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Tan lejos, tan cerca: Ciudades, campo

y paz
Tomado de: https://sostenibilidad.semana.com/actualidad/articulo/tan-lejos-tan-cerca-
ciudades-campo-paz/31461 el 2014/07/01

A pesar de tener raíces en el campo, la sociedad ha vivido y lidiado en gran medida solo
con la problemática urbana. La distancia entre estos dos mundos construyó una barrera
invisible que permitió que la vida en las ciudades continuara con cierta normalidad en
medio de las más terribles condiciones para los habitantes del campo: masacres,
bombardeos, tomas guerrilleras, ataques paramilitares, minas quiebrapatas, etc. Esos
fenómenos en las grandes capitales han sido registrados como si hubieran sucedido en
otro país.

La consolidación de la seguridad democrática de Álvaro Uribe, a pesar de su éxito militar,


intensificó la guerra en el campo mientras en las ciudades no se sentía. Ahora, por primera
vez en muchos años, hay una expectativa de paz. Por eso, después del triunfo de Santos
se habla más de posconflicto que de guerra. Sin embargo, para que este sea exitoso, es
indispensable que la distancia entre campo y ciudad se acorte aún más.

Tristemente, las condiciones de la ruralidad colombiana no son muy diferentes de las de


la ruralidad global. Tres de cada cuatro habitantes del campo en el mundo son pobres. En
Latinoamérica, el 64 por ciento de la población rural está por debajo de la línea de pobreza
y en Colombia, más del 50 por ciento vive en situación de pobreza extrema. Es necesario
reconocer que nuestro silencio ha sido cómplice tácito de la barbarie.

En la medida en que los avances en seguridad han permitido acercarnos al campo, los
habitantes de las ciudades han podido adquirir conciencia de lo que ha sido durante
décadas la tragedia rural.

Una de las tareas principales de la reconciliación es ser solidarios, reconocer lo que antes
ignoramos y reconstituirnos en un solo país donde todos, directa o indirectamente, hemos
sido víctimas. La guerra es un estado moral de excepción en el que se construyen
imaginarios colectivos en los que cada una de las partes se percibe a sí misma como “los
buenos” y ve a la contraparte como “los malos”.

Para matarnos tal vez esa justificación era necesaria. Los enemigos eran guerrillos,
paracos, mamertos, fachos, montañeros, corronchos, indios. Pero al final, todos somos
los mismos: víctimas de la violencia y la desigualdad. La reconciliación exige que nos
reidentifiquemos como colombianos. Y que a partir de ahora, aceptemos que estamos
tomando una senda nueva por la que transitaremos durante mucho tiempo construyendo
nuevas instituciones bajo nuevas reglas de juego.

La negociación en La Habana incluye puntos centrales para el bienestar de los


campesinos: la reforma rural integral reconoce la importancia de su economía, la
producción de alimentos, la formalización del trabajo y la generación de ingresos. A esto
se sumarán la creación de un fondo de tierras, una nueva jurisdicción agraria y zonas de
reserva campesina. Todavía algunos de estos conceptos despiertan temores. Pero una vez
que se vean sus ventajas, podrán ser registrados como opciones reales para la
transformación del campo y como políticas de Estado que tarde o temprano había que
hacer.

Más allá de La Habana, la gran mayoría que en el campo nunca tomó las armas para
defenderse del abandono se pregunta cuál será su papel en el posconflicto. En parte por
eso, de ambos extremos del espectro ideológico salieron a marchar los campesinos en
2013 y 2014. A ellos se sumaron otros grupos de interés rurales: mineros, transportadores
y comerciantes, para los cuales resulta inaceptable que la guerrilla salga del posconflicto
con representación política, subsidios, y oportunidades de desmovilización. Pero esas son
realidades que tocará aceptar o, como se dice con frecuencia, sapos que tocará tragarse.

La primera y quizás más importante responsabilidad será apoyar los procesos que
garanticen a los campesinos el acceso a la tierra. La tenencia de esta es la manera más
efectiva de crear bienestar rural. En los casos de desplazamientos forzados, devolver sus
tierras al campesinado sería la fórmula para poner fin a los ciclos de autodestrucción
violenta que se han vivido en los últimos años. También puede ser necesario que las
tierras inactivas paguen más impuestos de los que están pagando en la actualidad.

Todo lo anterior, que algunos consideran revolucionario, es apenas justo y necesario.

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