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Los hechos históricos han marcado una brecha para el movimiento poblacional, especialmente
en los siglos XIX y XX, estos movimientos fueron fundamentales para la globalización pues
permitieron el intercambio de conocimientos, liberación de comercio y los flujos financieros.
Todo esto debido a que se derrumbaron algunas barreras presentadas en los diferentes países
producto de la exclusión diferentes personas.
Existen teorías como la apuntada por Tapinos y Delaunay (2001) la cual indica que existe la
exclusión entre el nuevo proceso de globalización y la migración internacional, este fenómeno
es producto de una visión restringida para los aspectos de crecimiento poblacional. Es decir
que la actual globalización de la migración es de carácter limitado pues si se compara con la
globalización financiera se observa que la movilidad de forma libre de las personas entre
países se hace exclusivamente a una de las regiones del mundo (unión europea) y además este
fenómeno es objeto de acuerdos internacionales, de debates y negociaciones, de esta manera
se persigue convenir solo los movimientos temporales de personas con calificaciones
directamente relacionadas con los negocios o el suministro de servicios.
Entre los factores que determinan la migración internacional está la desigualdad en los niveles
de desarrollo cuya persistencia y notoriedad en el mundo globalizado contemporáneo
aumenta las presiones migratorias; las economías desarrolladas siempre han necesitado
trabajadores de los países menos desarrollados, dando paso así a la conformación de
mercados laborales duales.
Las oportunidades de estudio y las crecientes vacantes a nivel internacional han creado una
barrera para una efectiva globalización porque aparece en la sociedad la discriminación y la
falta de reconocimiento para las personas calificadas.
Argentina, con un acervo de migrantes intrarregionales algo superior a las 800 000 personas en
1990 (cifra que equivale a casi el 3% de la población del país), es el destino tradicional de
corrientes originadas en naciones limítrofes, que se insertan en la agricultura, la industria, la
construcción y los servicios. Venezuela, bajo el estímulo de la bonanza petrolera de los años
setenta, recibió numerosos migrantes colombianos y acogió a personas del cono sur forzadas a
dejar sus países y en 1990 registró 660 000 inmigrantes intrarregionales (3.4% de la población
nacional).
En Centroamérica, las alteraciones sociopolíticas de los años setenta y ochenta, aunadas a las
insuficiencias estructurales del desarrollo, dieron lugar a un considerable aumento del acervo
de inmigrantes (principalmente nicaragüenses y salvadoreños) en Costa Rica; su total llegó a
300 000 personas en 2000 (8% de la población del país) (INEC, 2001). En los años setenta y
ochenta, México recibió una importante inmigración desde Guatemala y El Salvador y se
consolidó como territorio de tránsito de migrantes en sus rutas hacia el norte. Algo similar —
con cifras menores, pero con efectos económicos, sociales y culturales más intensos— puede
decirse respecto de Belice. La condición de tránsito se verifica también en otros países de
Centroamérica, por donde circulan migrantes procedentes de países sudamericanos y otras
regiones.
El efecto de esta migración intracaribeña se hace notar con fuerza en las poblaciones de
origen, puesto que en Granada y San Vicente y las Granadinas entre un sexto y un quinto de la
población nacional es emigrante intrarregional. Un aspecto importante de la migración en el
Caribe es el retorno, que presenta múltiples repercusiones socioeconómicas, como la
transferencia de ahorros (incluidas las pensiones de retiro), la inversión en proyectos locales
de bienestar social y el desempeño de actividades que entrañan un alto grado de calificación
(Thomas-Hope, 2000).