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Ya en un cuento de Antón Chéjov publicado por vez primera en 1886 bajo el título
Buena gente se nos advierte contra la familiaridad con el prejuicio:
“quizás nuestros métodos de resistencia al mal pertenezcan al género de prejuicios que se han
enraizado tan profundamente en nosotros que ni siquiera estamos en condiciones de separarnos de
ellos, y por eso no podemos formarnos un juicio correcto sobre ellos” (Antón Chéjov Cuentos
reunidos. Losada 2013, p.253).
Con lo precedente quisiéramos por nuestra parte dar que pensar sobre la obra magna de
Gadamer1 aún antes de haber empezado siquiera a desentrañar y exponer su
pensamiento. Nuestros métodos de resistencia a la filosofía hermenéutica han sido pre-
juicios infundados, por lo que ha sido necesario transitar por dicha filosofía para poder
atravesar la postmodernidad y volver tras ese viaje a una noción cabal de la
racionalidad. A una racionalidad definitivamente teorético-práctica, no solamente
instrumental y necesaria para un pensamiento posthumanista en el siglo XXI en el cual
las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu no entren en contradicción.
Ahora bien, ante todo y para iniciar el comentario de forma lineal nos hemos propuesto
intentar desentrañar mínimamente el enigma con el que Gadamer, al encabezar su obra
empleando el fragmento de un poema de Rilke, deja rumiando a sus incontables
lectores:
“En tanto no recojas sino lo que tú mismo arrojaste, todo será no más que
destreza y botín sin importancia: sólo cuando de pronto te vuelvas cazador
del balón que te lanzó una compañera eterna, a tu mitad, en impulso
exactamente conocido, en uno de esos arcos de la gran arquitectura del
puente de Dios: sólo entonces será el saber-coger un poder, no tuyo, de un
1
Hans George Gadamer Verdad y Método. Editorial Sígueme, Salamanca 1999 (octava edición).
[Gadamer: Wahrheit und Methode. Mohr (Paul Siebeck) Tübingen 1975].
1
mundo”2.
En una primera lectura o aproximación puede decirse que en el poema se sugiere la idea
de la trascendencia de los propios actos, de la suprema importancia de todo lo que
sembramos de un modo u otro por efecto de una escondida ley de causa-efecto inserta
en la naturaleza. Rilke quiere dar a entender que la trascendencia de lo que se recibe no
es por lo que se siembra individualmente sino por la interacción con la compañera
eterna, ya sea ésta el alma individual o colectiva. La ley de retribución adquiere una
envergadura universal cuando es el resultado de la interacción y no amplifica jamás el
solipsismo. En los versos de Rilke, la envergadura de esa siembra individual no va más
allá de habilidades intrascendentes e insustanciales. Solamente cuando el pensamiento,
el sentimiento o el acto, sea lanzado y recogido entre al menos dos, un efecto divino y
efectivamente productivo tiene lugar; solamente en una doble dirección, del interior
humano al exterior y del exterior humano a su interior, esto es, fenomenológicamente,
se produce una unión recíproca en lo eterno, aún incluso cuando ambos polos lo
ignoren. Y solamente esa unión es la que tiene un poder creador, no propio, sino de los
mundos.
Gadamer no aporta la referencia del fragmento pero hemos localizado que pertenece a
los poemas escritos por Rilke en 1922 y que es, por tanto, coetáneo a las Elegías del
Duino. Aquí se nos sugiere, en otra posible lectura, que a veces se recoge lo que sin
acierto y con desconcierto se sembró, ignorantemente, pero desde la seguridad; en lugar
de arrostrar la inseguridad de que el alma llegue a cruzar un puente que la divinidad
construye para que puedan existir y haber nuevos mundos. Por ello la “gran obra de
arte” se caracteriza porque a partir de ella “se yergue un mundo3”. El juego está presente
y Gadamer en otro texto, ya posterior al libro, en el cual nos recuerda la penuria del
lenguaje, tiene igualmente presente que el propio Parménides tuvo que hablar en su
poema sobre el «Ser» de su ser redondo, como una «pelota bien inflada», para
caracterizarlo4.
También puede decirse, casi al contrario, que Rilke quiere dar a entender que la
relevancia de lo que se recibe no es por lo que se siembra individualmente, sino por la
interacción de dos extremos que se encuentran en el punto medio entre ambos. En los
versos de Rilke la envergadura de la realización individual no va más allá de las
habilidades comunes pues un escrito no es nada sin sus lectores y sin sus comentaristas.
De ahí la elección de Gadamer de ese fragmento y el proponerlo como encabezamiento
de su obra, pues, para la hermenéutica, nunca hay exclusivamente un texto, sino que
todo texto es, además de sí mismo, el conjunto de sus interpretaciones y el poder ser-
2
Solang du Selbstgewoifenes fongst, ist alles
Geschicklichkeit und läßlicher Gewinn-;
erst wenn du plötzlich Fiinger wirst des Balles,
den eine ewige Mitspielerin
dir zuwarf, deiner Mitte, ingenau
gekonntem Schwung, in einem jener Bögen
aus Gottes großem Brückenbau:
erst dann ist Fangen-können ein Vermögen, Nicht
deines, einer Welt. (...).
Aus: Die Gedichte 1922 bis 1926 (Muzot, 31. Januar 1922).
3
H-G. Gadamer “La verdad de la obra de arte” (1960). Prólogo a la reedición de “El origen de la obra de
arte” (1936) de M. Heidegger.
4
H-G. Gadamer Verdad y Método II. 7. La historia del concepto como filosofía (1970).
2
lenguaje, junto a la infinita remisión de unos textos a otros. En otra obra posterior a la
que nos ocupa aclarará el filósofo completamente este punto:
“Todos somos auditorio, debemos aprender a escuchar, en uno u otro camino, a luchar siempre
contra el ensimismamiento y eliminar el egoísmo y el afán de imposición de todo impulso
intelectual”. (Gadamer La herencia de Europa. «Sobre los que enseñan y aprenden». Barcelona,
Península, 1990, pág.145-146).
Gianni Vattimo en su libro Poesía y ontología, al tratar de: El lenguaje como horizonte
de una ontología hermenéutica, recoge el testigo rilkeano con el que Gadamer abre su
obra, como muestra de la circularidad de la comprensión. Verdad y Método no va de
unas premisas a una conclusión sino que traza círculos. A juicio del pensador italiano
“el epígrafe rilkeano que Gadamer ha elegido subraya, por lo demás, que el concepto
dominante de su perspectiva, aunque nunca enunciado explícitamente con este término,
es el de «pertenencia»: a la obra como Spiel, a la historia y en última instancia al ser”.
De ahí que estemos tratando con una ontología hermenéutica con varios niveles de
emergencia.
“Pero creo haber mostrado correctamente que esta comprensión no comprende al tú sino la verdad
que nos dice. Me refiero con esto a esa clase de verdad que sólo se hace visible a través del tú, y
sólo en virtud del hecho de que uno se deje decir algo por él (…). El juego no se agota en la
conciencia del jugador, y en esta medida es algo más que un comportamiento subjetivo. El lenguaje
tampoco se agota en la conciencia del hablante y es en esto también más que un comportamiento
subjetivo”.
El poema completo, esto es, con lo que sigue al fragmento de Gadamer y que el filósofo
ha callado pero dejado, por tanto, en suspenso, sugerido por su silencio, es el siguiente:
Visto desde el prisma de la obra de Gadamer el poema dicta las dificultades de un doble
proceder fenomenológico y hermenéutico. Primeramente un ir a las cosas mismas,
totalmente insuficiente, que mientras no pase al siguiente paso, que es el de la
3
dialogicidad, carecerá de validez alguna. En segundo lugar la recepción a la que la
intencionalidad queda expuesta, la respuesta, que inaugura el mundo de la especial
conversación que se produce en el choque de intencionalidades que tiene lugar a mitad
de camino entre una subjetualidad y una exterioridad. Y en tercer lugar la milagrosa
posibilidad fenomenológica de dejar que ese proceso hermenéutico, recién inaugurado,
siga su curso con independencia de los polos encontrados, en el libro, en el
acontecimiento de la obra ya sólo ayudada por los clásicos a convertirse en patrimonio
de la humanidad. A partir de ahí se explican las siguientes palabras de la Introducción:
“La conceptualidad en la que se desarrolla el filosofar nos posee siempre en la misma
medida en que nos determina el lenguaje en el que vivimos 5”. El autor ha quedado como
partícipe de un serio juego que continúa y prosigue una vez puesto en marcha por los
caminos que se le abren sin cesar. Y ese juego6 conceptual es, y ha sido siempre para la
tradición, el proceder de la filosofía.
Como indica el título completo de la obra, Gadamer, intenta con ella proveernos de los
“Fundamentos de una hermenéutica filosófica7”, su labor es, por tanto, presentada,
como la tarea de una Fundamentación; unos cimientos le serían necesarios a la
hermenéutica para poder ser plenamente filosófica. La hermenéutica literaria, jurídica y
la exégesis bíblica parecen preceder a la hermenéutica propiamente filosófica. El propio
Gadamer indica que la palabra hermenéutica se encuentra lastrada por una larga
tradición. Y por filosofía entiende lo que siempre ha entendido la tradición, por eso dice
en el prólogo a la segunda edición:
“Mi verdadera intención era y sigue siendo filosófica; no está en cuestión lo que hacemos ni lo que
debiéramos hacer, sino lo que ocurre con nosotros por encima de nuestro querer y hacer (VM,
pág.10)”.
Como buen discípulo de Heidegger nos indica Gadamer que la comprensión es el modo
de ser propio del Da-sein. No es por tanto un fenómeno cualquiera sino una de las
5
Introducción, VM pág.10. Citamos la versión española de Warheit und Methode (1960) con las siglas
VM, remitiéndonos a la paginación de la publicada en la editorial Sígueme (Salamanca, 1977).
Es hoy generalizadamente sabido que el título de la obra era primeramente el de “Hermenéutica
filosófica” pero que a instancias de su editor, Gadamer, lo cambió por el afortunado “Verdad y Método”.
6
Gadamer mencionará más adelante el famoso estudio Homo ludens de Johan Huizinga, sin embargo, la
dimensión lúdica de la filosofía, la encontrará Huizinga en los sofistas antes que en los filósofos, al
estudiar, en su capítulo noveno, las «Formas lúdicas de la Filosofía». De ellas no excluye a los filósofos
pero sitúa en primer plano los sortilegios sofísticos.
7
Grundzüge einer philosophischen Hermeneutik.
4
manifestaciones fundamentales del ser. El comienzo por consolidar la hermenéutica en
el área de la Estética, que se dice coyuntural, puede parecer un tratamiento ejemplar en
un modelo más sencillo que el de las ciencias de la naturaleza. Pudiera existir el
presupuesto de ver cumplidas para todas las áreas la demostración con ejemplos de las
ciencias del espíritu. Pero le es propio a la historia efectual, esto es, “al ser de lo que se
comprende” poner de relieve que la hermenéutica no sólo se caracteriza por contener
prejuicios e intereses, sino también por tenerlos en cuenta, sacarlos a la luz,
explicitarlos.
La hermenéutica no sólo se presenta como un modelo del comprender sino que ella
misma es ya un modo de filosofar, un modo filosófico de conocer. La hermenéutica no
es algo nuevo dentro de las ciencias del espíritu sino que cuenta ya con una larga
historia filosófica. Husserl, Dilthey y Heidegger están muy presentes en la que revierte
Gadamer en los comienzos de su obra. Gadamer pretende elaborar una teoría del
conocimiento lingüístico a la que calificará como teoría general de la comprensión. Y esa
experiencia de verdad hermenéutica se presenta ella misma como filosófica, es decir, como
un modo filosófico de conocer.
Para la elucidación de la pregunta por la verdad desde la pregunta del arte, Gadamer,
desarrolla varios ítems, de entre los cuales, el primer bloque, en clara alusión a Kant,
lleva por título: La trascendentalización de la dimensión estética 8. El primer
subapartado de este bloque reza: Significación de la tradición humanística para las
ciencias del espíritu. Donde nos encontraremos ya con los problemas del método, así
como con 4 conceptos básicos del humanismo: La Formación (Bildung); el Sentido
Común (sensus communis); la Facultad de Juzgar (Urteilskraft) y el Gusto
(Geschmack). A lo largo de la primera parte de la obra la Crítica del Juicio de Kant va a
ser seguida de cerca, sin que ello impida detenerse en otros textos fundamentales, como
los de Hegel, Nietzsche y otros autores.
Ante todo no hay que entender aquí por “humanismo” las corrientes filosóficas que han
centralizado en el sujeto moderno todos los empeños del saber en general, muy al
contrario, por humanismo debe entenderse aquella tradición que surge en Grecia, va
declinando durante la Edad Media, hasta recuperarse en el Renacimiento y llegar a
8
Die Transzendierung der ästhetischen Dimension. (Título no adecuadamente traducido en la versión
española, vertido como: “La superación de la dimensión estética”).
Es hoy generalizadamente sabido que el título de la obra no fue de Gadamer sino de su editor, pero hay
que reconocerle una gran sagacidad dialéctica a dicho editor.
5
nuestros días. De ese humanismo como paideia, Bildung, formación, educación, la
tradición ilustrada se centró en el método de la ciencia moderna como único camino del
pensar y para la rectificación de semejante pretensión única, la corriente hermenéutica,
habrá de recoger del Romanticismo las que podríamos llamar sendas perdidas por la
ciencia
¿Qué significa entonces aquí la tradición humanística para las ciencias del espíritu?
Si las ciencias del espíritu fuesen la forma, la tradición humanística sería el contenido. Y
esto es así porque la tradición humanística involucra a la educación europea, la cual,
frente a la arrolladora presencia de las ciencias naturales durante los siglos XIX y XX,
se ve todavía necesitada de reivindicar y defender la presencia de las ciencias del
espíritu tanto en los estudios elementales como en los superiores.
Sin comedirse lo más mínimo, Heidegger, incidía en su escrito contemporáneo del que
comentamos: La época de la imagen del mundo, en que las ciencias del espíritu, si
habían de permanecer rigurosas, tenían que ser necesariamente inexactas. Con ello no
hacía sino recoger para las humanidades el tiempo de esplendor que ellas tuvieron en
otro tiempo, sumergiéndose y reapareciendo, un brillo que aparece también ya explícito
en el clásico y anónimo Tratado sobre lo sublime, del Pseudo-Longino:
“XXXIII.2-3. Por lo que a mí respecta, yo sé muy bien que las naturalezas superiores no están en
absoluto exentas de defectos; pues una perfecta precisión corre el riesgo de la trivialidad, y en todo
gran talento, como en las fortunas enormes, debe haber lugar para una cierta negligencia. Y acaso
resulte del todo inevitable que los espíritus mezquinos y mediocres, al no exponerse jamás a riesgo
alguno, al no aspirar nunca a alcanzar las grandes cimas, logren, por lo general, evitar todo fallo y
no den jamás un paso en falso, en tanto que los grandes espíritus en razón de su misma grandeza
están expuestos a cualquier caída. Por otro lado, tampoco ignoro el conocido fenómeno de que, por
naturaleza, suele tenderse a ver las obras humanas por su lado malo, y que el recuerdo de los
defectos perdura de un modo imborrable mientras que el de los logros se pierde rápidamente”.
Muy lejos de la sublimidad kantiana y de un Dilthey que pese a señalar a las ciencias
del espíritu habría caído también preso del modelo de la ciencia natural, Gadamer,
avanza sobre la selva de conceptos neokantianos y guarda silencio respecto a la por él
llamada tentación de dividir las disciplinas en exactas e inexactas. No se atreverá a las
6
geniales transgresiones heideggerianas. La basculación gadameriana recaerá sobre
Herder, quien, a su juicio, habría dado al concepto ilustrado de humanidad un contenido
nuevo, proporcionándonos el concepto de “formación del hombre 9 (Bildung zum
Menschen)”.
El concepto de formación (Bildung) es uno de los que nuestro filósofo llama conceptos
básicos del humanismo (Humanistiche Leitbegriffe) y recuerda como muchos de los
conceptos que manejamos hoy en filosofía han tenido una reciente acuñación en el
tiempo histórico. Uno de los trabajos hermenéuticos más importantes, sugerido ya por el
modo de tratarse Heidegger con la filosofía, se nos presenta como el de rastrear la
genealogía y arqueología de los conceptos usados en el presente. Semejante labor, que
Foucault tomará de Nietzsche, se ha convertido en paradigmática de la última filosofía
del siglo XX. De ahí que diga Gadamer que: “el que no quiera dejarse llevar por el
lenguaje sino que pretenda una autocomprensión histórica fundamentada10 se ve
obligado a moverse incesantemente entre cuestiones de historia de las palabras y los
conceptos” (VM, p.38). El concepto de formación, Bildung, es uno de esos conceptos
que Herder sabe recoger y que toma el valor o la valencia actual ya entre Kant y Hegel.
7
sino el retorno a sí, que implica por supuesto enajenación (Entfremdung), lo que
constituye la esencia de la formación” (VM, p.43). Y con tal noción de formación
hegeliana puede abordarse ya un preámbulo al tema del tacto cuya noción tendente a la
amalgama entre buenos modales y buena cultura pensamos, siguiendo el tan importante
análisis de las palabras y los conceptos que recomienda la hermenéutica, habría que
separar.
“Ahora bien, toda tribu de los científicos quiere comprender esta tela y sus colores sin comprender
la imagen. Hasta puede decirse que sólo aquel que ha fijado sus miradas en el conjunto del cuadro
de la vida y del ser podrá servirse de las ciencias especiales sin sufrir perjuicio por ello, pues sin
estas reglas generales, las ciencias especiales no son más que lazos, y entonces nos sentimos
cogidos en las mallas de una red interminable, en que nuestra existencia se pierde como en un
laberinto sin salida” (Friedrich Nietzsche 3ª Consideración Intempestiva: Schopenhauer como
educador).
Dentro de la filosofía, incluso, ocurre lo mismo. Por eso hay que sopesar tanto que
Hegel nos advirtiese que “la filosofía debe guardarse de pretender ser edificante 12”
como que Richard Rorty nos haya advertido, ya más recientemente13, que hay que
cuidarse de que pretenda ser sistemática. Frente a Platón, Santo Tomás, Kant o Hegel,
que servirán como modelos para la filosofía sistemática en la modernidad, hay que tener
presentes a Rorty y Gadamer como modelos de la filosofía edificante y formativa
(respectivamente) de la postmodernidad. La Bildung (formación) de Gadamer recoge
ciertamente el eco de la Bildung hegeliana, pero sin oponer el concepto (Begriff) al
sentimiento (Gefühl) y la intuición (Anchauung). Por ello nos ofrece una filosofía más
11
Gadamer mencionará más adelante (VM, p.121) las “Cartas sobre la educación (Erziehung) estética del
hombre” de Schiller.
12
G.W.F. Hegel Die Phänomenologie des Geistes. [1807]. Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main 1986,
«Vorrede», s.17: “Die Philosophie aber muß sich hüten, erbaulich sein zu wollen”.
13
Richard Rorty La filosofía y el espejo de la naturaleza. [1ªed.Princeton University Press 1979].
Editorial Cátedra, 2ªed. Madrid 1989.
8
orientada hacia la edificación (Erbauung) que hacia la evidencia (Einsicht); pero sin
renunciar al concepto. Hegel sin embargo emplea la palabra Erbauung como opuesta a
Bildung. La primera palabra significa construcción, edificación, algo que reserva Hegel
para el desarrollo del sentido estético, literario o moral-religioso, para el afinamiento del
sentimiento y de la intuición, siendo entendida como cultivo de la sensibilidad o
refinamiento; por eso Hegel emplea la segunda palabra para caracterizar la formación
del razonamiento, para el aprendizaje de la filosofía en cuando desarrollo de la
capacidad reflexiva y conceptual. Por el contrario, Rorty y Gadamer, emplean
edification y Bildung respectivamente, también en el mismo sentido que Hegel emplea
Erbauung, negando la distinción tajante entre una esfera teorética, única y cerrada,
frente todas las demás, forzando así a la contemporaneidad y a la filosofía del presente a
sintetizar un decadente sistematismo con una emergente edificación.
Con la noción de sentido común Gadamer pretende sumar un nuevo apoyo, después del
análisis de la Formación (Bildung), para lo que denomina tanto “autocomprensión de las
ciencias del espíritu14” (VM, p.49) como “autorreflexión de las modernas ciencias del
espíritu15” (VM, p.57). Los pensadores a los que se va a remitir Gadamer en su
búsqueda de las sendas perdidas de la historia de la hermenéutica van a ser, en relación
a la noción de sentido común: Vico, Nicolás de Cusa, Aristóteles, Tomás de Aquino, D
´Alembert, Ciceron, Bacon, Shaftesbury16, Marco Aurelio y Bergson; junto al teólogo
pietista Oetinger.
La oposición entre el erudito de escuela y el sabio que Gadamer parece vincular con la
contraposición entre la sophía y la phronesis, son aspectos de la tradición aristotélica
que se recogen (VM, p.49). A Vico como profesor de retórica se le presenta
manteniendo la elocuencia como un valor humanístico indubitable y con una ciencia
nueva que se nutrirá de lo verosímil y lo convincente y no ya tanto de lo absolutamente
verdadero. Eso nos sitúa en la docta ignorancia tanto del Sócrates histórico como del
Cusano.
Las ciencias naturales y sus demostraciones por causas, así como su método, no valen
en las ciencias del espíritu, porque éstas últimas han de tener en cuenta las
circunstancias. Un perspectivimo y circunstancialismo que a nosotros nos recuerda a
nuestro Ortega mientras que a Gadamer le lleva a recordar a un D´Alembert que
consignaría el probabilismo en la Enciclopedia o del sano escepticismo de la
antigüedad.
14
“für das Selbstverständnis der Geisteswissenschaften”.
15
“für die Selbstbesinnung der modernen Geisteswissenschaften”.
16
Para poner en evidencia el papel del sentimiento en la comprensión es que se acude a las tradiciones
emotivistas inglesas.
9
tierra, la lengua y la religión, un comunitarismo que sí que se puede y se debe atribuir
ya a la cultura griega.
Por otra parte resulta curioso que a causa de su fidelidad a la creación de un método
genealogista se omita a un Descartes, que, precisamente, comienza su famoso discurso
apelando al bon sense y relacionándolo con nuestra facultad de juzgar:
“El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual piensa que
posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa,
no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino
que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es
propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y,
por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables
que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no
consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es
aplicarlo bien” (Descartes Discurso del Método. Libro I).
Descartes no distingue, a diferencia de los ejemplos ya del s.XVIII que resalta Gadamer,
entre buen sentido y razón. El paso desde esa indistinción a la distinción dieciochesca
inglesa entre reason y sentiment (o taste) queda encubierto en su caso.
Con ello pasa Gadamer al gusto (Geschmack) rastreando sus orígenes anteriores a Kant
para descubrir que en un principio “el concepto de gusto es más moral que estético”
(VM, p.66). La historia del concepto le lleva hasta un español, Baltasar Gracián, quien
“considera el gusto como una primera «espiritualización de la animalidad» y apunta con
razón que la cultura (Bildung) no sólo se debe al ingenio (Geist) sino también al gusto
(Geschmack) (…). Su ideal del hombre culto (el discreto) consiste en que éste sea el
«hombre en su punto17»” (VM, p.67). Cual si fuera un filete Gadamer ha encontrado la
metáfora de Gracián que lo compara con el hombre para indicar si está poco hecho, en
17
Gracián da este título a una de las secciones de “El Discreto” (secc. XVII), aquella que se muestra en
forma de diálogo con un doctor canónigo de la Iglesia, Don Manuel Salinas y Linaza. En “El Hombre en
su punto” comienzan hablando de la niñez y de cómo hasta los 7 años no se aprecia en los niños
discernimiento, cosa muy discutible. Pero de cualquier modo el objetivo es alcanzar la hechura de “un
varón totalmente consumado” aunque a muchos les faltará un hervor.
La divulgación de Schopenhauer hizo que la obra de Gracián fuese bien conocida en Alemania.
10
su punto o pasado. Es la metáfora gastronómica de Gracián la que nos habla en la
actualidad de los orígenes del concepto de gusto.
Puesto que todas las obras del español trataron de Filosofía Moral desde un punto de
vista profano estaríamos ante un jesuita anómalo en pugna con la dogmática doctrinal
de la Compañía de Jesús. Sus producciones son manuales del bien vivir y del buen vivir
elementos que le parecen asociados al autor. Gracián parte de la excelsitud del héroe
llegando al comedimiento del discreto, pero, finalmente, bastará lo último para
desenvolverse exitosamente en sociedad.
18
“La belleza es uno de los modos de presentarse la verdad” –dirá Heidegger en ese opúsculo. En 1960,
coincidiendo con la publicación de Verdad y método, Gadamer fue invitado por Heidegger a añadir una
introducción a la segunda edición de ese pequeño y denso tratado, obra que hemos mencionado
anteriormente con motivo de nuestra interpretación del inicial poema de Rilke.
19
“Selbstinterpretation der Geisteswissenschaften”.
11
Como muchas veces se ha repetido con acierto a partir del calificativo de Habermas, la
filosofía gadameriana ha tenido como destino el urbanizar y civilizar la salvaje y agreste
provincia heideggeriana. Una teoría general de la comprensión, aquella en la que las
modernas ciencias del espíritu pueden reconocerse como verdaderas, es, sin lugar a
dudas, la gran aportación de Gadamer a la filosofía del presente.
Gadamer afirma respecto a Kant que habría un momento apriorista en su doctrina del
gusto: la del juicio de gusto puro al que pertenece la belleza libre. No basta con que
modelos y ejemplos pergeñen lo clásico con respecto al gusto sino que hay además un
momento supraempirico en ello, lo cual sitúa a Kant entre el racionalismo y el
empirismo. La relación establecida entre imaginación y entendimiento en el juicio
estético es virtualmente la misma para todos y comunicable en general, tiene un halo
universal. Incidiendo en la primacía de la naturaleza y el gusto pretende Gadamer llevar
a Kant más allá de Kant, investigación interesante porque de ella se desprende el final
de la conciencia estética racionalista del siglo XVIII. Si bien el gusto resulta entonces
ampliado, sin embargo, “el sentido común queda reducido a un principio subjetivo”
(VM, p.76). Con eso Kant abandona la tradición del sentido común que Gadamer había
recogido de los pensadores ingleses, aunque su peculiaridad, como hemos dicho, y
virtud estriba en situarse en medio del empirismo y del racionalismo.
El verdadero gusto, sin embargo, puede alcanzar una cierta manera invariable, la que le
es dada, igualmente, a la costumbre con la jurisprudencia de la que surge luego el
derecho. En Kant toda la moralidad está igualmente transida por el gusto. La
constatación de aquel a quien lo injusto repugna como ataque a su gusto es un aspecto
de simbiosis de lo moral y lo estético que puede retrotraerse, según ha afirmado
Gadamer, desde el s.XVII hasta la antigüedad; por lo que nos ha dejado dicho que la
ética griega es una ética del buen gusto. De ahí la kalokaghacía de la paidea clásica, la
fusión de lo kalós y lo agathós, de lo bello y lo bueno, en el mundo grecolatino y
judeocristiano.
Además, para Kant queda manifiesta la conexión entre gusto y sociabilidad mediante la
cultura del sentimiento moral que sirve de base a la comunidad. Corrigiendo a Kant por
medio de Hegel declarará Gadamer que “también otros objetos de la naturaleza, no sólo
la figura humana, pueden expresar ideas morales en la representación artística” (VM,
p.82). Únicamente cuando la imaginación concuerda con el entendimiento en el libre
juego de ambas se nos da la captación de la belleza libre. Resta entonces interpretar a
Kant como si su Crítica del Juicio contuviese una filosofía del arte y seguir el salto que
paulatinamente se va dando desde el gusto hasta el genio. Porque “básicamente el gusto
se asienta sobre las mismas bases que el genio” (VM, p.88).
La belleza libre queda definida en Kant como placer desinteresado y finalidad sin fin,
lográndose aislar la autonomía de la estética, aspectos que le interesa mucho retener a
12
Gadamer, sin por ello renunciar al momento culminante en que la estética se funde con
la ética: con la belleza como símbolo de la moralidad 20, ya pre-dicha por la ambigüedad
de la expresión buen-gusto. El propio Kant es ambiguo porque oscila entre la estética
clasicista y la estética del genio. Su propuesta y su programa alumbran la oscuridad de
la raíz común entre las tres críticas (razón pura, razón práctica y juicio) a la que
corresponde el libre juego de imaginación y entendimiento. Libre, porque se comunica
con la esfera moral, del entendimiento y de la imaginación porque alude a la razón pura
y al juicio estético respectivamente.
Pasa Gadamer a mostrar como se realiza una investigación hermenéutica sobre una
palabra histórica que termina determinada conceptualmente, en este caso, el concepto de
«vivencia» (Erlebnis), luego, también el de «Símbolo», como ha realizado con la de
«Genio», conceptos de los que ya nos había advertido con anterioridad que eran, junto
con otros, de reciente acuñación: “arte, historia, lo creador, Weltanschauung, vivencia,
genio, mundo exterior, interioridad, expresión, estilo, símbolo 22” palabras de la filosofía
actual que “ocultan en sí un ingente potencial de desvelamiento histórico” (VM, p.38).
De hecho todos los conceptos antedichos serán luego, en mayor o menor medida,
desplegados por la autocomprensión hermenéutica que se nos presenta.
El significado de vivencia es reciente pero no así el verbo del que depende, erleben, que
implica “la comprensión inmediata de algo real” (VM, p.96) en contraposición con las
comprensiones mediatas o derivadas. Fue Dilthey el acuñador del sentido conceptual de
la palabra vivencia, precisamente en una biografía de Goethe. La dirección llama a que
las filosofías de la vida, de Bergson a Nietzsche, tomen el concepto como arma anti-
ilustrada. Husserl mismo empleará el término vivencia como aquello último a lo que
podemos retroceder. Hay en todo ello una defensa frente al cartesianismo y frente a una
sociedad mecanicista y organizada industrialmente, justamente un revulsivo contra lo
que está pasando. La estructura de la vivencia tiene mucho que ver con el modo de ser
de lo estético, pues es una vivencia eminente la vivencia estética que se experimenta
ante una obra de arte. “La obra de arte se entiende como realización plena de la
representación simbólica de la vida, hacia la cual toda vivencia se encuentra siempre en
camino” (VM, p.107). El arte vivencial aparecerá como arte auténtico. El s.XVIII
tenderá a entender como experiencia estética una vivencia de la totalidad de la obra sin
la cual su captación restará en la oscuridad inauténtica de la parcialidad.
Gadamer saca a relucir como nuestros conceptos actuales de símbolo y alegoría, tan
opuestos hoy día, estuvieron hace nada más que dos siglos considerados como
20
VM, p.82: “der Schönheit als Symbol der Sittlichkeit”. KU, §59, es la frase del título.
21
VM, p.90. KU, §49: “el genio es un favorito de la naturaleza”: “das Genie ein Güstling der Natur ist”.
22
“Kunst, Geschichte, Schöpferiche, Concepción del mundo, Erlebnis, Genie, Ausserwelt, Innerlichkeit,
Ausdruck, Stil, Symbol”.
13
sinónimos. Señala sus aproximaciones y distancias. Ambos términos se han empleado
con frecuencia en el ámbito religioso para procurar acercar lo finito a lo infinito siendo
el símbolo y no la alegoría el que mantiene ese transfondo metafísico.
En la Crítica del Juicio (§5923) Kant proporciona un análisis del símbolo que junto a la
estética del genio diferenciará definitivamente estas esferas de la alegoría y acabará con
la estética racionalista. De la fórmula de Kant “lo bello es el símbolo de lo moralmente
bueno”, anteriormente mencionada, Schiller será el continuador, con sus Cartas sobre
la educación estética del hombre24, que prolonga la estética con la libertad.
El símbolo consiste en una unidad de imagen y significado, una tensión entre lo finito y
lo infinito, lo visible y lo invisible, cuya inadecuación se borra momentáneamente al
darse tras la escisión la reunión de una dualidad heterogénea: “el símbolo significa la
coincidencia de manifestación sensible y significado suprasensible” (VM, p.116). Todo
el desarrollo de lo simbólico va en detrimento de la alegoría, porque su destino, con
Schelling, es que lo simbólico responda a una relación adecuada entre fenómeno y
esencia, quedando lo alegórico para aquellos casos en los que todavía se resiente el peso
de la escisión, a diferencia de la perfecta coincidencia entre el fenómeno y la idea que
ya predica el Romanticismo. “En el momento en que la esencia del arte se apartó de
todo vínculo dogmático y pudo definirse por la producción inconsciente del genio, la
alegoría tenía que volverse estéticamente dudosa” (VM, p.117). Con el andar del tiempo
la relación entre símbolo y alegoría volverá a ser complementaria en lugar de
superpuesta y la vinculación entre conciencia estética y conciencia mítica dejará de ser
absoluta. De este modo es como se puede decir hoy que ya la búsqueda de la verdad por
parte de Parménides, con que se inicia el camino de la filosofía, era un escrito realizado
con símbolos tomados de la religión clásica que llamamos mythos, pero también una
alegoría en la que la diosa que lleva y guía hacia la verdad simboliza a la razón.
Así lo atestigua la Carta vigesimoséptima, última, del ensayo schilleriano, que Gadamer
también menciona:
“27.3. El animal trabaja, cuando la carencia es la que impulsa su actividad, y juega, cuando aquello
que lo mueve a actuar es una abundancia de fuerza, cuando la vida exuberante se estimula por sí
misma a la actividad. Incluso en la naturaleza inanimada podemos encontrar ejemplos de esa
abundancia de fuerzas y de un relajamiento de la determinación natural que, en el sentido material
aludido, bien podría denominarse juego”.
23
Ya en el §42 Kant expone como en los 7 colores fundamentales se encuentran contenidas ideas básicas
de forma simbólica, como reconocerá también Goethe.
24
« Über die ästhetische Erziehung des Menschen ».
14
La oposición entre apariencia y realidad que surge en la estética del siglo XIX,
determina un cambio de comprensión del arte, que ya se concibe como una esfera
autónoma, no vinculada. Schiller funda «el punto de vista del arte», la posibilidad de
una vida estética, de un comportamiento culto y lúdico, independiente de lo físico y de
lo moral.
El concepto de juego (das Spiel) nos acerca al modo de ser de la obra de arte. Podríamos
sustituir juego por arte y empezaríamos a comprender la ontología estética que se nos
quiere poner de manifiesto. Así, para explicar la ontología de la obra de arte y su
significado hermenéutico Gadamer se va a servir del juego como hilo conductor.
Tratándose de la experiencia del arte y del modo de ser de la obra de arte se ha retenido
con anterioridad que “la obra de arte no es ningún objeto frente al cual se encuentre un
sujeto” (VM, p.145). De ahí que las metáforas e incluso las etimologías muestren una
“autocomprensibilidad26” (VM, p.145, nota 5) como sucede en el trabajo con las
etimologías de Heidegger.
15
Hay en el juego un “impulso a la repetición” que Gadamer, al separar completamente el
juego de la conciencia, no acierta a vincular con síntomas neuróticos, como haría el
psicoanálisis, aunque si que lo vincula a la naturaleza, como juego siempre renovado.
Cuando el juego se hace dueño de los jugadores se puede constatar que “todo jugar es
un ser jugado” (VM, p.149). Un fragmento del poema de Borges “Ajedrez” nos puede
dar una buena ilustración de este punto:
Las reglas constituyen la esencia del juego y el jugar humano resulta ser
autorepresentativo. Gadamer subvierte la metáfora del juego para remitirnos al “carácter
lúdico del arte” (VM, p.152), donde se extiende la representación lúdica a un acto para
espectadores.
“La representación del dios en el culto” es “la representación del mito en el juego”
(VM, p.152), de ahí las concomitancias entre el juego sacral (como las procesiones que
se realizan para la comunidad) y el juego profano (como el teatro que se realiza para los
espectadores).
Niega Gadamer el supuesto solipsismo de quien realiza el arte para sí mismo porque ese
punto nos haría recaer en la ya fenomenológicamente superada presencia de la
conciencia estética. Esto nos llevaría al problema de determinar si una estatua hundida
en el océano puede considerarse arte y en ese sentido añadir valor estético al mundo o si
resulta irrelevante. La obra de arte, incluso desgajada de su contexto original, incluso en
un museo, sigue teniendo su huella originaria, su identidad, su sí mismo, piensa el
filósofo un tanto en contra de Heidegger. Pero ¿Y la escultura hundida en el océano?
16
Gadamer llama “transformación en una construcción” a “ese giro por el que el juego
humano alcanza su verdadera perfección, la de ser arte” (VM, p.154). El arte es, por
tanto, producto de una perfección del juego, hasta el punto que podríamos decir
también, a la inversa, que todo juego perfecto es arte. Al juego perfecto que lleva al arte
Gadamer lo denomina transformación en una construcción. Esto implica que el juego
mantiene su autonomía frente al artista y al espectador, algo a lo que el filósofo
denomina transformación. A su vez, “transformación quiere decir que algo se convierte
de golpe en otra cosa totalmente distinta, y que esta segunda cosa en la que se ha
convertido por su transformación es su verdadero ser, frente al cual su ser anterior no
era nada, lo que se representa en el juego del arte , es, lo permanentemente verdadero”
(VM p.155).
Incluso Platón, el gran crítico del arte, habla en ocasiones sin distinguir el drama
escénico y el drama vital (Filebo 50b).
“El reconocimiento es, como indica su nombre, el paso de la ignorancia al conocimiento (…). La
poesía es más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía canta más bien lo universal, y en
cambio la historia lo particular” (Aristóteles Poética 1452a).
La autorepresentación forma parte del modo de ser de la obra de arte, algo que nos
había anticipado el juego de la representación sacra: “Nadie puede pensar que para la
verdad religiosa la ejecución de la acción del culto sea algo inesencial” (VM, p.160). Lo
cual vale también para el arte: “sólo hay verdadero drama cuando se lo representa, y
desde luego, la música, tiene que sonar” (VM, p.161). Todo jugar es ser jugado, uno no
solamente hace música sino que la música es hecha a través de uno.
17
Para las consecuencias ontológicas de la posición de Gadamer hay que decir que “el
juego es una construcción”, “pero la construcción es también juego”, hay en ello una
correspondencia recíproca. El que juega consigo mismo se desdobla, el imperfecto en la
realidad tiene al perfecto en la imaginación. De ello proviene “el baremo crítico de la
representación correcta” (VM, p.163), que va más allá tanto del creador como del
espectador. El baremo es fijo al tiempo que relativo y móvil ya que resulta al mismo
tiempo como vinculante y como libre. Los creadores se encuentran siempre remitidos a
la tradición al tener conciencia de que lo que ellos hacen ha sido ya realizado por otros
que se han erigido como modelos. Esta clase de tradición llega a fundirse con la obra
misma.
“Para el propio Aristóteles la parusía de lo divino es todavía el ser más auténtico, la energeia no
restringida por ninguna dynamis (Metaf. XIII, 7). Este carácter temporal no es concebible a partir
de la experiencia habitual del tiempo como sucesión” (…) “un ente que sólo es en cuanto que es
siempre distinto es un ente temporal en un sentido radical: tiene su ser en su devenir” (VM, p.169
y Nota 33)
Prosiguiendo la comparativa de la religión con el arte Gadamer indica que estamos ante
una “simultaneidad”, ante un fenómeno de “plena presencia” (VM, p.173). El término
simultaneidad es tomado de Kierkegaard, en quien no quiere decir, al mismo tiempo,
sino que significa la mediación entre el presente y la acción redentora de Cristo. De ahí
que se nos diga nuevamente que: “Para la experiencia del arte vale exactamente lo
mismo” (VM, p.173).
28
A este respecto la colección de estudios de E.R.Dodds publicados en su libro: Los griegos y lo
irracional, resulta sumamente esclarecedora.
18
Pensando en el espectador (ideal, porque la experiencia estética que nos presenta
Gadamer nos parece excepcional) es que se nos dice: “Lo que le arranca de todo lo
demás le devuelve al mismo tiempo el todo de su ser” (VM, p.174). Arrancado de la
vida cotidiana, óntica, aburrida, de la existencia tenida por normal descubrimos que: “El
espectador es un momento esencial de ese mismo juego que hemos llamado estético.
Podemos recordar aquí la famosa definición de la tragedia que se encuentra en la
Poética de Aristóteles. La definición de la esencia de la tragedia que aparece en este
texto incluye expresamente la constitución propia del espectador” (VM, p.174).
Recordemos nosotros la definición a la que alude Gadamer pero que no nos presenta
transcrita:
“Hablemos ahora de la tragedia, deduciendo la definición de su esencia, según lo que resulta de las
cosas dichas. Es, pues la tragedia, la representación de una acción memorable y perfecta, de
magnitud competente, recitando cada una de las partes por sí separadamente, y que no por modo de
narración, sino moviendo a piedad y terror, logra la expurgación de estas pasiones” (Aristóteles
Poética VI, 1450b).
Parece que lo semejante se combate con lo semejante y las acciones heroicas semejantes
a las que todo hombre pudiera padecer, pero más intensas, invaden al espectador de
forma que sufre este una suerte de curación de tales tendencias humanas.
Gadamer nos dice que “la teoría aristotélica de la tragedia nos servirá, pues, como
ejemplo para ilustrar la estructura del ser estético en general” (VM, p.174); de modo que
dicha estructura se nos aparecerá como una estructura trágica. Quizá no sea del todo
vano recordar que uno de los crímenes contra la filología que cometió Nietzsche con su
primera obra no fue otro sino el de dar otra definición de tragedia distinta a la de
Aristóteles.
Gadamer ve lícito tratar de lo trágico como colofón “a la teoría del juego trágico” (VM,
p.175). Si bien, lo que más le interesa, es su efecto sobre el espectador, algo ciertamente
contenido en la definición aristotélica de tragedia. El espectador pertenece al juego,
juega y es jugado ya en la tragedia. Las pasiones éleos y phóbos son algo que le viene a
uno desde fuera. La primera puede traducirse por compasión, piedad, desolación,
mientras que para traducir la segunda se encuentran términos como terror, temor,
estremecimiento, escalofrío.
“Desolación y terror son formas del éxtasis, del estar fuera de sí, que dan testimonio del
hechizo irresistible de lo que se desarrolla ante uno” (VM, p.177). Y respecto a la
purificación o catarsis Gadamer se pregunta: “¿Qué es lo impuro que lastra a estos
afectos o en lo que ellos consisten, y por qué habría de verse esto eliminado en el
estremecimiento trágico? (VM, p.177). Pues debido a algo a lo que ya hemos contestado
al hablar de lo semejante y que funcionaría como la homeopatía de una vacuna.
Parece ser que la tragedia dramática y la confesión religiosa operan el mismo efecto:
“La tragedia opera una liberación universal del alma oprimida” (VM, p.177). Y tal cosa
es la que sucede, por ejemplo, en el culto religioso cristiano, que gira en torno a la
trágica crucifixión y la conmemora en sus ceremonias. Por eso “no hay tragedia allí
donde la culpa y la expiación se corresponden la una a la otra en una justa proporción”
(VM, p.178). La culpa y el destino (así como antes la piedad y el terror) tienen que
19
desubjetivizarse, verse en su independencia respecto a la conciencia, al ser algo que
sucede, ocurre, acontece, más allá de los designios humanos.
El cuadro original con su imagen original nos presenta en primer plano el asunto de la
copia, de modo que la copia ideal fuese la del espejo. La copia es un medio que se
autosuprime una vez cumplida su función, que no es otra, que laborar en su
20
autocancelación. Finalmente lo que habrá serán originales dado que la copia se
autosuprime. Por eso no hay que ceder a la primera hipótesis que se nos viene a la
mente de que la copia no sea más que la representación de la imagen original. Hay un
acrecentamiento de la imagen que supone un incremento de ser de la copia: “El
contenido propio de la imagen se determina ontológicamente como emanación de la
imagen original” (VM, p.189). Y se procura recoger un Platón invertido por el
neoplatonismo cuando se declara que: “A la realidad óntica de la imagen le subyace
pues la relación ontológica de imagen originaria y copia” (VM, p.190). Tales vínculos,
patentes en la relación profana, lo son aún mucho más en la relación sagrada: “pues de
la manifestación de lo divino hay que decir realmente que sólo adquiere su
«imaginabilidad» en virtud de la palabra y de la imagen. El cuadro religioso posee así
un significado ejemplar” (VM, p.192). La conexión entre la imagen óntica y
representación entendida como manifestación de lo divino tiene que poner en evidencia
la profundidad ontológica de la valencia óntica de la imagen en general. El ser
representado es más que el puro ser. Veremos más adelante como a partir de la obra que
representa el pasado se enlaza con la conciencia histórica, así, la conciencia estética se
irá convirtiendo en conciencia hermenéutica.
“Un ejemplo podrá ayudarnos a ilustrar esto: Justi calificó una vez de una manera muy acertada la
«Rendición de Breda» de Velázquez como un «sacramento militar». Quería decir con esto que el
cuadro no es un retrato de grupo ni tampoco una simple pintura histórica. Lo que se ha fijado en el
cuadro no es sólo un proceso solemne como tal. Al contrario, la solemnidad de esta ceremonia
resulta tan actual en el cuadro porque ella misma posee el carácter de la imaginatividad y se realiza
como un sacramento. Hay cosas que necesitan de imagen y que son dignas de imagen, y su esencia
sólo se cumple del todo cuando se representan en una imagen. (…) Una obra de arte siempre lleva
en sí algo sagrado” (VM, p.200 y 201).
21
Alegando contra la tradición platónica nuestro autor defiende que hay obras de arte que
son sólo posibles en la imagen, el grado más ínfimo de ser y de realidad, lo que aparecía
como lo menos cognoscente, es llevado a primer plano, al espacio de unas obras de arte
que portan consigo la sacralidad del ser en su plenitud y que, como el cuadro de Van
Gogh en El origen de la obra de arte de Heidegger, otorgan la máxima verdad en su
acontecer ante el mundo como imágenes especiales.
De ahí que se nos diga que “la esencia de la imagen se encuentra más o menos a medio
camino entre dos extremos” (VM, p.202). Esos dos extremos, antes ya tratados, no son
otros que el signo y el símbolo. Pero entre esos extremos más se inclina la imagen por
parecerse al símbolo que al signo, como mostraciones de lo que va a venir. El signo es
importante cuando el cuadro nos evoca un recuerdo y, de ese modo, nos hace rememorar
sobre algo que no pasó del todo, que no está acabado ni clausurado. Desde luego puede
suceder su desgaste: “Los recuerdos pierden su valor en cuanto deja de tener significado
el pasado que nos recuerdan” (VM, p.204). Y puede ocurrir una sobresaturación en que
el pasado invada el presente de modo que requiera un culto en una relación que
Gadamer califica de “distorsionada”, esta vez, sin atender, claro está, a los recuerdos
conmemorativos presentes en cualquier acción cultual, sacra o religiosa.
La imagen tiene de este modo una relación sana con el recuerdo pero a la vez invita a
profundizar en él, a demorarse en ello, para luego dejarlo marchar. Como la imagen
participa del ser representado es por lo que experimenta un incremento de ser. En el
Platón tradicional representaba un desvalimiento del ser, una disminución, mientras que
ahora se nos representa como un ente con una valencia óntica que puede alcanzar mayor
peso del que usualmente porta consigo, merced, precisamente, al fenómeno platónico de
la participación. “Naturalmente, esta participación ontológica no conviene sólo a la
imagen, sino también a lo que llamamos símbolo” (VM, p.204). Después de reseñar su
vinculación es necesario que podamos, de todas formas, distinguir entre la imagen y el
símbolo. Gadamer indica que un símbolo como ese puro estar por otra cosa no sólo
remite a algo sino que lo sustituye. Símbolos como los uniformes o las banderas o los
religiosos están sustituyendo a otra cosa a la que absorben, pero la imagen -insiste
Gadamer- no es un símbolo: “la imagen representa también, pero lo hace por si misma.
Por el plus de significado que ofrece. Y esto significa que en ella lo representado, la
«imagen original», está ahí en un grado más perfecto, de una manera más auténtica, es
decir, tal como verdaderamente es” (VM, p.205-206). En este momento resuena en
nuestros oídos la virtud de los cuadros de Van Gogh en Heidegger o de los simulacros
en Deleuze. Puede haber una completa inversión del platonismo, como predicó
Nietzsche, pero no cabe una inversión del propio Platón, el cual, con sus ideas de
recuerdo, copia y participación, se introduce, aún hoy en día, en todo aquel pensamiento
que se confronte con la imagen.
22
permanece indesplazable la pertenencia a su propio mundo” (VM, p.208-209). Un
pasaje, este último, que nos recuerda lo que Heidegger dijese ya sobre un templo griego
en 1952.
Se apela nuevamente, sin citarla, a la doctrina del genio de Kant, según la cual, el genio
no sabe cómo produce la obra de arte, siendo el exegeta no un productor sino un
reproductor ya de la misma. Schleiermacher se afanó en ese comprender mejor incluso
en “la comprensión-interpretación de la Biblia. Lo que él quería decir no era,
obviamente, que hubiera que enmendarle la plana a Dios como primer Autor del libro,
sino que la comunidad cristiana, en sus esfuerzos exegéticos, estaba en condiciones de
captar con mayor profundidad el sentido que los escritores de los distintos tratados
bíblicos. Por lo demás, «entender mejor» no significaba para él, ni mucho menos,
entenderlo todo, sino aportar una modesta contribución a un proceso infinito de
exégesis29”. También Schleiermacher, con su énfasis en el malentendido rompe con la
pretensión ilustrada de transparencia de la comunicación. En su planteamiento puede
haber, nos parece, una cierta analogía con el psicoanálisis, pero aquí se aplicaría a lo
colectivo lo que allí a lo individual. Por eso pensamos que puede decirse que el
terapeuta comprende mejor al paciente que éste a sí mismo, hay una cierta imposibilidad
de comprenderse a sí mismo que procede de que aquello que hay que entender nos
engloba a nosotros mismos. Ahora bien, ha sido el propio Gadamer quien en esa
compilación de artículos que ha venido a llamarse Verdad y Método 2, ha desvinculado
tanto el psicoanálisis como la crítica de las ideologías30 de la hermenéutica al poner de
29
Félix Duque La humana piel de la palabra. Una introducción a la filosofía hermenéutica. 3. Del
círculo del comprender. Universidad Autónoma Chapingo. México 1994.
30
Cfr. Por ejemplo, VM2, 13. Semántica y hermenéutica (1968).
23
manifiesto que en la conversación hermenéutica no puede haber agente privilegiado, ya
sea el yo inconsciente o los sucesos sociológicos.
La mejor comprensión del hermeneuta sucede acerca del texto no acerca de las cosas de
las que habla el texto. Es Dilthey quien mantiene también esta idea, mientras que Kant,
con Fichte, acabará por entender, ilustradamente, que comprender mejor es comprender
con mayor claridad. “La especificidad de Dilthey en esta trayectoria está unida a las
especiales y profundas dificultades que el proyecto hermenéutico tuvo que afrontar
después de Schleiermacher: la expansión del historicismo y el vertiginoso ascenso de las
pretensiones de universalidad del método científico-natural que tuvieron lugar en la
segunda mitad del siglo XIX y a comienzos del XX31”.
Dilthey pretende que las ciencias del espíritu sean tal y como lo había establecido Kant
para las ciencias naturales, por eso se consagra a la realización de una crítica de la razón
histórica. No vislumbramos con claridad el motivo de que establecer que las ciencias de
la naturaleza entienden mientras que las ciencias del espíritu comprenden sea
insuficiente, pero no basta con el binomio explicación y comprensión.
Gadamer indica que resulta difícil distinguir la exposición propia de Dilthey de las
ajenas a éste, pero lo mismo le ocurre a él, ya que nos lega un texto en los presentes
análisis de la tradición hermenéutica que hacen difícil separar lo que le pertenece a él de
31
Luis Sáez Rueda Movimientos filosóficos actuales. 6. Origen y sentido del proyecto hermenéutico.
Editorial Trotta. Madrid 2001, p.186.
24
lo que pertenecería a otros autores. Al menos nos quedará claro, poco a poco, que el a
priori de la autocomprensión hermenéutica en Dilthey es la vida mientras que en
Gadamer es el lenguaje pues tanto la hermenéutica textual como el mundo histórico
estarán en continuo proceso de retroalimentación.
Gadamer prefiere el camino del idealismo especulativo tal y como lo entendió Dilthey
dejando como senda perdida el trabajo de Schleiermacher. El “concepto de vida” (VM,
p.305) que une a Dilthey con Husserl habría sido incluso mejor elaborado por el Conde
de Yorck, con quien Dilthey mantuvo una jugosa correspondencia.
Ahora bien, vemos una cierta inconsecuencia cuando anteriormente se podía entender
un texto mejor que su autor y ahora que el concepto de historicidad nos señala un lugar
irrebasable. Pero es que existir es comprender 32. La comprensión deja de ser una
operación mental para pasar a ser el modo de ser de la existencia del hombre. En
Husserl lo importante también es la concepción del tiempo como tiempo de la
conciencia, como flujo en que la conciencia del presente mantiene lo presente, lo pasado
y lo futuro.
25
mientras que Yorck tiende un “puente entre la fenomenología del espíritu de Hegel y la
fenomenología de la subjetividad trascendental de Husserl” (VM, p.318). Con esto nos
pondríamos ya a la altura del Heidegger que desarrolla una hermenéutica de la
facticidad33.
Si Dilthey se propuso realizar una teoría de las ciencias del espíritu y una superación de
las aporías del historicismo, Heidegger, se propone, una renovación general del
problema del ser. En tal investigación “se hace patente que la forma de conocer de las
ciencias de la naturaleza no es sino una de las maneras de comprender” (VM, p.324).
Previamente a todas las formas de determinación, presentándose como proyecto que
reviste toda comprensión, el ser-ahí35 se encuentra ya, de antemano, en el reino de la
posibilidad. Por eso Gadamer subraya que “en último extremo toda comprensión es un
comprenderse” (VM, p.32736).
33
“Facticidad es el nombre que le damos al carácter de ser de nuestro existir propio. Más exactamente , la
expresión significa: ese existir en cada ocasión”. Martín Heidegger Ontología. Hermenéutica de la
Facticidad, p.7, §1. Primera parte: Vías de interpretación del existir en su ocasionalidad. Alianza
editorial, Madrid, 2000.
34
Último parágrafo del capítulo 5º de la 2ª Sección.
35
Los traductores vierten “estar-ahí” en lugar de “ser-ahí” pero es tanta la costumbre que lleva establecida
la traducción de Gaos que preferimos la no confundente noción segunda a la inusual de la segunda.
36
Gadamer muestra que en Nietzsche hay un planteamiento de la inocencia que podría abarcar a animales
y niños como suelo ahistórico de la historia. Pero no desarrolla este apunte dejándolo tan solo caer.
Cfr.VM, pp.328-329.
26
arrojamiento o estado de yecto se proyecta hacia sus posibilidades de ser siempre ya
como algo sido, ese es su presupuesto irrebasable. Ese es el factum de la hermenéutica
de la facticidad. Por eso a Heidegger hay que añadirle, como hace Gadamer, la
comprensión de la tradición histórica.
La interpretación del que intenta comprender esta expuesta a opiniones previas que le
vienen de nuestro proyectar anticipadamente, de nuestros hábitos lingüísticos, de
nuestra precomprensión y nuestros prejuicios, de esas posiciones preconcebidas o
presuposiciones que no van a dejar de existir por el mero hecho de que hagamos como
si no existieran. Si no se repara en ellas siempre serán fuentes de malentendidos.
Para que se produzca una experiencia hermenéutica “lo que se exige es simplemente
estar abierto a la opinión del otro o del texto (…). Con ello la empresa hermenéutica
gana un suelo firme bajo sus pies (…). El que quiere comprender un texto tiene que
estar en principio dispuesto a dejarse decir algo por él” (VM, 335). Tal cosa no significa
neutralidad ni arbitrariedad sino un cuidadoso hacerse cargo de los propios prejuicios
que logremos detectar, exceptuando aquellos, claro, de los que seamos inconscientes.
La Ilustración se dirige primariamente contra los prejuicios religiosos. “Es así como los
patrones de la Ilustración moderna siguen determinando la autocomprensión del
historicismo37” (VM, p.340). Con fino instinto Gadamer detecta un esquema en el que el
37
“Das Selbstverständnis des Historismus”
27
Romanticismo estará de acuerdo con la Ilustración, salvo que invirtiendo los valores
positivo y negativo. Ese esquema o ejemplo es la llamada “superación del mythos por el
logos”, que la Ilustración valora como “progreso” y secularización mientras que el
Romanticismo lo tiene por “desencantamiento del mundo”. Ambos comparten el mismo
esquema invirtiendo tan sólo la valoración que hacen del mismo, ambos se tornan
“dogmáticos” y dejan entonces de pensar. Un caso semejante al de “el mythos y el
logos” lo constituye el concepto del “desarrollo natural de la sociedad” cuya inversión
romántica puede rastrearse ya en Rousseau y seguirse hasta en Platón.
“Sin embargo, la esencia de la autoridad no es esto (…). La autoridad de las personas no tiene su
fundamento último en un acto de sumisión y de abdicación de la razón, sino en un acto de
reconocimiento y de conocimiento (…). La autoridad no se otorga sino que se adquiere, y tiene que
ser adquirida si se quiere apelar a ella” (VM, p.347).
Llega entonces Gadamer a esa tradición especial que recibe el nombre de lo clásico y
sobre la cual se nos dice: “Indudablemente, a la autocomprensión de las ciencias del
espíritu38 se le plantea la exigencia de liberarse, en el conjunto de su hacer, del modelo
de las ciencias naturales” (VM, p.353). Lo clásico se configura como un modelo
normativo a la vez que como un sentido histórico de un presente intemporal
contrapuesto a lo efímero, lo clásico es: “conservación en la ruina del tiempo” (VM,
p.359). Es clásico lo que puede incluso mantener su comprensión a través de distintas
epocalidades.
28
a una tradición. Y este punto medio es el verdadero topos de la hermenéutica” (VM,
p.365). Porque la hermenéutica tiene la misión de explicitar las condiciones de
posibilidad de la comprensión, es decir, bajo qué condiciones se comprende.
“Pues también el problema hermenéutico se aparta evidentemente de un saber puro, separado del
ser. Hablábamos antes de la pertenencia del intérprete a la tradición con la que se confronta, y
veíamos en la comprensión misma un momento del acontecer. El enorme extrañamiento que
caracteriza a la hermenéutica y a la historiografía del XIX por razón del método objetivador de la
ciencia moderna se nos había mostrado como consecuencia de una falsa objetivación. El ejemplo
29
de la ética aristotélica podrá ayudarnos a hacer patente y evitar esta objetivación, pues el saber
moral tal como lo describe Aristóteles no es evidentemente un saber objetivo, esto es, el que sabe
no se enfrenta con una constelación de hechos que él se limitase a constatar, sino que lo que conoce
le afecta inmediatamente” (VM, p.385).
Teniendo el saber moral como objeto al hombre en su actuación el saber debe dirigir el
hacer pero de ninguna manera con la seguridad de la episteme sino con el saber
cambiante de la phronesis, donde se tiene que aplicar el saber a cada situación concreta.
Es precisamente en el Libro VI de la Ética de Aristóteles donde se exponen las virtudes
dianoéticas o del entendimiento, lo que es lo mismo, los cinco modos de estar en la
verdad dentro del mundo de las cosas que pueden ser de otra manera y no permanecen
siempre inmutables, que según el estagirita serían las cinco siguientes: el arte (techne),
la ciencia (episteme), la prudencia (phronesis)39, la sabiduría (sophia) y la intelección
(nous). Dentro de ellas destaca la phronesis como la sabiduría del hombre prudente.
Del contraste con Aristóteles se deriva que la hermenéutica jurídica puede ser
ejemplarizante respecto a la hermenéutica en general, si bien ambas, hoy día,
convenientemente desdogmatizadas. En este punto, también, surge la pregunta de “si
existe una diferencia unívoca entre el interés dogmático y el interés histórico” (VM,
p.397) una pregunta necesaria para no recaer en las trampas que la consideración de la
ciencia moderna se ha arrogado en todas las disciplinas. Tomando, por ejemplo, al
jurista y al historiador jurídico respecto a un mismo texto vigente habría que declarar
que la diferencia entre los saberes hermenéuticos es evidente.
39
Aristóteles Ética a Nicómaco, VI, 1139b.
30
pueden dar explicaciones de todo, pero ese modelo de conocimiento no es el de la
interpretación, ni puede contener tampoco una comprensión.
Hay comprensión cuando el que comprende se hace cargo de la situación concreta y por
tanto responsable de ella. En el caso del historiador ese proceso no puede hacerse más
que imaginariamente. “Esta es la exigencia hermenéutica más clara: comprender lo que
dice un texto desde la situación concreta en la que se produjo” (VM, p.407). Con ello el
hermeneuta, a diferencia del científico moderno, deja en suspenso la posible verdad.
La interpretación del historiador tiene que ver con la expresión pero en sentido negativo,
no en tanto se manifiesta un sentido sino en tanto y en cuanto es capaz de desvelar lo
que la expresión oculta. Ya sea texto o tradición la interpretación del historiador tiene
que desvelar no solo el sentido literal cuanto el sentido real, por ejemplo, comparándolo
con otros datos que igualmente pueden ser expresiones involuntarias. “La interpretación
se hace necesaria allí donde el sentido del texto no se comprende inmediatamente”
(VM, p.409). Gadamer compara la interpretación del historiador que desvela lo no dicho
inmediatamente con la tarea del psicólogo que tiene que interpretar lo ocurrido en el
inconsciente.
No es la misma tarea la del filólogo que la del historiador, el primero busca la verdad y
belleza manifiestas, mientras que el segundo inquiere más allá de lo que parece. Pero
poco a poco la filología ha ido acercándose al modo del historiador, de ahí que casi no
quepa distinguirlos. Finalmente los discursos de la historiografía y de la filología han de
desprenderse de la pretensión de emular a las ciencias naturales e introducirse de lleno
en las ciencias del espíritu para que se puedan dedicar a la unidad de la tradición total
(incluidos los restos) y para poder decir de ellos que son hermenéuticos. Es entonces
cuando “la comprensión histórica se muestra como una especie de filología a gran
escala” (VM, p.413). La aplicación más intensa del filólogo cabe en la aplicación más
extensa del historiador sin seguir el modelo de la ciencia moderna en que se aplicaba
una generalidad a un caso concreto. Aquí son los múltiples casos concretos de la
aplicación los que acaban conformando una historia efectual, no es un inductivismo
frente a un deduccionismo sino un modelo distinto al de las ciencias naturales. En el
modelo hermenéutico de las ciencias del espíritu la historia, es historia de los efectos.
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antecede a la idealización por las ciencias” (VM, p.422). Pero Gadamer lo encuentra
aún sumido en una errónea conceptualización. Más fructífero encuentra tener presentes
los prejuicios que Bacon extrae de sus condiciones para una verdadera inducción.
Menciona nuestro filósofo los ídola tribus y los ídola fori pero pasa por alto los otros
dos.
Según Bacon parece que los ídolos son como prejuicios o errores que los hombres
cometen al interpretar la naturaleza y de los que cabe librarse si se desea lograr una
comprensión de ésta más amplia, concisa y exacta, objetiva y universal. Estas “falsas
nociones” generan una equivocada perspectiva de lo existente, obstaculizando el
conocimiento de las leyes naturales y lastrando nuestra visión definitiva de la realidad.
Los ídolos bloquean, o alteran, el entendimiento de lo que sucede a nuestro alrededor,
pero por fortuna hay posibilidad de librarse de ellos. Para lograr ese fin es necesario
saber dónde aparece, en qué contextos y situaciones de nuestra vida diaria. Una vez
hecho esto, será necesario suplantarlos con los conceptos y axiomas propios del método
inductivo baconiano, pero en todo caso, y aunque no se llegue a este último extremo, de
lo que se trata en esencia es de vaciar nuestra mente de todo rasgo limpiando el
conocimiento de prejuicios o errores, algo que a Gadamer le parece positivo pero
imposible.
Los Ídolos de la tribu, que están conectados a la misma naturaleza humana y a nuestra
forma de entender el mundo. Se deben a que nuestro intelecto imagina una serie de
paralelismos, conexiones, analogías y correspondencias que en realidad no existen (o
sólo en la mente de las personas...). Es el intelecto el responsable de relacionar hechos y
nociones, advirtiendo después una concatenación legítima entre ellos, por la única razón
de que le resulta, a él, razonable o convincente. Así, por ejemplo, la creencia de que
todo movimiento planetario debía ser circular y perfecto es un ídolo de la tribu porque
supone creer, tan sólo, por el mero hecho de que preferíamos esa forma geométrica
particular, no por las evidencias, sustituyendo “por supersticiones las supremas
verdades de la naturaleza; la luz de la experiencia, por la soberbia y la vanagloria”, en
palabras de Bacon.
Los Ídolos de la Caverna son los propios del hombre individual. Cada uno de nosotros
vive en su propia cueva, una caverna en donde la luz de la naturaleza es refractada y
alterada. Nuestra noción de la realidad está alterada y moldeada, “ya sea por la
naturaleza propia y singular de cada uno, o por la educación y trato con los demás, o
por la lectura de libros y la autoridad de aquellos que cada cual cultiva y admira”. Casi
cada hombre particular construye sus propios ídolos cavernarios, por lo que su
diversidad es inmensa
Los Ídolos del Foro (o del Comercio, o Mercado) “surgen del acuerdo y de la
asociación del género humano entre sí”. Los hombres suelen desginar, erróneamente,
significados particulares a ciertos términos o expresiones del lenguaje. Hay palabras que
poseen significado y, sin embargo, no denotan realidad alguna, mientras que en otras
algunas cosas reales están definidas de manera inadecuada o se usan confusamente. Este
tipo de ídolos son los que Bacon considera como más peligrosos, por ser causa de
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disputas verbales y porque “se insinúan ante el intelecto mediante el acuerdo de las
palabras; pero también sucede que las palabras se retuercen y reflejan su fuerza sobre el
intelecto, lo cual convierte en sofísticas la filosofía y las ciencias”.
Por último están, los Ídolos del Teatro, que son aquellos que penetraron en el intelecto
del hombre a partir “de los diferentes dogmas de las filosofías y también a partir de las
perversas leyes de las demostraciones”. Toda filosofía anterior es, para Bacon, “una
fábula compuesta y representada en la cual se forjaron mundos ficticios y teatrales”.
Asimismo, algo similar cabe decir, según Bacon, de “muchos principios y axiomas de
las ciencias, los cuales se impusieron por tradición, por credulidad y por negligencia”.
Bacon afirma que la única autoridad que poseen dichas escuelas, teorías o axiomas
científicos o filosóficos es la de ser construcciones verbales producto de un elevado
talento, pero cuyo contenido es escasamente ilustrativo para descubrir las leyes
naturales. Bacon clasifica en tres grupos a los Ídolos del Teatro: sofísticos (basados en
falsos razonamientos), empíricos (basados en generalizaciones erróneas, como las de los
alquimistas), y los supersticiosos (que se sustentan en la reverencia y el respeto a la
mera autoridad).
Bacon cree que una vez eliminemos los ídolos, sean del tipo que sean, nuestra mente
estará en condiciones de adquirir un conocimiento genuino, objetivo e universal,
conocimiento basado en la leyes de la naturaleza y a las que, sin bagaje apriorístico
alguno, podemos tener finalmente acceso y alcanzar un entendimiento y elaborar una
descripción del mundo y su funcionamiento según es éste en realidad. Gadamer matiza
tales resultados.
Las indicaciones de Bacon son de interés en aras de una hermenéutica que sortee los
peligros de las precomprensiones que nos han salido a la luz. Habrá que tener en cuenta
más instancias, ya que las señaladas, son aún insuficientes, por ejemplo, se puede tomar
en cuenta la constitución de la experiencia aristotélica, que tiene que ver con muchas
observaciones individuales que ofrecen los mismos resultados con anterioridad también
a la constitución de la ciencia. Entre ambos está la retentiva o memoria, algo que debía
de ser bien conocido por los griegos de la antigüedad, porque: “la experiencia tiene
lugar como un acontecer del que nadie es dueño” (VM, p.428). Así, Gadamer resalta
que la verdadera experiencia es un resultado esencialmente negativo, pero productivo,
un resultado que de Platón a Hegel nos surge de la dialéctica.
“La verdad de la experiencia contiene siempre la referencia a nuevas experiencias. En este sentido
la persona a la que llamamos experimentada no es sólo alguien que se ha hecho, el que es a través
de experiencias, sino también alguien que está abierto a nuevas experiencias. La consumación de
su experiencia, el ser consumado de aquél a quien llamamos experimentado, no consiste en ser
alguien que lo sabe ya todo, y que de todo sabe más que nadie. Por el contrario, el hombre
experimentado es siempre el más radicalmente no dogmático, que precisamente porque ha hecho
tantas experiencias y ha aprendido de tanta experiencia está particularmente capacitado para volver
ha hacer experiencias y aprender de ellas” (VM, pp.431-432).
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No se llega aquí a ningún saber concluyente sino a una sucesión de aquellas
experiencias que no pueden serle ahorradas a nadie y que Gadamer considera propias de
la esencia histórica del hombre, de la propia finitud y limitación humanas. Pasando, por
tanto, de la experiencia en general a la experiencia hermenéutica vemos que en la
segunda está involucrada la tradición que es tan lenguaje como un tú. La comprensión
entre un yo y un tú tiene lugar como una experiencia hermenéutico-reflexiva como
muestra, por ejemplo, la educación, que es biunívoca. En la experiencia hermenéutica a
ello corresponde la conciencia histórica.
Interpretar un texto no será otra cosa sino entrar en conversación con ese texto,
Sócrates, Platón o ya un Collingwood, ayudan a comprender este punto. Pero sin olvidar
que “en la finitud histórica de nuestra existencia está el que seamos conscientes de que,
después de nosotros, otros entenderán cada vez de manera distinta” (VM, p.452). Hay
que notar que no se nos dice que entenderán más, como el mito del progreso estaría
dispuesto a manifestar, ni tampoco menos, como el mito del decadentismo sostendría,
sino que se nos dice que en lo venidero se entenderá de manera distinta.
Pensar es preguntarse, cada vez, pues los textos han de ser pensados, sobre todo los
textos filosóficos. En este punto Gadamer se distancia de los neokantianos que
entendían la historia de la filosofía como una historia de los problemas, porque un
problema no puede sustituir a una pregunta y porque desde el diálogo que nosotros
somos hemos de orientarnos al lenguaje, y, a su través, no seguir siendo lo que éramos.
Tal lema pindárico, no seguir siendo el que se era, transforma la experiencia
hermenéutica en un hecho altamente difícil e improbable, aunque si no atendiéramos a
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ello, se trataría, al contrario, del suceso que seguiría a cualquier conversación bien
orientada.
Hay una relación esencial entre lingüística y comprensión a todos los niveles, siendo así
que la esencia de la tradición consiste en existir en medio del lenguaje. La tradición
escrita es la fundamental superando incluso la experiencia de viajar físicamente por el
mundo. En ella se encuentra latente toda la humanidad pasada, toda la Historia. Pero ya
desde Platón descubrimos un doble arte de hablar que nos es bien conocido desde el
inicio de la filosofía: el de la sofística y el de la dialéctica: “Puesto que lo que importa
es la comunicación del verdadero sentido de un texto, su interpretación se encuentra
sometida a una norma objetiva” (VM, p.473). El historiador no puede llegar a ser
dialéctico, no puede desprenderse de todos sus prejuicios y mirar imparcialmente lo
sido, aunque ese sea un ideal legítimo: “No puede haber una interpretación correcta «en
sí»” (VM, p.477). La interpretación lingüística se produce también en pintura, música o
escena, y allí donde procura el filólogo la mostración de la correcta lectura de un texto.
Por eso “la comprensión es siempre un verdadero acontecer” (VM, p.480). Incluso en
una película basada en otra obra se produce una acepción del texto descifrado. De ahí
que llegue a decir Gadamer que la universalidad del lenguaje equivale al de la razón.
En la interpretación lo extraño del texto tiene que ser superado, motivo de que se intente
una normativa del proceso de lecto-escritura pese a la pluralidad de las lenguas que nos
recuerda el episodio de la Torre de Babel o las múltiples formas de denominar a los
camellos de los hombres del desierto o de llamar a lo blanco de los esquimales. La
hermenéutica quiere presentarse como una teoría de la comprensión. Una teoría
consciente de sus dificultades de realización.
Al tratar del lenguaje como horizonte de una ontología hermenéutica y presentarlo como
experiencia del mundo se nos recuerda que ya Humboldt tenía a cada lengua, a la
diversidad de las lenguas, como una determinada acepción del mundo cada una. El
modelo para vislumbrarlo vuelve a ser el del aprendizaje de una lengua extraña que
provoca un ensanchamiento de la capacidad de aprendizaje.
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El mundo del hombre se contrapone así al de entorno del resto de los seres vivos. El
episodio mítico de Babel indica el enigma que constituye la pluralidad de las lenguas,
pero antes, “esta libertad frente al entorno es también libertad frente a los nombres que
damos a las cosas, como expresa también esa profunda narración del Génesis según la
cual Adán recibió de Dios la potestad de poner nombres” (VM, p.532). De ahí que se
nos recuerde en este punto el comienzo de la Política de Aristóteles y su identificación
de ser y pensar en el hombre, de la palabra humana frente al grito animal. Hay un télos
lingüístico que es el del mutuo entendimiento a través de la conversación. Al ejemplo
del aprendizaje de una lengua extraña sigue el ejemplo de la traducción, aunque haya
que dejar claro que: “Por supuesto que los que se han criado en una determinada
tradición lingüística y cultural ven el mundo de una manera distinta a como lo ven los
que pertenecen a otras tradiciones” (VM, p.536). La distancia existe pero no es
inconmensurable. Descubrir nuevos mundos y entendernos con ellos no requiere la
negación del propio mundo.
Por todo ello: “El ser que puede ser comprendido es lenguaje” (VM, p.567). La frase
más célebre de la obra de Gadamer indica que lo que puede comprenderse es lenguaje.
Aquí ve el filósofo el significado universal de la hermenéutica, en la lingüísticidad junto
a la razón y el lenguaje. Todo ente puede ser comprendido y en ese aspecto la
comprensión hermenéutica resulta un fenómeno universal. En la antigüedad pasaba algo
análogo con el concepto de lo bello.
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