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Completamente de negro, poncho y sombrero de ala ancha, camina entre las enfrascadas
personas de un Chile que no entiende. Han pasado ya 350 años o algo así desde el día en que
regaló su alma a aquél demonio de los Hombres del Norte, y no se arrepiente ni un ápice. Ya
niño sus demonios eran aún mayores que el mismo Diablo. En el Chile moderno, bajo su
poncho oculta un sádico secreto, su chaleco hecho de piel humana, textura y tela prohibidas
que le dan sus poderes fuera de la imaginación. Cuentos, sólo mitos. No. Épica en el mundo
oscuro, y sadismo, dónde la razón intenta crear falsa paz y sanar heridas. Mentiras, donde el
pone verdad, cruel versión de un mundo decadente.
¡Sutil amargura en un Sur lluvioso! Miradas ocupadas, brazos que empinan los codos para
celebrar 200 años más de una ilusión más en esta estúpida realidad. Su cuerpo se eleva en una
tarima, en el centro de la ciudad
-¿Cuándo entenderán? Sus naciones no valen nada en comparación a la eternidad, su dinero
no vale nada en comparación al vacío de lo que vendrá. Yo les daré muerte en su necedad, les
brindaré socorro en la venganza, placer en el suicidio. Venga, venga ¡mataos!
Grita, grita el brujo en medio del Bicentenario. Loco de ira, amargado hasta los huesos, siglos
que son de ellos, nunca de él, nunca de los demás.
-¡Acercaos! ¡Bienvenidos al fin del mundo! Es tan sólo un instante su mundo se esfumará, no
teman a la verdad detrás de sus anárquicos pensamientos. Acepten la caída de la democracia
que asisten a diario, como el público que critica una mala obra, no somos nada ¡ustedes no son
nada! Ni siquiera son una mezcla de pueblos originarios, lo único de mapuche que poseen es
que con Merquén aliñan sus comidas, lo único que tienen de españoles es el escueto
castellano que osan corrompen sus bocas al hablar.
Se molesta el público, saltan los hombres y mujeres fastidiados por sus palabras, así es como
reaccionan los niños piensa el brujo. ¿Cómo atacar aquello que es verdad y es bueno? Pobres,
pobres, pobres… Hasta que ella se levantó, desde una banca, desde el otro lado.
Y ya no había brujo. Y el público se movía pero no recordaba nada. Sólo ella quedaba. A veces
los sueños parecen muy reales cuando duermes despierto, por eso la gente tiende a olvidar
muy rápido aquellas epifanías diarias. Un par de locos hablando o gritándose. Pero a algunos
les gustó una más que otro. Siempre la decisión fue el público, y el narrador espera que así siga
siendo. El brujo se marchó, tal vez a esperar el Fin que próximo se hallaba. Ella también, se
bajó de la banca, y caminó un buen rato bajo la lluvia que empezaba a reflejar los rayos del sol.
Para ese entonces, el mundo entero avanzaba, quien sabe en que dirección.