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“Un conjunto de factores particularmente favorables hizo posible el éxito de esa primera gran
empresa colonial agrícola europea. Desde hacía ya algunas decenas de años los portugueses habían iniciado
la producción, en una escala relativamente grande, en las islas del Atlántico, de uno de los productos más
apreciados en el mercado europeo: el azúcar. Esa experiencia resultó de enorme importancia, pues, además
de permitir la solución de los problemas técnicos relacionados con la producción del azúcar, fomentó en
Portugal el desarrollo de la industria de maquinaria para los ingenieros azucareros. Si se tienen en cuenta las
dificultades que había que enfrentar en aquella época para conocer cualquier técnica de producción y las
prohibiciones que había para la exportación de maquinaria, se comprende fácilmente que, sin el relativo
avance técnico de Portugal en ese aspecto, el éxito de la empresa brasileña habría sido más difícil o más
remoto.” (Furtado, Celso; FORMACIÓN ECONÓMICA DEL BRASIL, Ed. Fondo de Cultura Económica,
México, 1962, pág. 17)
“La gran propiedad será acompañada en el Brasil por el monocultivo; los dos elementos son
correlativos y derivan de las mismas causas. La agricultura tropical tiene por único objetivo la producción de
ciertos artículos de gran valor comercial y por lo mismo altamente lucrativos. No es con otra finalidad que
se comienza y, de no ser esas las perspectivas, ciertamente no sería intentada o enseguida perecería. Por eso
es fatal que todos los esfuerzos sean canalizados hacia aquella producción: también porque el sistema de la
gran propiedad trabajada por mano de obra inferior, como es común en los trópicos y será el caso en el
Brasil, no puede ser empleada en una explotación diversificada y de alto nivel técnico.” (Prado, Caio Junior;
HISTORIA ECONÓMICA DEL BRASIL, Ed. Futuro S. R. L., Buenos Aires, 1960, págs. 36 y 37)
“(…) Hemos de aclarar que nunca se empleó el término plantación para describir la unidad de
producción de la industria azucarera. En su lugar los ibéricos utilizaban la palabra ingenio, que,
estrictamente hablando, significaba “molino azucarero”, pero que acabó por englobar toda la operación,
incluidas las edificaciones, los esclavos, la tierra y los animales.” (Lockhart, James y Schwarts, Stuart B.;
AMÉRICA LATINA EN LA EDAD MODERNA. UNA HISTORIA DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA Y EL
BRASIL COLONIALES, Ed. Akal, Madrid, 1992, pág. 194)
“Finalmente, el comercio de esclavos tuvo dos efectos: uno de carácter demográfico y el otro
cultural. Debido a que la mortalidad parece haber sido particularmente elevada entre los esclavos recién
llegados (bocal), los elevados niveles de importación, junto con la desproporción sexual, tendieron a crear
un ciclo perpetuo de importación y mortalidad a lo largo de la mayor parte del período en discusión. Por otra
parte, la continua llegada de nuevos esclavos negros tendió a reforzar la cultura africana en Brasil.
Existieron variaciones regionales. Río de Janeiro, por ejemplo, estuvo estrechamente vinculado a Angola y
Benguela, mientras que Bahía comerció intensamente con la costa de Mina.” ( Bethell, Leslie; op. cit., pág.
205)
“Los dueños de esclavos estimaban que un esclavo podía producir una media de tres cuartos de
tonelada de azúcar al año. A los precios de la época, ello significaba que un esclavo podría producir en dos o
tres años una cantidad de azúcar igual a la del precio de compra original del esclavo, así como a los costes
de su mantenimiento. Así pues, sólo con que el esclavo viviera cinco o seis años, la inversión del plantador
se doblaría, pudiendo permitirse comprar un esclavo nuevo y más vigoroso en sustitución del anterior.”
(Lockhart, James y Schwartz, Stuart B.; op. cit., pág. 206)
“La manumisión era sólo uno de los medios de alcanzar la libertad. A medida que creció el número
de esclavos, también lo hizo el de fugitivos. (…) los esclavos fugitivos se reunían con frecuencia para
formar poblados independientes (mocambos o quilombos, palabras de origen africano, en Brasil; palenques,
en la América española).” (Lockhart, James y Schwartz, Stuart B.; op. cit., pág. 207)