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Los caldos de gallina

Cuando Pancho, con una expresión severa y preocupada, le contó al "Güero" que se mudaría a la
ciudad para probar suerte con un puesto de caldos de gallina, este le dijo:
-No mames, allá solo tragan tacos de cabeza.
El "Güero" no entendió que Pancho estaba atribulado porque creía que la mayor parte de las gallinas se
desperdiciaría, pero su sorpresa no pudo ser menos alegre cuando al echar a andar su puesto descubrió
que por un cliente que pedía pechuga desmenuzada sin piel, había dos que pedían alas, tres que querían
patas.

Un perro al que no se le pegaban las pulgas


¡Pobre Fifi! Cada noche, al acurrucarse para dormir, fantaseaba melancólico con sus años gloriosos en
los que bastaba salir a pasear para que su pelaje se infestara de cuanta variedad de pulgas existen. ¡Ay!
que emocionante placer morderse la panza para quitárselas. ¡Rascarse detrás de las orejas casi con
encono hasta saciarse!
Entonces cansado de esa inocua soledad, un día decidió huir de casa para deambular al lado de los más
cochinos canes que encontró, pero cuando decidió regresar halló una canasta con su cobija afuera de la
puerta. Había traicionado a su dueña.

Nico Darazt
Ciudad de México
2018-07-09

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