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Servando Ortoll
El Colegio de Sonora
Annette B. Ramírez de Arellano
Columbia University
La historia de cómo Diego Rivera perdió su más importante comisión, los
murales del edificio principal del Rockefeller Center, ha sido resumida como
el simple relato de un capitalista estadounidense que optó por negarle
publicidad a un gran líder comunista. Esta versión estrecha proporciona
una imagen imprecisa de las acciones de Rivera y Rockefeller, e ignora los
deseos de Nelson A. Rockefeller, pese a la controversia que engendró el
mural del primero, de convertirse en un mecenas reconocido de artistas
contemporáneos.
Todo inició en 1932. Mientras que Estados Unidos, y de hecho el mundo, se
abismaba en las profundidades inciertas de una severa recesión económica,
la familia Rockefeller se embarcó en el proyecto de crear un complejo de
rascacielos que se convertiría en un centro de oficinas y comercios a la vez
que en un monumento a su apellido. El proyecto costó 125 millones de
dólares, con una hipoteca de 40 y pérdidas anuales de cuatro.1 El
Rockefeller Center, como llegó a ser conocido dicho conjunto de edificios,
buscaba ser el centro del centro de la ciudad de Nueva York. De ahí que los
Rockefeller decidieran decorar con un mural el vestíbulo del edificio más
alto e imponente del conjunto, que albergaba la sede de la Radio
Corporation of America (RCA). Al hijo de 24 años de John D. Rockefeller, Jr.
—Nelson A. Rockefeller—le correspondió elegir quién pintaría el vestíbulo.
Aunque el joven y carismático vástago tenía presiones significativas para
elegir un pintor estadounidense en un momento en el cual tantos de ellos se
encontraban desempleados, Nelson A. Rockefeller encontró al muralista que
buscaba en México. Diego Rivera se había distinguido como un pintor de
frescos a gran escala, y había capturado magistralmente el espíritu de su
país en ocho murales de gran impacto visual. Además, la contratación de
Rivera seguía una pauta que reconocía el valor pictórico del artista pese a
su reputación como comunista consumado. En 1929 el embajador
norteamericano en México, Dwight W. Morrow, quien anticipó por años la
política del ‘buen vecino’ que el gobierno estadounidense instauraría años
más tarde,2 contrató a Rivera para que decorara los muros del Palacio de
Cortés en Cuernavaca. Su trabajo fue tan bien recibido que el arquitecto
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Timothy Pflueger y el Comisionado de las Artes de San Francisco, William
Gerstle, lo invitaron a pintar murales en el nuevo edificio de la Bolsa de
Valores. Una tercera propuesta provino de Edsel Ford (hijo de Henry) a
través del Dr. William R. Valentiner, director del Detroit Institute of Arts
para que ejecutara un mural en el instituto. Mientras que la presencia de
Rivera atrajo controversias en ambas ciudades incluso antes de terminar
sus frescos, es muy posible que el propio Valentiner, asesor artístico de
Abby Aldrich Rockefeller, fuera parcialmente responsable de influir en ella
y su hijo Nelson para que solicitaran a Rivera que plasmara un mural en el
Rockefeller Center.3
Por otra parte los Rockefeller no ignoraban las posturas comunistas de
Rivera. Frances Flynn Paine, quien trabajaba para los Rockefeller
rescatando arte y artesanías mexicanas, les había advertido, a finales de los
años veinte, que Rivera era ‘el “rojo” más poderoso en América Latina’.4
Aún así, los Rockefeller decidieron que pintara los muros del Rockefeller
Center.
Rivera aceptó el encargo con entusiasmo, percatándose de que éste no sólo
le pagaría generosamente, sino que le brindaría un escenario mundial como
ningún otro. Como lo confesó el propio Rivera, el Centro Rockefeller, ‘dado
su carácter, funciones, relevancia social, y escala, no [tenía] igual en el
mundo contemporáneo’.5 Para el otoño de 1932 Rivera, inmensamente
entusiasmado por el proyecto, ya había realizado varios bocetos
preliminares para sus frescos.6 ¿Cómo fue entonces que un comienzo que
auguraba un éxito tan categórico se convirtió en una controversia que tomó
carices internacionales?
Los hechos son sencillos pero se complicaron al tomar cartas en el asunto la
opinión pública, enardecida por la prensa nacionalista norteamericana:
cuando ya estaba por completar su gran obra, al muralista mexicano se le
ocurrió incluir la imagen de Lenin en su fresco. Cuando sus mecenas,
cediendo ante el peso de la opinión pública, lo instaron a que sustituyera el
rostro del líder comunista por el de una persona desconocida, Rivera se negó
a hacerlo: recibió el pago pactado, se cubrieron los murales con una lona, y
éstos acabaron destruidos meses más tarde.
En realidad, la historia no concluyó ahí. Al contrario, el episodio desató una
serie de secuelas que impactaron al muralista, al Rockefeller Center, y a
otras organizaciones y protagonistas sólo indirectamente relacionados con el
incidente inicial. Aquí nos proponemos relatar estas secuelas, algunas de
las cuales han salido a la luz pública sólo en años recientes, a medida que se
catalogan fuentes primarias y se abren archivos sobre el tema.
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Ortoll y Ramírez de Arellano: Diego Rivera, José María Sert y los Rockefeller
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El silencio sirvió para calmar los ánimos, pero no resolvió el problema
inmediato de qué hacer con el mural. La cortina de lona que lo escondía
temporalmente era sólo un recordatorio de la controversia. Corrieron los
meses, y la lona permanecía en su sitio. Los inquilinos del edificio, la RCA,
deseaban que el fresco se erradicara de manera permanente, ya fuera
pintándolo por encima o destruyéndolo definitivamente, para que no
aflorara en un futuro.12 Pero para diciembre de 1933, a unos siete meses del
despido de Rivera, el destino del mural estaba aún sin decidir.
Surgió entonces una forma de satisfacer las necesidades de la gerencia del
edificio, a la vez que de conservar la obra. El plan, esbozado en la
correspondencia de Nelson Rockefeller, contemplaba que el Museo de Arte
Moderno en Nueva York redactara una carta solicitando el mural, indicando
que sufragaría los gastos de desmontarlo y reinstalarlo en sus propias
instalaciones. La corporación de Rockefeller Center respondería
favorablemente a la solicitud, detallando sus condiciones. Ambas cartas se
darían a la prensa, concluyendo así la controversia y la publicidad adversa
que ésta había causado. El Museo contrataría entonces a Rivera, para
terminar la obra así como para retocar cualquier daño ocasionado por su
remoción y transplante.13
Faltaba un detalle: conseguir los fondos para que el Museo pudiera remover
e instalar el mural. Rockefeller proponía un ‘adelanto’ o préstamo por parte
del Rockefeller Center, el cual estaba seguro sería concedido.14 (Esto
aligeraba el proceso además de facilitar la maniobra). Además, sugirió el
joven heredero, cualquier gasto incurrido en este proceso se compensaría
con lo que cobraría el Museo al público que desfilaría frente a la obra, una
vez estuviese desplegada en su nuevo hogar.15
Todos los pormenores parecían previstos, y casi todos los protagonistas
acordaron el plan. Faltaba mencionárselo a Diego Rivera, pero su
participación no sería necesaria hasta después de ser efectuado el traslado.
Sólo quedaba un escollo por superar: había que constatar que el mural se
podía remover sin causarle daños estructurales al edificio o a los ascensores
que colindaban con el fresco. De acuerdo a una versión de los hechos, los
ingenieros que realizaron sus estudios concluyeron que era imposible
salvaguardar la integridad de la obra a la vez de proteger la estructura del
edificio.16 Con este dictamen, se descartó el plan de rescate. Semanas
después, un sábado de febrero de 1934, a la media noche, se procedió a
cincelar el mural, raspando la pared para remover las diferentes capas de
pintura y empañetado que constituían el fresco.17 Tarde esa misma fría
noche de febrero, mientras dos de los asistentes de Rivera—Steve Dimitroff
y Lucienne Bloch—paseaban por el centro de Manhattan, tras salir de una
función cinematográfica, decidieron pasar frente al edificio de la RCA.
Las puertas estaban cerradas con llave, pero cuando ambos se disponían
a marcharse, notaron cerca de una docena de tambores de gasolina a un
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temperamento ni los compromisos políticos—o al menos esto era lo que
afirmaba en público—del artista mexicano. Además, Sert ya había
colaborado en los murales del edificio de la RCA: a él lo habían comisionado
para crear un pequeño panel vertical que complementaba el de Rivera en el
mismo edificio.28 Era, por lo tanto, alguien familiarizado con el lugar y el
mural. Aún así, los Rockefeller exigieron una serie de medidas para
asegurarse que no habría sorpresas en el diseño comisionado, evitando así
repetir el incidente con Rivera. Dichas providencias incluyeron ver un
boceto detallado del mural antes de aprobarlo, obtener una maqueta del
mismo antes de instalarlo, y sustituir la técnica del fresco por la del lienzo
adherido al empañetado, método que Rivera había catalogado como ‘la
detestada tela encolada’.29 Así, los Rockefeller vigilarían y fiscalizarían de
manera estricta el proceso creativo en todas sus etapas. Esta vez, Nelson
Rockefeller desempeñaría un papel decididamente secundario: la gerencia
del Rockefeller Center tomaría todas las decisiones, previa consulta con
John D. Rockefeller, Jr., padre de Nelson.
Pese a las restricciones, la modesta paga, y el peligro de ser tildado ‘plato de
segunda mesa’ en el reñido mundo del arte, Sert se sentía halagado de
haber sido escogido para pintar el mural sustituto: el proyecto se le
presentaba además como la coyuntura óptima de mostrar su dominio en el
oficio de la geometría del espacio.30 La posibilidad de crear algo original en
un lugar tan importante y transitado seguía siendo codiciada. Además, él
veía la oportunidad de contribuir al Rockefeller Center como una nueva
apertura artística y profesional.31
Una vez sometido y aprobado su boceto, Sert comenzó a elaborar su obra en
más detalle. Pero, aún cuando ésta iba evolucionando en forma paulatina,
John D. Rockefeller solicitó que el gerente del Rockefeller Center, John R.
Todd, visitara a Sert en su estudio en París y le reportara sobre los avances
del asunto. Como muchos otros, Todd quedaría impresionado tras su
encuentro con Sert. José Plá, quien habían entrevistado en París, también
resultó maravillado, pues al llegar al lugar donde trabajaba el maestro, ‘uno
se daba cuenta que en el taller reinaba un orden perfecto, casi glacial, y que
la limpieza era absoluta, cosa rara en los talleres. [...] La organización de
todo era perfecta y correspondía a la situación que Sert se creó en París, que
era la de un gran artista’.32 Un elemento adicional que llamó la atención de
Plá sobre el lugar en el que Sert trabajaba, no queremos soslayarlo: ‘en su
taller todo parece organizado para realizar los encargos de un arte
multitudinario, superficial, monstruoso y frío’.33
En abril de 1937, Todd le describió a John D. Rockefeller su reunión con el
artista. Como Plá en su momento, Todd manifestó que el atelier de Sert era
magnífico, y que todo se encontraba ‘en un orden inmaculado’.34 El panel
principal sería de una ‘buena escala’ y de colores apropiados. Más
importante, ‘no tiene nada que ofenda. Tampoco confunde ni deprime; al
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En Nueva York, Sert se reunió con Nelson Rockefeller y con los arquitectos
y el comité ejecutivo del Rockefeller Center. El artista les mostró su
esquema para decorar todo el vestíbulo de la RCA, incluyendo el plafón y
todos los muros. La obra cubría un total de 5,000 pies cuadrados, lo cual
representaba cinco veces el área de su comisión original. Convencido y
convincente, Sert expuso su punto de vista y sus bocetos, contagiando a sus
patrocinadores con su propio entusiasmo.
Nelson Rockefeller coincidió con el artista en que el proyecto sería ‘muy
efectivo y poderoso’ y se dirigió a su padre para obtener su visto bueno. En
su argumento, el hijo apeló al interés de su padre en que el complejo que
habría de inmortalizar el nombre de la familia fuese vistoso y singular. A la
par, el joven vástago acudió a la ética comercial de la familia: la obra, señaló
Nelson, ‘costaría un máximo de $20.000, una décima parte de lo que [Sert]
había cobrado por área cuadrada en su obra anterior’. Nelson concedió que
aunque los que habían visto el proyecto lo favorecían, éste ‘sería difícil de
justificar desde el punto de vista comercial únicamente’.44 A pesar de que la
propuesta de Sert representaba ‘una ganga extraordinaria’, todos
entenderían y acatarían la decisión final del mecenas, fuese ésta la de
aprobar o rechazar el proyecto.45
Ante el contundente argumento de su hijo, John D. Rockefeller Jr. no pudo
menos que darle su beneplácito al proyecto. No obstante, éste no estaba del
todo convencido de que la obra llenaría sus expectativas: consideraba que el
mural que ya se había instalado de Sert no era ‘tan bueno como sus obras
anteriores, ni era lo que anticipábamos después de haber visto las bellas
fotografías de su trabajo en otros edificios’.46 A pesar de estas reservas,
Rockefeller envió un cable, aceptando la propuesta de Sert, y concediendo
un pago inicial de $4.500 para el muralista.47 Siempre cautelosos, los
funcionarios del Rockefeller Center sugirieron que se tomaran fotos de los
dibujos del artista, y que cualquier cambio fuese descrito explícitamente
antes de ser incorporado al mural, evitando así cualquier malentendido que
pudiera surgir.48
Estas precauciones, sin embargo, no lograron obviar conflictos entre Sert y
sus patrocinadores. Ambas partes fallaron en cumplir con lo estipulado,
ocasionando demoras en la entrega e instalación de los murales. En 1939, la
gerencia del Rockefeller Center amenazó a Sert con retener el pago y
cancelar su contrato si la obra no estaba lista e instalada para fin de año.49
En su respuesta, el pintor destacó el incumplimiento por ambas partes, y
señaló obstáculos imprevistos: demoras en la entrega de materiales;
encomiendas urgentes del gobierno español; la incipiente guerra europea y
las prohibiciones sobre el uso de luz eléctrica por las tardes, lo cual reducía
sus horas de trabajo. En su carta, Sert subrayó que los intereses de la
gerencia del Rockefeller Center y los suyos eran los mismos, y exhortó a
Rockefeller a que tuviera confianza en él y aguardara los resultados. En
cuanto al pago, Sert se mostró desprendido:
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[...] si yo accedí a pintar su enorme vestíbulo por la mitad del precio
usual de uno solo de mis murales, es porque yo buscaba otra cosa que la
ganancia material. Lo que me interesaba era resolver, por primera vez
en América, el problema de completar la arquitectura de su vestíbulo
con mi pintura, de manera que ambos fueran una sola cosa.54
En noviembre de 1940, era Rockefeller el que le escribía al artista para
explicarle los retrasos en instalar los murales. Cerca de diez meses habían
transcurrido desde que éstos se habían recibido, pero imprevistos cambios
estructurales en el vestíbulo habían impedido que se concluyera la obra, y el
proyecto se llevaría a cabo hasta principios de 1941. No obstante, John D.
Rockefeller, Jr. le aseguró al artista que ‘todos estamos deseosos de ver
estos murales en su sitio, y con mucho gusto le escribiré para informarle
cómo me impresionan una vez estén instalados’.55
Con la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, los
murales perdieron su prioridad. No fue sino hasta 1943 que las pinturas de
Sert quedaron instaladas. La recepción al mural fue decididamente
discreta. Dados los tiempos de guerra, al New York Times le importó más
reportar sobre un encuentro entre Manuel Ávila Camacho y Franklin D.
Roosevelt que sobre el mural de Sert, aunque no faltó quien señalara que
uno de los lienzos mostraba a cinco hombres alzando la mano en un saludo
fascista y que, con este gesto, consciente o inconsciente, de Sert, Diego
Rivera había sido el último en reír, después de todo.56
El mural trasplantado
En realidad, Rivera no tuvo que esperar tanto para restituir lo que le había
sido tan abruptamente arrancado. Aún antes de que Sert entrara en
negociaciones con los gerentes del Rockefeller Center, Diego Rivera se las
ingeniaba para reconstruir el mural que se había apoderado de su
imaginación. Imposible dejar que éste se escapara: podría ser desprendido
de la pared, pero no podría borrarse para siempre mientras el artista
estuviera disponible y dispuesto a reconstruirlo. Y Rivera, incansable,
enérgico, y apoyado por artistas y aliados políticos, estaba ansioso por
reproducir el mural. Inicialmente, el artista había querido re-crear su obra
en los muros del New Workers’ School en Nueva York. Pero el edificio era
alquilado, y estaba tan deteriorado que iba a ser demolido.57 En vez de
pintar directamente sobre las paredes, el muralista construyó una serie de
21 frescos portátiles que podían exhibirse en la escuela obrera para luego
trasladarse a otro lugar:
[...] cada panel estaba enmarcado en madera, con las esquinas en metal,
y en el respaldo tiras de madera cruzadas, tabla, enmallado de alambre,
y varias capas de escayola, rematadas con la superficie pintada de
mármol molido y hormigón, sostenida en su sitio por soportes de
maderas y tiras de metal.58
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no concordaba con el talento de ‘pensar con la mano’ que caracterizaba su
oficio. Además, en Nueva York, el artista y su equipo tenían una estricta
fecha de entrega y se habían visto obligados a trabajar a un ritmo sin
precedentes. Delineando sus bocetos con trazos firmes, sin titubeos, al
artista le gustaba trabajar contra el reloj. En palabras de una de sus
ayudantes, Rivera alegaba que ‘si tenía demasiado tiempo, tenía la mala
costumbre de hacer su obra excesivamente “refinada”. Trabajar bajo presión
lo hacía pintar mejor’.65 Estas presiones no imperaban en Bellas Artes.
Creado bajo circunstancias diferentes de las originales, el mural de México
fue por lo tanto un ente distinto. Si bien es cierto que recogió los croquis
anteriores y logró desagraviar al artista de la humillación a la cual había
sido sometido, no es menos cierto que el producto final no estuvo a la par
con la obra del Rockefeller Center. Aún los más devotos biógrafos del artista
han subrayado la brecha entre el original y su sustituto. Refiriéndose a este
último, Bertram D. Wolfe escribió en 1963 que
hubo en la ejecución de este fresco menos sencillez y solidez de
estructura, más énfasis en la línea. Como pintura es menos poderosa y
en el lugar que se halla perdió su impacto dramático e intención original
que era, a la letra, épater les bourgeois.66
Más recientemente, Patrick Marnham ha indicado que el mural falla no sólo
por su ubicación inapropiada, sino también por ser una réplica. El mural,
comenta Marnham, ‘tiene algo del efecto insípido de un comentario jocoso
que pierde su gracia al ser repetido [...]’.67
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Fotos tomadas en casa de los Covarrubias en la ciudad de México en 1943
muestran a Nelson Rockefeller y Frida Kahlo sentados uno junto al otro, y a
Frida descansando su mano sobre la de Nelson, en una pose atenta y
cariñosa.75 Engalanada con un atuendo que incorpora muchas de las
prendas que la caracterizaban (joyas vistosas, flores entrelazadas en el
cabello, falda larga y estola reluciente), Kahlo se muestra interesada en lo
que cuenta el apuesto Rockefeller. No sabemos de qué hablaban, pero la
composición de la foto y las plácidas expresiones de los participantes
indudablemente indican que el episodio ocurrido una década antes había
sido superado, si no olvidado.76
Nelson y Frida
(Cortesía del Rockefeller Archive Center)
Seis años más tarde, cuando el Instituto de Bellas Artes inauguró una
muestra retrospectiva de la obra de Diego Rivera, los museos y
coleccionistas privados prestaron sus obras. Abby Aldrich Rockefeller y su
hijo Nelson generosamente facilitaron sus extensas colecciones de dibujos y
acuarelas de Rivera, completando así el círculo de relaciones simbióticas
forjadas a lo largo de casi dos décadas.77
Si bien l’affaire Rivera fue muy comentado en 1933, y el rompimiento
dramático entre el artista y sus patrocinadores fue la comidilla del mundo
14
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Notes
* Los autores agradecen comentarios a una versión anterior de este texto a
William Beezley y a dos lectores anónimos. Robert Battaly, archivista del
Rockefeller Archive Center, nos auxilió a rescatar información relacionada con
este escrito.
1 Joe Alex Morris, Nelson Rockefeller: a Biography, Nueva York, Harper &
Brothers, 1960, p. 101.
2 Sobre el ‘concepto’ del ‘buen vecino’ que promovieron el secretario de Estado
Cordell Hull y el subsecretario Sumner Welles a inicios de los años cuarenta,
véase Morris, Nelson Rockefeller, p. 133.
3 En torno a la presencia de Rivera en San Francisco y Detroit, véase David
Craven, Diego Rivera as Epic Modernist, Nueva York, G.K. Hall; Simon &
Schuster Macmillan, 1997, pp. 128−45, y Elizabeth Fuentes Rojas, Diego
Rivera en San Francisco: una historia artística y documental, Guanajuato,
Gobierno del Estado de Guanajuato, 1991, p. 55. Sobre el aprecio de Nelson y
su madre por la obra de Diego Rivera, véase Morris, Nelson Rockefeller, p.
101; para una crítica al mecenazgo de Abby Aldrich Rockefeller y su hijo a la
obra y persona de Diego Rivera, consúltese Cary Reich, The Life of Nelson A.
Rockefeller, Worlds to Conquer, 1908−1958, Nueva York, Doubleday, 1996, pp.
105−06.
4 Frances F. Paine a Abby Aldrich Rockefeller, ¿Nueva York?, 13 de agosto de
1930, Rockefeller Archive Center (en adelante RAC), Sleepy Hollow, Nueva
York, Rockefeller Family Archives (en adelante RFA), Record Group (en
adelante RG) 2, Cultural, caja 107, folder 961. A menos que indiquemos lo
contrario, todas las traducciones del francés y del inglés al español son
nuestras.
5 Diego Rivera a Nelson A. Rockefeller, Detroit, 10 de octubre de 1932, RAC,
Series: Business Interests (en adelante BI), Rockefeller Center, Inc. Diego
Rivera (en adelante RCI-DR), RG 2, caja 94, folder 708.
6 Ibid.
7 Linda Bank Downs, Diego Rivera: The Detroit Industry Murals, Nueva York,
The Detroit Institute of Arts in association with W. W. Norton, 1991, p. 181.
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8 Diego Rivera a Abby Aldrich Rockefeller, Detroit, 5 de noviembre de 1932,
RAC, RFA, BI, RCI-DR, RG 2, caja 94, folder 708.
9 En cuanto corrió la noticia de que Rivera había sido despedido sin que
terminara su encargo pictórico, se desataron todo tipo de críticas y acciones en
apoyo de Rivera y en contra de los Rockefeller: ‘el primer acto en favor de
Rivera se llevó a cabo a escasas dos horas de su despido y fue reprimido por la
policía. A pesar del despliegue de la fuerza policíaca y del cuidado con el que
se intentó sacar a Rivera del Rockefeller Center, el escándalo no se hizo
esperar. La primera manifestación paró el tráfico y generó de inmediato
noticia periodística de primera plana en los principales diarios de Estados
Unidos y de México’. Irene Herner de Larrea, Diego Rivera: paraíso perdido en
Rockefeller Center, México, Edicupes, 1986, p. 51.
10 Telegrama del John Reed Club of Boston a Nelson A. Rockefeller, Boston, 13
de mayo de 1933, RAC, RFA, BI, RCI-DR. RG 2, caja 94, folder 708. Este
telegrama fue redactado a raíz de la enorme quema de libros que los nazis
llevaron a cabo el miércoles 10 de mayo de 1933.
11 Nelson A. Rockefeller a Michael Cuypers, Nueva York, 15 de mayo de 1933,
RAC, RFA, BI, RCI-DR. RG 2, caja 94, folder 706.
12 James G. Norton, de la RCA, a John Roy, gerente de Arrendamiento del
Rockefeller Center, Nueva York, 1 de diciembre de 1933, RAC, RFA, BI, RCI-
DR. RG 2, caja 94, folder 708.
13 Nelson A. Rockefeller a Alan R. Blackburn, Jr., del Museum of Modern Art,
Nueva York, 16 de diciembre de 1933, RAC, RFA, BI, RCI-DR. RG 2, caja 94,
folder 706.
14 Ibid. Entre líneas, se entiende que los Rockefeller estaban dispuestos a
costear el asunto; ni Nelson ni su madre se oponían a enviar donaciones
anónimas al Museo para permitir que éste adquiriera obras en las cuales ellos
tenían un interés particular. Véase, por ejemplo, una carta de Abby Aldrich
Rockefeller a su hijo Nelson, fechada en 1934 y citada en ‘Collection News:
Serendipity at The Rockefeller Archive Center’, Rockefeller Archive Center
Newsletter, primavera de 2002, p. 7. El plan esbozado sugiere que los
Rockefeller estaban dispuestos a pagar por el mismo mural dos veces, una vez
por la obra original realizada sobre los muros del Rockefeller Center; la otra,
por la misma obra transplantada sobre los del Museo.
15 Nelson A. Rockefeller a Blackburn, 16 de diciembre de 1933, RAC, RFA, BI,
RCI-DR, RG 2, caja 94, folder 706. Véase también Morris, Nelson Rockefeller,
p. 104, y Reich, The Life of Nelson A. Rockefeller, p. 110.
16 Patrick Marnham, Dreaming with his Eyes Open, A Life of Diego Rivera,
Berkeley, University of California Press, 1998, pp. 278−79. Joe Alex Morris,
afirma que ‘fracasó’ el plan de Nelson ‘cuando se mostró que era imposible
trasladar el mural’, sin entrar en más detalles. Morris, Nelson Rockefeller, p.
104. Cary Reich, por su parte, asegura que ‘pese a que los administradores del
Rockefeller Center estaban dispuestos a proseguir con el plan, aparentemente
los regentes del Museo [de Arte Moderno] se resistieron’. Reich, The Life of
Nelson A. Rockefeller, p. 110. (Son nuestras las cursivas). Por las
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entrada principal de la Rockefeller Plaza. Véase Reich, The Life of Nelson A.
Rockefeller, p. 106. Lo siguiente lo escribió una reportera sobre Sert y Rivera:
‘en los primeros días, cuando se decoraba el edificio de la RCA, el diminuto Mr
Sert y el gigantesco Mr Rivera trabajaron uno junto al otro. Pero dadas sus
diferentes posturas políticas, no se mostraban entre sí muy amistosos.
Algunos dicen que apenas se hablaban’. Helen Worden, ‘Fascist Salute
Painted by Sert in RCA Mural’, New York World Telegram, 20 de abril de
1943, recorte de periódico, RAC, RFA, BI-RCI Murals-JM Sert, RG 2, caja 94,
folder 709. La descripción de Worden respecto a lo ‘diminuto’ de Sert respecto
a lo ‘gigantesco’ de Rivera podría entenderse como referencia al sitio en el que
se encontraba el primero respecto del segundo, antes de recibir la comisión
para decorar el vestíbulo en el edificio de la RCA.
29 Diego Rivera a Abby Aldrich Rockefeller, Detroit, 5 de noviembre de 1932,
RAC, RFA, BI, RCI-DR, RG 2, caja 94, folder 708.
30 Según José Plá, basándose en lo que escuchó decir a los expertos, Sert ‘tenía
la intuición de la geometría del espacio en función de la pintura. Entendía las
perspectivas, los escorzos, los planos y las formas aplicadas en los lugares más
difíciles de encajar de la arquitectura. Todo lo hacía a ojo, o
aproximadamente. Situándose en un lugar del complejo de una arquitectura,
imaginaba lo que podría poner en ella. En el momento de la colocación
aceptaba o no aceptaba la tela, colocándose en el lugar que le había incitado a
hacerla. Sert sabía situar las nalgas de un angelito en el punto más
extravagante del espacio y sin que las nalgas dejasen de ser de angelito’. José
Plá, Grandes tipos, p. 156. Como se verá por la correspondencia citada más
adelante, la relación entre su pintura y la arquitectura, era algo que
cautivaba particularmente a Sert.
31 Graham Mattison a Nelson A. Rockefeller, París, 29 de abril de 1938, RAC,
RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
32 José Plá, Grandes tipos, pp. 126−27.
33 Ibid., p. 137.
34 John R. Todd a John D. Rockefeller Jr., París, 15 de abril de 1937, RAC, RFA,
BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
35 Ibid.
36 Ibid.
37 La secuencia de eventos y la conversación entre José María Sert y los gerentes
del Rockefeller Center se resume en una carta de Nelson A. Rockefeller a su
padre, John D. Rockefeller, Jr., Nueva York, 24 de junio de 1938, RAC, RFA,
BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
38 Sert a John R. Todd, París, 27 de junio de 1937, RAC, RFA, BI-RCI Murals,
RG 2, caja 94, folder 709.
39 Webster B. Todd a Nelson A. Rockefeller, Nueva York, 12 de agosto de 1937,
RAC, RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
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Ortoll y Ramírez de Arellano: Diego Rivera, José María Sert y los Rockefeller
40 Como mediador para exponer mejor sus ideas, Sert empleó los servicios de
Graham Mattison. Véase Graham Mattison a Nelson A. Rockefeller, París, 29
de abril de 1938, RAC, RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
41 Ibid. Como buen negociador que era, Sert se cuidó de mencionar que, a la par
con su proyecto en el vestíbulo del Rockefeller Center, tenía en manos otro
encargo igualmente conspicuo y en el que habría de invertir mucho tiempo en
cabildeo y gestiones diplomáticas: pintar los muros del nuevo edificio de la
Sociedad de Naciones en Ginebra. Véase José Plá, Grandes tipos, pp. 143−44.
42 Sert a Nelson A. Rockefeller, París, 2 de mayo de 1938, RAC, RFA, RG 2, BI-
RCI Murals, caja 94, folder 70. La traducción del francés al inglés fue de
Graham Mattison; la del inglés al español, de los autores.
43 Ibid. El subrayado es del original. Cabe notar que aunque Sert no contaba con
la fortuna millonaria de los Rockefeller, era un hombre rico. Debido a una
combinación de matrimonios estratégicos y a una alta mortalidad en su
familia inmediata, Sert heredó un capital de $300.000 en los años treinta.
Worden, ‘Fascist Salute Painted by Sert’.
44 Nelson A. Rockefeller a John D. Rockefeller Jr., Nueva York, 24 de junio de
1938, RAC, RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
45 Ibid.
46 John D. Rockefeller, Jr., a su hijo Nelson, Londres, 27 de junio de 1938, RAC,
RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
47 El texto del cable está incorporado a un memorándum de Francis T. Christy a
Nelson A. Rockefeller, Nueva York, 20 de julio de 1938, RAC, RFA, BI-RCI
Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
48 Memorandum de Christy a Nelson A. Rockefeller, 20 de julio de 1938, RAC,
RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
49 Las discrepancias entre Sert y los gerentes del Rockefeller Center se resumen
en carta de Sert a John D. Rockefeller, Esq., París, 11 de noviembre de 1939,
RAC, RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
50 Ibid.
51 Sert a John D. Rockefeller, Lisboa, 4 de agosto de 1940, RAC, RFA, BI-RCI
Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
52 Estos puntos los resume Sert en su carta a ‘monsieur Schley’, París, 2 de
septiembre de 1940, RAC, RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 4, folder 709.
53 Ibid.
54 Ibid.
55 John D. Rockefeller Jr. a Sert, Nueva York, 15 de noviembre de 1940, RAC,
RFA, BI-RCI Murals, RG 2, caja 94, folder 709.
56 Worden, ‘Fascist Salute Painted by Sert’. Las cinco figuras, ‘con los brazos
alzados, las palmas extendidas y los dedos mantenidos juntos en la manera
regular de Hitler-Mussolini’ parados sobre ‘la plataforma de un tren en
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JILAS
~ Journal of Iberian and Latin American Studies, 10:1, July 2004
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Ortoll y Ramírez de Arellano: Diego Rivera, José María Sert y los Rockefeller
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~
JILAS Journal of Iberian and Latin American Studies, 10:1, July 2004
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