Você está na página 1de 16

Jornadas arreglos familiares, género y sexualidad.

12 y 13 De Junio de 2014. Tandil. Pcia. de Buenos Aires

Mirada heteronormativa, modelización y planificación condicional como límites a


la intervención social
Claudia Krmpotic1
Viviana Ibañez2

1. Presentación
La ponencia procura debatir la vigencia de una mirada heteronormativa que
sostiene las distinciones entre hombre y mujer, las dos normas para la vida humana
(Annas, 1996), el modelo del cuidador y proveedor únicos (Fraser, 2003), que hacen que
ninguna experiencia y expectativa sea indiferente al hecho que seamos hombres o mujeres
(además de racionales y autónomos), y definen así los límites de la normalidad. Esta
interpretación limita y en algunos casos explica, el fracaso de las intervenciones estatales
y profesionales las que en general han asumido un tipo de planificación condicional
(Krmpotic, 2009).
La modelización que deriva de la vigencia de una mirada heteronormativa, y la
planificación condicional como enfoque arraigado en el diseño de políticas sociales -
funcional a la modelización de la vida familiar- son condiciones que pueden explicar los
posibles fallos en la intervención con familias.
Luego de un acápite conceptual en el que se enlazan los aportes provenientes
desde los enfoques de género, con los estudios sobre diversidad familiar y sexual,
contrastaremos los aspectos en discusión con la realidad empírica a partir de dos ámbitos
de acción: la casuística familiar y los programas institucionales, los que serán ilustrativos
de los límites como de las posibilidades de cambio, en la dimensión de la intervención
socio-terapéutica como en el plano más abstracto y general de la política social.

2. Apuntes para una conceptualización de la familia en la actualidad

1
Postdoctorado Interdisciplinar en Cs. Humanas - Dr. en Servicio Social
Centro Argentino de Etnología Americana/CONICET (csk@fibertel.com.ar)
2
Dr. en Ciencias Sociales y Trabajo Social
Universidad Nacional de Mar del Plata - Directora del grupo de investigación “Grupo y Familia”
(vibanez@mdp.edu.ar)
Hay nociones como la de familia cuya conceptualización requiere de una
contrastación permanente con la realidad de sus formas. Su carácter dual nos desafía, pues
se trata de una experiencia inscripta en la objetividad de las estructuras sociales y en la
subjetividad de las estructuras mentales; supone unos lazos sociales que a diferencia de
otros vínculos (modernos) no son elegidos sino dados; y remite a creencias sólidas pero
también ambivalentes, acerca de la familia.
Entendemos a la familia como organización abierta en constante devenir, situada
en el entramado sujeto-vínculo- cultura, y como tal se instituye en el ámbito primordial
de la socialización humana, en tanto es la encargada de insertar al sujeto en la cultura. De
este modo es productora y reproductora de modelos vinculares, así como generadora de
subjetividad y fundante del psiquismo.
Si partimos de la idea de que el psiquismo se construye en la relación con los otros,
aparece con fuerza la noción de vínculo, como ese espacio singular de encuentro con el
otro que modifica e inscribe marcas en nuestra psiquis. De este modo la familia, como
organización vincular, ligada a una red social recibe al niño/niña en un encuentro
humanizante que obedecerá a dos códigos diferentes: el de la disposición genética, y el
del mundo humano que lo espera para asignarle un lugar. En este encuentro de
inscripciones y transcripciones la familia se constituye en el dispositivo primordial, pero
no único, de transmitir no solo un código familiar, sino también cultural. De esta manera
transmitirá una lengua, y ciertos mensajes idiosincráticos del grupo familiar, así como
también se encargará de instituir la ley y configurar la sexualidad. Así lo expresa
Zuckerman (2002) cuando ve en la familia un constituyente de la sexualidad en tanto
agente que va a ligar (o no) diferencias sexuales anatómicas a funciones de procreación
y progenitura. En este proceso de “producción de humanidad”, se va desarrollando al
mismo tiempo la subjetividad del sujeto, entendida según Bleichmar (1999) como una
construcción social en términos de producción y reproducción ideológica, y de
articulación con las variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio singular.
Estas consideraciones nos alejan de modelos únicos para entender la función
social de la familia, y nos posicionan en una concepción de entender al sujeto en red,
donde el punto de partida no es el sujeto sino el vínculo, como productor de singularidad.
Este enfoque ligado al pensamiento de la complejidad y a las concepciones filosóficas
actuales conmueven las posturas estructuralistas que proponían definir a la familia desde
lugares fijos y preestablecidos. Las mutaciones sociales y las profundas transformaciones
de nuestro pensamiento, atravesados por los nuevos paradigmas, imponen la necesidad
de ver a la familia como una configuración que se va construyendo y produce nuevos
campos y vinculaciones no siempre precisadas por el mundo social.
La historización de la familia debe ser revisada. Si bien la división sexual del
trabajo en la sociedad capitalista supone una distribución de tareas y funciones según
capacidades derivadas del sexo, separando familia y producción, trabajo y vida, incorpora
una jerarquía estamental dentro de una sociedad industrial. De ello deriva una de las
contradicciones de la modernidad al constituir una forma primaria de las relaciones de
poder; “al igual que los contrastes de capital y trabajo, los contrastes entre los sexos son
producto y base del sistema industrial, en el sentido de que el trabajo retribuido
presupone el trabajo doméstico” (Beck, 1998: 143).
Más aún, Heller (1995) va a sostener que mientras sociológicamente cuando
analizamos la posición social de una persona, distinguíamos a la sociedad tradicional de
la postradicional en la medida que la primera se caracterizaba por una división
estratificada del trabajo mientras la segunda es de carácter funcional, la división por
géneros del trabajo
“precede a la estratificación social, aunque como regla las sociedades estratificadas
incrementan las desigualdades de género y de este modo magnifican la división por
géneros del trabajo. Por el contrario, la división funcional del trabajo tiene potencial
para reducir la división por géneros del trabajo, potencial que puede actualizarse si se
dan otras condiciones” (Heller, 1995: 180)
Annas (1996) por su parte, nos eleva a una discusión filosófica sobre la naturaleza
humana, distinguiendo entre aquellos que sostienen un ideal unisexual -puesto que los
papeles sexuales se aprenden y entonces se podrían aprender de forma diferente-, y otros
argumentos que consideran valiosas las diferencias biológicas existentes, y negarlas
afectaría la existencia de habilidades particulares. En todo caso entiende que las
injusticias derivan de la negación de esta diversidad, de la planificación de oportunidades,
por ejemplo educativas, a partir de un patrón homogéneo. Son evidentes las dificultades
implicadas en pensar las injusticias derivadas de las ‘dos normas’ cuando son parte de la
forma en que piensa nuestra sociedad (tarea más sencilla cuando se trata de analizar hacia
atrás las sociedades más tradicionales que la nuestra), así “se requiere no sólo reflexionar,
sino además alejarse de algunos hábitos comunes de pensamiento” (Annas, 1996:365,
nota 6).
Butler (2001) va más allá en la medida que diluye la distinción entre sexo y
género, que por largo tiempo ilustró la separación naturaleza y cultura. Según la autora el
sexo ya es género: la lectura binaria que hacemos del cuerpo en torno a hombre y mujer,
es tan socialmente construida como el género. La noción de sexo es una noción cultural,
pues la identificación de esa realidad ya está empapada de un lenguaje y de unos
significados culturales. El cuerpo es materia en tanto resultado de un proceso de
“materialización”, es decir, de una dinámica de atribución de significado e inteligibilidad,
es decir, a partir de las palabras y sus construcciones culturales (Butler, 2002).
Estas divisiones hacen al significado de la heterenormatividad, que se asienta en
el proceso de construcción del dimorfismo sexual, y constituye el vértice en torno al cual
la cultura occidental se ha organizado y desarrollado, destacando el carácter inmanente y
natural del mismo. Toda revisión de categorías dispuestas en binomios y dicotomías
(sexo/género, hombre/mujer, heterosexualidad/homosexualidad, naturaleza/cultura) tan
acendradas en nuestro pensamiento académico como de sentido común, requiere asumir
una posición opuesta al determinismo y al esencialismo -singularmente el biológico-
desde enfoques ligados al constructivismo social como las orientaciones
postestructuralistas.
Según este principio, la sociedad no solo se divide en hombres y mujeres sino que
además a los hombres les atraen las mujeres y a las mujeres los hombres. La sexualidad
heterosexual es considerada natural, buena, necesaria, saludable y moralmente positiva,
mientras que el resto de las sexualidades son consideradas contra natura, malas, negativas,
enfermas, moralmente censurables o pecaminosas. Para Pichardo Galan (2009) esta
heteronormatividad intrínseca del sistema de parentesco es lo que ha impedido hasta hace
poco que las personas homosexuales pensaran sus relaciones en términos de familia y
matrimonio. Al mismo tiempo ésta será la principal transformación que gays y lesbianas
aportarán a las concepciones de parentesco.
Delineados estos trazos advertimos cierta conformidad respecto del concepto de
familia casi estandarizados y ubicados en clases y modelos de familia, más que en
construcciones sociales, de manera casi natural entre los trabajadores sociales y otros
profesionales de lo social, respondiendo también a un ‘estándar profesional’ que nos
limita y nos sujeta de forma estanca y no reflexiva. Nos hemos enmarcado en el análisis
de la familia nuclear, constituida por roles y funciones predeterminados. La objetividad
que enarbolamos se enmascara en los saberes científicos sujetos a concepciones, que la
realidad interpela, pero que a pesar de ello no confrontamos.
Por ello, cuando introducimos la problemática de las intervenciones sociales y de
los programas institucionales, toda referencia a la emancipación, autodeterminación o
gestación de procesos democratizadores en una institución como la familia abarca
prácticas que superan el espacio intrainstitucional (de las fábricas, hospitales, escuelas,
asociaciones, etc.), pues son al decir de Heller y Fehér (1994) transinstitucionales. El
lugar de la mujer -determinado por la consideración de lo masculino- está
irrevocablemente decidido, e impide toda conciencia de contingencia y por lo tanto
dominio; la existencia femenina presenta una determinación global que afecta todas las
esferas de la vida cotidiana, subsistemas e instituciones.
El hecho que el modelo de familia nuclear se haya efectivamente impuesto en la
sociedad occidental contemporánea, y que esta organización familiar sea matricial, no
invalida (en todo caso oculta) la mixtura de pautas de organización, prácticas afectivas y
ejercicio del poder (diversidad), debiendo reconocer al menos dos ‘modelos’ en la
sociedad capitalista avanzada; nos referimos al de la familia popular y la familia burguesa
señalado oportunamente por Donzelot (1998) y varios más, o mejor dicho, diversos
arreglos3, como resultado del mestizaje propiciado desde la conquista, colonización y
descolonización de nuestras sociedades “ni modernas ni tradicionales” (Loomnitz, 2005).
Excede el objetivo de esta ponencia la reflexión en torno de la exigencia socio-
médico-legal de ‘ser normal’: un sexo que va unido a la exigencia de una determinada
sexualidad, un género que implica ciertos comportamientos, pero también una condición
de ‘ser joven’, ‘anciano’, ‘madre adolescente’ que involucra per se cualidades prescritas
que se traducen luego en finalidades terapéuticas. En todo caso nos importa en lo que
atañe a una derivación: la modelización. Asociada a la reforma de la familia, constituye
el rasgo central de la política familiar que en la transición al siglo XX estuviera en manos
del conocimiento aportado por la medicina, el derecho y la llamada economía doméstica,
disciplinas que contribuyeron a delinear
“un grupo familiar nuclear, patriarcal, legitimado y legalizado por las leyes, cuyo
padre detentaba el poder y era el proveedor material, vertebrado en la relación
madre-niño, una madre-ama de casa con poder moral sobre su esposo y su hijo, un
hijo que adquiría una importancia capital para la sociedad, el Estado y la raza y a
cuyo cuidado y crianza quedaba dedicada la vida de la madre” (Nari, 2004, 62-63).
Vinculada al objetivo de la proletarización en aras del crecimiento económico, la
intervención familiar construyó un esquema tutelar con objetivos de control y

3
El concepto de arreglos familiares intenta romper con la concepción modelística incorporando una
mirada estratégica y relativa frente a las necesidades y los cambios sociales.
normalización, en particular sobre la familia pobre y obrera. Con un enfoque claramente
normativo la intervención estatal se concentró en la lucha por eliminar/controlar las
familias marginadas (en general numerosas o con miembros socialmente débiles) a través
del control sobre las mujeres-madres y los niños.
La modelización de la familia, y su concomitante, la idealización, conllevan
como contracara la negativización de sus problemas o crisis: se piensa en la intervención
cuando estas se enfrentan a un desorden en las rutinas familiares, a capacidades agotadas,
a pérdida de roles, cuando dejan de funcionar los esquemas de pensamiento y
comportamiento que brindan cierta seguridad ontológica, y predomina la sensación de
debilidad para manejar en la cotidianeidad los miedos y peligros en términos emocionales
y comportamentales.
Asimismo, las necesidades fueron planteadas en términos de una ecuación que
pivoteaba en torno de los recursos como nexo entre el sujeto y el bienestar. Esto llevó a
la valoración del espacio familiar como proveedor o no de recursos, y de sus
responsabilidades en la satisfacción: familias, Estado, mercado delinearon las clásicas
figuras de subsidiariedad y complementariedad en la intervención social.
Un actuar con ‘los ojos fijos en el modelo’ se proyecta sobre el curso de las
cosas y los acontecimientos, fundando una construcción medios-fines, que nos impide
pensar en una lógica de proceso y de resultados emergentes, esto que busca revelarse
cuando pensamos -en cambio- en estrategias y arreglos familiares. ¿Sobre qué aspectos
de estos arreglos llamar la atención en la actualidad? En principio están aquellas
situaciones familiares que podríamos identificar como de difícil captación estadística. Tal
es el caso de las “familias ocultas” en general urbanas, familias nucleares secundarias
allegadas a hogares de bajos recursos, dada la necesidad de vivienda y de cuidados hacia
los más pequeños. Predominan los rasgos de juventud y soltería en una mayoría de
mujeres y sus hijos, que se acoplan a otros hogares con fines de protección y subsistencia.
Otro tanto puede analizarse tras la condición censal de soltería. Al respecto, quienes hoy
piensen que los solteros se distinguen por vivir solos se equivocan: muchos solteros/as
viven con otras personas en una vivienda común, otros mantienen una relación de pareja
estable pero sin vivir juntos (‘living apart together’) en donde no sólo no han elegido una
vida matrimonial sino que además han decidido no vivir juntos. Por su parte, la figura
monoparental también oculta una diversidad de opciones, así como los hogares con
jefatura femenina en los que la mujer puede compartir con el padre -de alguno o de todos
sus hijos- mesa y cama, como algunos aspectos de la vida cotidiana y de la educación de
aquellos. Por último, un aspecto central para comprender los cambios que enfrentamos:
los conceptos de paternidad y maternidad que se han vuelto difusos como resultado del
progreso de las actuales tecnologías médicas.
En segundo lugar, aparecen aquellos entornos familiares que son advertidos a
partir de un cambio de mirada. La familia sigue en pie a pesar de los recurrentes
pronósticos de disolución, “la sangre pesa” para definir el parentesco, pero al mismo
tiempo se generan modos particulares de establecer conexiones entre las personas
(relatedness) que no tienen por qué coincidir con el parentesco, como prácticas de
“emparentamiento” (kinning), lo que hace a la diversidad de la ‘familia posfamiliar’
(Rivas-Rivas, 2009; Beck-Gernsheim, 2003).
Finalmente, nos hallamos en medio de un enfrentamiento sobre el reconocimiento
legal y social que se le debe otorgar a los arreglos familiares que se constituyen al margen
de la definición tradicional de familia. Se trata de uno de los conflictos centrales de la
política contemporánea en el que se contraponen aquellos que defienden la familia como
institución social única basada esencialmente en la heteronormatividad, y los que rompen
con este esquema entendiendo que la familia debe ser reconocida como una realidad
múltiple y diversa4. Al respecto, en lugar de pensar en nuevas familias proponemos
nuevas legitimidades a partir de su reconocimiento y visibilización.

3. La intervención con familias


Existen supuestos sociales en función de la heteronormatividad y de los diversos
estereotipos derivados, en que se han estructurado y sostenido en el tiempo los roles y
funciones familiares. Pensar que la nutrición materna está asegurada por el hecho de
contar con una mujer en la casa, o que el límite y la norma la garantiza el varón/padre
presente, es pobremente explicativo para la familia actual además de errado, y ya no
podemos quedarnos con esa mirada. Hay familias en que hombres maternales aseguran
el afecto en la crianza y madres con mayor temperamento invertido en el resguardo de
las normas.

4
Una de las tramas de esta diversidad es la expuesta por los LGBTQ, quienes se definen en disidencia a la
norma e incluye L por lesbianas, G por hombres gay, B por bisexuales, T por trans -travestis, transexuales
y personas transgénero-, y Q por las personas queer. Su traducción literal al español sería “raro”, “rara”,
aunque su valor político radica en que alude a prácticas de resistencia contra la explicación absoluta del
mundo social a partir de binarios jerárquicos, sean éstos de género, orientación sexual o raza, entre otros.
Así, las distintas profesiones de “lo social” fueron articulando estrategias, técnicas y
recursos destinados a encasillar, etiquetar, estandarizar, estereotipar “cuadros familiares
o modelos de familia” desde los roles socialmente adjudicados.
Si en lugar de ello procuramos comprender las formas vinculares internas y aquellas
orientadas a la relación con el mundo externo, obtendremos en todo caso unas pautas más
o menos saludables o satisfactorias de relación familiar. Ante esta realidad familiar
recuperamos la propuesta de Satir (1988) como un aporte interesante para la intervención
profesional con familias, puesto que ofrece indicadores para revisar el comportamiento
familiar y las formas de interacción de sus miembros. Esto permitiría establecer
(diagnosticar) si el grupo familiar es “nutricio” o por el contrario atenta contra el
desarrollo evolutivo de sus miembros, y observar el vínculo y el tipo de vínculo que
establecen los integrantes de la familia, independientemente del rol socialmente asignado
y de las expectativas que pesan sobre las figuras y posiciones familiares.
Para ello Satir propone cuatro indicadores de observación: a) autoestima; b)
comunicación; c) reglas o normas internas; y d) vínculos con la sociedad.
En este contexto de análisis sería posible ubicar a una familia determinada en algún punto
de una escala que va desde muy nutricia hasta muy perturbada y conflictiva. En las
familias nutricias, las personas tienen: auto-estima alta; comunicación directa, clara,
específica y sincera; normas flexibles, humanas, apropiadas y sujetas a cambios; y un
enlace con la sociedad abierto y confiado. En las familias conflictivas, las personas tienen:
una auto-estima baja; una comunicación indirecta, vaga e insincera; unas normas rígidas,
inhumanas, fijas e inmutables; y un enlace temeroso, aplacante y acusador para con la
sociedad.
En el plano del tratamiento o intervención socio-terapéutica, ello equivaldría a
considerar la entrevista familiar y la observación de la interacción de sus miembros en el
seguimiento como herramientas primordiales y ejes para la evaluación del cumplimiento
de aspectos que resulten nutricios.
A modo de ejemplo: una familia consulta por problemas de adicción del menor de sus
tres hijos, y pone de manifiesto como eje central de la dificultad familiar esa situación,
la del “consumo”.
En la entrevista familiar se pueden observar roles asignados de cuidado en la hermana
mayor (17 años), para con sus dos hermanos (16 y 14). El padre y madre (44 y 42)
aparecen centrados en sus trabajos profesionales (médico y terapista ocupacional
respectivamente) y en la relación de pareja. Según sus relatos, después de la actividad
laboral se encuentran algunos días en un café a conversar, porque no tienen -según ellos-
espacio en la casa por las obligaciones de la crianza, mientras que otros días realizan
actividades deportivas (fútbol y tenis).
Si volvemos a los indicadores señalados por Satir, un tema a revisar, en este caso, serían
la autoestima, la comunicación y las reglas internas del grupo familiar,
fundamentalmente, porque la relación con la sociedad parece fluida, en equilibrio, según
el relato.
Las preguntas que resultan frecuentes para estos indicadores pueden ser, aquellas ligadas
a las razones del matrimonio o la convivencia, tanto lo dicho como develar que es lo no
dicho; (a dictum) ¿qué cuestiones de la relación se juegan?, ¿qué reglas y formas de
comunicación existen?, ¿qué jerarquías internas hay?, ¿cómo es la autoestima de los
miembros de este grupo familiar?, ¿qué ceremonias mínimas comparten?
En la construcción social arraigada de familia seguramente ubicaríamos a estos
progenitores como abandónicos y a la hermana mayor como sobre-involucrada
cumpliendo el mandato femenino del cuidado, lo que explicaría el problema de la
adicción. Sin embargo, a diferencia de esta interpretación podemos pensar que el
problema familiar, en este caso, no está en la adicción de uno de sus miembros, o en que
los padres trabajan. Tenemos dos cuidadores que están “descuidando a su hijos”,
involucrados en sus proyectos laborales y con su proceso de interacción/acuerdos como
pareja, que está demorando su compromiso con ese cuidado. Hay una sobrevaloración de
uno de los miembros: la hermana mayor, una desvalorización (baja autoestima) del
paciente identificado o punto del sistema (en términos socio terapéuticos), y una serie de
cuestiones más que no vienen al caso, producto de un desencuentro comunicacional y
afectivo. Reflexionar acerca del compromiso de los cuidadores va más allá del género,
pues involucra el tiempo, la dedicación y las disposiciones para el cuidado.

4. Los programas institucionales


Como señalamos en otro lugar (Krmpotic, 2009) la política social dirigida a las
familias asumió en la Región las características de una planificación condicional, es decir,
según valores y normas condicionales que estructuraron programas basados en el ‘si…
entonces’: si se presenta determinada circunstancia “x”, se aplica la intervención “y”. En
este marco se procuró una verdadera ‘planificación de la familia’ a partir de la definición
de un modelo homogéneo que permitiera aplicar la lógica condicional. Esta lógica delineó
el modelo de la seguridad social, compensador, que dio forma a los Estados de Bienestar
a mediados del siglo XX. Basado en el reconocimiento de derechos que dan sustento al
sistema solidario y universal, acompaña la Declaración Universal de los Derechos del
Hombre (1948), la que en su artículo 16 afirma que “la familia es el elemento natural y
fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de ésta y del Estado”.
Sin embargo, la protección del Estado puede resultar contradictoria. El argumento
de Levín (2009) nos ayuda en este punto cuando analiza el alcance del vínculo jurídico-
político establecido entre el Estado y las mujeres-ciudadanas para el caso, desde las
garantías reconocidas en los derechos humanos sexuales y reproductivos. En el camino
por alcanzar un equilibrio de géneros, el reconocimiento de derechos puede producir
distintos efectos, como el desarrollo pero también la interferencia y limitaciones a la
ciudadanía. En cuanto a su objeto de estudio promueve conflictos entre los derechos
sociales a la salud y los derechos individuales de libertad. Tomando en consideración la
Política Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable, la autora entiende que se
incorpora un discurso que se nutre
“de los Tratados y Convenciones Internacionales gestores del proceso de
reconocimiento universal de los derechos de la mujer, que fundamentan la sexualidad
y la reproducción como facultades inherentes a la libertad, pero recomiendan a los
Estados Partes su implementación como políticas sociales de salud. El interés
jurídicamente protegido por estos derechos es la salud y se invoca la libertad como
fundamento para actuar y decidir pero no se la garantiza políticamente”… “Sólo
enuncian una noción integral de salud reproductiva y salud sexual sin definir con
precisión, inscripto en el estado general de bienestar físico, mental , social y la
capacidad de disfrutar una vida sexual satisfactoria y sin riesgos” (Levín, 2009: 6-
7).

Mientras la sexualidad y la reproducción hablan de la libertad del cuerpo, pertenecen al


ámbito soberano de la persona, y corresponde sean regulados como derechos subjetivos
desde la esfera de los llamados derechos personalísimos. Estos imponen al poder público
deberes de “no hacer”, prohibiciones. En cambio, en la lógica de los derechos sociales
(como el derecho a la salud), se preserva el acceso a beneficios que presuponen del Estado
“el hacer”, el cumplir con obligaciones y acciones que permitan su ejercicio; es decir, que
le otorga el derecho a decisiones políticas de los gobernantes.
No sólo podemos encontrar efectos contradictorios, sino también ambigüedades,
indefiniciones y falta de explicitación, lo que da lugar no ya a la imposición, pero si a
arbitrariedades y supuestos que sostienen el modelo único, homogéneo, heteronormativo
de familia normal. Veamos algunos ejemplos.
El Ministerio de Desarrollo Social de la Nación plantea en unos de sus ejes programáticos
“Familia Argentina” una serie de medidas que parten de considerar la familia como el
primer espacio en el que las personas crecen, aprenden, construyen y comparten valores
y forman parte junto con otros. En la versión de sus programas difundidos por la web no
se observan referencias puntuales que atiendan la cuestión de la diversidad familiar, como
tampoco una explicitación del significado de familia al que se alude ‘en singular’, ni
rasgos que supongan la inclusión de una perspectiva de género.
En el tópico “Juventud”, hallamos una consideración a la condición de la mujer en el
programa “Yo mamá”, programa integral por los derechos sexuales y reproductivos, y
dos líneas de trabajo complementarias: prevención de embarazos no deseados y cuidado
del cuerpo desde la salud sexual integral, con el acompañamiento y la contención hacia
mamás y papás jóvenes, tratando aqui de flexibilizar el estereotipo dado desde el título.
En el caso del tópico “Adultos Mayores”, se incluye una línea de acción destinada a
“cuidadores domiciliarios”, una tarea devaluada y al mismo tiempo sobredemandada a
las mujeres, condición que restringe su autonomía y refuerzas las asimetrías de poder
intrafamiliar y desde las instituciones de bienestar que le exigen presencia y efectividad.
Sin embargo no se expresa inquietud al respecto.
Si en otro orden analizamos el Plan Nacional de Acción por los Derechos de
Niñas, Niños y Adolescentes 2012-2015 puede leerse entre sus objetivos prioritarios el
aumentar los grados de igualdad, en particular territorial y de género; no obstante cuando
se desglosan las metas y acciones, no hallamos una sola referencia que exhiba una
preocupación concreta por la condición de género, en el marco de la apelación a niñas,
niños y adolescentes. En lo respecta a la promoción y protección de derechos, la
referencia es a los derechos sociales sostenidos desde el patrón típico de bienestar, que en
este caso amplía la cobertura (ahora en el marco los Objetivos de Desarrollo del Milenio
para el año 2015) a un nuevo sujeto de derechos. Así pueden notarse metas
convencionales como a) el derecho a la identidad, restringida en su sentido al
otorgamiento del DNI universal, gratuito y oportuno en todo el país, b) mejoras en la
nutrición y la alimentación, disminución de la mortalidad infantil, prevención,
diagnóstico y tratamiento de enfermedades como Tuberculosis, Chagas y el VIH, c) la
erradicación del trabajo infantil como el acceso a la asignación universal de todas las
niñas, niños y adolescentes como sujetos de una política de inclusión más novedosa. En
lo que respecta a niñas, se distingue el objetivo de disminución de la mortalidad materna
(particularmente en adolescentes).
Si consideramos la Asignación Universal por hijo, se define como un beneficio
que le corresponde a los hijos de las personas desocupadas, sin referencia a familia. No
obstante en el trámite se debe acreditar la relación familiar (conviviente, cónyuge, hijos,
etc.) acreditando con documentos de identidad y certificados de matrimonio, de
nacimiento, etc., dicho vínculo legal, siguiendo el modelo de familia normal. Si bien el
Estado busca asegurarse que los niños y adolescentes asistan a la escuela, realicen
controles periódicos de salud y cumplan con el calendario de vacunación obligatorio,
supone o espera que sea probablemente una mujer quien cumpla con tales exigencias, so
pena de la interrupción del programa de transferencia; si bien asume dicha
responsabilidad muchas veces es el propio sistema que se encuentra desbordado de
demandas las que son parcialmente ejecutadas (Pautassi, 2013).
En el recientemente lanzado Plan Progresar aparece un componente novedoso e
interesante, el del Cuidado infantil, poniendo a disposición Centros de Desarrollo Infantil
para el cuidado de los hijos unas horas al día mientras el joven estudia. Sin embargo
tampoco hay reconocimiento diferencial entre esa “mamá o papá” a quien se le ofrece la
posibilidad de estudiar o capacitase en un oficio y sobre quien ciertamente pesan
demandas y cargas diferentes. Cuando se alude a los requisitos de un piso de ingresos
mínimos, la referencia al grupo familiar del postulante es convencional: compuesto por
el padre y la madre, o si está en pareja por el cónyuge/conviviente.
Sólo a los fines de un incipiente ejercicio comparativo, notemos algunas
diferencias respecto del programa de Ingreso Ético Familiar chileno. Este ofrece un
sistema de apoyos integrales y continuos, que operan de manera personalizada con las
familias y personas más vulnerables, con el objetivo de facilitar el desarrollo familiar, la
autonomía y la inserción al mundo laboral. Estos apoyos que resultan de la definición de
un plan de intervención individual para cada familia, según diagnóstico previo, en el que
se define junto a los beneficiarios la estrategia de trabajo, los apoyos y la vinculación a
redes y programas, de acuerdo a las necesidades particulares. Incorpora un apoyo social,
laboral, de redes sociales, incluyendo además los Bonos en carácter de transferencias
monetarias, condicionadas al reconocimiento de logros y cumplimento de deberes de las
familias y personas incorporadas al Ingreso Ético Familiar, en las áreas de salud,
educación y trabajo. Si bien puede considerarse de base meritocrática pues se define como
un sistema de incentivos, incluye componentes particulares asignados en función de cada
caso y estrategia de intervención, a través del bono control del niño sano, del bono por
asistencia escolar, del bono por logros escolares, y del Bono al trabajo de la mujer.

5. Conclusiones
Al colocar en debate aspectos de la intervención social, hemos puesto en evidencia
enunciados generales que luego no se concretizan en metas, o quedan diluidos, vagos y
ambiguos en los discursos de los programas institucionales. Por su parte, en la atención
socio-terapéutica de casos sociales se juegan una serie de supuestos que impiden superar
el standard de familia normal, abordar sin prejuicios la diversidad familiar, y ser sensibles
al género, llamativamente o no, en el caso de profesiones asistenciales o especialidades
de lo social que son altamente feminizadas. De alguna manera, hemos constatado un
retroceso respecto de la incorporación en la política social actual de una práctica de
género, quedando relegada al espacio de la salud (sexual y reproductiva). Como señala
De Martino (2013: 50)
“un desafío lo constituye superar la ausencia clara de cualquier perspectiva de
género. O la incorporación ingenua, empirista y no relacional del concepto: se
trabaja la cuestión femenina o la cuestión masculina, se trabaja con mujeres o con
hombres”.
Al respecto, vale un concepto de Vaggione (2008: 76) cuando nos advierte sobre el
“secularismo estratégico”, señalando que “la defensa de un modelo único y tradicional
de familia que no se lleva a cabo sólo a través de argumentaciones morales y religiosas,
sino también por medio de información y datos científicos”.
Por su parte, el reconocimiento de mujeres y niños como sujetos de derecho en tanto las
últimas operaciones políticas, ponen en tensión la lógica de los derechos sociales frente a
los derechos subjetivos, personalísimos, con restricciones en materia de autonomía y
libertad.
Pensamos que no estamos frente a nuevas configuraciones familiares y que en
lugar de pensar en nuevas familias proponemos nuevas legitimidades a partir de su
reconocimiento y visibilización. Resistencias a la modelización de la familia han ocurrido
en la trayectoria moderna, al menos desde la reacción del romanticismo frente a la
Ilustración, en la noción de una voluntad sí, pero imprevisible, que avanza individual o
colectivamente a través de experiencias subjetivas e intersubjetivas, “de un modo que no
puede sistematizarse, predecirse ni racionalizarse” (Berlin, 2000: 191). En efecto, la
familia es el contexto primario en el que se graban los rudimentos de la experiencia
humana, donde las personas nacen y se hacen, desarrollan su personalidad, adquieren
patrones básicos de relaciones, aprenden la cultura, asimilan los valores y las normas más
elementales de convivencia; en definitiva, es el lugar en que los seres humanos se inician
en el proceso de aprendizaje, comienzan a relacionarse con su medio, asumen criterios
básicos de la felicidad o padecen las consecuencias de las privaciones emocionales (Di
Carlo, Dartizio, Ibañez, 2002).
En este contexto, es importante subrayar el hecho que los profesionales del o
social trabajamos en la mayoría de los casos, con aquellos grupos familiares que
denominamos multiproblemáticos o de riesgo, lo cual supone un alto grado de
complejidad de los conflictos, necesidades insatisfechas y problemas, en familias muchas
de las cuales ya están cronificadas y a veces, incluso, desahuciadas por otros sistemas de
ayuda profesional. Revisar nuestros conceptos, indicadores e instrumentos es tan
importante como vigilar las asignaciones dicotómicas de género que realizamos, ya sea
por esa actitud natural hacia el mismo como también a partir de otras prácticas: encuentros
visuales, análisis del contenido del habla y de la narrativa del self de los usuarios, etc.
cuidando que nuestra performance profesional lejos de reforzar los estereotipos, no
“generice”, sino abra márgenes para que la autonomía y la libertad sobre nuestras vidas y
cuerpos.

Bibliografía
Annas, J. (1996) Las mujeres y la calidad de vida: ¿dos normas o una? En: Nussbaum,
M. y A. Sen (comp.), La calidad de vida. México: Fondo de Cultura Económica.
Aylwin, N. y M. Olga Solar (2003). Trabajo Social Familiar. Santiago de Chile:
Ediciones Universidad Católica de Chile.
Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona:
Paidos.
Beck-Gernsheim, E. (2003). La reinvención de la familia. En busca de nuevas formas
de convivencia. Barcelona: Paidós.
Berlin, I. (2000) Las raíces del romanticismo. Madrid: Taurus.
Bleichmar, S. (1999). Entre la producción de subjetividad y la constitución del
psiquismo. En: Revista del Ateneo Psicoanalítico, Nº 2. Buenos Aires
Butler, J. (2001). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad.
México: Paidós.
Butler, J. (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del
“sexo”. Buenos Aires: Paidós
De Martino, M. (2013) Notas sobre el concepto y las prácticas de género en las
profesiones asistenciales. En: Krmpotic, C.; Mitjavila, M. y M. Saizar (eds.), (Sub)
culturas profesionales, poder y prácticas en salud. Buenos Aires: Miño y Dávila.
Di Carlo, E.; Dartizio, R. y V. Ibañez (2002): La construcción social de la familia. Mar
del Plata: Fundación PAIDEIA
Donzelot, J. (1998). La policía de las familias. España: Pre-Textos.
Heller, A. (1995). Etica general. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales
Heller, A. y F. Fehér (1994). Políticas de la postmodernidad. Ensayos de crítica
cultural. Barcelona: Peninsula
Ibáñez, V. (2011). Historia, identidad e intervención profesional. Mar del Plata:
Ediciones Suarez
Krmpotic, C. (2009). E pur si muove. En búsqueda de un nuevo patrón familiar (o las
dificultades para aceptar el mestizaje). En: De Martino, M. (comp.) Infancia, familia y
género. Múltiples problemáticas, múltiples abordajes. Montevideo: Ed. Cruz del Sur.
Levín, S. (2009). El conflicto de género en la política pública argentina. La política de
salud sexual y procreación responsable. En: Sortuz. Oñati Journal of Emergent Socio-
legal Studies, Vol. 3, 1, 1-32
Lomnitz, C. (2005). Sobre reciprocidad negativa. En: Revista de Antropología Social,
N° 14
Nari, M. (2004). Políticas de maternidad y maternalismo político. Buenos Aires:
Biblos.
Pautassi, L. (2013) Perspectivas actuales en torno al enfoque de derechos y cuidado: la
autonomía en tensión, en Pautassi, L. y C. Zibecchi (coords.) Las fronteras del cuidado.
Agenda, derechos e infraestructura. Buenos Aires: Biblos.
Pichardo Galán, J. (2009). Entender la diversidad familiar. Relaciones homosexuales y
nuevos modelos de familia. Barcelona: Ediciones Ballaterra.
Rivas Rivas, Ana M. (2009). Pluriparentalidades y parentescos electivos. Presentación
del volumen monográfico. En: Revista de Antropología Social, vol. 18, Universidad
Complutense de Madrid, 7-19.
Satir, V. (1988). Nuevas relaciones humanas en el núcleo familiar. México: Editorial
Pax.
Vaggione, J. M. (2008). Las familias más allá de la heteronormatividad, en Motta, C.
y M. Sáez (comps.). La mirada de los jueces. Sexualidades diversas en la
jurisprudencia Latinoamericana. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.
Zukerman, P. (2002). Asimetría y poder en los pactos y acuerdos familiares. En: Revista
AAPPG (Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo), XXV Nº, 127-
148.

Você também pode gostar