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Cuando la enfermedad nos visita. Duelo por la


salud
Dr. Víctor Hernández Ramírez1
Col·loqui al Nou Hospital Evangèlic · Barcelona, 4 de juny de 2018

Queremos estar sanos, no enfermos; queremos sentirnos


jóvenes, no viejos, y generalmente no nos importa lo más
mínimo la posibilidad de una conquista del yo a través del
dolor […] la normalidad es, de hecho, un concepto
inherente a la eficiencia social
Jean Améry, Revuelta y resignación2

[La auténtica reciprocidad] en la hora de la agonía, se


refugia en el murmullo compartido de las voces o en el
suave apretón de manos
Paul Ricoeur, Sí mismo como otro3

Agradezco la invitación para estar aquí, en estos coloquios del hospital. El tema
que os plantearé, “Cuando la enfermedad nos visita: duelo por la salud”, es un
intento para replantearnos lo más fundamental que puede haber, lo más radical
de nuestra existencia, y con ello me refiero a la muerte y la vida. ¿Qué son, pues,
la muerte y la vida? ¿Qué significan y cómo asumimos eso, el vivir y el morir?

Como pueden ver, son preguntas muy fuertes, las que están en lo más extremo
(pero que también están en el centro, sin que lo sepamos siempre) y que yo no
pretendo resolverlas, pero sí quiero invitaros a entrar en ellas por un momento y
buscar algunas pistas sobre eso que he llamado “el duelo por la salud”.

Quiero comenzar por plantear algo previo a “la visita de la enfermedad”, que
consiste en lo que llamaría la vida como es, la vida en la que estamos
cotidianamente inmersos, en la cual tenemos salud, por decirlo así. ¿Qué
significa eso que se dice así: tener salud o estar sano?

Y, como quiero mostraros, no es nada simple eso de la condición saludable,


puesto que la nuestra noción de salud está determinada por lo que llamo vivir
de espaldas a la muerte. Más adelante explicaré lo que significa esto de que
vivimos de espaldas a la muerte, pero primero quisiera plantearos cómo la
salud siempre es algo esencialmente corporal, no algo solamente fisiológico,

1Psicoanalista y psicoterapeuta en práctica privada.


Doctor en psicología (UAB), pastor evangélico (IEE).
Travessera de Gràcia, 45, 5º–1ª · 08021 Barcelona.
Tfn. +34 628.66.50.03. E–mail: victor@drvictorh.com i herramv@gmail.com

2 Cf. Jean Améry, Revuelta y resignación. Acerca de envejecer, Valencia: Pre–Textos, 2001, p.
61.
3 Cf. Paul Ricoeur, Sí mismo como otro, Madrid: siglo XXI, 1996, p. 199.
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sino algo que siempre tiene que ver con nuestro cuerpo. Así que plantearé
algunas cosas sobre el cuerpo y la problemática de tener salud.

El cuerpo sano es transparente pero no es poseedor de la salud

Para comenzar, fijaros siempre en esto: el cuerpo jamás se reduce a lo


fisiológico, aún cuando lo fisiológico parezca lo más evidente, pero el cuerpo
siempre es algo que está entre lo biológico y lo psíquico, entre la carne y el
espíritu. No sólo tenemos cuerpo, sino que somos cuerpo. Estamos siempre en
ese espacio misterioso de sentirnos e imaginar nuestro cuerpo como algo que
nos contiene y de sabernos identificados con ese cuerpo que somos, sea un
cuerpo joven o viejo, sano o enfermo.

Pero aquí quisiera señalar algo importante: el cuerpo sano, en principio, es


transparente, invisible. Es como si el cuerpo no tuviera opacidad, ni sombras ni
densidad. Esto se mira bien en los niños que ya caminan y corren, que saltan y
tienen el dominio de su motricidad: se mueven con la fluidez de su juego y de
sus emociones. La experiencia de un cuerpo sano, en el interior de su duración,
es una experiencia casi angelical, puesto que el cuerpo no tropieza con el dolor
ni cae bajo el peso de síntomas que le invaliden, por el contrario: la
experiencia de un cuerpo sano se experimenta como el poderío de la
vida, como el impulso de vivir que nos lleva por donde uno quiera, con total
libertad.

Pero de esa potente sensación del cuerpo sano se puede derivar un equívoco,
que sería la creencia de que se posee la salud, de que si estamos sanos “tenemos
salud” o la salud es una posesión o una pertenencia. Digo creencia pero en
realidad se trata de una quimera: es la ilusión ligada al impulso o el hambre de
vivir, que no querría detenerse jamás y mantiene el sueño de una salud
permanente, es decir de una condición momentánea que se debería perpetuar
para siempre.

Hemos de tener muy claro que nuestra manera de entender (y de sentir, y por
tanto de gestionar) la salud es algo que también está determinado por la cultura
del capitalismo, que ha transformado nuestra idea de la salud4. En esta cultura
del consumo capitalista, la salud también funciona como una entidad que está
colocada delante de todos como un objeto de deseo, como el imperativo de
una vida que tiene que estar sana, en los términos que establece esa cultura del
consumo.

4Y también la cultura de la salud y la enfermedad tiene historia, lo que significa que ha sufrido
cambios considerables. Así lo constata, por ejemplo, la historiadora Joanna Bourke que en su
historia del dolor: nos explica el cambio de una concepción antigua en la que el dolor era motivo
de oraciones o de una resistencia piadosa y, en cambio, desde el siglo 20 el dolor es algo a
combatir, el dolor es un enemigo al que se debe eliminar. Cf. Joanna Bourke, The story of pain.
From prayers to painkillers, Oxford: Oxford University Press, 2014.
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Así, se nos vende la imagen de un cuerpo sano en la imagen de gente joven o


gente madura o viejos, pero muy bien conservados y todo ello está asociado con
la empresa individual de “construirse una vida sana”, es decir de llegar a ser una
especie de empresario del proyecto de tener un cuerpo sano a través de un
“estilo de vida saludable”. Todo esto se asocia con la alimentación y el ejercicio,
con la medicina preventiva y con las empresas de seguros, así como la inmensa
variedad de productos de los laboratorios. Y nosotros, con el cuerpo incluido,
aprendemos a ver la realidad y a vernos a nosotros mismos, desde esta exigencia
de “gestionar la salud” como si la pudiéramos poseer, como el ideal que nos
viene dado para que lo ejecutemos con eficacia.

El problema es que esto sólo funciona mientras funciona, porque ocurre que la
enfermedad llega o alguien muere o nos ponemos viejos (no siempre con
demasiados años).

El duelo por la salud llega porque vivimos de espaldas a la muerte

Cuando nos visita la tragedia o nos visita el dolor, cuando nos visita la
enfermedad, entonces aparece eso que he llamado el “duelo por la salud”. En
realidad, se trata de una ilusión que se ha roto, de una poderosa quimera en la
que nos hemos movido mientras no sentíamos el dolor ni nada había quebrado
realmente nuestra vida. Hasta que llega la enfermedad, sea física o mental, que
nos invalida, nos tira del caballo, nos produce dolor y nos quebranta.

Y esta ruptura de la vitalidad nos muestra que vivíamos de espaldas a la muerte.


Esto es lo que se juega en el fondo de todo: que nuestra vida se da de espaldas a
la muerte propia o la muerte de personas queridas. Los antiguos latinos
planteaban que en el arte de aprender a vivir se requería del ejercicio de una
meditación diaria: el memento mori, es decir pensar cada día en que llegará el
momento de nuestra muerte, recordar que somos mortales.

Pero precisamente nuestra vida cotidiana se constituye sobre la evitación de esa


mirada hacia la muerte, es decir que se trata de que no veamos nuestra finitud
ni lo efímero de la vida (aquello que recuerda el libro más posmoderno de la
Biblia, el Eclesiastés 1, 2: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”). Hay un
filósofo británico, Colin McGinn, que dice que el asco5 es algo más que una
reacción de disgusto y afirma que se trata de una emoción de repugnancia ante
la muerte, ante lo que repudiamos porque se nos muestra lo putrefacto (como
los cadáveres), lo que está en descomposición y que, en definitiva, nos recuerda
lo más orgánico de nuestro cuerpo y su finitud. Porque tenemos conciencia del
asco, dice McGinn, somos diferentes a los animales y a los dioses, es decir que se
nos impone la mirada sobre nuestra precariedad.

5 Colin McGinn, El significado del asco, Madrid: Cátedra, 2016.


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Pero, como decía, el modo actual de comprender la salud conlleva un imperativo


de querer sobrevivir a toda costa, de no morir o no ver jamás la muerte, y que
esa supervivencia sea dentro de cierto modelo de salud, sin dolor y sin que sea
visible la muerte. Es como si la cultura de la que somos parte activara “el
vampiro que nos habita”6, que quiere mantenerse joven y vivir para siempre.

Quisiera citaros un texto antiguo, que expresa una sabiduría antigua y que deja
clara esa relación entre la enfermedad, la vida y la muerte. Este texto judío, del
siglo II a. C., dice:

1Respeta al médico por sus servicios, / pues también a él lo instituyó


Dios. /2El médico recibe de Dios su ciencia, […]/4Dios hace que la tierra
produzca sustancias medicinales, /y el hombre inteligente no debe
despreciarlas. […] /7Con esas sustancias, el médico calma los dolores / y
el boticario prepara sus remedios. /8Así no desaparecen los seres creados
por Dios, /ni falta a los hombres la salud. /9Hijo mío, cuando estés
enfermo no seas impaciente; /pídele a Dios, y él te dará la salud. […]
12Pero llama también al médico; /no lo rechaces, pues también a él lo
necesitas. /13Hay momentos en que el éxito depende de él, /14y él
también se encomienda a Dios, /para poder acertar en el diagnóstico /y
aplicar los remedios eficaces. /15Así que un hombre peca contra su
Creador, /cuando se niega a que el médico lo trate.

16Hijo mío, llora por el que muere, /muestra tu dolor y cumple los ritos
fúnebres. /Sepúltalo de acuerdo con las costumbres, /no te ausentes de
sus funerales. […] Deja correr las lágrimas uno o dos días, /y después
consuélate de la pena. /18Porque la pena lleva a la muerte, /y la tristeza
desgasta las fuerzas. /21No sigas pensando en él, que ya no tiene nada
que esperar; /a él no le aprovecha, y a ti te hace daño. […] 23Como
descansa el muerto, que así descanse su recuerdo; /y tú consuélate, toda
vez que él ya ha muerto.
Eclesiástico (Sirácida) 7, 38

Enfermedad y duelo… hacia la vida

Aquí entonces, querría proponeros plantear que ese quiebre de la enfermedad (y


del tiempo y de las contingencias en la vida) no solamente nos rompe la ilusión
de aquella entelequia de la salud como posesión o como objeto de deseo, sino
que nos coloca en la necesidad de comenzar un duelo. Esto es algo que los
psicoanalistas consideramos desde la perspectiva de que el duelo es un proceso

6 “Querer sobrevivir a todo precio es la maldición del vampiro que nos habita” –escribe Carlos
Fuentes en una breve reflexión sobre la muerte, cf. En esto creo, Barcelona: Seix Barral, 2002, p.
189.
7 Dios Habla Hoy (DHH), versión española. Copyright © Sociedad Bíblica de España, 1992.
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trabajoso que acepta volverse hacia el dolor de la pérdida, hacia los efectos de
esa caída estrepitosa de la invulnerabilidad imaginada.

El trabajo de duelo, ante la llegada de la enfermedad, supone atravesar los


vericuetos de todas las maneras como se resiste el impulso de omnipotencia o el
aferramiento a impulsos que nos van matando antes que la misma enfermedad.
Con esto me refiero a que cuando el cuerpo enferma, no solo enferma
fisiológicamente, sino que también se hacen evidentes las dimensiones menos
materiales del cuerpo: las emociones como el miedo, el rencor, la envidia, la
decepción, la melancolía, la rabia, las diversas culpas.

La finalidad última del duelo consiste siempre en poder superar la aparente


oposición entre la vida y la muerte, para llegar a considerarlas como parte de
una sola realidad, aún cuando no seamos capaces de comprender eso que está
más allá del límite, límite que nuestro cuerpo nos recuerda cuando enferma o
cuando enferma alguien que nos importa mucho, un ser querido.

El duelo es también la expresión de un conflicto, de algo que emerge o que


retorna de algún lugar obscuro y que nos produce sufrimiento. Suele ocurrir que
la enfermedad, especialmente las enfermedades largas o terminales, concurren
con depresiones, deterioro de las relaciones, diversos síntomas que pueden ser
psicosomáticos o también crisis ansiosas o estados de apatía.

El trabajo del duelo necesario, cuando se dificulta o tropieza con otras formas de
enfermar emocionalmente, requiere que se atraviesen las diversas formas de
culpabilidad que suelen aparecer en el enfermo o en quienes le asisten. Muchas
veces la culpa se asocia con el contraste entre la salud de quienes cuidan al
enfermo y la condición de invalidez, o con las cosas pendientes que se han
dejado de decir o de hacer hasta antes de caer enfermo/a.

También hemos de tener en cuenta que la culpa no es necesariamente algo


evidente, ni tampoco algo que sintamos de manera consciente, sino que subyace
en las actitudes y formas de relación que no permiten mirar el presente y
acompañarse unos a otros. Este tipo de culpas sólo se muestran cuando se
realiza un proceso psicoterapéutico, que permita analizar y resolver las culpas,
es decir que permita atravesar la culpa, como quien se vuelve hacia unos
fantasmas que llevaba sobre su espalda y que, como espectros, le atemorizaban.

Aquí habría que decir que el duelo por la salud es el duelo por algo que no existe
en sí mismo, puesto que en último término la salud no reside en el cuerpo
individual, sino que es algo relacional. Los psicoanalistas no partimos de una
noción de salud determinada por la “normalidad” y, más bien, consideramos
que el psiquismo humano se define más por lo neurótico y psicótico. Freud dijo
alguna vez que la meta está en recuperar la capacidad de amar y trabajar. Es por
eso que vemos que el duelo del que hablo aquí, ante la visita de la enfermedad,
consiste en realidad en una recuperación de otra noción de salud, una noción
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que está en los otros, en el vínculo con las personas que nos han constituido
como lo que somos. Es en la enfermedad (y ante la muerte misma) donde
descubrimos que la vida no está en el poder del cuerpo, sino en su
interdependencia, en el hecho de que nacimos del deseo de otros y recibimos de
otros lo que somos (la lengua, los cromosomas, el ritmo de la vida, el cuidado).
La enfermedad de muerte es la ruptura de esos vínculos o la carga de antiguas
culpas y es el terror ante esa nada de estar de espaldas a todos los demás, de
estar de espaldas a la vida.

Es así que nos damos cuenta que al vivir de espaldas a la muerte, en realidad
estamos de espaldas a la vida, porque sólo la experiencia de la finitud nos hace
posible reconocer la vida como don, es decir que todo lo que podemos compartir
nace del don de mirar, escuchar, tocar y ser tocado, oler y saborear lo que nos
rodea, pero siempre en relación, siempre en vínculos con otras personas.

Si la enfermedad nos puede representar un aprendizaje, además del dolor y de


la lucha que nos exige, es cuando el duelo del que hablo nos permite descubrir
que la vida está en un cuerpo que se hace con los otros. Es así que se descubre
que un cuerpo sano es, en realidad, el encuentro entre unos y otros en el dolor y
la alegría, en el llanto y en el consuelo, en la tristeza y en la esperanza.

Hasta aquí dejaría esta reflexión y ahora me gustaría que podamos conversar,
con vuestras preguntas y aportaciones.

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