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A continuación presentamos cuatro tópicos en torno de los que se vienen organizando nuestras
reflexiones en torno al cuidado de la vida común como principio ético-político de la praxis pedagógica
y de la praxis agroecológica que venimos practicando en la Biblioteca Ambiental y Agroecológica el
Uval (BAAU). Cabe aclarar que estos tópicos se encuentran inacabados y que si los presentamos en este
estado de inacabamiento es para responder al requerimiento hecho por los compañeros y las compañe-
ras del aula agroecológica. Seguramente nuestro modo de pensar y de hablar sobre los temas que nos
ocupan no es tan “político” o “popular”; sin embargo, nuestro trabajo no deja de tener en mente el pro-
yecto de la Universidad Popular de los Movimientos Sociales (UPMS), por lo tanto, la necesidad de re-
crear el saber académica en los escenarios de la vida popular y los saberes populares en los escenarios
de la vida académica.
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Siguiendo las observaciones de Antonio Gramsci sobre la relación entre ciencia política y socio-
logía así como también las observaciones de Alain Lipietz sobre política y ecología, el profesor argentino
Héctor Alimonda (2003 y 2004) sostenía la tesis según la cual todas las cuestiones ambientales significa-
tivas son cuestiones políticas. Las condiciones ecológicas de la vida humana se encuentran intrínseca-
mente asociadas a las formas organizativas de lo social y es ahí, en la organización de lo social, donde
situamos la importancia de la política. Sobre todo porque de no ser por la organización política de lo
social sería imposible la producción, la reproducción y el desarrollo de la vida humana en comunidad,
es decir, como el bios socialmente organizado que no es la zoe puramente inserta en el tejido orgánico
de la naturaleza. Los problemas de la sustentabilidad ambiental que de una u otra manera siempre nos
conducen al problema de la civilización, elevan nuestro debate político al nivel más complejo al que
puede llagar: el cuidado de la vida común. Sin embargo, son pocas las personas que han reconocido la
importancia fundamental de este asunto pues el intersticio transdisciplinar que conecta la problemática
política con la problemática ecológica es de tal complejidad que ha vuelto riesgoso el diálogo entre las
ciencias antrópicas y las ciencias bióticas; la posibilidad de reintroducir significantes despóticos en la
enunciación, la posibilidad de volver totalitario o excluyente el lenguaje mismo mediante un recurso al
cientificismo ecologista es algo que debemos conjurar si lo que buscamos es evitar la confusión política
y la desorganización social.
Siendo la nuestra praxis, al mismo tiempo, una praxis pedagógica y agroecológica, nos conviene
tomarnos muy en serio la dimensión que a nuestra praxis puede aportar la ecología política. Si consi-
deramos la «ecología política» como un campo transdisciplinar de interconexión y de recreación mul-
titudinaria de los saberes sobre la sociedad humana y de los saberes sobre la naturaleza (el bios y la
zoe), entonces podemos considerarla como un campo de interpelación ético-política que tiene como
preocupación fundamental –aunque sin duda no central- el cuidado de la vida común. De ahí que la re-
lación transdisciplinar entre ciencias antrópicas y ciencias bióticas que la ecología política representa
deba ser considerada no sólo en torno a las metodologías que la hacen posible sino también en torno a
los elementos normativos que orientan su desarrollo. Siendo proponemos sumar a la ecología política,
con el propósito de configurar una praxeología eco-política, la «justicia» -entendida como criterio eva-
luativo sobre la positividad o la negatividad de las relaciones cara-a-cara con el Otro- y la «democracia»
-entendida esta como criterio de legitimación a propósito de las decisiones tomadas colectivamente en
torno al cuidado de la vida común.
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En las Calles de Seattle y de Cancún, en hogares y granjas de todo el mundo, está naciendo otro
futuro humano: un futuro basado en la inclusión, no en la exclusión; en la no violencia, no en la
violencia; en la recuperación de los ejidos, no en su cercamiento; en compartir libremente los
recursos de la Tierra, no en monopolizarlos y privatizarlos. Lejos de ser confeccionado por
mentes cerradas y a puerta cerrada, como fue el ultraconservador Proyecto para el Nuevo Siglo
Estadounidense, este otro proyecto del pueblo se está desarrollando en una atmósfera de diálogo
y diversidad, de pluralismo y colaboración y de participación compartida y solidaridad. Yo llamo
a este proyecto Democracia de la Tierra. Basados en nuestra capacidad de autoorganización, en
nuestra identidad con la Tierra y en nuestra multiplicidad y diversidad, el éxito de la Democracia
de la Tierra concierne al destino y al bienestar no sólo de todos los humanos, sino también al de
todos los seres sobre el planeta. (Shiva, 2006, p. 12-13)
Desde la aparición del Foro Social Mundial las otras globalizaciones nos sugieren la posibilidad
de un futuro completamente distinto para la vida humana y no-humana, radicalmente opuesto al “there
is not alternative” que nos propone el empresariado neoliberal; se trata entonces de un futuro que se
construye en las grandes movilizaciones globales, pero también en la persistencia de las iniciativas loca-
les porque es en estas localidades en las que se gestan las pulsiones vitales del futuro, donde emergen
las nuevas formas-de-vida. Esto implica entonces que la Democracia de la Tierra no sea solamente un
concepto; por el contrario, ella es una praxis múltiple y diversa cuyas encarnaciones locales hace visibles
las distintas maneras de contribuir a la defensa y promoción de la dignidad humana, pero también las
distintas maneras de tomar a cargo el cuidado de la vida.1 No nos referimos entonces a una tarea pura-
mente local –aunque lo local es el lugar de experimento y transformación- sino de una tarea que tras-
ciendo por completo los alcances de nuestra praxis exigiendo de nosotros, cada vez más, desarrollar
nuestras capacidades para articular nuestros esfuerzos con los de otras personas en un proyecto común.
Como Colectivo de Estudios Humanísticos TARACEA hemos arribado a una comprensión crí-
tica de las sociedades actuales con una preocupación puntual por el mundo de la vida y por su cuidado.
Pero para ello creemos que es necesario comprender qué es la vida, cómo pensar los problemas que hoy
la ponen en riesgo y, por eso, proponemos esta noción de la Democracia de la Tierra como una noción
adecuada para avanzar hacia una articulación verdaderamente orgánica entre las iniciativas comunita-
rias, populares y ciudadanas que caminen en la misma vía. El cuidado de la vida común es otra forma de
enunciar una democracia para el bienestar de la gran familia planetaria.
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1 Vandana Shiva (2000 y 2006) propone como parte de la genealogía arqueológica de esta democracia de la Tierra la
noción hindú del vasudhaiva kutumbkam o «la familia de la Tierra» para designar a la comunidad universal de todos los seres
que tienen a la «Tierra» como su sustento. El ser nosotros parte de un enorme “familia” terráquea hemos de tomar conciencia de
los derechos y las responsabilidades que nos liga a ella y que hace posible nuestra coexistencia, es decir, nuestra vida común.
uri) y el Acuerdo de París de 2015 el cambio climático y el calentamiento global han sido reconocidos
como problemáticas ecológicas mundiales que requieren de acciones coordinadas globalmente. Pero lo
interesante de este tópico es que el punto en el que se señala la crisis económica del crecimiento como
el primer obstáculo para que la voluntad política internacional y nacional priorice las políticas guberna-
mentales frente al cambio climático y el calentamiento global. De ahí que suscribamos las ideas de Joan
Martínez Alier (1992) en lo que respecta a la combinación de un keynesianismo verde destinado a la in-
versión pública en la utilización de nuevas energías y estrategias de decrecimiento material sostenible
basado en nuevas formas de consumo energético. Pero para ello haría falta –y he aquí otro de los gran-
des obstáculos- que los EEUU, China y la India se niegan a suscribir el Protocolo de Kioto, adjunto a la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático cuyo objetivo es coordinar las
políticas ambientales del mundo en torno a la disminución de la emisión de gases de invernadero que
son los que están causando el calentamiento global. Frente a estas cuestiones, la praxis concreta –tanto
en el campo de la pedagogía como en el campo de la agroecología- nos convoca al ejercicio crítico de
las nue-vas ciudadanías:
(…) ¿Qué instrumentos tenemos para cambiar nuestro modo de vida de una manera más acorde
con ese decrecimiento sostenible? La clave está en el papel que jueguen los ciudadanos y cómo
se traduzca la conciencia medioambiental en hábitos y conductas que impulsen esa sociedad
sostenible. Si la economía ecológica aporta la idea del decrecimiento sostenible, la teoría política
reciente ha contribuido con la idea de que la ciudadanía constituye una clave fundamental de la
sostenibilidad a través de la noción de ciudadanía ecológica. El reto de la ciudadanía ante la crisis
ecológica es en estos momentos fundamental porque, por un lado, es el eje de una cultura soste-
nible y de una conciencia medio-ambiental, y, por otro, porque es la base de un cambio de hábi-
tos y prácticas, es decir, de un cambio en el modo de vida hacia una sociedad verde. Así, la ciuda-
danía se convierte en uno de los ejes de la transformación social necesaria para combatir los
problemas económicos y ecológicos que padecemos. (Valencia Saíz, 2009, p. 26-27)
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Nosotros sostenemos que los sistemas agrícolas que no cuestionan la naturaleza del cultivo,
que dependen de insumos externos, que se basan en sellos de certificación extranjeros y caros,
o en sistemas de comercio justo destinado solo para la agroexportación, ofrecen poco a los
agricultores, volviéndolos dependientes de insumos y mercados externos (…) La agricultura
orgánica pretende optimizar la utilización de insumos pero no considera el rediseño produc-
tivo, lo que le condena a la dependencia de insumos externos (…) la agroecología enfatiza las
capacidades locales para experimentar, evaluar y ampliar su aptitud de innovación mediante
la investigación de agricultor a agricultor, y utilizando herramientas de extensionismo hori-
zontal. Su enfoque tecnológico tiene sus bases en la diversidad, la sinergia, el reciclaje y la
integración, así como en aquellos procesos sociales basados en la participación de la comuni-
dad. Señala que el desarrollo de los recursos humanos es la piedra angular de cualquier estra-
tegia dirigida a aumentar las opciones de la población rural y, especialmente, de los campesi-
nos de escasos recursos. También atiende las necesidades alimenticias a partir del fomento
de la autosuficiencia, promoviendo la producción de cereales y otros alimentos en las comu-
nidades. Es un enfoque que privilegia mucho lo local al estar encaminado al abastecimiento
de los mercados locales que acortan los circuitos de producción y el consumo de alimentos,
evitando con ello el dispendio de energía que implicaría el tras-lado de éstos desde lugares
distantes. (p. 166)
La agroecología puede entonces definirse como una ciencia y como un conjunto de prácticas
sociales y productivas distintas a las agroindustrias actuales. Desde el punto de vista de la ciencia con-
siste en la aplicación de la «ecología» al estudio, diseño y manejo de los «agroecosistemas sustentables»;
esto implica que las prácticas de diversificación agrícola son intencionalmente dirigidas a la promoción
de interacciones «biológico-sinergéticas» entre los distintos componentes de los agroecosistemas, de
tal modo que estas interacciones aseguran una regeneración constante que mantiene la fertilidad de
los suelos así como el rendimiento de la productividad sin afectar negativamente la salud medioam-
biental de los cultivos. Entre los principios de la praxis agroecológica podemos mencionar: 1) el reciclaje
de nutrientes y de energía; 2) la sustitución de insumos externos; 3) el mejoramiento de la materia or-
gánica y de la actividad biológica del suelo; 3) la diversificación sinergética de las especies y de los re-
cursos energéticos; 4) la integración sinergética de los cultivos y de la ganadería; 5) la optimización de
las interacciones y de la productividad del sistema agrícola. La organicidad que vincula estos principios
reside entonces en que su combinación permite la sustentabilidad y la resiliencia de los agroecosistemas
mediante formas de «policultivo» articuladas a la forestación y al control natural de plagas, al uso de
semillas nativas y al uso de compostaje verde; pero también en el hecho de que dicha combinación exi-
ge un modelo de sociedad coherente con las exigencias ético-políticas de reconocimiento, redistribu-
ción y participación en favor de los agricultores y de las agricultoras del movimiento agroecológico. Di-
ríase entonces que –y esto recogiendo las tesis de Enrique Dussel (2014) sobre la economía política- en
un plano sociopolítico la agroecología se basa en una gestión comunitaria de los excedentes.
En esta perspectiva hemos comprendido cuales podrían ser los alcances de la agroecología co-
mo proyecto humano integral y, por eso, señalamos la necesidad apuntar hacia la conformación de un
mercado común en el que las distintas iniciativas agroecológicas podamos converger recreando una red
de economías solidarias. Pero esto implica que las iniciativas agroecológicas sean capaces de abrirse a
otros proyectos, es decir, a grupos y organizaciones con proyectos diferentes pero con temáticas afines,
problemas comunes y aspiraciones universales.
Bibliografía
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Sociales (CLACSO). pp. 7-14.
Alimonda, Héctor (2004). “Anotaciones sobre historia ambiental, ecología política y agroecología
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Altieri, Miguel y Toledo, Víctor (2010). “La revolución agroecológica de América Latina: rescatar la
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Otro Derecho. Nº 42. Bogotá: Instituto Latinoamericano para una Sociedad y un Derecho Alternativo
(ILSA). pp. 163-202.
Dussel, Enrique (2014). 16 tesis de economía política: interpretación filosófica. México: Siglo XXI
Editores.
Martínez Alier, Joan (2006). El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguaje de valora-
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Shiva, Vandana (2000). Las guerras del agua. Privatización, contaminación y lucro. Traducción de
Susana Guardado. Madrid: Siglo XXI Editores.
Shiva, Vandana (2006). Manifiesto para una democracia de la Tierra. Justicia, sostenibilidad y paz.
Traducción de Albino Santos Mosquera. Buenos Aires: Ediciones Paidós Ibérica.
Valencia Saíz, Ángel (2009). “El reto de la ciudadanía ante la crisis ecológica”. Contenido en: Papeles.
N° 105. pp. 25-37.