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Mariano Ramos, Elizardo Pérez y Avelino Siñani

Hace ochenta años, en el atardecer del día 2 agosto de 1931, Avelino Siñani, campesino y
arriero aimara, y Elizardo Pérez, profesor rural, se estrechaban en un abrazo jubiloso: Había
concluido la faena comunal con que se iniciaba la construcción del local de una escuela para
niños de Warisata, en el norte de Bolivia. Aunque los unía el mismo sueño, probablemente no
imaginaban entonces que, al cabo de pocos años, la escuela que fundaban se convertiría en la
mayor experiencia de educación rural en América Latina.

No obstante el brillo estelar de Warisata, su creación no constituyó un hecho aislado en el


continente. Durante la primera mitad del siglo XX, los pueblos indígenas andinos lucharon
ardorosamente por conseguir escuelas para sus niños. En una época en que dominaba el
gamonalismo en el campo, hubo líderes y maestros indígenas que sufrieron persecución y
amedrentamiento por el solo hecho de fundar una escuela o gestionar la creación de un centro
escolar. Uno de estos líderes fue Avelino Siñani, que aprendió a leer y escribir a ocultas del
hacendado y se propuso compartir ese saber con los niños aimaras de su comunidad en una
humilde “escuela” que él mismo creó en 1919. Años después, Siñani conoció al profesor
Elizardo Pérez, que había sido enviado por el gobierno boliviano para trabajar en la región.
Unidos por una misma visión, comenzaron la tarea de construir un escuela para Warisata.
Siñani contaba ya con el respeto de su comunidad, y Elizardo Pérez se lo fue ganado por el
empeño que ponía en la labor. Con ellos al frente, y cada vez con mayor participación de las
comunidades aimaras de Sorata, se fue levantando la escuela con un modelo educativo de
veras innovador.

El edificio mismo habría de tener en pocos años una estructura inusual. Además de las aulas y
un ambiente para la dirección, tenía un pabellón de internado con cinco dormitorios, con
capacidad para 150 personas. Además, contaba con ambientes para talleres de carpintería,
tejidos, alfombras, herrería, y un terreno extenso para el huerto. En medio de los edificios, un
patio con jardines donde florecían gladiolos y kantutas. El espíritu creador de los dos líderes,
uno campesino, el otro citadino, animó a los comuneros. Las crónicas que describen la
empresa varían un tanto, pero todas hablan de jornadas intensas de trabajo colectivo con
tradición comunal, por turnos, con ceremonias y cantos acompañados de tarkas y pinkillus. El
principio no fue feliz. Tuvieron que pasar semanas para conseguir que los comuneros
vencieran sus recelos y se sumaran al esfuerzo de los dos pioneros, que, solos, comenzaron a
preparar el terreno. Mientras se avanzaba con la construcción, pared por pared, techo por
techo, se desarrollaban las labores escolares con una población que concertaba sus tiempos
para estudiar y trabajar en sus campos, como es tradición en el Ande. En ocasiones, las
comunidades cercanas prestaban su apoyo. Carlos Salazar Mostajo, que fue profesor en
Warisata, recuerda emocionado la faena comunal realizada en cinco días para reabrir un
acueducto “inkaico” que llevaría agua al huerto y las chacras de la escuela desde las lejanas
faldas del Illampu, nevado protector de Sorata.
Alumnas de la escuela de Warisata

La escuela de Warisata se fue perfilando como distinta a las demás. El edificio que la
albergaba no fue construido siguiendo un molde general de las escuelitas indigenales
bolivianas. No; fue erigido para ser un ambiente de trabajo y aprendizaje, para acciones
distantes de la rutina donde, en medio del silencio andino, se escucha el coro de niños que
repiten una lección. Tampoco iba a ser –no lo fue- un lugar que permanecería vacío en ciertos
días y épocas. En Warisata no había “vacaciones escolares”: se trabajaba todo el año, en
consonancia con el calendario productivo de la comunidad, y las labores no terminaban
pasado el medio día, como se acostumbra en los sistemas escolares, porque siempre había
alumnos y maestros trabajando aun llegada la noche. Esto sucedía porque Warisata no era
solamente una escuela de niños. Allí, junto los pequeños de Jardín (de 4 a 7 años) y los de la
sección Elemental (hasta los 10 u 11 años), concurrían los jovencitos de la sección
Vocacional, y, finalmente, escogidos entre los mejores, los de la Profesional, una de cuyas
secciones era la Normal, de la cual egresaron maestros rurales que dejaron huella en muchos
lugares del gélido altiplano boliviano.

Por los años en que existió Warisata, los planes de estudio del sistema boliviano eran
concisos, con rubros más bien generales. Esto permitió que en la escuela se desarrollaran
programas propios ligados a la realidad campesina del norte boliviano, con acciones
ejecutadas muy cerca de la comunidad y con participación de la misma. Un año no era igual a
otro, porque los asuntos cambiaban. Años después, se acusaría a los maestros de Warisata de
no tener una planificación en regla, como lo disponían las autoridades de La Paz. Muy difícil
debió ser para los maestros de Warisata el intento de encasillar en documentos administrativos
lo que se hacía en una verdadera escuela de trabajo, ámbito donde los aprendizajes escolares
se entretejían con las labores de producción agrícola o artesanal. Una granizada podía hacer
que todos abandonaran sus lechos para salvar a medianoche los almácigos, suceso que sería
examinado después para ganar experiencia; la rotura de un eje podía quebrantar la rutina de
producción en un taller y dar lugar a explicaciones de mecánica; la floración de la quinua, la
limpieza de una acequia, el nacimiento de un ternero, todo podía ser ocasión de aprendizaje,
para los comuneros mayores de manos encallecidas y para los niños y adolescentes, que
seguían siendo el centro de la atención pedagógica[1].

La escuela de Warisata hizo realidad las normas del Estatuto Orgánico de la Educación
Indigenal, aprobado en 1919, que contenía ideas avanzadas para su época; pero las llevó más
allá. No estaba previsto en el Estatuto que Warisata llegaría a tener un personal de 54
personas, conformado no solo por profesores sino también por “maestros” de labores
productivas, músicos, poetas, “curiosos”. Dos escritores puneños y un artista cusqueño se
cuentan entre el personal que laboró en la escuela, a la que llegaron también José Antonio
Encinas[2] y Gamaliel Churata. Tampoco estaba previsto que los comuneros intervendrían en
el gobierno de la escuela, como en efecto sucedió desde que fue conformado un Consejo de
Administración integrado con autoridades comunales, y que actuaba siguiendo las normas
tradicionales para tomar acuerdos y hacerlos cumplir.
La escuela de Warisata pronto se convirtió en el centro de un núcleo conformado con tres
escuelas más, dos unidocentes y una polidocente incompleta, que recibieron su influjo
saludable. Años después, el número de escuelas integrantes del núcleo se elevó a 33. Y así,
con una escuela central y escuelas seccionales en torno, se constituyó un modelo de
organización valioso para el altiplano, donde la dispersión de las poblaciones da lugar a
pequeñas instituciones escolares también dispersas y aisladas. Luis E. Valcárcel –que fue
Ministro de Educación (1945,1946-1947) del Presidente Bustamante- daría después un gran
impulso a los Núcleos Escolares Campesinos, de los cuales puede ser precursor al núcleo
escolar de Warisata.

Local de Warisata al final de la década

En un medio social hostil a la educación del indígena, la escuela ayllu no fue vista con buenos
ojos. Se tiene noticia de muchos actos en contra, inspirados por los intereses de los
gamonales y mineros de la época. Por orden de uno de ellos fue destruido el acueducto
antiquísimo; el hermano de Elizardo Pérez, que llevaba en mulas de arriero útiles escolares
para Warisata, fue tomado preso acusado de delincuente; las autoridades de educación de la
capital desaprobaban la gestión pedagógica y administrativa de la escuela; los profesores
fueron acusados por la prensa de conspiración comunista; hasta se decía que Warisata era
causa de la migración de campesinos a las ciudades, puesto que ya conocían otros oficios. La
escuela ayllu resistió nueve años y pudo avanzar mientras contó con algún soporte
gubernamental y con el reconocimiento internacional. El Presidente Germán Bush –el último
en apoyar a Warisata- decretó que el 2 de agosto, aniversario de Warisata, fuera considerado
como el Día del Indio; la ley de Reforma Agraria de 1953 fue promulgada un 2 de agosto, y
ese día es ahora, por decisión del gobierno presidido por Evo Morales, Día de los Pueblos
Originarios.

Al margen de los homenajes, mucho es lo que podemos aprender de la experiencia de la


escuela ayllu de Warisata, pero lo más importante tal vez sea esto: La educación rural es
posible en la medida en que tenga perfiles propios y no sea mero calco de la educación
urbana. Para ello se necesita creatividad, compromiso y osadía, calidades que tuvieron los
conductores de Warisata durante los nueve años que la escuela pudo sobrevivir.

[1] No es arriesgado decir que la escuela de Warisata tiene mucho parecido con la Colonia
Gorki, dirigida por Antón Makarenko, la otra gran experiencia de educación ligada al trabajo
productivo. Entre ambas experiencias no hubo –no podía haberlos- vasos comunicantes; pero
lo común entre ambas fue la inserción del trabajo productivo en la educación.

[2] Encinas pasó un mes en Warisata, pocos años después de la publicación de su Ensayo de
escuela nueva en el Perú (Lima, Minerva, 1932). Poco sabemos de esa estadía, salvo que dictó
cursos para maestros, probablemente de sicología del niño, asunto que le preocupaba mucho.

Warisata, la mayor en nuestro continente en la educación rural. Si puedo hacer algo,


sugiéremelo. Mi correo es manueljesusvaldivia@gmail.com. Estaré atento a algún mensaje
tuyo. Saludos cordiales. Manuel

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