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Una de las frases más divulgadas sobre la historia es aquella que afirma que 
“la historia la escriben los vencedores”. Desde nuestra perspectiva “los vencedores” 
no son únicamente aquellos que libran y vencen las batallas militares sino aquellos 
que “vencen” en el terreno de las ideas y de los valores, que ostentan el poder 
imponiendo una visión hegemónica del mundo. Siguiendo la lógica foucaultiana el 
“sujeto” se construye históricamente y por lo tanto son aquellos que escriben la 
historia los que delimitan quiénes somos y qué hacemos. A todo esto deberíamos 
preguntarnos: ¿quién escribe la historia? Está claro que desde la perspectiva 
positivista, la historia es una y por lo tanto lo menos importante es quien la escriba. 
Sin embargo, puesto que nosotros no nos ubicamos en esta perspectiva, 
consideramos relevante entender quienes son los “autores” de la historia escrita y 
por lo tanto, los “arquitectos” de las mentalidades contemporáneas de acuerdo con 
los principios foucaltianos. Desde nuestra perspectiva, los que escriben la historia 
son los que tienen el poder para hacerlo, los “vencedores” de la historia: los ricos 
vencen a los pobres, los blancos vencen a los negros, los hombres vencen a las 
mujeres, los cristianos vencen a los musulmanes, etc, etc, etc.  
Siguiendo a Foucault , “una sociedad no es un cuerpo unitario en el que se 
ejerza un poder y solamente uno, sino que en realidad es una yuxtaposición, un 
enlace, una coordinación y también una jerarquía de diferentes poderes, que sin 
embargo persisten en su especificidad”. De esta manera, se podría establecer una 
enorme cantidad de dicotomías en las que tradicionalmente un grupo ha ostentado 
el poder y el otro ha sido oprimido, o en palabras de Freire , mientras que los 
primeros cuentan “con los instrumentos del poder, los segundos se encuentran 
bajo la fuerza de este poder”. Todo esto daría lugar a la delimitación del ser 
humano “poderoso” –un hombre adulto, blanco, rico, occidental, cristiano, 
heterosexual, etc.- que ha escrito la historia y por lo tanto ha impuesto su manera 
de ver el mundo a todos los demás. Esta concepción del mundo lo incluye todo: la 
percepción del yo, la percepción de los “nosotros” o las “nosotras”, la percepción de 
“otros” o “otras” y también la percepción de la historia y de la construcción 
histórica del yo.  
 
Sin embargo, algunas corrientes historiográficas (desde los neo-kantianos, 
pasando por la Escuela de los Anales, parte de la historiografía marxista, la historia 
total, la historia global y la historia de las mentalidades) y filosóficas (como por 
ejemplo Foucault y sus estudios sobre la historia de la locura y de la sexualidad) han 
puesto de relieve la posibilidad de generar un discurso histórico desde perspectivas 
no dominantes. En este sentido, la historiografía ha generado unos fundamentos 
–aunque minoritarios- para reescribir la historia no desde la dominación y la 
victoria, sino desde la perspectiva del oprimido. Esta situación ha empezado a 
provocar polémicas curriculares puesto que ha mutilado “la historia 
autocomplaciente de los antiguos “patriotas””, como señalan Appleby, Hunt y Jacob 
para los Estados Unidos. Para estas autoras, la unión de asiáticos, hispanos, 
homosexuales y mujeres ha desafiado “los antiguos bastiones del liderato cultural 
norteamericano” y ha cuestionado el papel de los funcionarios oficiales quienes 
“como deciden qué historia enseñar en las escuelas, establecen por necesidad los 
términos de la ciudadanía imaginaria de todos”. 
Foucault desarrolló con posterioridad esta idea, indicando que la escuela es y ha 
sido una de las principales tecnologías disciplinarias del poder que consigue “una 
individualización del poder, un control permanente, una vigilancia en todos los 
momentos”. En palabras de Freire: “La educación como práctica de la dominación […], 
al mantener la ingenuidad de los educandos, lo que pretende, dentro de su marco 
ideológico, es adoctrinarlos en el sentido de su acomodación al mundo de la opresión”. 
contrasocializar en una perspectiva opuesta a la hegemónica9 . Según Freire, socializar 
“implica una especie de anestésico, inhibiendo el poder creador de los educandos, la 
educación problematizadora,” - en cambio- “de carácter auténticamente reflexivo, 
implica un acto permanente de descubrimiento de la realidad. La primera pretende 
mantener la inmersión; la segunda, por el contrario, busca la emersión de las 
conciencias, de la que resulta su inserción critica en la realidad”. 
 
Las mujeres constituyen –seguramente junto con los y las pobres, con los 
niños y las niñas y la gente mayor y junto con los y las personas de etnia distinta a 
la blanca- uno de los grupos humanos más numerosos que han padecido y siguen 
padeciendo opresión y dominación. Las mujeres representan más de un 50% de la 
población mundial y sin embargo, su presencia en la historia y en la enseñanza de 
la historia es minoritaria. De acuerdo con Hériter, “el problema es el poder. Cabe 
preguntarse, en efecto, si las mujeres han ejercido alguna vez, donde sea, un poder 
verdadero en diferentes esferas, sobre todo en la política. 
En investigaciones recientes realizadas por GREDICS (2011 y 2012) 
recientemente sobre la historia. Apenas aparecen mujeres y las que aparecen son 
“aquellas mujeres que por su especial singularidad eran “como hombres” o lo que 
nosotros hemos denominado “la contribución de las mujeres en un mundo de 
hombres”. Concretamente, los apartados son: (1) La Europa Moderna (expansión y 
depresión económica y los grandes estados), (2) la reforma protestante, (3) la 
monarquía absoluta, (4) los grandes conflictos de las monarquías europeas, (5) los 
monarcas absolutos y los soldados, (6) el arte barroco, (7) el reinado de los Reyes 
Católicos, (8) la expansión de la monarquía hispánica, (9) la crisis del siglo XVII, (10) 
Cataluña en los siglos XVI y XVII (Piratería y bandolerismo), (11) los conflictos entre 
el rey y Cataluña, y (12) la pintura barroca hispánica. Como mínimo 8 de los 12 
temas (un 66,6%) corresponden a historia política, 2 de ellos a la historia económica 
(expansión y depresión económica y la crisis del siglo XVII) y dos de ellos a la 
historia del arte (arte barroco y pintura barroca hispánica). 
Retomando el libro de texto anterior, en los ocho temas mencionados 
dedicados a la historia política, hay 17 imágenes donde aparecen representadas 
personas. En 14 de ellas sólo hay hombres (aproximadamente el 82%), en dos de 
ellas hay hombres y mujeres (aprox. 12%), y sólo en una de ellas aparece únicamente 
una mujer (aprox. 6%). Por lo que se refiere al texto escrito, se citan 36 hombres con 
nombre propio –ya sea nombre o cargo- y solo 5 mujeres . En consecuencia, las 
mujeres representan aproximadamente el 12% de las personas citadas en el texto. 
De esta manera, el predominio de la historia política sobre las otras “historias” ha 
ocasionado que las mujeres apareciesen como “personajes secundarios” en los 
contenidos de historia que se enseñan en nuestras escuelas. Es necesario hacer un 
giro considerable en la concepción de la enseñanza de la historia y, en particular, 
en sus finalidades y en sus protagonistas, incorporando de manera destacada a las 
mujeres tal y como ya se propuso en las décadas de los 80 y los 90. En este sentido, 
parece que hemos realizado un importante paso atrás en relación con las 
propuestas elaboradas. 
 
 
 
 
 
Además, Barton afirma que los alumnos tienden a atribuir la causalidad 
histórica a las motivaciones e intereses de las personas, personificando en ellas la 
evolución de la historia. Aunque esta tendencia disminuye con la edad, lo cierto es 
que este fenómeno no acaba de desaparecer nunca. De esta manera, los alumnos 
relacionan la historia con las personas que toman el rol de personajes históricos. En 
los libros de texto, las mujeres no acostumbran a aparecer como “personajes 
históricos”. Su presencia se limita a la historia social y en esta escasean las 
personificaciones. Mientras que en los libros encontramos imágenes de algunos de 
los hombres que se citan en los textos, las mujeres que aparecen en las imágenes 
están totalmente despersonificadas, son mujeres anónimas con las cuales resulta 
difícil que los alumnos se identifiquen.  
 
Las mujeres de las dos imágenes inferiores, en cambio, son 
despersonificadas, se clasifican en el grupo de “personas de extracción social 
humilde” o simplemente de “mujeres”. En ambos casos, las mujeres representadas 
son anónimas y no se relacionan con ningún hecho histórico en concreto.  
Las mujeres que aparecen como “personajes históricos” realizan papeles 
simplistas.  
 
 
 
 
 
 
Los estudiosos del cine explican que las mujeres en las películas 
acostumbran a tener dos roles claros: la vampiresa o vamp y la santa. Según destaca 
Siles (2000), “el discurso cinematográfico, principalmente el llamado cine narrativo 
clásico, tiende a través de su estructura narrativa y representacional a dividir el 
papel de la mujer en: mujeres negociables (madres, hijas, esposas…) y mujeres 
consumibles (prostitutas, vampiresas, golfas…) y coloca a las primeras por encima 
de las segundas, estableciendo así una jerarquía de valores en los papeles 
otorgados”. Sigue la misma autora, “Esta construcción dual de la subjetividad 
femenina se ha proyectado a lo largo del tiempo y el espacio no sólo en el discurso 
cinematográfico, sino en todos los discursos artísticos y sociales” (Siles, 2000). 
Efectivamente, consideramos que esta dualidad sigue siendo vigente también en la 
enseñanza de la historia . 
 
 
En las clases tradicionales de historia se habla de multitud de hombres, 
“personajes históricos”, que asumen un gran número de roles. Pueden ser reyes 
como Luís XIV, descubridores como Colon, creadores como Leonardo Da Vinci, 
revolucionarios como Espartaco, pensadores como Marx, religiosos como Fray 
Bartolomé de las Casas, militares como Napoleón, etc, . Pueden ser personajes a 
quien la historia ha tratado con cariño como Simón Bolívar, personajes 
ambivalentes como Lenin o personajes envueltos de una aura negativa como 
Robespierre. La historia escrita ofrece multitud de roles masculinos con los que 
identificarse, ofrece una visión compleja del hombre. Encontrar mujeres 
destacadas y visibles no es tan fácil. Si se buscan “personajes históricos” en los 
libros de texto de primaria y secundaria seguramente se pueden encontrar dos 
roles femeninos: las mujeres masculinizadas y las mujeres víctimas, las vamp y las 
vírgenes, las brujas y las princesas. Entre las primeras destacan Isabel la Católica, 
Cleopatra, Juana Azurduy, Elisabeth I. Entre las segundas podemos citar a Juana de 
Arco, Ana Frank o Juana la Loca. Las primeras son percibidas como inteligentes, 
independientes, ambiciosas, dedicadas a la vida pública. Mujeres, cuya vida podría 
ser fácilmente asimilada con la vida de un hombre de su época. Las segundas, en 
cambio, son espirituales, mártires, se dejan llevar por sus sentimientos o por la 
religión, son depositarias de la crueldad de los hombres y asumen su rol con 
consternación. Se construye así una dualidad femenina ausente de toda la 
complejidad que se da a los personajes masculinos – aunque esta sea por 
acumulación. 

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