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Los siete pasos para hacer


de tu hijo un experto
emocional
El ser humano tiene que tomar
decisiones poniendo sobre la mesa
tanto las emociones como sus
pensamientos, algo que, en
ocasiones, señala caminos opuestos

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RAFAEL GUERRERO

23 ABR 2018 - 08:59 CEST

Etimológicamente hablando, el concepto


de emoción proviene del latín emovere que
significa “movimiento hacia”. Por lo tanto,
las emociones nos impulsan a realizar una
acción. Si tuviéramos que hacer una breve
clasificación de las emociones, las
dividiríamos en emociones de
aproximación, estas son las que
erróneamente se denominan emociones
positivas, y emociones de defensa.
Algunas de las emociones de
aproximación más frecuentes son la
alegría y la curiosidad, mientras que
dentro de las emociones de defensa
encontramos el miedo, la rabia y la
tristeza.

Las emociones
MÁS SOBRE
EMOCIONES aparecen
evolutivamente con el
surgimiento de los
primeros mamíferos
sobre la faz de la
Niños sin ternura, tierra, es decir, hace
adultos incapaces
unos 200 millones de
años. Hasta ese
momento, los
animales se
comportaban en uno u
Las 15 necesidades otro sentido en función
de tu hijo que debes
atender para que
de los instintos e
tenga una buena impulsos que
salud mental
experimentaban, ya
que ni la emoción ni la
razón se habían desarrollado todavía.
Actualmente, el ser humano tiene que
tomar decisiones poniendo sobre la mesa
tanto las emociones como sus
pensamientos, algo que, en ocasiones,
señala caminos opuestos.

Como dice el prestigioso Dr. José Luis


Marín, presidente de la Sociedad Española
de Medicina Psicosomática y Psicoterapia,
el equilibrio o la felicidad se encuentra
cuando las emociones y el pensamiento
firman la paz. El objetivo de este artículo
es mostrar los siete pasos o fases por las
que debemos pasar para que nuestros
hijos y alumnos aprendan a gestionar sus
emociones con la ayuda de sus padres y,
así se conviertan en expertos
emocionales. Algo que nos debe quedar
claro a todos es que unos padres que no
dominan sus propias emociones van a ser
incapaces de enseñar y acompañar a sus
hijos en el largo y difícil camino de la sana
gestión emocional. Pensad en el siguiente
ejemplo sencillo: ¿seríais capaces de
enseñar a vuestros hijos japonés sin saber
una sola palabra de este idioma?
Imposible, ¿verdad? Con las emociones
pasa lo mismo: debemos saber
gestionarlas nosotros para así poder
enseñarles a ellos cómo hacerlo. Una vez
que hayáis transitado con vuestros hijos
por estas siete fases que os propongo, ya
estaréis en disposición de solicitar el título
metafórico de Experto en Educación
Emocional con el cual a nuestros hijos les
resultará más fácil y saludable transitar
por la vida. Vamos a por ello.

1) En primer lugar, debemos conocer las


emociones básicas, lo cual implica saber
cuáles son y sus funciones básicas. Daos
cuenta que no pretendemos conocer
emociones complejas como el orgullo o la
envidia, sino las emociones más básicas y
sencillas que tenemos las personas. Para
superar con creces este primer paso
debemos conocer, como mínimo, las
siguientes emociones básicas y para qué
sirven cada una de ellas: miedo, rabia,
tristeza, alegría, curiosidad, asco, amor y
para niños un poco más mayores, la
vergüenza. Por ejemplo, como padres
debemos conocer la emoción de rabia o ira
y saber que cuando estamos enfadados
tenemos ganas de pegar, insultar o atacar,
motivo por el cual se activa el tren superior
del cuerpo. En cambio, cuando nos
sentimos alegres tenemos ganas de
acercarnos a nuestros seres queridos y
compartir con ellos nuestro bienestar.

2) Una vez que conocemos las emociones


básicas, debemos ser capaces de
reconocer las emociones en nosotros
mismos y en los demás. Veamos un
ejemplo sencillo. Si os pusiera fotos de las
siete maravillas del mundo, ¿seríais
capaces de reconocer en esas fotos la
torre Eiffel? Claro que sí. Somos capaces
de reconocer la famosa estructura de
hierro parisina porque la conocemos, es
decir, sin conocimiento no hay
reconocimiento, motivo por el cual hay
que pasar antes por la fase anterior.
Debemos conocer que cuando un niño
experimenta la emoción de asco cierra la
boca, achina los ojos y arruga la cara para
evitar que ese olor o sabor entre por
ningún canal sensorial. Si conocemos los
gestos, miradas y conductas que genera
cada una de las emociones básicas,
seremos capaces de reconocerlas tanto en
nosotros mismos como en los demás. Por
este motivo, es importante que desde que
nuestros hijos son muy pequeños les
ayudemos a ponerles una nombre a las
emociones que están experimentando en
casa momento. Juan, tienes ganas de
pegar a tu hermano porque sientes rabia o
María te cuesta parar quieta porque estás
muy alegre por la celebración de tu
cumpleaños. Para que, como padres o
maestros, seamos capaces de hacer esto,
debemos sintonizar con las emociones de
nuestros hijos, es decir, activar nuestro
cerebro emocional con el suyo vía WiFi.

Si realmente queremos
ayudar a nuestros hijos,
debemos aceptar de manera
incondicional las emociones
que sienten y permitirles que
las expresen de un modo
correcto

3) Legitimar las emociones que


nuestros hijos están experimentando.
Cuando hablamos de legitimar, nos
referimos a permitir y a atender la
emoción que viven nuestros pequeños.
Faltaría más, ¿verdad? Bueno, pues la
experiencia nos demuestra que tanto los
padres como los educadores, como norma
general, no solemos permitir en muchos
casos la expresión genuina de las
emociones de nuestros hijos y alumnos.
Carlos, no entiendo cómo te da miedo ese
perrito tan pequeño, Anda, levántate del
suelo que la caída no ha sido para tanto o
¿De verdad que no te gusta la carne que te
ha hecho la abuela con todo su cariño? ¿Os
suenan estas frases? En todas ellas no hay
una verdadera legitimación de sus
emociones. Esta fase no es nada fácil de
llevar a cabo. ¿El motivo? Tendemos a
interpretar las emociones de nuestros
hijos desde nuestro punto de vista, y lo
que debemos hacer es ser empáticos con
ellos y aceptar sus emociones y sus
ritmos. Siguiendo con el primer ejemplo
que hemos puesto, ya le gustaría a Carlos
no tener miedo a ese perrito, pero el caso
es que lo tiene. Si realmente queremos
ayudar a nuestros hijos, debemos aceptar
de manera incondicional las emociones
que sienten y permitirles que las expresen
de un modo correcto. En aquellos casos en
que los padres tienden a no hacer caso de
las emociones y sensaciones de sus hijos,
tarde o temprano, esos niños dejarán de
hacer caso a esas sensaciones y no las
comunicarán a nadie, lo que supondrá un
problema futuro para ese niño.

4) Aprender a regular las emociones. Las


emociones surgen en una parte concreta
del cerebro que se llama sistema límbico.
No podemos hacer nada para que
determinadas emociones surjan, ya que
son involuntarias, automáticas e
inconscientes, pero lo que sí que podemos
hacer es gestionar o regular la conducta
consecuente. Tenemos que diferenciar
entre emoción y conducta. Veamos un
ejemplo. Si mi jefe me dice que el informe
que le he presentado no le ha gustado
nada y que lo tengo que repetir, quiera o
no quiera, aparecerá la rabia en mí.
Aunque yo sienta rabia, eso no quiere
decir que conductualmente se la vaya a
expresar. Seguramente la rabia que sentí
me llevó a querer insultarle o pegarle, ¿os
acordáis del “movimiento hacia”? Pero
dado que yo tengo una buena gestión de
mis emociones soy capaz de canalizar mi
rabia y ponerme a hacer el informe sin
rechistar. Con esto no estoy diciendo que
siempre sea conveniente inhibir o no
expresar las emociones, pero a veces es
adaptativo. ¿No os parece? Pues bien, en
esta fase debemos tener diferentes
estrategias para gestionar o canalizar las
diferentes emociones que
experimentamos a lo largo del día. Por
ejemplo, para aprender a gestionar
correctamente la rabia poder practicar
algún tipo de deporte, hacer mindfulness o
hablar con una amiga pueden ser
excelentes soluciones.

5) Reflexionar sobre la emoción que


estamos sintiendo. Resulta muy
importante dedicarle un tiempo a pensar
sobre las emociones que estamos
experimentando, así como sobre las
sensaciones, los pensamientos y las
acciones consecuentes. Decían los poetas
Quintero, León y Quiroga “Me lo dijeron
mil veces pero nunca quise poner
atención”. Es clave dedicar un tiempo,
aunque sean unos pocos segundos, a
prestar atención a lo ocurrido y a nuestro
interior. Es verdad que cuando nuestros
hijos tienen pocos años, aún no tienen la
capacidad de pensar autónomamente, por
lo que se hace imprescindible que
reflexionemos con ellos haciéndoles
conscientes de todo lo que experimentan.
El niño se encuentra en equilibrio mental
cuando hay una coherencia entre sus
sensaciones, sus emociones, sus
pensamientos y sus acciones. Cada una de
estas variables se suele asociar con un
verbo concreto: sensaciones (notar),
emociones (sentir), pensamientos
(pensar) y acciones (hacer). Veamos un
ejemplo para entenderlo mejor. Miguel
está muy enfadado con unos niños que no
le dejan jugar al fútbol. En ese momento,
su padre se acerca a él con la idea de
ayudarle a reflexionar sobre lo ocurrido. Le
puede decir algo parecido a esto: Miguel,
esto que sientes se llama rabia (emoción) y
es completamente normal. ¿Has notado
(sensaciones) como tus brazos se ponían
tensos y tu corazón latía más deprisa?
Seguramente has pensado (pensamientos)
que esos niños eran tontos por no dejarte
jugar con ellos y has tenido ganas de
insultarles y pegarles (acciones).

Si pensamos ahora en los


niños, podemos encontrar
muchos ejemplos en donde
no actúan las emociones de
manera sana y adaptativa

6) Actuar las emociones de manera


adaptativa. Como decíamos antes es
importante que sepamos dar una
respuesta lo más adaptativa posible a
nuestras emociones. A veces la situación
en la que estamos nos permite expresar
naturalmente la emoción, pero otras veces
no es beneficioso para nosotros. Si vemos
que hemos sido admitidos en un curso
pero a nuestra amiga le han denegado
dicha solicitud, seguramente no sea ni el
lugar ni el momento de ponernos a dar
botes de alegría. Si pensamos ahora en los
niños, podemos encontrar muchos
ejemplos en donde no actúan las
emociones de manera sana y adaptativa.
Por ejemplo, esto lo podemos ver en las
rabietas. Cuando un pequeñín está en
plena rabieta es porque no tiene otra
estrategia más efectiva de mostrar su
rabia y de pedir las cosas. Es por este
motivo que hay que enseñarles maneras
más efectivas de gestionar sus emociones,
sobre todo las desagradables.

7) Establecer una historia de lo


ocurrido. La última etapa por la que
debemos transitar es la darle un sentido o
una explicación a lo ocurrido. Todos
conocemos el cuento de Caperucita Roja.
Consiste en que les expliquemos a los
niños lo que acaba de ocurrir, cómo se
sienten ahora y lo que pueden hacer en un
futuro inmediato. Es como contar un
cuento. Veamos el caso de Julia, una niña
de 5 años que está durmiendo en su
habitación cuando de repente... grita y se
pone a llorar. Ha tenido una pesadilla y sus
padres acuden rápidamente a su
habitación. Se encuentra muy alterada y
con mucho miedo por la pesadilla que ha
tenido. En ese momento, sus padres
tienen que hilar fino para relacionar las
sensaciones, emociones, pensamientos y
acciones y devolver a Julia a un equilibrio.
Tienen que darle una narrativa o un
sentido a lo ocurrido. Además de
abrazarla, los padres de Julia le dicen algo
parecido a lo siguiente: “Julia, cariño, has
tenido una pesadilla muy fea. Por eso has
gritado cuando has sentido miedo. Es
normal que ahora estés asustada, pero ya
estamos nosotros aquí contigo; mamá y
papá también sienten miedo cuando tienen
sueños desagradables. ¿Te parece que nos
tranquilicemos un poco y volvamos a
intentar dormir? Con una explicación tan
sencilla como esta sería más que
suficiente.

El tránsito por estas siete fases no es


sencillo, ya que requiere de tiempo,
dedicación, empatía y mucha paciencia.
Aun así, estoy seguro de que pasaréis con
nota cada uno de estos pasos y os
convertiréis en excelentes gestores de
vuestras emociones y, lo que es más
importante, ayudaréis a vuestros hijos a
poder afrontar de mejor manera las
dificultades del día a día. Ánimo, y a por
ello.

Rafael Guerrero Tomás es psicólogo y Doctor en


Educación. Director de Darwin Psicólogos. Profesor
de la Facultad de Educación de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM). Experto en
Psicoterapia breve con niños y adolescentes.
Miembro de la Sociedad Española de Medicina
Psicosomática y Psicoterapia.

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