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HOLBOX

Jorge Rhi-Sausi

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 1 9/30/2010


El Hallazgo

El pico que sujetaba Sergio golpeó con algo que emitió un ruido
semejante a madera hueca, todo el día había tomado medidas del terreno que
acababa de vender, sin embargo, las colindancias no le coincidían con los
planos que le habían entregado, ya estaba molesto y cansado.
Se inclinó para limpiar con las manos el lugar donde su herramienta
había impactado; y constató definitivamente que era un tablón de madera. —
¿Qué estará haciendo este tablón enterrado aquí?... ¿en medio de la nada?...
— se preguntaba.
Trató de ampliar más el hoyo que estaba cavando para colocar una
estaca mojonera, cuando de repente, un fuerte estruendo lo sorprendió. Una
gran polvareda se levantó y ante sus ojos, a escasos centímetros de sus pies,
un derrumbe ocurrió…, dejando al descubierto un gran pozo rectangular.
Boquiabierto por lo inesperado del suceso, agitaba las manos frente a su
boca y nariz dispersando el polvo que intentaba asfixiarlo, pareciera que éste
tenía intención propia, pues regresaba cada vez que lo esparcía. Varios
tosidos lo hicieron retroceder, forzándolo a dar la espalda a medida que se
engarruñaba como si fuese una caramuela.
Al asentarse el polvo lentamente, Sergio notó que en el fondo del hoyo,
parecido a una fosa, se empezaron a distinguir varios cuerpos humanos,
algunas manos esqueléticas salían a la superficie como tratando escapar de la
tierra que las cubrían. Raíces de los arbustos adjuntos se habían entreverado
con los cadáveres, como si fuesen gusanos gigantes recorriendo cada
cavidad de los cuerpos. Todo el conjunto imponía temor y asombro, pues en
gran medida, casi todos estaban momificados.
Sergio ascendió rápidamente por una pendiente para verificar si había
gente a su alrededor, pues la propiedad estaba muy cerca del “Ojo de Agua”,
un lugar muy visitado por turistas y locales. Se decía que era el único venero
de agua dulce que brotaba justo a la orilla del mar.
Las risas y los gritos que se oían a lo lejos, le indicaban que nadie había
escuchado ningún ruido; regresó, y decidió observar más detenidamente su
hallazgo.
Como ya estaba oscureciendo, prefirió detenerse y regresar al día
siguiente, cubrió la tumba cuidadosamente con ramas, evitando que éstas
tocaran los cuerpos, cerciorándose que pasara desapercibida, aún si alguien
caminaba muy cerca.

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Al romper el alba, decidió investigar de qué se trataba esa fosa, quiénes
podrían ser los muertos, desde cuándo estaban ahí, y quién los habría
enterrado.
Descubrió la sepultura quitando nuevamente las ramas. Removió la
tierra y polvo, así como algunos de los tablones colapsados que cubrían los
cuerpos y cavó un pequeño túnel por el costado de la tumba que le serviría
de entrada y salida, y así; con paciencia de arqueólogo, limpió de polvo y
escombros los cadáveres enterrados.
A medida que limpiaba los cuerpos, la curiosidad de Sergio aumentaba.
Eran cinco. Dos mujeres y tres hombres.
Uno de los hombres, estaba ataviado con un traje militar oriental. Un
casco metálico con un penacho de cuerdas de seda y una visera desmontable,
cubrían su cabeza; un peto de piel, finamente labrado con escamas, dragones
y pavos reales, dejaba entrever una placa de hierro en su interior, como si
fuese un blindaje. El rostro, aunque casi cadavérico, aún mostraba que sus
facciones eran claramente orientales.
Los otros dos hombres que yacían junto a él, vestían ropas de algodón
típicamente mayas, sin embargo, sus ojos rasgados, señalaban que no eran
indígenas.
Al descubrir los cuerpos de las mujeres, Sergio retrocedió bruscamente.
Con una pequeña brocha removía el polvo del rostro de una de ellas, cuando
se da cuenta, que lejos de hallarse descompuesta, la cara y el cuerpo se
encontraban en perfecto estado. Conservaba intactas las facciones como si
no estuviese muerta, aún pudiéndole sentir la firmeza de la carne bajo el
movimiento de la escobilla.
Era una joven con un atuendo muy solemne: su ropaje de seda todavía
conservaba los vívidos colores; una banda púrpura bordada en hilo de oro,
con figuras de tigres y conejos, rodeaba su cuello y terminaba en su cintura.
A la altura de sus hombros, dos figuras en filigrana dorada resaltaban
sobre el rojo vivo de su blusa. Las mangas muy anchas, eran adornadas por
círculos bordados formando una cenefa al final de cada una. La falda,
púrpura, comenzaba muy arriba de la cintura, sólo por debajo de los senos, y
dos bandas transversales, también finamente bordadas en seda blanca y
amarilla, se intercalaban entre los múltiples colores de un medallón
estampado en el centro de su pecho.
Sus facciones orientales denotaban una tranquilidad imperturbable, y
sus labios, sin llegar a dibujar una sonrisa, reflejaban más un sueño que una
muerte. Sus delicadas manos apresaban una pequeña caja de madera cubierta
de variados caracoles. Sergio trató de removerla, pero la joven la sujetaba

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firmemente, tanto, que tuvo que extender uno a uno sus dedos para
quitársela.
La otra mujer, mostraba una edad avanzada, no anciana, pero sí mucho
mayor que la joven; sus facciones, ya descompuestas, aún denotaban que era
oriental.
Nuevamente cubrió la tumba con los tablones y hojas secas, colocando
varios arbustos para simular vegetación y así no se notara.
Ya en casa, con mucho cuidado, desprendió el diminuto clavo que
actuaba como seguro del estuche de madera y levantó la tapa. Una llave
hecha de arcilla se encontraba guardada en una especie de molde que seguía
su contorno.
El molde en forma de un picaporte partido en dos, era una tela que
cubría fibras de henequén prensadas precisamente para dar ese perfil. No
encontró nada más. Su mirada se concentró en la llave de barro, era un
cilindro con varias protuberancias espaciadas en forma irregular, tanto radial
como longitudinalmente. Se notaba su naturaleza frágil, incapaz de soportar
un mal manejo, mucho menos un golpe. No le encontraba sentido, — ¿Para
que podría ser útil una llave de barro?, ¿Qué abriría? —.
Observando nuevamente la caja, se percató que la tapa, por la parte
interior y por detrás del forro que la cubría, la tela podrida dejaba traslucir
un material en el que se notaba algo escrito. Desprendió la entretela y
saltaron un par de papeles cuidadosamente doblados que se encontraban
ocultos.
Desdobló uno de ellos y estaba escrito en caligrafía oriental por ambos
lados. Posteriormente desplegó el otro y parecía un mapa. A pesar que la
mayoría de las anotaciones estaban en caracteres asiáticos y con el dibujo de
una isla como fondo, había algunos nombres escritos en español. Se percató
que estos nombres se referían a lugares de Holbox.
Se quedó un largo rato mirando la caja, los documentos, y la llave de
barro, mientras mil elucubraciones pasaban por su cabeza. De una cosa
estaba seguro, no diría nada a nadie hasta averiguar algo más de lo que había
descubierto. El hecho que la joven no estuviese descompuesta y pereciese
casi viva, no lo podía creer y lo tenía muy impresionado. Definitivamente
algo fuera de lógica estaba pasando. El documento y el mapa, escrito en
algún idioma oriental y con referencias a Holbox, lo tenía intrigado. En fin,
sobraban razones para mantener todo en secreto.
En los días siguientes, una extraña sensación acompaño a Sergio. Se
notó él mismo nervioso y como si lo vigilaran. Cuando caminaba, volteaba
hacia atrás, pues sentía que lo seguían. Por las noches, una serie de
pesadillas lo abordaban, en particular, la imagen de un hombre tan

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corpulento como el de la tumba, que lo decapitaba. En otras ocasiones, se
veía a sí mismo ahorcado, colgando de un árbol, el cual se encontraba
flotando en el aire.
Intermitentes escalofríos recorrían su cuerpo cuando dormía, sólo para
despertar y darse cuenta que estaba empapado de sudor. Escuchaba voces en
un idioma que no entendía, excepto porque mencionaban su nombre.
Sombras de objetos inexistentes se reflejaban en techo y paredes, pasando
como ráfagas ante su mirada incrédula.
Empezó a preocuparse, pues nunca antes le había pasado algo similar.
Tan mal se sentía, que incluso llegó a pensar que tal vez estuviese perdiendo
la razón.

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CAPÍTULO I

Día cero
Holbox
(Pronúnciese: Jolbosh)

“Según la leyenda; un barco pirata encayo en esta isla y su tripulación enterró un


tesoro. El Capitán ordenó decapitar a sus esclavos, para que lo cuidaran de los malos
espíritus, pero fue observado por indígenas mayas quienes llamaron a esta tierra Holbox
o Poolbox. El nombre de Holbox fue dominante y es el que permanece en la actualidad”
Holbox Poolbox
hueco negro cabeza negra

Así está escrito en una de las paredes del restaurante Buena Vista en la Isla Holbox.

Se trataba de un día cualquiera en la apacible isla. Al atardecer, los


rayos del sol se reflejaban en la superficie del mar haciéndolo iluminar de un
color verde esmeralda, incitando a propios y extraños, apartar un tiempo
para mirarlo.
Con cierta religiosidad no buscada, como peregrinos, casi todos se
agrupaban en la playa. Allí, en silencio, e inmersos en sus propios
pensamientos, dirigían su mirada hacia el ocaso, como si estuviesen frente a
un gran templo, donde el sol, al caer, con una pincelada, les coloreaba por un
instante el mar.
Pero esa tarde era diferente. Adentro, en el pueblo, alrededor de una
casa, los aromas habían cambiado. Ya no eran los olores de langosta
hirviendo que en mediodía viajaban con la brisa, tampoco el aroma de los
lirios que la noche soplaba al abrirse paso. Algo fétido se infiltraba en el
ambiente. El hedor ya no era de vez en vez, ahora, la pestilencia de esa casa
emanaba todo el tiempo.
Los vecinos, molestos, se juntaron y decidieron entrar, al fin y al cabo
el inquilino casi nunca estaba. Gritaron una y otra vez antes de saltar la cerca
que delimitaba la casa, pero nadie contestaba.
Cruzaron el patio de palmeras descuidadas, sorteando la basura tirada;
latas, papeles, envases vacíos y colillas de cigarros. La arena era dibujada
por senderos de hormigas que hacían su trabajo. Algunas carcasas de
insectos yacían esparcidas en sus caminos, como recuerdos de comilonas de
viejos tiempos.
Tres de ellos subieron lentamente por la pequeña escalera que
terminaba en la puerta principal. La casa, estilo maya, era un gran redondel

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en forma de elipse, con un techo de palma cónico y muy alto. Una sola pieza
colocada sobre pilotes de madera para protegerla de las inundaciones.
Con cuidado y temor, uno de ellos abrió la puerta mosquitera para tocar
firmemente en la puerta interior. Tampoco hubo respuesta.
El resto de los vecinos trataban de asomarse adentro de la casa por
cualquier rendija disponible, pero era inútil, sólo se distinguían penumbras y
el fuerte hedor que se filtraba por las hendiduras de las paredes, los hacía
retroceder inmediatamente.
Abrieron la puerta forzándola, y cubriéndose boca y nariz con
paliacates, entraron a la casa. Una escena dantesca los esperaba. El cuerpo
del italiano, como le decían al ocupante, estaba sujeto del cuello y colgado
de uno de los troncones del techo. Un pequeño taburete yacía tirado con las
patas hacia un lado por debajo de los pies del muerto. Sin pensarlo, y
conteniendo la respiración, abrieron las ventanas de madera para ventilar la
casa, apresurándose para salir.
Al cabo de unos minutos, los vecinos regresaron. Allí estaba Sergio,
ahorcado y bastante descompuesto. Una soga de henequén había servido
para el aparente suicidio. En una hoja de papel, prendida con un alfiler a su
camisa blanca de algodón deshilado, se leía non si incolpi nessuno: no se
culpe a nadie.
Pasaron treinta minutos hasta que la policía llegó. Para entonces, una
gran cantidad de mirones ya estaban reunidos en la calle frente a la casa.
Mujeres y niños los más.
En realidad el cuerpo policiaco de Holbox eran solo dos pares de
isleños que se turnaban los días de la semana, y cuya actividad principal,
consistía en aplacar borrachines ruidosos y pleitos callejeros. Pero este caso
era muy especial: nunca antes nadie, se había suicidado en Holbox.
Toda la casa estaba revuelta. Los cajones del ropero abiertos, papeles
tirados en el suelo, la ropa desperdigada en el piso, varias botellas vacías de
ron y otros licores, esparcidas por todos los rincones; parecía que antes de
suicidarse, Sergio hubiera estado buscando algo, o quizá sólo un ataque de
ira, previo a su depresión del suicidio.
Los gendarmes, sin ninguna técnica de investigación, se dedicaron
simplemente a husmear y tocar todo cuanto se les antojaba. Como pudieron,
descolgaron el cuerpo del italiano y lo tendieron en el piso; uno de ellos, que
no pudo más, salió corriendo hacia el patio y comenzó a vomitar ante la
repugnancia de los vecinos.

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En casa del herrero, cuchillito de palo, reza el refrán. Así era Sergio. Se
dedicaba a bienes raíces en Holbox y no tenía su propia casa. Donde vivía
estaba rentando. Llegó a la isla hacía siete años de su natal Florencia, la
había dejado para retirarse en alguna parte del mundo. La Isla Holbox, se
convirtió en su destino.
A sus 60 años, conservaba una extraordinaria salud y mejor humor.
Mantenía su cuerpo esbelto y todavía con cierta fortaleza física, pues su
trabajo requería de grandes caminatas. Su piel blanca se había bronceado
permanentemente por el sol, lo que le daba un aire a los italianos del
mediterráneo. Su cabello grisáceo muy claro, guardaba recuerdos de haber
sido rubio y sus ojos azules se perdían entre sus párpados arrugados por el
paso del tiempo.
Gracias a él, una gran cantidad de italianos y europeos habían
conseguido finalmente adquirir propiedades en Holbox, pues toda la isla es
un ejido y no es fácil comprar tierras ejidales. Sin embargo, Sergio había
conseguido descifrar todos los vericuetos para la compra y venta de terrenos.
Menos el suyo.
—La propiedad es un cordón umbilical, me ata movilidad—, decía.
Al caer la tarde, los policías retiraron el cadáver de Sergio y lo llevaron
a la funeraria. Ahí arreglaron el cuerpo y lo colocaron en un sencillo ataúd
para la espera de algún familiar. Se acordonó la casa hasta que llegaran los
ministeriales de Cancún y dar parte del suicidio. Así nada más. Los oficiales
reportaron que era un suicidio evidente.
Esa noche, en un hotelito llamado Villa Mapaches, se reunieron los
allegados de Sergio para decidir qué hacer con el cuerpo y también con sus
pertenencias, pues aunque pocas, eran personales y tenían que ser
entregadas.
Ítalo, encargado del hotel, Mario, un italiano de Milán retirado, y varios
más, estuvieron recordando a Sergio, tratando de entender porqué se habría
suicidado. Siendo que nadie lo había considerado capaz de un
comportamiento de esa naturaleza.
— ¿Han visto a Natalia? —, preguntó Mario.
—Ahora que la mencionas, hace tres días estuvo en la pizzería, pero no
la he vuelto a ver—, comentó una de ellos.
Natalia, una austriaca, estaba saliendo con Sergio. Rubia de ojos azules,
en sus cuarenta y muy alta. Le fascinaba tomar, pero cada vez que lo hacía
era muy escandalosa.
Gritando y maldiciendo, siempre le reclamaba al italiano que la
engañaba con cuanta turista llegaba a Holbox. Le decía que las seducía con

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el pretexto de mostrarles las propiedades en venta y sus maravillosas ofertas.
Ella lo sabía, así lo había conocido y había terminado en su cama.
Todos coincidieron que hacía tres días fue la última vez que vieron a
Sergio con Natalia. Sin embargo, no les extrañaba, pues frecuentemente
salían a Cancún para hacer trámites de las operaciones de compra venta de
Sergio y se pasaban varios días fuera de la isla.
—Creo que llamaré a Bruno, antes que se haga más tarde—, dijo Ítalo,
levantándose de la mesa.
Bruno, el único hermano de Sergio, era argentino. Sus padres habían
emigrado a la tierra de las pampas cuando Sergio era adolescente y Bruno
apenas un niño. Sergio nunca quiso dejar Italia,
—Muy atrasada Argentina—, decía. Por lo que a pesar de ser
hermanos, eran de diferentes nacionalidades.
Bruno, se encontraba en Monterrey, era profesor de la Universidad
McGill, en Montreal, y estaba haciendo un año sabático en el Tec de
Monterrey. Apenas un par de meses atrás, Sergio le había pedido a Ítalo que
le enviase a su hermano información del Hotel Villa Mapaches, pues
pensaba venir a Holbox a visitarlo algún día. Nunca se imaginó bajo qué
circunstancias lo haría.
—Hola—, contestó Bruno.
—Bruno, soy Ítalo de Holbox, lamento darte una mala noticia, se trata
de tu hermano, ha ocurrido un accidente…—. Ítalo hizo una pausa como
esperando que Bruno le preguntase algo para rectificar lo del accidente, pues
quería evitar dar de forma súbita la noticia de la muerte.
— ¿Sí, qué pasa?, ¿algo le ha ocurrido?
—Bueno, es muy grave. Ha muerto. Encontraron el cuerpo en su casa,
aparentemente un suicidio—. Ítalo sintió que para nada fue sutil, pero ya
estaba dicho.
— ¿Cómo?, ¡No es posible! —, exclamó Bruno desarticulado.
Ítalo le comentó todo lo que había ocurrido esa tarde y también le pidió
que viniera a Holbox a la brevedad posible. Hablaron durante más de veinte
minutos hasta que Bruno dijo:
—Bien, saldré mañana en el primer vuelo disponible. Te pido me
ayudes a llegar sin pérdida de tiempo. Buscaré el vuelo directo que me
sugieres de Cancún a Holbox—, y colgó.
Los amigos de Sergio, se quedaron un rato velando al muerto en
ausencia. Casi a la medianoche decidieron descansar y se retiraron.
Esperarían al día siguiente alguna información que les ayudase a entender
este inesperado suceso.

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Mario, una vez en su habitación, seguía intranquilo con la versión del
suicidio. Algo le molestaba en su interior. Sergio siempre tenía muchos
planes para el futuro, a todo mundo le comentaba lo que pensaba hacer. A
Mario no le parecía congruente. Ya casi para dormir, recordó a su amigo
mexicano, un ex investigador privado y decidió llamarle.

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CAPÍTULO II

Día uno
Seúl – Holbox

—Patricia García Morales, le dijo—, el rostro del oficial de inmigración


no podía estar más sorprendido, la miraba levantando sólo sus ojos por
encima de sus lentes delgaditos y los bajaba sólo para ver su pasaporte. El
vaivén de la mirada de arriba abajo del oficial no dejaba de inquietarla, pero
tampoco le extrañaba. No era el primero ni sería el último en sorprenderse:
su nombre y su cara no coincidían.
Patricia resultó ser una travesura genética, hija de padre cuyo padre era
de ascendencia coreana y madre mexicana; y de madre cuyo padre era
mexicano y madre de ascendencia coreana. Así que, en su lotería de
adeenes, parece ser que le tocaron sólo los alelos orientales.
Como es un poco tímida, su tez clara y pálida sólo se colorea cuando se
sonroja. Sus ojos son tan rasgados que sería la envidia de cualquier oriental
y su abuelita la no chinita, le decía que nunca se fuera a reír caminando,
pues se le cerraban tanto los ojos, que seguro se tropezaría.
Su cabello lacio y negro, según dice, es ideal para las flojas como ella,
pero sobretodo, un velo para las miradas inquisidoras de oficiales de
inmigración o galanes impertinentes.
Sus veinticuatro años no se le notan. Siempre tiene que sumarle, a veces
dos, a veces cuatro, pero lo compensa con la resta que le hace a sus kilitos, a
veces seis a veces siete. Ahí se rompe el encanto: ella dice que es llenita,
pero contenta.
— ¿Cuál es el motivo de su viaje a Estados Unidos? —, le preguntó el
agente de inmigración en un español muy acentuado estilo gringo.
—Voy en tránsito, regreso a México—, Patricia le dijo, y sin mucho
averiguar, la hizo colocar uno a uno los dedos índices de ambas manos en el
lector de huellas y por supuesto, le tomó la foto.
El vuelo KA 052 Seúl/Los Ángeles le había sido placentero. Por alguna
razón el viaje de regreso de Asia siempre lo sentía más corto que el de ida,
pero aún le faltaría el AM 709 de Los Ángeles/México y el AM 123 de
México/Cancún junto con su padre, para después en automóvil llegar a
Chiquila, donde finalmente, abordaría una embarcación a Holbox.
—Viajar por carretera los caminos de la península de Yucatán siempre
será interesante—, pensaba Patricia. Más aún cuando ahora vería el paisaje
con otros ojos. Durante el vuelo México/Cancún se la pasó dormida con su
padre a un lado; seguramente no iba muy contento, aunque él ha viajado

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mucho y entiende de esos menesteres. Por mera coincidencia, él tenía un
viaje a Cancún ese día y se había ofrecido acompañarla y dejarla en
Chiquila.
Ya en carretera, la empezó a interrogar de la razón de su viaje a esa isla
desconocida, cómo se había enterado de su existencia y porqué tan de
repente. Con cierto remordimiento, Patricia no le pudo decir la verdad;
simplemente le dijo que unos amigos holandeses, de esos que nada más
andan buscando lugares exóticos en el mundo, le habían platicado de ella y
quería conocerla.
— ¡Pero si no está ni en el mapa! —, exclamó su padre y le pasó su
Guía Roji de México para que la buscara.
—Mejor aún, así estoy segura que será un lugar hermoso y lleno de
sorpresas. No te preocupes papá, hay hoteles e Internet—, mencionó
Patricia, queriendo tranquilizarlo, haciendo a un lado el mapa sin verlo.
No se sentía bien, casi nada le ocultaba a su padre, pero este asunto
sabía que no le iba a gustar, así que decidió no decirle una sola palabra. De
cualquier manera no podría evitar que siguiera con su camino y lo único que
pasaría, sería un disgusto para ambos.
A su padre nunca le gustó la idea que Patricia se hubiese ido a estudiar
a Corea. Él prefería Estados Unidos.
—Pero qué vas hacer tan lejos Cor, si todo lo encuentras con los
americanos—, le suplicaba tratando de convencerla que no se fuese.
Más que nada, lo que a su padre le perturbaba de la estancia de ella en
Corea, era la historia de sus propios abuelos, o sea, los bisabuelos de
Patricia. Ellos fueron parte de los inmigrantes coreanos que llegaron a
México en 1905; constituyendo una de las tragedias migratorias más tristes y
desconocidas. Sospechaba que Patricia trataría de resarcir esa historia
olvidada y él no estaba de acuerdo.
Los abuelos del papá de Patricia: José Yi y Amparo Wei, habían sido
parte de la diáspora coreana que junto con 1,031 coreanos más,
desembarcaron en el puerto de Salina Cruz y atravesando el Istmo de
Tehuantepec llegaron a Coatzalcoalcos. De ahí, partieron a Puerto Progreso
en Yucatán, luego Mérida, y ahí, fueron diseminados en pequeños grupos de
treinta a cuarenta personas entre las haciendas henequeneras de la región,
donde estuvieron como esclavos trabajando en las plantaciones de henequén,
en condiciones de extrema pobreza y aislamiento.
Habían sido reclutados en Corea por un inglés apellidado Myers, en
contubernio con los hacendados henequeneros de Yucatán, con la falsa
promesa de un lucrativo contrato de trabajo por cuatro años.

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Sin embargo, una vez llegados a México, los forzaron a trabajar de sol a
sol en las plantaciones de henequén, sufriendo castigos inhumanos y
alojados en chozas insalubres, alimentándolos sólo con arroz y algo de
vegetales. Les pagaban treinta y cinco centavos por día, pero les descontaban
veinticinco centavos por los raquíticos alimentos y míseros alojamientos.
Los mantenían incomunicados y les era prohibida cualquier visita. Guardias
de las haciendas, los fustigaban con látigos y si enfermaban, los dejaban
morir a su suerte.
El lunes 6 de Marzo de 1905, veinticuatro niños, doscientas siete
mujeres y ochocientos dos hombres, 1,033 en total, zarparon del puerto de
Inchón, Corea, hacia un futuro incierto. Llegaron a México otro lunes, el 15
de Mayo, muriendo dos niños en el trayecto de poco más de dos meses.
Don José Yi, quedó muy indignado y molesto con su país, pues siempre
pensó que Corea los olvidó durante su cautiverio, de tal manera que decidió
cortar todo vínculo con sus orígenes.
Tal fue su rompimiento que nunca les permitió a sus hijos aprender
coreano, tampoco les contó sobre su pasado y las razones de venir a México;
mucho menos de la angustia que sufrió en las haciendas henequeneras de
Yucatán.
La abuela Amparo, por otro lado, nunca quiso o pudo aprender español,
de tal suerte que se daba la increíble situación de que los hijos, para
comunicarse con su madre, lo tenían que hacer a través de su padre.
Cuando sus hijos crecieron y comenzaron a casarse, Don José se
mostraba feliz que las esposas de sus hijos fueran mexicanas. Finalmente se
diluiría su origen coreano y no tendría que recordar más. El papá de Patricia,
además, decidió invertir sus apellidos: de Yi García a García Yi,
desvaneciendo aún más su ascendencia. Por eso, Patricia resultó con el
apellido paterno de García, en lugar de Yi.
Pero la vida tiene muchas aristas y vericuetos, ¿quién iba pensar que el
padre de Patricia encontraría el amor de su vida en otra descendiente de esos
mismos inmigrantes? En el día, la razón destejía los nudos de la
ascendencia, pero por las noches, el corazón los enlazaba de nueva cuenta.
Patricia era la prueba.

Finalmente llegaron a Chiquila, que se pronuncia Chiquilá, aunque no


se escriba el acento. Se estacionaron frente al muelle, pequeño pero muy
largo. Una caseta con un tablero de madera anunciaba los horarios de
llegadas y salidas a Holbox. Patricia compró su boleto, se despidió de su

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padre con un largo abrazo y derramando unas cuantas lágrimas, subió a la
lancha.
La embarcación era grande, como para unos treinta pasajeros. Dos
largas bancas a los costados de la barca y una doble en el centro con
respaldos encontrados. Le sorprendió la velocidad, al menos así le pareció,
muy rápida para esa barcaza toda despintada y ya con algunos añitos encima,
por un momento pensó que tal vez no resistiría y se rompería en pedazos.
Algunos pelícanos mirones y aburridos, apostados en la punta de los
soportes del muelle, se espulgaban bajo el ala con su pico, sabían que sólo
era una lancha más en su recorrido diario de Chiquilá a Holbox.
Varios turistas extranjeros miraban con asombro la majestuosidad del
lugar. La Laguna de Yalahou que separa tierra firme de la isla, es muy bella.
Familias enteras que viajaban en la embarcación, realzaban aún más el
paisaje con sus rostros mayas y sus vestidos coloridos. Una pareja de
mexicana-americano, giraban frenéticamente sus cabezas intentando no
perder una sola escena del recorrido. La mexicana, le traducía cuanto letrero
aparecía, con cierto orgullo, pero a la vez con gratitud, como devolviéndole
al americano las atenciones que él había tenido con ella en su país.
Después de veinte minutos de travesía, la barcaza llegó a Holbox, otro
muelle destartalado pero muy acorde a la embarcación, los esperaba. Una
fila de carritos de golf con techos de palma le llamó la atención, — ¡Taxi,
Taxi! —, gritaban varios señores que resultó eran los conductores. Sin
pensarlo y siguiendo al resto de los pasajeros de la lancha, Patricia subió a
uno de los carritos de golf que asemejaba una limosina en miniatura.
Así, cada quien dijo hacia donde se dirigía y en su turno ella dijo: —Al
Mawimbi, por favor—. El conductor repitió todas las direcciones que le
mencionaron los siete pasajeros y arrancó por la calle Juárez, que aún siendo
sólo de arena de mar compactada, parecía que estuviera pavimentada. Luego
se enteraría que en Holbox estaban prohibidos los automóviles, así que sólo
circulaban bicicletas y carritos de golf.
Bastante cansada por el largo viaje, todavía no dejaba de sorprenderle
que apenas por la mañana estuviese en Seúl y ahora, al terminar la tarde, se
encontraba en esta islita de México.
Al llegar al hotel, en el pequeño andador de la entrada, delimitado por
conchas de caracoles marinos, un letrero decía: “Maw = mar, imbi = ola, en
Suahili. Su arquitectura estilo neomaya era fascinante, pequeñas casitas
diseminadas en la propiedad formando un semicírculo frente a la playa.
La recepción del hotel era parte de la casa de los dueños y dentro de
este gran redondel, que servía también de hogar, interiormente se separaba

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por paredes que eran más bien mochetes, pues no llegaban hasta el techo,
usando los espacios interiores de cocina, recámaras, o cuartos de estancia.
Una vez en su casita, rendida, Patricia se tiró en la cama y esperaba
conciliar el sueño, pues el extremo cansancio algunas veces se lo
ahuyentaba. Dormitando, alcanzó a recordar al Dr. Park y cómo es que ella
estaba en Holbox.

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CAPÍTULO III

Día Uno
Dr. Park

El Dr. Park, profesor de Historia en la Escuela de Postgrado de Estudios


Internacionales de la Universidad Nacional de Seúl, iniciaría su clase, como
todos los lunes, a las 8:03 a.m. Su estatura diminuta se empequeñecía aún
más por la majestuosidad del aula. Era una réplica exacta del “Salón del
Regente” construida en 1994. La original estaba ubicada en el ala Sur del
Palacio Real de Gyungbok, que en ese año se celebraban los 600 años de su
construcción.
Sus clases se llenaban de estudiantes de todas las facultades, y no sólo
la de negocios donde Patricia asistía. Tenía el don de hacer muy interesante
y amena su cátedra. Más sin embargo, su pensamiento de vanguardia, no lo
compartía con su comportamiento conservador.
Su caminar era lento y cojeaba un poco de la pierna izquierda. Su voz,
sorprendentemente juvenil para sus sesenta y cinco años, retumbaba en el
salón intimidando a los presentes. El cabello largo, canoso y desgarbado,
hacía juego con los zapatos luídos de ante gris que siempre calzaba, y sus
manos se movían todo el tiempo, intercambiando la posición de los pulgares
en un gesto hipnotizante.
Todos los alumnos o visitantes se acomodaban en el piso, pues él se
había rehusado a permitir que pusieran sillas o bancas para su clase. Sostenía
que la educación debía impartirse tal y como se hacía en el Siglo XV -
cuando se inventó el alfabeto coreano- siguiendo la tradición de la Dinastía
Choseon, donde los niños se sentaban en cuclillas, formando una “U”, frente
al maestro.
Así los acomodaba, desplayando varias hileras para poder situar a los
más de cien estudiantes que no deseaban perder sus conferencias. Usaba
unas tablillas de madera y papel hecho a mano, pero no estaba molesto con
la tecnología. Su proyector muy diminuto, iluminaba el aula hasta percibir
cada detalle de los múltiples grabados en madera que adornaban las paredes
y el techo del salón.

—En la historia, la reina Min, es quizá uno de los personajes más


incomprendidos de la realeza coreana—, comenzó su charla el Dr. Park,
proyectando una imagen de la reina Min como se cree que era, de acuerdo a
una fotografía que se dice, le fue tomada en el Palacio.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 16 9/30/2010


—Para algunos, quería entregar Corea a los extranjeros; para otros,
pudo haber sido la esperanza del Imperio—, enfatizó el Dr. Park.
Sea cual fuese la opinión, el caso es que la reina Min
fue un personaje muy controversial en su tiempo. Su
asesinato en 1895, por soldados y mercenarios japoneses,
fue perpetuado en su aposento en el interior del Palacio.
Tuvieron que eliminar a todas las mujeres que la
acompañaban pues no sabían ni siquiera cómo era ella. Este
homicidio causó gran consternación y fue quizás el primer
paso del Imperio Japonés para finalmente anexarse Corea
definitivamente en 1910.
Sin embargo, el verdadero interés del Dr. Park en la Emperatriz, no se
remontaba a esos acontecimientos históricos, sino a fechas mucho más
recientes.
Durante los años de 1993 a 1995, una gran polémica se desató en los
medios informativos coreanos como resultado de la remodelación del
Palacio Real Gyungbok y que incluía, el derrumbe del edificio de gobierno
que había servido a los japoneses durante su ocupación. Algunos sostenían
que debía demolerse pues lo consideraban un símbolo de opresión para el
país, mientras que otros, sostenían que no, pues fue en ese mismo edificio
donde se estableció la República Coreana hacía ya casi cincuenta años.
El caso es que dentro de los trabajos de remodelación, aparentemente se
descubrieron unos documentos que implicaban que la reina Min, había
tenido otro descendiente.
Su primer hijo lo tuvo en 1871, y se creía había sido envenenado al
nacer, por el Regente, -un hombre tenebroso y enfermo de poder- para
impedir que la reina Min le diera descendientes al Emperador. En 1874 tuvo
otro hijo, que más tarde se convirtió en el último Emperador de la Dinastía
Choseon.
Se mencionaba, de acuerdo a estos documentos, que en 1880, la Reina,
había tenido una niña, la cual fue ocultada y enviada con algunos de sus
familiares a la Isla de Kanghwua; pues sospechaba que también se
encontraba en peligro.
El Imperio coreano, en esa época, estaba muy asediado por las grandes
potencias. Rusia, China, Inglaterra, Francia y Japón, querían hacerlo parte de
su botín de colonización. Careciendo de un ejército tan poderoso como el de
sus adversarios, su única alternativa para sobrevivir era algún tipo de
negociación que le pudiese dar ventaja para subsistir, pues la dominación se
veía inminente por cualquiera de estos países.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 17 9/30/2010


La reina Min era una excelente estratega en política exterior y había
conseguido importantes alianzas con Rusia y China, lo cual había dejado a
Japón al margen de las posibilidades de colonización sobre Corea. Esa fue la
razón del Imperio Japonés para ordenar el asesinato de la Reina.
El Dr. Park sostenía que la reina Min, poco antes de su muerte, había
elaborado planes para enviar a su hija secreta, a Hawai. Los Estados Unidos,
serían un gran aliado. Además, como ella era una admiradora de la reina
Victoria de Inglaterra, esperaba que ambos países reconociesen a su hija
como Reina en el exilio. Todo esto, si resultaba que sus pronósticos fuesen
ciertos y el Imperio coreano llegase a ser dominado por alguna potencia, tal
y como así ocurrió.
En 1964, un colega del Dr. Park, quien radicaba en San Francisco, le
comentó de una coreana llamada Rosa. Ella le narró la historia de su
experiencia en las haciendas henequeneras en Yucatán, durante los años de
1905 a 1913. Fue a partir de esa historia que el Dr. Park se interesó en la
reina Min y su relación con esa emigración coreana a México, por lo que
decidió hacerla tema de sus investigaciones por más de cuarenta años.
Le mencionó que, cuando Rosa era una niña de nueve años, viajó junto
con su familia -su padre, su madre, una hermana mayor y un hermano-, con
dirección a Honololú, sin embargo, por razones desconocidas, el barco
nunca paró en Hawai y llegó directo a México. Rosa dijo que fueron
vendidos como esclavos por los japoneses a los hacendados henequeneros de
Yucatán. Su abuelo había sido gobernador de la Isla de Kanghwa, y su
padre, un oficial militar del Imperio coreano antes de la dominación de
Japón.
El Dr. Park, conservaba la entrevista que su amigo le había hecho a esta
señora, como uno de sus más importantes hallazgos. Y decía así:
“P. ¿Cómo es que tu madre tuvo el parto?
R. Mi padre era un hombre militar, y sabía hacer muchas cosas. No
tenían una farmacia como ahora. Mi padre también sabía acupuntura. Así
que cuando mi madre dio a luz, él se encargó de ello.
P. ¿Fuiste a la escuela?
R. No, no había escuela ahí. Aprendí el español porque jugaba con los
niños indios (mayas). Pero mi padre quería que aprendiera español, así que
jugué con los niños mexicanos y aprendí el español.
P. ¿Tu nombre Rosa es en español?
R. Mi madre me llamó así en honor de la esposa de un doctor español.
Mi hermano estaba muy enfermo y el doctor lo cuidó.
P. ¿De qué vivían?

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R. La vida era muy dura. Mi padre no ganaba lo suficiente, así que mi
madre tenía que ayudarlo. Mi madre y una hermana mayor cosían para
ayudar a ganarnos la vida. Allá no sabían como hacer costura fina, solo
sabían coser muy burdo. Mi madre hacía costura fina y les hacía los ojales
de los botones a las camisas de los hombres. Les gustaban mucho. Les
cobraba solo veinticinco centavos por camisa. Eso era muy bueno. La
familia se movía de un rancho a otro, pero la vida no era mejor.
P. ¿Y tu madre, cómo murió?
R. Mi madre murió en Compatchó en 1910 después de cinco años de
una vida dura de inmigrantes. Hubo una epidemia llamada Fiebre Amarilla y
mucha gente murió. Mi madre había tenido un bebé; un niño, y ambos
murieron. No había suficiente madera para hacer ataúdes. Así que mi madre
fue enterrada en un ataúd hecho de las puertas de la casa. Yo ayudé a mi
padre y a mi hermana a ponerle su vestido de novia que había traído con ella
desde Corea, y así fue enterrada. Más tarde, algunos campesinos mayas
llegaron con una carreta. Mi padre no permitió que sus hijos lo acompañaran
al lugar donde sería enterrada.
P. ¿Y qué hicieron?
R. El resto de la familia también se contagió de la Fiebre Amarilla, y
tuvimos que irnos a una ciudad más grande llamada Mérida. Fuimos
hospitalizados por alrededor de un mes.
Rosa recordaba, “Perdimos a nuestra madre —sentí que había perdido
el mundo— nada me podía hacer feliz. Solo me sentía triste…” Se quedó sin
habla cuando su padre vino a verles. “Era solo una niña. Solo grité y lloré y
lloré”. Su padre le dijo, — Si sigues llorando así, la próxima vez no vendré a
verte—. Un mes más tarde, fueron dados de alta del hospital.
Pero ¿a donde podrían ir? Su padre tenía que regresar a la hacienda.
Ellos encontraron algo así como “padres adoptivos”. Esa familia tenía
un negocio de abarrotes y no tenían hijos. Rosa ayudaba en la tienda y con el
trabajo de casa. Desafortunadamente para los niños, la señora no era muy
buena con ellos. Rosa dijo, “La señora era muy mala con nosotros”. Los
golpeaba sin razón alguna. Un día la señora “trató de empujarme en el pozo
que había en la parte trasera del patio”. La hermana de Rosa vio lo que
ocurría y la rescató. Rosa dijo, “En realidad no me importaba. Mi vida era
muy triste. No quería vivir. Lo hacía sólo por mi hermana María. Eso era
todo.”
Fue entonces cuando Rosa escuchó la historia de Luisa. Relató que
había una joven coreana a quien le llamaban Luisa, que siempre era cuidada
por un hombre grande y fuerte, amigo de su padre, y también por una señora
muy educada, los cuales claramente se comportaban como servidumbre de la

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 19 9/30/2010


joven. Ella, decían, poco habló durante el trayecto de Corea a México. De
alguna manera le habían conseguido un lugar especial en el barco, una
especie de camarote. El resto de los inmigrantes, como era una embarcación
inglesa que servía para transportar carga, simplemente los acomodaban en
literas de dos a tres niveles que construyeron para el viaje.
La joven misteriosa falleció al poco tiempo que los repartieron por las
haciendas y nunca más se supo del hombre que la acompañaba, ni de la
mujer que la consentía.
Aún el hacendado que las tenía, se sabía que ofreció una recompensa
para la persona que diera razón de la desaparición de Luisa, del hombre y la
mujer. Le molestaba mucho el dinero que había pagado por ellos y no
tenerlos. El único consuelo que le quedaba, era haberle quitado al hombre
una espada muy hermosa que poseía.
Lo poco que recordaban de ella, era que siempre portaba una banda
finamente bordada de color púrpura con grabados de tigres y conejos y que
sus acompañantes le hacían reverencias cada vez que se le acercaban o se
alejaban.
Esta parte de la historia de Rosa era la que más le había impresionado al
Dr. Park. Pues, a raíz de los descubrimientos de la hija secreta de la reina
Min, durante la remodelación del Palacio Real, estaba convencido que esta
joven mujer llamada Luisa, podría haber sido la descendiente de la
Emperatriz.
Ella había dejado instrucciones de que aún en caso de su muerte, se
trasladara a su hija a Hawai y se estableciera el imperio en el exilio. En ese
sentido, el Dr. Park, tenía la certeza que el abuelo de Rosa, siendo
gobernador de la Isla de Kanghwa, seguramente sabía de los planes de la
Reina y que el padre de Rosa, un militar, podría haber sido parte de la
Guardia Real para la joven Princesa.
El Dr. Park sostenía que el viaje de la Princesa a Hawai para establecer
el Imperio coreano en el exilio, tomó un cause fortuito y había terminado en
algún lugar abandonado de México.

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CAPÍTULO IV

Día Uno
Montreal-Holbox

—Dejar Montreal en verano es quizá lo más tonto que uno pueda hacer
—, se quejaba Demetrio.
Había escogido cuidadosamente las fechas para poder pasar un tiempo
en esa bella ciudad, pues lo habían invitado a dictar una conferencia sobre
los riesgos de invertir en México.
La Asociación Nacional de Bienes Raíces de Canadá, había
seleccionado Montreal como ciudad sede y al Hotel Bonaventure como el
lugar de las conferencias. Un hotel que aún conserva la majestuosidad del
buen vivir, de los tiempos cuando la realeza inglesa y europea, vacacionaba
en Canadá.
Mario le había dejado varios mensajes en el buzón de voz de su
habitación durante la noche anterior, pero la “brasserie” Casa Pedro por la
calle Saint Catherine en el centro de Montreal, lo había soltado hasta muy
tarde, Michelle, de seguros Sun Life, lo había entretenido con su
conversación picosa y sus pechos casi descubiertos.
Le mostró le tour du Monreal recorriendo el vieux Monreal, con sus
fabulosos restaurantes y sin dejar pasar la calle Saint Denise con sus clubes
de jazz quebecoises. Esa mañana había dado su presentación, así que se
sentía merecedor de una noche de copas. El resto de la semana serían
vacaciones.
Demetrio, a sus cincuenta años, estaba separado de su esposa.
—Los contratos matrimoniales deberían ser ratificados al menos cada
seis años, por salud de la pareja y por la inalienabilidad de las garantías
individuales—, decía siempre, esbozando una sonrisa.
Lo había dejado su esposa debido a los constantes viajes de trabajo
como investigador privado y otras razones más comunes, “pluralidad de
afectos”, para citarlo con elegancia. Finalmente, había “sentado cabeza”, y
ahora se dedicaba a investigar fraudes en contratos de bienes raíces. Menos
emocionante, pero mucho mejor remunerado.
Esa mañana despertó sintiendo en su cuerpo y en su ánimo, los estragos
y placeres de la noche anterior. Aún somnoliento notó que la lucecita de los
mensajes del teléfono estaba encendida y escuchó uno de ellos.
—Demetrio, soy Mario, seguramente andas de parranda, pero por favor
comunícate conmigo, es importante, mi número es (994) 234-5678, estoy en
Holbox, Quintana Roo, muy cerca de Cancún, ciao—.

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Demetrio se quedó sorprendido, no esperaba un mensaje de él, mucho
menos en Montreal. Hacía dos años que no sabía de Mario, su amigo italiano
que de vez en cuando lo veía en alguno de sus viajes a Italia, pero que
después le perdió la pista cuando le comentó que pensaba vender su negocio
y retirarse en algún pueblito remoto.
En realidad, Demetrio había conocido a Mario en circunstancias muy
fortuitas, y en aquel tiempo tenía una tienda Benetton en el duomo de Milán.
Sólo por coincidencia, Demetrio paseaba por ahí, cuando se detuvo a
preguntarle cómo llegar a la Piazza de Santa Maria delle Grazie, pues
quería visitar el refectorio del convento, el Cenacolo Vinciano, hacía tiempo
le había interesado ver de nuevo el fresco de Leonardo de “La Ultima Cena”,
pues lo habían restaurado.
La posición inclinada, el cabello suelto, las manos suaves, así como los
pechos ligeramente dibujados en la túnica del apóstol sentado a la derecha
de Jesús, lo tenía intrigado. Todo indicaba que debía ser mujer, y quien más
sino María Magdalena.
Con mucha amabilidad, Mario le señaló en el pequeño mapa que
Demetrio portaba, cómo llegar a la piazza y volteándose para indicar con su
mano la dirección en que debía caminar, de súbito fue embestido por una
motocicleta con dos pasajeros.
El del volante, tenía unas tijeras en su mano derecha y cortó las correas
del bolso de Mario y el de atrás la capeó al irse deslizando de su hombro.
Aunque la estatura de Demetrio es media, de solo 1.70, aún así, los
motociclistas pasaron por debajo de su brazo cuando levantó la mano
siguiendo las indicaciones de Mario.
Instintivamente, Demetrio buscó en la bolsa de plástico que cargaba
algo que pudiese lanzar y para su fortuna, encontró una de esas esferas que
se invierten para simular nevadas. La arrojó sin perder tiempo y con tan
buen tino, que justo le dio en la cabeza al pasajero de atrás, cayéndose
inmediatamente. Los carabinieri se presentaron y Mario recuperó su bolso.
A partir de ahí, se forjó entre ellos una amistad entrañable por más de
quince años. En ese entonces Demetrio era investigador privado. Estaba
siguiendo la pista de unos desaparecidos políticos mexicanos, que
supuestamente estaban vivos y en Italia.
Demetrio tomó el teléfono y le marcó a Mario.
—Aló, Villa Mapaches—, contestó Ítalo.
—Sí, habla Demetrio, ¿está Mario?
—Un momento, por favor.
—Hola Demetrio, soy Mario ¡No vas a creer donde estoy! En México,
en Holbox, yo creo que no sabes ni dónde está, ¿eh? Quiero que vengas. Un

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 22 9/30/2010


amigo ha muerto y necesito que me ayudes, ¿puedes? —, le dijo Mario en un
tono excitado pero a la vez contento de escuchar a Demetrio.
—Claro, Mario, ¿es muy importante? Estoy en un congreso ¿puede
esperar algunos días? —, pregunto Demetrio todavía sorprendido.
No tenía la menor idea de cómo Mario se había enterado que estaba en
Montreal, ni mucho menos del hotel en que se hospedaba. De hecho, no le
molestaba, venía a comprobar su hipótesis que; entre las verdaderas
amistades, cuando en realidad se quiere saludar a alguien, es posible
encontrarlo.
—No, desafortunadamente; se llevarán el cuerpo y temo que toda la
evidencia desaparecerá—, respondió Mario muy preocupado.
—Bien, deja arreglo algunas cosas y partiré en cuestión de horas.
¿Cómo dices que se llama donde estás?
—Es la Isla Holbox, está en Quintana Roo. Toma un vuelo a Cancún y
cuando llegues me llamas para decirte cómo llegar aquí.
—Bien, te llamo más tarde.
Demetrio no podía negarse. En una ocasión, estando en Italia, le llamó a
Mario en Milán y tan pronto como solicitó su ayuda, Mario fue en su
auxilio. Esa llamada le habría costado cuando menos tres meses de cárcel y
una fuerte multa, si no hubiese sido atendida. Amén de que le revocarían su
licencia de investigador.
Rápidamente, en la agencia de viajes del Hotel, reservó para Cancún en
el vuelo más próximo. Partiría a las 10:30 a.m. Sólo dos horas para reservar
salida y llegar al aeropuerto Mirabel. Lo más rápido que pudo conseguir
sería llegar a las 6:30 p.m. a Cancún, pero ya no podría conectar el único
vuelo de Cancún a Holbox que salía a las 4:30 p.m. Demetrio se asombró de
cómo en el extranjero estaban mejor informados de los vuelos que existían
en México, que aún las propias aerolíneas mexicanas. Nadie le había podido
informar en México si existían vuelos a Holbox, pues ni siquiera sabían de la
isla.
Al llegar a Cancún, Demetrio llamó a Mario. Se dieron los saludos
correspondientes y éste le sugirió a Demetrio que tomase un taxi hasta
Chiquilá, donde ahí lo esperaría, para llevarlo en una embarcación, a la Isla
Holbox.
Finalmente, Demetrio llegó a Chiquilá, Mario, sentado a la orilla del
muelle lo estaba esperando. Con un sombrero de paja se espantaba los
mosquitos y en la otra mano tenía una cerveza. Se saludaron efusivamente y
tomaron la embarcación que se había rentado.
Demetrio estaba sorprendido, no recordaba jamás haberse subido en
una lancha durante la noche. A pesar de sus múltiples aventuras y riesgos

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 23 9/30/2010


personales, subir en bote era una de sus debilidades. Le tenía cierta fobia al
vaivén del mar, trataba de ocultarlo, pero al momento de subirse, su psique
lo traicionaba y su rostro lo dejaba ver. La oscuridad lo molestaba, las
pequeñas ráfagas de agua que brillaban al dejar la embarcación su estela, le
producían cierto temor. Mario notó la preocupación de su amigo y le dijo:
—No te preocupes, esto lo hacen todos los días, son pescadores y ellos
navegan por la noche todo el tiempo—.
No tuvo el efecto que Mario esperaba, pero algo ayudó.
Al llegar a Villa Mapaches, Ítalo tenía preparada una deliciosa cena
hecha en casa: ensalada de berros aderezada con salsa de tamarindos verdes;
ceviche de camarón a las finas hierbas, y langosta al carbón marinada en
curry de Madrás.
En la palapa del centro del patio del hotel, en un asador ardía la leña
que Ítalo vigilaba con sumo cuidado. Siendo un experto cocinero, no
profesional, deseaba abrir un restaurante pequeño en Holbox. Sus cuentas
eran simples. La renta no debía exceder una séptima parte de las ventas y si
no venían clientes, al menos sus amigos podrían cenar y aún así recuperar
los gastos. Cuatro mesas a lo sumo sería el tamaño. También sería su casa,
así que no tendría que ir y venir al trabajo.
— ¡Deliciosa tu cena, Ítalo!, me pasas la receta—, comentó Demetrio.
Los tres degustaron una grappa y platicaron el caso de Sergio. Mario
detalló lo más posible todo lo acontecido, en particular lo que Bruno, en la
noche del día del suicidio, le había comentado a Ítalo por teléfono.
Demetrio, acostumbrado a tomar notas en casos como éste, sólo escuchaba y
lamentaba de no llevar consigo algunas herramientas propias de su ex-
trabajo; pero todo había sido tan intempestivo. Por lo que tendría que
arreglárselas como pudiera.
Bruno, le mencionó a Ítalo por teléfono, que hacía algunos días, Sergio
le envió un email. Le comentaba de una fosa que había encontrado cuando
delimitaba un terreno. En esa tumba, le escribió Sergio, encontró cinco
cadáveres; sus cuerpos momificados, aún conservaban algunas facciones de
sus caras, todos claramente orientales. Dos mujeres y tres hombres.
Lo que más le había impresionado a Sergio, era el estado casi vívido
del cuerpo de una de las mujeres. Se veía como una jovencita de veinte años,
ricamente ataviada y sosteniendo entre sus manos una pequeña caja de
madera.
Sergio le comentó a su hermano, que no había mencionado a nadie de
su hallazgo, que esperaba que viniese para mostrarle la excavación,
enseñarle la llave de arcilla, un documento y un mapa, que había encontrado
en el interior de la caja.

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Pero lo que más había extrañado a Bruno del correo de Sergio, eran los
comentarios respecto a que después de haber descubierto la fosa, cuando
estaba solo, escuchaba voces en idiomas que no conocía, o tenía la sensación
de ser vigilado a tal punto que lo hacía voltear; o escalofríos durante la
noche solo para despertarse empapado de sudor, y hasta creía ver sombras de
objetos inexistentes dibujadas en techos y paredes.
Bruno le menciono a Ítalo, que por primera vez, sintió a Sergio
preocupado.
Se fueron los tres a descansar y por la mañana, visitarían la funeraria, la
casa donde Sergio se había suicidado y esperarían a Bruno que vendría en
camino.

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CAPÍTULO V

Día Dos
Ito

—Buenos días—, dijo la muchacha tocando la puerta.


Media dormida, Patricia se levantó y sólo destrabó la aldaba que servía
de candado, regresando de nuevo a la cama.
— ¿Le puedo asear la habitación?, o si quiere regreso más tarde—, le
dijo con voz tímida.
—Chin…no, pasa, pasa, ya me voy—, le contestó Patricia al ver el
reloj.
La mañana estaba soleada y un calor agradable se percibía por el ligero
viento, que filtrándose a través de las palmeras, inundaba la palapa central
del Hotel Mawimbi. Ahí se ofrecía el desayuno, estaba en medio de las
casitas y con una espléndida vista al mar.
La gran variedad de jugos y frutas, sería la delicia de Patricia. Se
imaginaba que algunos kilitos podría perder en estos días en Holbox. Buscó
un lugar apartado y repasó las indicaciones que el Dr. Park le había
señalado.
Debería ir a un ciber café que se encontraba en la plaza del pueblo a las
9:30 a.m. Ahí se encontraría con el Dr. Oh para que le informara de los
últimos acontecimientos. Ella, por su parte, le entregaría la traducción del
documento que el Dr. Park le enviaba. Así mismo, ayudaría al Dr. Oh con
las autoridades locales para conseguirle el permiso de bucear a solas en el
área de los tiburones ballena. Pues a pesar de tener un documento de la
SEMARNAT (Secretaría de Marina y Recursos Naturales) que lo
autorizaba, le había sido cancelado por un supuesto oficial de puerto de una
manera arbitraria, simplemente para forzarlo a que tomara los paseos que se
ofrecían a los turistas.
El Dr. Oh era un ictiólogo que el Dr. Park había enviado a Holbox
gracias a un patrocinio de NatGeo (National Geographic) pues sólo en esta
isla mexicana y en otra región de Australia, se podían observar tiburones
ballena machos y hembras juntos, ya que normalmente sólo se encuentran
solitarios o en grupos del mismo género. Su disciplina en el estudio de los
peces, lo hacía todo un experto en los tiburones ballena en el mundo de la
biología marina. Se había graduado de la Universidad Nacional de Seúl y
prácticamente toda su vida había estudiado las migraciones de estos peces en
casi todo el orbe. Su principal logro había sido entender las condiciones de
su apareamiento.

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Pero el verdadero interés del Dr. Park y la razón de enviar al Dr. Oh, a
la Isla Holbox en México, era localizar a un tiburón ballena que se suponía
traía una inscripción en una de sus aletas. Esta marca había sido hecha en
1905 en la isla, aparentemente por uno de los coreanos inmigrantes que se
encontraban en las plantaciones de henequén de aquella época. Los tiburones
ballena pueden vivir hasta 150 años, y sus migraciones son recurrentes, por
lo que existía la posibilidad que todavía pudiese ser encontrado.
El Dr. Oh realizaba una de sus caminatas de rutina por el pueblo,
cuando un italiano de nombre Sergio Geima, que se dedicaba a la venta de
bienes raíces, se acercó a él, y le mostró un documento antiguo,
preguntándole si lo podría traducir y pidiéndole absoluta discreción.
El Dr. Oh, se sorprendió enormemente con el manuscrito. En realidad,
Sergio no sabía que estaba escrito en coreano, pero como el único oriental en
la isla era él, decidió consultarlo.
Este documento resultó ser la prueba que el Dr. Park necesitaba para
corroborar su hipótesis de que la reina Min sí tuvo otra hija, y que ésta había
terminado en México.
Pero además, en el pliego se hablaba de unas joyas del Imperio que
habían sido ocultadas en la isla y una especie de mapa de cómo encontrarlas.
El pergamino estaba escrito en una mezcla de Hanja y Hangeul,
-alfabetos chino y coreano-, y en caracteres jamo antiguos, por lo que el Dr.
Oh no podía traducirlo con precisión, así que, sin decirle a Sergio, sacó una
fotocopia y decidió enviársela al Dr. Park, pues él era un experto en idiomas
antiguos de Corea.
El Dr. Park dispuso enviar a Patricia a buscar al Dr. Oh y entregarle la
traducción personalmente, además de ayudarle a conseguir alguna otra
licencia de buceo o encontrar una manera “mexicana” de hacerlo.

Picando su fruta del plato y observando los flamingos rosas que


deambulaban por la orilla del mar, Patricia recordó su primera entrevista con
el Dr. Park, hacía ya casi dos años.
La oficina del Dr. Park se encontraba en el tercer piso del edificio SK
Business Hall, de la Universidad Nacional de Seúl, en la puerta de madera
en letras de bronce realzadas se leía: Sewong Park, Professor Emeritus,
Ph.D.
Tocó la puerta y escuchó una voz gritando desde el interior, pensó que
le decía — ¡Adelante! —, pues Patricia en ese tiempo aún no sabía coreano.
Abrió la puerta lentamente y pasó al interior de la oficina. El Dr. Park se

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encontraba de pie revisando algunos papeles, le siguió hablando en un claro
tono molesto sin levantar la vista y todavía inclinado hacia su escritorio.
Patricia, al mismo tiempo que entraba sigilosamente, con voz suave y
en inglés le preguntó:
— ¿Perdone, puedo pasar? —.
El Dr. Park asombrado de que una de sus estudiantes le hablara a él en
inglés, pensó que era una broma de mal gusto y le contestó de igual manera.
—Estoy esperando a una estudiante mexicana, en este momento no la
puedo atender, si desea vuelva más tarde—.
—Yo soy la estudiante mexicana que usted espera.
El Dr. Park, se sorprendió, esperaba ver una mujer con grandes ojos
negros, cabello largo y ondulado, tez aperlada y, en lugar de eso, salvo la
complexión “llenita”, estaba viendo una típica estudiante coreana.
— ¿Usted es Patricia García? — preguntó incrédulo.
—Pues sí, esa soy yo—, contestó Patricia, un poco apenada y riéndose
levemente.
El Dr. Park se disculpó por haberle gritado y la invitó a sentarse en su
pequeña sala de recepción. Así fue su primera entrevista.

Patricia sorbió el último trago de café y colocó en su bolsa tipo morral


todas las cosas que había sacado y puesto sobre la mesa. Apagó el cigarrillo
y pidió la cuenta mientras caminaba hacia la caja.
Al salir del Mawimbi, el hotel ya no le pareció extraño. Durante el día
recobraba una imagen que no tenía nada que ver con su nombre africano.
Además, las pequeñas calles de arena y conchas molidas, sobre las que
recorría en dirección a la plaza, la llevaban en un estado de aletargamiento
que hacía tiempo no sentía.
Notó el silencio del pueblo; ruidos de trastes golpear, un bebé llorando,
ladridos de perros; pero todos ellos leves y distantes, pareciera que a las 9:30
a.m. todo estaba apacible, pues los turistas aún no iniciaban actividades.
Observó sólo unas cuantas personas en las calles y la mayoría de los
negocios cerrados: renta de bicicletas, restaurantes incrustados en las casas,
artesanías marinas, tienditas de venta de camisetas y trajes de baño, y sin
faltar, los anuncios de paseos en lancha para ver los tiburones ballena, el
“Ojo de Agua”, visitar la Isla de la Pasión o la Isla de los Pájaros.
—Vendré más tarde—, pensó.
Al llegar a la plaza, la recorrió de un vistazo tratando de encontrar el
ciber café. Estaba la iglesia, algunos restaurantes, pequeñas tiendas de
abarrotes y finalmente casi en la esquina, en un local con la segunda planta

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apenas en construcción, escrito en letras a mano, pero pretendiendo ser un
anuncio comercial, se leía “Ciber-Café Holbox”.
Patricia entró al ciber empujando la puerta de vidrio con marco de
aluminio, escuchándose un chillido al rozar con el piso, lo que hizo que
todos los presentes volteasen a verla con no muy buenos ojos. Era del
conocimiento común que había que levantarla un poco para evitar el ruido
molesto. Su primera impresión había sido de sorpresa, no alcanzaba a
imaginarse que en esta isla desconocida ya tenían un ciber café. Luego se
percató que originalmente eran unas casetas telefónicas de larga distancia y
que lo habían acondicionado ahora también como ciber. En lo que sí se fijó
es que no servían café.
En un par de miradas inspeccionó el lugar y se acercó a una pequeña
barra donde un joven leía un periódico que en su primera plana comentaba
un suceso relacionado con un suicidio.
—Quiero ver mi correo—, le dijo Patricia.
—Toma cualquier compu, son 10 pesos la hora—, le contestó el joven.
Se dirigió a las computadoras que estaban arregladas en dos hileras
juntas en el centro, viendo a lados opuestos, y otras más pegadas a la pared.
Inmediatamente Patricia identificó al Dr. Oh, sus ojos rasgados lo
separaban del resto de los cibernautas, casi todos ellos extranjeros, algunos
niños del pueblo, amontonados en una sola máquina, se divertían con algún
juego.
Sentado, con las piernas cruzadas y su mano izquierda en el mentón, el
Dr. Oh observaba fijamente el monitor desde una distancia que indicaba no
que estuviese trabajando, sino más bien como esperando.
Patricia notó que ambas sillas al lado del Dr. Oh estaban ocupadas, así
que no podría sentarse enseguida de él. Se acercó por su espalda y levemente
le tocó el hombro diciéndole; — ¿Dr. Oh? —, con un pequeño sobresalto el
Dr. Oh voltea y rápidamente reconoce a Patricia, no porque la conociese,
sino por la descripción que el Dr. Park había hecho de ella.
—Llámame Ito, así me conocen aquí—, le dijo, esbozando una sonrisa.
El Dr. Oh, hablaba un excelente español, al menos mucho mejor que el
coreano de Patricia, sus múltiples viajes estudiando tiburones ballena lo
habían llevado por las costas de Chile, Ecuador y Perú, durante esos años
había tenido la oportunidad de aprender español, pero también dominaba el
japonés e inglés.
Era un hombre delgado pero musculoso, con una excelente condición
física. Sus 42 años todavía le permitían bucear perfectamente. Casado, con
dos hijas jóvenes que estudiaban en Australia y para su descontento con
novios occidentales. La relación con su esposa no era buena, —demasiado

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despreocupado por el dinero—, se quejaba ella. En varias ocasiones habían
pasado muchas dificultades para poder pagar la educación de sus hijas y
mantener la casa en Seúl.
—Ven, vamos a salir—, le dijo Ito a Patricia.
—Solo revisaré mi correo, necesito saber si el Dr. Park tiene algunas
últimas indicaciones—, le contestó Patricia.
Nada, contestó algunos correos y salieron del ciber.
Ito le pidió que fuesen a su casa y cruzaron la otra mitad del pueblo. La
casa de Ito se encontraba justo a un lado de la pista de aterrizaje del pequeño
aeropuerto de Holbox, Patricia se incomodó por el desorden personal de Ito,
pero prefirió no hacer ningún comentario, al fin y al cabo era un hombre
solo.
—Pasa, siéntate cómoda, te serviré algo de tomar—, Ito le dijo,
acercándole una silla hacia la mesa que se encontraba en medio del único
cuarto en que consistía la casa.
Ito se dirigió a la pequeña estufa eléctrica que tenía encima de una
mesita abarrotada de utensilios de cocina sin lavar y calentó agua para
preparar té.
Patricia volvió a vaciar su morral sobre la mesa, para entregarle a Ito
algunos regalos que el Dr. Park le mandaba. Una botella pequeña de soju,
que es un licor coreano con la tradición similar al tequila, polvo de chile y
especies para elaborar kim chí, una ensalada agria picante, a base de repollo,
unas sandalias tejidas de algún tipo de fibra vegetal, y una novela llamada
“Flor Negra” que recién habían publicado en Corea y hablaba sobre los
inmigrantes coreanos a México en 1905, y por supuesto, un sobre donde
guardaba los documentos que el Dr. Park había traducido para Ito.
— ¡Soju!, ¡kim chí! —, exclamaba Ito como un niño en dulcería.
—El Dr. Park le envía estos regalos y este sobre con los documentos—,
le señaló Patricia, sonrojándose un poco por las expresiones de júbilo de su
anfitrión.
Ito abre el sobre y revisa los documentos, muy atento los lee; haciendo
un sinnúmero de muecas y sonidos guturales, algunos de ellos que parecían
afirmativos, otros de franca negación y los más, de entendimiento de algo
que no sabía y acababa de entender.
—Dr. Oh—, dice Patricia.
—Ito, por favor, llámame Ito—, la interrumpe.
—Pero si no se llama Ito, su nombre es Choi, ¿o no? —, pregunta
Patricia sorprendida.

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—Sí, pero en el pueblo me pusieron Ito porque como les digo que soy
Ictiólogo, se les hace difícil decirlo y simplemente lo abreviaron a Ito,
parece japonés, pero no importa—, comentó el Dr. Oh.
—Ito, el Dr. Park me ha pedido que contactemos al señor Sergio y le
entreguemos la traducción solo si acepta que trabajemos juntos. Al Dr. Park
no le interesa lo de las joyas, dice que seguramente eso lo deberá resolver el
señor Sergio y las autoridades mexicanas. En lo que sí hace mucho hincapié,
es en los restos de los cuerpos encontrados y que nos permita verlos y si se
puede, disponer de ellos—, le informó Patricia.
— ¡Pero las joyas son de Corea! —, contestó Ito.
—Temo que el Dr. Park ya esperaba esa respuesta suya, por lo que me
dijo que se enfocara solo a su trabajo y no a otra cosa—, le advirtió Patricia
en un tono suave pero firme.
—El señor Sergio ha muerto, me enteré ayer por la mañana, se suicidó
—, le dijo Ito en tono decepcionado y en voz baja.
— ¿Cómo? —, exclamó Patricia.
Ito le menciona lo que escuchó en el pueblo y también que se esperaba
a un hermano de Sergio esa noche; que seguramente lo podrían ver en el
hotel Villa Mapaches, que estaba a escasos metros de su casa, tan solo
cruzando el aeropuerto.
—Entonces, debemos informarle al hermano del Sr. Sergio del
hallazgo, tal vez él sepa de la localización de los cuerpos—, comentó
Patricia.
—Sí, más tarde lo buscaremos—, afirmó Ito.

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CAPITULO VI

Día dos
Monterrey – Holbox

— ¡Dr. Geima, Dr. Geima! —, le gritaban algunos estudiantes a Bruno


mientras a paso acelerado caminaba por el pasillo de Aulas 7, intentaba salir
lo más pronto posible del Tecnológico de Monterrey para dirigirse al
aeropuerto. Ya había perdido un día y no deseaba perder otro. Solo
notificaría en el departamento de Ingeniería Industrial que estaría ausente
por algunos días, dejar unas notas para sus alumnos y partir para Holbox.
Bruno había escogido el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores
de Monterrey para pasar su año sabático de la Universidad McGill. Hacía
algunos años cuando por primera vez estuvo en Monterrey, fue profesor
invitado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, la ciudad y su gente
lo habían cautivado.
Ahora, el Dr. Bruno Geima era toda una celebridad. Sus tesis sobre el
“socialismo real” se cumplieron cabalmente, en particular sus predicciones
sobre la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética,
estos pronósticos, lo habían convertido en uno de los filósofos modernos
más renombrados.
Su óptica innovadora, no estaba basada en teorías económicas o
políticas, solo en sentido común, decía que era “la herramienta cognoscitiva
más potente en tiempos actuales”. El cliché “el sentido común, el menos
común de los sentidos” no lo consideraba un simple periquete.
—Cuando el conocimiento se ha profundizado a tal grado que no es
posible para cualquier hombre ordinario hacer un juicio enteramente
racional, solo nos queda el sentido común—, sostenía.
Su libro, Filosofía del Sentido Común, donde presentó su metodología
del uso del sentido común como herramienta para la toma de decisiones, sin
haber ocupado la lista de los libros de mayor venta, definitivamente era una
referencia obligada en cualquier análisis serio, ya fuese económico, político,
o científico.
Bruno se detuvo un instante y les dijo; —no puedo atenderlos,
discúlpenme, llevo mucha prisa—, y nuevamente aceleró el paso.
Llegó al estacionamiento de los maestros y subió a su automóvil
compacto rumbo al aeropuerto.
Uno de los aspectos que a Bruno le fascinaba de Monterrey era su
sentido del humor. — ¿Humor? —, le preguntaban, — ¡pero si solo son unos
brutos que comen carne asada!—, sus colegas filósofos le reclamaban. Lo

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que pasa, decía, —es que ustedes lo viven diariamente y no lo notan, pero en
realidad es muy simpático, por ejemplo; el mantener antiguas costumbres
judías, que ya ni los judíos usan, donde para presentarse recitan todo el árbol
genealógico por parte de la madre, “soy fulano, hijo de sultana, nieto de
perengana…”, o cómo las comunidades árabes e israelitas viven en santa paz
cristiana, por el simple hecho de haberse repartido el comercio regiomontano
—.
También recordaba cuando recientemente una compañía de autos
importados, estaba haciendo una investigación de mercado para los
automóviles de lujo, en los estacionamientos del Tec. Notaban que no había
muchos. Los encuestadores sorprendidos, le preguntaron;
—Disculpe, pero vemos muy pocos autos de lujo—.
—Lo que pasa es que éste es el estacionamiento de los maestros—, les
contestó un estudiante que pasaba e indicándoles con la mano que fuesen a
otro.
Bruno se sentía consternado, la noticia de la muerte de su hermano lo
tenía confuso. Sergio y él no se frecuentaban, eran agua y aceite, pero se
querían entrañablemente. Esa distancia geográfica que la vida les había
brindado, les permitía imaginarse mutuamente como quisieran, sin los
detalles a veces ignominiosos de la vida cotidiana.
Bruno veía a Sergio como uno de esos hombres que “hacía lo que
quería” a su manera. Jovial, dicharachero, excelente vendedor y que se
personificaba todavía en la década de los veinte del “laisse faire”.
Mujeriego, despreocupado por el dinero, pero con ese “ángel” que decía que
los que van a ser ricos traen en sus espaldas, pues en realidad, el dinero
nunca le faltaba.
Después de que varios empleos en compañías transnacionales italianas,
le habían permitido conocer el mundo; África, Europa Oriental, Indonesia, la
Unión Soviética y alguna que otra escapada en China y Japón, al cumplir 50
años había decidido dejar todo y retirarse, como el decía, “en activo”, en
algún lugar del mundo. Resultó ser Holbox.
Por su parte, Sergio veía a Bruno, como un hombre que todo lo tomaba
muy en serio, preocupado por la humanidad, aunque para Sergio era como
preocuparse por nadie. Pero su disciplina lo cautivaba, toda su vida
ordenada, desde sus estudios maristas en Buenos Aires, su juventud
socialista que casi le cuesta la vida, su desencanto del “socialismo real”, su
búsqueda de una solución más humana que el “capitalismo real”, su pasión
por la lectura, su mente ágil ante cualquier debate sin importar el tema, su
familia y ahora un profesor y consultor exitoso demandado para dar
conferencias y asesorías en la industria y el gobierno.

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Corriendo, Bruno buscó la aerolínea charter que tenía el vuelo directo
Monterrey/Cancún, para de ahí conectar a Holbox en Aerosaab, “La
Guajolota”, como le llamaban al avión bimotor Dornier de ocho plazas, que
solo salía si se juntaban cuando menos 4 pasajeros. Al salir, Bruno notó que
en la remodelación del aeropuerto de Monterrey habían removido su letrero
favorito, “Si no le gusta el clima de Monterrey, regrese en dos horas”.
—Y luego dicen que no es cómico—, pensó.
Por la ventana toda rayada por lo viejo del avión, observó la Isla
Holbox. Sus cuarenta y cuatro kilómetros de largo, la hacen una de las islas
más largas de México. Parece más bien una pequeña península que se
desprendió de Cabo Catoche por algún ciclón, pues solo unos manglares la
separan de tierra firme.
Sus aguas transparentes y templadas la ubican en la frontera líquida del
Golfo y el Caribe, con sus arenas blancas y sus colores verdes, azules y
amarillos, que tintinean por el reflejo del sol. Sus playas casi sin olas,
parecen albercas saladas inmensas y sus embarcaciones pesqueras, la
adornan como detalles dibujados en alguna tarjeta postal.
Langostera por excelencia, todavía se observan montículos de carcasas
de langostas diseminadas a lo largo de la playa que los pescadores dejan
cuando las limpian.
Bruno pensó que Sergio finalmente había encontrado el lugar que
soñaba, pero de ninguna manera su final.
“La Guajolota” se alineó hacia la pista de aterrizaje del aeropuerto de
Holbox. Era una terrecería enmarcada de palmeras, que terminaba en un
parque de béisbol donde niñas jugaban softbol ante la animosidad de sus
mamás. El comité de recepción era Ítalo y algunos americanos que
esperaban a los demás pasajeros. Bruno e Ítalo cruzaron miradas tratando de
reconocerse, pues solo habían hablado por teléfono, pero la semejanza de
Bruno con Sergio le permitió a Ítalo rápidamente identificarlo.
Subieron al carrito de golf, “El Mapache II”, en el que Ítalo había
llegado y Bruno le preguntó,
— ¿juegas golf? —
—No, es el vehículo del hotel, aquí no hay campos de golf—, le
contestó Ítalo riéndose.
Como tema de conversación, Ítalo le comentó que existía un comité de
regulación ambiental conformado por los residentes de la isla, que en su
mayoría eran europeos y algunos representantes de los isleños.
Una organización no gubernamental, que había normado la prohibición
de automóviles privados, permitiendo solo aquellos que tuviesen utilización
de transporte de materiales u otros fines de carga y descarga en el muelle.

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También le explicó que no se permitían construcciones mayores de dos
plantas y además, tenían que ser con arquitectura tipo maya, que los techos
de palma en los carritos de golf eran para integrarlos mejor al medio
ambiente y que aún siendo de gasolina, sus emisiones eran mucho menores
que los automóviles regulares.
Sin embargo, con quien más luchaban era con los jóvenes residentes
locales, pues ellos deseaban tener todas las posibilidades de consumo que
veían en Cancún o Playa del Carmen. Incluso no habían podido detener la
apertura de una “Disco” muy ruidosa a la orilla de la playa, donde se
juntaban los sábados por la noche para bailar y divertirse.
Bruno observaba el tono cada vez más molesto de Ítalo ante tal afrenta.
—No entiendo, si lo hacemos por ellos, para que conserven el lugar
virgen, sin atentar a su belleza natural—, reprochaba.
Bruno no quiso comentar, él tenía otra explicación, pero no era el
momento de argumentar.
Para los ojos de un argentino, nacido en Italia, pero “made in Canada”,
el Hotel Villa Mapaches le parecía a Bruno como salido de un cuento de
Christiansen, si bien no eran de chocolate, las casitas coloridas tenían un aire
de irrealidad por lo exuberante de la vegetación y sus plantas exóticas.
Iguanas verdes tornasoladas tomando el sol sobre la barda blanca de
estuco, pericos parlantes y guacamayas sueltas, pero sin despegarse de sus
palos de apoyo, como acostumbrados a vivir gratis solo por dejarse admirar.
—Te asignamos “La Casita Blanca”, creo que te sentirás muy a gusto
—, le dijo Ítalo.
—Gracias, en un momento estaré con ustedes—.
Bruno se dirigió a la palapa donde se encontraban Ítalo, Mario y
Demetrio, se hicieron las presentaciones correspondientes y le comentaron
que habían estado en la casa de Sergio por la mañana y que el cuerpo se
encontraba en la funeraria.
— ¿En que te podemos ayudar? —, inquirió Mario.
—Bueno, creo que lo primero será cremar a Sergio, ayer hablé con
Silvana su ex, y me dijo que estaría de acuerdo con lo que yo decidiera.
Pienso que quizá lo depositemos en Buenos Aires, con mis padres—,
comentó Bruno.
Sergio nunca tuvo hijos.
—Tendremos que llevar el cuerpo a Cancún, solo ahí lo pueden cremar
—, apuntó Mario.
Esa mañana, Demetrio y Mario habían estado en la casa de Sergio.
Como la casa era de Mario, pues Sergio se la había estado rentando, los

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ministeriales les permitieron entrar, autorizándole a Mario que retirara el
acordonamiento.
Demetrio observó detenidamente la escena del suicidio, lo único que le
llamó la atención fue una marca en la pared de la casa, se notaba que un
cuadro había sido descolgado dejando un color amarillento desteñido como
sombra de su espacio.
Tomando un bolígrafo como herramienta para no tocar ningún objeto,
recorrió casi todos los rincones y removió cada cosa de arriba abajo. Por su
parte, Mario, siguiendo indicaciones de Demetrio, buscaba debajo de la
cama, en el baño, en la cocina, en fin, en todos los espacios tratando de
encontrar alguna pista.
Demetrio quedó sorprendido, todo parecía indicar que efectivamente si
había sido un suicidio, hasta encontró algunos borradores de la nota
colocada en la camisa de Sergio. No removieron nada, esperarían a Bruno
para que él mismo recogiera las pertenencias de Sergio.
—Sabes, Bruno, no encontré nada en la casa de Sergio que me indicase
la presencia de alguna otra persona—, intervino Demetrio.
—Por la manera en que se encontraban tiradas las cosas, parece ser que
Sergio no mantenía muy buen equilibrio, noté que algunas de ellas estaban
en el suelo porque Sergio tropezó y no porque las tiró, pudiera ser
simplemente que había tomado mucho—, continuó Demetrio.
—Sé que una autopsia podría ayudar, pero mis evidencias no la
justifican, además, los forenses de Cancún no creo que estén muy equipados
o preparados—, concluyó Demetrio.
—Bueno, yo les agradezco su esfuerzo, pero quizá Sergio si se haya
quitado la vida—, dijo Bruno.
— ¿Y los dolores de cabeza, y las alucinaciones, y su paranoia? ¿Que
explicación les dan? —, intervino Mario.
El perro de Villa Mapaches empezó a ladrar y todos observaron que dos
personas venían acercándose a la palapa. Eran Patricia e Ito.
—Buenas noches—, se introdujo Patricia.
Casi al unísono todos le contestaron. —Buenas noches—.
—Mi nombre es Patricia García y él es el Sr. Ito, tenemos información
sobre el señor Sergio y quisiéramos saber si alguno de ustedes es familiar—.
—Soy Bruno, su hermano, ¿qué información tienen?—, preguntó en un
tono medio áspero.
—Es acerca de unos documentos que el señor Sergio le pidió al Sr. Ito
que tradujera, solo que es muy tarde y me tengo que retirar. Si gusta nos
podemos ver mañana, ¿le parece?—, dijo Patricia.
—Si, claro, ¿dónde y a que horas estaría bien? —, preguntó Bruno.

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—Si le parece bien a las diez, en el restaurante Isla Pajaritos, ahí en la
plaza—, comentó Ito.
—Muy bien, ahí nos veremos—, respondió Bruno, observando que
Mario asentía.
Patricia e Ito se retiraron y todos se quedaron en silencio mirándose
unos a otros, como preguntándose, de donde habrían salido y quienes eran.
Ítalo reconoció a Ito y dijo:
—Es un coreano que ya tiene algún tiempo en la isla, parece ser que es
un Ictiólogo y estudia los tiburones ballena, a veces lo veo pasar por aquí—.
—Si gustas te acompaño—, sugirió Demetrio.
—Pues sí, me parece bien—, afirmó Bruno.

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CAPITULO VII

Día dos
Geomancia

El Dr. Park había sido invitado por el curador del museo del Palacio
Real de Gyungbok para mostrarle unas estacas de acero que se habían
encontrado durante los trabajos de remodelación.
Algunos sobrevivientes de los trabajadores que participaron en la
construcción del edificio, que sirvió como oficina de gobierno a los
japoneses, durante la ocupación, habían mencionado que miles de estacas de
acero fueron enterradas en sus cimientos.
El objetivo era bloquear la energía de la montaña Bougak hacia la
población de Seúl y de esa manera, mantener a los habitantes en un estado
de sumisión. Sin embargo, a excepción de tres o cuatro estacas, no se habían
encontrado más.
Acostumbrado a viajar en Metro, el Dr. Park tomó la línea cinco y
descendió en la estación Ganghwa Gate, caminó por la explanada de la
entrada del Palacio Real teniendo como fondo la montaña Bougak, el palacio
se encuentra en la zona noreste de Seúl, llena de pequeñas colinas. Se dirigió
a la entrada Este por donde se tiene acceso al museo.
—Adelante, Dr. Park—, lo recibió el curador.
Lo llevó a un pequeño exhibidor y le mostró una estaca de acero que se
encontraba en posición vertical encajada en la tierra e iluminada por una
pequeña lámpara de halógeno y se notaban sobre ella caracteres de escritura
japonesa.
— ¡Encontramos más de nueve mil!—, dijo asombrado, el curador del
Museo.
—Vaya, después de todo si fue cierto lo de las estacas enterradas—,
comentó el Dr. Park, esbozando una leve sonrisa.
Una de las pistas que el Dr. Park tenía sobre la hija de la reina Min, era
que siempre estaba custodiada por un Mouhak (“sin conocimiento”) un
especie de monje budista, experto en el arte del Poungsou Jiri coreano
(“Principios del Viento, Agua y Tierra”), que es equivalente al Feng Shui
chino. La reina Min confiaba en él ciegamente para el custodio de su hija,
creía que mientras estuviese con él, nada le pasaría. Además, le había
encomendado la tarea de seleccionar la orientación específica del palacio
que se construiría en Hawai para ubicar el imperio en el exilio.
Esta pista, había forzado al Dr. Park a convertirse en un experto en
Geomancia, que sin ser practicante, lo consultaban para escuchar su opinión.

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— ¿Qué piensa usted de todo esto? —, le preguntó el curador del
Museo.
—Bueno, creo que no lograban su cometido de intentar debilitar a la
población—, contestó el Dr. Park.
—Mire, según observo en este plano, de cómo fueron encontradas las
estacas, veo que colocaron tres grupos de tres mil estacas en cada uno,
formando un triángulo con la dirección del vértice hacia la montaña Bougak,
pero eso no produce ningún bloqueo del Gi, simplemente lo distribuye en un
área mayor, si el vértice estuviese en la dirección del río Han, entonces de
acuerdo a los principios del Poungsou Jiri, el Gi fluiría tan rápido hacia el
río, que la población no lo absorbería, y eso, en todo caso, si podría tener un
efecto negativo—, le explicó el Dr. Park.
—Los geomancistas japoneses de 1945, no sabían lo que hacían. Como
siempre, copiaban todo de los chinos y de nosotros, pero sin entender
realmente su significado, fue un esfuerzo inútil—, concluyó el Dr. Park.
— ¡Funda las estacas!, quizá le sirva mejor el acero para otros usos—, y
soltó una sonora carcajada.
El Dr. Park regresó a su oficina en la universidad pues tenia una cita
con unos científicos de la compañía coreana LG. El departamento de
investigación de Inteligencia Artificial, había desarrollado un instrumento
que decían era capaz de identificar y medir la famosa y muy cuestionada
energía Gi. El Dr. Park estaba fascinado con la idea; la ciencia, la
acupuntura y la geomancia se juntaban.
—Pero ¿Dónde se une la geomancia y la acupuntura? —, se preguntaba
el Dr. Park frente a los jóvenes científicos de LG. —Ese es el verdadero
tema de investigación. No se pierdan por favor. Creo que su aparato solo
está midiendo la estática del ambiente—, les cuestionaba.
El Dr. Park les recordó que la medicina tradicional oriental, difiere de la
occidental, además de sus prácticas, fundamentalmente en su concepción del
organismo humano.
—En occidente, al cuerpo humano se le ve como una máquina
compuesta de partes independientes ensambladas. Cada parte cumple una
función, y eso hace que el cuerpo se mantenga con vida—.
—Si la persona enferma, se procede a aislar dicha parte y se repara, de
tal manera que nuevamente vuelva a desempeñar su función y mantenga al
mecanismo trabajando. Se dice entonces que ha sanado—.
— ¿me explico? —, preguntaba el Dr. Park.
—Pero en la medicina tradicional oriental, el cuerpo humano es solo un
vehículo a través del cuál fluye una energía vital llamada Gi, que le da
animación a la masa corpórea—, continuaba el Dr. Park.

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—Esta energía Gi, viaja a través de puntos críticos de concentración
vital llamados hyul y están distribuidos en todo el cuerpo. En cada uno de
estos puntos, el Gi se acumula, de tal manera que su velocidad, cantidad y
temperatura puede ser regulada—, el Dr. Park hizo una pausa, sorbió de su
café y continuó...
—En este tipo de medicina, una enfermedad no se define como una
parte que falla, sino como un desequilibrio o desarmonía en el flujo del Gi,
causado por una fuga, bloqueo o debilitamiento en su trayecto y que puede
deberse a una causa externa o interna, ¿me siguen?—, les preguntaba
mirándoles a los ojos.
—Usando acupuntura, estos puntos de concentración vital, los hyul, son
corregidos, desbloqueándolos o reorientando el flujo del Gi a donde más se
necesita. Además, como todos estos puntos están interconectados entre sí,
por eso es que las agujas se pueden colocar en lugares muy disímiles. Por
ejemplo, se colocan en el oído para aliviar un dolor en el estómago. ¿De
acuerdo? —, les preguntaba el Dr. Park.
—Por favor, no aíslen los órganos, ¡sus mediciones así, no tienen
sentido!—, les puntualizaba.
Con sus acostumbradas palmaditas en la espalda, el Dr. Park despide a
los jóvenes científicos y les dice:
—No se desanimen, nos veremos el próximo mes—.
El Dr. Park seguía con interés esta investigación científica, había
iniciado esta colaboración con compañías privadas no solo por cuestión de
presupuesto, sostenía que la soberbia académica solo podía ser callada con
los productos útiles e innovadores de la industria y que la miopía
empresarial solo podía ser corregida con los anteojos de los académicos.
La geomancia o el antiquísimo arte chino del Feng Shui, era el otro
tema del Dr. Park. Ambientalista de Greenpeace desde los ochentas, ya tenía
tiempo que se había retirado de esa organización.
—Se han alojado en ella muchos vividores—, se quejaba.
La geomancia se basa en el mismo modelo de la acupuntura, pero
aplicado al medio ambiente. En este caso, se dice, el Gi fluye a través de los
organismos vivos de la Tierra, por medio del viento, agua y montañas.
Cuando fluye en armonía y de manera regular, el clima es agradable y bueno
para los cultivos, el aire y el agua están limpios y todos los organismos
vivos, se desarrollan en mejores condiciones.
Por el contrario, cuando el Gi se bloquea o se disipa por alguna
alteración en el medio ambiente, por ejemplo, una estructura erigida en el
lugar equivocado, el clima se descompone, terremotos e inundaciones
ocurren, y enfermedades azotan a sus habitantes.

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El Palacio Real de Gyungbok, había sido construido de acuerdo a los
principios del Poungsou Jiri, o Feng Shui chino, las estacas de acero
enterradas bajo el edificio de gobierno, había sido un intento por parte de los
japoneses de bloquear el flujo del Gi de la montaña Bougak hacia el río Han,
pretendiendo dejar así a los habitantes del palacio y de la ciudad sin la
energía vitalizadora del Gi.
El Dr. Park sostenía que el Gi en la acupuntura y el Gi en la geomancia
podían ser interconectados en ciertas circunstancias, complementándose el
uno con el otro, lo que significaría que organismos vivos podrían mantenerse
como inanimados por un largo período de tiempo. Por eso su pregunta a los
jóvenes científicos de: ¿dónde se unen?
Pero el pensamiento del Dr. Park, ya estaba con Ito y Patricia. Se
preguntaba como estarían y que novedades habrían encontrado. Sabía que
por la diferencia de horarios todavía estarían dormidos, pues 15 horas de
ellos atrás, lo separaban.
Tomó el documento que Ito le había enviado y volvió a revisar su
traducción.

“Que quede constancia ante su majestad, mi excelentísima y


venerada Reina, que su humilde Mouhak, al no haber podido cumplir la
encomienda que su benevolente emperatriz me hubiere confiado, al
haberle fallado en el cuidado y protección de su queridísima hija y noble
princesa, he decidido entregar mi vida, pues juré que la comprometería
con ella y así sea.
Su graciosa heredera, nuestra princesa amada, enfermó en estas
tierras lejanas, y a pesar de mis oficios en la acupuntura, no pude evitar
que su cuerpo se debilitara y el Gi escapara por su aliento.
También hago constar ante mi inefable emperatriz, que por un
engaño no nos detuvimos en las islas del Hawai donde sería nuestro
destino y el resurgimiento de vuestro gran reino, sino que terminamos en
estas tierras llamadas México. Es por eso, que he tenido a bien, el tomar
precauciones alrededor de los bienes que me fueron confiados. Debo
mencionar la valentía y entrega de la señora institutriz por el cuidado y
esmero en atender a nuestra princesa, así como, la de mis amados amigos
que me acompañaron en esta honorable pero fallida encomienda. Todos
ellos, al igual que yo, juramos entregar nuestra vida por nuestra amada
princesa, lo cuál cumplimos.
Los bienes que me fueron confiados, los he conservado y resguardado
para su posteridad. Como su majestad me ordenó, no comuniqué a nadie
de mi encomienda y también, como su majestad me ordenó, si por algún

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motivo nos encontráramos perdidos, debería ocultar los bienes. He dejado
un mapa, y he aplicado todos mi conocimientos para conservar puro, el
cuerpo de nuestra princesa amada, en su eterno viaje.”

El Dr. Park también había aplicado todos sus conocimientos para que la
traducción fuese lo más apegada al texto, pero a la vez, que se entendiera en
el lenguaje actual. No le sorprendía que a pesar de que la reina había muerto
diez años atrás, el “Mouhak” le escribiese como si estuviese viva. La muerte,
al fin y al cabo para él, era solo un pasaje hacia otra vida.
Finalmente las sospechas del Dr. Park se habían confirmado, la hija de
la reina Min, había terminado en una pequeñísima isla de México.
Tomó el mapa y también lo revisó. En realidad no es un mapa de los
que estamos acostumbrados a imaginarnos. Donde se indican poblaciones o
señalamientos de algunas formas caprichosas de la naturaleza y luego se
marca con líneas punteadas el recorrido y finalmente termina en una cruz.
Este mapa era más bien una serie de instrucciones listadas, donde la
secuencia de una lleva a la otra, pero no necesariamente en el orden escrito.
Además, advierte que si el orden es alterado, el lugar no podrá ser
encontrado.

En memoria de su excelentísima Majestad la Reina Min.


He aquí que describo como encontrar los bienes que me fueron
confiados. Si bien el inicio se apunta, la secuencia siguiente no está en el
orden en la cuál deberá seguirse. Solo hay una secuencia posible para
encontrarlos, los elegidos sabrán.
• Que inicie en punta mosquito en el lugar de las rocas y
mirando hacia el Norte, se naden cincuenta brazadas
hasta encontrar la serpiente de piedra. Allí se encontrará
un huevo.
• Cuatro pasos al Este en la mitad de la isla de los pájaros.
• Cuarenta veces cuarenta y siete, el largo de la banda.
Siguiendo sus signos. Veinte en cada quiebre, veinte en
cada salto.
• El ojo de agua lloró despidiendo a la princesa.
• La llave de arcilla liberará el llanto, si se gira hacia donde
no pertenece. Así esta escrito en la aleta del tiburón que
siempre nos visita.
• Montar uno sobre otro al nacer el primer sol.
Espero haberle servido bien.

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El Dr. Park lo lee y lo re lee, pero no le encuentra sentido. En su
traducción subrayó los nombres que estaban escritos originalmente en
español y pensó que tal vez Patricia e Ito lo logren descifrar.

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CAPITULO VIII

Día tres
Víctor

Bruno se despertó muy temprano, salió de la Casita Blanca y caminó


entre las palmeras del hotel por la vereda que lo llevaría a la playa. El mar,
muy tranquilo, como adormilado por ser de madrugada, solo emitía un leve
sonido de sus pequeñas olas al romper en la orilla.
Decidió nadar un poco, en parte para refrescarse, pero principalmente
para relajarse. Esa mañana debía ir a la funeraria y ordenar el traslado del
cuerpo de Sergio para su cremación, encontrarse con Patricia e Ito y recoger
las cosas personales de Sergio en la casa de Mario.
A lo lejos, por la playa, se veía un cobertizo construido solo con cuatro
palos y un techo de palma muy deshojado. Alcanzó a distinguir que dos
hombres platicaban, uno de ellos acostado en una hamaca y el otro
soplándole a una pequeña fogata que desprendía mucho humo, como para
ahuyentar mosquitos.
Después de nadar y flotar un tiempo, Bruno decidió regresar.
Uno de los hombres de la choza lo alcanzó y le dijo;
— ¿No quiere un paseo en lancha?, se lo dejo barato, ándele, lo llevo a
la Isla de los Pájaros, o a pescar barracudas, mire, allá está mi lancha—.
—No, ahora no—, contestó Bruno en un tono seco y sin voltear a verlo.
Al alejarse, el lanchero le grita;
— ¿Usted es hermano del muerto, verdad? —.
Bruno voltea perplejo y asombrado por la pregunta que no esperaba.
— ¿Cómo lo sabe? —, pregunta Bruno.
—Porque se parecen, hasta me había asustado, yo conocí muy bien al
señor Sergio. Lástima que se ahorcó. Pero yo creo que lo embrujaron—, le
dice el lanchero.
Bruno se regresa para averiguar más acerca de este hombre y su
relación con Sergio.
— ¿Cómo es que lo conoció? —, insiste Bruno.
—Yo lo llevaba en mi lancha a ver labores; a Yalahou, a Punta
Mosquitos, a muchas partes. Siempre que tenía clientes me daba trabajo para
llevarlos a mostrarles los terrenos que les quería vender. Se ven más bonitos
desde el mar, ¿sabe? —, le comenta el lanchero.
—Me llamo Bruno y soy hermano de Sergio, ¿Cómo se llama? —
—Soy Víctor, oiga, siento lo de su hermano, él me ayudaba mucho, era
muy buena gente, se le va a extrañar—.

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— ¿Porqué dices que lo embrujaron? —, preguntó Bruno.
—Bueno, la última vez que lo llevé al Ojo de Agua, como que andaba
muy nervioso y decía muchas cosas, como platicando solo. Yo creo que fue
por los muertos que encontró. Se lo digo a Usted porque es su hermano, pero
me dijo que no le dijera a nadie y no lo he hecho, solo a Usted—, le dice
Víctor.
—Voy a la funeraria, pero me gustaría platicar más tarde contigo sobre
Sergio—, le comenta Bruno.
—Mire, aquí vivo, a un lado, yo le vendí a la señora Liliana la dueña
del hotel, esta parte que da a la playa. Mi casa está al frente, mirando la
calle, aquí lo espero—, lo despidió Víctor.
—Buenos días—, les dice Bruno a Demetrio y Mario que ya se
encontraban desayunando, sirviéndose solo jugo y una taza de café.
— ¿Cómo, no vas almorzar? —, preguntó Ítalo.
—No, gracias, tomaré solo líquidos, mi estómago anda un poco
descontrolado—, contesta Bruno.
— ¿Cómo te sientes?, ¿dormiste bien? —, pregunta Demetrio.
—Sí, muy bien, inclusive fui a nadar un poco a la playa, está hermosa,
unos pececillos me tenían hipnotizado. Por cierto, conocí a un lanchero
llamado Víctor, me dijo que conocía a Sergio y parece que sabe algo de los
cadáveres enterrados. Más tarde platicaré con él—, comentó.
Mario, Bruno y Demetrio entraron a la funeraria, era un cuarto de
madera carcomido por termitas y decorado con pintura vieja. Un escritorio
metálico, que seguramente fue desechado de alguna oficina de gobierno,
servía para emitir las actas de defunción y el pago de los servicios. El cuerpo
de Sergio yacía en un ataúd de fibra de vidrio color grisáceo. Un joven
acomodaba varias sillas en la pared, pero nadie más estaría presente.
Solo sobresalía su rostro. Sus facciones hinchadas y pálidas no se
asemejaban en nada a Sergio vivo. Bruno lo miró solo unos cuantos
segundos y se retiró hacia una esquina. No resistió más. Estaba desolado,
todo le parecía muy deprimente.
—La muerte en el desarraigo es terrible—, se dijo a sí mismo.
Mario y Demetrio le auxiliaron a Bruno con los trámites de los
servicios, así como con lo necesario para el traslado a Cancún. Dejaron la
funeraria y Bruno guardó silencio todo el tiempo.
Alrededor de las once, llegaron los tres al restaurante Isla Pajaritos,
Patricia e Ito, ya los esperaban. Le dieron las condolencias a Bruno y les
explicaron porqué es que ambos estaban en Holbox.
Conversaron por más de media hora sin ningún orden, cada quien
preguntando y diciendo cuanto se les venía a la mente. En algunas ocasiones

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en tono airado, en otras inquisitivo, pero en todas, sin demostrar confianza
mutua. Patricia e Ito por un lado, Mario, Demetrio y Bruno, por el otro.
Como si fuesen dos bandos opuestos.
—El señor Sergio me pidió que le tradujera estos documentos—, dijo
Ito sacando las fotocopias que había impreso.
—Los originales se los entregué—, recalcó.
— ¿Y cómo sabemos que en realidad se los entregó? —, cuestionó
Mario ofuscado.
Demetrio, al ver nuevamente que la conversación no estaba llegando a
ningún lado, pues un sinnúmero de preguntas y opiniones simultáneas
abarrotaban la mesa, interrumpe y les dice:
— ¡Por favor!, un momento. Permítanme hacer un resumen:
1. Sergio encuentra una tumba y un mapa codificado.
2. El interés de ustedes es encontrar los cadáveres, pues creen que entre
ellos está la hija de la reina.
3. Ninguno de nosotros sabemos donde está la fosa.
4. Se menciona una llave de barro y tampoco la tenemos.
5. Un tiburón ballena tiene una inscripción marcada en una aleta y se
necesita encontrarlo.
6. La última persona que estuvo con Sergio es alguien llamada Natalia y
no aparece.
7. Los documentos originales no sabemos donde están o quien los tiene.
8. Un lanchero llamado Víctor, parece saber donde está la tumba.
9. Sergio se ha suicidado.
Creo que lo último es lo único incuestionable, solo que ahora sí
encuentro un posible motivo para dudar del suicidio—, concluyó Demetrio.
—Por eso te llamé, algo no me parecía congruente, se me hacía muy
sospechoso—, enfatizó Mario con cierto respiro.
—Por lo que veo todos tenemos razones para seguir lo que a Sergio
tenía intrigado y esclarecer si fue más que un suicidio. Pero también
debemos reconocer que no tenemos la información completa, les sugiero que
hagamos un equipo y trabajemos juntos—, dijo Bruno.
—Si les parece, Ito yo seguiremos con lo del tiburón ballena y
trabajaremos en lo del mapa—, propuso Patricia en tono conciliador.
—Volveré a verificar lo del suicidio de Sergio—, se apuntó Demetrio.
—Veré que puedo averiguar con Víctor sobre la fosa—, mencionó
Bruno.
—Yo buscaré a Natalia—, se anotó Mario.
—Si vamos a trabajar juntos, tengo instrucciones del Dr. Park de
entregarles la traducción del documento y del mapa—, dijo Patricia, sacando

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de su bolsa otro sobre similar al que le había entregado a Ito y dándoselo a
Bruno. Ito la miró con no muy buenos ojos.
Como el Mawimbi, donde se hospedaba Patricia, estaba en dirección
opuesta a Villa Mapaches y la casa de Ito, decidieron que se reunirían cada
noche en la plaza, para comentar el avance que cada quien hubiese tenido.

Mario, Demetrio y Bruno entraron a la casa de Mario donde vivía


Sergio, todavía un dejo de olor desagradable prevalecía.
Demetrio se dirigió a observar mas detenidamente la sombra que el
cuadro descolgado había dejado en la pared, veinte por treinta centímetros
medía. —Podría haber sido una fotografía—, pensó.
Bruno recogió las cosas personales de Sergio, algunas fotos, libros,
CD’s y una pequeña escultura de madera de Túnez.
Mario por su parte, se podría mudar de nuevo a su casa, había tenido
que salir a Milán por varios meses y le había rentado a Sergio. Pero se sentía
muy incómodo y no tenía el menor deseo de regresar. Por ahora estaba en
Villa Mapaches y pensó dejarlo así. Al menos por un tiempo.
Demetrio siguió inspeccionando la casa, solo la letrina y la regadera se
encontraban afuera de lo que era el redondel, se comunicaban por un
pequeño puente al pasar por lo que servía de cocina. Mario así la había
diseñado.
Un tinaco de plástico servía de cisterna. Demetrio removió la tapa y por
un lado del flotador, notó un cordón que se sumergía. Lo estiró hacia arriba,
y envuelto en una bolsa de plástico estaba un cuadro con una fotografía.
Eran Bruno y Sergio de niños cuando vivían en Florencia.
Demetrio inspeccionó el cuadro y al quitar la fotografía se encontró con
los documentos originales coreanos.
—Un misterio menos—, pensó.
Bruno, con la mirada perdida, permanecía sentado en el pequeño
taburete que Sergio utilizó para colgarse, tratando de imaginarse la vida
cotidiana de su hermano. Esta privacidad que estaban profanando en su
ausencia, era peor que la que se experimenta en vida. No habría réplica de
ningún tipo.
—Volvemos a ser nómadas. Ya no tenemos casa, nos sentimos
omniscientes, pretendiendo estar aquí y allá, entendiendo a éste y aquél.
Nuestra gran tribu son los hombres y mujeres de mundo, políglotas, trans
culturales, trasladados de países. Nos sentimos la respuesta de: a un mundo
global, un hombre global. ¿Pero dónde acabamos? … ¿Como los muertos?
Que no se dan cuenta que están muertos. Así nos pasa, no nos damos cuenta

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que no tenemos casa porque creemos que todo es casa. ¡Mierda! —,
meditaba Bruno.
Sentía que muchas lágrimas le pedían llorando que las dejara salir, pero
solo permitió un par. Al secarse sus ojos, instintivamente miró hacia el
techo, recorrió los troncones que hacían de estructura para el montaje de las
hojas de palma y veía como se perdían en el vértice de un cono.
Detuvo su mirada en un extraño móvil que colgaba a mediación del
techo. Una serie de figurillas africanas adornaban la parte superior de
pequeñas campanas de donde colgaban en equilibrio horizontal. En la parte
más alta, una campana grande sujetaba el móvil. Bruno enfocó su vista y
gritó:
— ¡Demetrio, observa esto! —.
Demetrio y Mario se acercaron y los tres voltearon al techo siguiendo el
dedo de lo que Bruno señalaba. Una pequeña caja se encontraba adherida a
la parte interior de la campana.
El pequeño estuche de madera que contenía la llave de barro había sido
recuperado.
—Otro misterio menos—, apuntó Demetrio.
Mario amontonó en el patio los muebles que no deseaba y llamó a uno
de los vecinos para que los recogieran y se los repartiesen. Cerró la casa y
regresaron a Villa Mapaches.

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CAPITULO IX

Día tres
Natalia

La algarabía y emoción estaba presente en cada rostro de los ahí


reunidos. La playa del Mawimbi era el punto de reunión para los seis
pasajeros que partirían con Miguel “El banana” a observar los tiburones
ballena. La cita a las 7:30 de la mañana debía ser puntual pues a las 8:00 se
estaría zarpando mar adentro. Todos estaban listos.
Dos investigadoras holandesas del acuario de Ámsterdam, una
entrenadora estadounidense de orcas de la Florida, una pareja de españoles
recién casados y su amigo mexicano, formaban el grupo.
Miguel “El banana” los acomodó en la lancha, una embarcación de
sesenta pies típica de los puertos mexicanos. Su nombre, como tenía que ser,
era: “María Bonita”. Los distribuyó en las bancas de los costados de la
cabina techada, pero con lados descubiertos; y como recitando, giró las
instrucciones de siempre;
—Muy buenos días, mi nombre es Miguel pero todos me conocen como
“El banana”, seré su guía y les aseguro que se divertirán como nunca. Pedro,
es el capitán y les garantizo que es el mejor “skipper” para encontrar
tiburones ballena. Primero pasaremos por la capitanía del puerto, pues es
necesario que se inspeccione el yate para verificar que cumplimos con todas
las regulaciones marinas. Lo hacemos por su seguridad. Posteriormente
saldremos mar a dentro unos quince kilómetros, que es la zona donde los
tiburones se encuentran—.
— ¿Cuánto tiempo nos llevará? —, interrumpió la española.
—Navegaremos alrededor de dos horas hasta la zona del plankton, una
vez ahí, divisaremos los tiburones y en parejas de una a la vez, se
sumergirán para observarlos. Los tiburones ballena son inofensivos e
indiferentes a nosotros, pero está estrictamente prohibido tocarlos. No
deseamos transmitirles alguna enfermedad o bien incomodarlos y asustarlos.
¡Por favor no los toquen!—, recalcó “El banana” en tono fuerte.
La embarcación se dirigió del Mawimbi al muelle donde se encontraba
el faro viejo, un faro que en un tiempo funcionó, pero fue arrasado por un
ciclón y ahora lo tenían trabajando de monumento inclinado.
Como estudiado para impresionar turistas, los oficiales del puerto
mostraban caras duras aparentando ser muy estrictos, preguntando detalles
de la embarcación que seguramente solo cubrían requisitos de un formato
que, alguien desde un escritorio, había diseñado y probablemente nunca

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salió al mar. Un cuestionario como casi todas las normas mexicanas, con
lagunas de interpretación y por supuesto, abiertas para la corrupción.
— ¡Ah! La burrocracia, ¡cuándo nos dejará descansar!—, pensó el
mexicano. Solo fueron veinte minutos, justo lo necesario por si alguien
protestaba, bajarlo de la embarcación y “sancionarlo”.
Por haber rentado una lancha que, aunque segura, no cumplía con el
larguísimo formato de inspección, a Ito le retuvieron su licencia de buceo.
No había escapatoria, solo se podrían observar los tiburones ballena en estos
paseos establecidos. Aunque molestos por el tiempo perdido y no por lo
insulso de la inspección, no hubo protestas. En realidad, fuera del mexicano,
ninguno de los turistas se percató de lo sucedido.
Finalmente partieron rumbo a los tiburones ballena, risas y pláticas
informales se cruzaban entre ellos, algunas en inglés, otras en español.
Pasaron Punta Mosquito y a partir de ahí se desvanecía la costa. A lo lejos,
Miguel “El banana”, señalaba a Cabo Catoche.
En las dos horas de recorrido rumbo a mar adentro, las corrientes del
Golfo de México se mezclaban con las aguas tranquilas del Caribe, tramos
de aguas dormidas se interrumpían por los golpeteos de las olas del Golfo,
que en ocasiones chocaban con la proa del barco.
Pedro el capitán, señalaba las mantarrayas gigantes que dejaban ver
solo las puntas de sus aletas en la superficie, como si fuesen tiburones
blancos cazando presas. Ellas, al igual que los tiburones ballena, iban al
festín del plankton y demás “delicatessen”.
Peces voladores los acompañaban por un lado como si fuesen cazas F-
16 protegiendo un avión presidencial. Delfines o toninas, como las conocen
en Holbox, nadaban por delante, como una escolta de tránsito abriendo paso
a un político por el congestionado mar.
Varias embarcaciones se encontraban ya en la zona. Miguel “El
banana”, le pidió a Pedro que se acercara a un tiburón ballena que habían
localizado y alineara la lancha por un costado, siguiéndolo a una distancia
prudente en su travesía.
—Los tiburones ballena nadan en círculos cuando comen plankton, así
que solo tienen que saltar al agua, quedarse quietecitos y esperar que pasen.
No los sigan, solos regresan. Y recuerden, no los toquen, se pueden acercar y
nadar con ellos, pero su recorrido es largo y se pueden agotar. Mejor
espérenlos—, les recomendó “El banana”.
Mientras se colocaban sus snorkels y las aletas, se formaron las parejas,
las dos holandesas, la americana y el mexicano, y los recién casados
españoles. Estos últimos con unos equipos de buceo impresionantes, venían

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equipados como si fuesen a una expedición de Jaques Cousteou, todos los
demás usaron los que “El banana” proveía.
—Primero una pareja se acercará al tiburón, luego otra y así
sucesivamente, por favor no se junten dos parejas, el tiburón pasará cada
diez minutos más o menos, tenemos tiempo para todos. Seguramente
alcanzaremos dos pasadas por pareja, no se preocupen—, les dijo “El
banana”, tratando de poner un poco de orden.
Las holandesas fueron las primeras. El agua estaba templada en la
superficie, pero fría a la profundidad de los pies. En realidad no había que
sumergirse mucho, los tiburones ballena nadan en la superficie, solo se
requería estar flotando, acercarse y al pasar el tiburón, zambullirse y nadar
con él para observarlo bajo el agua.
Así seguían una a una las parejas, flotando y esperando su turno.
Solo los españoles se acercaban demasiado a los tiburones, a pesar de
su equipo costoso y de marca, se notaba que no sabían bucear,
chacoloteaban tanto el agua con sus aletas, que el ruido que provocaban
podría asustar y espantar al tiburón. “El banana” se molestó, pero no les dijo
nada.
La española ve venir a un tiburón ballena, su boca de casi un metro y
cuarenta centímetros, abierta como una aspiradora, filtrando más de seis mil
litros de agua por hora, se le acercaba lentamente. Ella quería observar al
tiburón desde el fondo hacia arriba. No tendría mucho tiempo, no llevaba
tanques, solo snorkel. Debería calcular muy bien la distancia del tiburón al
aproximarse y el momento de sumergirse.
Al verlo acercarse como a cuatro metros de distancia se zambulló. El
silencio del agua fría la atemorizó. La visibilidad bajo la corriente del
plankton era muy poca, de escasos dos metros. El agua se veía turbia, como
sucia, pequeñas partículas rojizas llenaban la cubierta transparente de su
visor. Su respiración contenida, la forzaba a morder la boquilla de su
snorkel, haciendo un eco en sus oídos el rechinido de sus dientes. Se sentía
sola y desprotegida, aleteaba hacia arriba sus manos y brazos extendidos
para poder estar erguida, pero a la vez sumergida.
Su poca experiencia y condición física, le provocó falta de oxígeno para
mantenerse el tiempo necesario bajo el agua. No pudo más y trató de salir a
la superficie. Agitó sus pies para ganar propulsión con sus aletas y chocó
contra la parte inferior de la mandíbula del tiburón ballena que pasaba por
encima.
Desesperada, tragó el agua salada con sabor a plankton que acumulaba
en su snorkel, provocándole náuseas instantáneas.

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Su respiración se agotaba y el pánico crecía. Sintió como se deslizaba el
tiburón por su cabeza, la piel gruesa y áspera la recorría frotándole su cuero
cabelludo. Instintivamente colocó una de sus manos en el tiburón para
empujarse y esquivarlo en su ascenso, cuando de repente, se topó con unos
ojos azules muy abiertos que la estaban mirando.
Los ojos de la española se desorbitaron de miedo. Los cabellos largos,
ingrávidos, de una mujer de ojos azules, le tocaron su cara, sintiendo
cosquilleos en sus mejillas al roce involuntario. Era rubia y los rayos del sol
que se filtraban dentro del agua, la hacían ver aún más pálida que su estado
mortuorio.
El tiburón ballena siguió su marcha lenta, sin notar siquiera la carga que
llevaba. La española alcanzó a distinguir el cuerpo largo de una mujer
pegada a un costado del tiburón, recordándole una escena de Moby Dick.
Un vestido blanco, largo, de algodón, estaba enredado en una de las
aletas pectorales del animal, arrastrando a la mujer en su travesía.
La española salió a la superficie y aspiró una bocanada de aire
quitándose el visor y el snorkel de un manotazo.
— ¡Hay alguien ahí, hay alguien ahí! —, gritó aterrorizada.
Nadó desesperada hacia la lancha y el español que la acompañaba la
siguió sin entender.
Los demás, que seguían flotando en espera del próximo tiburón ballena,
volteaban hacia “El banana” esperando alguna indicación. Tampoco
comprendían lo que sucedía.
Miguel “El banana”, avienta al suelo el sándwich que estaba comiendo
y se acerca a recibir a la española. Le grita que se acerque por la popa para
poderla subir, pero ella lo único que deseaba era asirse del bote. No
escuchaba nada, ni a nadie.
Colgada de la lancha con una mano, empezó a vomitar y toser, con
profusas bocanadas del aire que le hacía falta.
— ¡El tiburón trae arrastrando a una mujer, yo la ví, yo la ví! —,
gritaba la española aún tosiendo.
“El banana”, se inclina para tranquilizarla y la jala de su mano hacia la
popa donde estaba la escalera de ascenso. Con un fuerte chiflido llama a los
demás pidiéndoles que se acerquen al bote.
— ¡Se los juro!, una mujer iba amarrada al tiburón, creo que su vestido
estaba enredado en una de las aletas—, explicó la española con voz
temblorosa.
Miguel “El banana” se colocó su snorkel y las aletas para esperar el
siguiente paso del tiburón. Sacó un cinturón que sostenía un cuchillo con su
funda y se lanzó al agua.

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Los minutos se hicieron largos y tensos, todos decidieron subirse a la
embarcación, de ahí podrían ver mejor y avisar cuando el tiburón ballena se
acercase. Pedro por su parte, detuvo el bote y se preparó para poderlo seguir
en caso necesario.
Al cabo de unos minutos el tiburón ballena completó su recorrido
circular, “El banana” arrancó nadando un poco antes de que el tiburón
llegase hacia él, de esa manera empataría su velocidad. Nadó a la par por un
costado y en una rápida zambullida se colocó justo donde la mujer se veía.
Los cinco kilómetros por hora, a los que el tiburón nadaba, se le hacían
inalcanzables, Miguel, sumergido, perdía terreno.
En un segundo esfuerzo se logra sujetar de una de las piernas de la
mujer y consiguió asirse de un pie. Se dejó arrastrar por el tiburón para
descansar unos segundos.
Ahí estaban, un tiburón ballena de diez y seis metros de largo, con su
piel grisácea y sus manchones circulares amarillos. Su cuerpo entero de
veinte toneladas, ondulaba en sincronía con su aleta vertical de la cola.
Arrastraba a una mujer con su vestido blanco, enredado en una de sus aletas
pectorales. Y enseguida, Miguel “El banana”, agarrado de uno de los pies de
la mujer como si fuesen pendones adornando al pez, o como un par de
pequeñas rémoras en trabajos de limpieza.
Miguel “El banana” se incorporó, sacó su cuchillo de la funda y de un
solo movimiento rasgó el vestido que prendía de la aleta. Jaló a la mujer por
uno de sus brazos y ascendieron a la superficie.
La mujer era Natalia.

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CAPITULO X

Día tres
Pero por la tarde

Patricia decidió trabajar en descifrar el mapa, buscó un lugar apartado


del Mawimbi y lo encontró al terminar la propiedad. Una pequeña palapa
solitaria frente al mar con dos sillas y una mesa.
Le agradó como lugar de estudio y también para esperar el atardecer de
Holbox que tanto le habían platicado.
Colocó su laptop sobre la mesa y repasó el mapa:
1. Que inicie en Punta Mosquito en el lugar de las rocas y
mirando hacia el Norte, se naden cincuenta brazadas hasta
encontrar la serpiente de piedra. Allí se encontrará un huevo.
2. Cuatro pasos al Este en la mitad de la Isla de los Pájaros.
3. Cuarenta veces cuarenta y siete, el largo de la banda.
Siguiendo sus signos. Veinte en cada quiebre, veinte en cada
salto.
4. El ojo de agua lloró despidiendo a la princesa.
5. La llave de arcilla liberará el llanto, si se gira hacia donde no
pertenece. Así esta escrito en la aleta del tiburón que
siempre nos visita.
6. Montar uno sobre otro al nacer el primer sol.
Con una libreta al lado para tomar notas, empezó con una clasificación
general:
a) Sin secuencia aparente:
• # 3.
• #6
b) Sin ubicación geográfica:
• # 3.
• # 5.
• #6
c) Con ubicación geográfica:
• # 1.
• # 2.
• # 4.
Experimentó con varias clasificaciones pero nada le decían, muchas de
las secuencias pertenecían a varios de los apartados. Recordó un viejo libro
de acertijos que decía: “Resuelva primero lo más fácil”.

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Volvió a empezar y después de dos horas y la mitad de una cajetilla de
cigarrillos, terminó con las siguientes notas:
Instrucción (1)
a. Encontrar donde están las rocas de Punta Mosquito.
¿Serán rocas de verdad o solo una metáfora? Tendré que ir a ese lugar.
Debo buscar a alguien que conozca bien la Isla. Le preguntaré a Oni.
b. Ubicar el Norte.
¿Magnético? ¿Astronómico? ¿Cuál usarían? El norte magnético se
determina con una brújula, el astronómico es la posición de la estrella Polar,
aunque cercanos, no coinciden en Holbox. Tendré que ubicar ambos.
c. Nadar cincuenta brazadas.
Querrán decir una brazada cuando cada brazo avanza o cuando los dos
terminan. Puede ser el doble de distancia. Creo que mejor reviso en los dos
casos. Sumergirse y buscar una piedra que se asemeje a una serpiente. Que
Ito lo haga, yo ni mais.
d. Buscar debajo de la serpiente de piedra un huevo.
Esta sí es una metáfora. Probablemente sea una piedra que se asemeje a
un huevo.
Instrucción (2)
a. Ubicar la mitad de la Isla de los Pájaros.
¿La mitad de dónde a dónde? Toda isla es irregular.
b. Ubicar el Este.
La misma historia que el Norte.
c. Caminar veinticinco pasos.
Pasitos de los míos o del grandulón que está en la tumba.
Instrucción (6)
a. Presenciar el amanecer para ubicar la salida del sol. Chin… todo
lo quiere en la madrugada. Aparte es del otro lado de la Isla.
b. Montar uno sobre otro. Como que son dos cuerpos que seguramente
se deben encontrar, se colocan uno encima del otro y se alinean al amanecer.
Quizás indiquen una sombra o tengan una mirilla o algo que se refleje con el
sol. Aquí no puedo avanzar.
Instrucción (3)
a. Medir la banda de la princesa cuando se encuentre la fosa.
b. Multiplicar por mil ochocientos ochenta esa longitud. 40x47.
c. Signo es algo escrito o los tigres y conejos ¿?
d. Quiebre significa cambio de dirección en la escritura de la letra ¿?
e. Salto significa cada vez que se levanta el pincel ¿?
f. Chamba de Ito: encontrar al tiburón ballena que siempre nos visita.
Instrucción (5)

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a. La llave solo se debe girar hacia un solo lado, de lo contrario se
rompe o algo pasa. 50% de probabilidad. Como un volado.
Instrucción (4)
a. Debo ir al Ojo de Agua a verlo llorar (sic!).

Al estar repasando Patricia sus notas una a una, se detuvo nuevamente


en las de la instrucción (4). En ese momento un pensamiento la turbó. Sintió
que todo lo estaba haciendo mal. Algo muy simple se le había escapado.
Estaba siguiendo el pensamiento racional occidental. Toda su formación
había sido así, no lo podía evitar.
Recapacitó y se dijo; —si el “Mouhak” dejó un mapa, era para que
alguien lo leyera. Ese alguien tendría que ser un allegado de la reina y de
mucha confianza. Por otro lado, que sentido tendría enterrarse él con todo y
mapa, tuvo que haber hecho una copia y haberla enviado a Corea—.
—Si alguien lo quisiera recuperar no sería por pistas de la Isla, aquí
todo cambia con frecuencia; las costas, la vegetación, y hasta las piedras.
Incluso el pueblo de Holbox se desplazó de la parte norte y baja de la Isla, a
su lugar actual, porque un ciclón lo arrasó totalmente hace ciento cincuenta
años. Simplemente en el último ciclón llamado Iván, del verano del 2004,
tuvieron que evacuar a toda la población—.
—No me parece posible hablar de pasos o mitades de Isla con esa
precisión. Eso, seguramente el “Mouhak” lo sabía. Estas instrucciones son
solo una forma de crear confusión, precisamente para que no fuese
encontrado por cualquier persona—, concluyó.
La lógica racional occidental no funcionaba en este acertijo, sin duda, el
mapa tendría embebido el pensamiento oriental. La forma como estaba
escrito lo decía.
Una idea le vino a la mente. Pudiese ser que tuviese que ver con el
calendario lunar chino por la mención de tantos animales.
—Además, si el Dr. Park no sabía de la existencia de este mapa, ¿cómo
es que sí sabía lo de la aleta del tiburón? —, se preguntó.
—Debo comentarle esto al Dr. Park, creo que tiene información que no
me ha comentado—, pensó Patricia.
El atardecer se estaba aproximando, una palma de la mano extendida
abarcaba del horizonte al sol, recordó a su padre cuando de niña la llevaba a
pescar, significaba que faltaba media hora más para la puesta del sol. Cerró
su laptop y se retiró a su habitación. Se pondría en traje de carácter y
regresaría.
— ¡Oni, Oni!, encontraron a Natalia ahogada, ¡“El banana”!—, llegó
corriendo y asustada la muchacha del aseo.

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Patricia se detuvo y observó que por la playa mucha gente se
amontonaba alrededor de una lancha. Entre dos hombres cargaban un cuerpo
y lo colocaban en la arena. Decidió investigar y se dirigió al tumulto. La
española y su pareja se cruzaron con ella,
— ¿Qué pasó? —, les preguntó Patricia.
La española todavía estaba muy nerviosa, por lo que sin mirar, siguió
de frente caminando rumbo a su habitación sujetada del brazo por su marido.
Patricia llegó a la playa y se enteró de lo que sucedió en la zona de los
tiburones ballena y cómo es que encontraron a Natalia enredada de uno de
ellos.
—La pareja de Sergio, ¿qué sucedería?—, se preguntó.

Esa tarde Ito llegó a la casa del Sr. Valdez, un hombre corpulento,
moreno, con nariz abultada y cabello negro muy quebrado, Mario se lo había
recomendado para que lo llevara a los tiburones. Valdez había sido pescador
de langostas, pero una inmersión no calculada, le provocó un pequeño
derrame cerebral por lo que se había retirado de esa actividad. Le habían
prohibido bucear. Ahora llevaba turistas a pescar en su pequeña lancha, que
era lo único que conservaba de su época de langostero.
Valdez era muy hábil para conseguir lo que fuese, desde la famosa
fayuca, ahora en desuso, hasta pesca de langosta en tiempos de veda. Un
típico “mil usos”. Lo de Ito no le preocupaba, —era pan comido—, decía.
—Tendremos que “aceitar” algunos engranes para que la maquinita
funcione Sr. Ito—, le dijo Valdez en tono burlón.
—Déme quinientos dólares y le consigo toda la temporada, ¿Cómo ve?
—, le preguntó.
— ¿Qué es eso de toda la temporada? —, preguntó Ito.
—Julio y Agosto, queda poco más de un mes, luego los tiburones se
van y regresan hasta el año que entra—, le explicó Valdez.
— ¿Y con eso me lleva a bucear? —, preguntó Ito.
—Ah no, eso es solo para lo del permiso, yo le cobro ochenta dólares el
día—, le aclaró Valdez.
—Pero eso es mucho dinero, son muchos días, no lo tengo—, replicó
Ito.
—Bueno mire, le cobro cincuenta dólares el día, pero salimos cuando
menos tres veces por semana, ¿le parece? —, le dijo Valdez como para
cerrar el trato y olvidarse de conseguir más clientes por un tiempo.
—Bueno, está bien, empecemos mañana temprano, recójame en la
playa de Villa Mapaches a las 6:00, allí lo espero—, se saludaron en señal de
trato y Valdez despidió a Ito.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 57 9/30/2010


Demetrio y Bruno buscaron a Víctor, lo encontraron en su casa. Les
comentó que un día antes del suicidio llevó por última vez a Sergio al Ojo de
Agua. Nunca dejaba que lo acompañara, le pedía que no se moviera y lo
esperara en la lancha hasta que regresara, pero esa vez, Víctor lo siguió de
lejos, pues se aburría. Lo vio que se internaba en el monte siguiendo la
vereda hacia una estructura de madera que los turistas subían para ver la
laguna Yalahou, le llamaban el Mirador, justo encima del Ojo de Agua;
luego caminó a la derecha por el filo de la loma, bajando hasta los
matorrales y ahí se perdió. Ya no quiso seguirlo.
Víctor les comentó que cuando Sergio regresó, llegó muy maltrecho,
tenía hileras de rasguños muy juntitas por su hombro, su camisa rasgada las
dejaba ver. No parecían de arbustos, parecían como de uñas de dedos. Llegó
jadeando muy agitado y bastante pálido. Como si hubiese peleado con
alguien. No le comentó nada, solo le dijo, — ¡dale, vámonos! —, todo el
regreso Sergio se la pasó murmurando consigo mismo, moviendo la cabeza
de un lado a otro y mirando al cielo.
Bruno y Demetrio acordaron verse con Víctor a la mañana siguiente
para ir al Ojo de Agua.

Estimado Dr. Park;


He visto al Dr. Oh, Ito, como quiere que le llamen por acá. El señor
que encontró la fosa (Sergio) se suicidó el día anterior al que yo llegué,
aunque existen sospechas de que pudo haber sido un homicidio. Su
compañera apareció muerta el día de hoy, fue encontrada arrastrada por
un tiburón ballena. No sabemos todavía qué le sucedió. Un hermano del Sr.
Sergio está en la Isla, y junto con otras personas (dos más) hemos formado
un grupo para investigar todo. Les he dado una copia de las traducciones.
He estado trabajando en el mapa y creo que las instrucciones que se
mencionan en él, son solo un desvío de atención. Pienso que es más por el
lado de algún acertijo oriental, se me ocurre que quizá pueda ser con
respecto a los calendarios lunares. Dr. Park, ¿cómo es que usted sabía lo
de la aleta del tiburón? ¿Podría comentar?
Saludos
Patricia.
Después de enviar ese correo al Dr. Park, Patricia regresó al Mawimbi,
el día había sido muy accidentado.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 58 9/30/2010


CAPITULO XI

Día cuatro
La inscripción

“The emigration to Mexico, the second wave of mass exodus from Korea to the
West, was an illegal recruitment undertaken without the authorization of the Korean
Bureau of Development or Korean Government. Unlike the migration to Hawaii, these
emigrants were bound by a water-tight contract for four years of grueling labor…”
Warren Y. Kim

“La emigración a México, la segunda ola de éxodo masivo de Corea


hacia el Oeste, fue un reclutamiento ilegal sin la autorización del Buró de
Desarrollo de Corea o del Gobierno de Corea. A diferencia de la emigración
a Hawai, estos emigrantes fueron atrapados por un contrato hermético a
cuatro años de trabajos forzados…”
Leía el Dr. Park el libro de Warren Y. Kim, “Koreans in America”,
publicado en 1971, una de las reseñas de los ascendientes de Patricia. En
esas fechas, alrededor de cien inmigrantes originales todavía permanecían
con vida y ya habían generado más de mil descendientes. Los abuelos y los
padres de Patricia entre ellos.
El Dr. Park tenía tapizada su oficina con fotografías de muchas familias
mexicanas que pertenecían a esos descendientes. Un ministro presbiteriano
coreano le había regalado copias de ellas al recorrer México en busca de
esos descendientes, buscaba en los directorios telefónicos de las ciudades
apellidos que le pareciesen coreanos, y luego se comunicaba con ellos para
informarse, aún con ese método muy sencillo, había hecho muy buen
trabajo. La familia de Patricia no estaba entre ellos. Sus apellidos ya no eran
coreanos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en México, como en muchos
países, una desconfianza y en algunos casos persecución, se desató en contra
de todos los orientales que radicaban en el extranjero. Más aún cuando
Corea pertenecía al imperio Japonés y se estaba en guerra contra ellos.
Incluso, cierta documentación de los coreanos en México la expedía Japón.
Hasta la proclamación de la República de Corea en 1948, para los
coreanos emigrados, estaba prohibido regresar a su país, en parte por sus
ideas independentistas, en parte porque aportaban recursos para la guerra de
liberación. Tener noticias de sus conciudadanos en México no era sencillo,
pero tampoco había un marcado interés.
En uno de sus viajes a San Francisco, el Dr. Park había conocido a uno
de los sobrevivientes inmigrantes de México, un señor apellidado Lee y que

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 59 9/30/2010


estaba ciego. En su lecho de muerte, le contó que él y otra persona que ya
había fallecido, habían enterrado a la princesa, al “Mouhak”, así como, a
otras personas más. Su juramento había consistido en cegarse, para jamás
poder revelar el secreto de la ubicación de la tumba. Que algún día llegaría
una persona y su Gi le señalaría si era la indicada para entregarle un pequeño
medallón de madera. El Dr. Park resultó ser la persona indicada para este
viejecito ciego y poseedor del medallón.
El medallón de madera tenía grabado un relieve de la península de
Yucatán, un pez grabado como un tiburón con pecas o pequeñas manchas en
su cuerpo, y con una marca ilegible en su aleta dorsal. Escrito en la parte
inferior del medallón decía en coreano: “encuéntralo”.
El anciano hizo que el Dr. Park le prometiera que lo encontraría. Esta
información nunca se la comunicó a Patricia.

Así recordaba Ito la historia que el Dr. Park le comentó en su primer


encuentro, mientras preparaba sus arreos de buceo. Solo el medallón de
madera tenía como pista de la posibilidad de que la hija de la reina Min,
estuviese en México.
Ito, al ver el medallón y la península de Yucatán, inmediatamente pensó
en Holbox, sabía de la existencia de los tiburones ballena en esta zona de
México, aunque nunca había estado.
Valdez ya lo estaba esperando, una hielera con agua y refrescos, dos
tanques de gasolina y un toldo que cubría la mitad de la lancha.
Al llegar a la zona del plankton, Ito trazó una nueva estrategia, ahora no
tenía que seguir las instrucciones de “El banana” u otros guías, el podría
bucear a su arbitrio. Primero recorrió la zona para estimar cuántos tiburones
ballena estaban presentes, llegó a sumar treinta y dos. Después identificó
cuantos recorridos hacían y cuántos tiburones por recorrido andaban. Contó
seis, con grupos de cuatro a siete.
Como nadan lento, podría verificarlos con rapidez, estimó que quizá le
llevaría unos seis días. Alrededor de dos semanas saliendo tres veces por
semana.

“Reino: Animalia. Filio:Chordata. Sub Filio: Vetebrata.


Clase:Chondrichtyes. Sub Clase: Elasmobranchii. Orden:
Orectolobiformes. Familia: Rhincodontidae. Especie: Typus.”

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 60 9/30/2010


Así repetía Ito, como si fuera un trabalenguas, a quien estuviera
enfrente. Era su muy peculiar sentido del humor para describir al tiburón
ballena.
—Es el pez más grande, es el tiburón más grande, pero ¡NO! Es ballena
—, Ito tenía que aclarar siempre.
Y así era, un pez enorme de hasta quince toneladas de peso y que puede
medir hasta veinte metros. Se distingue por unos puntos y rayas de color
amarillo, que contrastan con su piel gruesa gris oscura.
Sus casi tres mil pequeños dientes no le sirven, pues su alimentación la
hace filtrando agua a través de membranas esponjosas en sus cinco agallas
principales. Durante mucho tiempo se pensó que eran ovíparos, incluso se
dijo que se había encontrado un huevo en el Golfo de México en 1952 de
casi ¡treinta y seis centímetros!, lo que lo haría el huevo más grande del
mundo. Ahora se sabe que son vivíparos, se han encontrado hembras
preñadas cargadas con cientos de ellos. Al nacer miden un poco más de
sesenta centímetros.
Ito sabía que el tiburón ballena que buscaba tendría que ser de los más
grandes, pues ya habían pasado cien años desde que supuestamente le
marcaron la inscripción.
Valdéz se acerco a uno de ellos, lo siguió por un costado tratando de no
ahuyentarlo, Ito por su parte, con unos binoculares, observaba
detenidamente la aleta dorsal del tiburón, pero no distinguió ninguna
inscripción, al menos no por el lado que lo observaba. Cambiaron de
posición y tampoco la tenía. Ito pensó que solo un golpe de suerte lo podría
ayudar, ya había perdido la cuenta de las veces que había salido con los
turistas a observar los tiburones ballena, pero su muy menguado presupuesto
siempre se lo recordaba.
Durante varias horas estuvieron siguiendo tiburones, Valdéz se quejaba
de que el motor de la lancha se calentaba y que quizá no tendría gasolina
suficiente para el regreso, Ito, por su parte, le urgía que cambiara de actitud
y continuara.
De repente, un golpe seco se escuchó por debajo del casco de la lancha,
haciendo que un movimiento oscilatorio los meneara de un lado a otro. El
bote tomó agua y el motor se levantó, produciendo un ruido ensordecedor
ante la preocupación de Valdéz. La aleta de una mantaraya gigante los había
golpeado.
Junto a ella, un tiburón ballena se confundía, dando la impresión de un
animal enorme que oscurecía el mar. Pasaron tan cerca del costado de Ito,
que aún sin binoculares, pudo distinguir en la aleta dorsal del tiburón que

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 61 9/30/2010


algo tenía marcado. Unas rayas descoloridas sobresalían en la oscura piel de
la aleta superior.
— ¡Ése, ése es! —, gritó Ito, — ¡no lo pierdas! —.
Valdéz giró la lancha para esquivar la mantaraya pero la propela del
motor rasgó su cola, provocándole una reacción refleja como latigazo. Ito,
que se encontraba en la parte delantera de la lancha, recibió el impacto
botándolo al mar en medio de los grandes animales.
Un zumbido en su cabeza retumbaba, poco a poco se hundía y luchaba
para mantenerse consciente. Escuchaba a lo lejos el ruido ahogado del motor
y los gritos enclaustrados de Valdéz. Recuperó su lucidez y se percató de la
situación en que estaba, su frente le dolía y un fuerte ardor le llenaba su cara,
se impulsó y comenzó ascender a la superficie. Ahí estaba Valdéz, a escasos
cinco metros. Nadó hacia él, pero el tiburón ballena sin verlo lo impactó con
su nariz empujándolo hacia delante, ahora, al tenerlo de frente, la cabeza
plana del tiburón le sirvió a Ito de plataforma, y montándose como en un
caballo al revés, con sus piernas abiertas, logró asirse a la aleta dorsal.
Allí estaba la inscripción, una T inclinada con su base corta y un
pequeño círculo encima. Ito sabía perfectamente lo que significaba.

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CAPITULO XII

Día cuatro
Los Torbellinos

Demetrio y Bruno caminaron despacio a la playa, no conversaban,


Víctor los llevaría al Ojo de Agua, donde Sergio encontró la fosa.
Solo sus pensamientos los acompañaban. Bruno, siguiendo con la
mirada las huellas que Demetrio dibujaba en la arena al caminar, meditaba
sobre los trasladados de países, los desarraigados, recordando a Mario
Bunge:

“El desarraigado carece de hondas y múltiples raíces afectivas en su


nuevo habitat, porque ha dejado de pertenecer a los círculos o sistemas
sociales en que creció. Por lo tanto, carece del apoyo al que estaba
habituado. Se siente solo en un mundo hostil.
No es de extrañar, pues, que el desarraigado perciba al mundo como
hostil. Y si lo percibe así tenderá a replegarse sobre sí mismo e incluso a
actuar de manera agresiva. De este modo hará menos amigos que
enemigos. Y la existencia de éstos le confirmarán su sospecha, acaso
injustificada al comienzo, de que su entorno le es hostil.”

Él mismo se veía así en Canadá, o en Argentina cuando era joven, o en


Italia cuando era niño. Toda su vida transitando en desarraigos, de uno a
otro. A su edad, ya la idea de la muerte de vez en cuando lo acechaba y se
preguntaba dónde quería morir. Como si importara, se decía, “si el muerto y
el arrimado al tercer día apestan.”
Pero no era tanto lo que seguía de la muerte lo que le perturbaba, era
más bien el camino hacia la muerte, — ¿Será mi derecho?, ¿En realidad
tengo elección?, ¿La tuvo Sergio? —, se preguntaba.
—Los desarraigados no tienen elección, no pueden regresar, aún si
regresan, ahora son desarraigados en su lugar de origen…, se decía a sí
mismo. ¡Uno de cada tres!, ciento sesenta y cinco millones de emigrantes en
el planeta—, recordaba Bruno la cifra del World Migration Report 2003, ya
fueran legales, ilegales o refugiados. Esto es el neomadismo, esta es la nueva
movilidad social, y no tenemos idea de cómo nos vaya a modificar—,
pensaba.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 63 9/30/2010


— ¿Eres de aquí Víctor? —, preguntó Demetrio como para romper
hielo.
—No, nací en un aserradero de unos alemanes donde mi padre
trabajaba, nos venimos cuando era niño, pero estaba cerca. Cada vez que la
gente de Holbox quería cruzar la laguna se hacían señales al aserradero y
entonces una lancha salía para allá, pero se cerró y nos venimos a vivir a
Holbox—, contestó Víctor.
—Hasta aquí llegué—, dijo Víctor señalando con su mano la última vez
que trajo a Sergio al Ojo de Agua.
Demetrio se internó en la maleza y empezó a buscar alguna pista que le
indicara dónde podría estar la fosa. Después de una hora encontró una estaca
que claramente marcaba un límite de propiedad. Sin embargo, aunque
significaba mucho, solo era una esquina del rectángulo del terreno. Caminó
en línea recta en varias direcciones pero no encontró nada. Decidió regresar
con Bruno y Víctor.
— ¿Tienes idea de que tamaño podría ser el terreno? —, preguntó
Demetrio a Víctor abriéndose un refresco.
—No, eran muy variados, pero como no está frente a playa creo que
debía ser grande, a lo mejor de hectáreas—, dijo Víctor.
—Encontré una esquina—, le dijo Demetrio a Bruno.
Durante todo el día los tres estuvieron buscando la fosa. Cerca del
atardecer, Demetrio observó a lo lejos que unos arbustos estaban orientados
diferente de los demás. Se notaba que los vientos predominantes eran del sur
y la inclinación de la maleza seguía la dirección de los vientos. Pero estos
arbustos no, se inclinaban hacia el Sur, al contrario de los vientos. No
concordaba.
— ¡Creo que aquí hay algo! —, les gritó a Bruno y Víctor.
Removieron los arbustos y aparecieron los tablones.
— ¡Miren una entrada! —, advirtió Víctor removiendo unas ramas.
La fosa se había encontrado. El pequeño túnel de acceso que Sergio
había cavado parecía como una guarida de algún animal. Víctor se disponía
a entrar con linterna en mano, cuando escuchó:
— ¡No, no entres! —, gritó Demetrio.
—Se han encontrado esporas dañinas en algunas excavaciones de
tumbas antiguas que causan enfermedades; y luego se dice que es alguna
maldición, brujería, o algo por estilo. Sugiero que ventilemos primero muy
bien el lugar antes de entrar—, explicó Demetrio.
Víctor no hizo caso y se adentró por el túnel. Levantó uno de los
tablones y descubrió la tumba. Demetrio y Bruno, en la periferia de la fosa
observaban sorprendidos los cadáveres en el fondo.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 64 9/30/2010


Efectivamente, la joven princesa no se notaba descompuesta. Demetrio
le pidió a Víctor que removiera la banda que adornaba su cuerpo y cuando lo
hace, observó unos pequeños puntos oscuros alrededor del cuello. Bruno le
pide que los toque y le diga como se sienten, lo hace, y varios de ellos se
desprenden. Eran pequeñas agujas no muy profundas de unos tres milímetros
de largo, Víctor toma algunas de ellas y se las entrega a Demetrio, él las
observa y las reconoce; eran agujas que se utilizaban en la acupuntura.
Desde lejos se veía a Bruno parado en uno de los lados de la tumba,
Demetrio en cuclillas en el lado opuesto, y Víctor, solo la cabeza y hombros
sobresalían.
Absortos, seguían los tres observando la tumba, de repente, y sin razón
alguna, un torbellino se empezó a formar como a veinte metros de la fosa,
avanzó en la dirección de Bruno e inmediatamente otro se formó, esta vez en
el lado opuesto y dirigiéndose a Demetrio. A medida que avanzaban
cobraban fuerza, al principio, pequeños, como los remolinos que se cruzan
por las carreteras, pero ya más cerca, cubrían un ancho de tres a cuatro
metros en su parte media, levantando hojas y ramas por su paso hasta una
altura de cinco a seis metros.
Los tres los ven venir y corren despavoridos a buscar resguardo entre la
maleza. Sin poder tener explicación, los dos torbellinos recorren la tumba
por el perímetro llenando de ramas y hojas la fosa, hasta que consiguen
cubrirla para después desvanecerse. Bruno, Demetrio y Víctor, visiblemente
atemorizados guardaron silencio al igual que la maleza, cada quien estaba
solo y a unos metros de distancia.
— ¡Vieron eso, vieron eso! —, gritó Demetrio azorado, pero a la vez,
excitado por el fenómeno que quizá solo había durado unos minutos.
Víctor permanecía inmóvil y callado, sus piernas temblaban y su cara
palidecía. Un escalofrío recorrió su cuerpo y cayó como tronco, desmayado.
Bruno no lo podía creer, los torbellinos se le figuraron con vida y hasta
inteligentes. Jamás había tenido una experiencia semejante, se frotaba los
ojos para limpiarse algunas basurillas que se le introdujeron y lágrimas le
brotaron. No sabía si lloraba o simplemente era un reflejo de sus glándulas
lacrimales ante los cuerpos extraños. Lo que si comprendía era que algo no
natural había ocurrido, no le gustaba usar a palabra sobrenatural.
Demetrio y Bruno se acercaron a Víctor, estaba tirado en el suelo y
sujetando la banda de la princesa entrelazada en sus dedos, como si hubiese
estado rezando y la banda fuese un rosario.
Con unas leves cachetadas Demetrio hace volver en sí a Víctor, que
todavía sin recuperarse por completo solo dijo: — ¿Qué pasó? —.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 65 9/30/2010


Se acercaron a ver el montículo de ramas y hojas que los torbellinos
habían dejado cubriendo la fosa. Se quedaron estupefactos al ver la tumba.
Las ramas y las hojas se encontraban cuidadosamente acomodadas,
simulando arbustos y con un orden natural.
En su regreso a Villa Mapaches, durante el trayecto, Víctor que nunca
paraba de hablar, ahora solo venía concentrado manejando la lancha. Para
sus adentros estaba rezando, o más bien balbuceando, pues ya no se
acordaba ni del Padre Nuestro, hacía tiempo se había olvidado de Dios, pero
esta era una muy buena razón para acercarse.
—No debí haber venido, a los muertos hay que dejarlos en paz—, se
decía.
Ya estaba enterado de la existencia de un tesoro, había sobre escuchado
algunas conversaciones entre Bruno y Demetrio. Su interés no era solo
ayudar a encontrar a los muertos, la codicia se había presentado en sus
mejores galas y la aceptó. Pero ahora se arrepentía, lo que le sucedió no
valía el tesoro. Quizá era solo una advertencia y por eso trataba de dar
gracias a Dios.
Bruno, tratando de encontrar alguna explicación lógica a lo que había
sucedido, meditaba sobre la vulnerabilidad del pensamiento. No que no lo
aceptara, ya hacía tiempo que veía la posibilidad de que algunos fenómenos
podrían ocurrir sin tener una explicación conocida del pensamiento racional.
Sus estudios sobre el dualismo mente/cerebro, le habían abierto los ojos ante
fenómenos no explicables científicamente.
Pero vivirlos en carne propia era muy distinto. Ahora era él quien se
confrontaba, no un tercero que decía lo que le había pasado. Su amplio
conocimiento sobre la filosofía de la ciencia y el método científico, no le
parecía suficiente o de mucha utilidad. Su sentido común lo sentía deshecho.
Corroboraba una vez más, que las grandes interrogantes científicas,
comenzaban al cuestionar al sentido común.
— ¿Qué fuerzas se podrían haber agrupado para provocar los
torbellinos y porqué en ese momento? ¿Cómo tendrían que haberse
conjuntado para producir esa trayectoria y ese orden tan perfecto en el
acomodo de pequeñas ramas y hojas, de tal suerte que parecieran como si
fuesen plantas? Si los torbellinos, son uno de los fenómenos mas
complicados de entender y modelar, ¿Cómo era posible generarlos a
voluntad y sobretodo, que se les pudiese ordenar un propósito específico?
—, esas y más preguntas giraban en su cabeza.
Demetrio se vino pensando que el suicidio de Sergio cobraba nuevas
implicaciones. Ya no le extrañaban sus alucinaciones o paranoias de las que
se quejaba antes del suicidio, tampoco descartaba que quizá algo fuera de los

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 66 9/30/2010


cánones típicos de: arma, motivo y cuerpo, en todos los asesinatos, estuviera
presente. Aún más, la muerte de Natalia y las raras condiciones en que
ocurrió, lo forzaban aceptar cierta complicidad entre lo que había sucedido
en la tumba y lo inverosímil de haber sido arrastrada por un tiburón ballena.
A partir de ese momento, se dijo, no descartaría cualquier posibilidad
por muy irracional que pareciera.

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CAPITULO XIII

Día cuatro
El acertijo

“Patricia, no vayan a la tumba bajo ninguna circunstancia, puede ser muy


peligroso. Luego les explicaré”.
Dr. Park

Así de parco recibió Patricia el último correo del doctor. Sin embargo,
él tenía sus razones.
Se le había venido a la mente que quizá la no descomposición del
cuerpo de la princesa, se debía a que probablemente el “Mouhak” si sabía
donde se unían la acupuntura y la geomancia. La continuidad del Gi se
estaba dando e interrumpirla podría tener serias consecuencias.
El Dr. Park practicaba el tipo de “experimentos pensados” que Einstein
había desarrollado en su búsqueda para la comprobación de su teoría de la
relatividad, ya que los recursos tecnológicos no estaban todavía disponibles
para hacer experimentos reales y así poder corroborar sus teorías. Sin
embargo, Einstein sostenía que cuando una rama de la ciencia, en este caso,
la Física, estaba lo suficientemente madura, era posible “pensar
experimentos” basados en postulados ya comprobados, por lo que estos
“experimentos pensados”, aún a pesar de que no podían ser llevados a la
práctica, digamos el mover un objeto a la velocidad de la luz, desde el punto
de vista del método científico, eran tan válidos como si en la práctica
pudieran ser realizados.
De la misma manera el Dr. Park “pensaba experimentalmente” que el
Gi de la acupuntura debería de verse como una energía de lo infinitamente
pequeño, y el Gi de la geomancia, como una energía de lo infinitamente
grande. Trazando una analogía como con lo que sucede entre la teoría
quántica y la teoría de la relatividad, donde la primera, explica lo referente a
lo infinitamente pequeño, y la segunda, a lo infinitamente grande. Pero que
hasta el momento ambas teorías no han podido unificarse.
Esta similitud tenia perturbado al Dr. Park, el hecho de que el mismo
año de esta migración de coreanos a México, en 1905, coincidiera con la
publicación de la famosa ecuación E=mc2, y de que el “Mouhak”, pudiera
haber descubierto la unificación de los Gi, equivaldría para la ciencia
occidental el haber descubierto la GUT (Great Unification Theory). A la
cual Einstein dedico el resto de su vida sin conseguirlo.

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 68 9/30/2010


El Dr. Park sostenía que esta unificación de los Gi, consistía en un flujo
de energía permanente entre la princesa y el medio ambiente, lo que hacia
posible la no descomposición de su cuerpo, quizás mediante un proceso
regenerativo el cual todavía no podía explicarse, pero que la evidencia
estaba allí. También suponía que este flujo necesariamente había tenido un
proceso de estabilización, los cien años transcurridos habían logrado que los
Gi estuvieran en estado estable, de tal manera que, cualquier perturbación
podría tener consecuencias no predecibles.
Una de sus hipótesis mencionaba que un Gi unificado, no permitiría la
intromisión de cualquier otro Gi que intentara perturbarlo, por lo que
arremetería contra el Gi de esa persona sin importar sus intenciones. No era
un problema entre el bien o el mal, era simplemente una respuesta de
conservación y supervivencia, similar al proceso evolutivo y conservación
de las especies. No habría demonios ni ángeles, ni culpables o inocentes,
solo respuesta, nada mas.
Esta hipótesis había inclinado al Dr. Park, para advertirle a Patricia, lo
antes posible, — no vayan a la tumba—, aun sin saber que consecuencias
tendría.

—A ver, ¿de cuantos animales estamos hablando? —, se decía Patricia


tratando de resolver el mapa, otra vez sentada en su palapita preferida.
—Tenemos la serpiente en la instrucción #1, pájaros, en la Isla de los
Pájaros, tigres y conejos en la banda de la princesa, monos, en Punta Monos,
O sea van cinco—.
—Pero, el calendario chino se repite cada 12 años, los cuales son:
rata, vaca, tigre, conejo, dragón, víbora, caballo, cordero, mono, gallo, perro
y cerdo—.
Señaló los que ya estaban y se dijo;
—Me faltan siete, si considero que el pájaro es el gallo, quizás los
otros se refieran a fechas importantes, ya sean muertes o nacimientos…—,
entre fumada y comida de uñas, Patricia se remolineaba en su silla, como
que la sentía muy angostita para sus amplias caderas.
Patricia extrajo sus notas que había tomado de las conferencias del Dr. Park,
y repasó:
—La reina Min nace en septiembre de 1851 y es asesinada en octubre
de 1895.
—Su primer hijo nace en 1871 y fallece inmediatamente.
—En febrero de 1874, nace su segundo hijo.
—En agosto de 1880 nace su hija (de acuerdo a los documentos
encontrados en la remodelación del palacio). Y añadió;

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 69 9/30/2010


—La princesa fallece en México en 1905.

Patricia hace un listado de los años importantes: 1851, 1871, 1874, 1880,
1895, 1905.
Después de un rato y media revuelta, Patricia hace un recuento hacia atrás
en ciclos de doce años a partir del 2005, que es el año del gallo y obtiene los
siguientes años:

1851, año del cerdo (nace la reina Min)


1871, año del cordero (nace primer hijo)
1874, año del perro (nace segundo hijo)
1880, año del dragón (nace la princesa)
1895, año del cordero (muere la reina Min)
1905, año de la víbora (fallece la princesa).

Y añade los que llevaba: gallos (el único pájaro en el calendario), tigre,
conejo, víbora (serpiente) y mono. Observó que el año del cordero y el año
de la víbora, ser repetían.

Los acomodó en la secuencia usada, y obtuvo los siguientes. Rata


(¿?), vaca (¿?), tigre (banda), conejo (banda), dragón (princesa), serpiente
(de piedra, princesa), caballo (¿?), cordero (hijo I), mono (Punta), gallo
(pájaro isla), perro (hijo II), cerdo (Min).
Le faltaban: rata, vaca y caballo.
Recordó la instrucción # 6, “montar uno sobre otro”, y se dijo:
-¡es el año del caballo!-
Solo le restaban la rata y la vaca.
-“Cuarenta veces cuarenta y siete”, eso era mil ochocientos ochenta, el
año en que nació la princesa-, recordó la instrucción #3.
-“Veinte en cada quiebre, y nos mas en cada salto”, o sea, mil
ochocientos ochenta, mas veinte, suman mil novecientos, ¡Es el año de la
rata!, pero. “y uno más en casa salto”, es mil novecientos uno. ¡no puede ser,
es el año de la vaca!

Patricia se sentía desilusionada, todos los animales estaban presentes,


ella esperaba que alguno faltara, o que algo le dijera la solución.
Por un momento se imaginaba que ella había seguido el mismo
método de los charlatanes que escribían libros de extraterrestres y media el
perímetro de la base una pirámide, para luego, con la información actual de
la distancia a la luna, dividían esta distancia entre ese perímetro para

Jorge Rhi-Sausi, Holbox Página 70 9/30/2010


concluir que los constructores de esa pirámide eeran extraterrestres, pues si
multiplicaban por cierto número de veces el perímetro de la base de la
pirámide, que habían calculado con anterioridad, les daba la distancia a la
luna. O sea, lo definido, entraba en la definición.
De cualquier manera, Patricia decidió enviarle un correo al Dr. Park e
informarle lo que había encontrado. Simplemente había llegado al punto de
partida. No entendía.

Dr. Park:
No hemos visitado la tumba, tomaré en cuenta lo que me dice. Ito no
ha regresado de búsqueda del tiburón y los amigos ( Bruno el hermano de
Sergio y Demetrio, el investigador) que fueron a buscar la fosa, tampoco. Le
escribo porque no sé que signifique la conclusión a la que llegué. Identifiqué
todos los animales que se representan en el calendario chino, algunos, como
nombres de lugares de Holbox, otros, en años de fechas importantes.
Curiosamente todos están. Pensé que alguno faltaría, o que al me indicaría
hacia donde buscar pero no, nada, llegué a mi punto de partida, como en un
círculo.

En ese momento Patricia se detuvo, pensó para si misma… como en


un círculo…
-Exacto, ¡ahí está!, en la misma tumba, no hay que ir a ninguna parte,
es la esencia de l budismo, no hay principio ni final. Seguramente está en la
misma tumba. ¡Allí se debe buscar! -, concluyó.
Canceló el correo que esta escribiendo y decidió esperar a Ito y los
demás para comentarles su idea.
Pero, ¿cómo buscarían?, el Dr. Park les había advertido que nos se
acercaran a la tumba.

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CAPITULO XIV

Día Cinco
El olvido

Esa mañana, el golpeteo que su vecino hacia reparando el techo de su


carrito de golf despertó a Victor. Todavía sin levantarse, sentía que las
paredes se le aconchaban y la cama se le estiraba, un fuerte dolor de cabeza
lo molestaba, agudo, punzante, justo en medio de sus ojos y tan solo por
encima de su nariz.
Trataba de hablar pero ningún sonido salía de su boca. Se veía desde
adentro y desde afuera, una sensación de estar pequeñito en su propio
cuerpo, o bien, como si observara por una cámara de circuito cerrado desde
el techo.
Ciertas imágenes como fotografías le aparecían en su mente, donde a
bordo de una lancha, una mujer vestida de blanco jalonaba a un hombre
desnudo, mientras una molesta mar a la orilla de unas rocas, los movía en un
vaivén interminable.
Poco a poco aquellas imágenes se le transformaban en recuerdos, ya
no era cuadros aislados y cortados, ahora era mas bien como una película,
donde escenas continuas le llenaba su cabeza, empezaba a recordar algunos
eventos que seguramente le habían sucedido y por alguna razón, los había
olvidado.
Sin darse cuenta, una seria de recuerdos le llegaron, como si hubiera
tenido una laguna mental, y ahora se llenaba de acontecimientos, Sentía que
casi todo una día se le había escapado y lo estaba recuperando.
Recordó que en la mañana de ese día había llevado a Sergio, como
casi todos los últimos días, al “Ojo de agua”, regresaron por mediodía y le
pidió que fueran a Casa de Sandra: la ex casa de un trovador cubano llamado
Pablo Milanés , quien la había construido para pasar vacaciones en la isla,
pero su esposa Sandra la transformo en un hotel holistico después de haberse
separado del cantante.
Ahí se hospedaba Natalia, alejada del centro del pueblo, rumbo a
Punta Monos. Victor recordó que Sergio le pidió que los llevara a las rocas,
una formación de piedras que se encontraba en la punta, de Punta Monos.
Pasaron por Natalia y estaba visiblemente ebria. Cargaba una botella
de ginebra, tomando grandes tragos directo del pico de la botella. Llegó
tambaleándose y cantando una especie de tonadilla, como si fuera una

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marcha militar, o quizás el estribillo de algún coro de iglesia. Seguramente
era una canción de Austria, su tierra natal.
-Hola Victor, sigues llevando a este pendejo a ver los muertos, se los
va cargar la chingada por andar de curiosos, pero este güey no entiende, ya
se lo he dicho muchas veces, y no hace caso. Ya no lo lleves, cada vez
regresa peor- le decía Natalia en un español borracho donde lo único claro
era las maldiciones.
Después de varios intentos, pues no coordinaba el vaivén de la lancha
con su impulso, Natalia finalmente logró subirse a la embarcación,
mostrando sus largas piernas muy bien formadas, Su vestido blanco de
algodón lo había rasgado a propósito por la mitad, y a lo largo de talle, pues
le impedía dar amplias zancadas al caminar, o montar su bicicleta.
Victor, sin perder mirada, seguida muy de cerca cada movimiento de
Natalia, un diminuto calzón dejaba entrever su bello púbico, por detrás, se
entremetía entre sus todavía muy firmes glúteos, provocando que Natalia,
constantemente se jalara el vestido para sacarlo. En cada tirón, Victor se
estremecía, pues se imaginaba teniéndola empinada y penetrándola haciendo
solo a un lado el calzón, hasta sentía en su mente el ardor que le produciría
la fricción de la tela al roce don su miembro.
Natalia, por su parte, ya había dado cuenta de las miradas de Victor, le
gustaba que mirar, más, cuando ella lo provocaba cada vez que Sergio se
distraía. Ahora, media tomada, pensaba que quizá le dedicaría un tiempo a
este lanchero aguerrido, su piel morena y su cuerpo robusto lea excitaban
mucho, pues a pesar de tener varios años en la isla todavía no probaba la
“experiencia latina”, como ella decía.
Salieron de Casa Sandra y enfilaron por la costa rumbo a Punta
Monos, al llegar, Sergio le pidió que se anclara lo más cerca posible de las
rocas, Victor no entendía y le preocupaba detenerse en ese punto peligroso.
Una vez anclados, Sergio de desnudó, una a una se fue despojando de
sus prendas; primero, su camisa blanca de algodón deshilado, que con
mucho cuidado dobló y la colocó en una de las bancas de la lancha.
Natalia observó la espalda de Sergio, notó sus marcas como rayas en
uno de sus hombros, se veían muy recientes. No las conocía, pues la última
vez que lo habían hecho ya habían transcurrido dos semanas, ni para cuando
como al principio de relación donde tres y a veces hasta cuatro en un día,
probando cualquier lugar de la casa o de la isla.
-Pinche puto, ya debiste andar cogiendo por ahí, méndigo-, pensó
Natalia para sí.
Posteriormente, Sergio se quitó los huaraches que calzaba y empezó a
remover su pantalón de mezclilla desteñida. Natalia se estiro hacia el cuerpo

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de Sergio y tocándole el pene por encima del calzoncillo, envolviéndolo con
sus manos, se le estrujo diciéndole;
-Que anduviste haciendo por ahí cabroncito, a ver, a ti no te tocaron
arañazo-, y soltó una carcajada.
Sergio, al sentir que Natalia quería sacar por fuera del calzón su pene
en un acto reflejo se empujo hacia atrás, evitando que Natalia lo hiciera.
-espera, andas muy tomada, déjame hacer lo que tengo que hacer-, le
dijo y se movió alejándose de ella.
Sergio se quitó su calzón, y sin avisar, se tiro de clavado en el agua.
Natalia y Victor se quedaron mudos, pues no entendían lo que Sergio hacia.
De vez en cuando Sergio salía a la superficie, solo para respirar un poco y
sumergirse nuevamente.
Natalia, aburrida, decidió deslizarse como serpiente por entre las
bancas de la lancha hasta donde estaba Victor, con botella en mano le dio un
largo trago y se arrodilló frente a él, empezó a desabrocharle el cinturón y
abrió la bragueta de l pantalón en busca de su miembro. Lo sacó y lo roció
con la botella de ginebra dándole un largo chupetazo, una y otra vez repitió
la operación, cada vez mas excitada y cada vez el miembro de Victor más se
endurecía.
Victor cerraba los ojos de placer y de asombro, con ambas manos,
levemente cubría la parte superior de la cabeza de Natalia, siguiendo sus
movimientos, sin empujarla, solo manteniendo el ritmo, tomaba sus mejillas
con ambas manos, enredando sus dedos en el cabello largo, guiando los
movimientos de su boca de arriba abajo.
Victor sentía que estallaba y Natalia se remolineaba cada vez más,
llenándose la boca y tragando aquello de Victor hasta donde más no llegaba.
Su cabeza giraba de un lado a otro y se la comía aún más adentro, emitiendo
ruidos guturales de placer que se ahogaban en sus labios. Victor, a puente de
venirse fue sorprendido por un fuerte golpe, Sergio como botado del cielo
les cayó encima a los dos, todo cubierto por baba pegajosa color amarillenta
y un fuerte olor azufroso que despedía por todo su cuerpo.
Natalia se incorporó y gritó de espanto. Victor por su parte, empujó el
cuerpo de Sergio hacia un lado para poder levantarse y entender la situación.
Sergio inconsciente, mantenía sus ojos cerrados y no parecía que respirara.
Victor le removió la baba pegajosa que cubría su nariz y boca y en una
fuerte aspiración, emitiendo un sonido gutural de asfixia. Sergio abrió sus
ojos y volvió en si.

Se levantó y parado en la lancha comenzó a dar golpes a alguien


inexistente, volteó hacia abajo donde Natalia estaba acurrucada sin querer

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mirar y tomándola de sus cabellos, la levantó con una solo mano y la lanzó
hasta el otro extremo de la lancha. Victor, asombrado por la fuerza de Sergio
trató de pararse, pero un fuerte puñetazo lo tumbó a un lado del motor. Lo
último que alcanzó a distinguir fue el cuerpo de Natalia flotando por un lado
de la lancha.
De repente, como por arte de magia, se encontró en su casa
limpienado el motor de su lancha, Si recordaba muy bien desde ahí, pero no
así todo lo anterior, lo último que aparecía en su mente había ido a cenar a la
casa de sus vecinos y la borrachera que se puso. Efectivamente, casi todo un
día se le había borrado.
Después de recuperar sus recuerdos, el dolor de cabeza lo seguía
matando, se quiso levantar de la cama pero no pudo, el cuarto le daba
vueltas y una extraña sensación de sed lo abrumó. Deseaba
desesperadamente tomar agua.
Trató de entender porqué no podía levantarse, en su mente lo percibía,
pero no en cuerpo. Bajó la vista hacia sus piernas y palideció de miedo. No
tenía piernas. No sentía dolor, pero sus mensajes de levantarse no llegaban a
ningún lado. Solo sus caderas obedecían a giro de la orden, pero había en
que apoyarse.
Buscando una explicación, recordó a Sergio cuando regresaron sin
Natalia de Punta Monos, quien con una mirada penetrante y recia le dijo;
-Victor, olvida lo que viste, yo me encargaré de mí, no vayas a la
tumba-

Pero no solo había ido a la tumba, recapacitaba, también se había


metido.
Ahora, demasiado tarde, se había acordado de la advertencia de Sergio.
Victor empezó como atar cabos, Sergio mato a Natalia, quizá no
conciente, pero al fin de cuentas la mató. Su suicidio fue la frase “yo me
encargaré de mí”. Natalia fue llevada por las corrientes de Punta Monos a la
zona de los tiburones ballena, y ahí, se enredó en uno de ellos mientras
flotaba muerta.

-¿Porqué no tendré piernas?-, se preguntaba.


Contaba los minutos, se tocaba sus brazos, manos, y demás partes de
su cuerpo, todo estaba ahí.
De pronto un deseo incontenible de matar a Bruno y Demetrio se le
reveló.
Parte de su pensamiento trataba de evitarlo, pero no podía dominarse. Cada
vez más el deseo de matarlos se apoderaba de él. Le aparecieron sus piernas

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muy delgadas y con rodillas invertidas, y sus manos, se convirtieron en unas
feroces garras, como las patas de un animal prehistórico.
Con un leve impulso en su cintura, saltó y se encontró parado a un
lado de la cama. Su cabeza la sentía pesada, se llevó sus manos, ahora
garras, hacia ella y la encontró muy grande.
-Debería buscar un espejo-, pensó.
Si visión se ensanchaba, ahora veía perfectamente todos lo que estaba
a su alrededor, las cosas a su lado las distinguía como si las estuviera viendo
de frente y bastaba que enfocara la vista un poco, y podía percibir aún lo que
se encontraba detrás de él.
Notó que poco a poco lo que le perturbaba se iba desvaneciendo,
todos los cambios que estaba viviendo por alguna extraña razón los
empezaba a sentir como si ya los había experimentado antes, o quizás al
menos, no le eran totalmente ajenos. Pero también pensó;
- ¿ no será que yo, ya no sigo siendo yo?-. meditaba.
De repente, le entró un profundo sueño y se durmió.
Al menos eso sintió….

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CAPITULO XV

Día cinco
La iglesia

Demetrio, Mario y Bruno, acudieron nuevamente al restaurante Isla


Pajaritos donde Patricia e Ito los esperaban, la mañana estaba brumosa y
las noticias de un huracán que se aproximaba tenían a la población
temerosa y precavida.
Los dueños del restaurante ya habían comenzado a clavar tablones en
algunas de las ventanas y un fuerte viento soplaba; donde periódicos,
papeles, hojas de palmas y bolsas de plástico, mantenían un vuelo errático
por las calles.
Algunos transeúntes sujetando sus sombreros con la mano, caminaban
inclinados arrastrando sus pies pasadamente; los niños, se tomaban de las
manos en mano cadena al cruzar las calles, venciendo los aironzazos que
si bien era conocidos, no dejaban de asustarlos.
Las noticias no eran buenas, el ciclón Dionisio, se decía, ya había
tocado las costas de Yucatán por el lado de la Riviera Maya y se dirigía
por la costa rumbo a Cuba. Las probabilidades de que impactara la Isla
Holbox eran muy altas. De hecho, ya se había mencionado la posibilidad
de evacuar la isla.

¿Qué hacemos?-, preguntó Mario, viéndoles a los ojos.


-Bueno, pues Patricia dice que no nos acerquemos a la fosa, yo creo
que en todo caso, se debe hacer con sumo cuidado. Lo que vimos ayer,
Francamente me tiene preocupado-, comentó Bruno.
-Acabo de revisar mi correo y el Dr. Park menciona la posibilidad de
que el Gi de la acupuntura y el Gi de la geomancia, se encuentren unidos y
en equilibrio, por lo que perturbarlos podría tener consecuencias…-, decía
Patricia en tono sapiente, cuando Demetrio la interrumpe…

-Bueno, pero algunos de nosotros no creemos en esa cosa que le dices


Gi.
Patricia-.
Patricia se incomodó, le molestaba que Demetrio pensara que eso de
Gi era algo que había que “creer” pues no era una religión, era simplemente

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otro punto de vista en el entendimiento del mundo que nos rodea y de
nosotros mismos.
Pero tampoco podía contradecirle, pues en realidad nadie la había medido o
identificado. Por otro lado, se perturbaba cada vez que Demetrio decía su
nombre, le gustaba como lo decía, veía la boca de Demetrio como se
contorneaba al decir “tricia” en Patricia, y se le erizaba la piel.
Demetrio la miraba, su cara de chinita le llamaba la atención y su
inteligencia le cautivaba, él la veía una mujer hermosa e inteligente, lo que
para él era una combinación letal. Pero la diferencia de edades sentía que no
le daba una oportunidad.
-Todo un reto-, se decía.
Pero sus pompis lo tenían deslumbrado, siempre había sido su
debilidad.
Le vino a la mente cuando de estudiante de prepa en el 71, él era el
encargado de llevar el equipo de sonido al mitin que organizaban enfrente
de la plaza, Sin embargo, una “compañera” se había ofrecido a llevarlo en su
auto y así no lo cargara en el camión.

-Esa chica, tenía las nalgas más bellas, jamás vistas, y ella lo sabía-,
recordaba Demetrio.
-Usaba unos pantalones ajustados tipo campana hasta la cadera, de
una tela media elástica que no era más que simple poliéster pero que en se
tiempo era una maravilla, pues dejaba ver cada curva y detalle de su lindo
culito.
Además, no dejar ninguna marca en el pantalón, nunca usaba chonino, lo
que la hacia ver aún más cachonda y “liberada”.
-Obviamente nunca llegué al mitin, en auto y de “perrito” en el
asiento de atrás, sentí tamañaza cosota fustigar mis mulos recordando de
García Lorca;
…”Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío”…

-El mitin se canceló y cuando llegué, bastante tarde, los dirigentes me


reclamaron mi falta de disciplina, mi poco interés en la “lucha”, mi poca
consistencia, en fin mi poca madre.
-Fue en ese momento en que se me vino a la mente, la frase célebre
que después aparecería pintada en muchas paredes: “Compañeros, la nalga

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desmoviliza”, afortunadamente nadie se la creyó y se siguió; haciéndolo y
movilizándose-…

Demetrio regresó de sus recuerdos y notó por un pequeño instante,


con el reojo, que Patricia lo miraba, se hizo el desentendido pero solo por un
momento, y aprovechando que todos miraban hacia la calle el vetarrón,
curzo sus ojos con los de Patricia.
Eso bastó, Demetrio quedó prendido de Patricia. Ella, aunque
acostumbra a recibir miradas, como quiera se turbó, definitivamente la
mirada de un hombre maduro era diferente.
Era una mirada suave, sin intimidar, como con cortesía. Pero a la vez
leyó en los ojos de Demetrio cantidad de cosas. Me gustas, te admiro, te
deseo, quiero. Todo estaba muy claro. No tenia dudas.
Eso le gustaba, las otras miradas jóvenes no habían sido así, el mono,
demasiado directo, ella demasiado ala defensiva. Y cuando no era así, el
mono, con indiferencia, o ella, con indiferencia. En fin, siempre en un estira
y afloja en el camino para enterarse de que había algo, o todo lo contrario.
Aquí lo veía más fácil, le sorprendía lo simple. Lo único que no le
parecía era el detalle de edad. Pero también lo resolvió con simpleza.
-Ni que me fuera a casar-, pensó.
Se quedaron mirando uno al otro por unos instantes pero a ellos les
parecieron minutos. Demetrio sintió que urgía un contacto inmediato y
deslizó su pie por debajo de la mesa hasta tocar el de Patricia. Hizo contacto.
Patricia sintió el pie de Demetrio y brevemente le dio un empujoncito, solo
como para indicar, si aquí estoy, yo también.
-según Patricia, las joyas se encuentran en la fosa, quizás en un doble
fondo o quizá por un lado, el caso es que no podemos encontrarlas a menos
que entremos ala tumba-, comentó Ito, recorriéndolos con su mirada.
-Pero lo que ustedes vieron solo fueron remolinos, grandes, si pero no
les hicieron daño, los pudieron esquivar, Creo que si nos preparamos,
podremos entrar nuevamente-. sugirió Mario.
Una intensa luminosidad apareció como un flash fotográfico. El
pequeño restaurante se iluminó completamente, las caras de todos se
fruncieron el los ojos ante el destello, y a los pocos segundos, un trueno
ensordecedor retumbó por todos lados, haciendo vibrar las paredes de
madera del restaurante. La tierra se cimbró, sintieron las vibraciones en sus
pies y la mesa se sacudió. Fue un estruendo seco, desgarrador, ese sonido tan
único que los rayos producen como si algo se estuviera resquebrajando por
dentro.

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Otros relámpagos aparecieron y deslumbraron a todos, esta vez, en
una secuencia de tres, como si fueran luces estroboscópicas, se llevaron sus
manos a sus oídos y se quedaron esperando los truenos uno detrás de otro,
pero no se escucharon. Bruno se quedó pensativo, no podía ser que fueran
relámpagos o rayos y no se escuchara el sonido, aún si estuvieran muy lejos
ya era tiempo de oírlos.

-¡Vamos!, afuera, rápido, ¡todo mundo!-, gritó.


Bruno se levanto y jaló del brazo de Patricia y Mario, Demetrio sin
entender, también se levantó y jaló a Ito. Bruno corrió hacia adentro del
restaurante y les gritó.

-¡todos afuera! ¡que salgan todos!-.


Afortunadamente todos obedecieron la orden de Bruno y tan pronto
estuvieron en la calle, como bólido, una carga eléctrica en forma de esfera
impactó en el pequeño restaurante, destruyéndolo completamente. No se
despedazó, no fue una explosión , no hubo ruido, solamente una intensa luz
y simplemente se desintegró en pequeñas partículas.
Un gato que siempre deambulaba entre los comensales, con el pelo
erizado como puerco espín, quedó petrificado en medio del restaurante, pero
para el desconcierto de todos sin ningún daño. Solo se lamió sus patas y
corrió hacia la plaza. Igual sucedió con las plantas y flores que adornaban las
mese, nada les ocurrió, estaban esparcidas en el piso, pero intactas, como si
solo lo que no tuviese vida había sido afectado: madera, metal, vidrio y
demás materiales.
En la calle, todos los del restaurante miraban azorados lo que les
podría haber pasado, una señora, temblando y con sus manos juntitas, se
acercó a Bruno y le dijo:
-Dios los bendiga señor. Dios lo bendiga-, y rompió a llorar.
Bruno por su parte, estaba impresionado, había hecho algo que pensó
jamás haría… siguió el consejo de muerto.
Sucedió que cuando apareció el primer resplandor y antes de que el
trueno estallara, Bruno escuchó en su oído la voz de Sergio que le dijo:
-¡Sal inmediatamente! -.
Por un instante no supo que hacer, la voz la escuchó internamente
pero muy cerca del oído. Era claramente Sergio, más no era posible, así que
no hizo caso. Pero en la segunda secuencia de relámpagos, al ver que los
truenos no aparecían y a pesar de no creerse, decidió obedecerle. Al fin y al
cabo no perdía nada con salir. Seguramente la descarga eléctrica había sido
solo una advertencia, el gato vivo y las plantas lo demostraban.

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El fuerte viento los hizo buscar refugio, caminaron por la plaza
algunos metros, y lo encontraron en la iglesia. Después del susto, que mejor
que un lugar apacible y quieto.
La iglesia estaba vacía, se acomodaron en las bancas que eran muy
sencillas, solo unos tablones sostenidos con soportes verticales que les
formaron un triángulo en su base para semejar patas. Patricia estaba
sorprendida, era una iglesia muy humilde, nunca antes había visto una
iglesia católica pobre, lo había observado en las iglesias protestantes, pero
nunca antes en católicas. El Altar, era solo una pequeña mesa de madera
cubierta con un mantel blanco. Sin santos y sin nichos, solo la virgen María
asomaba tímidamente por entre dos sirios y un cristo colgado en el centro
del altar, los miraba lastimosamente.
Entre todos inclinaron las bancas formando un ángulos, de esta
manera podrían estar de frente, Ito, Bruno y Demetrio en una, Patricia y
Mario en otra.
Una camioneta de pronto se detuvo frente a la iglesia, era Matías;
-Evacuaremos el pueblo a las 6:30 de la tarde. El huracán llegará ala
medianoche o por la madrugada, nadie debe quedarse, solo una maleta es
permitido, todos en el mulle-, dijo Matías en tono serio de policía ocupado.
Como vino se fue. Todos se quedaron pensativos, no esperaban que
algo así les interrumpiera su búsqueda. Pero en fin, quién podría llevarlos al
“Ojo de Agua”, seguramente ningún lanchero estaría dispuesto.
Mentalmente estaban haciendo planes, Mario, no pensaba abandonar
la isla, sabía de la existencia de un refugio que Liliana la dueña de Villa
Mapaches había construido en el hotel, precisamente para estos casos, Italo
ya le había comentado y le había mencionado que él no se iría en caso de un
huracán.
-Me quedaré con ítalo, sirve que vigilo mi casa-, pensaba Mario.
Ito mientras tanto , sentía que debía rápidamente irse, tendría que
asegurar las puertas y ventanas de su casa y tratar de llevarse lo más que
pudiera en la única maleta que le era permitido. No dudaba en regresar, la
búsqueda de las joyas lo tenia ya emocionado, pero sobretodo, obsesionado,
ya encontraría la manera de obtner una recompensa o parte del tesoro.
Después de todo, él era el unico que sabía hacia donde girar la llave, sería su
última carta para exigir una parte de las joyas.
Patricia deseaba que Demetrio le pidiera que se fuera con él, eso de
los huracanes le daba miedo y que mejor que estar con Demetrio. Se sentiría
segura.
Bruno, buscaría la manera de invitar a Mario para irse a Cancún o
Mérida, algo que tuviera aeropuerto, si bien tenia interés en resolver el

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suicidio de Sergio, También emocionalmente estaba intranquilo. Le
preocupaba que el cuerpo de Sergio, ya estuviera cremado y no estar ahí
para recibir las cenizas, por otro lado, no era un hombre de aventuras, eso
del huracán no le agradaba nada.
Platicar con Mario le había gustado, aquella noche, después de
recoger las partencias de Sergio, se habían reunido en la palapa mayor de
Villa Mapaches, comenzaron hablando del suicidio y de su vida en Holbox
pero terminaron hablando de filosofía y poesía. Se sentía atraído por la
personalidad de Mario y algo más.
Demetrio pensaba en Patricia, le pediría que se fuera con él a un lugar
seguro, Playa del Carmen le gustaba, solo que el huracán acababa de pasar
por ahí, pero aún así, quizá podrían pasar algunos días mientras el mal
tiempo menguaba.

Sin ponerse de acuerdo, todos se levantaron al mismo tiempo para


partir, pero una sombra que se observaba en la puerta oscurecía la iglesia.
Era Víctor.
Entro trastabileando, arrastraba una pierna y luego la otra, como si
trajera grilletes en los pies, sus brazos se movían rígidos, como de soldado
endurecido, manteniendo sus manos empuñadas al mismo tiempo que
movía sus hombros hacia delante, girando a la derecha cuando se movía su
pierna izquierda y haciendo lo contrario al mover la otra.
La camisa que le salía por un lado, le daba una imagen de andar
tomado, pero no notaba más bien enfermo, o fuera de sí. Y a más cerda, se le
pudieron observar sus facciones, sus ojos muy rojos y brillosos, pero su
expresión era más de tristeza y su mirada denotaba odio, jadeaba y los labios
se le notaban secos con pequeñas manchas blanca en las comisuras de su
boca, en ocasiones observaba a Demetrio o a bruno, pero casi siempre con su
mirada perdida.
Todos se replegaron hacia atrás de las bancas, un presentimiento de que
quizá Victor pudiese atacarlos los mantenía alerta.
Victor, sintiendo que dormía , de vez en cuando despertaba y las
imágenes de la iglesia y de las personas lo confundían, él se había quedado
en la cama acostado , al menos eso era lo último que recordaba,
- ¿que estaba haciendo allí?-, se cuestionaba, al mismo tiempo que sentía
un profundo sueño y volvía a perder conciencia.
- ¿Qué te sucede Victor?-, le preguntó a Mario.
Y sin decir nada, se abalanzó sobre Demetrio, tirándole un fuerte golpe.
Demetrio logró esquivarlo y rápidamente se colocó en posición de alerte
marcial. El ser cinta negra de Tae Kwon Do , le seria útil en esta situación.

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Ito se colocó a un lado de Demetrio, él también era cuarto dan y lo calificaba
para responder a cualquier agresión.
Bruno se percató de que Victor no andaba en sus sentidos, alguien
manipulaba su cuerpo. Aunque no era muy evidente, los ojos de Victor no se
dirigían hacia donde sus manos y brazos golpeaban, estaban casi blancos,
parecía una autómata.
En los brevísimos instantes en que sentía que despertaba, Victor
alcanzaba a distinguir las facciones atemorizadas de Patricia y los demás, sin
embargo, volvía a su estado aletargado de sueño y no podía evitar que su
cuerpo siguiera intentando agredir a Demetrio y Bruno.
Mario, Bruno y Patricia buscaron resguardo detrás del altar, mientras
Ito y Demetrio enfrentaban a Victor.
Con una velocidad sorprendente, Victor logra golpear a Ito, lazándolo
con tal fuerza hacia una de las paredes de la iglesia que inmediatamente
quedó inconsciente. Ahora Demetrio veía que su contrincante tendría mucha
más fuerza y rapidez que el, necesitaba encontrar una forma de
inmovilizarlo.
Demetrio trató de tomar una de las bancas para defenderse, pero antes
de que pudiera siquiera acercarse a ella, Victor, como si leyera su
pensamiento, se adelantó y con una fuerte patada la hizo añicos. Demetrio
volteaba para todos lados buscando algo que le pudiera servir como arma,
pero no encontraba nada.
Victor se le acercó y lo tomó por los brazos juntándoselos pegados al
cuerpo, lo miró fijamente unos instantes, inclinando su cabeza lentamente
hacia la izquierda y luego a la derecha , como inspeccionándolo. Emitió un
rugido seguido de un grito muy agudo, haciendo que todos los demás se
llevaran sus manos a cubrir sus oídos y mitigar el molesto chillido.
Demetrio fue levantado erguido, sus pies separados del piso como
treinta centímetros y sin poder moverse, pues sus brazos estaban sujetados
por las manos de Victor que presionaban como pinzas o tenazas de cangrejo.
En un rápido movimiento, como quien lanza una pelota de básquetbol,
Victor aventó a Demetrio hasta el centro del altar, impactándolo con el cristo
que colgaba, recibió el fuerte golpe en la espalda, y sintió que la nariz y las
rodillas flexionadas del cristo se le dibujaban en su cuerpo. Cayó sentado en
el suelo y el cristo se desprendió del gancho en que colgaba, golpeándolo en
la cabeza. Una fuerte zumbido lo aturdió un dolor punzante le recorría su
cabeza, un hilillo de sangre se deslizó por su frente y pasó entre sus
párpados, solo para formar una pequeña laguna roja en una de sus fosas
nasales. Su vista se nubló y perdió el conocimiento.

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Mientras tanto, Ito recuperado, se levantó, y en un gran salto, y con
sus piernas extendidas en el aire, logró atestar un fuerte golpe sobre la cara
de Victor, quien estaba a punto de azotar el golpe fulminante sobre la cabeza
de Demetrio.
La cara de Victor se desfiguró con el impacto, varios dientes saltaron
por el aire y una gran baba de sangre se escurría por su boca. Pero no cedió,
como si no hubiera sentido nada, Victor se levantó y se abalanzó sobre Ito,
lo tomó por una de sus piernas y girándose media vuelta lo volvió a lanzar
con más fuerza contra la pared de altar, su cuerpo flácido cayó justo en
donde se encontraba Bruno quien Trató de reanimarlo. Lo Tomó entre sus
brazos por el cuello pero su cráneo estaba deshecho por la parte de atrás.
Ito, con sus ojos casi en blanco intentó hablar, pero solo se escuchó un
murmullo. Bruno acercó su oído y alcanzó a escuchar levemente y muy
lentamente,
-derecha, derecha, der…-
El cuerpo de Ito se soltó por completo, había muerto.
Bruno lo jalonea, intentó darle respiración boca a boca, le presionó el
pecho en varias ocasiones, pero era inútil, nada podía hacerse, Ito se había
ido.
Patricia temblaba y se resguardaba entre los brazos de Mario, él por su
parte, no sabía que hacer, solo miraba la escena desconcertado, sus
habilidades de defensa personal siempre habían sido muy limitadas, volteó
hacia Demetrio que yacia inconsciente o quizá también muerto, tirado en el
piso con un cristo que lo cubría, Bruno, sostenía el suerpo inerme de Ito
entre sus brazos y Victor, sentado en cuclillas, observaba a sus aterrorizadas
presas.
Bruno metió la mano en bolso de piel que siempre cargaba y sacó la carta y
el mapa que se habian encontrado en la fosa, despacio y con el brazo
extendido y la mano temblorosa, se acercó reptando hacia Victor
señalándole que los tomara. Pensó que tal vez eso lo calmaría. Inclinando su
cabeza nuevamente de derecha a izquierda pero sin perder de vista los
documentos que Bruno le ofrecía, Victor extendió su brazo y los tomó. Se
los llevó a la boca y los masticó una y otra vez hasta que finalmente se los
tragó.
Victor emitió nuevamente un grito agudo y jaló de sus cabellos
mientras alzaba su cabeza, permaneció en cuclillas por unos instantes y se
levantó lentamente, después giró rumbo a la puerta de la iglesia y caminó
por el pasillo perdiéndose en la claridad de la plaza. Solo su silueta se veía y
se empequeñecía con la distancia. Más tarde se enterarían de que algunas
personal lo vieron caminar sin parar hasta la playa, tomando agua con sus

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dos manos y sin explicación, continuó caminando hasta perderse en la
profundidad del mar.
Patricia al ver que Victor se alejaba, rápidamente corrió hacia
Demetrio removiendo el cristo que lo cubría, tomó a Demetrio entre sus
brazos y dándole leves caricias en su cara, poco a poco Demetrio volvió en
sí, para encontrase con una amplia sonrisa de Patricia.
Mario tomó a ito cargándolo en sus brazos y los cuatro lo llevaron a la
funeraria que estaba a solo media cuadra de la iglesia.
-te cuidas-, le dijo Bruno a Mario al despedirse.
-Tú también y disculpa….. me halagas pero solo quiero tu amistad-, le
dijo Mario despidiéndolo con un fuerte apretón de manos. Bruno sin voltear,
se alejó caminando rumbo al muelle.
Patricia y Demetrio ya se encontraba haciendo fila para subir a las
lanchas, una gran cantidad de personas abordarían las cuatro embarcaciones
que estaban disponibles para evacuar la isla. Durante todo el día se estuvo
transportando gente, éstas serían las últimas, El fuerte viento no permitía
algunas maniobras que eran necesarias para facilitar el abordaje, subieron a
los niños y mujeres primero y posteriormente los hombres, solo dos personas
se quedaron en el muelle, Matías y Mario.
Mientras tanto, Italo revisaba los últimos detalles del resguardo, era
una pequeño cuarto subterráneo que se había construido bajo el piso de la
casa de Liliana, justo debajo de la cama. Corroboraba que los sistemas de
manejo de aire funcionaran, las provisiones estuviesen en buen estado, así
como los sellos herméticos de todo el resguardo en caso de inundación, una
y otra vez apagaba y encendía la pequeña planta generadora de energía, pues
era muy importante para la buena marcha de los sistemas de bombeo y
recirculación de aire.
Solo le preocupaba el tubo de vacío, temía que quizá no resistiese el
embate del viento o la fuerza de las olas. Era un tubo metálico que salía del
resguardo hasta una altura de tres metros por encima del suelo, si el nivel del
agua superaba esa altura, una válvula se cerraría para impedir el paso del
agua hacia el refugio, pero al mismo tiempo significaría, que el abasto de
aire exterior se cancelaba. Se estimaba que solo tres personas podrían tener
suficiente oxígeno para tres días utilizando los tanques almacenados. Mario
se unió a Ítalo en el resguardo, estaba oscureciendo y la lluvia ya habia
empezado a caer. El Huracán Dionisio pronto entraría a Holbox.

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CAPITULO XVI

Dos días después

El “Ojo de Agua” lloró despidiendo a la princesa

El Dr. Park, pensativo en su oficina, se preguntaba como estarían


Patricia e Ito pues no tenía noticias de ellos, había seguido las transmisiones
de CNN y hecho búsquedas en Internet, pero la infomación era muy breve y
con poco detalle. Solo se mencionó que algunos lugares turísticos como
Playa del Carmen y Cancún habían sido afectados por el huracán Dionisio,
que había dejado las costas mexicanas y que solo tocó cuba por la punta
occidental, cercano a la Hacienda san Bolondrón , y ahora se dirigía rumbo a
la Florida.

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Los meteorólogos estaban asombrados por el comportamiento del
huracán y sus constantes cambios, pasaba de tormenta tropical a depresión
tropical o a huracán, modificando su dirección y velocidad con mucha
frecuencia. Había tocado la Riviera Maya que es la parte Este de la
península del Yucatán y rodeando la costa, avanzó hacía al Noroeste, se
había detenido en Cabo Catoche, para posteriormente, en un giro rarísimo,
tomar la dirección Este rumbo a Cuba. Solo la había rozado, y de ahí, siguió
su curso hacia la Florida, como si solo hubiese hecho una pequeña
desviación, hacer una escala y seguir su trayectoria normal.
El Dr. Park entendía que no mencionaran la Isla Holbox, era muy
pequeña para darle importancia, pero el haberse detenido en Cabo Catoche,
en realidad se estaba señalando a Holbolx. Eso lo tenía preocupado, pues
sabía que los huracanes no se detienen, en todo caso, avanzan muy
lentamente.
Localizó a uno de sus conocidos en el Centro Meteorológico de la
Universidad Nacional de Seúl, pues seguramente ellos estarían más
informados, la oscilación de tormenta tropical, a depresión o a huracán, no le
parecía normal, como tampoco esa escala en Holbox, Por otro lado, el Gi de
la geomancia cuando más se manifestaba era en los fenómenos naturales de
gran escala, tales como huracanes, terremotos o tsunamis, pudiera ser que el
haberse detenido en Holbox tuviera que ver con la tumba.
El centro Meteorológico de la universidad nacional de Seúl (MCSNU)
por sus siglas en inglés contaba con lo más avanzado en VRSD
( Visualization of Remote Sensing Data), una tecnología desarrollada por
NASA con el propósito de crear imágenes visuales a partir de imágenes
infrarrojas y de otro tipo de sensores. También partencia a la WMO (World
Meteorological Organization), por lo que disponían de información de todo
el mundo.
Su amigo el del centro meteorológico le comentó al Dr. Park que el
huracán Dionisio ya había sido nombrado tres veces. Solo que le habían
dejado su primer nombre al ver que reconversión a tormenta tropical y
luego nuevamente a huracán, se estaba dando con muchas frecuencia.
·¿Me podría explicar por favor?-, preguntó el Dr. Park.
-Mire, las etapas de crecimiento de un huracán son tres, empieza por
ser solo depresión tropical, por lo regular con vientos sostencitos no mayores
a los cuarenta y cinco kilómetros por hora, Esta depresión tropical puede
convertirse en tormenta tropical al cabo de algunas horas o un par de días,
pero también pueda ser que no.
- Si Sus vientos sostenidos llegan a sesenta kilómetros por hora,
entonces decimos que es una tormenta tropical, en ese momento es cuando

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se le pone un nombre, posteriormente, si los vientos a sobrepasar los ciento
veinte kilómetros por hora, entonces se le llama huracán con el nombre que
tenia cuándo era solo una tormenta tropical-. Concluyó.
-¿Pero porqué dice que le han cambiado el nombre varias veces?-,
volvió a preguntar el Dr. Park.
-Bueno, los nombres ya están escogidos con mucho tiempo atrás, le
puedo decir por ejemplo, que para el año 2007, los primeros nombres serán:
Andrea, Barry, Chantal, Dean, algunos de ellos inclusive ya no volverán a
repetirse, como Gilbert, Camilla y otros, los recuerdos son muy dolorosos,
los han prohibido.
-Sucede que Dionisio en varias ocasiones ha regresado de tormenta
tropical a depresión tropical y luego nuevamente a tormenta tropical, lo que
forzaba cada vez que lo hacía a ponerle el nombre siguiente, pero en realidad
ha sido el mismo huracán , así que se optó por dejarle el nombre de
Dionisio-, continuó el experto.
El Dr. Park observaba con mucho cuidado los múltiples monitores con
gráficas y fotografías que en diversos colores seguían el desarrollo de
Dionisio.
En uno de ellos, empezó aparecer la vista superior del huracán registrada
desde un satélite, estaba asombrado, eran varios picos y valles siguiendo una
espiral, como si fueran glaciares, donde el ojo del huracán aparecía como un
resumidero o un hoyo negro.
-¿Eso es Dionisio?-, preguntó incrédulo.
-Ajá, es una imagen VRSD, es tomada por GOES-7 (Geoestationary
Operacional Enviromental Satellite), es un satélite geoestacionario, la
imagen la procesan en el Goddard Space Flight Center en NASA, es bonita
¿no?-, comento el científico.
El Dr. Park no lo podía creer, a lo largo de la espiral del huracán, se
dibujaban con toda claridad un tigre y un conejo, los veía como cuando se
observaban las nubes y se jugaba a definir formas.
-¿ Lo ve usted también o son solo mis ojos?-, le preguntó el Dr. Park
titubeando.
-Si; ¿ vedad? Es curioso-, comentó el meteorólogo .
-No, nada er….., solo como usted dice , curioso-, contesto el Dr. Park,
sin mencionar todo lo que realmente significaba para él esa curiosidad.
-¿Podría tener una copia de esta imagen’-, solicitó el Dr. Park.
-Si, Claro-.
-Escuché que se detuvo en México en un lugar llamado Cabo Catoche,
¿sabe usted algo?-, preguntó el Dr. Park.
-¡Ah! Si, rarísimo, estamos todos sin explicación.

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-Mire, los huracanes en el hemisferio norte, giran en contra del giro de
las manecilla del reloj, por el efecto de las fuerzas llamadas, Coriolis, que se
provocan por la rotación de la Tiera, eso hace que el hemisferio sur, donde
los conocen como ciclones, giren en sentido contrario.
-Bueno, pues resulta que exactamente a las 02:00 horas tiempo de
México, tenemos registradas en nuestras pantallas una imagen espejo, como
si el huracán hubiese cambiado de dirección de giro, obviamente eso no es
posible con toda seguridad tenemos un error pero de cualquier manera nos
ha extrañado machismo-. Comentó el meteorólogo.
-Así mismo, nos ha causado mucha confusión el que prácticamente se
haya detenido enfrente de ese Cabo, un huracán no puede detenerse, perderia
su energía de sustento. Verdaderamente ha sido muy interesante,
seguramente nos dará información muy valiosa para estudios posteriores-.,
afirmó el meteorólogo inocentemente sin saber lo que el Dr. Park estaba
pensando.
-Disculpe mi intromisión pero ¿no le parece extraño que se haya
desviado, detenido y luego se regrese casi en dirección opuesta hacia a Cuba
y luego haya retomado su trayectoria original?-, inquirió el Dr. Park.
-Pues si, de hecho, la marea o más bien debería decir la hinchazón del
mar que producen los huracanes al entrar a tierra, son mayores en su parte
derecha, pues el giro de los vientos es en esa dirección y son menores en su
parte izquierda. Por eso es que cuando tocan tierra en le hemisferio norte, el
riego siempre es mayor en las costas del lado derecho del punto de contacto,
que en el lado izquierdo. Sin embargo, observamos en esta huracán que
cuando se detuvo, las marejadas fueron exactamente a la misma altura por
ambos lados, por cierto no muy altas para ser un huracán categoría tres. Se
esperaría una altura de tres a cuatros metros y no llegó ni a dos, muy suave-.
-¿Y que significa eso?-.insistió el Dr. Park.
Bueno pues que por alguna extraña razón, como que quiso cuidar la
costa, o más bien debería decir, como que lo hizo con mucho cuidado al
acercase a ese Cabo. No lo entiendo -, respondió el meteorólogo.
-¿y la trayectoria?-, preguntó el Dr. Park.
-Rarísima, inexplicable, nunca habíamos observado nada similar,
Ninguno de los modelos que usamos actualmente fue capaz de predecir su
trayectoria, estamos esperando mas información de los “Cazadores de
huracanes”, creemos que los datos que recolectaron nos ayuden entender
mejor este fenómeno, sin embargo, su base está en Biloxi, Mississipi, y es
probable que no se encuentre en buen estado debido al huracán Catarina.
El Dr. Park, dejó el centro meteorológico bastante intrigado, todo lo
que había escuchado lo llevaba a pensar que definitivamente el Gi de la

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geomancia se había manifestado en Holbox, ¿con qué objeto?, no lo sabía,
pero seguramente algo tendría que ver con la fosa y el estado no
descompuesto de la princesa.

El ciclón Dionisio solo estuvo unas horas enfrente de la Isla Holbox


alrededor de la madrugada y permaneció casi estacionado, su diámetro de
más deciento cincuenta kilómetros cubría ampliamente la isla y una parte de
la península. Italo y Mario lo vivieron todo el tiempo.
Su refugio resistió bien, no sufrió inundación ni destrozos por los
vientos pero Villa Mapaches si lo resintió, dos de las casitas de las cinco que
comprendían el hotel quedaron seriamente dañadas y la palapa principal
perdió su techo.
La casa de Liliana quedó prácticamente destruida, el techo se
desprendió y voló junto con los muebles, la cama que cubría la entrada del
resguardo apareció en el patio de la casa de Victor una distancia de
cincuenta metros.
Patricia y Demetrio se quedaron en Cancún que no se vio afectado por
el ciclón, lo hoteles solo habían puesto sus banderas rojas y la capitanía del
puerto había suspendido la navegación, pero no había causado inundaciones
serias ni cobrado vidas. Más problemas causó el deficiente drenaje pluvial
de la ciudad.

Patricia se comunicó con sus padres para informarles que estaba bien, sin
embargo, lo que más le preocupaba era la muerte de Ito y como
mencionárselo al Dr. Park. Las circunstancias tan violentas de su muerte, le
demandaban mucha calma y seguramente dar una completa explicación. Por
el momento no lo tenía, a excepción de decir que un hombre loco lo había
asesinado, pero eso sabía que no era todo.
Para Demetrio y Patricia los dos días que pasaron juntos en Cancún les
permitió conocerse un poco más, se encontraron cuando menos se lo
esperaban. La juventud de Patricia tuvo un efecto vigorizante en Demetrio,
quien recordó la frase que decía, -- “la edad es la de la piel que se toca” --,
Patricia por su parte, se veía en una situación sin futuro, pero el presente valía
por todo lo pasado.
Durante ese tiempo, trataron de dilucidar lo de Ito, comentaron
ampliamente lo sucedido en la Isla y decidieron informarle al Dr, Park lo
sucedido.

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Bruno también se encontraba en Cancún y dispuesto a tomar un avión de
regreso a Monterrey. A pesar del caos en la ciudad la funeraria ya le había
entregado las cenizas de Sergio, de tal manera que sentía que podría regresar,
solo que en su bolso de piel y muy bien empacada se encontraba la llave de
barro.
Un sentido de deuda moral lo agobiaba, pensaba que debía regresar a
Holbox con Patricia y Demetrio, la muerte de Ito la sentía vacía, pues él le
había confiado antes de morir, de que el giro de la llave debía ser a la derecha.
Bruno se puso en contacto con Demetrio y Patricia y decidieron
partir juntos a Holbox.
Al enterarse el Dr. Park de lo sucedido, le explicó a Patricia que
probablemente la vista de Bruno, Demetrio y Víctor a la tumba, había
perturbado el Gi unificado, de la misma manera como Sergio lo había hecho.
La respuesta de este Gi unificado, consistió en una intromisión y alteración
hacía los Gi, tanto en el de Sergio como en el de Víctor, solo que Bruno, al
haberle entregado a Víctor, durante su estado alterado, los documentos de la
carta y el mapa, de alguna manera consiguió un especie de tregua, pero a
la vez orilló a Víctor a suicidarse, tal y como Sergio lo había hecho.
El Dr. Park reconocía la valentía de Ito al oponerse a Víctor, un acto
heroico y digno de admirarse, por lo cual sería recordado para siempre y a su
familia le sería entregada la Orden al Mérito, lo que también conllevaba
afortunadamente una pensión para la educación de sus hijas y la manutención
de su esposa.
El Dr. Park sostenía que Demetrio y Bruno seguían en peligro, que si bien
no se había introducido a la fosa, su cercanía podría también haber alterado al
Gi unificado, por lo que les recomendaba no regresar a al tumba. Además les
mencionó que estaba de acuerdo con Patricia y que con seguridad las joyas se
encontraban en la tumba.
Demetrio estaba molesto con el comentario final del Dr. Park, le había
mencionado a Patricia de que si existía una posibilidad de acercarse a la tumba,
sería solo si ella lo hiciera, su Gi, quizá fuera más compatible con el Gi
unificado, pues sus antepasados provenían de los mismos inmigrantes.A
Patricia eso la había entusiasmado, pero a Demetrio lo había preocupado.
Aunado a esto, el Dr. Park les comentó lo que había aprendido en el centro
Meteorológico acerca del Huracán Diosiniso y que estaba estudiando unos
archivos antiguos sobre las manifestaciones del Gi en desastres naturales de
gran escala, pues según él, el comportamiento del huracán, claramente se
asociaba al Gi unificado que se encontraba en la fosa en particular con la
princesa y lo que el “Mouhak” había logrado.

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En Chiquilá ya se encontraban varias embarcaciones por transportar a los
residentes de regreso a sus casas en Holbox, varios cuerpos de rescate del
ejército ayudaban en las operaciones del asentamiento, pero sobre todo, la
población civil se organizaba en forma voluntaria para ayudarse mutuamente.
--- Hola Mario, quiubo Ítalo, ¿Cómo les fue? ---, preguntó Demetrio,
encontrándolos removiendo basura y escombros.
--- Hey, ¿Cómo están? ---, contestó Mario, acercándose a darles un abrazo
efusivo. Ítalo se miraba desconsolado, las pérdidas eran cuantiosas,
seguramente les llevaría un buen tiempo en reparar.
Patricia no podía creer que se hubiera quedado, le parecía absurdo y tonto,
sin embargo, reconocía que lo habían hecho bien. Ya todas las fugas de agua
estaban reparadas y la energía eléctrica la reconectaron desde el día anterior.
La Casita Naranja que era la menos dañada les servía de centro de operaciones
y a la vez de alojamiento.
--- Si quieren pueden quedarse en la Casita Azul, ya está funcionando,
también la Casita Blanca ---, comentó Ítalo haciéndole una seña a Bruno.
--Más que nada venimos a ver lo de Ítalo, para ver como enviamos el
cuerpo a Corea---, dijo Patricia.
--Hoy por la mañana pasé por la funeraria, el cuerpo de Ito ya estaba
embalsamado, me dijeron que se podía transportar si era necesario. Lo colocaron
en un ataúd similar al de Sergio---, comentó Mario.
Bruno desde que llegaron rehusaba ver a Mario, se sentía incómodo, no
entendía como es que se había equivocado con las señales que pensó Mario le
había enviado.
---Lo olvidaré---, se dijo.
---¿Piensan ir a la tumba? ---, preguntó Mario.
--- Si ---, contestó Patricia.
--- No --- contestó Demetrio al mismo tiempo.
Ítalo y Mario se miraron sorprendidos, no entendían las respuestas.
---Lo que sucede es que el según el Dr. Park, Bruno y yo todavía nos
encontramos en peligro por lo que no nos debemos acercar a la tumba, pero ha
dicho la insensatez de que a lo mejor Patricia sí. Yo me opongo
categóricamente, más mi opinión parece no contar---, comentó Demetrio
lazándole una mirada de enfado a Patricia.
---¿Saben que Víctor se ahogo por si mismo?---, preguntó Ítalo.
---Sí, Nos lo comentaron cuando salimos de la Isla---, mencionó Patricia.
---Yo tengo la llave de barro, Ito me confesó antes de morir que el giro es
hacia la derecha---, dijo Bruno.
---Entonces, ¿que esperamos? ---, dijo Mario.

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• ¿Y habrá quien nos lleve? ---, preguntó Patricia.
---Bueno, hace rato pasó Valdez, le podemos preguntar---, comentó Mario.
Después de una breve discusión entre Patricia y Demetrio por los riesgos
involucrados, Demetrio dijo;
---de acuerdo, iremos, más no le digamos a Valdez el propósito de nuestra
visita al “Ojo de Agua”---.
Ítalo les prestó unas herramientas y Mario localizó a Valdez, pasaría por
ellos en una hora.
--- Me van a disculpar que no los acompañe…---, decía Bruno, cuando
Mario lo interrumpe;
---No te preocupes, nosotros iremos, veremos que pasa---.
Partieron al “Ojo de Agua”, las aguas ya estaban tranquilas, mas sin
embargo, frecuentemente observaban escombros y basura a lo largo del
recorrido, todos iban muy callados, un temor interno los preocupaba.
Al acercarse a la playa notaron que la estructura del Mirador estaba
deshecha, prácticamente estaba irreconocible el lugar. El pequeño muelle largo
y de palizada había desaparecido, pero lo más impactante fue que el famoso
“Ojo de Agua” ya no existía. Ahora, un par de pequeñas cascadas brotaban de
la ladera por dos orificios de cerca de un metro de diámetro, el venero del “Ojo
de Agua” se había convertido en dos columnas líquidas que descendían hacía
el mar.
Mientras Valdez los esperaba en la lancha, los tres subieron la pequeña
colina para localizar el agua de la fosa, pero para su sorpresa, no la
encontraron.
Demetrio que era el único que sabía donde estaba la tumba, miraba
sorprendido el árbol donde había encontrado resguardo de los torbellinos, sin
embargo, la fosa no aparecía.
--- ¡Aquí estaba, estoy seguro! ---, gritaba en desesperación.
Mario seguía buscando, no podía creer que una tumba desapareciese.
Patricia por su parte, recorría con su mirada el lugar, una extraña calma la
envolvía el sol comenzaba a rozar el horizonte, varias gaviotas y pelícanos
volaban alineados dirigiéndose a dormir a la Isla de los Pájaros, el susurro de
agua caer la hizo voltear hacia las cascadas.
Su mirada se detuvo y claramente distinguió que los orificios por donde
brotaban las columnas de agua y junto con varios árboles y rocas, dibujaban
nítidamente una cara humana.
Entonces Patricia recordó;
---El ojo de agua lloró despidiendo a la princesa---.
Patricia sintió un aire fresco recorriendo todo su cuerpo y se dijo;
---Creo que la princesa ya partió, Dionisio se la llevó---.

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CAPITLUO XVII

El último día

El Gi unificado

Los primeros registros del Poungsou Jiri coreano, equivalente al Feng Shui
chino, fueron introducidos a Corea durante la era del reino Shilla (669-939), y
escritos por el “gran maestro” y monje budista Doson en el siglo nueve.
Al estudiar estos textos, el Dr. Park encontró una pista que quizá le
ayudaría a comprender el misterio de los acontecimientos en Holbox.
Unos de los puntos clave o digamos, la piedra filosofal de la geomancia es
el concepto del myungdang, que literalmente significa “lugar radiante”, este
concepto es para la geomancia el equivalente a los puntos hyul en la
acupuntura, pues es un lugar tibio y fresco a la vez, donde un flujo fuerte de Gi
se acumula debido a la conjunción de de condiciones óptimas geográficas.
El Dr. Par sostenía que podía existir myungdangs o “lugares radiantes”
esparcidos en el medio ambiente y que seguramente estaban interconectados
entre sí, tal y como los puntos hyul lo estaban en el cuerpo humano. Estos
“lugares radiantes” solo podrían ser escogidos por personas muy expertas en
geomancia, como lo era el “Mouhak” pero a la vez que supieran
interconectarlos, lo cual suponía también, que dominaran los principios de
unificación de los Gi.
Una de sus hipótesis de la unificación de los Gi estaba relacionada con las
cuatro fuerzas fundamentales del universo: la fuerza gravitacional, la fuerza
electromagnética, la fuerza fuerte y la fuerza débil.
La fuerza gravitacional, cuyo campo de acción es muy grande, se dice que
es la fuerza responsable de la operación del cosmos, pero sus efectos nos
afectan también en la vida cotidiana. La fuerza electromagnética, es la
responsable de la operación de la química y la biología de la materia.
Estas fuerzas, el Dr. Park decía, estaban relacionadas con el Gi de la
geomancia.
Por otro lado, la fuerza fuerte, aunque tiene un campo de acción
reducido, es la responsable de mantener los núcleos de los átomos
cohesionados entre sí, pero de donde la energía nuclear puede disponerse, y
finalmente, la fuerza débil, cuyo campo de acción es aún mucho más reducido,
es la operadora de los electrones cuyo efecto es el decaimiento de los átomos,
que retraduce en la formación de los elementos químicos. Estas dos fuerzas, el

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Dr. Park las asociaba con el Gi de la acupuntura, era el responsable de
mantener el cuerpo de la princesa sin descomponerse, a través de los
intrincados arreglos moleculares.
Pero esta unificación de los Gi, ahora el Dr. Park la veía como algo no
natural, el Gi unificado no era la suma de los dos Gi, tampoco la continuidad
de uno con respecto al otro, el Dr. Park, lo atribuía a un nuevo Gi generado y
no conocido por la naturaleza, pues la muerte en realidad significaba
para él cualquiera de dos condiciones: un cuerpo sin Gi o un Gi sin cuerpo.
El que la princesa tuviese un cuerpo vivo pero no un Gi, era solo un sufertigio
que el “Mouhak” de alguna manera supo como manipular a través de la
geomancia y la acupuntura.
Durante los cien años de estabilización, pensaba el Dr. Park, el nuevo Gi
unificado proveniente de la acupuntura y de la geomancia, ahora se encontraba
esparcido probablemente en un área muy grande, lo que significaba para la
princesa el no tener descanso, ni de su Gi, ni de su cuerpo, de tal suerte que
solo un fenómeno natural de enormes proporciones podría abarcarlo y
separarlo.
De ahí que el Dr. Park, pensara que el huracán Dionisio, sería el separador
de estos Gi unificados, específicamente dirigido a la princesa por las imágenes
del tigre y el conejo que “curiosamente” se habían formado en las
bandas espirales de huracán.
El Dr. Park concluyó que la princesa tendría que “desaparecer”,
transportándose su cuerpo a otro “lugar radiante” o myungdong.

• ¡Por acá, por acá! ---, gritaba Mario excitado.


Mario había encontrado varias osamentas esparcidas en el suelo, cada
esqueleto completo, todos con la cabeza orientada hacia un centro y
perpendiculares entre sí, formaban una cruz donde cada uno de ellos apuntaba
hacia un punto cardinal. Sus cráneos completamente secos y sin rastros de piel
o cabellos, lucían muy diferentes a como los había dejado en la tumba.
buscaban algunos remanentes de la ropa, o del peto de piel o del casco del
“Mouhak”, pero no encontraron nada, solo huesos secos y añejos. Todo lo
que se había observado en estado momificado ahora era solo osamenta común,
como si hubiesen envejecido, o mejor dicho, como si fuesen muertos de cien
años.
Pero faltaba un quinto cuerpo. Seguramente sería el de la princesa.
Demetrio aunque no era un experto en osamentas, sabía al menos distinguir
entre esqueletos femeninos y masculinos, por lo que identificó al que
probablemente sería el de la institutriz, apuntaba hacia el Oeste.

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Por el tamaño mayor, identificó al del “Mouhak”, apuntaba hacía el Este
los otros dos, eran los ayudantes y se orientaban unos hacia el Norte y otros
hacia el Sur.
Patricia lentamente caminó entre ellos, observando cada detalle de la
posición de sus piernas, contando los dedos de los pies, inclinándose cuando
creía percibir una fisura en algún hueso, deteniéndose al llegar al tórax para
revisar sus costillas, la manera en que sus manos habían quedado, e inclusive,
inspeccionar sus dientes con la mirada.
No sentía temor, nunca había estado frente a esqueletos, mucho menos
caminar entre ellos, pero no sentía miedo. El comentario del Dr. Park sobre la
compatibilidad de su Gi, le daba confianza.

Se colocó en el centro de la cruz y una sensación de energía la envolvió, se


sintió transportada, flotaba y se desplazaba a gran velocidad por el cielo
dirigiéndose hacia el Norte, se veía a si misma empequeñeciéndose en medio
de los esqueletos y mirando hacia arriba.
En un instante se encontraba en la orillas del huracán Dionisio, miles de
kilómetros había recorrido en un santiamén sin darse cuenta, atravesó la
primera banda espiral y sintió su lluvia, más adelante, fuertes ráfagas de viento
en un espacio seco le atravesaron su cuerpo antes de entrar a la siguiente banda
espiral.
Nuevamente sintió la lluvia, poco a poco se aproximaba a la pared del ojo
del huracán, pasando por varias bandas espirales de lluvia y espacios de aire
seco. Al llegar a la pared del ojo, los fuertes vientos ya no eran ráfagas, era un
viento sostenido que le daba su categoría de huracán tres. Asombrada, alcanzo
a distinguir en la parte superior de la banda espiral, adyacente a la pared del
ojo del huracán, las figuras de un tigre y un conejo.
No se sentía atemorizada, por alguna razón sabía que no corría peligro,
confiaba que su cuerpo se había quedado entre los cadáveres y que
seguramente volvería, prefería vivir el momento y disfrutarlo. Sí , disfrutarlo,
pues a pesar de todo, eso era lo que más sentía. Se deslizó por la pared del ojo
del huracán, como quien desciende de un resbaladero de caracol, solo para
encontrarse suspendida en el centro del ojo escuchando un sonido encajonado,
intermitente pero constante, como el motor de un helicóptero. Patricia
respiraba un aire estancado y muy enrarecido.
Todo giraba a su alrededor a gran velocidad, ahora entendía porque le
llamaban el “estadio” a la parte superior del ojo del huracán. Las nubes al
girar, formaban como gradas elípticas que se ensanchaban hasta perderse en el
límite superior de Dionisio.

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Mientras extendía sus brazos y manos como si le ayudasen a flotar, lo más
increíble le sucedió, de la pared del ojo del huracán una pequeña nube se
desprendió, tomó la forma de la princesa y en descenso y flotando se le acercó,
la tomó de la mano y patricia se estremeció. Sintió su mano cálida y
suave, como un cariño. La princesa le hizo una pequeña caravana con sus
manos juntas y le sonrió. Patricia entendió, le decía gracias, no te olvides y
adiós, pero también le indicaba que se fueran. La princesa partía a otro “lugar
radiante”.

--- ¡Patricia!, ¡Patricia!, ¡despierta!, ¡despierta! ---, le gritaba Demetrio


asustado por el desfallecimiento repentino que Patricia había tenido.
Patricia despertó y vio a Demetrio y Mario con las caras sonrientes pues
seguramente habían estado muy preocupados por ella.
--- Tuve el sueño más maravilloso, debemos irnos, ya no hay nada que
hacer aquí---, les dijo Patricia.
El atardecer de Holbox, les iluminó el mar de color esmeralda, quizás otro
día regresarían.

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