Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Si bien el modelo de Rogers puede no ser aplicable fuera del campesinado, hemos de
recordar que a lo largo de la Historia la mayoría de las sociedades han estados
compuestas por campesinos en buena parte del planeta, por lo que su importancia no
debe ser desestimada.
Dado que se trata de un artículo extenso, he resaltado las partes que considero más
importantes para quienes deseen realizar una lectura rápida.
Introducción
[En todas las sociedades] el hombre usualmente ejercita el control… las simples
realidades fisiológicas de existencia hacen de los roles [femeninos] secundarios a
aquellos de los masculinos en el proceso de toma de decisiones en cualquier nivel
superior al meramente doméstico… [En las sociedades no primitivas] por buena parte
de su vida cualquier mujer puede ser libre de tomar decisiones que tengan algún
impacto en el mundo masculino. Es curioso, por lo tanto, que esto no se haya sentido y
manifestado en mayor medida. Incluso con sus oportunidades incrementadas, el rol de
la mujer continúa aún siendo secundario (Fox 1969:31-32).
Que las mujeres jueguen un rol subordinado virtualmente en todas partes constituye un
supuesto, implícito o explícito, muy recurrente en la literatura antropológica. Si esto se
debe al “androcentrismo” de los antropólogos, o al de las sociedades humanas en
general, sigue siendo una pregunta abierta. Este trabajo representa un desafío a este tipo
de supuestos, preguntándose qué forma toma este “androcentrismo” en las sociedades
tradicionales, cuál es la verdadera posición de la mujer, y como ambas cosas se
relacionan. Antes de proceder, debería señalarse que la base teórica para las
suposiciones de androcentrismo pueden encontrarse, en parte, en la manera en que
problemas relacionados con el poder, el control, y la toma de decisiones son abordados
convencionalmente en la antropología.
(6) Hombres y mujeres son aproximadamente igual de dependientes el uno del otro
económica, social y políticamente, o de otras maneras importantes. Este componente
asegura que ambos grupos “jugarán el juego”, y que un relativo equilibrio de poder será
mantenido. Debería notarse que la existencia de este componente vuelve impráctica la
estrategia analítica de usar la autonomía como medida de poder relativo: debido a que
los dos grupos sexuales son mutuamente interdependientes, ninguno puede ser más
autónomo que el otro.
Antes de proceder con la discusión de este modelo, haré un breve repaso a parte de la
literatura sobre los procesos de poder campesinos para solventar e ilustrar varias de las
afirmaciones realizadas con anterioridad. Específicamente, de la existente literatura
puede extraerse evidencia de lo siguiente: (1) El hombre campesino carece de poder real,
(2) el comportamiento público sugiere que la sociedad es dominada por el hombre, (3)
la extensión y tipos de poder ejercidos por la mujer campesina, en ambos el hogar y la
comunidad, (4) el alto grado de interdependencia mutua entre campesinos y
campesinas. El tercer punto es el más crucial, si vamos a refutar las nociones de que los
hombres son universalmente dominantes y de que los procesos de poder pueden ser
entendidos adecuadamente con la referencia exclusiva a los sistemas formales de
autoridad. Por esta razón, y porque es lo que menos se ha establecido de manera
correcta en la literatura campesina, se le dará la mayor atención aquí. Tomados en
conjunto, estos datos sugieren severas contradicciones las cuales son explicadas en el
modelo de arriba. De todas formas, si bien tienden a corroborar el modelo sugerido,
estos datos están sacados de fuentes dispersas y fueron inicialmente generados en
respuesta a una variedad de preguntas, diferentes de aquellas que son de interés aquí.
Es por lo tanto evidencia insuficiente para afirmar o negar adecuadamente que el
modelo propuesto es una conceptualización precisa. Por esta razón, datos etnográficos
más detallados de G.F., una aldea campesina francesa, serán provistos, lo cual dará
cohesión y además ilustrará los temas en la literatura. Éstos también proveerán
ejemplos específicos de interacción masculina y femenina en los procesos de poder del
hogar y la comunidad campesina. Con este cuerpo de datos a mano, podemos regresar al
modelo propuesto para examinar en mayor detalle cómo funciona y comprobar su
eficacia para explicar los datos disponibles.
Un modelo de este tipo debería incluir una dimensión dinámica: sus capacidades
explicativas y predictivas son extremadamente limitadas si no sospechas, si este existe
en un vacío estático, sin llevar una relación demostrable con otras situaciones
estructurales. Evidencia de G.F., así como literatura y observaciones en sociedades
industriales, indica que varios componentes del requerido sistema contextual
bosquejado más arriba pueden haberse transformado de varias formas tras el proceso de
modernización. Es por tanto de interés primordial investigar varias de estas posibles
permutaciones, proyectando su impacto en la forma en la que opera el modelo. Esto será
delineado brevemente como conclusión del estudio; investigaciones futuras de esta
última hipótesis constituirán un test crucial para el modelo propuesto.
Foster sugiere un modelo un poco diferente, “la imagen del bien limitado,” para explicar
y predecir el mismo fenómeno observado en los campesinos de Latinoamérica y otros
lugares. Aquello que es definido como “bien”, tanto tangible como intangible, es
percibido como existente en una cantidad finita. Cada unidad social mínima lucha por
poseer o controlar valores escasos, y prevenir que otros obtengan más de lo que por
derecho les corresponde. La adquisición de riqueza, estatus, u otro “bien” por cualquier
individuo o familia es visto como equivalente a privar a otros de su parte y está sujeto a
severas sanciones. Las relaciones interpersonales están por lo tanto caracterizadas por
la cautela, la reserva, la sospecha y la desconfianza. A ningún líder local se le da la
oportunidad de desarrollarse, y el liderazgo de cualquier tipo es visto con sospecha
(Foster 1965:293-315).
Una última variación de este mismo tema puede encontrarse en el estudio de Blythe
sobre una aldea inglesa. Uno de sus informantes remarcó que la sentida falta de poder
podía atribuirse a la brutal existencia física del campesino:
Los hombres estaban abatidos porque las granjas tomaban cada ápice de su fuerza
física y, debido a que ellos no tenían una gran fuerza mental debido a la falta de
educación, quedaban despojados. Su fuerza física era su orgullo y tan pronto como los
abandonaba se volvían tímidos … las cosas son diferentes ahora, claro, pero hay un
legado de hombres molidos en las aldeas de Suffolk (1969:105).
Bailey y sus estudiantes dan evidencia de que las mujeres campesinas son tan
insistentes en la igualdad y tan desconfiadas de aquellos que intentan obtener poder
como lo son sus maridos y hermanos (e.g., S. Hutson 1971:46). Banfield y Foster, sin
embargo, dan poca indicación de si sus datos sugieren de alguna manera que el
“familismo amoral” o la “imagen del bien limitado” caracterizan a los campesinos y
campesinas en general, o solo a los hombres. El informante (masculino) de Blythe
distingue a las campesinas de los campesinos: “Las mujeres nunca perdieron su
independencia durante los malos tiempos como los hombres … No encuentras mujeres
en esta condición [abatidas], sin importar cuán dura sus vidas han sido” (1969:105).
Este comentario sugiere que la orientación cognitiva de los hombres campesinos no
debería ser asumida automáticamente como aplicable de la misma manera a las
campesinas. Por esta razón, es interesante examinar cómo los estudiantes del
campesinado han caracterizado la participación femenina en los procesos de poder
campesinos.
En años recientes, ha habido un creciente interés por mirar a la mujer bajo una luz un
tanto diferente. Dejando de lado por el momento el presupuesto de la literatura anterior
de que las mujeres, al menos hasta hace poco, eran virtualmente y universalmente
subordinadas, un número de investigadores han asumido que las mujeres, como a los
hombres, son criaturas que establecen sus propias metas. Estos académicos se han
preguntado qué formas de poder tienen las mujeres a su disposición, y cómo las usan
para lograr sus objetivos.
Las mujeres, como cualquier persona, tienen metas y deseos que van más allá de su
situación inmediata –ellas podrían buscar poder político, control sobre otras
personas, seguridad financiera, amor, lo que sea. El comportamiento femenino, por
tanto, debe ser interpretado en relación al objetivo hacia el cual las mujeres se dirigen
– en cierta medida, sus acciones están destinadas a ser elegidas estratégicamente
(Lewin, et. al. 1971:13).
En virtualmente todas las sociedades campesinas, los derechos formales del hombre
parecen situarlo en una posición superior a la de las mujeres. Es decir, ellos
monopolizan cualquier posición de autoridad disponible en la comunidad (ej., en el
gobierno de la familia o de la aldea), y los patrones de deferencia pública de la mujer
hacia el hombre son ubicuos. Estos investigadores rompen con el largo bagaje de
trabajos anteriores al hacer en primer lugar una distinción entre los principios legales,
concepciones culturales tradicionales (masculinas) de la mujer, y a veces patrones de
comportamiento público, por un lado, y las realidades de los procesos de poder, por el
otro. Debido a que las mujeres a menudo centran sus actividades en el
ámbito doméstico, mucha de la atención se ha centrado en los procesos de
poder en la unidad doméstica. En las sociedades campesinas, la unidad
doméstica es de primaria importancia económica, política y social, de
manera que el poder de una mujer en esta esfera se extiende a la aldea en
general. En adición, se ha encontrado que las mujeres tienen vías significativas de
poder, bastante más de las que tienen en sus hogares. Primero echaremos un vistazo a la
evidencia, y la manera en que ésta se ha manejado, con respecto a la participación
femenina en los procesos de poder en el ámbito doméstico, y luego examinaremos algo
del trabajo que se ha realizado sobre la participación femenina en la esfera mayor.
Stephens, en su estudio transcultural sobre la familia, discute la prevalencia de
costumbres de deferencia en las que las esposas toman “una postura general de respeto,
sumisión y obediencia” hacia sus maridos. Él sugiere que estas costumbres implican el
reconocimiento de que a la persona deferida se le deben privilegios especiales y portan
un poder superior (1963:291). De todos modos, él sostiene posteriormente que la
conexión entre deferencia y poder no es de ninguna manera una conexión
clara. Mientras que una costumbre de deferencia es “una expresión ritual o
una expectativa cultural de una relación de poder desigual … una regla
cultural,” de ninguna manera refleja de manera precisa la relación de poder
entre marido y mujer, esto es, “quien domina, y quien se somete; quien
toma decisiones familiares … quien se sale con la suya en casos de
desacuerdo; quien es servido; quien comanda; quien obedece,
etcétera” (1963:296). Habiendo hecho esta distinción, él se opone a hacer un cálculo
transcultural de las relaciones de poder marido/mujer por tres razones. Primero, él dice
que mientras que las costumbres de deferencia son públicas, estandarizadas,
y bien definidas, las posiciones reales de poder entre esposo y esposa a
menudo no están gobernadas por reglas culturales y se expresan en la
privacidad, de manera que están fuera del rango de información del
etnógrafo. Además, debido a que no están gobernadas por reglas culturales, pueden
variar considerablemente dentro los distintos individuos de cualquier sociedad dada. Su
razón más convincente, relacionada con las dos primeras, es que los datos etnográficos
sobre esta materia son escasos, vagos, y en general pobremente reportados (1963:296-
297). En años anteriores, de todos modos, más datos etnográficos relevantes
han ido surgiendo, los cuales sugieren que más allá de las reglas formales
yacen patrones de comportamiento discernibles; la interacción entre el poder
masculino y el femenino parece no estar más ni menos individualizada que otros
aspectos del comportamiento.
Dubish (1971) ha sugerido un método sistemático para evaluar el poder relativo de
campesinos y campesinas. Ella mantiene que dicho poder estará en gran medida
determinado por las contribuciones relativas que cada uno haga a “la principal unidad
social y doméstica, el núcleo familiar” (1971:3) y lista una serie criterios, apropiados
para la aldea griega que ella estudió, con los cuales esto puede ser medido. (1971:5). Para
medir el poder doméstico relativo, ella sugiere los siguientes criterios:
Éstos, entonces, son algunos de los tipos de poder y de las estrategias para obtenerlo de
los que las mujeres pueden hacer uso en el ámbito familiar. Claramente, este poder no
es dependiente por completo del temperamento individual, sino que surge de varios
acuerdos estructurales en cada sociedad. Además, Lamphere sugiere que las sociedades
en las cuales la solidaridad femenina es más fuerte incluyen aquellas en las cuales los
hombres tienen poca autoridad entre ellos, o donde el estatus masculino en la sociedad
extensa es más bajo (1974:111-112). Estos criterios se han mostrado válidos para
aplicarlos a las sociedades campesinas. De hecho, informales pero bien organizados
grupos de mujeres son descritos en muchas sociedades campesinas. (ej., Arensberg y
Kimball 1968:196; Reiter 1972:44-46). Parece razonable sugerir que si las mujeres en
estas sociedades ejercen un considerable poder en el ámbito doméstico, no lo hacen
simplemente como individuos, sino con el apoyo y estímulo de su grupo sexual.
Este tipo de poder femenino se realza, yo sugeriría, por el hecho de que las mujeres,
sintiendo poca identificación con el patrilinaje, no odian la idea de erosionar la
institución al traer vergüenza a ésta.
Aswad sugiere que el poder de los grupos de mujeres árabes surge del hecho de que
éstos no están, como los de los hombres, restringidos por alianzas políticas y patrones
de discurso estilizado. La naturaleza informal y heterogénea de los grupos de mujeres
les permite actuar como mediadoras, previniendo que conflictos mayores surjan entre
los grupos de hombres (1967:149:1509). Sus rumores además forman la opinión pública,
afectando indirectamente el comportamiento y las decisiones políticas masculinas
(1967:150).
Pitt Rivers, por otro lado, ve estos procesos y relaciones informales como una
infraestructura que forma aparte de la estructura principal.
[La infraestructura] brota a través de la red de relaciones interpersonales dentro de la
comunidad y depende de las memorias y tradiciones culturales del pueblo en vez de en
la palabra escrita. La [estructura formal] le debe su existencia a una autoridad
delegada por un poder central… la infraestructura es un aspecto de la estructura y no
un segmento de la comunidad… los dos sistemas, al mismo tiempo, son
interdependientes y están en oposición. Ambos son partes de la misma estructura. Si
existe una tensión entre los dos, es tanto una condición de uno como del otro. Y lo que
requiere ser explicado no es sólo el origen de esta tensión sino también las formas en
que puede ser resuelta (1961:200-201).
Si bien Pitt Rivers incluye los poderes sobrenaturales de las mujeres como parte de la
infraestructura, no hace referencia explícita a esas otras formas de poder femenino
descritas arriba. Más bien, intenta incluir aquellos procesos ilegales o informales por los
cuales los hombres evaden las instituciones (ej., control de alimentos vs. mercado
negro) (1961:199-201). Sin embargo, la oposición en pares entre la autoridad y el
prestigio masculino, apoyados en la ley y la tradición cultural, por un lado, y el poder
femenino, desprendiéndose de otras tradiciones culturales, encubiertas, y de las
relaciones interpersonales, por otro, se mantienen en una oposición análoga. Al mismo
tiempo, debería señalarse que la oposición entre poder masculino y femenino involucra
no sólo aquella entre dos tipos de poderes diferentes, sino que está inextricablemente
vinculada a los valores culturales y las actitudes asociadas con dos categorías de
individuos opuestas: varón y mujer. Es por consiguiente, al mismo tiempo, un tipo de
oposición más específica y más general que aquella a la que Pitt Rivers refiere.
El modelo propuesto arriba explica cómo la tensión entre estos dos es resuelta. Antes de
volver a esto, sin embargo, vamos a examinar ejemplos particulares de esta tensión y su
resolución en una aldea campesina francesa.
Bueno, tú sabes, así es la vida. Los peces gordos siempre se quedan con todo y a los
pequeños sólo les queda el hambre. No hay mucho que podamos hacer al respecto –
Simplemente lo tenemos muy mal.
–Jacques Fresnay, agricultor retirado
Vous savez, les hommes, c’est une drole de race. [Tú sabes, los hombres, son una raza
curiosa]
–Lucie Fraiport, viuda de un agricultor, barbera, zapatera.
G.F., durante siglos una aldea campesina, yace en las onduladas colinas del cantón
noreste de Francia. Su población de 350 apiñados y nucleados asentamientos, rodeados
de campos en su periferia, ha permanecido constante tras la llegada del nuevo siglo. Las
tierras de la aldea, en su momento, proveyeron para sus aproximadamente ochenta y
cinco familias, pero en los últimos veinte años, las pequeñas granjas y cultivos familiares
se han vuelto inviables como medio de subsistencia. Un creciente número de hombres
ha abandonado el trabajo en el campo y ha buscado empleos en las plantas siderúrgicas
cercanas; hasta la fecha sólo once familias aún trabajan el campo. G.F sigue siendo, sin
embargo, una aldea campesina en términos ideológicos y de comportamiento. Aquellos
que han abandonado el trabajo de campo han alquilado sus tierras a familiares o vecinos
y han mantenido una relación cercana con los arrendatarios, echándoles una mano
durante las temporadas más laboriosas. Aquellos que han continuado en el oficio de los
cultivos no poseen más tierras que aquellos que no lo han hecho y que las alquilan a
hasta siete u ocho propietarios. Las familias del campo son las más admiradas por lo
aldeanos, y los granjeros monopolizan posiciones de prestigio en la comunidad. Las
familias “de las fábricas” han retenido, tanto como les fue posible, los patrones de
comportamiento y valores de las familias agricultoras. Los agricultores y los
trabajadores de las fábricas por igual se sienten alienados, y hostiles, hacia la vida
urbana. A pesar de los cotidianos viajes de trabajo a la ciudad, los trabajadores de las
fábricas no se identifican a sí mismos con los trabajadores urbanos y no participan en
organizaciones o actividades sindicales. (cf. Lamarche 1969:165; Barbichon and Delbos
1973:18).
Los granjeros cultivan una gran variedad de granos; cerca de un tercio de las tierras de
cultivo son de trigo, el cual es vendido en su totalidad. El resto de la tierra es dedicado al
heno y los granos para alimento de los animales y pasturas. La leche siempre ha sido la
mayor fuente de ingreso en la aldea, y hoy día cerca del 90 por ciento de los ingresos de
cada granja provienen de la venta de leche y carne de res. La mayoría de las granjas
tienen aproximadamente entre quince y veinte vacas lecheras. Cada hogar, granja y
producción asociada cultiva sus propios vegetales y sus propias frutas, así como sus
propios conejos y aves de corral.
La aldea puede ser conceptualizada como dos esferas, una de ellas interior que afecta el
tamaño y la forma de la otra. La esfera doméstica es sólida y fuerte, el núcleo de la vida
en la aldea. Las esfera más grande, la de la comunidad, le rodea, y es al mismo tiempo
más visible y frágil. Este complejo, a su vez, encaja dentro de la más grande esfera del
mundo exterior. Las mujeres están en control de la esfera doméstica y dejan las
actividades y los asuntos exteriores a ésta a los hombres. Como directriz del hogar, la
mujer es responsable de cultivar, comprar y preparar la comida para su familia, llevando
a cabo deberes cotidianos como la crianza de los hijos, el mantenimiento de las
relaciones con parientes cercanos y externos a la familia nuclear, realizando las cuentas
y registros del hogar (y el campo), y la elaboración del presupuesto familiar. Las mujeres
campesinas tienen como su mayor responsabilidad la alimentación y el cuidado,
incluyendo el ordeño, de los animales de la granja, los cuales están alojados en el establo
adyacente a la cocina de cada hogar. Ninguna mujer casada tiene un empleo fuera del
hogar.
Las mujeres integran grupos informales, basados en vínculos de parentesco o
vecindario. Debido a las líneas sobre las que se forman estos grupos, pueden incluir
varias generaciones de individuos, perteneciendo tanto a familias campesinas como de
trabajadores fabriles. La aldea está dividida en cerca de quince vecindarios, invisibles
para un forastero, pero claramente definidos en la mente de los aldeanos. Antes de que
el agua corriente fuera introducida en la aldea (unos doce años atrás), había
una fontaine [fuente] pública en cada barrio, donde las mujeres se reunían para lavar la
ropa y colectar agua para sus hogares. Cada mañana, la esposa del panadero de la aldea
conduce una camioneta por la ciudad, haciendo un alto en cada barrio de manera que
las mujeres del vecindario puedan reunirse para comprar el pan y conversar entre sí. La
esposa del panadero actúa como una portadora de “chismes”, esparciendo las noticias
entre los vecindarios. Al atardecer, aquellas mujeres que no tienen sus propias vacas se
reúnen en el establo de la mujer más cercana que sí las posee para comprar su provisión
diaria de leche. Las mujeres raramente visitan las casas de otras o dejan su propio
vecindario, excepto para visitar a los familiares más cercanos. Sin embargo, en el curso
de su trabajo diario, mantienen un contacto cercano entre ellas. Además, todas las casas
de la aldea están construidas bastante cerca de la calle y próximas entre sí, con la cocina
en la parte frontal. Las mujeres mantienen un ojo en la ventana durante la mayor parte
del tiempo posible, de manera que poco de lo que sucede en el vecindario pasa sin su
conocimiento.
En contraste con las mujeres, cuyas actividades e intereses están centrados casi
exclusivamente en el hogar y el vecindario, los hombres trabajan en los campos
periféricos o en las fábricas de las afueras de la aldea, de manera que gastan la mayor
parte de su tiempo lejos sus hogares. Ellos se reúnen en la cafetería o en la fragua en el
centro de la aldea, eligiendo a sus socios y relaciones más cercanas de la aldea en toda su
extensión, y formando grupos generacionales informales con una ocupación en común.
Sus grupos son por lo tanto más homogéneos que los de las mujeres. Mientras que las
conversaciones y los intereses de las mujeres se restringen en gran parte a
los individuos y actividades locales, las conversaciones de los hombres a
menudo incluyen discusiones alrededor de temas que se extienden más allá
de la aldea: políticas regionales y nacionales y polución industrial, por
ejemplo. Estas discusiones, debería notarse, casi invariablemente terminan
con un encogerse de hombros y un “C’est la vie, quoi. Qu’est-ce que vous
voulez?” ¨[“Así es la vida, ¿no? Qué se le va a hacer.”] Ellos están
interesados en el mundo exterior, pero lo toman con extrema resignación y
fatalismo.
Hay varias asociaciones voluntarias masculinas en la aldea: sociedades de caza y pesca,
un capítulo local de FNSEA (sindicato de campesinos), así como el cuerpo gobernante
de la aldea: el consejo municipal. Sin embargo, la mayoría de los miembros de las
sociedades de caza y pesca viven fuera de la aldea; sólo unos pocos aldeanos pertenecen
al mismo. Todos los granjeros de la aldea pertenecen al sindicato de campesinos, y,
como organización campesina, es bastante prestigiosa. Pero sus miembros confiesan en
privado que el capítulo local tiene muy poco poder, y las organizaciones regionales y
nacionales son controladas por “agricultores capitalistas” que tienen poco interés en los
problemas de los trabajadores campesinos. Sólo un hombre, nativo de una aldea vecina
que se unió a G.F, parece tener un interés activo en estas organizaciones. Él posee un
cargo en cada una de las tres y dice estar sinceramente interesado en el servicio público.
No es muy querido por los aldeanos, quienes dicen que no es lo
suficientemente sérieux [serio]. Fue derrotado cuando se postuló para un cargo en el
concejo municipal. Esta organización también, es de alto prestigio. Los días en torno a
las elecciones se crea un gran entusiasmo, lo cual posibilita un juicio público del
prestigio de los candidatos. Poco después de las elecciones, sin embargo, el interés
disminuye. El organizador del partido de la oposición en 1971, uno de los más
fieros contendientes de esas elecciones, dijo en privado, once meses
después, “Oh, bah, el concejo municipal, sólo nos hemos reunido dos veces
desde las eleccione: una para elegir al alcalde y otra para darle al pastor
[religioso] un vin d’honneur cuando fue transferido. El alcalde toma todas
las decisiones sin consultar a nadie y de todas formas, realmente no existen
decisiones importantes que tomar.”
La cafetería es frecuentada regularmente sólo los domingos por la tarde, cuando un
grupo de hombres mayores se reúne a jugar a las cartas. Otros hombres hacen un alto
allí durante la semana, pero está generalmente deshabitado, y algunos sencillamente no
van nunca.
Christine Motelet (20), otra hija de campesinos, tenía como pretendiente a un joven
campesino de una aldea vecina. Su padre estaba a gusto con la pareja y le dio permiso de
visita (entre) luego de pocos meses. Christine, sin embargo, conoció a un trabajador
fabril, Gilbert, que le gustaba más. Su padre estaba violentamente opuesto a este
emparejamiento, pero su madre no. Al cabo de cinco meses, él le otorgó el permiso de
visita a Gilbert. Para su boda, Christine y su madre querían organizar dos
banquetes pero no estaban seguros de si “papá” consentiría. M. Motelet me
explicó innumerables veces que la vieja costumbre de celebrar dos o tres
banquetes de boda era muy linda, pero simplemente demasiado costosa en
estos tiempos; Christine tendría sólo uno. Poco antes de la boda, él empezó
a explicar que, después de todo, “tu hija no se casa todos los días… así que
deberíamos hacerlo bien”. Hubo dos banquetes. No se hizo ninguna
referencia a la opinión de Christine o su madre en el curso de las
conversaciones que tuve con M. Motelet, y a pesar de que ellas estaban
presentes, permanecieron calladas.
No sé exactamente qué medios son utilizados para persuadir, intimidar o
convencer a los hombres para que acepten las opiniones de sus esposas en
este tipo de procesos de toma de decisiones. Claramente, la esposa está en
control del hogar; es su esfera de actividad e interés, y ella es selectiva en la
información que comparte con su esposo sobre ello. La dependencia de éste
para con ella a la hora de manejar el hogar, administrar las finanzas, y, en
el caso de los campesinos y comerciantes, contribuir a la empresa familiar,
le otorga a ella una base poder importante sobre la cual operar.
Debido a que las actividades en la esfera de la aldea están estrechamente vinculadas a la
unidad doméstica, el poder de la mujer se extiende más allá de ésta, a pesar de que,
como se señaló más arriba, la esfera de la aldea es de dominio masculino. Por ejemplo,
el Concejo Municipal está conformado por hasta nueve hombres, elegidos cada seis
años. Inmediatamente después de las elecciones, ellos eligen a un alcalde de entre
sí. Debido a que el gobierno francés es extremadamente centralizado, el
Concejo Municipal está en realidad bastante constreñido en lo relativo a su
poder de toma de decisiones. Además, todas sus decisiones deben ser
aprobadas por el prefecto del départament, quien también tiene poder para
suspender o disolver los concejos municipales. Un asiento en el concejo, de
todos modos, es una marca de alto prestigio. Es por lo tanto significativo que cinco de
los nueve asientos estén ocupados por campesinos y los otros tres por hombres con
ocupaciones relacionadas a la agricultura (i.e., inspector de la producción lechera,
vendedor de equipos agrícolas). Dos partidos aparecen siempre representados en las
elecciones, pero éstos corresponden a facciones de la aldea y no tienen lazos con
partidos nacionales. Sus nombres (en 1971: d’Action Sociale, y de Renouveau et
d’Entende Communale) sólo de manera muy vaga sugieren las políticas del partido. No
se ofrecen plataformas, y lo que es de importancia es el prestigio de los candidatos.
Como se señaló más arriba, el prestigio recae sobre las familias, no sobre los
individuos, de modo que es ventajoso para una mujer que su esposo integre
el Concejo. Debido a la falta de poder real en la tomas de decisiones, no es
de su especial interés el ser concejal ella misma.
Dentro de los límites a priori respecto a quién puede ser considerado
seriamente para un asiento (i.e., ni trabajadores fabriles ni comerciantes),
las mujeres juegan un poderoso rol para influenciar la composición del
concejo. La esposa de un granjero puede o bien empujar a su marido a la
arena política, o bien, al demandar más ayuda por parte de él en el hogar y
negarse a ayudarle en su trabajo, prevenir que éste entre en la carrera. En
adición, debido a la bien organizada red de comunicaciones entre mujeres,
ellas son capaces de influenciar en la opinión pública y de esta forma
afectar el resultado de las elecciones. La esposa de un contendiente en las
elecciones de 1971 dijo:
Las mujeres pelean entre ellas para meter a sus esposos en el Concejo Municipal … hay
tías y sobrinas que ya ni siquiera se hablan entre sí debido a que, ya sabes, siempre es
entre dos grupos, entonces se divulgan rumores desagradables y todo eso, así la gente
vota por un grupo u otro.
Incluso las mujeres cuyos esposos no participan activamente en las elecciones “pelean”.
Justo antes de las elecciones de 1971, la esposa de un trabajador fabril divulgó el rumor
de que uno de los contendientes había acosado a su hija. Este hombre, un granjero,
miembro de una antigua familia de la aldea, y parte de la lista presentada por el grupo
que ganó más asientos en el Concejo, fue derrotado.
Cada partido decide de antemano cuál va a ser su candidato para alcalde. La posición
de alcalde involucra el más alto prestigio, pero debe pasar buena parte de
su tiempo atendiendo a detalles administrativos en la oficina del alcalde, en
reuniones en la capital cantonesa y demás. Parece haber cierta dificultad en
encontrar a alguien que esté dispuesto a llevar a cabo ese trabajo. Las
mujeres sin lugar a dudas tienen una gran influencia aquí. Si bien la mayoría
de las mujeres quieren o se entusiasman con la idea de que sus maridos obtengan un
asiento en el concejo, son bastante reticentes a hacer los sacrificios necesarios para que
sus esposos puedan pasar tanto tiempo fuera de la empresa familiar. La mujer de uno de
los contendientes para un asiento en el concejo dijo en una de nuestras entrevistas que
ella amenazó a su marido con el divorcio si se postulaba a sí mismo para alcalde. Más
tarde, ella dijo que sólo bromeaba, pero que “en serio, él ya rara vez está en casa ahora y
si él fuera alcalde, no nos quedaría nada de vida en familia. No podía aceptar eso”
(Karnoouh y Arlaud 1973). Mme. Rouyer, la esposa del anterior alcalde, dice que
su marido estaba muy ocupado durante los dieciocho años en los que ocupó el cargo.
“No era nada bueno”. Pero fue rápida al señalar (en privado) que ella no
controla a su marido de la misma forma que otras esposas de la aldea
controlan a los suyos. Ella no es nativa de la aldea. La esposa del presente alcalde,
Mme. Lajoux, se queja vehementemente del hecho de que él pase tanto tiempo en sus
obligaciones. Ella es alemana y, como Mme. Rouyer, vino a la aldea luego de su
casamiento. Ninguna de las dos mujeres, particularmente Mme. Lajoux, está
completamente integrada en los grupos de mujeres y entonces,
presumiblemente, carecen del soporte de otras mujeres y de los recursos
efectivos para “controlar” las actividades de sus esposos.
Hace diez años, seis de los campesinos de la aldea formaron una
cooperativa de máquinas (CUMA), como habían sido urgidos a hacerlo por el
gobierno nacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Han inusualmente
exitosos (a diferencia de la mayoría de las CUMAs en Francia), ya que no sólo poseen en
común una gran parte de la maquinaria agrícola, sino que además trabajan
conjuntamente durante las temporadas de mayor trabajo, labrando los campos de cada
hombre por turnos. Se quejan constantemente de la organización. “Es demasiado
democrática, necesitamos un jefe, pero nadie quiere dejar a otro ser jefe o tomar la
responsabilidad él mismo, entonces lleva mucho tiempo decidir cualquier cosa, o
simplemente no decidimos nada”. Ellos dan dos razones convincentes para no
abandonar el esfuerzo: primero que el costo de la maquinaria es prohibitivo para los
agricultores ordinarios, y segundo que ellos no quieren que sus esposas tengan
que volver a trabajar en los campos. Un granjero sólo necesita ayuda extra
en los campos durante las temporadas más laboriosas. Se tiene la
expectativa de que las esposas de los granjeros que no pertenecen a la
CUMA, y todas las mujeres en los días pre-CUMA, provean esa ayuda. Pero
éste nunca ha sido, estrictamente hablando, trabajo de mujeres. Las
mujeres son bastante francas al considerarlo el trabajo más pénible que
tuvieron (o tienen) que hacer; es sucio, agotador, y demandante, y
resienten hacerlo, a pesar de que antes de la CUMA, debía hacerse. Sería
más preciso, entonces, expresar la segunda razón para el éxito de la CUMA
como el rechazo de las mujeres a seguir trabajando en los campos. De hecho,
las mujeres de socios de la CUMA hablan muy bien de dicha organización, nunca la
critican. Está claro que ellas alientan (como mínimo) a sus esposos para que hagan lo
posible para que continúe funcionando.
Como último ejemplo de algunas de las maneras en las que las mujeres
influyen en la forma que toma la esfera masculina de la aldea, podemos
considerar su rol en la transición de la granja a las fábricas. Esta tendencia
puede ser explicada globalmente por la situación económica en Francia, pero es
difícilmente explicación suficiente para la decisión individual de dejar de trabajar en el
campo. Hay muchos factores involucrados, pero la contribución de la esposa es
claramente de suma importancia. Debido a que el éxito del trabajo agrícola depende en
gran medida de su disposición a realizar contribuciones extensas de trabajo, así como su
delicado papel en el manejo de las finanzas, si ella no está completamente
comprometida a hacer que la granja funcione, sólo puede fracasar. Ella, por
lo tanto, tiene el poder suficiente para hacer que su marido abandone el
trabajo agrícola. Al hacerlo, asegura a su familia un ingreso estable y bien regulado,
acompañado de otros beneficios alternativos. El ingreso de un trabajador fabril es, de
media, menor que el de un granjero, pero este último es más dependiente. De mayor
importancia es que sea su marido un granjero o un trabajador fabril, él debe
trabajar. Ella, por otra parte, al empujar a su marido hacia las fábricas, se
libera a sí misma de una gran cantidad de trabajo, especialmente del
cotidiano y monótono trabajo del cuidado de los animales. Por otro lado, dejar
el trabajo de granja constituye una caída considerable en el prestigio de dicha familia en
la comunidad. Éste es un dilema que cada mujer – y cada familia – resuelve para sí
misma según sus propias circunstancias. Virtualmente todas las muchachas
jóvenes de la aldea dicen rechazar por completo casarse con
granjeros. Pocos de los muchachos jóvenes de la aldea son tan desdeñosos hacia
trabajo en la granja, pero los hijos de agricultores son ambivalentes sobre sus futuras
ocupaciones. Ellos citan la reputada dificultad de encontrar a una muchacha que quiera
ser la esposa de un granjero como su única razón para tal indecisión. Por lo tanto las
mujeres, dentro de los límites marcados por condiciones económicas
externas, tienen un alto grado de influencia en los patrones ocupacionales,
bastante exteriores a su esfera doméstica.
De los datos existentes, podemos extraer varias generalizaciones pertinentes sobre las
sociedades campesinas. Los roles sexuales tienden a estar claramente definidos y en
gran parte no se solapan. Por ejemplo, Margery Wolf hace referencia a una “subcultura
femenina” en Taiwán.
Dadas estas observaciones, parece ser que el supuesto de Fox -que debido a
que las mujeres tienden a estar limitadas al nivel doméstico en la toma de
decisiones, ellas juegan universalmente un rol secundario (1969:31-32)- es
falso. Claramente, las decisiones domésticas son de primera importancia en
las sociedades campesinas, ya que hay pocas decisiones extra-domésticas
significativas a tomar para la vida en la comunidad que estén dentro del
poder de los aldeanos. Friedl afirma esto mientras sostiene que en una
comunidad orientada a lo doméstico, el hecho de que los hombres
monopolizan las posiciones extra-domésticas de alto prestigio es
insignificante. Es la atribución de poder en el ámbito privado, y no el
público, la de principal importancia en este contexto cultural (1967:97).
El hecho sigue siendo, sin embargo, que el prestigio efectivamente recae en
éstas actividades masculinas, sean o no verdaderamente “importantes”. No
es relevante quién toma realmente las decisiones domésticas, los hombres campesinos
son usualmente considerados la cabeza de los hogares, quienes poseen una posición de
autoridad allí, y los que abiertamente toman decisiones importantes. En G.F., sin duda
como en otros sitios, las mujeres juegan una parte importante en moldear la posición de
sus esposos en la comunidad, pero es la posición de éste la que determina el prestigio
familiar. Yo no creo, por lo tanto, que el impacto masculino pueda ser tan
sumariamente desestimado.
Debería remarcarse que he fallado en proveer una definición de “poder”, prefiriendo
delinear lo que yo refiero con el concepto a través de ejemplos. En tanto en cuanto los
intentos de trazar una definición precisa son fútiles, es imposible en este contexto
especificar exactamente cuánto poder cada categoría de personas ejerce
relativamente sobre la otra. Lo que vemos operando en la sociedad
campesina es una especie de oposición dialéctica y delicadamente
equilibrada de varios tipos de poder y autoridad: público y privado, formal
e informal, directo e indirecto. Por esta razón, sugeriré que el modelo de un
grupo sexual en un rol “primario” o dominante y el otro en uno
“secundario” es sospechoso e ignora la complejidad de la situación.
Este punto de vista aún deja sin responder varias preguntas cruciales: ¿Porque los
hombres campesinos, en un nivel de análisis, se caracterizan por una sentida falta de
poder (o una sensación de impotencia), y por otro lado, aparecen tratados con
deferencia, monopolizando posiciones de autoridad y prestigio, y siendo asumidos como
“dominantes”? Si las mujeres efectivamente ejercitan una significativa cantidad de
poder, ¿porque se comportan como si los hombres lo monopolizan? ¿Por qué las
mujeres griegas, por ejemplo, quienes ejercen poder en el “importante” sector privado,
se toman semejante precaución de que esté “oculto bajo la fachada del dominio
masculino” (Friedl 1967:106)? ¿Porque las mujeres en G.F, insisten en que “Pierre
cambió de opinión” cuando Pierre está simplemente haciendo, como es usual, lo que su
esposa le dijo que haga? ¿Porque ambos hombres y mujeres en tantas sociedades
campesinas le conceden tanto prestigio a las relativamente insignificantes actividades
extra-domésticas de los hombres?
Estas aparentes anomalías son resueltas por el modelo explicativo delineado arriba: la
dominación masculina existe en la sociedad campesina como un “mito”,
que funciona para mantener un balance no-jerárquico entre las categorías
hombre y mujer. Inversamente, aunque hemos demostrado que los
hombres realmente no son dominantes, ambos sexos actúan públicamente
como si lo fueran porque cada uno puede de esta forma mantener su propio
poder. Es obvio que los tipos públicos de poder y autoridad ejercidos por los hombres
dependen de la perpetuación del “mito”. El poder de las mujeres también surge de éste
en una variedad de formas. Debido a que a las actividades extra-domésticas se les
atribuye alto prestigio, es una ventaja para los hombres reclamar la esfera de la aldea
como propia. Al mismo tiempo, es también una ventaja para la mujer campesina, ya que
deja bajo su control la esfera doméstica, que es la unidad central de la comunidad y la
única esfera sobre la cual los aldeanos pueden tener un mayor control. Aquí tenemos un
balance de poder/prestigio entre las dos esferas. Este equilibrio se mantiene mientras
una esfera otorga prestigio a actividades y actores, y la otra poder real que emana de sus
actividades.
Dentro de la esfera doméstica, es también ventajoso para la mujer el hecho de que su
esposo sea una figura de autoridad. Se ha señalado anteriormente cómo esto puede
realzar su control sobre los niños. Aunque ella es abiertamente responsable de cierto
tipo de decisiones domésticas (por ejemplo, en G.F., como en otras partes, aquellas
relacionadas con la jardinería y el ordeño), juega a su favor actuar como si su esposo
tuviera la última palabra en aquellas decisiones que requieren un acuerdo mutuo. En ese
sentido, ella se resguarda de errores u omisiones: “No tenemos esto o lo otro porque mi
marido no lo quiere comprar”. Más importante aún, si al él se le permite ser la cara
pública de las decisiones, su estatus como “cabeza de la familia” es preservado, y con
éste, su imagen -y la de su familia- en la comunidad. Aquí el intercambio,
probablemente inconsciente, es entre poder e imagen: “Te daré crédito por tomar las
decisiones aquí, si tú tomas las que yo te diga”.
Por otro lado, su bien documentado fatalismo y su sentida falta de poder, en G.F., su
constante encogerse de hombros y su “C’est la vie, quoi. Qu’est-ce que vous voulez?” (Así
es la vida ¿Que se le va a hacer?), su desprecio en privado hacia el gobierno y las
organizaciones campesinas de la aldea, además de sus quejas resignadas
sobre sus controladoras esposas, indican que ellos creen no mucho más que
sus mujeres que los hombres dominen realmente sobre nada.
Es significativo que estas observaciones, indicando que ni hombres ni
mujeres creen que los hombres sean dominantes, sólo son expresadas en
privado, y lejos de los oídos de miembros del sexo opuesto. Esto indica que
ambos sexos creen que es importante actuar y hablar públicamente en
grupos mixtos tal y como si los hombres fueran dominantes, ya que asumen
que el otro grupo está convencido de que esto es verdad. Al operar de esta
forma, tienen éxito en evitar confrontaciones, de forma que el sistema de recompensas y
ventajas percibidas no queda amenazado. Incluso si los hombres no están tan seguros de
cuán importantes son las actividades masculinas, ellos continúan actuando tal y como si
éstas fueran las más importantes porque las mujeres esperan de ellos que lo hagan. Si
los hombres son conscientes de que las mujeres pueden tener un poder más efectivo del
que ellos tienen, es aceptable para ellos siempre que no haya un desafío público, de
manera que puedan continuar pensando que las mujeres no se dan cuenta de ello. Si a
los hombres se les da crédito por mantener las cosas funcionando, eso es suficiente. Si
las mujeres admitieran abiertamente que ellas no creen que los hombres son el sexo
dominante, el delicado equilibrio del sistema en su totalidad se caería a pedazos. Las
mujeres, por su parte, obtienen su poder al garantizarle al hombre
autoridad y respeto, asumiendo que si ellos permiten a los hombres el creer
que la dominación masculina realmente existe, los hombres no notarán que
las mujeres efectivamente están ejerciendo una considerable cantidad de
poder. El comportamiento masculino llevaría a las mujeres a creer que ellas han tenido
éxito en su treta. Desde este punto de vista, también, el sistema colapsaría si las mujeres
fueran forzadas a reconocer públicamente que en realidad a los hombres se les está
tomando el pelo.
El mito de la dominación masculina y más allá
He predicho que la dominación masculina operaría de esta forma sólo en el contexto del
sistema especificado al inicio del artículo [en la primera entrada]. Podrá notarse que
todos los elementos requeridos no pueden están presentes en las sociedades modernas
industrializadas. En el proceso de modernización, al menos un componente
inevitablemente cambia, transformando así el sistema en su totalidad y, con ello, la
relación entre el poder femenino y la dominación masculina tal y como la he descrito.
De forma inversa, en la medida en que el sistema permanece sin cambios
sostendré que, la sociedad en cuestión, no es una moderna e
industrializada. De este modo, por ejemplo, la aldea de G.F., la cual está caracterizada
por todos los elementos citados arriba, no puede ser considerada enteramente
modernizada. Como he demostrado en otro artículo, usando diferentes criterios de
manera conjunta (y con un propósito diferente), G.F. puede, de hecho, aún considerarse
una aldea campesina tanto a nivel de comportamiento como a nivel ideológico (Rogers
1972:19-27). Ésta es, de todos modos, una aldea modernizada, en la medida en la que
hay indicaciones de que sufrirá una transformación modernizadora en su
comportamiento e ideología, además de la ya avanzada transformación económica
puesta en marcha. Estas indicaciones, a la par que algunas observaciones y la literatura
sobre las sociedades totalmente industrializadas, indican que aquel cambio podría
ocurrir de múltiples modos mutuamente exclusivos, en tanto que varios de los
componentes de la estructura cambian de diferente forma.
El impacto de la modernización y de la industrialización en el rol de la mujer, y por
supuesto la relación de poder entre hombres y mujeres, es un campo amplio y
complicado, que se extiende más allá de los límites de este trabajo. De todos modos,
sugeriré muy esquemáticamente algunas de las formas en las cuales la relación entre el
poder femenino y la dominación masculina puede cambiar en tanto que el sistema
delineado se transforma con cambios en varios de sus componentes. Sugiero estas
posibles permutaciones como hipótesis comprobables, que requieren posteriores
trabajos de campo extensivos y un estudio mucho más exhaustivo de la literatura del
que es posible aquí. Mi propósito es triple. Primero, en respuesta al conjunto de
literatura sobre modernización mencionado más arriba, ya se ha mostrado que las
mujeres tradicionales, al menos en las sociedades campesinas, no son de
ninguna manera las uniformemente oprimidas y subordinadas criaturas
que se ha asumido que son. Desafiada esta primera presuposición, la
segunda – que la mujer tradicional se emancipa en el proceso de
modernización – queda en una posición incómoda. Si la mujer en realidad
no ocupa semejante rol subordinado en el escenario tradicional ¿qué
ocurre cuando se moderniza? Sugeriré formas de abordar esta pregunta. En
segundo lugar, debido a que muchas sociedades campesinas contemporáneas están en
proceso de “modernización”, perdiendo sus características campesinas “tradicionales” e
integrándose cada vez más al mundo que le rodea (e.g. Mendras 1967), un análisis
completo debería incluir algún reconocimiento de las tendencias de cambio actuales.
Por la misma razón, las sociedades campesinas representan un útil laboratorio para el
estudio del cambio, ofreciendo la posibilidad de añadir una dimensión dinámica a los
modelos exploratorios desarrollados para analizarlas. Finalmente, y quizá más
importante, está claro que hay sociedades, incluyendo la nuestra, donde la dominación
masculina no es “mítica”. Es importante, por lo tanto, empezar a delimitar los tipos de
sociedad en los cuales el modelo puede esperarse que opere de la misma manera que he
descrito. La suma de una dimensión dinámica ilustra cómo el modelo encaja en un
panorama más global, proveyendo las bases de un marco de trabajo para el estudio de
todo tipo de relaciones de poder entre los sexos.
Emerson (1962) y Dahl (1957) han sugerido que el poder está basado en última instancia
en relaciones de dependencia. Tomando esto como punto central podrá verse que,
cuando los cinco elementos del sistema están presentes, éstos se equilibran entre sí, y,
en la medida en que hombres y mujeres son aproximadamente igual de dependientes el
uno del otro, se mantiene un equilibrio del tipo descrito en el modelo. Si los primeros
tres elementos (aquellos relacionados con el poder femenino) permanecen sin cambios,
mientras que cualquiera de los segundos es negado, los hombres se volverían
relativamente más dependientes de las mujeres, el poder de las mujeres se
incrementaría, y el “mito” de la dominación masculina dejaría de expresarse. Por otro
lado, lo inverso podría ocurrir: la orientación de la comunidad centrada en
lo doméstico, y la importancia de las interacciones informales cara a cara
podrían verse grandemente reducidas o negadas, mientras que los hombres
mantendrían un mayor acceso a derechos formales y participarían en
actividades consideradas importantes. Particularmente si ellas se
mantuvieran en la esfera doméstica, pero incluso aunque no lo hicieran, las
mujeres se volverían relativamente más dependientes de los hombres,
perderían al menos algo de su poder, y la dominación masculina se volvería
una realidad.En estos dos escenarios, he asumido que el nivel de interdependencia
entre hombres y mujeres se mantiene aproximadamente igual; solo cambia su
distribución. Una tercera posibilidad es la total negación de este elemento: hombres y
mujeres ya no son tan interdependientes. En este caso el sistema entero vuela en
pedazos, todos los elementos son negados, y ningún poder diferencial significativo existe
entre los grupos sexuales. El poder, o los tipos de poder, no estarán distribuidos sobre la
base del sexo, de manera que el concepto de un equilibrio de poder entre los dos grupos
sexuales deja de tener sentido. Éstas son al menos tres de las posibles transformaciones
del sistema, elegidas entre las más probables. Asumiendo, por razones de simplicidad,
que sólo dos posibilidades existen para cada componente del sistema, negación o
permanencia, hay treinta y seis cambios teóricamente posibles en el sistema como
resultado de las distintas combinaciones de sus componentes. Si se asume que los
componentes pueden ser alterados de formas más sutiles, y que cada elemento cambiará
si alguno de los otros cambia, el número de posibilidades teóricas es enorme. Voy a
dejar, sin embargo, un análisis más riguroso y sutil para el futuro y me limitaré aquí a
bosquejar cómo las tres posibilidades mencionadas más arriba podrían ocurrir, teniendo
en mente que éstas son formulaciones simplificadas y preliminares.
Si los tres primeros componentes permanecen sin cambio (i.e., las mujeres se
mantienen en la esfera doméstica, la sociedad sigue estando orientada a lo doméstico y
la mayoría de las interacciones percibidas como importantes ocurren en el contexto cara
a cara de la comunidad), mientras los hombres realizan actividades percibidas como
poco importantes, puede asumirse que éstas son vistas de tal manera porque son
realizadas fuera de la comunidad y no involucran relaciones de la misma. En Europa,
como ha forzado la industrialización en crecientes proporciones durante los pasados
siglos, el abandono de las pequeñas granjas familiares ha sido en su inmensa mayoría
por parte de los hombres, quienes han buscado trabajo en otros lugares. Durante el siglo
diecinueve, como en el presente, las mujeres rurales buscaron trabajo fuera de las
granjas, pero en su mayor parte retornaron a la esfera doméstica después del
matrimonio. Con la caída del “modo de producción doméstica”, surge un conflicto entre
las idea de que las mujeres deberían manejar el hogar y la familia; y la de que ellas
deberían contribuir laboralmente al ingreso familiar. Este conflicto ha sido en su mayor
parte resuelto en favor de la primera noción (Scot and Tilly 1975). Si un hombre está
trabajando como empleado asalariado de alguien más, es muy difícil para él seguir
manteniendo la ficción de que él es “son maitre” (su propio jefe); es improbable que su
patrón muestre deferencia pública hacia él. Además, debido a que ahora es probable que
él esté trabajando fuera de la comunidad, podría dejar de ser visto como un miembro
completo de la misma. Tampoco puede controlar públicamente el estatus de su familia
en una arena a la cual él ya no pertenece por completo, ni puede mantener siquiera un
control ficticio sobre las actividades de la comunidad. En este caso, podría esperarse que
la mujer, que queda en la esfera doméstica, se convierta en el principal contacto familiar
con la comunidad, de manera que su esposo es en buena parte dependiente de ella (i.e.,
para mantener su membresía en la comunidad). Las mujeres podrían continuar
influenciando en el estatus de la familia en la comunidad a través de medios informales
y podrían también tomar las actividades a nivel de la aldea, de forma que también
determinen el prestigio familiar abiertamente. En esta instancia, una mujer ya no
necesita proteger la imagen de su esposo en la comunidad comportándose como si él
fuera quien está en control del hogar. Ella usurpa entonces esas prerrogativas
anteriormente masculinas sobre la toma de decisiones públicas del hogar (cf. Bernot y
Banclard 1953:205-209). A pesar del hecho de que las mujeres ya no contribuyen
significativamente al ingreso familiar, este poder de toma de decisiones puede incluir el
control sobre los asuntos financieros. En al menos varias áreas de Europa donde las
mujeres tradicionalmente manejaron el presupuesto familiar, continuaron haciéndolo
durante las etapas tempranas de la modernización a través del control de los gastos del
salario de sus esposos (Stearns 1972:110; Leplay 1878:110-111; Chombart de Lauwe, et
al. 1963:158). El “mito” de la dominación masculina es entonces abandonado, tanto en
el hogar como en la comunidad, y las mujeres están abiertamente en verdadero control.
Existe cierta evidencia en G.F. de que este tipo de transformación ocurrirá. Hay al
menos dos familias en la aldea donde la mujer está abiertamente en control de la unidad
doméstica, y el marido aparece más a menudo como el silencioso observador en la
esquina. En ambos casos, el esposo (a diferencia de otros hombres de la aldea) es un
trabajador fabril, viniendo del exterior e integrándose en la aldea después de su
matrimonio, y no posee tierras. Ambos son completamente dependientes de sus
esposas, (nativas de la aldea) por la mínima membresía que ellos tienen en la
comunidad. Muchos aldeanos dicen que no conocen a estos hombres, a pesar de que
uno de ellos llegó a la aldea directamente después de la Segunda Guerra Mundial, el otro
unos años después, y ambas esposas son bien conocidas (Esta negación indica no sólo su
falta de membresía en la comunidad, sino también la desaprobación de los aldeanos
hacia ellos. Esto, y el bajo prestigio de estas dos familias, emana en parte del abierto
control de sus esposas en el hogar, lo cual indica que el “mito” de la dominación
masculina aún prevalece en la aldea como un todo). Estas dos familias son
excepcionales en G.F., es verdad, pero el punto significativo es que cuando los hombres
son privados de su membresía en la comunidad y no se considera que hagan nada
“importante”, sus esposas parecen tomar un control abierto del hogar.
Los aldeanos dicen que la razón por la que los trabajadores fabriles no pueden tomarse
en consideración para un asiento en el concejo municipal es que “ellos no pasan mucho
tiempo en la aldea”. Todavía hay suficientes hombres que no son trabajadores fabriles
para continuar monopolizando los asientos del concejo, pero en una aldea vecina, que
tiene menos granjeros que G.F., una lista de mujeres ganó la mayoría de los asientos en
las elecciones de 1971. Bien podría preguntarse si el valor de semejantes posiciones sigue
siendo el mismo cuando el sistema sufre este tipo de transformaciones, o si estas
anteriormente prestigiosas posiciones masculinas a nivel aldea pierden prestigio cuando
las mujeres empiezan a tomarlas. Es, por lo pronto, muy temprano para decir qué es lo
que pasará en la aldea vecina de G.F. Si el prestigio anteriormente era dado en gran
parte a cambio del poder real de la mujer, no habría ninguna razón por la que estas
posiciones continuarían acarreando prestigio si son ocupadas por mujeres que además
ejercen abiertamente un poder real. Por otro lado, si la comunidad quiere retener su
anterior identidad, estas posiciones también deben mantener su sentido.
Esta situación estructural puede continuar existiendo, por supuesto, sólo mientras
hombres y mujeres consideren que la comunidad y las relaciones en la misma retienen
su significado tradicional. La posibilidad opuesta, desarrollada quizá como una
consecuencia de aquella descrita más arriba, parece ser mucho más ubicua. Ha sido
tratada a fondo en otras partes y podría ser sólo brevemente bosquejada aquí para
indicar sus relaciones con el modelo y los procesos bajo discusión.