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En esta entrada les presento la traducción del artículo académico “Formas de poder

femenino y el mito de la dominación masculina: un modelo de interacción


femenina/masculina en la sociedad campesina” escrito por la antropóloga Susan Carol
Rogers y publicado en la revista académica American Ethnologist.
Se trata de un artículo de crucial importancia para entender las formas de poder
femeninas. Debido a que se trata de un poder no legislado ni institucionalizado, resulta
muy difícil de examinar, pero eso no hace que sea menos real y en algunos casos pueda
llegar a imponerse al masculino.

El modelo de Rogers se aplica principalmente a las sociedades campesinas, debido a que


las decisiones importantes que afectan a la aldea se toman fuera de la comunidad (por
parte del gobierno regional o central, por ejemplo), dejando a los varones con un poder
simbólico pero poco real, frente a un poder femenino más informal pero efectivo, ya
que el ámbito doméstico es el principal centro de producción y consumo de estas
sociedades.

Si bien el modelo de Rogers puede no ser aplicable fuera del campesinado, hemos de
recordar que a lo largo de la Historia la mayoría de las sociedades han estados
compuestas por campesinos en buena parte del planeta, por lo que su importancia no
debe ser desestimada.

En esta primera entrada se presenta la tesis principal y una revisión de la literatura. En


una segunda entrada se tratará la otra mitad del texto de Rogers, donde encontraremos
un ejemplo concreto basado en una aldea campesina francesa.

La traducción del artículo ha sido realizada por Marcos Cueva. Yo me he limitado a


revisar la traducción y a realizar algunos retoques estilísticos. Todo el mérito es del
traductor, y cualquier falta o error que encuentren son míos.

Dado que se trata de un artículo extenso, he resaltado las partes que considero más
importantes para quienes deseen realizar una lectura rápida.

Formas de poder femenino y el mito de la


dominación masculina: un modelo de interacción
femenina/masculina en la sociedad campesina
SUSAN CAROL ROGERS
Traducido por Marcos Cueva
Toda actitud, emoción y pensamiento, tiene un equilibrio opuesto que no puede verse,
pero que permanece allí todo el tiempo. Lleva cualquiera de ellos a su extremo y… te
encontrarás con su opuesto (Lessing 1969:601)

Introducción
[En todas las sociedades] el hombre usualmente ejercita el control… las simples
realidades fisiológicas de existencia hacen de los roles [femeninos] secundarios a
aquellos de los masculinos en el proceso de toma de decisiones en cualquier nivel
superior al meramente doméstico… [En las sociedades no primitivas] por buena parte
de su vida cualquier mujer puede ser libre de tomar decisiones que tengan algún
impacto en el mundo masculino. Es curioso, por lo tanto, que esto no se haya sentido y
manifestado en mayor medida. Incluso con sus oportunidades incrementadas, el rol de
la mujer continúa aún siendo secundario (Fox 1969:31-32).

Un análisis de 46 estudios sobre comunidades campesinas revela una recurrente


estructura social androcéntrica, con el control y la autoridad en las manos de los
hombres (Michaelson and Goldschmith 1971:330).

Que las mujeres jueguen un rol subordinado virtualmente en todas partes constituye un
supuesto, implícito o explícito, muy recurrente en la literatura antropológica. Si esto se
debe al “androcentrismo” de los antropólogos, o al de las sociedades humanas en
general, sigue siendo una pregunta abierta. Este trabajo representa un desafío a este tipo
de supuestos, preguntándose qué forma toma este “androcentrismo” en las sociedades
tradicionales, cuál es la verdadera posición de la mujer, y como ambas cosas se
relacionan. Antes de proceder, debería señalarse que la base teórica para las
suposiciones de androcentrismo pueden encontrarse, en parte, en la manera en que
problemas relacionados con el poder, el control, y la toma de decisiones son abordados
convencionalmente en la antropología.

La antropología política es la subdisciplina a la cual le conciernen más directamente


estos problemas. Los dos mayores intereses que se pueden encontrar en la literatura de
este campo son: el análisis de “la taxonomía, estructura, y funcionamiento de los
sistemas políticos,” y, más recientemente, “el estudio de los procesos políticos” (Swartz
1966:1). Swartz, en su introducción al libro de texto Political Antropology, explica que
“el estudio de la política es el estudio de los procesos involucrados en la determinación e
implementación de objetivos públicos y la diferencial obtención y uso del poder por los
miembros del grupo interesados en el logro de esos objetivos” (1966:7). Definiendo el
proceso político, él ve como su primera característica que éste es de naturaleza “pública,
en vez de privada” (1966:4). Citando a Talcott Parsons, mantiene que el “poder” debe ser
entendido como algo que descansa en la legitimidad” (1966:14). Está claro que lo que es
de interés para estos académicos es un tipo especial de proceso político. Ellos incluyen
por definición sólo aquello que es visible en estructuras de poder formales o
institucionalizadas.
Cohen amplía estos conceptos al distinguir entre poder y autoridad (poder
legítimo), notando que no todo el poder en un grupo puede ser contenido
en estructuras de autoridad (1970:491). Es en gran parte por esta razón, sugiere él,
que los antropólogos políticos han trabajado alrededor de una definición del sistema
político centrada en los rasgos estructurales del sistema de autoridad, en vez de en la
naturaleza del acto político (1970:487). Al mismo tiempo que reconoce la importancia
de las estructuras de poder, él sugiere que la relación entre ambos puede verse en el
declive o la ruptura de la autoridad, o en el proceso de legitimación del poder
(1970:492). Por consiguiente él ve el poder en términos de, y subordinado a, la
autoridad.
En la mayoría de las sociedades, los hombres evidentemente tienden a
monopolizar las posiciones de autoridad y están más involucrados en
instituciones políticas formales de lo que lo están las mujeres (Stephens
1963:289). Si los antropólogos limitan sus intereses al nivel formal de los
procesos políticos, asumiendo que éste es el más importante, los hombres
obviamente parecerán ser dominantes, y las mujeres, por su parte,
relativamente carentes de poder. Este patrón dominación/subordinación
gana más credibilidad por el hecho de que en muchas sociedades, ambos
hombres y mujeres se comportan como si los hombres fuesen dominantes y
como si los procesos formales de toma de decisiones, controlados por
hombres, fuesen de hecho los más importantes (Stephens 1963:289:290).
Los antropólogos generalmente parecen haber aceptado este
comportamiento al pie de la letra, y nosotros nos quedamos presuponiendo
una dominación masculina virtualmente universal y una preocupación por
los aspectos formales del poder.
El resultado es la formulación de modelos del poder que no dan cabida a la introducción
del poder informal. Recientemente, un número importante de investigadores se han
interesado en los roles de las mujeres, encontrando que éstas, de hecho, frecuentemente
ejercen una cantidad de poder significativa, en el sentido de tener una considerable
influencia, o control, sobre procesos de toma de decisión importantes. Esto es de alguna
manera problemático, porque el poder femenino usualmente no involucra
autoridad o legitimación. Esto se debe a que las mujeres tienden a ejercerlo
sin participar directamente en instituciones políticas formales, su poder no
encaja en modelos anteriores y tampoco ha sido explicado en términos de
procesos de poder a un nivel social mayor. En un intento de revestir el
desequilibrio en la información existente orientada a lo masculino, los estudiantes del
poder femenino han tendido a ser pronunciadamente descriptivos, y a rechazar
rotundamente, o a tratar como un presupuesto relativamente menos interesante, las
formas masculinas de poder y las ideologías culturalmente elaboradas sobre la
dominación masculina.
El propósito de este trabajo es mostrar las dimensiones estructurales más grandes del
poder de las mujeres, usando la sociedad campesina como ejemplo. En
esencia, demostraré que, pese a que los hombres campesinos monopolizan
las posiciones de autoridad y las mujeres muestran deferencia pública
hacia ellos, y por lo tanto superficialmente parecen ser dominantes, ellos
ejercen literalmente poco poder real. Lo de ellos es una autoridad
pronunciadamente desprovista poder, a menudo acompañada de una sentida sensación
de impotencia, tanto de cara al mundo en general como a la sociedad campesina en sí.
Por otro lado, en el contexto de la sociedad campesina, las mujeres controlan al menos
una amplia porción de importantes recursos y decisiones. En otras palabras, si
limitamos nuestra investigación al poder relativo real de campesinos
hombres y mujeres, eliminando por un momento aquellas fuentes de poder
del mundo exterior las cuales están más allá del alcance de ambos
campesinos y campesinas, las mujeres parecen ser generalmente más
poderosas. Al mismo tiempo, el poder “simbólico” del hombre no puede ser
desestimado, ni tampoco puede ser dejado sin explicar.
Argumentaré, por lo tanto, que una relación de poder no jerárquico entre las
categorías “masculino” y “femenino” es mantenida en la sociedad
campesina a través de la simulación de un “mito” de dominación masculina.
Tomando el punto de vista de Leach, asumo que el mito es la expresión de una idea la
cual puede demostrarse factualmente incorrecta. Mientras que éste puede constituir una
parte significativa del sistema de creencias de quienes lo perpetúan, “la verdad que
expresa no se relaciona con los hechos ordinarios del mundo y de las cosas del día a día”
(Leach 1969:170). De este modo, uno no puede entender la significación de un mito si es
tomado como la expresión de una idea literalmente creída que define, de una manera
muy directa o completa, el comportamiento ordinario. Para entender esta significación,
un mito debe ser observado en el contexto comportamental e ideológico más amplio de
que forma parte. El “mito” de la dominación masculina al cual me refiero está
expresado, no en leyendas y fábulas, sino en patrones de deferencia pública hacia el
hombre, así como en su monopolización de posiciones de autoridad y prestigio. Estoy
por lo tanto refiriéndome a un orden diferente de fenómenos de aquél al que Leach tenía
en mente. Sin embargo, debido a que algunas de las características que él le atribuye al
mito efectivamente describen el fenómeno de interés de este artículo, el término,
utilizado en un sentido metafórico, es aplicable. Quiero decir que podría ser
factualmente demostrado que la sociedad campesina no es dominada por el hombre. Es
más, el “mito” de la dominación masculina paradójicamente sirve para ordenar las
relaciones sociales en un sistema no-jerárquico. Por consiguiente, excepto por patrones
específicos de comportamiento directamente vinculados con su expresión, el “mito” de
la dominación masculina no determina directamente el comportamiento ordinario: los
hombres en realidad no dominan, ni tampoco ambos hombres o mujeres creen
literalmente que ellos sean dominantes.
La perpetuación de este “mito” es de interés para ambos campesinas y
campesinos, porque otorga a los segundos el poder y
control aparente sobre todos los sectores de la vida en la aldea, al mismo
tiempo que entrega a las primeras el poder real sobre esos sectores de la
vida en comunidad que pueden ser controlados por los aldeanos. Los dos
grupos sexuales, en efecto, operan dentro de sistemas parcialmente divergentes en la
manera de percibir ventajas, valores y prestigio, de manera que los miembros de ambos
grupos se ven a sí mismos como los “ganadores” respecto al otro. Ni hombres ni mujeres
creen que el “mito” es un reflejo certero de la situación real. Sin embargo, cada grupo
cree (o aparenta creer, para evitar confrontación) que el sexo opuesto percibe el “mito”
como una realidad, con el resultado de que cada uno está activamente ocupado en
mantener la ilusión de que los hombres son, de hecho, dominantes.
Al proponer que la dominación masculina opera como un “mito” en las sociedades
campesinas, no intento sugerir ni que esto sea un fenómeno existente sólo entre los
campesinos, ni que las “sociedades campesinas” representan necesariamente un tipo
homogéneo. Tentativamente, propongo que el “mito” de la dominación masculina
ocurrirá dentro de un sistema particular integrado por los componentes descritos a
continuación. Estos componentes son características fundamentales de una gran
variedad de sociedades campesinas. Son también característicos de otros tipos de
sociedades tradicionales. Si éstos son, de hecho, requisitos necesarios y suficientes para
un modelo como el esbozado anteriormente y elaborado más abajo, entonces este
modelo debería ser aplicable también a una variedad de sociedades no-campesinas. La
limitación del presente estudio a sociedades campesinas es en función de mi propia
experiencia investigadora; la posibilidad de una aplicabilidad más amplia queda para
ser comprobada en futuros estudios, con lo cual los componentes sugeridos pueden ser
refinados, adheridos, o descartados. Estos componentes incluyen: (1) Las mujeres son
principalmente asociadas con lo doméstico. (2) La sociedad está orientada a lo
doméstico; es decir, la esfera doméstica es de una importancia central, al menos
socialmente, y tiene importantes implicaciones para la vida más allá de lo doméstico. (3)
En la medida en que la distribución de derechos jurídicos y formales de otro tipo ocultan
el poder de la mujer, la mayoría de las interacciones ordinarias e importantes ocurren
en el contexto cara a cara de la comunidad, donde las relaciones y formas de poder
informales son al menos una fuerza tan significativa en la vida cotidiana como las
relaciones de poder formales y autorizadas. Este grupo de componentes asegurará a las
mujeres el tipo de poder que se ilustrará más abajo. (4) Los hombres tienen mayor
acceso a derechos jurídicos y otro tipo de derechos formales. (5) Ellos están ocupados
con actividades que podrían ser consideradas al menos abiertamente importantes. Con
estos dos componentes, tenemos la base para algún tipo de dominación masculina. Los
cinco elementos juntos le otorgan a la dominación masculina una naturaleza mítica. La
sensación subjetiva de falta de poder por parte de los hombres, aunque quizá no sea un
componente imprescindible del sistema, realza tanto la relativamente poderosa posición
de las mujeres como la naturaleza mítica de la dominación masculina.

(6) Hombres y mujeres son aproximadamente igual de dependientes el uno del otro
económica, social y políticamente, o de otras maneras importantes. Este componente
asegura que ambos grupos “jugarán el juego”, y que un relativo equilibrio de poder será
mantenido. Debería notarse que la existencia de este componente vuelve impráctica la
estrategia analítica de usar la autonomía como medida de poder relativo: debido a que
los dos grupos sexuales son mutuamente interdependientes, ninguno puede ser más
autónomo que el otro.

Antes de proceder con la discusión de este modelo, haré un breve repaso a parte de la
literatura sobre los procesos de poder campesinos para solventar e ilustrar varias de las
afirmaciones realizadas con anterioridad. Específicamente, de la existente literatura
puede extraerse evidencia de lo siguiente: (1) El hombre campesino carece de poder real,
(2) el comportamiento público sugiere que la sociedad es dominada por el hombre, (3)
la extensión y tipos de poder ejercidos por la mujer campesina, en ambos el hogar y la
comunidad, (4) el alto grado de interdependencia mutua entre campesinos y
campesinas. El tercer punto es el más crucial, si vamos a refutar las nociones de que los
hombres son universalmente dominantes y de que los procesos de poder pueden ser
entendidos adecuadamente con la referencia exclusiva a los sistemas formales de
autoridad. Por esta razón, y porque es lo que menos se ha establecido de manera
correcta en la literatura campesina, se le dará la mayor atención aquí. Tomados en
conjunto, estos datos sugieren severas contradicciones las cuales son explicadas en el
modelo de arriba. De todas formas, si bien tienden a corroborar el modelo sugerido,
estos datos están sacados de fuentes dispersas y fueron inicialmente generados en
respuesta a una variedad de preguntas, diferentes de aquellas que son de interés aquí.
Es por lo tanto evidencia insuficiente para afirmar o negar adecuadamente que el
modelo propuesto es una conceptualización precisa. Por esta razón, datos etnográficos
más detallados de G.F., una aldea campesina francesa, serán provistos, lo cual dará
cohesión y además ilustrará los temas en la literatura. Éstos también proveerán
ejemplos específicos de interacción masculina y femenina en los procesos de poder del
hogar y la comunidad campesina. Con este cuerpo de datos a mano, podemos regresar al
modelo propuesto para examinar en mayor detalle cómo funciona y comprobar su
eficacia para explicar los datos disponibles.

Un modelo de este tipo debería incluir una dimensión dinámica: sus capacidades
explicativas y predictivas son extremadamente limitadas si no sospechas, si este existe
en un vacío estático, sin llevar una relación demostrable con otras situaciones
estructurales. Evidencia de G.F., así como literatura y observaciones en sociedades
industriales, indica que varios componentes del requerido sistema contextual
bosquejado más arriba pueden haberse transformado de varias formas tras el proceso de
modernización. Es por tanto de interés primordial investigar varias de estas posibles
permutaciones, proyectando su impacto en la forma en la que opera el modelo. Esto será
delineado brevemente como conclusión del estudio; investigaciones futuras de esta
última hipótesis constituirán un test crucial para el modelo propuesto.

Procesos de poder entre los campesinos


En la búsqueda de información en la literatura campesina sobre los procesos de poder,
uno choca con el recurrente tema de la sentida falta de poder en las sociedades
campesinas. Éstas han sido definidas como sociedades o culturas “en parte”,
perteneciendo a sociedades más grandes que incluyen no-campesinos. Se dice de los
campesinos que suelen ser sumamente conscientes del hecho de que “el verdadero
poder recae fuera de la comunidad campesina” (Foster 1965:301). Ellos “se sienten
‘dentro’ pero no ‘de’ la cultura que los engloba (Banfield 1958:4). Esta característica, se
dice, da pie a una orientación cognitiva que incluye sentimientos de desconfianza y
hostilidad hacia el mundo exterior, individualismo o familismo, y fatalismo. Mientras
que es sin duda imprevisor argüir que este complejo de sentimientos es tanto universal
como exclusivamente presente en las sociedades campesinas, es reportado con la
frecuencia suficiente como para justificar una elaboración aquí.
Banfield, en su análisis de una comunidad italiana del sur, sugiere que los aldeanos
“actúan como si estuvieran siguiendo esta regla: maximiza la ventaja material y a corto
plazo del núcleo familiar; asume que los demás harán lo mismo” (1958:83). Como
resultado, dice, en semejante comunidad, no hay líderes ni seguidores. Nadie intentará
expandir los intereses de la comunidad excepto en beneficio personal. Cualquier
individuo o institución que clame otros motivos es vista como un fraude. Por lo tanto,
nadie es proclive a delinear un curso de acción y persuadir a otros para seguirlo. Si uno
va a ofrecer liderazgo, el grupo lo rechaza por desconfianza. Solo aquellas
organizaciones que tienen apoyo exterior (por ejemplo, la Iglesia o el Estado) pueden
existir, porque los campesinos carecen de la confianza mutua y de los motivos
desinteresados y no materiales que son, en cierta medida, necesarios para mantener una
organización. Los oficiales de dentro y fuera de la comunidad, se asume que son
corruptos y egoístas (Banfield 1958:85-100). Por consiguiente los aldeanos no solo
perciben su falta de poder de cara a la sociedad en general, sino que previenen
activamente unos a otros la consecución de poder dentro de la comunidad.

Foster sugiere un modelo un poco diferente, “la imagen del bien limitado,” para explicar
y predecir el mismo fenómeno observado en los campesinos de Latinoamérica y otros
lugares. Aquello que es definido como “bien”, tanto tangible como intangible, es
percibido como existente en una cantidad finita. Cada unidad social mínima lucha por
poseer o controlar valores escasos, y prevenir que otros obtengan más de lo que por
derecho les corresponde. La adquisición de riqueza, estatus, u otro “bien” por cualquier
individuo o familia es visto como equivalente a privar a otros de su parte y está sujeto a
severas sanciones. Las relaciones interpersonales están por lo tanto caracterizadas por
la cautela, la reserva, la sospecha y la desconfianza. A ningún líder local se le da la
oportunidad de desarrollarse, y el liderazgo de cualquier tipo es visto con sospecha
(Foster 1965:293-315).

Un tema similar es resaltado por Bailey, Blaxter, J. Hutson, S. Hutson, y Layton en su


colección de análisis “small politics”, sobre comunidades campesinas montañesas
francesas, italianas y austríacas. Hallan que los miembros de estas comunidades están
involucrados conscientemente en prevenirse unos a otros el “aventajarse”: “La gente
quiere estar tan bien como su prójimo” (Blaxter 1971:121), ellos “compiten para
permanecer iguales” (Bailey 1971:19). Hay una insistencia en el mantenimiento de una
reciprocidad ecualizada en todos los niveles de la comunidad. Entonces,

la deferencia basada en diferencias de poder es raramente observada. Nadie ejerce


peso ni se rebaja. La búsqueda de poder dentro de la aldea parece ser limitada
deliberadamente, y las posiciones de liderazgo evitadas. Hay un rechazo común por
la política … todos los que ‘juegan a la política’ y se posicionan a ellos mismos como
líderes son sospechados de deshonestidad, engaño y la búsqueda del beneficio personal
(S. Hutson 1971:44).
Aquí, nuevamente, hay evidencia de hostilidad y desconfianza hacia aquellos en el poder
fuera de la comunidad, extendida para incluir a aquellos que tratan de tomar posiciones
de poder dentro de ella.

Una última variación de este mismo tema puede encontrarse en el estudio de Blythe
sobre una aldea inglesa. Uno de sus informantes remarcó que la sentida falta de poder
podía atribuirse a la brutal existencia física del campesino:

Los hombres estaban abatidos porque las granjas tomaban cada ápice de su fuerza
física y, debido a que ellos no tenían una gran fuerza mental debido a la falta de
educación, quedaban despojados. Su fuerza física era su orgullo y tan pronto como los
abandonaba se volvían tímidos … las cosas son diferentes ahora, claro, pero hay un
legado de hombres molidos en las aldeas de Suffolk (1969:105).
Bailey y sus estudiantes dan evidencia de que las mujeres campesinas son tan
insistentes en la igualdad y tan desconfiadas de aquellos que intentan obtener poder
como lo son sus maridos y hermanos (e.g., S. Hutson 1971:46). Banfield y Foster, sin
embargo, dan poca indicación de si sus datos sugieren de alguna manera que el
“familismo amoral” o la “imagen del bien limitado” caracterizan a los campesinos y
campesinas en general, o solo a los hombres. El informante (masculino) de Blythe
distingue a las campesinas de los campesinos: “Las mujeres nunca perdieron su
independencia durante los malos tiempos como los hombres … No encuentras mujeres
en esta condición [abatidas], sin importar cuán dura sus vidas han sido” (1969:105).
Este comentario sugiere que la orientación cognitiva de los hombres campesinos no
debería ser asumida automáticamente como aplicable de la misma manera a las
campesinas. Por esta razón, es interesante examinar cómo los estudiantes del
campesinado han caracterizado la participación femenina en los procesos de poder
campesinos.

En la mayor parte de la literatura donde se discute la figura de la campesina, se asume


que ésta se encuentra subordinada al hombre. Los hombres tienen poco poder en la
comunidad o el mundo exterior, pero ellos sí tienen poder sobre sus mujeres e insisten
en preservar aunque sea eso. Recientemente, varios campeones de las causas de la
mujer han querido mostrar cuánto se ha hecho sufrir a las mujeres campesinas a manos
de sus hombres. Michaelson y Goldschmith, en un análisis de cuarenta y seis estudios
sobre comunidades campesinas, mantienen que casi todas ellas están dominadas por los
hombres (1970:330). Mientras que no hacen explícitos sus criterios para esta
caracterización, plantean varias de sus correlaciones estructurales. Esto incluye una
estricta segregación social y división del trabajo por sexo, con los hombres involucrados
en un trabajo productivo de mayor prestigio, y ocupando posiciones de autoridad en el
ámbito doméstico (en contraste con el rol “indulgente” generalmente ocupado por las
madres) (1971:332-335). Michaelson y Goldschmith pasan a describir las adversidades
psicológicas de las mujeres en estas sociedades “androcéntricas”, particularmente
aquellas que están organizadas patrilinealmente o patrilocalmente, donde las mujeres
están más claramente subordinadas a los hombres (1971:335-347).

Una extensión de este acercamiento es adoptado en mucha literatura sobre la


modernización de las sociedades campesinas. Aquí, también, las mujeres son retratadas
como víctimas pasivas y sufridas, excluidas de cualquier cosa que pudiera considerarse
como parte de un proceso de poder. Se considera que el proceso de modernización
incluye la emancipación de la mujer de sus poco envidiables aprietos tradicionales. De
esta forma, en su capítulo titulado “la manumisión de la mujer campesina”, Morin
(1970:148-152) contrasta la vieja campesina bretona, que públicamente muestra
deferencia y sirve a su marido, con las mujeres jóvenes que aspiran a la independencia y
una vida burguesa: “El conflicto entre la nueva personalidad femenina y la condición
campesina es infranqueable” (1970:452). A pesar de que él alude a la posibilidad de que
la subordinación tradicional de la campesina pueda conceder “el poder detrás del
trono”, que ella haya podido tener una posición de “responsabilidad” en tiempos de
dificultades, “por ejemplo, cuando el marido se ha hundido en el alcoholismo”
(1970:148), son sólo aquellas cada vez más numerosas “mujeres modernas” quienes
buscan o encuentran cierto control sobre sus propias vidas.

Allauzen, en su análisis de la mujer campesina francesa, toma un punto de vista similar,


retratando a la mujer moderna como envuelta en una lucha para romper las ataduras y
escapar de sus roles tradicionales. Ella, como Morin (1970:152), ve que estas ataduras
echan raíces primariamente en la difícil existencia material de la campesina: la
interminable monotonía de demasiado trabajo y demasiados bebés en el matrimonio
“basado en la autoridad masculina” (Allauzen 1967:186). Ella ve el liberarse del trabajo
en la granja como el primer paso para la independencia (1967:passím).

En estas narrativas, así como en otras partes de la literatura sobre la modernización


campesina (cf. S. Hutson 1971:58), las mujeres son retratadas como las modernizadoras,
empujando y tirando de sus maridos para embarcarse en un nuevo estilo de vida. En la
medida en que han tenido éxito, ellas deberían haber tenido algún grado de poder en el
orden tradicional: de otro modo ellas no habrían podido tener los recursos para un
cambio efectivo. Este punto lógico parece haber sido sumamente ignorado en el trabajo
de Allauzen, Morin, y otros que han tratado este problema. En su entusiasmo por
retratar a la mujer tradicional con conmiseración, y a sus hijas con admiración y apoyo,
han fallado en ver cualquier cosa salvo a la generación más jóven como actores sociales
con sus metas propias y sus formas de alcanzarlas.

En años recientes, ha habido un creciente interés por mirar a la mujer bajo una luz un
tanto diferente. Dejando de lado por el momento el presupuesto de la literatura anterior
de que las mujeres, al menos hasta hace poco, eran virtualmente y universalmente
subordinadas, un número de investigadores han asumido que las mujeres, como a los
hombres, son criaturas que establecen sus propias metas. Estos académicos se han
preguntado qué formas de poder tienen las mujeres a su disposición, y cómo las usan
para lograr sus objetivos.

Las mujeres, como cualquier persona, tienen metas y deseos que van más allá de su
situación inmediata –ellas podrían buscar poder político, control sobre otras
personas, seguridad financiera, amor, lo que sea. El comportamiento femenino, por
tanto, debe ser interpretado en relación al objetivo hacia el cual las mujeres se dirigen
– en cierta medida, sus acciones están destinadas a ser elegidas estratégicamente
(Lewin, et. al. 1971:13).

Las mujeres se comportan como actores sociales, empleando cualquier recurso


disponible para lograr sus propósitos… las mujeres, como los hombres, pueden usar su
comportamiento “apropiado” para manipular gente u objetos en la consecución de
metas inmediatas e individuales (Lewin, et al. 1971:18; cf. Nelson 1974:553).

En virtualmente todas las sociedades campesinas, los derechos formales del hombre
parecen situarlo en una posición superior a la de las mujeres. Es decir, ellos
monopolizan cualquier posición de autoridad disponible en la comunidad (ej., en el
gobierno de la familia o de la aldea), y los patrones de deferencia pública de la mujer
hacia el hombre son ubicuos. Estos investigadores rompen con el largo bagaje de
trabajos anteriores al hacer en primer lugar una distinción entre los principios legales,
concepciones culturales tradicionales (masculinas) de la mujer, y a veces patrones de
comportamiento público, por un lado, y las realidades de los procesos de poder, por el
otro. Debido a que las mujeres a menudo centran sus actividades en el
ámbito doméstico, mucha de la atención se ha centrado en los procesos de
poder en la unidad doméstica. En las sociedades campesinas, la unidad
doméstica es de primaria importancia económica, política y social, de
manera que el poder de una mujer en esta esfera se extiende a la aldea en
general. En adición, se ha encontrado que las mujeres tienen vías significativas de
poder, bastante más de las que tienen en sus hogares. Primero echaremos un vistazo a la
evidencia, y la manera en que ésta se ha manejado, con respecto a la participación
femenina en los procesos de poder en el ámbito doméstico, y luego examinaremos algo
del trabajo que se ha realizado sobre la participación femenina en la esfera mayor.
Stephens, en su estudio transcultural sobre la familia, discute la prevalencia de
costumbres de deferencia en las que las esposas toman “una postura general de respeto,
sumisión y obediencia” hacia sus maridos. Él sugiere que estas costumbres implican el
reconocimiento de que a la persona deferida se le deben privilegios especiales y portan
un poder superior (1963:291). De todos modos, él sostiene posteriormente que la
conexión entre deferencia y poder no es de ninguna manera una conexión
clara. Mientras que una costumbre de deferencia es “una expresión ritual o
una expectativa cultural de una relación de poder desigual … una regla
cultural,” de ninguna manera refleja de manera precisa la relación de poder
entre marido y mujer, esto es, “quien domina, y quien se somete; quien
toma decisiones familiares … quien se sale con la suya en casos de
desacuerdo; quien es servido; quien comanda; quien obedece,
etcétera” (1963:296). Habiendo hecho esta distinción, él se opone a hacer un cálculo
transcultural de las relaciones de poder marido/mujer por tres razones. Primero, él dice
que mientras que las costumbres de deferencia son públicas, estandarizadas,
y bien definidas, las posiciones reales de poder entre esposo y esposa a
menudo no están gobernadas por reglas culturales y se expresan en la
privacidad, de manera que están fuera del rango de información del
etnógrafo. Además, debido a que no están gobernadas por reglas culturales, pueden
variar considerablemente dentro los distintos individuos de cualquier sociedad dada. Su
razón más convincente, relacionada con las dos primeras, es que los datos etnográficos
sobre esta materia son escasos, vagos, y en general pobremente reportados (1963:296-
297). En años anteriores, de todos modos, más datos etnográficos relevantes
han ido surgiendo, los cuales sugieren que más allá de las reglas formales
yacen patrones de comportamiento discernibles; la interacción entre el poder
masculino y el femenino parece no estar más ni menos individualizada que otros
aspectos del comportamiento.
Dubish (1971) ha sugerido un método sistemático para evaluar el poder relativo de
campesinos y campesinas. Ella mantiene que dicho poder estará en gran medida
determinado por las contribuciones relativas que cada uno haga a “la principal unidad
social y doméstica, el núcleo familiar” (1971:3) y lista una serie criterios, apropiados
para la aldea griega que ella estudió, con los cuales esto puede ser medido. (1971:5). Para
medir el poder doméstico relativo, ella sugiere los siguientes criterios:

1. Respeto acordado de uno hacia el otro… ambos público y privado


2. Interferencia de uno en la esfera del otro…
3. Toma de decisiones respecto a la distribución de los recursos familiares
4. Determinación de planes para los hijos (1971:6).
Riegelhaupt (1967) y Friedl (1967) en sus estudios de comunidades campesinas
portuguesas y griegas, respectivamente, enfatizan la base económica del poder de la
mujer. En ambos casos las mujeres tienen una participación significativa en las
decisiones respectivas a la distribución de los recursos familiares, lo cual equivale a
interferencia en esferas legal o culturalmente definidas como de dominio masculino.

Riegelhaupt contrasta el virtual control económico de la mujer en el dominio familiar


con la monopolización masculina de los derechos legales sobre transacciones
económicas (1967:112). Según este estudio, el poder económico de las mujeres echa
raíces en la división del trabajo, en el cual eran responsables de comerciar el pan y todos
los productos de la granja familiar que no son vendidos a través de agencias
gubernamentales. Muchos de los ingresos familiares pasan de esta manera por las
manos de la mujer; el resto le es entregado a ella por su marido (1967:120). Las mujeres
son por lo tanto las principales encargadas de los recursos financieros de la familia.
Ellas realizan toda la comercialización y toman todas las decisiones económicas
domésticas y siempre son consultadas en las decisiones agrícolas “masculinas”
(1967:119-121).

Frield emplea una estrategia un poco diferente, oponiendo el poder femenino al


prestigio masculino. Ella cita evidencia de que los hombres monopolizan
posiciones de prestigio e “importancia” y son tratados con deferencia por
las mujeres en la esfera extra-doméstica, pero también señala que si, como
es claramente el caso en la mayoría de las sociedades campesinas, la familia
es la unidad social más importante, entonces el sector privado, en vez del
público, es la esfera en la cual la atribución relativa de poder es más
importante (1967:97). Ella mantiene que las mujeres ejercen un considerable poder en
la esfera doméstica porque ellas traen la tierra como dote a la familia. Ellas mantienen el
control de ésta, participando activamente (tras la fachada de la domino masculino) en
las decisiones relativas a su uso, así como en otros asuntos económicos domésticos y los
planes matrimoniales para sus hijos (1967:105-107). Además, Frields observa que las
mujeres griegas guardan un fuerte sentido de poder al crear y mantener una
dependencia y un sentido de obligación de sus hombres hacia ellas.
Rosenfeld, en su estudio de una aldea árabe, proporciona un interesante contraste. Aquí
la mujer tiene derecho a heredar tierras, pero usualmente elige renunciar a este derecho
en favor de retener los lazos filiales con sus familias natales. Solo de esta forma pueden
retener el derecho a regresar a sus hogares cuando son maltratadas por sus maridos y
demandar dones bianuales y suplementos de emergencia para sus hermanos. Al elegir
renunciar a la posibilidad de un poder mayor en la familia de su marido, una mujer
puede maximizar su propio bienestar económico personal y su seguridad emocional
(Rosenfeld 1960:passim).
A pesar de que las mujeres en esta comunidad no son, hablando estrictamente,
campesinas, la estrategia femenina de manipular un sistema formal, orientado
aparentemente a favor del hombre, para que cumpla sus propios objetivos es un
elemento importante. El estudio de Margery Wolf de los campesinos taiwaneses ilustra
otra manera en la que esto puede realizarse. Como se define tradicionalmente, la familia
taiwanesa es una unidad patrilineal que se extiende a través de generaciones, de manera
que todos los miembros masculinos de una familia son identificados desde el
nacimiento hasta la muerte con ambos ancestros y futuras generaciones. A una mujer,
como miembro temporal, primero del linaje de su padre, y luego del de su esposo, se le
niega el acceso al poder y la seguridad emocional que se derivan de ser un miembro
completo de estos grupos (1972:32-33). Wolf, sin embargo, argumenta que las mujeres
no definen su familia de esta manera. En cambio, ellas se ven a sí mismas como cabezas
de familias uterinas y trabajan para crear y mantener lazos cercanos y leales con sus
miembros, por lo tanto proveyéndose a sí mismas con ambos, una base de poder y un
soporte emocional.

La familia uterina es construida a partir de la necesidad de una mujer y se mantiene


unida en la medida en que ella tiene la fuerza para hacerlo… [ésta] no tiene una
ideología, ni una estructura formal, ni una existencia pública. Es construida a partir
de sentimientos y lealtades que mueren con sus miembros, pero no es menos real por
esto (1972:37).

Éstos, entonces, son algunos de los tipos de poder y de las estrategias para obtenerlo de
los que las mujeres pueden hacer uso en el ámbito familiar. Claramente, este poder no
es dependiente por completo del temperamento individual, sino que surge de varios
acuerdos estructurales en cada sociedad. Además, Lamphere sugiere que las sociedades
en las cuales la solidaridad femenina es más fuerte incluyen aquellas en las cuales los
hombres tienen poca autoridad entre ellos, o donde el estatus masculino en la sociedad
extensa es más bajo (1974:111-112). Estos criterios se han mostrado válidos para
aplicarlos a las sociedades campesinas. De hecho, informales pero bien organizados
grupos de mujeres son descritos en muchas sociedades campesinas. (ej., Arensberg y
Kimball 1968:196; Reiter 1972:44-46). Parece razonable sugerir que si las mujeres en
estas sociedades ejercen un considerable poder en el ámbito doméstico, no lo hacen
simplemente como individuos, sino con el apoyo y estímulo de su grupo sexual.

Si, tal como se ha argumentado, la unidad doméstica es la principal unidad


social, política, y económica en las sociedades campesinas, debería
esperarse que el poder de las mujeres en la familia tenga importantes
repercusiones en la comunidad en general. La solidaridad femenina, expresa en
grupos informales de mujeres unidas por una bien desarrollada red de comunicación
femenina interfamiliar, es frecuentemente citada como la base de poder más fuerte a
través de la cual la mujer opera en la comunidad. Margery Wolf, Aswad, y Riegelhaupt
describen todos cómo los grupos de mujeres, más heterogéneos y menos frágiles que
aquellos de los hombres, actúan como una forma de control de la información,
influenciando contundentemente a la opinión pública y mediando entre los grupos de
hombres.
En Taiwán, los grupos de hombres se forman alrededor de líneas familiares o religiosas,
mientras que los grupos de mujeres se definen en términos del vecindario y de las
amistades (M. Wolf 1972:47). Esto último actúa como protección de los derechos
individuales de la mujer en una familia; ella puede apelar a su grupo y esperar que las
injusticias sean rectificadas a través de una presión grupal informal (1972:39). Más
importante, estos grupos de mujeres sacan ventaja del bien desarrollado sentido
masculino de preservar el honor del linaje, y se las arreglan para influir en asuntos que
teoréticamente sólo conciernen a los hombres:

Ésta es precisamente la manera en que las mujeres ejercen su poder. Cuando un


hombre se comporta de una manera que ellas consideran errónea, ellas hablan sobre
él – no solo entre ellas, sino también con sus hijos y sus maridos … Se vuelve
abundantemente claro que él está quedando mal y que si continúa de esta forma
podría traer vergüenza a la familia de sus ancestros y descendientes. Pocos hombres se
arriesgarán a esto (1972:40).

Este tipo de poder femenino se realza, yo sugeriría, por el hecho de que las mujeres,
sintiendo poca identificación con el patrilinaje, no odian la idea de erosionar la
institución al traer vergüenza a ésta.

Aswad sugiere que el poder de los grupos de mujeres árabes surge del hecho de que
éstos no están, como los de los hombres, restringidos por alianzas políticas y patrones
de discurso estilizado. La naturaleza informal y heterogénea de los grupos de mujeres
les permite actuar como mediadoras, previniendo que conflictos mayores surjan entre
los grupos de hombres (1967:149:1509). Sus rumores además forman la opinión pública,
afectando indirectamente el comportamiento y las decisiones políticas masculinas
(1967:150).

En la aldea portuguesa estudiada por Riegelhaupt, las mujeres están virtualmente en


control de la diseminación de la información debido a la división del trabajo: los
hombres trabajan individualmente en los campos, mientras que las mujeres entran en
contacto frecuente entre ellas en el curso de su trabajo doméstico en la aldea. Los
hombres por lo tanto dependen de sus mujeres para informarse acerca de los asuntos,
eventos, y personalidades de la aldea (1967:116-118). Riegelhaput señala que, sin
embargo, esto es relativamente poco importante en términos de poder político, porque
las fuentes de poder recaen fuera de la comunidad. Pero, al mismo tiempo, las mujeres
tienen un contacto mucho más extenso con el mundo urbano que los hombres, primero
como criadas domésticas (cuando son muchachas jóvenes) y luego como mujeres
comerciantes (1967:118). Ellas deben entonces actuar como mediadoras entre la
comunidad y los procesos políticos exteriores. Los hombres no pueden jugar este rol
porque carecen de contactos urbanos, son incapaces de formarse a sí mismos en
facciones u organizaciones voluntarias para actuar como grupos de presión, y “son
reticentes a entrar en relación con otros aldeanos donde ambas partes no están en pie de
igualdad, de manera que previenen elegir un portavoz o líder entre ellos” (1967:123-
124). Se señala que los hombres virtualmente monopolizan los derechos políticos
formales; la mayoría de las mujeres, por ejemplo, no tienen el derecho a votar. Sin
embargo, especialmente en un sistema autoritario, las fuentes de poder
político recaen fuera de las instituciones legalmente constituidas; las
decisiones son tomadas a través de estructuras informales (1967:121-122).
Es la mujer aldeana, no el hombre, el actor principal de estas estructuras
informales a las cuales los campesinos tienen acceso. En contraste con el
patrón de la mujer que se encarga de los procesos en un dominio legalmente masculino,
Friedl reporta que las mujeres griegas pueden interrumpir procesos en un dominio
tradicionalmente masculino, desestabilizando las relaciones ordinarias entre hombres al
comportarse negativamente en público. Esta sanción potencial es lo suficientemente
fuerte como para dar a la mujer una influencia significativa sobre las relaciones
formadas por hombres (1967:108).
Una última forma de poder ejercido por las mujeres es aquella relacionada con lo
sobrenatural. Esto es relativamente poco reportado en las sociedades campesinas
contemporáneas y recae más frecuentemente en varios individuos de una sola
comunidad, en vez de en la población femenina general. Pitt Rivers, por ejemplo, analiza
la figura de la sabia en una aldea española. Ella tiene el poder de “corregir lo que está
mal”, y, a pesar de que los aldeanos, especialmente los hombres, tienden a expresar
escepticismo públicamente, recurren a ella cuando necesitan ayuda (1961:193). Sus
atribuidos poderes mágicos son tales que ella puede utilizarlos para manipular las
relaciones dentro de la aldea. Además, se cree que, si ella tuviera malas intenciones,
puede usar sus poderes malévolamente. Por esta razón, se toman precauciones para no
ofenderla (1961:192). Pitt Rivers reporta que se cree que todas las mujeres son
potencialmente capaces de evocar magia menstrual y el mal de ojo, dos formas de magia
malevolente (1961:197-198). Que las mujeres posean recursos sobrenaturales para hacer
daño les concede poder real por medio de la amenaza de peligrosas represalias en caso
de enfadarse.
Por lo tanto tenemos una serie de pares opuestos de poder masculino/femenino:
formal/informal, subsumiendo de jure/de facto, público/privado, y ocasionalmente
natural/sobrenatural. Ha sido sugerido que el poder informal es el más
significativo en el contexto campesino, en tanto que las fuentes de poder
“real” se cree que recaen fuera de la comunidad campesina, y los
campesinos son reticentes a asignar posiciones formales de poder a sus
semejantes.
Eric Wolf, en un estudio de sociedades complejas basado fundamentalmente en su
trabajo con campesinos latinoamericanos y europeos, ve las estructuras informales
como intercaladas y suplementarias a su infraestructura de poder político formal
(1966:2; cf. Karnoouh 1973:29). Mientras que sostiene que estos escenarios
suplementarios pueden “hacer posible el funcionamiento de las grandes instituciones”
(1966:19), el ve lo primero como distinto y secundario: “Ellos operan y existen en virtud
de la existencia [de la estructura formal], lo cual lógicamente, si no temporalmente, es
anterior a estos” (1966:2).

Pitt Rivers, por otro lado, ve estos procesos y relaciones informales como una
infraestructura que forma aparte de la estructura principal.
[La infraestructura] brota a través de la red de relaciones interpersonales dentro de la
comunidad y depende de las memorias y tradiciones culturales del pueblo en vez de en
la palabra escrita. La [estructura formal] le debe su existencia a una autoridad
delegada por un poder central… la infraestructura es un aspecto de la estructura y no
un segmento de la comunidad… los dos sistemas, al mismo tiempo, son
interdependientes y están en oposición. Ambos son partes de la misma estructura. Si
existe una tensión entre los dos, es tanto una condición de uno como del otro. Y lo que
requiere ser explicado no es sólo el origen de esta tensión sino también las formas en
que puede ser resuelta (1961:200-201).

Si bien Pitt Rivers incluye los poderes sobrenaturales de las mujeres como parte de la
infraestructura, no hace referencia explícita a esas otras formas de poder femenino
descritas arriba. Más bien, intenta incluir aquellos procesos ilegales o informales por los
cuales los hombres evaden las instituciones (ej., control de alimentos vs. mercado
negro) (1961:199-201). Sin embargo, la oposición en pares entre la autoridad y el
prestigio masculino, apoyados en la ley y la tradición cultural, por un lado, y el poder
femenino, desprendiéndose de otras tradiciones culturales, encubiertas, y de las
relaciones interpersonales, por otro, se mantienen en una oposición análoga. Al mismo
tiempo, debería señalarse que la oposición entre poder masculino y femenino involucra
no sólo aquella entre dos tipos de poderes diferentes, sino que está inextricablemente
vinculada a los valores culturales y las actitudes asociadas con dos categorías de
individuos opuestas: varón y mujer. Es por consiguiente, al mismo tiempo, un tipo de
oposición más específica y más general que aquella a la que Pitt Rivers refiere.

El modelo propuesto arriba explica cómo la tensión entre estos dos es resuelta. Antes de
volver a esto, sin embargo, vamos a examinar ejemplos particulares de esta tensión y su
resolución en una aldea campesina francesa.

Bueno, tú sabes, así es la vida. Los peces gordos siempre se quedan con todo y a los
pequeños sólo les queda el hambre. No hay mucho que podamos hacer al respecto –
Simplemente lo tenemos muy mal.
–Jacques Fresnay, agricultor retirado

El marido siempre es el chef d’exploitation [se refiere a la explotación agrícola y los


cultivos en general]… Bueno, eso es lo que la ley dice. Lo que realmente sucede es otra
cosa, pero tú no vas a encontrar eso en el Código Civil.
–Marc Hantelle, ex-alcalde, agricultor retirado.

Vous savez, les hommes, c’est une drole de race. [Tú sabes, los hombres, son una raza
curiosa]
–Lucie Fraiport, viuda de un agricultor, barbera, zapatera.
G.F., durante siglos una aldea campesina, yace en las onduladas colinas del cantón
noreste de Francia. Su población de 350 apiñados y nucleados asentamientos, rodeados
de campos en su periferia, ha permanecido constante tras la llegada del nuevo siglo. Las
tierras de la aldea, en su momento, proveyeron para sus aproximadamente ochenta y
cinco familias, pero en los últimos veinte años, las pequeñas granjas y cultivos familiares
se han vuelto inviables como medio de subsistencia. Un creciente número de hombres
ha abandonado el trabajo en el campo y ha buscado empleos en las plantas siderúrgicas
cercanas; hasta la fecha sólo once familias aún trabajan el campo. G.F sigue siendo, sin
embargo, una aldea campesina en términos ideológicos y de comportamiento. Aquellos
que han abandonado el trabajo de campo han alquilado sus tierras a familiares o vecinos
y han mantenido una relación cercana con los arrendatarios, echándoles una mano
durante las temporadas más laboriosas. Aquellos que han continuado en el oficio de los
cultivos no poseen más tierras que aquellos que no lo han hecho y que las alquilan a
hasta siete u ocho propietarios. Las familias del campo son las más admiradas por lo
aldeanos, y los granjeros monopolizan posiciones de prestigio en la comunidad. Las
familias “de las fábricas” han retenido, tanto como les fue posible, los patrones de
comportamiento y valores de las familias agricultoras. Los agricultores y los
trabajadores de las fábricas por igual se sienten alienados, y hostiles, hacia la vida
urbana. A pesar de los cotidianos viajes de trabajo a la ciudad, los trabajadores de las
fábricas no se identifican a sí mismos con los trabajadores urbanos y no participan en
organizaciones o actividades sindicales. (cf. Lamarche 1969:165; Barbichon and Delbos
1973:18).

Los granjeros cultivan una gran variedad de granos; cerca de un tercio de las tierras de
cultivo son de trigo, el cual es vendido en su totalidad. El resto de la tierra es dedicado al
heno y los granos para alimento de los animales y pasturas. La leche siempre ha sido la
mayor fuente de ingreso en la aldea, y hoy día cerca del 90 por ciento de los ingresos de
cada granja provienen de la venta de leche y carne de res. La mayoría de las granjas
tienen aproximadamente entre quince y veinte vacas lecheras. Cada hogar, granja y
producción asociada cultiva sus propios vegetales y sus propias frutas, así como sus
propios conejos y aves de corral.

La aldea puede ser conceptualizada como dos esferas, una de ellas interior que afecta el
tamaño y la forma de la otra. La esfera doméstica es sólida y fuerte, el núcleo de la vida
en la aldea. Las esfera más grande, la de la comunidad, le rodea, y es al mismo tiempo
más visible y frágil. Este complejo, a su vez, encaja dentro de la más grande esfera del
mundo exterior. Las mujeres están en control de la esfera doméstica y dejan las
actividades y los asuntos exteriores a ésta a los hombres. Como directriz del hogar, la
mujer es responsable de cultivar, comprar y preparar la comida para su familia, llevando
a cabo deberes cotidianos como la crianza de los hijos, el mantenimiento de las
relaciones con parientes cercanos y externos a la familia nuclear, realizando las cuentas
y registros del hogar (y el campo), y la elaboración del presupuesto familiar. Las mujeres
campesinas tienen como su mayor responsabilidad la alimentación y el cuidado,
incluyendo el ordeño, de los animales de la granja, los cuales están alojados en el establo
adyacente a la cocina de cada hogar. Ninguna mujer casada tiene un empleo fuera del
hogar.
Las mujeres integran grupos informales, basados en vínculos de parentesco o
vecindario. Debido a las líneas sobre las que se forman estos grupos, pueden incluir
varias generaciones de individuos, perteneciendo tanto a familias campesinas como de
trabajadores fabriles. La aldea está dividida en cerca de quince vecindarios, invisibles
para un forastero, pero claramente definidos en la mente de los aldeanos. Antes de que
el agua corriente fuera introducida en la aldea (unos doce años atrás), había
una fontaine [fuente] pública en cada barrio, donde las mujeres se reunían para lavar la
ropa y colectar agua para sus hogares. Cada mañana, la esposa del panadero de la aldea
conduce una camioneta por la ciudad, haciendo un alto en cada barrio de manera que
las mujeres del vecindario puedan reunirse para comprar el pan y conversar entre sí. La
esposa del panadero actúa como una portadora de “chismes”, esparciendo las noticias
entre los vecindarios. Al atardecer, aquellas mujeres que no tienen sus propias vacas se
reúnen en el establo de la mujer más cercana que sí las posee para comprar su provisión
diaria de leche. Las mujeres raramente visitan las casas de otras o dejan su propio
vecindario, excepto para visitar a los familiares más cercanos. Sin embargo, en el curso
de su trabajo diario, mantienen un contacto cercano entre ellas. Además, todas las casas
de la aldea están construidas bastante cerca de la calle y próximas entre sí, con la cocina
en la parte frontal. Las mujeres mantienen un ojo en la ventana durante la mayor parte
del tiempo posible, de manera que poco de lo que sucede en el vecindario pasa sin su
conocimiento.
En contraste con las mujeres, cuyas actividades e intereses están centrados casi
exclusivamente en el hogar y el vecindario, los hombres trabajan en los campos
periféricos o en las fábricas de las afueras de la aldea, de manera que gastan la mayor
parte de su tiempo lejos sus hogares. Ellos se reúnen en la cafetería o en la fragua en el
centro de la aldea, eligiendo a sus socios y relaciones más cercanas de la aldea en toda su
extensión, y formando grupos generacionales informales con una ocupación en común.
Sus grupos son por lo tanto más homogéneos que los de las mujeres. Mientras que las
conversaciones y los intereses de las mujeres se restringen en gran parte a
los individuos y actividades locales, las conversaciones de los hombres a
menudo incluyen discusiones alrededor de temas que se extienden más allá
de la aldea: políticas regionales y nacionales y polución industrial, por
ejemplo. Estas discusiones, debería notarse, casi invariablemente terminan
con un encogerse de hombros y un “C’est la vie, quoi. Qu’est-ce que vous
voulez?” ¨[“Así es la vida, ¿no? Qué se le va a hacer.”] Ellos están
interesados en el mundo exterior, pero lo toman con extrema resignación y
fatalismo.
Hay varias asociaciones voluntarias masculinas en la aldea: sociedades de caza y pesca,
un capítulo local de FNSEA (sindicato de campesinos), así como el cuerpo gobernante
de la aldea: el consejo municipal. Sin embargo, la mayoría de los miembros de las
sociedades de caza y pesca viven fuera de la aldea; sólo unos pocos aldeanos pertenecen
al mismo. Todos los granjeros de la aldea pertenecen al sindicato de campesinos, y,
como organización campesina, es bastante prestigiosa. Pero sus miembros confiesan en
privado que el capítulo local tiene muy poco poder, y las organizaciones regionales y
nacionales son controladas por “agricultores capitalistas” que tienen poco interés en los
problemas de los trabajadores campesinos. Sólo un hombre, nativo de una aldea vecina
que se unió a G.F, parece tener un interés activo en estas organizaciones. Él posee un
cargo en cada una de las tres y dice estar sinceramente interesado en el servicio público.
No es muy querido por los aldeanos, quienes dicen que no es lo
suficientemente sérieux [serio]. Fue derrotado cuando se postuló para un cargo en el
concejo municipal. Esta organización también, es de alto prestigio. Los días en torno a
las elecciones se crea un gran entusiasmo, lo cual posibilita un juicio público del
prestigio de los candidatos. Poco después de las elecciones, sin embargo, el interés
disminuye. El organizador del partido de la oposición en 1971, uno de los más
fieros contendientes de esas elecciones, dijo en privado, once meses
después, “Oh, bah, el concejo municipal, sólo nos hemos reunido dos veces
desde las eleccione: una para elegir al alcalde y otra para darle al pastor
[religioso] un vin d’honneur cuando fue transferido. El alcalde toma todas
las decisiones sin consultar a nadie y de todas formas, realmente no existen
decisiones importantes que tomar.”
La cafetería es frecuentada regularmente sólo los domingos por la tarde, cuando un
grupo de hombres mayores se reúne a jugar a las cartas. Otros hombres hacen un alto
allí durante la semana, pero está generalmente deshabitado, y algunos sencillamente no
van nunca.

Aunque los hombres pertenecen a la esfera de la aldea, la orientación doméstica de la


aldea, tanto social como económicamente, significa que sus vínculos familiares son muy
fuertes. Sus actividades en la esfera de la aldea determinan hasta cierto punto el
prestigio propio de ese hombre, y por lo tanto el de su familia. Pero él es, sobre todo,
cabeza de su familia. La última palabra, al menos en teoría, es la suya. Él
pasa relativamente poco tiempo allí, dejando las cosas en manos de su
esposa. Se mantiene de alguna manera como una figura distante de
autoridad.
Hombres y mujeres juegan roles complementarios en G.F. La familia es, para los
aldeanos, una unidad inviolable, tanto ideológica como económicamente. El divorcio no
es tolerado, y los individuos solteros son raros y tratados con ambivalencia. El
prestigio está ligado a la familia, no a los individuos. Todos los eventos
importantes de la vida (bautismo, casamiento, funerales) están marcados por
elaborados banquetes en famille.
Especialmente en las familias campesinas, pero también en las familias de
trabajadores fabriles, hombres y mujeres realizan funciones económicas
diferentes pero absolutamente esenciales. Los emprendimientos agrícolas,
ganaderos y comerciales en la aldea son emprendimientos familiares,
requiriendo el compromiso a tiempo completo de ambos marido y mujer,
así como de los niños. En las granjas, hay un poco de infracción de la
división sexual del trabajo: los hombres ayudan a las mujeres en el establo
durante las temporadas más flojas, y las mujeres ayudan a los hombres en
el campo durante las laboriosas temporadas de cosecha y producción de
heno. Los hombres tienen un disgusto importante por el trabajo en el
establo, considerándolo el trabajo más humillante de los que hacen. Al
mismo tiempo, las mujeres se quejan vehementemente del trabajo en el
campo. Es evidente que un hombre en el establo está ayudando a su esposa
y está bajo sus órdenes, mientras que una mujer en el campo está ayudando
a su esposo y está bajo las órdenes de éste. Ningún hombre ayuda a su
mujer con el trabajo doméstico o el cuidado del jardín (excepto
ocasionalmente con el uso de la azada), y las mujeres nunca ayudan con el
labrado de la tierra o la plantación de los cultivos. Las mujeres de las familias
fabriles tienen, como mucho, sólo una vaga noción del tipo de trabajo que sus hombres
realizan.
Debido a que la herencia es bilateral, ambos cónyuges traen bienes a la familia. Por esta
razón, los matrimonios intra-aldeanos han sido comunes y aún representan cerca del 33
por ciento de todos los matrimonios de la aldea. La tierra permanece a nombre de su
heredero, incluso después del matrimonio. Debido a que los aldeanos que no se dedican
a trabajar en el campo prefieren alquilar su tierra a familiares cercanos, un campesino
puede ganar acceso a más tierras tanto a través de los familiares de su esposa como de
los suyos.

Mientras que ambos hombres y mujeres son obviamente


interdependientes, las mujeres parecen tener más éxito que los hombres en
mantenerse solas. La proporción de viudas que vuelven a casarse es de lejos mucho
más bajo que el de los viudos, según los archivos de la aldea en los últimos setenta años.
Además, hay cerca de veinte viudas en la aldea (en comparación a las sesenta parejas en
matrimonio) frente a sólo siete u ocho viudos. Mientras que esto está en parte vinculado
a factores demográficos, lo que nos interesa aquí es comparar las actitudes hacia la
viudedad por parte de hombres y mujeres. Los viudos se quejan de vivir solos y buscan
activamente volver a casarse, mientras que las viudas no lo hacen. Las actitudes de los
aldeanos hacia hombres y mujeres que viven solos también contrastan
considerablemente. Una joven aldeana quedó viuda cuando su esposo, campesino,
murió en un accidente. Muy admirada por los otros aldeanos, ella continuó con el
trabajo en el campo, aunque tuvo que alquilar parte de las tierras y depende de la ayuda
de otros campesinos de la aldea. Por otro lado, hay un soltero de mediana edad que
trabaja en sus cultivos con la ayuda de sus padres. Los aldeanos desaprueban su soltería,
diciendo que pese a que él ha dado forma a una granja muy próspera, ellos no ven cómo
va a ser posible para él continuar con su trabajo cuando sus padres sean demasiado
mayores y ya no puedan ayudarlo. Cuando un trabajador fabril con varios hijos
adolescentes quedó viudo, su madre, ella misma viuda, fue a vivir con él para ocuparse
del apartado doméstico. Ella se lamentó bastante de tener que renunciar a su propia
vida y recibió la simpatía de todos los aldeanos, quienes de todas formas reconocieron
que ella no tenía otra opción salvo la de llevar a cabo sus responsabilidades. Una mujer
espera, y se espera de ella, ser capaz de arreglárselas por su propia cuenta;
lo mismo no vale para el hombre.
En sus relaciones con los hombres, las mujeres parecen ser sumisas y respetuosas. Si
por circunstancias excepcionales, una mujer se encuentra a sí misma en un lugar
de dominio masculino – en la oficina del alcalde durante las elecciones, por
ejemplo – ella es visiblemente cohibida, reservada, e ignorada por los
hombres. Si un grupo de hombres está en su casa, ella les sirve comida o bebida
silenciosamente y luego se retira a una esquina a observar y escuchar. Es improbable
que ella deje la habitación, pero es igualmente improbable que participe. Incluso cuando
su propio esposo es el único hombre presente, ella es propensa a permanecer silenciosa.
Mis conversaciones con las mujeres, incluso con aquellas que eran muy honestas y
obstinadas, usualmente terminaban cuando el marido llegaba al hogar. Él tenía
permitido entrar en la conversación y siempre pareció asumir que yo estaría más
interesada en hablar con él.Esta abierta deferencia no significa, sin embargo,
que las mujeres estén necesariamente subordinadas. Las esferas
masculinas y femeninas están definidas muy claramente, y un miembro de
determinado grupo sexual simplemente no pertenece al dominio del
otro. Además, la esfera masculina incluye el tratar con el mundo exterior, lo cual, por
supuesto, incluye a los visitantes.
Uno se queda con una impresión muy diferente de las mujeres cuando éstas son
observadas en una habitación de hombres, por un lado, y con un grupo de mujeres, por
otro. La mujer en la esquina es una aguda observadora; lo que ella ve es
luego reportado a otras mujeres en medio de un repiqueteo de lenguas,
sacudidas de cabezas, o un vendaval de risotadas. Las mujeres no están
particularmente impresionadas por los hombres, a pesar de la imagen que
proyectan públicamente en su presencia. Si un hombre se tropieza con un grupo
de mujeres en la calle o en el establo, ellas invariablemente se dispersan, se callan, o
cambian de conversación, perdiendo su entorno femenino. De este modo, mientras que
las mujeres son observadoras pasivas del mundo masculino, los hombres tienen aún
menos acceso al mundo femenino. El comportamiento de las mujeres, y la
tendencia de los hombres a “encargarse” en público, previene a estos
últimos de tener acceso a la misma cantidad de información que poseen las
mujeres. Debería señalarse que las mujeres no están poderosamente interesadas en la
atención masculina o en sus asuntos. En las reuniones de familias extendidas o de
grupos mixtos, los sexos se segregan mutuamente, y hay poco intercambio entre
hombres y mujeres. Cada uno prefiere, y se siente más cómodo, en la compañía de su
propio grupo sexual.
Las mujeres de G.F. ejercen considerable poder en ambos el ámbito hogareño y la
comunidad en su extensión. Para ilustrarlo, observaremos varios ejemplos específicos
de procesos de poder, primero en el hogar y luego en la aldea.

Como ha sido señalado anteriormente, las mujeres son responsables de


establecer y manejar el presupuesto familiar. Esto incluye la
responsabilidad de asignar la paga diaria a sus esposos. Mme Gabin, la
esposa de un trabajador fabril, no le otorga a su esposo ninguna parte de su
salario, de manera que él tiene que hacer pequeños trabajos, changas y
chapuzas para ganar algo de dinero con el que pagar sus cigarrillos y una
ocasional visita a la cafetería. Mientras que la mayoría de las esposas son
más generosas, ellas no encuentran nada particularmente extraordinario
en ese comportamiento. Los hombres refunfuñan en privado acerca de las
negativas de sus esposas a darles más dinero, pero esto es reconocido como
su prerrogativa. En adición, ellos son reticentes a quejarse en voz alta, ya
que ello implicaría que no están de hecho en completa autoridad en el
hogar. “Mi esposa,” dijo un campesino, “es mi ministro de finanzas.” “Yo soy el que
aporta el dinero en el hogar,” añadió, “a pesar de que algunas veces necesito pedir que
me vuelvan a dar algo de éste”. Idealmente, las decisiones más importantes en
relación a la administración del presupuesto familiar son tomadas de
forma mutua, siendo el esposo la autoridad definitiva. Cuando hay un
desacuerdo, sin embargo, es la mujer la que usualmente gana, a pesar de
que la decisión final es atribuida a un cambio de opinión del esposo. Por
ejemplo, Mme François quería una motocicleta para arrear las vacas que
pastan. Ella discutió prolongadamente con su marido, quien insistió en que
ellos no podían costearlo por al menos un año. Dos semanas después, ella
tenía su motocicleta. Cuando le pregunté a ella respecto a eso, ella podría
haber dicho perfectamente: “Yo controlo el presupuesto y era lo que yo
quería, así que lo siento por él, salí y la compré”. Pero en cambio, ella me
guiñó el ojo y simplemente dijo, “Pierre cambió de opinión.”
Las mujeres son también responsables de la crianza de los niños. Los hijos de
campesinos de ambos sexos trabajan con su madre, hasta que los chicos se convierten
en los asistentes de sus padres en la adolescencia. Las mujeres casadas con trabajadores
fabriles tienen menos contacto con sus hijos, ya que poco o ningún trabajo se les exige
en el hogar. En ambas familias, tanto campesinas como fabriles, los niños/as son
considerados importantes, pero las familias no giran en torno a ellos, y las mujeres no
están notablemente centradas en ellos. Son las madres, de todas formas, quienes ayudan
a sus hijos con la tarea escolar y las que son responsables de la guía y la disciplina
diarias. Los padres actúan como figuras de disciplina y son bastante distantes con sus
hijos. Hasta hace poco, por ejemplo, las niñas se dirigían a sus padres con la voz
formal vous. El control de la madre sobre sus hijos es acentuado por la
posición de autoridad de su padre. La amenaza de apelar a la más bien
aterradora figura de autoridad en la persona de “papá” es generalmente
suficiente para mantener a los niños a raya cuando sus propios gritos y
azotes no bastan.
Las decisiones importantes relativas al futuro de los hijos son tomadas de
forma similar a las decisiones sobre el presupuesto familiar. En los arreglos
matrimoniales, el padre teóricamente tiene la última palabra. Un joven que
quiere casarse con una muchacha debe primero ganarse el permiso para visitar su casa
(entrer). Esto es organizado a través de un intermediario, usualmente un individuo
relacionado por matrimonio o sangre con ambos futuros novia y novio. El permiso de
entrada (entre) es otorgado por el padre de la novia y es equivalente al permiso de
casamiento.
Claire Nicolas, de 22 años, hija de un campesino, conoció a un joven de las afueras de la
aldea y quería casarse con él. Su padre no estaba muy entusiasmado con el
emparejamiento, pero su madre estaba rotundamente opuesta, diciendo que ella aún
necesitaba la ayuda de Claire en casa. Cuando Claire finalmente se marchó para casarse,
su madre se negó a asistir a la boda o a dejar que otro miembro de la familia asistiera.
Más tarde, cuando Claire volvió de visita a su hogar, su madre la echó de la casa. Según
una mujer de la aldea, el padre de Claire habría aceptado el matrimonio de su hija si no
hubiese sido por la oposición irrazonable (en su opinión) de su esposa. Esto fue
corroborado por los comentarios que me hicieron M. y Mme. Nicolas.

Christine Motelet (20), otra hija de campesinos, tenía como pretendiente a un joven
campesino de una aldea vecina. Su padre estaba a gusto con la pareja y le dio permiso de
visita (entre) luego de pocos meses. Christine, sin embargo, conoció a un trabajador
fabril, Gilbert, que le gustaba más. Su padre estaba violentamente opuesto a este
emparejamiento, pero su madre no. Al cabo de cinco meses, él le otorgó el permiso de
visita a Gilbert. Para su boda, Christine y su madre querían organizar dos
banquetes pero no estaban seguros de si “papá” consentiría. M. Motelet me
explicó innumerables veces que la vieja costumbre de celebrar dos o tres
banquetes de boda era muy linda, pero simplemente demasiado costosa en
estos tiempos; Christine tendría sólo uno. Poco antes de la boda, él empezó
a explicar que, después de todo, “tu hija no se casa todos los días… así que
deberíamos hacerlo bien”. Hubo dos banquetes. No se hizo ninguna
referencia a la opinión de Christine o su madre en el curso de las
conversaciones que tuve con M. Motelet, y a pesar de que ellas estaban
presentes, permanecieron calladas.
No sé exactamente qué medios son utilizados para persuadir, intimidar o
convencer a los hombres para que acepten las opiniones de sus esposas en
este tipo de procesos de toma de decisiones. Claramente, la esposa está en
control del hogar; es su esfera de actividad e interés, y ella es selectiva en la
información que comparte con su esposo sobre ello. La dependencia de éste
para con ella a la hora de manejar el hogar, administrar las finanzas, y, en
el caso de los campesinos y comerciantes, contribuir a la empresa familiar,
le otorga a ella una base poder importante sobre la cual operar.
Debido a que las actividades en la esfera de la aldea están estrechamente vinculadas a la
unidad doméstica, el poder de la mujer se extiende más allá de ésta, a pesar de que,
como se señaló más arriba, la esfera de la aldea es de dominio masculino. Por ejemplo,
el Concejo Municipal está conformado por hasta nueve hombres, elegidos cada seis
años. Inmediatamente después de las elecciones, ellos eligen a un alcalde de entre
sí. Debido a que el gobierno francés es extremadamente centralizado, el
Concejo Municipal está en realidad bastante constreñido en lo relativo a su
poder de toma de decisiones. Además, todas sus decisiones deben ser
aprobadas por el prefecto del départament, quien también tiene poder para
suspender o disolver los concejos municipales. Un asiento en el concejo, de
todos modos, es una marca de alto prestigio. Es por lo tanto significativo que cinco de
los nueve asientos estén ocupados por campesinos y los otros tres por hombres con
ocupaciones relacionadas a la agricultura (i.e., inspector de la producción lechera,
vendedor de equipos agrícolas). Dos partidos aparecen siempre representados en las
elecciones, pero éstos corresponden a facciones de la aldea y no tienen lazos con
partidos nacionales. Sus nombres (en 1971: d’Action Sociale, y de Renouveau et
d’Entende Communale) sólo de manera muy vaga sugieren las políticas del partido. No
se ofrecen plataformas, y lo que es de importancia es el prestigio de los candidatos.
Como se señaló más arriba, el prestigio recae sobre las familias, no sobre los
individuos, de modo que es ventajoso para una mujer que su esposo integre
el Concejo. Debido a la falta de poder real en la tomas de decisiones, no es
de su especial interés el ser concejal ella misma.
Dentro de los límites a priori respecto a quién puede ser considerado
seriamente para un asiento (i.e., ni trabajadores fabriles ni comerciantes),
las mujeres juegan un poderoso rol para influenciar la composición del
concejo. La esposa de un granjero puede o bien empujar a su marido a la
arena política, o bien, al demandar más ayuda por parte de él en el hogar y
negarse a ayudarle en su trabajo, prevenir que éste entre en la carrera. En
adición, debido a la bien organizada red de comunicaciones entre mujeres,
ellas son capaces de influenciar en la opinión pública y de esta forma
afectar el resultado de las elecciones. La esposa de un contendiente en las
elecciones de 1971 dijo:
Las mujeres pelean entre ellas para meter a sus esposos en el Concejo Municipal … hay
tías y sobrinas que ya ni siquiera se hablan entre sí debido a que, ya sabes, siempre es
entre dos grupos, entonces se divulgan rumores desagradables y todo eso, así la gente
vota por un grupo u otro.

Incluso las mujeres cuyos esposos no participan activamente en las elecciones “pelean”.
Justo antes de las elecciones de 1971, la esposa de un trabajador fabril divulgó el rumor
de que uno de los contendientes había acosado a su hija. Este hombre, un granjero,
miembro de una antigua familia de la aldea, y parte de la lista presentada por el grupo
que ganó más asientos en el Concejo, fue derrotado.

Cada partido decide de antemano cuál va a ser su candidato para alcalde. La posición
de alcalde involucra el más alto prestigio, pero debe pasar buena parte de
su tiempo atendiendo a detalles administrativos en la oficina del alcalde, en
reuniones en la capital cantonesa y demás. Parece haber cierta dificultad en
encontrar a alguien que esté dispuesto a llevar a cabo ese trabajo. Las
mujeres sin lugar a dudas tienen una gran influencia aquí. Si bien la mayoría
de las mujeres quieren o se entusiasman con la idea de que sus maridos obtengan un
asiento en el concejo, son bastante reticentes a hacer los sacrificios necesarios para que
sus esposos puedan pasar tanto tiempo fuera de la empresa familiar. La mujer de uno de
los contendientes para un asiento en el concejo dijo en una de nuestras entrevistas que
ella amenazó a su marido con el divorcio si se postulaba a sí mismo para alcalde. Más
tarde, ella dijo que sólo bromeaba, pero que “en serio, él ya rara vez está en casa ahora y
si él fuera alcalde, no nos quedaría nada de vida en familia. No podía aceptar eso”
(Karnoouh y Arlaud 1973). Mme. Rouyer, la esposa del anterior alcalde, dice que
su marido estaba muy ocupado durante los dieciocho años en los que ocupó el cargo.
“No era nada bueno”. Pero fue rápida al señalar (en privado) que ella no
controla a su marido de la misma forma que otras esposas de la aldea
controlan a los suyos. Ella no es nativa de la aldea. La esposa del presente alcalde,
Mme. Lajoux, se queja vehementemente del hecho de que él pase tanto tiempo en sus
obligaciones. Ella es alemana y, como Mme. Rouyer, vino a la aldea luego de su
casamiento. Ninguna de las dos mujeres, particularmente Mme. Lajoux, está
completamente integrada en los grupos de mujeres y entonces,
presumiblemente, carecen del soporte de otras mujeres y de los recursos
efectivos para “controlar” las actividades de sus esposos.
Hace diez años, seis de los campesinos de la aldea formaron una
cooperativa de máquinas (CUMA), como habían sido urgidos a hacerlo por el
gobierno nacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Han inusualmente
exitosos (a diferencia de la mayoría de las CUMAs en Francia), ya que no sólo poseen en
común una gran parte de la maquinaria agrícola, sino que además trabajan
conjuntamente durante las temporadas de mayor trabajo, labrando los campos de cada
hombre por turnos. Se quejan constantemente de la organización. “Es demasiado
democrática, necesitamos un jefe, pero nadie quiere dejar a otro ser jefe o tomar la
responsabilidad él mismo, entonces lleva mucho tiempo decidir cualquier cosa, o
simplemente no decidimos nada”. Ellos dan dos razones convincentes para no
abandonar el esfuerzo: primero que el costo de la maquinaria es prohibitivo para los
agricultores ordinarios, y segundo que ellos no quieren que sus esposas tengan
que volver a trabajar en los campos. Un granjero sólo necesita ayuda extra
en los campos durante las temporadas más laboriosas. Se tiene la
expectativa de que las esposas de los granjeros que no pertenecen a la
CUMA, y todas las mujeres en los días pre-CUMA, provean esa ayuda. Pero
éste nunca ha sido, estrictamente hablando, trabajo de mujeres. Las
mujeres son bastante francas al considerarlo el trabajo más pénible que
tuvieron (o tienen) que hacer; es sucio, agotador, y demandante, y
resienten hacerlo, a pesar de que antes de la CUMA, debía hacerse. Sería
más preciso, entonces, expresar la segunda razón para el éxito de la CUMA
como el rechazo de las mujeres a seguir trabajando en los campos. De hecho,
las mujeres de socios de la CUMA hablan muy bien de dicha organización, nunca la
critican. Está claro que ellas alientan (como mínimo) a sus esposos para que hagan lo
posible para que continúe funcionando.
Como último ejemplo de algunas de las maneras en las que las mujeres
influyen en la forma que toma la esfera masculina de la aldea, podemos
considerar su rol en la transición de la granja a las fábricas. Esta tendencia
puede ser explicada globalmente por la situación económica en Francia, pero es
difícilmente explicación suficiente para la decisión individual de dejar de trabajar en el
campo. Hay muchos factores involucrados, pero la contribución de la esposa es
claramente de suma importancia. Debido a que el éxito del trabajo agrícola depende en
gran medida de su disposición a realizar contribuciones extensas de trabajo, así como su
delicado papel en el manejo de las finanzas, si ella no está completamente
comprometida a hacer que la granja funcione, sólo puede fracasar. Ella, por
lo tanto, tiene el poder suficiente para hacer que su marido abandone el
trabajo agrícola. Al hacerlo, asegura a su familia un ingreso estable y bien regulado,
acompañado de otros beneficios alternativos. El ingreso de un trabajador fabril es, de
media, menor que el de un granjero, pero este último es más dependiente. De mayor
importancia es que sea su marido un granjero o un trabajador fabril, él debe
trabajar. Ella, por otra parte, al empujar a su marido hacia las fábricas, se
libera a sí misma de una gran cantidad de trabajo, especialmente del
cotidiano y monótono trabajo del cuidado de los animales. Por otro lado, dejar
el trabajo de granja constituye una caída considerable en el prestigio de dicha familia en
la comunidad. Éste es un dilema que cada mujer – y cada familia – resuelve para sí
misma según sus propias circunstancias. Virtualmente todas las muchachas
jóvenes de la aldea dicen rechazar por completo casarse con
granjeros. Pocos de los muchachos jóvenes de la aldea son tan desdeñosos hacia
trabajo en la granja, pero los hijos de agricultores son ambivalentes sobre sus futuras
ocupaciones. Ellos citan la reputada dificultad de encontrar a una muchacha que quiera
ser la esposa de un granjero como su única razón para tal indecisión. Por lo tanto las
mujeres, dentro de los límites marcados por condiciones económicas
externas, tienen un alto grado de influencia en los patrones ocupacionales,
bastante exteriores a su esfera doméstica.
De los datos existentes, podemos extraer varias generalizaciones pertinentes sobre las
sociedades campesinas. Los roles sexuales tienden a estar claramente definidos y en
gran parte no se solapan. Por ejemplo, Margery Wolf hace referencia a una “subcultura
femenina” en Taiwán.

Algunas áreas de la subcultura de las mujeres… encajan perfectamente en la cultura


central de la sociedad. Las dos culturas no son simbióticas porque no son lo
suficientemente independientes la una de la otra, pero tampoco comparten metas
comunes o usan necesariamente los mismos medios para alcanzar las metas que sí
comparten.

Virtualmente en todas partes, se observa que campesinos y campesinas realizan tareas


muy diferentes pero igualmente esenciales y mutuamente interdependientes (cf. Bernot
y Banclard 1953:209-212; Fél y Hofer 1969:13-22; Friedl 1967:104; Pitt-Rivers 1960:85-
87: Riegelhaupt 1967:116-117). En Irlanda, por ejemplo:

El trabajo de la esposa es complementario al de él, y en su propia esfera


igual de importante para la subsistencia y organización de la unidad
familiar. Mientras que él puede demandar y esperar que ella cumpla sus
deberes domésticos, también ella puede demandar y esperar que él cumpla
los suyos en el manejo y la labor de la granja… la dicotomía de tareas
asignadas a los sexos en la economía de la granja familiar es mayor aún que los
deberes recíprocos de marido y mujer, padre y madre (Arensberg y Kimball 1968:47).
En general, las mujeres campesinas centran sus actividades en la esfera doméstica, la
cual usualmente incluye jardinería, cuidado de los animales, y la interacción frecuente
con grupos heterogéneos de mujeres parientes o vecinas. Los hombres, por otro lado,
tienden a formar grupos más homogéneos y no tan unidos para realizar trabajos que se
localizan fuera de la esfera doméstica, y para participar relativamente más a menudo en
la comunidad, en vez de en actividades basadas en lo doméstico. La unidad
doméstica, sin embargo, es la central en la sociedad campesina; es la mayor
unidad social, productiva y consumidora. El trabajo que los hombres realizan
fuera de su entorno físico es su contribución a la empresa familiar. Sus actividades
extra-domésticas a menudo tanto determinan como resultan del prestigio de su familia y
su posición en la comunidad.
El trabajo hecho por las mujeres en la esfera doméstica está, por su naturaleza, mucho
más regulado y bajo control que aquel realizado por los hombres. Varía poco de un día
para otro, en contraste con el trabajo en los campos, con sus cambios estacionales y su
vulnerabilidad a los caprichos del clima y las enfermedades vegetales. Incluso el trabajo
en las fábricas en G.F. está regulado por fuerzas no más controlables por los
trabajadores de lo que el clima es para los granjeros. Este tema de impotencia y falta de
control fuera de la esfera doméstica se extiende a la arena de las actividades políticas y
sociales. Debido a la posición de la sociedad campesina en la sociedad general y a las
actitudes internas, los campesinos tienen escaso control sobre las decisiones
políticas y económicas extra-domésticas. La política gubernamental sobre
los precios de las granjas, los impuestos, la seguridad social y demás, están,
de lejos, fuera del control de los propios campesinos. Ha sido reportado que los
campesinos son reticentes a presumir de poder en sus comunidades o a aceptar el
liderazgo de otros aldeanos. En G.F., como se ha señalado, los concejales en
tanto que concejales ejercen escaso poder. Desde su posición en el hogar, las
mujeres tienen una participación significativa en el único aspecto del gobierno de la
aldea sobre el cual los aldeanos tienen algo de control: quién integrará el
concejo. Debido a que ellas permanecen en la esfera doméstica, tienen poca
influencia en las decisiones reales tomadas por el concejo, pero éstas son,
en efecto, triviales. La situación es análoga a la de la aldea portuguesa estudiada por
Riegelhaupt, donde los hombres, y no las mujeres, tienen acceso a los canales formales
de poder político, extra-domésticos. Estos canales de todos modos prueban ser, cuando
se examinan de cerca, virtualmente inefectivos. Son las mujeres, debido a la división
del trabajo y la incapacidad de los hombres para organizarse entre ellos, quienes tienen
acceso al único canal efectivo de poder político disponible para los aldeanos. Al mismo
tiempo, la unidad doméstica por sí misma es apta para ser controlada con mayor
facilidad que la esfera de la aldea, debido a que los actores involucrados en la primera, y
afectados por la misma, son en su mayor parte conocidos y están presentes, y las varias
influencias y presiones en su trabajo son relativamente más visibles y comprensibles que
aquellas del trabajo en la esfera de la aldea y más allá.
Debido a que la unidad doméstica campesina es de tan fundamental importancia, una
mujer que centra sus actividades en ella está en mejor posición en caso de viudedad de
lo que está un hombre que pierde a su esposa. Ello se refleja en los patrones de nuevos
casamientos de viudos y viudas en G.F. Una familia incompleta obviamente está
siempre rodeada de problemas en una situación donde esposos y esposas son tan
dependientes unos de otros (Arensberg y Kimball 1968:66-67). Pero al permanecer en la
esfera doméstica, las mujeres campesinas pueden garantizarse a sí mismas mayor
seguridad e independencia de cara a la muerte de su pareja de lo que un hombre puede
hacerlo. La solidaridad femenina en el vecindario y los grupos familiares además
proveen a las mujeres relativamente más seguridad emocional, además de poder, de la
que tienen los hombres. Como Blaxter señala (1971:122-123), las mujeres en estos
grupos no son consistentemente caritativas unas con otras. Sin embargo, debido a que
cada una está en control de su propia esfera doméstica y sin intentar lidiar con lo que
hay más allá de su alcance en el mundo exterior, sus relaciones con otras mujeres son
menos propensas a estar matizadas por la desconfianza, competición, y prudencia que
caracterizan a las relaciones entre los hombres. Esta puede ser también una importante
razón por la cual “no encuentras mujeres en esta condición [abatidas], sin importar
cuán duras sus vidas hayan sido” (Blythe 1969:105).

Dadas estas observaciones, parece ser que el supuesto de Fox -que debido a
que las mujeres tienden a estar limitadas al nivel doméstico en la toma de
decisiones, ellas juegan universalmente un rol secundario (1969:31-32)- es
falso. Claramente, las decisiones domésticas son de primera importancia en
las sociedades campesinas, ya que hay pocas decisiones extra-domésticas
significativas a tomar para la vida en la comunidad que estén dentro del
poder de los aldeanos. Friedl afirma esto mientras sostiene que en una
comunidad orientada a lo doméstico, el hecho de que los hombres
monopolizan las posiciones extra-domésticas de alto prestigio es
insignificante. Es la atribución de poder en el ámbito privado, y no el
público, la de principal importancia en este contexto cultural (1967:97).
El hecho sigue siendo, sin embargo, que el prestigio efectivamente recae en
éstas actividades masculinas, sean o no verdaderamente “importantes”. No
es relevante quién toma realmente las decisiones domésticas, los hombres campesinos
son usualmente considerados la cabeza de los hogares, quienes poseen una posición de
autoridad allí, y los que abiertamente toman decisiones importantes. En G.F., sin duda
como en otros sitios, las mujeres juegan una parte importante en moldear la posición de
sus esposos en la comunidad, pero es la posición de éste la que determina el prestigio
familiar. Yo no creo, por lo tanto, que el impacto masculino pueda ser tan
sumariamente desestimado.
Debería remarcarse que he fallado en proveer una definición de “poder”, prefiriendo
delinear lo que yo refiero con el concepto a través de ejemplos. En tanto en cuanto los
intentos de trazar una definición precisa son fútiles, es imposible en este contexto
especificar exactamente cuánto poder cada categoría de personas ejerce
relativamente sobre la otra. Lo que vemos operando en la sociedad
campesina es una especie de oposición dialéctica y delicadamente
equilibrada de varios tipos de poder y autoridad: público y privado, formal
e informal, directo e indirecto. Por esta razón, sugeriré que el modelo de un
grupo sexual en un rol “primario” o dominante y el otro en uno
“secundario” es sospechoso e ignora la complejidad de la situación.
Este punto de vista aún deja sin responder varias preguntas cruciales: ¿Porque los
hombres campesinos, en un nivel de análisis, se caracterizan por una sentida falta de
poder (o una sensación de impotencia), y por otro lado, aparecen tratados con
deferencia, monopolizando posiciones de autoridad y prestigio, y siendo asumidos como
“dominantes”? Si las mujeres efectivamente ejercitan una significativa cantidad de
poder, ¿porque se comportan como si los hombres lo monopolizan? ¿Por qué las
mujeres griegas, por ejemplo, quienes ejercen poder en el “importante” sector privado,
se toman semejante precaución de que esté “oculto bajo la fachada del dominio
masculino” (Friedl 1967:106)? ¿Porque las mujeres en G.F, insisten en que “Pierre
cambió de opinión” cuando Pierre está simplemente haciendo, como es usual, lo que su
esposa le dijo que haga? ¿Porque ambos hombres y mujeres en tantas sociedades
campesinas le conceden tanto prestigio a las relativamente insignificantes actividades
extra-domésticas de los hombres?

Estas aparentes anomalías son resueltas por el modelo explicativo delineado arriba: la
dominación masculina existe en la sociedad campesina como un “mito”,
que funciona para mantener un balance no-jerárquico entre las categorías
hombre y mujer. Inversamente, aunque hemos demostrado que los
hombres realmente no son dominantes, ambos sexos actúan públicamente
como si lo fueran porque cada uno puede de esta forma mantener su propio
poder. Es obvio que los tipos públicos de poder y autoridad ejercidos por los hombres
dependen de la perpetuación del “mito”. El poder de las mujeres también surge de éste
en una variedad de formas. Debido a que a las actividades extra-domésticas se les
atribuye alto prestigio, es una ventaja para los hombres reclamar la esfera de la aldea
como propia. Al mismo tiempo, es también una ventaja para la mujer campesina, ya que
deja bajo su control la esfera doméstica, que es la unidad central de la comunidad y la
única esfera sobre la cual los aldeanos pueden tener un mayor control. Aquí tenemos un
balance de poder/prestigio entre las dos esferas. Este equilibrio se mantiene mientras
una esfera otorga prestigio a actividades y actores, y la otra poder real que emana de sus
actividades.
Dentro de la esfera doméstica, es también ventajoso para la mujer el hecho de que su
esposo sea una figura de autoridad. Se ha señalado anteriormente cómo esto puede
realzar su control sobre los niños. Aunque ella es abiertamente responsable de cierto
tipo de decisiones domésticas (por ejemplo, en G.F., como en otras partes, aquellas
relacionadas con la jardinería y el ordeño), juega a su favor actuar como si su esposo
tuviera la última palabra en aquellas decisiones que requieren un acuerdo mutuo. En ese
sentido, ella se resguarda de errores u omisiones: “No tenemos esto o lo otro porque mi
marido no lo quiere comprar”. Más importante aún, si al él se le permite ser la cara
pública de las decisiones, su estatus como “cabeza de la familia” es preservado, y con
éste, su imagen -y la de su familia- en la comunidad. Aquí el intercambio,
probablemente inconsciente, es entre poder e imagen: “Te daré crédito por tomar las
decisiones aquí, si tú tomas las que yo te diga”.

Está en la naturaleza misma del “mito” de la dominación masculina el hecho de que ni


hombres ni mujeres admiten públicamente que se trata efectivamente de un mito.
Ambos, hombres y mujeres, deben públicamente insistir en que los hombres realizan las
actividades más importantes y están completamente al mando. Debería por lo tanto
quedar claro que la naturaleza mítica de la dominación masculina nunca es explicitada
por parte de sus perpetradores. A pesar de su pública deferencia y respeto hacia
los hombres, las mujeres son claramente conscientes de que las actividades
políticas y sociales de los hombres son relativamente triviales y sus
actividades económicas no más importantes que las suyas. Ellas también
son conscientes de que tienen un poder significativo para moldear las
actividades de sus esposos y de que son la mayoría de las veces ellas mismas
quienes toman las decisiones en el hogar. Hay cierta evidencia en G.F. de que las
mujeres son totalmente conscientes de la situación: guiños condescendientes y sonrisas
cuando sus hombres no están mirando. Mme. Rouyer declara confidencialmente:
“La mayoría de las esposas realmente controla a sus maridos, incluso
cuando no lo parece”. Entre mujeres se hacen comentarios más indirectos y
“humorísticos”: “Vous savez, les hommes, c’est une drole de race,” (Tú sabes, los
hombres, son una raza curiosa) “¡Hombres! Ellos creen que están siendo de tan gran
ayuda y lo único que consiguen es hacer un desastre… ¡Oh, no sirven para nada!”
Al mismo tiempo, los hombres se comportan públicamente como si creyeran el “mito”.
Ellos asumen el gobierno y otras actividades a nivel de la aldea con considerable
seriedad. Además, se toman cualquier implicación pública de su falta de control sobre
sus mujeres y su familia como un insulto a su masculinidad. Por ejemplo, en G.F., el
comprador (un granjero de una aldea vecina) de una tierra en subasta, la cual los
granjeros de la aldea trataron sin éxito de prevenir, sufrió un alto grado de hostilidad y
abuso verbal por parte de los aldeanos. Un granjero remarcó más tarde con gran
disgusto, “Probablemente compró esa tierra porque su esposa le dijo que no vuelva a
casa con las manos vacías, y él le tenía más miedo a ella que a nosotros”.

Por otro lado, su bien documentado fatalismo y su sentida falta de poder, en G.F., su
constante encogerse de hombros y su “C’est la vie, quoi. Qu’est-ce que vous voulez?” (Así
es la vida ¿Que se le va a hacer?), su desprecio en privado hacia el gobierno y las
organizaciones campesinas de la aldea, además de sus quejas resignadas
sobre sus controladoras esposas, indican que ellos creen no mucho más que
sus mujeres que los hombres dominen realmente sobre nada.
Es significativo que estas observaciones, indicando que ni hombres ni
mujeres creen que los hombres sean dominantes, sólo son expresadas en
privado, y lejos de los oídos de miembros del sexo opuesto. Esto indica que
ambos sexos creen que es importante actuar y hablar públicamente en
grupos mixtos tal y como si los hombres fueran dominantes, ya que asumen
que el otro grupo está convencido de que esto es verdad. Al operar de esta
forma, tienen éxito en evitar confrontaciones, de forma que el sistema de recompensas y
ventajas percibidas no queda amenazado. Incluso si los hombres no están tan seguros de
cuán importantes son las actividades masculinas, ellos continúan actuando tal y como si
éstas fueran las más importantes porque las mujeres esperan de ellos que lo hagan. Si
los hombres son conscientes de que las mujeres pueden tener un poder más efectivo del
que ellos tienen, es aceptable para ellos siempre que no haya un desafío público, de
manera que puedan continuar pensando que las mujeres no se dan cuenta de ello. Si a
los hombres se les da crédito por mantener las cosas funcionando, eso es suficiente. Si
las mujeres admitieran abiertamente que ellas no creen que los hombres son el sexo
dominante, el delicado equilibrio del sistema en su totalidad se caería a pedazos. Las
mujeres, por su parte, obtienen su poder al garantizarle al hombre
autoridad y respeto, asumiendo que si ellos permiten a los hombres el creer
que la dominación masculina realmente existe, los hombres no notarán que
las mujeres efectivamente están ejerciendo una considerable cantidad de
poder. El comportamiento masculino llevaría a las mujeres a creer que ellas han tenido
éxito en su treta. Desde este punto de vista, también, el sistema colapsaría si las mujeres
fueran forzadas a reconocer públicamente que en realidad a los hombres se les está
tomando el pelo.
El mito de la dominación masculina y más allá

He predicho que la dominación masculina operaría de esta forma sólo en el contexto del
sistema especificado al inicio del artículo [en la primera entrada]. Podrá notarse que
todos los elementos requeridos no pueden están presentes en las sociedades modernas
industrializadas. En el proceso de modernización, al menos un componente
inevitablemente cambia, transformando así el sistema en su totalidad y, con ello, la
relación entre el poder femenino y la dominación masculina tal y como la he descrito.
De forma inversa, en la medida en que el sistema permanece sin cambios
sostendré que, la sociedad en cuestión, no es una moderna e
industrializada. De este modo, por ejemplo, la aldea de G.F., la cual está caracterizada
por todos los elementos citados arriba, no puede ser considerada enteramente
modernizada. Como he demostrado en otro artículo, usando diferentes criterios de
manera conjunta (y con un propósito diferente), G.F. puede, de hecho, aún considerarse
una aldea campesina tanto a nivel de comportamiento como a nivel ideológico (Rogers
1972:19-27). Ésta es, de todos modos, una aldea modernizada, en la medida en la que
hay indicaciones de que sufrirá una transformación modernizadora en su
comportamiento e ideología, además de la ya avanzada transformación económica
puesta en marcha. Estas indicaciones, a la par que algunas observaciones y la literatura
sobre las sociedades totalmente industrializadas, indican que aquel cambio podría
ocurrir de múltiples modos mutuamente exclusivos, en tanto que varios de los
componentes de la estructura cambian de diferente forma.
El impacto de la modernización y de la industrialización en el rol de la mujer, y por
supuesto la relación de poder entre hombres y mujeres, es un campo amplio y
complicado, que se extiende más allá de los límites de este trabajo. De todos modos,
sugeriré muy esquemáticamente algunas de las formas en las cuales la relación entre el
poder femenino y la dominación masculina puede cambiar en tanto que el sistema
delineado se transforma con cambios en varios de sus componentes. Sugiero estas
posibles permutaciones como hipótesis comprobables, que requieren posteriores
trabajos de campo extensivos y un estudio mucho más exhaustivo de la literatura del
que es posible aquí. Mi propósito es triple. Primero, en respuesta al conjunto de
literatura sobre modernización mencionado más arriba, ya se ha mostrado que las
mujeres tradicionales, al menos en las sociedades campesinas, no son de
ninguna manera las uniformemente oprimidas y subordinadas criaturas
que se ha asumido que son. Desafiada esta primera presuposición, la
segunda – que la mujer tradicional se emancipa en el proceso de
modernización – queda en una posición incómoda. Si la mujer en realidad
no ocupa semejante rol subordinado en el escenario tradicional ¿qué
ocurre cuando se moderniza? Sugeriré formas de abordar esta pregunta. En
segundo lugar, debido a que muchas sociedades campesinas contemporáneas están en
proceso de “modernización”, perdiendo sus características campesinas “tradicionales” e
integrándose cada vez más al mundo que le rodea (e.g. Mendras 1967), un análisis
completo debería incluir algún reconocimiento de las tendencias de cambio actuales.
Por la misma razón, las sociedades campesinas representan un útil laboratorio para el
estudio del cambio, ofreciendo la posibilidad de añadir una dimensión dinámica a los
modelos exploratorios desarrollados para analizarlas. Finalmente, y quizá más
importante, está claro que hay sociedades, incluyendo la nuestra, donde la dominación
masculina no es “mítica”. Es importante, por lo tanto, empezar a delimitar los tipos de
sociedad en los cuales el modelo puede esperarse que opere de la misma manera que he
descrito. La suma de una dimensión dinámica ilustra cómo el modelo encaja en un
panorama más global, proveyendo las bases de un marco de trabajo para el estudio de
todo tipo de relaciones de poder entre los sexos.
Emerson (1962) y Dahl (1957) han sugerido que el poder está basado en última instancia
en relaciones de dependencia. Tomando esto como punto central podrá verse que,
cuando los cinco elementos del sistema están presentes, éstos se equilibran entre sí, y,
en la medida en que hombres y mujeres son aproximadamente igual de dependientes el
uno del otro, se mantiene un equilibrio del tipo descrito en el modelo. Si los primeros
tres elementos (aquellos relacionados con el poder femenino) permanecen sin cambios,
mientras que cualquiera de los segundos es negado, los hombres se volverían
relativamente más dependientes de las mujeres, el poder de las mujeres se
incrementaría, y el “mito” de la dominación masculina dejaría de expresarse. Por otro
lado, lo inverso podría ocurrir: la orientación de la comunidad centrada en
lo doméstico, y la importancia de las interacciones informales cara a cara
podrían verse grandemente reducidas o negadas, mientras que los hombres
mantendrían un mayor acceso a derechos formales y participarían en
actividades consideradas importantes. Particularmente si ellas se
mantuvieran en la esfera doméstica, pero incluso aunque no lo hicieran, las
mujeres se volverían relativamente más dependientes de los hombres,
perderían al menos algo de su poder, y la dominación masculina se volvería
una realidad.En estos dos escenarios, he asumido que el nivel de interdependencia
entre hombres y mujeres se mantiene aproximadamente igual; solo cambia su
distribución. Una tercera posibilidad es la total negación de este elemento: hombres y
mujeres ya no son tan interdependientes. En este caso el sistema entero vuela en
pedazos, todos los elementos son negados, y ningún poder diferencial significativo existe
entre los grupos sexuales. El poder, o los tipos de poder, no estarán distribuidos sobre la
base del sexo, de manera que el concepto de un equilibrio de poder entre los dos grupos
sexuales deja de tener sentido. Éstas son al menos tres de las posibles transformaciones
del sistema, elegidas entre las más probables. Asumiendo, por razones de simplicidad,
que sólo dos posibilidades existen para cada componente del sistema, negación o
permanencia, hay treinta y seis cambios teóricamente posibles en el sistema como
resultado de las distintas combinaciones de sus componentes. Si se asume que los
componentes pueden ser alterados de formas más sutiles, y que cada elemento cambiará
si alguno de los otros cambia, el número de posibilidades teóricas es enorme. Voy a
dejar, sin embargo, un análisis más riguroso y sutil para el futuro y me limitaré aquí a
bosquejar cómo las tres posibilidades mencionadas más arriba podrían ocurrir, teniendo
en mente que éstas son formulaciones simplificadas y preliminares.
Si los tres primeros componentes permanecen sin cambio (i.e., las mujeres se
mantienen en la esfera doméstica, la sociedad sigue estando orientada a lo doméstico y
la mayoría de las interacciones percibidas como importantes ocurren en el contexto cara
a cara de la comunidad), mientras los hombres realizan actividades percibidas como
poco importantes, puede asumirse que éstas son vistas de tal manera porque son
realizadas fuera de la comunidad y no involucran relaciones de la misma. En Europa,
como ha forzado la industrialización en crecientes proporciones durante los pasados
siglos, el abandono de las pequeñas granjas familiares ha sido en su inmensa mayoría
por parte de los hombres, quienes han buscado trabajo en otros lugares. Durante el siglo
diecinueve, como en el presente, las mujeres rurales buscaron trabajo fuera de las
granjas, pero en su mayor parte retornaron a la esfera doméstica después del
matrimonio. Con la caída del “modo de producción doméstica”, surge un conflicto entre
las idea de que las mujeres deberían manejar el hogar y la familia; y la de que ellas
deberían contribuir laboralmente al ingreso familiar. Este conflicto ha sido en su mayor
parte resuelto en favor de la primera noción (Scot and Tilly 1975). Si un hombre está
trabajando como empleado asalariado de alguien más, es muy difícil para él seguir
manteniendo la ficción de que él es “son maitre” (su propio jefe); es improbable que su
patrón muestre deferencia pública hacia él. Además, debido a que ahora es probable que
él esté trabajando fuera de la comunidad, podría dejar de ser visto como un miembro
completo de la misma. Tampoco puede controlar públicamente el estatus de su familia
en una arena a la cual él ya no pertenece por completo, ni puede mantener siquiera un
control ficticio sobre las actividades de la comunidad. En este caso, podría esperarse que
la mujer, que queda en la esfera doméstica, se convierta en el principal contacto familiar
con la comunidad, de manera que su esposo es en buena parte dependiente de ella (i.e.,
para mantener su membresía en la comunidad). Las mujeres podrían continuar
influenciando en el estatus de la familia en la comunidad a través de medios informales
y podrían también tomar las actividades a nivel de la aldea, de forma que también
determinen el prestigio familiar abiertamente. En esta instancia, una mujer ya no
necesita proteger la imagen de su esposo en la comunidad comportándose como si él
fuera quien está en control del hogar. Ella usurpa entonces esas prerrogativas
anteriormente masculinas sobre la toma de decisiones públicas del hogar (cf. Bernot y
Banclard 1953:205-209). A pesar del hecho de que las mujeres ya no contribuyen
significativamente al ingreso familiar, este poder de toma de decisiones puede incluir el
control sobre los asuntos financieros. En al menos varias áreas de Europa donde las
mujeres tradicionalmente manejaron el presupuesto familiar, continuaron haciéndolo
durante las etapas tempranas de la modernización a través del control de los gastos del
salario de sus esposos (Stearns 1972:110; Leplay 1878:110-111; Chombart de Lauwe, et
al. 1963:158). El “mito” de la dominación masculina es entonces abandonado, tanto en
el hogar como en la comunidad, y las mujeres están abiertamente en verdadero control.

Existe cierta evidencia en G.F. de que este tipo de transformación ocurrirá. Hay al
menos dos familias en la aldea donde la mujer está abiertamente en control de la unidad
doméstica, y el marido aparece más a menudo como el silencioso observador en la
esquina. En ambos casos, el esposo (a diferencia de otros hombres de la aldea) es un
trabajador fabril, viniendo del exterior e integrándose en la aldea después de su
matrimonio, y no posee tierras. Ambos son completamente dependientes de sus
esposas, (nativas de la aldea) por la mínima membresía que ellos tienen en la
comunidad. Muchos aldeanos dicen que no conocen a estos hombres, a pesar de que
uno de ellos llegó a la aldea directamente después de la Segunda Guerra Mundial, el otro
unos años después, y ambas esposas son bien conocidas (Esta negación indica no sólo su
falta de membresía en la comunidad, sino también la desaprobación de los aldeanos
hacia ellos. Esto, y el bajo prestigio de estas dos familias, emana en parte del abierto
control de sus esposas en el hogar, lo cual indica que el “mito” de la dominación
masculina aún prevalece en la aldea como un todo). Estas dos familias son
excepcionales en G.F., es verdad, pero el punto significativo es que cuando los hombres
son privados de su membresía en la comunidad y no se considera que hagan nada
“importante”, sus esposas parecen tomar un control abierto del hogar.

Los aldeanos dicen que la razón por la que los trabajadores fabriles no pueden tomarse
en consideración para un asiento en el concejo municipal es que “ellos no pasan mucho
tiempo en la aldea”. Todavía hay suficientes hombres que no son trabajadores fabriles
para continuar monopolizando los asientos del concejo, pero en una aldea vecina, que
tiene menos granjeros que G.F., una lista de mujeres ganó la mayoría de los asientos en
las elecciones de 1971. Bien podría preguntarse si el valor de semejantes posiciones sigue
siendo el mismo cuando el sistema sufre este tipo de transformaciones, o si estas
anteriormente prestigiosas posiciones masculinas a nivel aldea pierden prestigio cuando
las mujeres empiezan a tomarlas. Es, por lo pronto, muy temprano para decir qué es lo
que pasará en la aldea vecina de G.F. Si el prestigio anteriormente era dado en gran
parte a cambio del poder real de la mujer, no habría ninguna razón por la que estas
posiciones continuarían acarreando prestigio si son ocupadas por mujeres que además
ejercen abiertamente un poder real. Por otro lado, si la comunidad quiere retener su
anterior identidad, estas posiciones también deben mantener su sentido.

Esta situación estructural puede continuar existiendo, por supuesto, sólo mientras
hombres y mujeres consideren que la comunidad y las relaciones en la misma retienen
su significado tradicional. La posibilidad opuesta, desarrollada quizá como una
consecuencia de aquella descrita más arriba, parece ser mucho más ubicua. Ha sido
tratada a fondo en otras partes y podría ser sólo brevemente bosquejada aquí para
indicar sus relaciones con el modelo y los procesos bajo discusión.

En este escenario, el segundo y tercer componente son negados, así como el


locus de la identidad social cambia para ubicarse fuera de la familia y la
comunidad (por ejemplo en el lugar de trabajo). Semejante cambio puede
resultar o bien en un desplazamiento literal fuera de la comunidad hacia los
centros urbanos, o bien en una transformación de la aldea de una
comunidad centrada internamente en los campesinos a una comunidad
“habitacional” centrada externamente. En cualquiera de estos escenarios,
la esfera doméstica, habiendo perdido ya su importancia económica, pierde
también buena parte de su peso social, y por lo tanto adquiere un
significado diferente de aquel basado en la unidad doméstica campesina.
Los contactos y actividades extraeconómicas del hombre empiezan a ser
percibidos como más cruciales, ambos para el mantenimiento familiar y,
especialmente, para establecer el lugar de la familia en el grupo más amplio
de referencia. Hay cierta evidencia de que en familias urbanas de clase trabajadora,
los contactos sociales de todo tipo son realizados a través del esposo (Fougeyrolles
1951:92). En estos estudios se reporta que las mujeres tienen muy poco contacto entre
ellas (Chombart de Lawre, et al. 1963:87) en profundo contraste con la solidaridad
femenina reportada en muchas aldeas campesinas.
Además, los derechos formales y legales superiores de los hombres se convierten en un
factor clave en la distribución de poder entre hombres y mujeres. Su designación
legal como “cabezas de familia”, acceso a trabajos de mayor remuneración,
reclutamiento preferencial para posiciones, actividades fuera de lo
doméstico y demás, toman una significación vastamente incrementada y
posicionan a la mujer en una relación de dependencia al hacer más difícil
para las mujeres que para los hombres operar en el nuevo contexto
social. Mientras que en el contexto de la comunidad campesina las relaciones extra-
domésticas eran característicamente “multidimensionales” y en gran medida basadas en
la reputación de la familia, cuando la principal arena social cambia para ubicarse más
allá del cara a cara de la comunidad, más relaciones claves son formalizadas y
“unidimensionales” (Bailey 1971:6). En el primer caso, fueron en gran medida sujetas a
manipulación informal, mientras que en el segundo, derechos y deberes formalmente
definidos se vuelven primordiales. La mujer, aun ocupándose del hogar, y con
menos derechos legales o de otro tipo que su esposo, tiene
considerablemente menos acceso a arenas cruciales y se vuelve
enormemente dependiente de él tanto económica como socialmente. Las
actividades de él son las importantes, pero están centradas fuera de la
comunidad, donde ella no tiene medios para influenciarlas. Su poder
informal es mucho menos efectivo en el mundo exterior, y sus derechos
formales inferiores se convierten en un reflejo preciso de su posición real.
Su compromiso con la esfera doméstica ahora significa que, en lugar de
estar en una posición de influencia significativa sobre el mundo que se
extiende más allá del hogar, ella está aislada de cualquier mundo salvo el
doméstico. Incluso aquí los esposos de clase trabajadora parecen ejercer de
lejos mayor control real que los hombres campesinos (Fougeyrolles 1951:100),
sugiriendo que la incrementada dependencia de las mujeres hacia los hombres con
respecto al estatus social extra-doméstico y su contexto refuerza el poder real de este
último en el hogar. En Inglaterra, por ejemplo, aunque los hombres de clase
trabajadora entregaban el salario a sus esposas durante las etapas
tempranas de la industrialización, poco después de 1914 “las mujeres
empezaron a recibir una asignación por parte de sus esposos, quienes
conservaban el resto y determinaban cómo se gastaba” (Scott y Tilly 1975:63-
64; cf. Stearns 1972:116). Estudios recientes de la clase trabajadora inglesa indican que
las esposas raramente sabían con exactitud cuáles eran los ingresos de su esposo (Young
y Willmont 1962:26).
De este modo, los recursos de poder de las mujeres son atenuados o
eliminados, y las bases de la dominación masculina reforzadas. Las mujeres
son separadas tanto de otras mujeres como, excepto a través de hombres
individuales, de las arenas de interacción social fuera de la ahora en gran
medida devaluada esfera doméstica. La entretejida y equilibrada
interdependencia mutua de los mundos masculino y femenino, por lo tanto,
no puede producirse. En cambio, ambos sexos operan en un mundo dominado por
los hombres. Mientras que hombres y mujeres, como categorías, permanecen
dependientes uno del otro, las mujeres son relativamente más dependientes de los
hombres. El dominio masculino ya no funciona como un “mito”: los hombres sí ocupan
una posición superior, y las mujeres carecen relativamente de poder.
Una tercera posibilidad teórica involucra, con mayor probabilidad, una posterior
transformación de cualquiera de los dos sistemas expuestos arriba, como una forma de
revertir el desequilibrio. En este caso, los miembros de ambos grupos traspasan
los dominios del otro, insistiendo en compartir posiciones de prestigio y
poder. Las diferencias de poder formal de cada grupo son eliminadas. Los
hombres y la mujeres ya no están constreñidos, en virtud de su sexo, para
acceder a cualquier tipo de recursos y ya no están formal y factualmente
definidos como categorías complementarias en la mayoría de las áreas de la
vida. Ellos son por lo tanto significativamente menos dependientes el uno
del otro como categorías de individuos. El sistema se derrumba, las diferencias
entre las formas masculinas y femeninas de poder quedan virtualmente aniquiladas, de
forma que la distribución de poder y la diferenciación sexual ya no están relacionadas,
volviendo trivial toda la cuestión de la relación entre el poder masculino y femenino.
Hay indicadores en países industrializados de sociedades europeas y
americanas de que al menos algunas de las diferencias entre los roles
masculinos y femeninos son percibidas como injustas, y se están realizando
esfuerzos para igualar los derechos formales y el acceso a los recursos. El
creciente interés en las variaciones históricas e interculturales de los roles sexuales
sugieren una aceptación decreciente de la cualidad inherente o “natural” de cualquiera
de los roles culturalmente definidos. Este escepticismo, dentro de un sistema que tiene
roles sexuales culturalmente definidos como principio organizacional básico, puede en
buena medida marcar el principio del colapso de dicho sistema.
Conclusión

En este trabajo he abordado el problema de cómo el poder se distribuye entre hombres y


mujeres en las sociedades campesinas. Empezando con la presunción de que los
hombres son virtual y universalmente dominantes, demostré que esta
generalización está basada en un cuerpo de definiciones y modelos que
lidian sólo con un rango limitado y masculinamente orientado de
fenómenos, y es claramente refutado por un cuerpo de evidencia empírica
sobre el poder real ejercido por la mujer campesina. Dado el hecho de que la
mujer campesina en verdad ejerce un considerable poder, varias anomalías se
conservan: ambos hombres y mujeres se comportan públicamente como si los hombres
fueran dominantes, mientras que al mismo tiempo los campesinos varones parecen
caracterizarse por una sentida falta de poder. Sugerí un modelo para explicar estas
aparentes contradicciones, en el cual la dominación masculina se percibe que opera
como un mito, pero en realidad se mantiene un equilibrio entre el poder informal de la
mujer y el poder público ejercido por el hombre. Además, el poder de ambos depende de
la persistencia del mito, el cual es en sí mismo mantenido por un grado de ignorancia
por parte de cada uno de los grupos acerca de cómo el sistema verdaderamente
funciona.
He limitado mi discusión a sociedades campesinas contemporáneas, especialmente
europeas. El modelo propuesto sugiere una relación entre la sentida falta de poder y las
formas de poder femenino, como se ha descrito en literatura anterior. Esto implica
además que mucha de la literatura sobre modernización campesina
descansa sobre falsos presupuestos con respecto al rol de la mujer.
Este modelo, de todos modos, genera dudas aplicables a un rango mucho más amplio de
sociedades. Mientras ofrece una explicación sobre la persistencia del mito de la
dominación masculina (“causas condicionales”), no explica su origen (“causas de
precipitación”). No explica por qué se alcanza este particular equilibrio: por qué son los
hombres quienes ejercen el poder formal, y por qué son las mujeres quienes ejercen el
poder informal. Parece posible que este tipo de equilibrio tenga profundas raíces
históricas, al menos entre los campesinos, pero la pregunta debe formularse en cuanto a
si éste no es de hecho producto de la transformación de una organización también
diferente. Si así fuera, una forma anterior podría explicar por qué el poder está
distribuido como lo está. He sugerido que la transformación más probable o
estable alcanzada por este proceso de modernización es una en la que los
hombres precisamente se vuelven dominantes. ¿Por qué es que los hombres
siempre parecen jugar un rol dominante, si no es factualmente, al menos míticamente?
La exploración, en los términos del modelo propuesto, de datos etnográficos históricos
tanto de sociedades no campesinas y no europeas puede proveer respuestas a éstas
preguntas.
En este trabajo, pues, he sugerido un nuevo conjunto de problemas, una nueva forma de
ver los viejos, y por tanto originado más preguntas de las que presumo responder. El
punto más importante a remarcar es que es sólo cuando dejamos de mirar
las formas de poder y roles masculinos como la norma, y empezamos a
observar los arreglos y organización femeninas como igualmente válidos y
significativos, aunque quizás diferentes en forma, podemos ver cómo los roles
masculinos y femeninos están entrelazados y así empezar a entender cómo
las sociedades humanas operan.

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