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Charla último sábado (selección de textos)

Porta Fidei (Motu propio con el que se convoca al Año de la Fe): 1. «La puerta de la fe» (cf.
Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia,
está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el
corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un
camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos
llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna,
fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su
misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y
Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la
plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de
su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los
siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

Misericordiae Vultus (bula con la que se convoca al Año de la Misericordia): Sobre la Puerta de
la Misericordia: En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta
Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que
entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza.

Sobre las peregrinaciones: La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es


imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el
ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada.
También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá
realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que
también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La
peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos
dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con
los demás como el Padre lo es con nosotros.

Sobre las indulgencias: El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año
Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros
pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este
amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es
posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está
siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e
inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que
estamos llamados a la perfección (cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras
percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del
pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones
que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona
los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados
dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de
Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de
la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del
pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el
pecado.La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de
Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo
número es incalculable (cfr Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la
Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de ir al encuentro de la debilidad de unos con la
santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la
misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente.
Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la
redención de Cristo, para que el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias a la cual
llega el amor de Dios. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los
pecados y la dispensación de su indulgencia misericordiosa.

Padre Pío de Pietrelcina: El demonio es como un perro rabioso atado a la cadena; no puede
herir más allá de lo que le permite la cadena. San Agustin: El lobo es el diablo y los que le
siguen; porque dicho está ( Mt 7,15) que vestidos de piel de ovejas, son por dentro lobos rapaces.
Teofilacto: En sentido místico, el ladrón es el diablo que con la tentación viene para robar por
medio de malos pensamientos, mata por el consentimiento y destruye por las obras.

Itinerario de la mente hacia Dios de San Buenaventura (oficio de lectura de ayer): Cristo es el
camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es el propiciatorio colocado sobre
el arca de Dios y el misterio oculto desde los siglos. El que mira plenamente de cara este
propiciatorio y lo contempla suspendido en la cruz, con fe, con esperanza y caridad, con
devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la
pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de
Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el
sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado
de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en
el paraíso.

Salmo 99 (laudes de ayer): Ant 3. El Señor es Dios y nosotros somos su pueblo y ovejas de su
rebaño.
Salmo 99 - ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Preces (laudes de ayer):


Demos gracias a Cristo, el buen pastor que entregó la vida por sus ovejas, y supliquémosle
diciendo:
Apacienta a tu pueblo, Señor.
Señor Jesucristo, tú que en los santos pastores nos has revelado tu misericordia y tu amor,
haz que, por ellos, continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.
Señor Jesucristo, tú que a través de los santos pastores sigues siendo el único pastor de tu pueblo,
no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.
Señor Jesucristo, tú que por medio de los santos pastores eres el médico de los cuerpos y de las
almas, haz que nunca falten en tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas de una vida
santa.
Señor Jesucristo, tú que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el amor de los santos,
haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.

Papa Francisco (este año): “La oración es la LLAVE que abre la PUERTA de la fe. No
tengamos la llave en el bolsillo y la puerta cerrada”.

Benedicto XVI (Jesús de Nazaret)

Jesús el Buen Pastor (prefiguraciones y antecedentes)

En el antiguo Oriente, tanto en las inscripciones de los reyes sumerios como en el ámbito asirio y
babilónico, el rey se considera como el pastor establecido por Dios; el "apacentar" es una imagen
de su tarea de gobierno.

Los precedentes inmediatos de la exposición en figuras de Jesús se encuentran naturalmente en el


Antiguo Testamento, en el que Dios mismo aparece como el pastor de Israel. Esta piedad
confiada tiene tal vez su expresión más bella en el Salmo 23La imagen de Dios pastor se
desarrolla más en los capítulos 34-37 de Ezequiel, cuya visión, recuperada con detalle en el
presente, se retoma en las parábolas sobre los pastores de los sinópticos y en el sermón de Juan
sobre el pastor, como profecía de la actuación de Jesús.
Ante los pastores egoístas que Ezequiel encuentra en su tiempo y a los que recrimina, el profeta
anuncia la promesa de que Dios mismo buscará a sus ovejas y cuidará de ellas.

Con esta parábola Jesús les dice a sus adversarios: ¿no habéis leído la palabra de Dios en
Ezequiel? Yo sólo hago lo que Dios como verdadero pastor ha anunciado: buscaré las ovejas
perdidas, traeré al redil a las descarriadas.

Jesús el Cordero

En un momento tardío de las profecías veterotestamentarias se produce un nuevo giro


sorprendente y profundo en la representación de la imagen del pastor, que lleva directamente al
misterio de Jesucristo. Mateo nos narra que Jesús, de camino hacia el monte de los Olivos
después de la Última Cena, predice a sus discípulos que pronto iba a ocurrir lo que estaba
anunciado en Za 13, 7: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31). En
efecto, aparece aquí, en Zacarías, la visión de un pastor "que, según el designio de Dios, sufre la
muerte, dando inicio al último gran cambio de rumbo de la historia". Mientras que en Mateo, al
comienzo de la historia de la pasión, Jesús cita a Za 13, 7 -la imagen del pastor asesinado-, Juan
cierra el relato de la crucifixión del Señor con una referencia a Za 12, 10: "Mirarán al que
atravesaron" (Jn 19, 37). Ahora ya está claro: el asesinado y el salvador es Jesucristo, el
Crucificado.

El pan que presupone la muerte y la resurrección del grano.

Los últimos profetas de Israel vislumbran, sin poder explicar mejor la figura, al Redentor que
sufre y muere, al pastor que se convierte en cordero.

Juan relaciona todo esto con la visión de Zacarías de la fuente que limpia los pecados y las
impurezas: del costado abierto de Jesús brotó sangre y agua (cf. Jn 19, 34). El mismo Jesús, el
que fue traspasado en la cruz, es la fuente de la purificación y de la salvación para todo el
mundo. Juan lo relaciona además con la imagen del cordero pascual, cuya sangre tiene una
fuerza purificadora: "No le quebrantarán un hueso" (Jn 19, 36;cf. Ex 12, 46).Así se cierra al final
el círculo enlazando con el comienzo del Evangelio, cuando el Bautista, al ver a Jesús, dice:
"Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). La imagen del cordero,
que en el Apocalipsis resulta determinante aunque de un modo diferente, recorre así todo el
Evangelio e interpreta a fondo también el sermón sobre el pastor, cuyo punto central es
precisamente la entrega de la vida por parte de Jesús.

Jesús la Puerta

Se comprueba que alguien es un buen pastor cuando entra a través de Jesús, entendido como la
puerta. De este modo, Jesús sigue siendo, en sustancia, el pastor: el rebaño le "pertenece" sólo a
El.

Jesús el Pasto
Al contrario, el verdadero pastor no quita la vida, sino que la da: "Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

Jesús promete que mostrará a las ovejas los "pastos", aquello de lo que viven, que las conducirá
realmente a las fuentes de la vida.Ahora bien, ¿qué significa todo esto? Ya sabemos de qué viven
las ovejas, pero, ¿de qué vive el hombre?

Los Padres han visto en los montes altos de Israel y en los pastizales de sus camperas, donde hay
sombra y agua, una imagen de las alturas de la Sagrada Escritura, del alimento que da la vida,
que es la palabra de Dios.El hombre vive de la verdad y de ser amado, de ser amado por la
Verdad.Necesita a Dios, al Dios que se le acerca y que le muestra el sentido de su vida,
indicándole así el camino de la vida. Ciertamente, el hombre necesita pan, necesita el alimento
del cuerpo, pero en lo más profundo necesita sobre todo la Palabra, el Amor, a Dios mismo.

Que Jesús, como palabra de Dios hecha carne, no es sólo el pastor, sino también el alimento, el
verdadero "pasto"; nos da la vida entregándose a sí mismo, a El, que es la Vida (cf. Jn 1, 4; Jn 3,
36; Jn 11, 25).

Punto central del sermón:

La cruz es el punto central del sermón sobre el pastor, y no como un acto de violencia que
encuentra desprevenido a Jesús y se le inflige desde fuera, sino como una entrega libre por parte
de El mismo: "Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la
entrego libremente" (Jn 10, 17 s). Aquí se explica lo que ocurre en la institución de la Eucaristía:
Jesús transforma el acto de violencia externa de la crucifixión en un acto de entrega voluntaria de
sí mismo por los demás. Jesús no entrega algo, sino que se entrega a sí mismo. Así, El da la vida.

José María Cabodevilla (Cristo vivo)

Pastores que prefiguraron a Jesús:

Moises (Ex 3, 1). David (Sal 78, 70-71). Amós (Am 1, 1). Estas prefiguraciones muestran que no
hay extrañeza en que la figura de Mesías se extraiga de la vida pastoril. Profetización de la
venida de un Pastor, del Gran Pastor (Ez 34, 13; 16; 23/ Jer 23, 3-4). La oveja canta agradece
por anticipado (Sal 23).

En verdad existen estos pastores pero siempre y cuando respondan al único Pastor. Así Cristo,
por ser el Gran Pastor (Heb 13, 20; 1 Pe 5, 4), muestra su realeza (Así, se podría decir que, desde
sus orígenes, la imagen de Cristo buen pastor es un evangelio de Cristo rey, que deja traslucir la
realeza de Cristo. BXVI) y tiene a su disposición otros pastores, los cuales apacientan SU grey
(Jn 21, 15-17; Ef 4, 11)
La llegada del Pastor prometido:

Este gran y único Pastor es Jesús (Jn 10,11). El cual congrega al rebaño de Dios (Mt 15, 24; 1 Pe
2, 25), para recogerlo de su extravío (Lc 15, 3-7), para guiarlo (Jn 10, 4), para defenderlo (Lc 12,
32), para alimentarlo con su doctrina (Mc 6, 34), para juzgarlo, es decir, para segregarlo de los
otros rebaños (Mt 25, 32), para conducirlo hasta el prado definitivo, junto a las aguas de la vida
(1 Pe 5, 4; Ap 7, 17).

Pastor Cordero (que muere, da la vida por sus ovejas):

Y tanto ama el Pastor a su rebaño que muere por él y derrama su sangre (Jn 10, 11),
transformándose en Cordero degollado, por esto en el Apocalipsis el que apacienta a las ovejas
no es el Pastor sino el Cordero de Dios a su derecha (Ap 7, 9-17). El hace esto por cada uno, por
su nombre (Jn 10, 3). De aquí la frase de San Pablo (Gál 1, 20).

De aquí también la importancia de pertenecer al rebaño, porque un Pastor me cuida y da su vida


por mí, lo peor que puedo hacer es apartarme del rebaño (Mt 18, 12; Jn 10, 16).

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