Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Agradezco la invitación para estar aquí, en estos coloquios del hospital. El tema
que os plantearé, “Cuando la enfermedad nos visita: duelo por la salud”, es un
intento para replantearnos lo más fundamental que puede haber, lo más radical
de nuestra existencia, y con ello me refiero a la muerte y la vida. ¿Qué son, pues,
la muerte y la vida? ¿Qué significan y cómo asumimos eso, el vivir y el morir?
Como pueden ver, son preguntas muy fuertes, las que están en lo más extremo
(pero que también están en el centro, sin que lo sepamos siempre) y que yo no
pretendo resolverlas, pero sí quiero invitaros a entrar en ellas por un momento y
buscar algunas pistas sobre eso que he llamado “el duelo por la salud”.
Quiero comenzar por plantear algo previo a “la visita de la enfermedad”, que
consiste en lo que llamaría la vida como es, la vida en la que estamos
cotidianamente inmersos, en la cual tenemos salud, por decirlo así. ¿Qué
significa eso que se dice así: tener salud o estar sano?
2 Cf. Jean Améry, Revuelta y resignación. Acerca de envejecer, Valencia: Pre–Textos, 2001, p.
61.
3 Cf. Paul Ricoeur, Sí mismo como otro, Madrid: siglo XXI, 1996, p. 199.
2
sino algo que siempre tiene que ver con nuestro cuerpo. Así que plantearé
algunas cosas sobre el cuerpo y la problemática de tener salud.
Pero de esa potente sensación del cuerpo sano se puede derivar un equívoco,
que sería la creencia de que se posee la salud, de que si estamos sanos “tenemos
salud” o la salud es una posesión o una pertenencia. Digo creencia pero en
realidad se trata de una quimera: es la ilusión ligada al impulso o el hambre de
vivir, que no querría detenerse jamás y mantiene el sueño de una salud
permanente, es decir de una condición momentánea que se debería perpetuar
para siempre.
Hemos de tener muy claro que nuestra manera de entender (y de sentir, y por
tanto de gestionar) la salud es algo que también está determinado por la cultura
del capitalismo, que ha transformado nuestra idea de la salud4. En esta cultura
del consumo capitalista, la salud también funciona como una entidad que está
colocada delante de todos como un objeto de deseo, como el imperativo de
una vida que tiene que estar sana, en los términos que establece esa cultura del
consumo.
4Y también la cultura de la salud y la enfermedad tiene historia, lo que significa que ha sufrido
cambios considerables. Así lo constata, por ejemplo, la historiadora Joanna Bourke que en su
historia del dolor: nos explica el cambio de una concepción antigua en la que el dolor era motivo
de oraciones o de una resistencia piadosa y, en cambio, desde el siglo 20 el dolor es algo a
combatir, el dolor es un enemigo al que se debe eliminar. Cf. Joanna Bourke, The story of pain.
From prayers to painkillers, Oxford: Oxford University Press, 2014.
3
El problema es que esto sólo funciona mientras funciona, porque ocurre que la
enfermedad llega o alguien muere o nos ponemos viejos (no siempre con
demasiados años).
Cuando nos visita la tragedia o nos visita el dolor, cuando nos visita la
enfermedad, entonces aparece eso que he llamado el “duelo por la salud”. En
realidad, se trata de una ilusión que se ha roto, de una poderosa quimera en la
que nos hemos movido mientras no sentíamos el dolor ni nada había quebrado
realmente nuestra vida. Hasta que llega la enfermedad, sea física o mental, que
nos invalida, nos tira del caballo, nos produce dolor y nos quebranta.
Quisiera citaros un texto antiguo, que expresa una sabiduría antigua y que deja
clara esa relación entre la enfermedad, la vida y la muerte. Este texto judío, del
siglo II a. C., dice:
16Hijo mío, llora por el que muere, /muestra tu dolor y cumple los ritos
fúnebres. /Sepúltalo de acuerdo con las costumbres, /no te ausentes de
sus funerales. […] Deja correr las lágrimas uno o dos días, /y después
consuélate de la pena. /18Porque la pena lleva a la muerte, /y la tristeza
desgasta las fuerzas. /21No sigas pensando en él, que ya no tiene nada
que esperar; /a él no le aprovecha, y a ti te hace daño. […] 23Como
descansa el muerto, que así descanse su recuerdo; /y tú consuélate, toda
vez que él ya ha muerto.
Eclesiástico (Sirácida) 7, 38
6 “Querer sobrevivir a todo precio es la maldición del vampiro que nos habita” –escribe Carlos
Fuentes en una breve reflexión sobre la muerte, cf. En esto creo, Barcelona: Seix Barral, 2002, p.
189.
7 Dios Habla Hoy (DHH), versión española. Copyright © Sociedad Bíblica de España, 1992.
5
trabajoso que acepta volverse hacia el dolor de la pérdida, hacia los efectos de
esa caída estrepitosa de la invulnerabilidad imaginada.
El trabajo del duelo necesario, cuando se dificulta o tropieza con otras formas de
enfermar emocionalmente, requiere que se atraviesen las diversas formas de
culpabilidad que suelen aparecer en el enfermo o en quienes le asisten. Muchas
veces la culpa se asocia con el contraste entre la salud de quienes cuidan al
enfermo y la condición de invalidez, o con las cosas pendientes que se han
dejado de decir o de hacer hasta antes de caer enfermo/a.
Aquí habría que decir que el duelo por la salud es el duelo por algo que no existe
en sí mismo, puesto que en último término la salud no reside en el cuerpo
individual, sino que es algo relacional. Los psicoanalistas no partimos de una
noción de salud determinada por la “normalidad” y, más bien, consideramos
que el psiquismo humano se define más por lo neurótico y psicótico. Freud dijo
alguna vez que la meta está en recuperar la capacidad de amar y trabajar. Es por
eso que vemos que el duelo del que hablo aquí, ante la visita de la enfermedad,
consiste en realidad en una recuperación de otra noción de salud, una noción
6
que está en los otros, en el vínculo con las personas que nos han constituido
como lo que somos. Es en la enfermedad (y ante la muerte misma) donde
descubrimos que la vida no está en el poder del cuerpo, sino en su
interdependencia, en el hecho de que nacimos del deseo de otros y recibimos de
otros lo que somos (la lengua, los cromosomas, el ritmo de la vida, el cuidado).
La enfermedad de muerte es la ruptura de esos vínculos o la carga de antiguas
culpas y es el terror ante esa nada de estar de espaldas a todos los demás, de
estar de espaldas a la vida.
Es así que nos damos cuenta que al vivir de espaldas a la muerte, en realidad
estamos de espaldas a la vida, porque sólo la experiencia de la finitud nos hace
posible reconocer la vida como don, es decir que todo lo que podemos compartir
nace del don de mirar, escuchar, tocar y ser tocado, oler y saborear lo que nos
rodea, pero siempre en relación, siempre en vínculos con otras personas.
Hasta aquí dejaría esta reflexión y ahora me gustaría que podamos conversar,
con vuestras preguntas y aportaciones.