATUNCOCHA
Prof. Juan Carlos Arce Rojas
UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTÍN-T

Aproximadamente tres horas en camioneta, o si usted prefiere en auto o miniban, dista de


Tarapoto a Papaplaya, distrito sanmartinense ubicado a orillas del río Huallaga. En estos
tiempos, para llegar allá es sencillo; la carretera, en su totalidad, está asfaltada. Recuerdo
que hace 26 años, cuando alentábamos la Región Autónoma, instancia que aspiraba
establecer San Martín, desligada de La Libertad, como era la idea gubernamental, en ese
tiempo nuestra travesía se realizaba solo vía fluvial; recorrido utilizado por todos los que se
trasladaban hacia los pueblos ribereños, ubicados a orilla del Huallaga: Navarro, Huimbayoc,
Yarina, Pelejo, Achinamiza, Tipishca y, desde luego, Papaplaya… Las carreteras eran
precarias y algunas de las actuales- ahora ya asfaltadas- simplemente trochas carrozables.

Papaplaya, que está casi besándose con Pelejo, otro distrito sanmartinense a orillas del
Huallaga, igualmente acosada por constantes inundaciones –está demás decirlo-,
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por causa de la tremenda deforestación que operó –fundamentalmente- en esta última
decada y la migración andina hacia el lugar que le dio mayor impulso, pero también mayor
severidad de depredación.
La gente del lugar ama su terruño, es muy afable, muy asequible con el foráneo.
Veneran su hábitat, principalmente porque aún tiene a su alcance lo que bondadosamente
le prodiga la madre naturaleza. Su flora y fauna está vitalizada por la considerable humedad,
la que es causal de abundantes casos de resfriados y otras afecciones bronquiales,
afectando con mayor dureza a niños y ancianos. El río, pródigo, proporciona abundancia de
peces; que se cosechan mayormente con arpones (lanzas). Los lugareños pescan, con
frecuencia, a lo largo de las orillas, a donde se esquinan numerosas variedades,
especialmente una especie muy común en la selva: la palometa y no menos frecuente los
boquichicos. Más al fondo se requiere de un esfuerzo mayor, ya que, los más sagaces
pescan con redes la gamitana, la doncella, el fasaco, el colorido acarahuasú, entre otras.
El río, cada vez más, visiblemente, expande su amplitud, como consecuencia de las
constantes crecientes y el desprendimiento de los peñascos y fágiles cerros, violentados por
las torrentosas crecientes, que arrastra de raíz muchas variedades maderables de gran
tamaño, cuyos troncos y ramas, desprendidas en el río se incrustan en toda su extensión,
haciendo peligrar, en ocasiones, el recorrido de los propios pescadores y campesinos que
en sus canoas se dirigen a sus faenas cotidianas; así como turistas, mayormente extranjeros
–pocos aún-, que se aventuran en sus aguas, cuya prolongación del orillaje se ensancha
cada vez más, debido a que las inundaciones han ido forzando y deteriorando los márgenes,
lastimando palmariamente su estructura, por lo que es notoria la presencia de raíces
diseminadas, haciendo que la travesía sea aún más peligrosa, pero a la vez, plena de
fascinante adrenalina pura. La variedad ictiológica es impresionante, que constituye la
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princicipal fuente alimenticia y, en poca medida, comercial para los pobladores
papaplayinos –algunos lugareños utilizan el gentilicio “papino”-.

En Papaplaya se siente un imponente calor –quizá un poco más intenso que el de Tarapoto-
debido a la fuerte brisa tórrida, como consecuencia de la persistencia de los intensos rayos
del sol sobre el río Huallaga, fenómeno que suele suceder en casi todos los pueblos
ribereños de la Amazonia.
Su atractivo más palpable es el Atuncocha, caprichoso lago nutrido por la aguas del
Huallaga y vertientes contiguas, que le proveen de un mayor caudal. Atuncocha,
actualmente, muchos la desconocen, por la poca difusión de su virtuosa existencia; incluso
los mismos pobladores no han merodeado prolijamente sus alrededores. Tiene en su haber
muchas historias, mitos y leyendas que alimenta una mayor dosis de misterio, el mismo que
se propaga enigmáticamente entre los pobladores, ahondando sus prejuicios. Desde luego,
los pescadores, aún con sus temores a cuestas, no tienen más remedio que introducirse en
sus aguas para extraer de ellas el sustento diario. Suponen que en sus aguas existe la
sorprendente anaconda que devora a los hombres. El Largo recorrido para llegar a
Atuncocha, aún conserva su olor a selva virginal. Durante el prudencial recorrido -una hora
y media distante del pueblo- es habitual encontrar peces muertos, se puede pensar, por un
momento, porque inescrupulosos lanzan huaca y barbasco (raíces venenosas cuya savia
lechosa diluida arrojada al agua aturde y mata a los que ahí anidan, aún más grave,
aniquilando a la semilla: los alevinos). Pero no. Son las hojas podridas, algunas de ellas
sumamente perniciosas, las que terminan por envenenar a algunas especies, sobre todo a
las más delicadas y vistosas.

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Atuncocha tiene aún más seducción especial, porque no es una laguna como por ejemplo,
la de Sauce, que en su entorno las personas han construido sus moradas, con sus chacras
y negocios, quienes en su habitual trajinar, arrojan todo tipo de desechos y desperdicios en
la laguna misma, contaminándola; en cambio Atuncocha en su entorno no hay moradores;
los únicos habitantes son arboledas y matorrales, rodeados de recónditos pantanos con sus
increíbles y sorprendentes especies animales, fomentando que la laguna posea mucha
prestancia ecológica, con su natural y señorial encanto, gracias a que el enemigo número
uno de la humanidad, ese implacable y enfermizo “ser humano” no las ha violentado aún,
como lo hizo ya con tantos parajes selváticos que ahora se muestran desérticos y baldíos.

Embeberse en este paraje de fábula, sorbiendo de su fuente el aroma de espléndida pureza,


constituye una experiencia fantástica, que todo mortal -en nuestro derrotero por tan efímera
existencia en el planeta- quisiera apasionadamente experimentar, al amparo de la dadivosa
madre naturaleza.
Tarapoto, noviembre 27 de 2017
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