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Consejos de escritores para escribir un cuento

Publicado: 20 noviembre, 2014 por: Biblioteca Viva en: Campañas

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No existen reglas estrictas sobre cómo escribir un cuento; es un género abierto, que
siempre sorprende. Por eso, más que reglas, buscamos las opiniones de cuentistas con
oficio. Alejandra Costamagna, Andrea Jeftanovic, Romina Reyes, María José Viera-Gallo y
Benjamín Labatut son los escritores chilenos convocados para ayudar a cuentistas a
construir sus relatos. La mejor excusa para poner en práctica estos consejos es la séptima
versión del concurso de cuentos “Cuéntate Algo”, organizado por Biblioteca Viva, abierto
hasta el 15 de diciembre.
El comienzo

María José Viera-Gallo: “Empezar el cuento en media res, en la


mitad del problema, del estallido, de la confusión, de la euforia,
del vomito de lava. Ni antes ni después. Sin preámbulos. No hay
que contarlo todo. No hay tiempo. Ahorrarse los backstory,
tanta descripción hiperrealista, o demasiada voz interior,
empezar como los impresionistas, dando pinceladas de lo más
importante, del medio hacia los lados, no al revés.

Cosas que nunca te dije (Tajamar, 2014), es el último libro de cuentos de María José Viera-
Gallo.

El conflicto

Benjamín Labatut: Un cuento se estructura alrededor de ese único instante en que emerge
lo irracional, lo mágico, lo grotesco o lo sublime y altera de forma irremediable al
protagonista, para bien o para mal. Alrededor de ese núcleo se
concentra toda la gravedad de la historia, el cual puede ser
una escena pero también una sola frase o línea de diálogo. Es el
paso de un mundo a otro. Después de eso las cosas no vuelven
a ser como antes. Puede ser una salvación o una condena, el
diagnóstico de una enfermedad, el resurgir de un recuerdo
reprimido, la confesión de una falta imperdonable, o un
momento de lucidez total, pero siempre tendrá un impacto
transformador. Si se hace bien, ese efecto se puede transmitir al
lector, y es una de las verdaderas razones por las cuales vale la
pena leer.

La Antártica empieza aquí (Alfaguara, 2012), es el primer libro de cuentos de Benjamín


Labatut.

Los personajes

Romina Reyes: Creo que como escritores es necesario


obsesionarse con los personajes. Saber lo que piensan,
entender sus reacciones. Hablar con ellos siempre que sea
necesario. Los personajes necesitan tener una consistencia real,
y para hacerlo hay que comprometerse, pues ellos nos confían
la difícil tarea de contar sus historias. Por eso escribir tiene su
cuota de locura. Lo bonito de los cuentos es que me parecen
universos más limitados, y permiten desarrollar con total
profundidad a un personaje. Por otro lado, tener ejemplos,
tener versiones reales de esos personajes siempre ayuda.

Reinos (Montacerdos, 2014) es el primer libro de cuentos de Romina Reyes.


La atmósfera

Andrea Jeftanovic: Lo interesante de los cuentos es que el


espacio puede ser muy indeterminado, pero la atmósfera
siempre debe ser inquietante. El mundo donde transcurre la
historia siempre deber ser un espacio enrarecido. Quizás no es
necesario dar señas, coordenadas específicas, pero el cuento
debe constituir un universo autónomo con sus leyes. Y quizás
me funcionan bien los relatos que tiene una imagen matriz. Sí,
una historia que confluye en la condensación de una imagen
plástica que sin explicar mucho abre amplios campos de sentidos. Ahora, si decides
explicitar el ambiente, es mejor usar trazos, un trabajo visual, casi de guion de cine, decir
lo mínimo, sugerir, ser una cámara de video sobre el hombro que ve parte del paisaje en
movimiento y no un todo fijo.

No aceptes caramelos de extraños (Uqbar, 2011) es el último libro de cuentos de Andrea


Jeftanovic.

El fin

Alejandra Costamagna: “El final importa en la medida que apunta a decantar una
situación o un momento; que no deja cabos sueltos
arbitrariamente. Pero me hacen ruido los finales que zanjan,
concluyen y dejan al lector encerrado en una única lectura.
Los finales tipo redoble de tambores. Esos me aburren
soberanamente.

Había una vez un pájaro (Cuneta, 2013), es el último libro de


cuentos de Alejandra Costamagna.
María José Viera-Gallo: “Un buen cuento es como un volcán en erupción”.

Un buen cuento es como un volcán en erupción. Como lector, no quiero ver la postal del
volcán de lejos, sino estar adentro quemándome. No me gustan los cuentos “perfectos”
que imitan o intentan imitar la teoría del iceberg de Hemingway, por ejemplo. Entre el
hielo y la lava, la lava. Prefiero aquellos cuentos más libres, más impuros y menos
controlados, que contienen una emoción en movimiento avasalladora que te lleva a un
lugar –emotivo- donde no habías estado. Dicho de otra manera, la trama me da igual.
Me quedo con el personaje, con lo que le pasa por dentro. Así todo lo que ocurra va ser
de adentro hacia afuera. Personalmente me gustan los cuentos, como los de Salinger,
Capote, Lispector, Munro, Bolaño por ejemplo, donde la herida está abierta y la historia
consiste en volver a cerrarla, es decir a reconstruirla. Ojalá en primera persona. Ojalá lo
más autobiográficos –al menos en el sentimiento- posible. Ojalá con un mundo acotado y
cercano al autor. Un cuento que no te ande con cuentos.

Benjamín Labatut: “Un buen cuento te hace experimentar la realidad con mayor
intensidad”.

Los cuentos son la base de la experiencia humana, su estructura nuclear. Nacimos y nos
criamos envueltos en ellos, y la suma de todos determina la forma en que percibimos el
mundo. Crear y contar cuentos es el protocolo básico de la mente humana, y en eso
radica su dificultad. Un buen cuento te hace experimentar la realidad con mayor
intensidad. Te muestra lo que normalmente pasas por alto, lo que no quieres ver del
mundo o de ti mismo. Por eso creo que al escribir hay que olvidarse de las “buenas
historias”, de las sorpresas, los trucos y los golpes de efecto. Un buen cuento es el intento
de atrapar algo muy sutil. Se escribe alrededor de eso. Borges, por ejemplo, escribió Pierre
Menard, autor del Quijote cuando pensó que se estaba volviendo loco. Lo habían
operado y sentía que su cerebro no estaba funcionando como antes. Se propuso escribir
un relato para probar que no había perdido el uso de sus facultades mentales. Un poema
no habría servido -ya que, según él, los escriben las Musas- pero las exigencias propias de
un cuento le servirían para descartar su descenso a la locura. De fallar tendría que dejar
de escribir para siempre. Pierre Menard terminó siendo el primer cuento de Ficciones, un
libro que alteró el destino de la literatura.

Andrea Jeftanovic: “Lo mejor en un cuento es lo que no se dice”

Me gustan los cuentos que en la primera línea siembran perturbación o se van a la


yugular. Una frase golpeadora que hace que no puedas parar de leer. Una frase
removedora, desconcertante, que funciona como hipótesis del orden, extraño, de las
cosas. Me gustan muchos los relatos de autoras, quizás tienen un especial manejo del
entrelíneas y de una violencia contenida. Clarice Lispector y Katherine Mansfield hacen
de aparentes inofensivas dueñas casas verdaderas filósofas de la condición humana.
Escriben con cuchillo, no con lápiz. Leo también muchas novelas pero la novela tiene un
riesgo: puede ser arrogante; el cuento es más humilde, tiene mucha fibra sin alardear,
tiene lo mínimo y si es bueno es un batatazo. Y siempre digo los casos clínicos de las
pacientes de Sigmund Freud, por ejemplo, los brazos dormidos en el Caso de Anna O. o el
aroma a panecillo quemados en Lucy R., son excepcionales perfiles psicológicos. Lo mejor
en un cuento es lo que no se dice.

Romina Reyes: “Los mejores cuentos son aquellos que tienen capas de significado”.

Me pasa con los cuentos y con la literatura en general que me parecen buenos cuando
logran generar algo en mí. Algo más allá de lo entretenido que puede ser leer. Creo que
los mejores cuentos son aquellos que tienen capas de significado, donde un gesto no es
sólo un gesto sino que esconde un mundo. Lo interesante del cuento es que al ser más
contenido ofrece un desafío.

Alejandra Costamagna: “Me gustan los cuentos que toman en cuenta el silencio”

Prefiero, en general, los relatos que optan por lo sugerido más que por lo explícito. O sea,
que toman en cuenta el silencio a la hora de narrar. Los que se alejan de la
grandilocuencia y ponen ojo en los detalles y los gestos mínimos. Los que atienden,
especialmente, el ritmo y la música del texto para conducirnos más allá de la anécdota
que estalla en la superficie. Me gustan los cuentos que hablan en “yo natural” y acercan
la lengua hablada a la lengua escrita.

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