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Ponencia Equívocos de Marx

Sergio González - Eddie Araya


“Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con la
doctrinas de los pensadores revolucionarios y con los jefes de clases oprimidas en su lucha por la
liberación (…) Después de su muerte se intenta convertirlos en íconos inofensivos, canonizarlos,
por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las
clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria” (Lenin, 2014, p.5).

Este texto introductorio de El Estado y la Revolución de Lenin, redactado originalmente en 1917,


permite comprender inicialmente como la teoría marxista ha sido víctima de su propio éxito y
brillantez, puesto que al tener gran nivel de influencia (desde sus orígenes) en diversos ámbitos:
académicos, políticos, económicos, sociales, y culturales, numerosos pensadores han dedicado sus
largos y exhaustivos trabajos a seguir su senda, o de plano criticarla. Sin embargo, estos últimos
han sido altamente alimentados –paradójicamente- por teóricos autodenominados marxistas, los
cuales mediante sus errores conceptuales y de interpretación han provocado visiones erradas de
Marx, fundamentalmente de carácter economicista, hecho perjudicial en la práctica política de la
época hasta la actualidad.

El Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política nos dice: “En la producción social
de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su
voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus
fuerzas productivas materiales. El conjunto de esas relaciones de producción forman la estructura
económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política
y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la
vida material (estructura económica) condiciona el proceso de la vida social política y espiritual (…)
Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa
superestructura “.

Ergo, la estructura económica (como sinónimo de objetivo), es decir las fuerzas de producción, nos
define qué sistema se instaura desde el comienzo de la civilización: las herramientas de trabajo, la
materia prima, y el control de las fuerzas de trabajo se establecen mediante el poder de la
represión como lo escribe Marx en el capítulo XXIV de El capital, pero que se sostiene en las leyes
formales y la ideología cultural de la superestructura política y jurídica de la sociedad, allí está la
lucha, en el seno de la lucha de clases, por ende, las relaciones de producción intersubjetivas.

Sin embargo, el primer intelectual que aportó hacia esas orientaciones economicistas fue
paradójicamente Federico Engels, el cual en su crítica hacia Duhring a finales del siglo XIX en el
“Anti-Duhring” (1878), manifiesta la relevancia y función determinante de la estructura económica
sobre las esferas de lo político y subjetivo. Aquello puede comprenderse como un error de Engels
por su emotividad en la crítica, por el contexto social complejo en la época, donde intentaba
mediante su afirmación: "la única vía de producción de nuevas relaciones sociales se encuentran
exclusivamente en la economía" (citado en Kohan, 2014a), defender a su amigo Marx, pero
generando una dicotomía entre lo político y lo económico, siendo la primera subordinada a la
segunda.
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Por otro lado, a comienzos del siglo XX, entra a la palestra académica y política, otro personaje
elemental en la historia del marxismo como Karl Kautsky, que concibió el marxismo en base al
determinismo del factor económico y la evolución natural, para de esa forma poder someterse a
las líneas del ‘ser científico y ortodoxo’ con una concepción reduccionista de lo natural,
entregándole un rol pasivo al partido político y a la praxis misma, causando por ejemplo que,
Stalin declarara que al producir más acero la URSS era más desarrollada que EEUU, pero ¿y la
calidad del acero? Más allá si la calidad del acero de Rusia entonces era de buena calidad o no, lo
elemental es advertir que en el plano de las cualidades y no solo de las cantidades se expresa la
sociedad y su capacidad de transformación.

En ese contexto, es relevante siempre recordar que las denominadas leyes de Marx no son
absolutas, como hace recordar José F. García (2014): “En suma, que haya leyes del capitalismo y
que éstas “se impongan con férrea necesidad”, no significa que esas leyes determinen el curso de
la historia. En verdad, habría que decir “la extrapolación ingenua de los logros de la sociedad
natural” no es de Marx, sino de aquellos críticos que piensan en un único concepto de ley, el de la
ciencia natural nacida en siglo XVII con Galileo” (p.109). Aquello se le puede adjudicar a la
metáfora de la Estructura y la Superestructura. Existe por lo tanto, posibilidad de transformación
estructural mediante y desde las conciencias intersubjetivas y sus expresiones sociopolíticas, no
hay determinación absoluta.

Es más, el propio Marx se encarga en el mismo Prólogo enunciado: “las formas ideológicas que los
hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan para resolverlo” (2014, p.201). Esta
última parte del extracto es clave para recordar lo fundamental que era la lucha de clases para
Marx, es decir, no hay espacio para un determinismo total de la economía y las formas de las
fuerzas de producción.

Gramsci aporta, como el teórico que le entrega más vida a la teoría marxista en el plano de las
relaciones de producción (sin caer en reduccionismo), aporta escribiendo en el Cuaderno 11 de los
Cuadernos de la Cárcel: "la principal fuerza productiva es en realidad la clase obrera -el sujeto de la
revolución-" (citado en Kohan, 2014, p.6). Por lo tanto, la dialéctica entre fuerzas productivas y
relaciones de producción, no es objetiva, por el contrario, sintetiza la contradicción objeto-sujeto,
es decir las fuerzas productivas son las relaciones entre los objetos y las personas con un
intermediario que es la técnica tecnológica; y las relaciones de producción son las relaciones
intersubjetivas entre las personas. Siendo el primero el fetiche de los apegados al equívoco
economicista. Entonces, en el contexto de esta diferenciación, es menester recalcar la unidad
dialéctica existente siempre en la teoría marxista, no hay subjetividad sin objetividad, y viceversa.
Para transformar las condiciones objetivas de la sociedad, se necesita movilidad social en las
conciencias y la praxis, las cuales se nutren de los momentos históricos que brinda la estructura
objetiva para avanzar a la sociedad igualitaria y libre. Y no esperar como la locomotora de la
economía construye tecnología que desplaza al humano a un territorio muerto, como el camino
que emprendieron los actores de este equívoco marxista.
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Como señala Roberto Regalado (2012): “En la corriente revolucionaria (comunista) se impuso una
interpretación vulgar y dogmática del marxismo y el leninismo. Con relación a Marx, se asumió que
el fin de la clase era, automáticamente, el fin de toda forma de dominación social, cuando, en rigor
lo primero crea condiciones indispensables pero no determina lo segundo por sí mismo. Con
respecto a Lenin, su metáfora de que las organizaciones sociales constituyen poleas de
transmisión entre el partido y la sociedad ha sido tan vulgarizada como la metáfora de Marx de
base y superestructura. Por lo general, fue asumida como transmisión mecánica, vertical, de un
impulso de arriba hacia abajo, y no como una interacción igualitaria, respetuosa y constructiva
entre la organización y la política, que es como el principal líder bolchevique lo había concebido”
(p.65).

En definitiva, es elemental destacar lo relevante que es penetrar mediante el pensamiento crítico


y la teoría marxista las vertientes de la subjetividad en las relaciones de producción en la sociedad.
El uso equívoco economicista de Marx deja claro como diversas perspectivas teóricas lo
interpretaron a él y su obra, como una estructuración meramente económica, renegando y mal
interpretando de esa forma todas las concepciones sobre ideología, poder, explotación, su teoría
política, que anunciaba la posibilidad de la revolución del sujeto (no del objeto) proletario, al cual
le constituye una importancia crucial en la teoría marxista y en la lucha de clases en general.

Al igual que el equívoco economicista y tecnologicista de Marx, el equívoco materialista dialéctico


es otra expresión del marxismo ortodoxo que desde el discurso de Plejanov, Kautsky, Stalin, y los
comienzos de Lenin, lograron posicionar una perspectiva mecanicista y extremadamente
materialista. El primer registro inspirador del denominado DIAMAT (materialismo dialéctico), es
una de las tantas ventanas abiertas de Engels. Plejanov personero importante de finales del siglo
XIX en Rusia, utiliza por primera vez el concepto materialismo dialéctico con anunciada base en el
Anti-Duhring (1888, citado en Kohan, 2014b). En ese sentido Engels describe el carácter
materialista y dialéctico de la obra marxista.

En primer lugar, Engels establece como eje principal de la filosofía -por ende de su filosofía- la
ontología de la existencia, siendo su principal preocupación la interpretación del 'todo ser’. Divide
a la filosofía de acuerdo a la prioridad ontológica: primero en idealistas, es decir los que conceden
al pensar o el espíritu la mayor relevancia en la realidad, y en segundo término, en materialistas,
pues, los que consideraban a la naturaleza como lo primario. Luego este autor repasa la historia la
filosofía materialista, sus inicios en Grecia, pasando por el iluminismo, hasta llegar al materialismo
dialéctico, el cual en definitiva se caracteriza por subordinar la filosofía a las ciencias naturales,
puesto que al tener un carácter materialista, establece las leyes de la naturaleza de cambio y
transformación de la materia como su objeto de estudio, que explica análogamente toda realidad,
siendo la dialéctica el componente diferenciador de los iluministas y la ciencia del movimiento del
ser (materia) (Kohan, 2014b). De esa forma Engels le inyecta flexibilidad al materialismo, que es
capaz de cambiar en una constante dinámica, y que rige tanto para el mundo (el ser), y el método
(pensamiento del ser), pero lo reduce a un positivismo naturalista, sobreponiendo la materia a lo
subjetivo, es decir, el pensamiento del sujeto revolucionario, como espectro determinado por el
anterior, naturalizando la historia más que historizar a la naturaleza. Al igual como los ortodoxos
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de la época que consideraban lo económico y las fuerzas de producción determinantes de la
conciencia, de la ideología, de lo político, y de lo cultural. Es decir, como expone Néstor Kohan "de
lo general se deduce lo particular, de la naturaleza a lo social, el materialismo cosmológico se
deduce y aplica a la historia" (2014b, p.9), por lo tanto, el marxismo se convierte en un teorema
meramente lógico, encerrándose en una dicotomía.

Respecto a estas dicotomías, Roberto Regalado expone: “La más conocidas de estas dicotomías es
la que se desarrolló a lo largo de la cadena: materia como elemento determinante de la idea;
naturaleza como elemento determinante de la conciencia; y economía como elemento
determinante de la política, la ideología y la cultura. Con otras palabras, se trata la separación
dicotómica entre economía y política, derivada de la vulgarización de la conocida metáfora de
Carlos Marx de la base y la superestructura (…) que repercute en la distorsión economicista,
determinista, etapista y fatalista del marxismo” (2012, p.57).

Lenin en sus inicios filosóficos en 1908, escribe Materialismo y Empiriocriticismo, bajo la senda del
ortodoxismo del momento. Aquella obra se adhiere a las concepciones de Plejanov sobre la
materia y su carácter dialéctico, la idea monista de ser y pensamiento, pero con una clara
subordinación del segundo por el primero. Sin embargo, suma un sesgo de tipo gnoseológico,
puesto que integra la afirmación de Engels sobre la naturaleza y su independencia y anterioridad a
cualquier espíritu, pero no viceversa, ergo, la idea de que el mundo cognoscible existe
independientemente de cualquier espíritu, y no en sentido contrario. Eso revela el carácter
supuestamente dialéctico que contiene este enfoque metafísico, puesto que se nutre de la idea de
que todo contenido del pensar del ser es un reflejo fiel de la realidad objetiva, tal cual había
propuesto Engels anteriormente también, naturalizando con un poder sobrevalorado
(fetichizando) a la estructura económica.

Posteriormente Lenin en su exilio en Suiza resaltó que la práctica política y la teoría eran
inherentes entre sí, tal como decía en la época, no hay práctica revolucionaria, sin teoría
revolucionaria, y viceversa. El nuevo Lenin establece el terreno de lo ideológico/político el lugar
donde se debe dar el salto cualitativo en la conciencia revolucionaria en un nivel cuantitativo de
personas necesarias para formular una hegemonía cultural. De esa forma la vía a la sociedad sin
clases sería validada por el pueblo, por su conciencia y pensamiento. Es decir, hay un giro
gnoseológico, en el donde se sitúan como filósofos, políticos, y sujetos revolucionarios, dejando
atrás la auto-desacreditación al sobreponer los objetos y la estructura económica como
determinante absoluto sobre las conciencias proletarias, puesto que es el hombre el que mediante
la problematización, concientización, acción, crítica, disidencia, y cultura revolucionaria
transforman y transformarán las realidades.

En aquella superación se levanta la filosofía de la praxis como el método marxista que permitirá la
conducción hacia la hegemonía cultural e ideológica; la que también permitirá interpretar
realidades y coyunturas para la estrategia política, la que brindará de armas teóricas para la lucha
de clases: reflexión, práctica, y crítica ante todo. Aquella senda fue la que siguieron varios
latinoamericanos como Juan Carlos Mariátegui, Ernesto Guevara, Paulo Freire, entre otros, que
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criticaron el ortodoxismo de la Segunda y Tercera Internacional (posterior a la muerte de Lenin)
por su carácter determinante hacia las colonias y los pueblos poco industrializados y rurales.
Determinismo que se ejercía como máxima teórica, puesto que no habían alcanzado, aquellas
naciones, una etapa avanzada del capitalismo, por ende, no debían aún independizarse de sus
colonos, según esta perspectiva rígida del materialismo histórico: evidencia de lo perjudicial del
mecanicismo en que terminó el materialismo dialéctico en su minuto. Es decir, en el intento de
desligarse de las metafísicas idealistas desligadas de la realidad práctica, se recae nuevamente en
una metafísica que expone un poder supremo y sobrenatural a las estructuras objetivas de la
realidad sobre las subjetivas: paradoja marxista.

Es tal aquella paradoja que el mismo Marx 30 años antes había enunciado una perspectiva
totalmente diferente a esta forma mecánica de confeccionar el materialismo histórico, dando
como ejemplo a la misma Rusia en la Segunda edición del Prefacio del Manifiesto Comunista
(1892), respondiendo a una pregunta que él mismo se formula sobre la viabilidad de la revolución
en una sociedad pre-capitalista: “La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la
siguiente: si la revolución rusa da la señal para la revolución proletaria en Occidente, de modo que
ambas de completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de
partida para el desarrollo comunista” (2014, p.67).

Una forma más acabada y precisa para comprender la epistemología y la óptica marxista (no
ortodoxa) es la integración de la concepción materialista de la historia (CMH). Aquella indica que la
historia no es un caos que va hacia múltiples direcciones donde el humano es libre de albedrío,
pero tampoco expone una historia mecánica, absoluta, y determinista como es supuesta por el
DIAMAT. La clave de la CMH es comprender la historia haciéndola inteligible mediante el
razonamiento humano y el método dialéctico riguroso de Marx. En esta concepción, el espectro
subjetivo y objetivo interrelacionan mutuamente sin supremacía de uno por el otro, se auto-
determinan y a la vez tienen cierta autonomía de acción. “La CMH parte de una premisa
elemental: que la historia de la humanidad no constituye una simple sucesión de acciones ciegas,
aleatorias e inconexas, de trayectoria errática, sino un proceso social de desarrollo globalmente
continuo y progresivo, dotado de sentido, y por lo tanto, inteligible” (Gonzalorena, 2014, p.61).
Marx nunca pensó realmente en una sobredeterminación a ultranza de la Estructura económica
sobre la Superestructura. Carlos Marx nunca fue un teórico mecanicista, su método dialéctico
describe como estructuraba en su mente la realidad, en un, ida y vuelta constante y flexible.

Este equívoco ha llevado a esta filosofía política ser blanco de la ideología burguesa por mucho
tiempo. A pesar de ello, como el mismo marxismo lo establece, el capitalismo tiene fisuras que, ni
con el imperialismo, ni con las múltiples herramientas de represión e ideologización a las masas,
podrá escapar de la crítica. La transformación sigue estando en las personas, en las mentes y
cuerpos revolucionarios, y no en la bolsa de valores.

Continuando con la historia de los equívocos marxistas, las degradaciones, sus consecuencias y las
polémicas, es menester considerar uno de los dilemas estratégicos que han marcado los procesos
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políticos en los cuales el marxismo ha sido protagonista en la praxis de las diversas culturas que
han considerado la superación del capitalismo dentro de contexto histórico: el Marx reformista.

Ariel Dacal, define en su contexto, las dos vertientes que nacen dentro de la lucha revolucionaria y
en el marxismo en el siglo XIX: “Con el curso de los acontecimientos, y con la creación de la
Asociación Internacional de los Trabajadores, en 1864, conocida como la Primera Internacional,
comienza a manifestarse la bifurcación teórica política del movimiento socialista en dos grandes y
permanentes corrientes: la reformista, gradualista; y la revolucionaria (…) Los reformistas aspiran
a cambios lentos, cuantitativos y sin generar violencia. Los revolucionarios apuntan a cambios
cualitativos más activos. La primera tendencia ha degenerado en sus horizontes al pasar de una
sustitución gradual del capitalismo a buscar un capitalismo más humano” (2012, pp. 55-56). Es
más, el mismo Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, identifican y describen a los burgueses
que pretendían pasar por socialistas en su época: “Los burgueses socialistas quieren perpetuar las
condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de
ellas. Quieren perpetuar la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen.
Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se representa el mundo en
que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués hace de esta representación
consoladora un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica
su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirlo a
continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de
ella” (2014, p.94).

Es claro, cómo el rol de estas dos corrientes permanece hasta nuestros días y como la dimensión
reformista del marxismo ha construido formas -desde comienzos del mismo- desvirtuadas que han
perjudicado a lo largo de la historia la vía hacia una sociedad sin clases. Sin embargo, cabe
destacar que –en la actualidad- ni Toni Negri, tampoco Ernesto Laclau y otros postmarxistas,
fueron los primeros en proponer una estrategia de superación del (neo)liberalismo mediante la
democracia burguesa, sin una revolución armada que contrarreste la contra-revolución en defensa
del poder popular y la clase dominada, sino que más bien, remite a la misma época de Marx en la
segunda mitad del siglo XIX.

Uno de los personajes políticos que intervenía en aquella época, oposicionista a las posturas
radicales y revolucionarias de base que exclamaban Marx y Engels para la toma del poder para la
transición socialista hacia el comunismo, fue Ferdinand Lasalle y otros alemanes socialistas que
proclamaban "hay que ser inteligentes", "hay que entrar en razón". Esta es la perspectiva
reformista, histórica posición de la izquierda mundial que se funda en estos debates de estrategia,
y que en la actualidad aún no se superan.

Cabe destacar que el principal nombre que se enmarca perfecto en la ideología reformista es un
viejo conocido, -pero no menos olvidado-, Eduard Bernstein. En la misma lógica de los factores, da
vuelta la determinación evolutiva que proponía el último Engels y sus sucesores, superponiendo al
estamento de la cultura y la ideología política como determinante total del progreso social. Allí
considera que la vía reformista en la praxis política, sin una defensa armada contra la burguesía es
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la correcta (Kohan, 2014c). Bernstein como buen revisionista, buscaba en sus críticas 'llenar' las
supuestas lagunas que él consideraba que existían en la teoría crítica marxista, para su
perfeccionamiento y posterior práctica. Bajo esa motivación pretende desligar a la teoría de la
concepción dialéctica (proveniente de Hegel), que sumerge a todo marxista en considerar como
medio, la toma del poder del Estado burgués, proclamando la dictadura del proletariado, aquella
transición que permita contrarrestar (en el plano armado, político, ideológico, económico, y
cultural) la contrarevolución, desmembrar las lógicas segregadoras y burocráticas del Estado, y por
último, consolidar el poder popular en todas las latitudes posibles para practicar una democracia
activa y ejercida para con la clase, que en ese mismo instante dejaría de ser dominada.

Ese alejamiento de Bernstein en su re-estructuración teórica de Marx, presupone la idea de


abandonar la lucha de clases de carácter revolucionario y remplazarlo por una lucha de tipo
reformista o de corazón tibio ‘pequeño burgués’. Para poder graficar de mejor forma el
revisionismo de Bernstein, cito a Néstor Kohan: "Aunque su crítica al determinismo económico por
su unilateralidad tiene granos de verdad, su conclusión termina convirtiéndose en desembozada
apologética del capitalismo, ya que el padre del 'revisionismo' confía en su evolución progresiva en
la cual, paulatinamente y sin choques, violencias, guerras civiles, luchas ni confrontaciones de
fuerzas, el fetichismo mercantil y su brutal despersonalización irán desapareciendo
automáticamente como por arte de magia. ¡Sin necesidad de revolución, ni lucha contra la
burguesía y su Estado!" (2014c, p.9). Como se observa, ni el revisionismo, ni el reformismo y
tampoco la socialdemocracia ha llevado a superar la sociedad moderna, mucho menos el fetiche
mercantil, la cosificación humana, la reificación de las cosas y la disociación subjetiva, todo lo
contrario, las políticas reformistas en su tibio andar por el bosque, han hecho que cada rama cerca
de las casas de los poderosos le salgan más billetes verdes.

¿Cómo cabe esta contradicción que genera aquel revisionismo de Bernstein, la cual plantea que
desde la silla conservadora y burguesa, se concluya en un revolucionario radical proletario? Esto se
responde por la necesidad de esquivar en sus postulados la violencia contra el Estado, permitiendo
un supuesta paz entre clases, que ‘si es bien llevada’ o ‘somos inteligentes (reformistas)’, la
sociedad superará por arte de magia al capitalismo, sin necesidad de rompimientos violentos.

Posteriormente, ya instalados a mediados del siglo XX, inmediatamente después de la muerte de


Stalin toma el poder en la Unión Soviética Nikita Kruschev, el cual siguió el último legado de Stalin:
el "Frente popular" que permitió estrechar alianzas con la burguesía de carácter reformista, pero
expandiéndolo a su máxima plenitud. Kruschev tuvo la determinación de denunciar los actos
asesinos, torturadores, represivos, y traidores de su propia clase por parte de Stalin en los años
anteriores, los cuales dejaron miles de compañeros muertos. Pero a pesar de aquello, su vía
pacifista con la burguesía, Estados Unidos, y Occidente capitalista fue en aumento con los años, en
una supuesta estrategia proveniente del 'socialismo real' que permitiría aniquilar el imperialismo a
través de las rutas pacíficas de unidad nacional y frente popular de Stalin pero con un olor más
burgués, que proletario: otra expresión del reformismo.
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Por supuesto, los intelectuales no esquivaron este mandato ruso: Garaudy filósofo comunista
francés, influyente del Partido Comunista de Francia (PCF), postulaba en Introducción a la
metodología marxista, que "este socialismo lleva en sí la paz, cuánto más grande sean las fuerzas
del socialismo, mayores serán también las probabilidades de paz" (1974, citado en Kohan 2014c,
p.19). Por otro lado, Althusser, La Volpe, y otros líderes intelectuales y políticos se dejaron
arrastrar por un Eurocomunismo cada vez más 'revisado' en su teoría marxista y en su vía hacia el
comunismo. Sus perspectivas se volvieron temerosas, dubitativas ante el enemigo capitalista.

La derrota en Chile por parte de Salvador Allende y el Frente Popular de este país, que también
defendían un camino tranquilo, democrático, sin violencia, más el fracaso de la rebelión del 68´en
Francia, sumado a las sangrientas contra-revoluciones organizadas por la CIA en los años 50’ en
Guatemala, y en los 60’ en República Dominicana (Borón, 2013, p.99-100). Aquello, en vez de
hacer comprender al socialismo real que la contrarevolución es una ley en la revolución, y que sin
estrategia y táctica de ofensiva, no se podrá nunca lograr el objetivo emancipador, permitieron
que Bernstein resurja, no desde la proclamación de un nuevo símbolo marxista, pero si desde la
oscuridad, desde la posición táctica y estratégica de carácter reformista del comunismo europeo,
que han provocado en este lado del mundo, en la periferia americana, que surjan alianzas,
gobiernos, partidos y presidentes como Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile, Ignacio ‘Lula’
Da silva en Brasil, los Kirchner en Argentina, etc. (Borón, 2013, p.105) que se autoproclaman
socialistas o de izquierda, muchas veces con una propaganda auspiciosa en reformas y cambios
estructurales, pero que en la práctica solo acrecentaron la acumulación de capital de las
multinacionales.

Ya terminando con la herencia de Bernstein, se concluye con Hardt, Hollowey y Negri. Atilio Borón
refiriéndose al tema central de la estrategia y táctica de los movimientos sociales como un aspecto
a considerar en la lucha política, resalta el carácter reformista de estos autores que teorizan sobre
los movimientos sociales de una forma posmoderna y desarticulada en renuncia a la toma del
poder para la transformación de la sociedad: “Esto se percibe con toda nitidez en el plano teórico
en la obra de Hardt y Negri, Imperio, donde los movimientos sociales son concebidos como
expresiones infinitas de la multitud y esta, por su carácter descentrado, desterritorializado,
molecular y nomádico, es radicalmente incompatible con cualquier planteamiento de estrategia y
táctica. Para Hardt y Negri tales preocupaciones corresponden a una forma de actuación política
perteneciente a una época –la de los estados nacionales y el imperialismo- que en su extravío
consideran históricamente superada. Por lo tanto, se hace un culto a la supuesta rebeldía de las
multitudes nómadas y se abandona por completo toda preocupación por la organización, la
estrategia y las tácticas de lucha, con los resultados previsibles (…) Lo mismo ocurre con la obra de
John Hollowey, que además invita a dejar de lado toda pretensión de conquistar el poder, y de lo
cual se desprende la superfluidad de cualquier discusión sobre estrategia y táctica encaminada a
ese fin” (2013, p.70-71).

Finalizando con el recorrido de los equívocos de la teoría marxista, se encuentra de frente con el
eurocentrismo clásico practicado y promulgado constantemente en la Segunda Internacional a
finales del siglo XIX y comienzos del XX. Tal cual, como lo practicaba nuevamente Eduard
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Bernstein, puesto que además de lanzar sus dardos contra todo tipo de medio violento contra el
Estado burgués, criticaba el romanticismo socialista el cual consistía en simpatizar con las luchas
coloniales en los países del ‘tercer mundo’ que eran brutalmente explotados por la burguesía de
los países desarrollados y también por los burgueses locales. Bernstein desde el bando social-
imperialista de la Segunda Internacional, promovieron un discurso ideológico el cual posicionaba a
las sociedades ‘civilizadas’ de Europa en un estamento superior a las comunidades populares
incivilizadas, las cuales eran continuamente denominadas como salvajes. Consideraban que los
medios de la burguesía de explotar y torturar no eran aceptables siempre, pero que las colonias
propiamente tal eran necesarias para la industrialización, ergo, la evolución natural de la sociedad,
como proponía Hildebrand, en un equívoco materialista histórico. En este contexto Bernstein
vocifera con soltura en La socialdemocracia alemana y los disturbios turcos que “es indiscutible
que la administración inglesa ha ejecutado en India grandes reformas y amplias mejoras” (1896-
97, citado en Kohan, 2014d, p.3), aprobando a su supuesto enemigo capitalista. Además afirma
“no hay ninguna razón para condenar el hecho de la obtención de colonias como algo desde un
principio reprobable”. Por otro lado, suma a estas tortuosas citas eurocéntricas: “el derecho de los
salvajes sobre el suelo por ellos ocupado solo puede ser reconocido como un derecho limitado y
bajo ciertas condiciones. Aquí llegado el caso, la cultura más elevada tiene también el derecho
más elevado” (1896-97, citado en Kohan, 2014d, pp. 3-4). Desgraciadamente, -como
anteriormente se señalaba-, la Segunda Internacional, a pesar de que existiesen otros bandos
como la trinchera ortodoxa de Kautsky y Plejanov, ambos mantuvieron una base de semejanza
poco elegante: el eurocentrismo, alma arrogante, soberbia, y centralista que provocó que en el
Congreso de 1907 en Stuttgart, por 19 votos de diferencia, no se aprobara lo siguiente: “El
congreso confirma que la utilidad o la necesidad de colonias en general, pero, en especial, para la
clase obrera, ha sido sumamente exagerada; sin embargo, no repudia ni en principio, ni para
siempre toda forma de colonialismo, el cual, bajo un sistema socialista, podría cumplir una misión
civilizadora” (Kohan, 2014d, p.4). Kautsky lamentablemente a pesar de su contradicción
permanente con Bernstein, no se desligaba mucho de sus creencias eurocéntricas de éste último.

Sin embargo esta posición apologista del ‘primer mundo’ y su epistemología etnocéntrica europea
con su supuesta categoría superior y civilizada (incluyendo a la burguesía y sus explotaciones
torturantes en las periferias), fueron derrocadas moralmente por la revolución bolchevique. Lenin,
una vez más vino a entregar valores y énfasis distintos a la praxis marxista. Por tanto, con Lenin el
socialismo y la praxis marxista se desliga de una figura europea que responde a una estética de
ojos color azul y piel blanca. Surgen figuras latinoamericanas como el peruano Juan Carlos
Mariátegui, que responden a un contexto histórico de este lado del planeta que reclamaba
autodeterminación local y nacional, la misma demanda que Lenin promulgaba en conjunto con el
movimiento bolchevique, en acciones como la exigencia de la eliminación de términos despectivos
como ‘bárbaros’ en referencia a soldados nativos de las colonias.

Como era de esperar la muerte de Lenin dejó catástrofes en diversos ámbitos, entre ellos la
perspectiva liberadora y de mente abierta que había instalado años antes sobre la
autodeterminación de los pueblos y el abandono total que había efectuado en relación con la
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perspectiva de la evolución social mecanizada y el materialismo histórico como expresión de la
misma -algo que no sólo en el discurso se reflejó, sino que la misma praxis revolucionaria llevada a
cabo por los bolcheviques: sociedad que no contaba con un supuesto desarrollo capitalista
necesario para poder proseguir con el socialismo-. Como era de esperarse, Stalin revivió el
enfoque ortodoxo también en esta área de la teoría socialista, por supuesto desde el materialismo
histórico: toda etapa debía cumplirse, por ende, todo intento revolucionario en las colonias o
países del tercer mundo, se iban a interpretar como herejía, es decir, la “filosofía de la historia
universal se debe aplicar ahistóricamente y mecánicamente a todos los países, incluso a los de la
periferia” (Kohan, 2014d, p.10).

Por otro lado, en la actualidad el imperio propuesto por Negri –en su libro del mismo nombre-
señala que EEUU no es gobernante de éste, sino que en esta globalización no existe aquella
referencia nacional imperialista. Expresa por lo demás, que este estado de imperio es irreversible
e irresistible, volviendo a la ortodoxia determinista de la historia. Por lo demás, también hace
evidente su concepción eurocéntrica y reformista demostrada en su visión universal limitada a
Europa y Estados Unidos, omitiendo en su genealogía la revolución cubana, la vietnamita, los
procesos socialistas en Bolivia y Venezuela, la liberación nigeriana, entre otros hitos históricos no
considerados en su imperio irreversible, la cual sólo invita a quedarse sentados a esperar el
socialismo y la caída de la clase dominante.

Como se ha revisado los equívocos de Marx han conllevado a diversos casos de vulgarización de su
teoría, han permitido el desprestigio del objetivo de una sociedad sin clases, libre y solidaria. Sin
embargo, aquello está en la pluma y la acción política de cada humano que aun mantenga la
esperanza revolucionaria. Interpretando las realidades, transformando las mismas, confluyendo
los aspectos objetivos y subjetivos de una sociedad que exclama en todos sus rincones algo mejor.
Siempre con una perspectiva crítica y autocrítica, con un horizonte claro y demandante, pero no
menos posible. La lucha debe ser desligada de toda mecanización interpretativa y fortalecida en
los lazos con la realidad social, con compromiso para con los oprimidos. Por lo tanto, todo ser
político, con aspiraciones de ejercer sus derechos, podrá mover esta carrocería monumental, y en
ese camino, el marxismo como herramienta y visión óptica elemental, debe ser libre de equívocos,
libre de mecanicismo, libre de autoritarismo y etnocentrismo; debe ser horizontal, flexible,
concreto, pluricultural, dialéctico y revolucionario.

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