Você está na página 1de 8

TRUMPUTIN

Crisis de hegemonía en Washington que se proyecta sobre el mundo

POR JORGE ELBAUM

Portada de la revista Time

La cumbre entre Putin y Trump quedará en la historia como una de las más bizarras en la
historia de las relaciones internacionales: la fractura al interior del sistema político
estadounidense, la aparatosidad de su Presidente y las crecientes resistencias domésticas e
internacionales que concita el magnate neoyorkino, han difuminado algunos de los ejes que
estuvieron presentes en la capital finlandesa el 16 de julio pasado.

La campaña electoral de medio término en Estados Unidos, el 6 de noviembre, y las


recurrentes provocaciones (presenciales y twitteras) de su primer mandatario, han impedido
poner en evidencia las necesidades de Washington de reducir sus gastos militares (mediante
la concentración en menor cantidad de frentes), limitar el financiamiento de la Organización
del Atlántico Norte (OTAN) y achicar su ingente déficit comercial. Eso incluye la necesidad
de que las intervenciones militares tengan un inmediato provecho económico, abandonando
aquellos posicionamientos que no redunden en ventajas indudables.

La gira de Trump –previa a la cumbre de Helsinki— incluyó la demanda a sus socios de la


OTAN para que incrementen su participación en el presupuesto, cuya financiación
mayoritaria, recriminó el magnate-presidente, está sustentada por las arcas del tesoro
estadounidense. Luego de su corrosivo paso por la OTAN, Trump recurrió a su proverbial
sentido diplomático al considerar que el ex ministro de Relaciones Exteriores del Reino
Unido, Boris Johnson, sería un gran primer ministro, pocos días después de que fuera
despedido por la actual premier británica, Theresa May. El exabrupto estuvo orientado a
incidir en el formato del Brexit, cuya salida suave es defendida por May y su versión dura
sostenida por Johnson. La segunda de las posiciones es la que Trump propugna debido a las
restricciones proteccionistas que la Unión Europea (UE) mantiene en relación a Estados
Unidos. Su encono con la UE no sólo se refiere a las políticas arancelarias del bloque, sino a
que gran parte de su consumo energético está siendo provisto por gasoductos rusos, en
detrimento de los envíos, vía flota marítima, de gas licuado procedentes de Estados Unidos.
La guerra comercial contra China y la UE motivó recientemente que el ministro de
Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, considerara que “ya no se puede confiar por
completo en la Casa Blanca”. Mientras Trump se reunía con Putin, la UE firmaba con Japón
un Tratado de Libre comercio en el que se reducían los aranceles a los autos japoneses y los
quesos y los vinos europeos.

Pase de pelota
El encuentro con Putin en la capital de Finlandia tuvo como ejes la posible renovación de los
tratados de no proliferación nuclear y misilística, el recurrente polvorín bélico de Medio
Oriente (Siria, Israel e Irán), la desnuclearización de Corea del Norte y la rusificación de
Crimea. Todos esos nudos geopolíticos de tensión global quedaron sin embargo opacados por
los pasos de comedia de la política interna de Washington.

El enfrentamiento del trumpismo contra la “comunidad de inteligencia”, su ultraje habitual


contra los medios de comunicación (a quienes denomina “los enemigos del pueblo”) y su
menosprecio respecto a los cánones diplomáticos habituales, trasuntan una indudable pérdida
de liderazgo –ante el mundo—, que expresa la crisis de legitimidad del sistema político
estadounidense, incapaz de presentarse como árbitro creíble para abordar los conflictos
mundiales más relevantes.

En relación a los tratados de proliferación nuclear, ambos Presidentes habrían acordado


extender la vigencia del Tratado Start III (firmado originalmente en 2010) sobre armas
estratégicas y, simultáneamente, renegociar el Tratado para el Control de las Armas Nucleares
de Alcance Medio, dado que ambos países cuentan con el 90 % de la totalidad de armas
nucleares repartidas en todo el mundo. En lo relativo a Medio Oriente, Putin postuló sus
necesidades de prolongar su acceso al Mediterráneo y al mismo tiempo darle continuidad a su
tarea dentro de Siria para garantizar la derrota final de los fundamentalistas expresados en el
ISIS, también conocido como DAESH. El interés particular se debe a que dentro del ISIS
participan combatientes chechenos, sobrevivientes de la guerra civil del Cáucaso de 2011, en
las que Putin logró evitar la escisión de Grozni. Las tropas chechenas derrotadas en el Mar
Negro confluyeron con otros grupos fundamentalistas sunitas en el intento de conformar el
califato tardío. El soporte bélico inicial al ISIS fue brindado por Estados Unidos, con el
objetivo de debilitar a Bashar al-Ásad, con un dispositivo similar al utilizado en Afganistán
en 1980 cuando Washington armó a los mujaidines islámicos contra la URSS, permitiendo el
nacimiento de Al-Qaeda.

Damasco representa un peligro para el socio prioritario de Estados Unidos en la región,


Israel. Ásad mantiene una histórica alianza con la República Islámica de Irán mientas las
milicias libanesas chiitas de Hezbollhá se encuentran acantonadas en el sur de Siria, en la
cercanía de las alturas del Golán, zona limítrofe con el norte del Estado Judío. Putin garantizó
ante Trump que negociará con Ásad una zona desmilitarizada que impediría el incremento de
la conflictividad en la zona. Moscú también tiene en Israel intereses desplegados en los
últimos años: un millón y medio de rusos viven en el Estado hebreo y no han roto totalmente
con su país de origen. De hecho, en los últimos años varios ex emigrados de la URSS –hoy
ciudadanos israelíes— se han constituido en relevantes inversores de Skólkovo, el Silicon
Valley ruso situado en las afueras de Moscú.

La desnuclearización de Corea del Norte requiere un acuerdo generalizado por parte de los
integrantes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y –por ende— de China y
Rusia, que no son manipulables a control remoto por Washington, como Francia y el Reino
Unido. Una de las peticiones de Kim Jong-Un suscripta en junio pasado, en su encuentro en
Singapur con Trump, incluye la suspensión de las sanciones de las grandes potencias del
Consejo de Seguridad, hecho que incluye a Moscú. El diferendo de Crimea –donde Trump
representa los “intereses occidentales” en defensa de Ucrania— parece el ítem de más difícil
resolución debido a que la mayoría de los ciudadanos crimeos votaron el reingreso a la
Federación Rusa en marzo de 2014. El histórico interés de Estados Unidos por el
desmembramiento del Estado más extenso en el planeta no parecería tener –en este caso—
una posibilidad de efectivizarse pese a los repetidos intentos de la OTAN en ese sentido.

Los acuerdos alcanzados –que suponen la planificación de reuniones bilaterales de trabajo


entre burócratas de ambas naciones— quedaron opacados por la tensión planteada por los
medios de comunicación, la “comunidad de inteligencia” y el establishment de Wall Street
que observan con preocupación el cambio de estilo gubernamental y la modificación (que
consideran inconsulta) de las reglas del juego global, de la que han sido sus máximos
beneficiarios desde la década del ’70 hasta la actualidad. El trumpismo republicano no solo
se caracteriza por un proteccionismo agresivo y un belicismo orientado contra América
Latina y Asia, sino que además sustenta la peculiaridad de una provocación unilateralista
permanente, fusionada con condimentos de egolatría. Dada esa impronta, la recepción
efectuada a Trump por parte de sus adversarios internos se teatralizó en la acusación de
colusión y traición, supuestamente desplegada en relación con la colaboración brindada por
Putin al triunfo electoral del magnate neoyorquino dos años atrás.
Dos de los periódicos de mayor relevancia, el Washington Post y el New York Times se
lanzaron a una caza de brujas cuyo destinatario aparente era Trump, pero que escondía detrás
de su imagen a Putin. De hecho, la revista Time, vocera del establishment republicano
tradicional, confundió en su tapa ambos rostros como partícipes de un mismo perfil asociado.
En uno de sus mensajes a través de las redes sociales, el mandatario estadounidense aseguró
que la reunión con Putin fue “un gran éxito, excepto para el real enemigo del pueblo, la
Prensa de Noticias Falsas”, en clara referencia a los medios gráficos de llegada nacional e
internacional. El New York Times publicó en la semana de la gira europea una investigación
en la que se consigna el seguimiento de Trump que la “inteligentzia” rusa ha llevado a cabo
desde hace décadas, como si eso condicionase algunas de las desconcertantes gestualidades
de su presidente.

El deterioro de la representación
Los opositores a Trump observan con preocupación el deterioro de la imagen imperial de
Washington en el resto del mundo, situación que pone en evidencia la profunda degradación
del sistema democrático de Estados Unidos. Ese deterioro ha sido más o menos solapado en
los últimos decenios, pero en la actualidad es expresado con mayor virulencia por fracciones
supremacistas que tienden a desconocer todo tipo de acuerdos y regulaciones multilaterales.
Las sirenas de alarma empiezan a sonar con mayor fuerza cuando el magnate empieza a
resquebrajar el mito del “Occidente civilizado” con que su país ha operado discursivamente
en el resto del mundo desde la Primera Guerra hasta la actualidad.

Las imputaciones realizadas por el ex director del FBI, Robert Mueller, en febrero de 2018,
referidas a la participación de la empresa rusa The Internet Research Agency (IRA) en la
campaña electoral de 2016, fueron un fiasco. Los tribunales desestimaron rápidamente las
evidencias que aportó. [1] La segunda andanada de Mueller fue comunicada,
sorpresivamente, tres días antes de la llegada de Trump a Helsinki, hecho que generó
susceptibilidades en el entorno presidencial. La imputación sugiere que se produjeron
actividades remotas de spear-phishing (robo de claves y datos confidenciales) a miembros
del partido Demócrata, sumadas a filtraciones de documentos a través de Wikileaks. Sin
embargo, importantes analistas afirman que esas filtraciones fueron realizadas por miembros
del partido Demócrata indignado por la información orientada a derrotar a Bernie Sanders.
[2] Y es dudoso que acciones de ese tipo hagan ganar o perder elecciones. Más allá de estas
acusaciones –que nominan a 12 funcionarios rusos como responsables de la intrusión en
servidores del Partido Demócrata— algunos analistas creen ver más entuertos ligados al
desprecio que causa Trump que a una verdadera espiral de conflicto contra Putin.
El Presidente estadounidense es la expresión de un enfrentamiento al interior de las elites
estadounidenses. Representa a un sector que busca la relocalización de las empresas al
interior de su país como mecanismo para reducir el déficit y evitar la pérdida de recursos en
los canales opacos de paraísos fiscales (ajenos a los ofrecidos por los propios Estados
Unidos, como Delaware). Frente a él se encolumnan las empresas trasnacionales que han
expandido sus actividades a nivel internacional –legitimados por el neoliberalismo expoliador
—, accediendo a los recursos naturales, proporcionados por las elites neocoloniales de los
países necesitados, y alquilando su fuerza de trabajo a valores paupérrimos. Las
trasnacionales, además, han usufructuado las ventajas fiscales que permiten “los costos de
transacción”, la “contabilidad creativa” y la consiguiente fuga de capitales que evita tributar
impuestos.

El posicionamiento del Presidente estadounidense propone dar de baja todos los tratados de
libre comercio que han permitido la deslocalización de las empresas estadounidenses, y al
mismo tiempo desterrar los acuerdos internacionales promotores de la conservación del
medio ambiente que obligaban a empresas energéticas a exteriorizar su producción o
moderarla para evitar la polución. Las inversiones en el exterior de los Estados Unidos,
realizadas por las empresas multinacionales –por ejemplo, las apostadas en México y/o en
China—, buscaron recuperar sus divisas sobre la base de la rentabilidad que les brindaba la
fuerza de trabajo barata y no sindicalizada. De esa forma (en conjunto con la manipulación
migratoria proveniente de México) lograron bajar el “costo laboral” al interior de Estados
Unidos, promoviendo la desocupación entre los trabajadores sindicalizados. Ese dispositivo
requirió de alianzas, tratados y pormenorizadas redes de cobertura jurídica articuladas bajo la
supervisión de la Organización Mundial del Comercio, una legitimación académica provista
por la tradición neoclásica y un soporte de múltiples bufetes letrados repartidos en los cuatro
puntos cardinales del planeta. Supuso, además, la adscripción –con beneficios garantizados—
de elites subalternas de los países “emergentes” ( los Macri, los Piñeira, los Temer, entre
otros) beneficiados por las cuantiosas migajas repartidas por las trasnacionales.

Trump parece no estar dispuesto a respetar ese pormenorizado tendido institucional dado el
déficit que le viene generando a Estados Unidos desde hace tres décadas. El retiro del
acuerdo de París sobre Cambio Climático en mayo de 2017 y el abandono del tratado
conocido como 5+1, referente a la desnuclearización de la República Islámica de Irán, son
dos expresiones del desprecio de Trump a toda forma de multilateralidad y –al mismo tiempo
— una convocatoria a trasparentar la supremacía unilateral. El partido Demócrata –con la
salvedad de su sector más progresista, liderado por Bernie Sanders—, considera que este
formato traslúcido del liderazgo trumpista es contraproducente para los intereses
hegemónico-internacionales de Washington.
Este enfrentamiento tiene además a una gran parte de Wall Street embanderado contra Trump
porque los grandes beneficios de las trasnacionales se valorizan –en forma creciente— no en
términos comerciales sino financieros, generando rentas superiores a las que provienen del
intercambio de bienes. Esta pelea interna –planteada en el corazón de las elites
estadounidenses— carece de externalidades positivas para América Latina: el muro en la
frontera con México, el hostigamiento a Venezuela y la expulsión de inmigrantes “hispanos”,
como denominan en Estados Unidos a todos los latinoamericanos pobres, fueron decisiones
iniciadas por el gobierno de Barack Obama. Solo que con buenas maneras, diplomacia y
eufemismos.

[1]. https://bit.ly/2mtUszt

[2]. https://bit.ly/2O37Xmn

    

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Tu comentario

Tu nombre * Tu correo electrónico *

Su página web

PUBLICAR COMENTARIO

Recibir un email con los siguientes comentarios a esta entrada.

Recibir un email con cada nueva entrada.

NACIONAL

CONTRA EL
AJUSTE

COMER O
NO COMER
La
reestructuración de la deuda
como imperativo categórico

¿RETENCIÓN HAY UNA


SOLA?
El único país del mundo, en la
falaz versión presidencial

TRUMPUTIN
Crisis de hegemonía en
Washington que se proyecta
sobre el mundo

LA VOZ
ÚNICA DE
RAÚL
BERÓN

AMORES
PERROS
La policía ya
no perdona ni
a las mascotas

ESA
TORMENTA
LLAMADA
MODELO
ECONÓMICO
La batalla perdida de Macri
contra la realidad
SAN
CAYETANO
CON
ESPIGAS
DE TRIGO Y PAÑUELO
VERDE
La Iglesia Católica no siempre
condenó el aborto

DISPAREN
SOBRE
LOS
ALIADOS
Donald Trump: entre desplantes y
desatinos

IDISHE

OPERÉITOR
En ciertos lugares, la
comunicación humana cuesta
más que en otros

© 2018 - El Cohete a la Luna.

Todos los derechos reservados - Registro de propiedad en trámite

Você também pode gostar