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“El hombre calló y se quedó de pie. El auditorio echo a reír.

El miró al
público y, sin comprender nada, se echó a reír también.”

Era un espectáculo triste.

Los Miserables. Víctor Hugo

Cuando recorres las calles de la ciudad, recorres esas memorias, de aquellos


tiempos de amigos -tin-tin corre-corre, futbol, quedarse en la calle hablando- se
reconoce que, actualmente algo está mal, no se siente vida, no se percibe la
niñez ni la juventud en el camino; es posible reconocer tiempos, lugares y
personas por donde se marcó (la piel y la vida) siendo feliz, esa fue nuestra
historia, y como producto humano, es susceptible al cambio, los tiempos
cambian, lo que implica que cambien las significaciones y formas de dominación,
el poder se marca en el cuerpo como forma de dominio, evolucionando gracias
al avance tecnológico a una especie de dominación, de control mental,
cambiando la significación y la iconografía mental de las personas, reduciendo
su punto de acceso, de comunicación, simplificando su vida en cinco pulgadas
de pantalla; algo como el procedimiento Bokanowsky, instrumento eficaz de la
estabilidad social.

En la historia de la humanidad, aquello que permitió el auto designarnos como


tal, es la aparición de la iconografía, el uso de símbolos que permiten establecer,
determinar, representar y significar objetos, ideas o momentos que responden a
tradiciones; este proceso iconográfico evolucionó en lenguaje, el uso de códigos
o signos tanto escritos como orales que permite la comunicación de ideas,
pensamientos, sentimientos entre iguales.

Esta forma de expresión iconográfica persiste en nuestro contexto; en nuestras


manos habitan una infinidad de símbolos que comunican o representan
acciones, en la labor diaria docente frente a las intervenciones acertadas de los
chicos sin importar el tema de clase, se demuestra aprobación con el pulgar
arriba, símbolo que en algún momento significaba el poder mantener la vida
hasta la próxima gesta en la arena. Este gesto anteriormente mencionado, es y
sigue siendo un símbolo universal, así como el lenguaje designado con el uso de
las manos y de ciertos dedos para denotar algo específico, puede ser el índice,
el pulgar o el corazón, demostrando que el lenguaje, es innato a la condición
humana y como tal, cambia con las condiciones sociales e históricas de las
comunidades.

Estas iconografías, estos lenguajes, se resignifican en la sociedad actual, donde


el mayor canal de comunicación se representa en un artefacto electrónico que
permite él envió de emojis, un renacer de la iconografía, son dibujos que
representan hasta el lenguaje simbólico de las manos, la humanidad ha
cambiado, o mejor, ha resignificado gracias al uso tecnológico que impone en
los individuos una serie de cánones globales, que trasgreden las formaciones
locales.

En la escuela, lugar desde donde se trazan y consolidan los proyectos sociales,


podemos observar a quienes habitan sus espacios por ocho o hasta más horas
al día; la mayoría de estos habitantes, jóvenes, que son evidencia del gran
cambio social, económico, político y cultural del mundo en los últimos treinta
años; ¿Por qué los últimos treinta años? Porque durante este momento se ha
implantado con toda velocidad el sistema neoliberal, hiperindividualizador,
transformando en palabras de Carlos Fajardo, a aquellos hombres y mujeres, en
seres enajenados de los micro procesos sociales, inmersos en los macro
proyectos globales que inscriben en el cuerpo los procesos de dominación, de
uso del poder, transforman al hombre pensador, libre, revanchista, en un ser
dócil, educado donde se potencia su utilidad así como su docilidad, donde juega
un papel clave la escuela; la biopolítica como diría un tal Foucault; que nos
transformó los imaginarios construidos desde la lucha social de vida digna por
una oposición que es un concepto clave del modelo actual, calidad de vida.

Precisamente esta es una de las inquietudes que queremos abordar en este


pequeño intento de análisis, vivimos en una sociedad donde gracias a los
avances tecnológicos hemos podido alcanzar en cierta medida las utopías de la
sociedad liberal; acceso a la información desde cualquier parte del mundo,
libertad de comunicación, libertad… Disfrazada en un placebo tecnológico que
corta con los procesos tradicionales de socialización, comunicación; validando la
utopía neoliberal de calidad de vida, pero, tal vez como expondría David Le
Breton, la discriminación entre el dolor físico y moral, donde el dolor se conjuga
como una experiencia común, universal, que acompaña al hombre en donde
quiera que se encuentre, el sufrimiento se manifiesta como algo personal, que
todo hombre sobrelleva, pero que para cada cual es distinto, toda esta
conceptualización, se conjuga en un ser que aunque discriminado por la
sociedad actual, funge uno de los papeles más relevantes en el mantenimiento
(tristemente) del statu quo, el docente.

Este sujeto, se enfrenta a la constante transformación social con pocas


herramientas que le permitan ejercer un papel transformador en la sociedad, al
contrario, se ve sometido a prácticas dadas desde el establecimiento que
invisibilizan o restringen su actuar a un dictador de clase burocrático, que cumple
con una carga horaria preestablecida en donde se da la constante de la entrega
de formatos y el cumplimiento de metas empresariales rompiendo con el ideal
de construcción social utópico que este ha creído que le corresponde por
derecho.

Las prácticas empresariales, que pormenorizan la labor docente, dejan cicatrices


en la psique de los individuos que se dedican a esta noble labor, retomando un
poco a Rolan Barthes, el docente al inicio de su labor “se encuentra con el gozo,
ensanchamiento de su relación con el mundo”, a lo largo de su carrera, con los
encuentros y desencuentros propios de esta labor, “se encuentra con el dolor,
este, como acaparamiento interioridad, cerrazón, desapego de todo lo que no
sea el mismo”; se transforma en un sujeto cegado, dominado, en el mejor reflejo
del biopoder en la sociedad, un sujeto que somete su individualidad al
cumplimiento de condiciones, objetivos a alcanzar de la empresa donde trabaja,
(el proceso de dominación cambia la significación de escuela a empresa), un
sujeto que busca alcanzar una vida digna bajo la lógica neoliberal de la calidad
de vida, cosa imposible, tomando en cuenta que la pormenorización de la labor
docente empieza por la calidad salarial que los gobiernos reconocen a esta labor,
dejándolos (por lo menos en Colombia) como la profesión con la más baja
calidad salarial de la región.

En la generación pulgarcita, esta, donde el estudiante ha cambiado gracias a las


condiciones del entorno en el que vive, es un nuevo escolar que, no tiene
grandes espacios de atención y su vida se resume en cinco pulgadas o en el
tamaño de la tableta, desconectado del pasado, que solo reconoce como una
seria de hechos que afectaron a sus abuelos y por mucho a sus padres, mas no
consideran una real incidencia en su contexto o su vida diaria, sujetos escolares
sometidos, que han visto la transformación del papel de la escuela, o más bien
la sustitución de esta por los medios de comunicación, que rompe con el papel
del docente, este que mantenía la utopía viva de transformación social, pero que
se enfrenta a un contexto donde este sujeto estudiante es programado en un
entorno evolucionado, predeterminadamente construido para él, con un bajo
poder para sintetizar; profundizando aún más el dolor, el sufrimiento del sujeto
docente.

Los profesionales de la educación, se juegan a diario en la escuela su salud


(física y mental), pese al sistema de cosas que se han establecido en la
sociedad, busca ser un canal de cambio para este sistema, busca romper un
poco con el protocolo preestablecido de la clase, de la visión empresarial de la
educación, pese al dolor, que atraviesa al docente, sigue siendo un constructor
de sueños, sigue buscando mantener viva la utopía.

Omar Antonio Diaz Botiva;

Código: 20181191030

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