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[9] K. Marx y F. Engels, La ideología alemana, p. 5 I (la cursiva es mía). Se trata [ I ] Que no debe confundirse con el amor propio. El amor de sí es una rela-
aquí del movimiento del pensamiento histórico, puesto que en efecto éste es el ción de sí para sí. El amor propio es una relación de uno mismo con los otros. El
problema de Marx. Pero veremos que la cuestión puede generalizarse. primero es siempre solitnrio; el segundo no lo es jamás. La oposición la formuló
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ni RINTOS DHI " I ' ' • ' 'I ' ' ' '" r '
no soñador...22. Duerme... Y saber que ese dormir es el Despertar vacíos y no lo que tu entiendes por ser...»^". Soy consciente de que se
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mismo y que ese soñar es el reposo. Reposo feliz. Despertar sereno. hace algo de violencia al aproximar de esta manera textos de horizon-
Uno parecería estar oyendo el final de la Carta a Meneceo en otro tes tan lejanos, cuyo registro y tratamiento teóricos son tan radical-
mundo y bajo otra luz: el sabio que «en una morada solitaria, tran- mente diferentes. Sin embargo, no puedo dejar de encontrar algo así
quilo su espíritu, disfruta de una alegría sobrehumana en la clara como acentos budistas o más bien como el sordo resonar de un eco
visión de la doctrina... Henchido de alegría, transportado por el lejano («no hay sino agregados vacíos... vacíos... vacíos...») en frases
mensaje del Buda, aguarda el estado tranquilo, el sosiego feliz...»2'. como éstas de Michel Foucault: «Sólo puede ya pensarse en el vacío
Y sin embargo a nuestros ojos hay algo que le falta al budismo, y del hombre desaparecido. Pues este vacío no profundiza una carencia.
es la capacidad de pensar de una forma no metafórica la per- No prescribe una laguna que haya que llenar. No es nada más, ni nada
manencia como efecto (aunque sea ilusorio) de la impermanencia, la menos que el despliegue de un espacio en que por fin es posible pen-
unidad como efecto (aunque sea contradictorio) de la multiplicidad, •.,ii de nuevo» 26 . O incluso: «Del interior del lenguaje probado y reco-
la personalidad como efecto (aunque sea fugaz) de lo impersonal, en i r i J o como lenguaje, en el juego de sus posibilidades llevadas a su
fin, «la espuma» como efecto del gran río...24. Es a eso a lo que se diri- extremo, lo que se anuncia es que el hombre se ha "acabado", y que al
gen en nuestros días las ciencias humanas y a lo que contribuye, como l l i \\.\r al final de toda palabra posible, no es al corazón de él mismo
se sabe, la noción moderna de estructura. El propósito es otro, y tam- donde llegamos, sino al borde de lo que lo limita: en esta región en
bién la problemática uno sospecha que es completamente diferente. que merodea la muerte, en que el pensamiento se extingue, en que la
Con todo, hay entre estos dos pensamientos tan diferentes, impor- l'iomesa del origen retrocede indefinidamente» 27 . De ahí tal vez que la
libiduría actual, la que querría tener lugar hoy, oponga a todo discur-
tantes parecidos y extrañas coincidencias. Véase, por ejemplo, lo que
>bre el hombre «una risa filosófica, es decir, en cierto modo, silen-
escribió Gilíes Deleuze a propósito del estructuralismo: «El estructu-
. !<>•.,i» 2 8 . Y a la «espuma sobre la superficie del Ganges», parece res-
rahsmo no es en absoluto un pensamiento que suprima al sujeto, sino
l'ondi-r, cosas todas bien diferentes además, este hombre transitorio e
un pensamiento que lo desmenuza y lo distribuye sistemáticamente
un icrto —este hombre impermanente— que pronto quizá se borrará,
[«un ensamblaje de causas, de condiciones y de agregados...», decían
• i uno en el límite del mar un rostro de arena...»29,
los textos budistas], que discute la identidad del sujeto [«No hay yo
( l a u d e Lévi-Strauss confiesa así esta filiación:
que encontrar aquí...», decían los textos budistas], que lo disipa y lo
hace ir de lugar en lugar [«como un mono de rama en rama...»], suje-
¿Qué otra cosa he aprendido, en efecto, de los maestros que he
to siempre nómada [«lo que denomináis espíritu se produce y se dis- escuchado, de los filósofos que he leído, de las sociedades que he
persa en un perpetuo cambio...»], hecho de individuaciones aunque visitado y de esta ciencia misma de la que Occidente se enorgulle-
impersonales [«el cuerpo no es el sí, la consciencia no es el sí...»], o ce, sino mendrugos de lecciones que, unas junto a otras, reconsti-
de singularidades aunque pre-individuales [«sólo existen agregados
ni K I i • u i yo u M U NO ni N A K M S O
tuyen la meditación del Sabio al pie del árbol? Todo esfuerzo por III
comprender destruye el objeto al cual nos hemos aferrado, en pro-
vecho de un objeto de otra naturaleza; reclama de nuestra parte un • Qué relación guarda esto con el materialismo? De entrada ésta tan
nuevo esfuerzo, que anula en provecho de un tercero, y así sucesi- limpie: si el alma no existe, si el_yo no es nada, no hay nada que espe-
vamente hasta que alcanzamos la única presencia duradera, que es
i . n . Y el único refugio es esta misma nada. Soledad y desesperanza:
aquella en que se desvanece la distinción entre el sentido y la
' I yo también es un laberinto.
ausencia de sentido: la misma de la que habíamos partido. He aquí
que hace dos mil quinientos años que los hombres han descubier- Por lo que sin temor podemos volver a Pascal: su odio se disuel-
to y han formulado estas verdades. Desde entonces, nada hemos vr en el vacío de su objeto. Ir a odiar unjyo que no existe...
hallado nosotros sino —tanteando una detrás de otras todas las
¿Qué es el yo?
puertas de salida— otras tantas demostraciones suplementarias de
Aquel a quien uno ama a causa de su belleza, ¿lo ama propiamen-
la conclusión a la que habríamos querido escapar'0.
te? No: porque la viruela, que matará la belleza sin matar a la per-
sona, hará que deje de amarla.
¿De qué se trata entonces? ¿Del estructuralismo como religión?
Y si alguien me ama por mi juicio, por mi memoria, ¿me ama a
Ciertamente no. Pero el problema no está ahí, puesto que «No hay mí~! No, pues puedo perder estas cualidades sin desaparecer yo
más allá para el budismo; todo se reduce a una crítica radical, como mismo. ¿Dónde está, pues, estejyo, si no se halla ni en el cuerpo ni
nunca más la humanidad será capaz de hacerla, al término de la cual en el alma? ¿Y cómo amar el cuerpo y el alma si no por sus cuali-
el sabio desemboca en un rechazo del sentido de las cosas y los dades que no son lo que constituye el yo, dado que son perecede-
seres: disciplina que anula el universo y que se anula a sí misma ras? ¿Amaremos, pues, la sustancia del alma de una persona, abs-
como religión»". De hecho, «esta gran religión del no-saber» 32 es tractamente, y algunas de las cualidades que allí encontremos? No
también el saber de una no-religión: ni dioses, ni culto, ni paraíso". se puede hacer tal cosa y sería además injusto. Por tanto nunca ama-
Y es que lo esencial está en otra parte. En la soledad. He aquí la lec- mos a nadie, sino sólo sus cualidades'.
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ción última del Buda: «Ninguna falta puede redimirse. El hombre
Abismo: el yo no es otra cosa que sus «cualidades», que no son
nace solo, vive solo, muere solo. Y es él sólo el que hace su cami-
él, i orno el punto de fuga en que convergen —de manera ilusoria—
no... No esperéis nada de los dioses despiadados... Esperad todo de
M I L I S anónimas paralelas. Abismo y perspectiva: justo al final de este
vosotros mismos»'4. La única realidad del yo es su soledad. Cada
i l ' i M i i o , ese punto. Pero el abismo carece de fondo.
uno tiene como único refugio el sí" —y el si no es nada—. Narciso
Tomemos precauciones. No es el tema de este texto la indiferencia
no existe sino para estar solo.
• i l , i hipocresía, ni tampoco el egoísmo. Pascal no dice: «Nadie me
.u i u-. Ya no tiene dieciséis años. Y tampoco: «Nadie, quienquiera que
[30] C. Lévi-Strauss, Tristes trópicos, Barcelona: Paidós, 1997, p- 465 de la ed. esp. • i. n ú - ,ima». No es aquí ni cínico ni misántropo. No se trata de igno-
[31] Op. cit., p. 462 y 466 de la ed. esp. i i i i I .uñor, de negar su existencia, por más que sea ilusoria: las ilusio-
[32] Ibid. i i ' también son reales... Pascal no dice: nadie me ama, sino lo contra-
[ 3 3 ] Al menos para el budismo primitivo, para el cual «las ideas de Dios y del
alma son falsas y vacías» (W. Rahula, op. cit., p. 76), y que constituye así «una doc- rio u n o ama, eso es seguro, pero (no) ama a nadie. El problema no
trina esencialmente atea en que no hay ni creyente ni deidad» (J. L. Borges, op. cit., i .1. l i i ,i en el sujeto que ama, en su mayor o menor sinceridad, en la pro-
p. 112), si no es como ilusiones del samsára. l l u í . i d o no de su sentimiento, sino en el objeto amado, en lo que
[34] Citado por M. Percheron, op. cit., pp. 34-35.
[35] Dhammapada (XII, 4): «Cada uno es su propio refugio» (citado por W.
Rahula, op. cit., p. 85)- I IV l'.iscal, Pensamientos, cit., 688-323.
|u | Cf. Th. Hobbes, Leviatán, I, 11, p. 86 de la ed. esp. Cf. también De Homine,
[31] Cf. Th. Hobbes, Leviatán, I, 6, trad. C. Mellizo, Madrid: Alianza, '1993, I i ,
I I Ibid.
p. 56 de la ed. esp.
[32] Op. cit., I, 6, p. 49 de la ed. esp. Compárese con Lucrecio, IV, 883-885. | I' l'h. Hobbes, De homme, IX, 21, p. I I O - I I 2 .
[ 3 3 ] Ibid. Compárese con Lucrecio, II, 243-250. | I <| B. Spinoza, Etica, III, prop. 6.
I I' K Spinoza, Ética, III, prop. 9.
[34] Op. cit., I, 6, p. 49.
[ 3 5 ] Lucrecio, II, 244- De la misma manera en Hobbes el conatus está defini- I . lí. Spinoza, Etica, III, prop. 8.
do «como un movimiento a través de un espacio y un tiempo menores que todo H ' 1.1 origen de la noción parece ser galileano: cf. R. Polín, op. cil., p. 56, n. 5-
espacio y todo tiempo asignables» (R. Polín, op. cit., p. 56). I | Bichar, en su célebre definición de la vida («la vida es el conjunto de las
[36] Cf. Th. Hobbes, Leviatán, 1, 6, p. 49 de la ed. esp. ni '. i | u r resisten a la muerte», Recherchesphysiologiques, 1, i) incorpora una ins-
[37] Ibid. [En lo que sigue nos separamos ligeramente de la trad. esp., a cuy.i n I I I I K ) . m i e n t a l del spinozísmo. Se dirá que para Spinoza la muerte no es
paginación, no obstante, seguimos remitiendo. N. del T.] I V n > i n s i . i n u ' n r e : «perseverar en el ser (el conatus^) es, para cada ser finito,
[38] Th. Hobbes, De Homine, XI, 2, citado por R. Polín, p. 59. . ' i . i iitiJit... tiue hace que no sea todo. La muerte no es nada, pero mi ser
[39] Cf. Th. Hobbes, Leviatán, I, 6, p. 57 de la ed. esp. lo ///un/,/. Sólo morimos por no ser Dios.
i i li \ i ( i )
lidad una negación parcial» 68 : también es no ser esto, no ser aque-
Para Spinoza, pues, el deseo está completamente del lado del
llo, no ser todo; en una palabra: no ser Dios. De ahí la ambivalen-
ser, de la vida, de la afirmación —y no como querrían Platón 6 ' y tan-
. 1,1 del deseo. Pues es precisamente esta limitación-negación de
tos otros 64 , del lado de la carencia o de la nada—. ¿Pero cómo expli-
nuestra potencia de existir la que deja lugar a la carencia y a la muer-
car entonces que sea percibido de forma tan diferente, como ator-
i c , que no son el hombre (la carencia y la muerte no son nada y el
mentado por la negatividad? Pues hay reconocer que es Platón
hombre es algo), sino la cruz con que se marca su finitud. Pues vivir
quien parece tener razón sobre este punto cuando escribe que «el
, i < i n p r e es una fuerza, pero limitada: por ello uno puede querer
que desea, desea algo que le falta y no desea lo que no le falta» 65 y,
lumentarla indefinidamente. Lo ilimitado de nuestros deseos (como
por tanto, «he ahí los objetos del deseo y del amor: lo que no se
i .u rucia) se apoya así en la limitación (como fuerza). Lo falsamente
tiene, lo que no se es, aquello que nos falta...» (iW.). Todos pode-
i u I mito (imaginario) de nuestros deseos es la expresión de nuestra
mos reconocer aquí algo de nuestra propia experiencia. Todo ello
I mu ud real: porque no somos todo, siempre deseamos algo. Tal es
apunta, de entrada, a la dimensión temporal del deseo: en tanto que
l.i dialéctica del deseo, y su negatividad, cuyo principio general
se dirige al porvenir (en tanto que se convierte en esperanza), se
' ' l ' i n o z a enuncia claramente; un principio, por cierto, que es el de
dirige, en efecto, hacia lo que no es y hacia lo que falta —hacia lo
que no es, como dice Platón, «ni actual ni presente» (ibidjj—. No t ' i i l . i finitud: «toda limitación es una negación» 69 . Principio umver-
hay esperanza que en el fondo no tenga la nada por objeto. Y ¿qué > l > | i i e vale en consecuencia también para la potencia de existir en
deseo hay que no sea esperanza? Desear vivir es también desear vivir i , mi o que finita: «Esta determinación, por tanto, no pertenece a la
mañana. Y eso jamás está dado. De ahí la impaciencia, de ahí la • "'..i en tanto que es, sino al contrario, indica a partir de dónde la cosa
angustia y la indefinida sucesión de esperas frustradas cuya vanidad ii:' «» (i'¿¡'¿.). Dónde se encuentra la nada: «lo que no tiene, lo que
mucho más tarde Schopenhauer destacará 66 . El porvenir es un labe- ii" es, aquello que le falta a uno...». El deseo en tanto que está de-
i . i i n m . i d o (como grado limitado de potencia) expresa esta potencia
rinto. l i n i i , i no «según su ser»70, sino según su no-ser (eius non esse71), de la 73
Pero hay también otra cosa que concierne no ya a las estructu-
72 m i ' . ni, i forma que una vida está siempre delimitada (o de-termma-
ras de la temporalidad, sino al deseo mismo. Este deseo está del
lado del ser, decía antes; hay que precisar: del ser finito. El deseo es 1 1 no por ella misma sino por la nada que la rodea. Todo ser fini-
en esto siempre ambivalente, como se dice hoy día, porque expresa dc-fine por el infinito que no es. Y mi potencia no está deter-
una potencia, mas también sus límites y la conciencia de sus límites1'7. El «duro i . u l . i más que por sus límites, que son los de la impotencia. Sin
deseo de durar», como dirá Eluard, sólo tiene sentido para quien se
sabe mortal. No hay deseo sin fimtud. Y si todo deseo es potencia, i . S | tilica, I, 8, esc. I.
nunca es sino potencia determinada, es decir (cf, el sentido de la pala- i > ' > | IV Spinoza, Correspondencia, carta 50 a Jarig Jelles, trad. de A. Domínguez,
bra latina determínatioj, limitada. Sin embargo, «ser finito es, en rea- i i i l . A l i a n z a , 1988: «determinado est negatio». Esta fórmula está en el origen
iiMHTables comentarios, particularmente por parte de Hegel, cuyas debilida-
l > i ' i n i c i o s M. Gueroult (Spinoza 1, p. 462-468) y R Macherey (Hegel ou
i . |v I 59-180) han mostrado claramente. Por el contrario, me parece que R
[6?] Cf., por ejemplo, £í banquete, 199-204. i i ' n i r r d i i r e en exceso el sentido y el alcance de esta frase, en que se esboza
[64] Para dar sólo un ejemplo, cf. J. R Sartre, El ser y la nada, Madrid: Alianza,
• u. i de l.i f i n i t u d , presente también en la Ética.
1989, pp. 128-132. «\ Traducción de R. Misrahi (en la edición de la Pléiade) para «juxta
[65] Platón, El banquete, 200-201. |ur Appubn traducía (cf. supra^ por «en tanto que ella es».
[66] Cf., por ejemplo, El mundo como voluntad de representación, IV, Barcelona:
I I Appuhn traducía: «a partir de donde la cosa no es», y Misrahi: «según lo
Planeta, 1996, 57-58.
[67] Cf. Ética, III, 6 a II y escolios.
u
[73] Indefinido en cuanto a su pretensión (es decir, como tendencia o apeti- u 1 cunipucsto» (Etica, II, prop. 13, post. I; cf. también el esc. del lema VII). No
to; cf. por ejemplo, Etica, III, 4, 6 y 8. r»l.( muy lejos de la noción de agregado...
l>l I Y O ; I I • v l K IM i
•'Pero qué importa? No se trata, como ya decía Demócrito, sino de
el deseo, sino lo que el deseo define. Y el sujeto es el lugar de esta
«vivir con el máximo de alegría y el mínimo de tristeza» 6 . Este
definición. Ser materialista es pensar que es la pendiente (el deseo) la
i mismo es el de la vida, y el materialismo es aquí fiel a su vocación,
que acarrea la existencia de dos polos (lo alto, lo bajo, el bien, el
i|uc consiste en considerar la naturaleza «sin añadidos extraños» 7 .
mal...), y no la preexistencia de los dos polos o de uno de ellos lo
«¿No veis lo que grita la naturaleza?», pregunta Lucrecio. «¿Reclama
que hace posible la pendiente. Spinoza escribe: «Queda claro en vir-
d i r á cosa que ausencia de dolor para el cuerpo y para el espíritu un
tud de todo esto que nosotros no intentamos (roñan), queremos,
sentimiento de bienestar, desprovisto de inquietud y de temor?» 8 .
apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que,
Materialismo y naturalismo: teoría del deseo y práctica de la alegría.
al contrario, juzgamos que algo es bueno, porque lo intentamos
I i , i n t e a ello, el idealismo y la religión son siempre teoría del deber, y
(conamur), queremos, apetecemos y deseamos» 1 . A la inversa: no es
|'i.Íctica de la sumisión: si existe el ideal, yo debo someterme a él. Y
el valor lo que detemrina el deseo, es el deseo el que define el valor.
rl primer deber es creer que existe... Sumisión: meterse debajo,
No es el bien lo que es deseable: es lo deseado lo que resulta bueno.
humillarse, descender... «La fe y la humildad son las únicas guías
Y se comprende, pues, que al mismo tiempo que muere toda moral
absoluta (pues ya no hay Bien ni Mal en sí), nace la posibilidad de ' | I M - liay que seguir», dice Bossuet, «es decir, que hay que saber que
una ética, en tanto que teoría de lo bueno y de lo malo para nosotros. todo el bien viene de Dios y todo el mal de nosotros solos»9. Y la
«Pues quiero creer», dirá Nietzsche, «que desde hace mucho tiem- I r misma es un «don de Dios» 10 , y la humildad, y toda virtud... De
po se ha adivinado lo que yo quiero, lo que yo quiero precisamente l i e i lio, si todo el bien existe ya, no nos queda apenas otra cosa que
con esa peligrosa consigna que he puesto en la cubierta de mi últi- i n v e n t a r si no es el mal. Toda «vida buena no es más que una ogracia
ma obra: Más allá del bien y del mal... Eso no significa cuando menos • l < I >ios» n , y sólo el mal —que no es nada 12 — nos pertenece pro-
Más allá de lo bueno y de lo malo2. Y Nietzsche resulta ser spinozista en l ' i . m i e n t e . Es, pues, justo odiarse y mortificarse: la religión se vive
esto', y nosotros mismos. El espíritu humano está solo y juzga < l < rodillas. E s o comienza mucho antes d e l cristianismo y continua-
i i •!' '.pues de él. Si se admite, según la expresión de Platón, «que 79
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como puede, decía yo; pero es necesario juzgar, pues hay que vivir.
No es un deber, es una necesidad: porque no somos sino una parte de ilgo justo en sí... y también algo bello y bueno»", el deber con-
la naturaleza (y no el todo), y porque no nacemos libres sino some- i i < en plegarse a ello. Somos esclavos de los dioses: nuestro deber
tidos a las afecciones de nuestro cuerpo 4 : porque podemos morir o mis i s te en obedecerles 14 . No se trata de hacer el bien sino de seguir-
vivir, sufrir o gozar, estar tristes o alegres... Sin embargo, «el cono-
cimiento del bien y el mal no es otra cosa que el afecto de la alegría
[6] Demócrito, fr. 189.
o el de la tristeza, en cuanto que somos conscientes de él» 5 . La ética, | 7 | IT. Engels, fragmento no publicado del Feuerbach, Etudes phílosophiques, Ed.
pues: la teoría de nuestra alegría. Para que mi alegría perdure. 1068, p. 68.
Desesperanza y simplicidad: la vida no tiene sentido ni fin algu- Lucrecio, II, 16-19.
J.-B. Bossuet, Traite de la Concupíscence, VIII, citado por L.-L. Grateloup,
no más allá de ella misma. Nada la justifica, nada la prolongará.
•'•ilosophique, 1978, p. 272.
I D ] i I . , por ejemplo, san Pablo, Epístola a los Efesíos, II, 8-10.
I I | S.in Agustín, De la gracia y del libre arbitrio, citado por J.-C. Fraisse, Saint
[I] B. Spinoza, Ética, III, esc. a la prop. 9- l ' l i| ; , p. 104.
[2] F. Nietzsche, Genealogía de la moral, I, 17, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid I ' I ' u o i o que «todo lo que es, es bueno»: cf. san Agustín, Confesiones, VII, 12.
Alianza, 2 1975, p. 61 de la ed. esp. [ I I l ' l . u ó n , Ftdón, 65 d.
[3] Como lo apunta G. Deleuze (Spinoza..., cit., p. 34). I I I I . i/'ií/., 6 2 ( y e n s a n Pablo igualmente l a expresión «esclavos d e Cristo»:
[4] Cf., por ejemplo, Ética, IV, prop. 19 y 68, dem. y esc. ' ,i Iw / /M/OÍ, VI, 6).
[5] Ética, IV, prop. 8.
i • 1 . 1 |. i
M I i ' •'. i 'i i YO: 1.1 suiíÑo DI MARI
lo. Y toda virtud tiene su modelo en el cielo; una virtud que la inte- Pentecostés y el Día de Todos los Santos, religión y seriedad: tris-
ligencia puede conocer 15 , es decir, (reminiscencia) rf-conocer. La teza, tristeza, cuando nos posees...
virtud no hay que inventarla sino encontrarla. La santidad es una Muy al contrario, pues, según Demócrito, «el derecho es una
anamnesis 16 . Es preciso alejarse del cuerpo y del mundo, desemba- invención de los hombres» 21 y, por tanto (Epicuro), «la justicia no
razarse de «la locura del cuerpo» 17 , y reproducir en la vida de uno, es algo en sí»24, ni el bien 25 , no existe ninguna moral que sea abso-
lo mejor que se pueda, este valor que llega de lo alto (del mundo inte- l u t a , ni religión alguna que imponga lo que hay que hacer, ni asce-
ligible), y cuyos rayos, como los del sol, descienden. Pues la virtud en tismo, ni santidad. Al contrario, es preciso seguir la gran sabiduría
ese caso sólo puede ser un «favor divino»' 8 , una gracia, y los indivi- del cuerpo, que consiste en buscar el placer y huir del dolor 26 ,
duos virtuosos son hombres «divinos e inspirados» 19 que sólo ac- l í p i c u r o es el anti-Platón. El sabio no está poseído sino por su pro-
túan «gracias al soplo del dios que les posee»20. Se comprende que pio cuerpo; sólo el «divino placer» le inspira. Mi cuerpo sabe más
para ello el cuerpo sea un obstáculo: es preciso vencerlo. El deber •.obre la felicidad que los sacerdotes. No es que carezca de «bienes
consiste en renunciar al deseo (ascetismo), y liberarse de él (santi- espirituales» ni de «valores superiores», sino que éstos vienen de abajo,
dad). Por ello el filósofo no se ocupa en absoluto de «placeres como de lo que soberbiamente Epicuro llamaba «el vientre». No es un sol
los de la comida y la bebida» 21 , ni de «los del amor», ni de «los cui- i nyos rayos desciendan; es más bien como un árbol que asciende.
dados del cuerpo»... Su alma «desprecia profundamente el cuerpo, Siendo el cielo su lugar, es la tierra la que le alimenta: «El principio
lo huye y busca aislarse en sí misma» para así percibir mejor el Bien \i raíz de todo bien es el placer del vientre; a él se reducen los
en sí con «el pensamiento completamente solo y puro»... Llevado al I i i e n e s espirituales y los valores espirituales...» 27 . Se reconocerá ahí
extremo, a eso se le llama estar muerto, porque «purificar el alma» Me proceso de sublimación que Marx y Freud, cada uno a su mane-
no es otra cosa que «separarla lo más posible del cuerpo» y hacer ¡ i . i , se encargarán de teorizar. Y uno se figura que en ese caso la
efectivo, por tanto, aquello que la propia muerte traerá. Pentecostés i e r r e no tiene nada de deseable: puesto que justamente ella no es
l i i i i i / i / , esta nada misma. Desear es tan vano (vacío) como temer. Son
80 y el Día de Todos los Santos: «los verdaderos filósofos se preparan 81
para morir»; los sabios «están ya muertos». Actividad hasta tal n.ismas sin objeto, de los que los «verdaderos filósofos» no tie-
i por qué ocuparse. ¡Filosofar es aprender a vivir! Sólo el placer
punto seria que habrá que admitir que sea justo que se proscriba la
n u e s t r o maestro, un maestro que ignora la muerte tanto como la
risa, indigna como ella es en los hombres y en los dioses...22.
Il n u e r i e le ignora
o a él28. ¡Al diablo la seriedad! ¡Al diablo la tristeza!
|,it l i s . i de Demócrito era la expresión misma de su sabiduría y la
[15] Cf., por ejemplo, el Teeteto, 176-177 y> desde luego, el Menón.
[16] O, al menos, la anamnesis (la reminiscencia) es la única vía que lleva a la
santidad. Cf. por ejemplo Menón, 81-82. itlnúMoino declara inmediatamente que las bromas y la risa no provienen de Dios,
[17] Platón, Fedón, 67 a. lili i p i r son una emanación del diablo; el cristiano debe observar una seriedad
[18] Platón, Menón, 99-100. H H i i i i l r , arrepentimiento y expiación por sus pecados...».
[19] Ibid. M I II I )rmócrito,' según
o Diógenes
o Laercio, IX.
[20] Ibid. |j!4| lipicuro, Máximas capitales, cit., 33.
[21] Platón, Fedón, 63-68. Hasta nueva indicación las siguientes citas corres- | ¿ < | ( ' I . por ejemplo Diógenes Laercio, X, 6.
ponden a este mismo lugar. |jUt| ( I I . por ejemplo Diógenes Laercio, X, 137.
[22] Cf. Platón, República, III, 388-389. Si creemos a Bakhtine (Rabelais, p. 82), I ¿V | Según Ateneo, El banquete de los sabios, XII, citado por Solovine, op. cit.,
la misma condena de la risa se encuentra en los comienzos del cristianismo: f\> I 'n burn comentarlo de este texto puede encontrarse en La morale d'Epicure,
«Tertuliano, Cipriano y san Juan Crisóstomo se levantaban contra los espectáculos Millón (l'.ii-i.s, 1878), pp. 32-35.
antiguos, especialmente el mimo, la risa de los mimos y sus bromas. San Juan | ¿ H | ( I. por ejemplo Epicuro, Carla a Mineceo, cit., 124-125.
u i i M .1 • . . • i 'i NAIO
Y es que, en efecto, el amor es infinito, como infinito es el corroe...»2'. Y es que el deseo se satisface en el goce, mientras que
deseo: tantos cuerpos como corazones y resulta que incluso la el amor ansia poseer 24 y no cesa de soñar con su propia sed...25.
mujer más universalmente admirada por su belleza sólo lo es en De nuevo estamos muy lejos de Freud y de su teoría de la subli-
razón de un acuerdo universal de los deseos, que \osfoedera naturae mación, que no consiste en el sentimiento de lo sublime (pues lo subli-
—aquí las leyes de la especie20— se bastan para explicar. Un mono me carece de existencia en sí), sino en el hecho de que el sentimiento
preferiría a una mona... Ilígue a hacerse sublime. Para Freud, como para Lucrecio —y contra
Lo bello no es, pues, el origen, sino más bien el término del pro- I'Lirón—, no es el alma la que tiene alas sino el deseo (como en esos
ceso. Podemos entonces retomar la dialéctica ascendente del Banquete, I,ilos alados de la antigüedad cuyo recuerdo Freud evoca26). Y es her-
pero cambiando su estatuto: para así llevar a cabo una ascensión real moso que ícaro tenga también, en su redundancia como mito, este
y no el efecto recurrente de un descenso. Para ello hay que hacer de lígnificado simbólico: que el mito emblema de la sublimación sea él
esta dialéctica un movimiento material, es decir, no ya un mero mismo la expresión sublime del deseo. Pues es el sexo ante todo, por
recorrido pedagógico, las fases de una iniciación, sino el movimien- l.i presión material en él de la sangre y del deseo, el que posee, como
to o
to mismo de la producción del bien, su poiesis. El amor no es la peda- > l i i c Freud, la «notable propiedad de poder erguirse contra la grave-
gogía del bien (aquello a través de lo cual se revela lo bello), sino >l,iil» 2 7 . Lo que vale para los sueños vale también para los mitos: el
su poesía: aquello gracias a lo cual lo bello adviene. No su apocalip- \o de Icaro traduce «una excitación sexual general, el fenómeno de
sis sino su génesis. Y la ascensión en él del deseo no es la negación 1 1 < rección»28. Materialismo del fantasma: no es el cielo el que hace
de una caída iniciada de nuevo una y otra vez, la reviviscencia siem- DO 11'le el vuelo, es el vuelo (la sublimación) el que crea el cielo como
pre comprometida de un recuerdo, sino la producción real, aquí y • I horizonte de su deseo. El cielo: eso hacia lo que mi sexo se eleva, el
ahora, de algo nuevo. Los átomos carecen de vida 21 y nosotros vivi- 111,MI hacia donde mi deseo alza el vuelo. Cielo del placer: «envíame al
mos; los átomos no ríen y nosotros reímos; los átomos no aman y i ' !•>...», dice una canción de Boris Vian; cielo del amor: «mi cielo de
nosotros amamos. Lo alto viene de lo bajo, pero no se reduce a ello, • i " ll.is sin nombre...», dice Aragón; cielo de la política: la Comuna
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pues es cierto que vivimos, que reímos, que amamos... Así pues, no • I' P.irís, dice Marx, «al asalto del cielo...»; cielo del arte: «un gran
hay otro amor que el del deseo, pero el amor es algo diferente del firln inmutable y sutil...», dice Flaubert; cielo de la religión: «Padre
deseo: Lucrecio lo rechaza, pero también lo constata 22 . El amor es el
n o que estás en los cielos...», dice la oración; y otros muchos...
tributo (poena: IV, 1074) del deseo, su cuota de angustia (1133-
I o bello y el bien son, pues, hijos del deseo. «Por mi parte»,
1140), de ilusión (I084-U20) y de esperanza (spes: 1086, 1096).
I i i y.\, «si se descartan los placeres de la mesa, los del
Por ello el amor sobrevive a la satisfacción del deseo y no conoce ni
(diluí y todo lo que encandila los oídos y los ojos, no sé lo que es
reposo real ni serenidad: «Finalmente, cuando el deseo acumulado
I I MI u - ". Todo viene del cuerpo (del «vientre»), y si los placeres
en sus venas ha encontrado satisfacción, este violento ardor se rela-
ja por un momento; después sobreviene un nuevo acceso de frene-
sí, el mismo furor vuelve a apropiarse de ellos; y es que ni siquiera I .' I I [.ui-i-ocio, IV 11 5-1120.
ellos mismos saben lo que desean y no pueden encontrar el remedio I ' I | [.cu-recio, IV, I073-H40.
t u, ircio, IV, I097-H04.
que vencerá su mal: hasta tal punto ignoran la secreta herida que les
16 Cf. S. Freud, La interpretación de los sueños, en op. cit., vol. 4 y 5, p. 3 39.
' > I i r u d , Conferencias de introducción al psicoanálisis, en op. cit., vol. 15, II, conf.
[20] Que hacen que el deseo siga siendo intra-específico: IV, 1039-1040. I I"
//.„/
[21] Lucrecio, II, 865-990.
[22] Cf. por ejemplo IV, 1072-1120. )oi Diógenes Laercio, X, 6 (Solovine, op. cit. p. 39).
i i |. •• M U K I N I O S 111,1 i'
esto mismo: ¡la alegría del esfuerzo y del deseo! Sin embargo, esta público y no le interesa hacer comparaciones. No es el narcisismo: no
alegría, dado que yo mismo la puedo alimentar, estará acompañada es una imagen lo que ama, el objeto fantasmal de su deseo («yo»),
de la idea de una causa interior: en mí, este esfuerzo por ser, esta sino este deseo mismo, en tanto que potencia y realidad que, a la vez, me
potencia del deseo... Pues el deseo no es antes que nada una caren- constituyen y me sobrepasan. En fin, no es el orgullo: no está asenta-
cia, lo hemos visto, sino una fuerza, cuya «carencia» no es sino lo do en la ignorancia y en la sobrevaloración de sí18, sino, al contrario,
que la limita. Pero, ¿cómo podría carecer de sí? No puede sino imagi- en la razón y el conocimiento adecuado de sí mismo19. Amor propio,
nándose de otro modo. Por el contrario, el que se conoce está ente- orgullo y narcisismo sólo son signos de nuestra debilidad y del amor
ramente contento consigo mismo". De ahí un nuevo tipo de amor que sentimos hacia nuestras ilusiones. Abandonemos todo eso.
(«una alegría acompañada por la idea de su causa...») que es un I tejémosle a Narciso las lágrimas y los lloros, dejemos el amor pro-
amor de sí (porque su causa es «interior» 12 y que Spinoza denomi- pio a los envidiosos y el orgullo a los ignorantes. Y después abando-
na acquiescentia in se ípso (términos que se traducen habitualmente nemos también la humildad, el arrepentimiento y la vergüenza, falsas
como «satisfacción interior» o «contento de sí»), que es lo contra- virtudes y vanas tristezas, cilicios del alma, secuelas de la religión 20 .
rio de la humildad. Spinoza da la siguiente definición: el contento ( !,ida una de esas cosas sostiene además a la otra: las alegrías ilusorias
de sí es una alegría «que acompaña la idea de una causa interior» i ouclucen a la tristeza por su fragilidad; y las tristezas a las alegrías
(i£>('¿.), es decir, «una alegría que brota de que el hombre se conside- ilusorias por la necesidad de consuelo. Así, por ejemplo, «aunque el
ra a sí mismo y considera su potencia de obrar» 1 5 . Spinoza es el menosprecio propio se opone al orgullo, aquel que se menosprecia
anti-Pascal: en lugar de humillarnos con la rencorosa denuncia de f.i.í muy cerca del orgulloso...»21. Por lo demás, la humildad verdade-
nuestra «miseria», nos eleva con la alegre consideración de nuestra 1,1 y el menosprecio de sí son muy infrecuentes: «pues la naturaleza
o
potencia. Ascensión: pues «la alegría es el paso del hombre de una humana, considerada en sí misma, se opone a ellos cuanto puede, y de
menor a una mayor perfección» 14 , el amor de sí, cuando se lo com- • u suerte, quienes son reputados de menospreciarse más y de mayor
prende adecuadamente, nos eleva. Mejor: es incluso esta elevación, en humildad, son por lo general, los más ambiciosos y envidiosos» 22 . 93
tanto que es consciente de sí y de su causa 15 . Icaro: ¡fuerza del Alegrías ilusorias, falsas tristezas... Laberinto.
deseo!, ¡fuerza de la alegría!, ¡fuerza de la fuerza!
Cuando se lo comprende adecuadamente... Pues este amor de sí I 8 ] Como es el caso del orgullo: Etica, III, def. 28 de los afectos. El orgullo
no es ni el amor propio —que «empuja hacia el odio y la envidia»"' I nr.s, l,i forma ilusoria («delirante»: III, esc. de la prop. 26) del contento de sí.
y, por tanto, hacia la tristeza—, ni el narcisismo —que hace infe- I'i n i un contento ilusorio no es más que la ilusión de un contento, es decir, acaba
• i i l.i i i i s i c z a : pues la realidad (salvo en el caso de que el delirio sea total) acaba
liz—, ni el orgullo —«delirio» que nos hace, como a Narciso, n i i i p u , tarde o temprano, por imponerse.
«soñar con los ojos abiertos» 1 '—. No es el amor propio: se ríe del I ' ) ¡ linca, IV prop. 52 y dem.
'i 1 1 ("f. especialmente Etica, III, def. 26, 27 y 3 I de los afectos y Etica, IV,
|'i»|' > i, 54 y cap. 23.
[ I I ] Cf. Ética, IV, apénd. cap. 3 2. ' I l'.tíca, IV apénd. cap. 22. [Para seguir del modo más fiel posible la argu-
[12] Ética, III, esc. de la prop. 30. H u i Jel ,111 tor, nos separamos en este punto de la traducción de V Peña —más
[13] Etica, III, def. 25 de los afectos. in n l i s i . i i i i e , al original latino que la traducción francesa que maneja Comte-
[14] Ética, IV, def. 2 de los afectos. i l l r . Donde V Peña traduce los términos latinos abjectío y superbia por «abyec-
[15] En virtud de las definiciones del amor y de la alegría : Ética I I I , del. il'irhia», el traductor francés emplea los de rnéscstime y orgutil, N. del T.].
6 de los afectos. ' ' I / 1 i n i , I I I , def. 29, expl. Se ve como La Rochefoucauld no está muy lejos
[16] Etica, III, esc. del cor, I de la prop. 55.
[17] Ética, III, esc. de la prop. 26. f i n el Moliere del Tartufo. Y es que el siglo XVII no sólo es el siglo de las
l ' i . M i l u el Je 1,1 Incide/.
felicidad. El sabio se ama más por saberse amado por sus amigos, y una y de nuestra felicidad»", está en otra parte: en «la amistad
94 95
más aun por amarlos. Tanto más alegre se siente cuanto más ama; y |nc cada uno se dé»' 4 . De ahí que nos topemos una vez más frente
cuanto más ama tanto más alegre se siente 29 . Los amigos de sus ami- l.is muecas de Pascal y el llanto de Narciso, con la risa de
l)rmócrito i 5 . Pues «es preciso extender la alegría, pero también
[23] Lo que nos devuelve una vez más al mismo punto, porque el conoci-
miento es una acción del alma; cf., por ejemplo, Ética, III, prop. 59 y dem., que u i | M. Montaigne, Ensayos, III, 13, Madrid: Cátedra, 1993 ss.
remite a III, 1. [ U | M. Montaigne, Ensayos, III, 12, cit.: la vida «debe ser ella misma su pro-
[24] Cf., por ejemplo, Etica, III, prop. 59 y esc. , ' l , | i n \ < > » . Compárese con Spinoza, Etica, IV 25: «Nadie se esfuerza por con-
[25] El verbo acquiescere, que Appuhn traduce por «sentirse contento», «hall.n
i ,1 causa de otra cosa». La vida es, pues, sinfín, y ni siquiera la felicidad
contento» y R. Caillois por «estar satisfecho», reúne en latín el triple matiz de npo „ , I M, Conche, Montaigne ou la conscíence bereuse, Seghers, p. 94.
so, de calma y de placer —o sea, señalémoslo, el mismo contenido semántico que la M. Montaigne, Ensayos, III, 13, cit.
palabra ataraxia en Epicuro—. Para el uso de esta palabra en Spinoza, c£, por ejem M. Montaigne, Ensayos, III, 10, cit.
pío, Etica, III, def. 25, IV, apénd., cap. 32 y V, esc. de la prop. 42. |H //<„/
[26] Ética, IV cor. I de la prop. 35. I] ' I, M. Montaigne, Ensayos, I, 50, cit.: «Demócrito y Heráclito han sido
[27] Epicuro, Máximas capitales, cit., 27- Ir los cuales el primero, como encontraba vana y ridicula la condi-
[28] B. Spinoza, Correspondencia, carta 19 a Blyenbergh, trad. de A. Domínguez, I .1. .sólo se mostraba públicamente con un rostro burlón y riéndose;
Alianza: Madrid, 1988. l u í , i | i i c encontraba digna de piedad y compasión esta misma condición
[29] El amor, la alegría, el contento de sí y la amistad se alimentan así m u i u . i
i l i . i i - l rostro continuamente entristecido y los ojos cargados de lágrí-
mente, y se refuerzan: cf. Etica, todo el libro III. i i 1 , 1 in.i.s el primer rcmprr,miento...». La continuación del texto mués-
I I MI I n l i l ¡( M" '
aplacar tanto como se pueda la tristeza»' 6 ; y, ¿qué peor tristeza que
odiarse, qué mayor alegría que amarse, y más sólida aun, si es libre?
El sabio es el anti-Narciso, pero no por odio hacia sí. Odiarse es
tomarse demasiado a pecho' 7 ; la risa corresponde mucho mejor a
nuestra condición, que es «vana y ridicula»' 8 , pero que, con todo, es
necesario amar, y alegremente: porque es nuestra y porque sólo se
trata de vivir y de disfrutar de ella. El anti-Narciso es un Narciso
curado: de sus fantasmas y de sus ilusiones, de sus esperanzas y de
sus temores, de los espejismos de la posesión y de las vanidades del
LOS LABERINTOS DE LA POLÍTICA:
orgullo... Narciso librado de sí mismo, y lleno de alegría por esta salva-
AL ASALTO DEL CIELO
ción.
El anti-Narciso: Narciso curado de su sueño, y que se despier-
ta. Narciso desesperanzado. Narciso
I i MITO DB ll