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Las ciencias sociales y la filosofía.

Por Pierre Bourdieu

En este artículo Pierre Bordieu trata de hacer ver que la sociología puede contribuir a que la
filosofía y la historia de la filosofía se desembaracen de las constricciones que las determinan.
Comprender las condiciones sociales que han influido en la conformación de las distintas
corrientes y concepciones filosóficas que se han sucedido en la historia permitiría a los filósofos
percatarse de todo aquello que se asume irreflexivamente a través de los conceptos filosóficos
instituidos. El problema, no obstante, radica en que parece reducir el pensamiento filosófico a las
condiciones en que se produce y, conforme a ello, equipara el análisis filosófico con el análisis
sociológico.
Sostiene, en primer lugar, que los análisis sociológicos de las prácticas e instituciones filosóficas
no han de suponer un ataque a la filosofía, sino que serían beneficiosos para esta. El poner en
claro las determinaciones subyacentes a la filosofía ligadas al estatus social de sus autores será,
considera Bordieu, una aportación que podrá llevarse a cabo mediante un análisis. Dicho análisis,
que tendrá por objeto el estatus social de la filosofía y las formas de actuar o pensar asociadas a
tal posición social, constituye un análisis filosófico en sí mismo. Tal análisis habría de estudiar
las determinaciones que constriñen la práctica y el discurso filosóficos (los temas que abordan, la
forma de tratarlos, el estilo, el tono… están determinados por las condiciones sociales).
En segundo lugar, arguye el afamado sociólogo que existe una contradicción entre las verdades
eternas a las que aspira la filosofía y su historicidad, la cual se pretende solventar a través del
comentario. Por medio de este se recurre constantemente a los textos del pasado, pero ello
ocasiona una «deshistorización» de los textos en tanto que se omite «todo aquello que vincula el
texto y su objeto a una historia». Bordieu critica así que la lectura recreadora que realizan los
profesores de filosofía produce un discurso que, aunque se considera «fiel a la letra y al espíritu
de los pensamientos que sólo pretende reproducir», los transforma. Dicha lectura debe reconciliar
autores antagonistas en la historia de la filosofía y hacer coincidir opuestos de modo que la
filosofía perenne que ha de surgir con ello pueda situarse por encima de las filosofías particulares.
Según el autor, la contradicción entre la unicidad de la verdad y la pluralidad de corrientes
filosóficas se ha tratado de superar en la historia de la filosofía con tres soluciones distintas, todas
las cuales deben suprimir la historia para que el pensamiento pasado y el presente puedan
coincidir. En primer lugar, estaría la historia de la filosofía como «revelación de la verdad
revelada», en donde el profesor de filosofía sería «el guardián y el intérprete de los textos
sagrados». Heidegger y su lectura de los presocráticos sería un claro exponente de esta vertiente.
En segundo lugar, estaría una visión arqueológica de la historia de la filosofía, con Kant como
representante, en la que esta se vería como una sucesión lógica de ideas que constituyen una
historia de la razón, es decir, la historia tendría un hilo conductor y este sería el pleno desarrollo
de la razón humana. Es así como la filosofía culminada sería aquella que «concluye y corona,
aunque sin deberle nada, toda la historia empírica de las filosofías anteriores a las que supera y
para las que pone los medios de comprender en su verdad». Por último, en la más radical
concepción de Hegel «la última de las filosofías es, en efecto, la filosofía última, el fin de la
filosofía y de la historia de la filosofía», que contendría todas las anteriores y a la vez las superaría,
de modo que filosofía e historia de la filosofía serían lo mismo.
Conforme a ello, sostiene Bordieu que la ilusión de eternidad que difunde la filosofía proviene de
hacer ver que se ocupa de la esencia y, por consiguiente, está por encima de las contingencias de
la historia. La historia de la filosofía así vista —critica el autor— nada tendría que ver con una
historia social del pensamiento, lo cual obedecería a la ambición sempiterna de la filosofía de
descubrir a priori, antes de toda experiencia, «los fundamentos teóricos de todo conocimiento

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empírico posible». La altivez de la filosofía que, según el autor, sería la que da lugar a la situación
descrita, también acarrearía inconvenientes, como el «confundir la profundidad teórica con el
verbalismo vago y perentorio de un pensamiento poco preocupado por el conocimiento de las
cosas». Por todo ello, la amenaza que la filosofía ve en las ciencias «históricas» se debe, dice el
autor, no a que estas ocupen ámbitos que le son propios a la filosofía, sino a que tratan de imponer
una definición de la actividad intelectual en la que tienen cabida las determinaciones sociales,
políticas, históricas…
A partir de todo ello, Bordieu afirma que una verdadera historia de la institución filosófica sería
útil para hacer ver las influencias de las condiciones sociales en la producción y el uso de los
instrumentos de pensamiento más comunes. El análisis de la retórica filosófica, que conllevaría
un estudio histórico de las condiciones que han llevado al uso del lenguaje como instrumento de
invención, permitiría distinguir el uso especulativo y el uso histórico del lenguaje. Asimismo,
dicha historia (social) de la herencia filosófica permitiría a los filósofos «reapropiarse de su propio
pensamiento» en tanto que «sólo conociendo la historia del pensamiento es posible liberar el
pensamiento de su historia». Dicha historia social de la filosofía tendría, por tanto, la capacidad
de «asegurar una libertad real con respecto a las imposiciones sociales».
Por tanto, Bordieu supone que el discurso filosófico goza de una legitimidad inmerecida que le
han conferido las condiciones sociales en las que se ha producido, lo cual le lleva a afirmar que
objetivar dichas condiciones sociales permitiría no aceptar las afirmaciones filosóficas sin un
juicio previo. Pero no solo eso. Pensar las condiciones sociales en las que se produce el
pensamiento posibilita liberar al pensamiento de esos mismos condicionantes.
En este sentido, advierte que de lo que se trata es de hacer patente los límites del pensamiento
filosófico, relacionados con sus condiciones de producción, lo cual ayudaría a evitar errores
vinculados a la relación del filósofo con el mundo y con la práctica, tales como el que se crea «en
condiciones de retirarse del mundo y de la práctica para pensarlos». No se aspira con ello a una
liberación completa de las imposiciones y la autoridad que ejerce la filosofía como institución
sino a hacerlas manifiestas para que los filósofos puedan con ello liberarse de «todo lo que los
autoriza y les permite llamarse y pensarse filósofos».
Todo ello deja traslucir una determinada concepción de la filosofía: la filosofía no es más que un
juego de imposiciones de autoridad, abusos de poder simbólico y efectos proféticos a través de
juegos de palabras, calambur y usos especulativos de la etimología y del lenguaje. Aunque se
descarta que la filosofía pueda liberarse totalmente de tales efectos de autoridad, el análisis
sociológico tendría, según el autor, la virtud de permitir a la filosofía liberarse de los
condicionamientos sociales en los que se produce el discurso filosófico al hacerle consciente de
los mismos, suponiendo, por tanto, que la filosofía en modo alguno los tiene presentes.

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