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lo bajo hada lo alto (ícaro,..) el que caracteriza al materialismo.

Nuestro problema será, pues, comprender cómo el pensamiento de


lo «bajo» (el materialismo) desemboca en la idea (una y otra vez
puesta en cuestión, lo veremos) de una subida, cuando el pensa-
miento de lo «alto» (el idealismo, la religión...) no deja de teorizar
la idea (una y otra vez superada y negada) de una caída. Y para que
todo esté claro —en estos tiempos en que, casi felizmente, ya se ha
desembarazado de los oropeles de la moda y pronto lo hará del peso
de las iglesias— dejemos a Marx la tarea de concluir, si se puede
LOS LABERINTOS DEL YO: EL SUEÑO DE NARCISO
decir así, esta introducción. Pues «al encuentro de la filosofía
(idealista) alemana que desciende del cielo a la tierra», dice en La
ideología alemana, «aquí ascenderemos de la tierra al cielo»"3. De la tierra al
cielo... ¿Me comprendéis ahora? ¡ícaro! iícaro!

«El conocimiento que tenemos del cuerpo no es tal que lo conozcamos


perfectamente. Y sin embargo ¡qué unión! ¡qué amor!».
Spinoza

42 43
I

Podemos partir de Narciso. Por otra parte, ¿desde dónde, si no?


A falta de algo mejor, uno debe partir de sí. Para todos, Narciso es
nuestro «sí» —sin duda más hermoso, pero, ¿qué importa? No
siempre hay espejo.
A menudo nos equivocamos con Narciso. Su debilidad no con-
siste en amarse. Al contrario, ahí radicaría su fuerza, si es que él
mismo se amara verdaderamente. Pues no es cierto que lo que le falte
a Narciso sea, como decía Pascal, odiarse, y al escribir eso el mismo
Pascal se nos presenta más loco que aquellos a quienes critica. El
amor de sí' es sabiduría, y es también virtud: si hay que amar al pró-

[9] K. Marx y F. Engels, La ideología alemana, p. 5 I (la cursiva es mía). Se trata [ I ] Que no debe confundirse con el amor propio. El amor de sí es una rela-
aquí del movimiento del pensamiento histórico, puesto que en efecto éste es el ción de sí para sí. El amor propio es una relación de uno mismo con los otros. El
problema de Marx. Pero veremos que la cuestión puede generalizarse. primero es siempre solitnrio; el segundo no lo es jamás. La oposición la formuló

l-l MI I ' i III I' MUÍ j


'u HUÍ, n i l i . i i . s e es una falta y el comienzo mismo del ego- mos, es amar la imagen nos hemos hecho de la persona, imagen
I . u n . ompletamente ocupado en odiarse, no hay otra cosa siempre deformada, embellecida, transfigurada... Debe haber algo de
M L. p u ,ini,ir a los otros. El otro es un «yo» también... Y ved sueño en el amor para que haya pasión; y es ese sueño lo primero
. i i i n i i i mío se encadena en Pascal: como «el yo es odioso»2, «no hay que amamos. Pues la pasión es idólatra.
i | i i r ,1111,ir más que a Dios y no odiar más que a uno mismo»'. Locura, Por lo tanto, Narciso no se ama a sí mismo, ama su imagen. Ser
sí; locura de la cruz, locura de la tristeza. Contra lo cual Montaigne ciego le hubiera salvado. Está enamorado de sí, idolatra su reflejo,
tiene razón, y más aun la tiene Spmoza. Pero no es tiempo de elevar- su doble en el espejo. Tampoco él ama otra cosa que simulacros. Se
se a estas alturas y el mero sentido común es aquí suficiente. Todo .mía «con locura», está bien dicho: lo contrario de la sabiduría.
odio es malo, pues sólo siente alegría en el sufrimiento de lo que ( .orno dice con razón Alain, el amor propio —del que Narciso no
detesta. Odio de sí: masoquismo. ¡A buscar los látigos y los cilicios! es sino el extremo apasionado— es un amor desdichado 5 . De ahí sus
Pero Narciso no se ama. Está enamorado, ahí radica su locura. Ligrimas: «¡Ay de mí! ¡La imagen es vana y el llanto eterno!» 6
Y como todo enamorado, lo que 1
ama es una imagen.
O
Todos lo ¡Narciso inaccesible, Narciso mortal! «Entre la muerte y el sí, qué
hemos estado alguna vez; o al menos hemos estado a punto. Amar mirada la suya...»7. Sí, como Tnstán, Narciso sólo sabe vivir un
a una mujer o a un hombre es demasiado difícil. Hay que aceptar tal «helio cuento de amor y de muerte»8. Incluso él sólo llega a ser bello
diferencia, tal soledad... El corazón se consume en ello. Incluso una m los cuentos, precisamente en los sueños y en las mentiras. La vida
«mujer fácil» se resiste: nos abre su cuerpo pero su alma es otra rs diferente, y nosotros somos Narcisos sin su belleza. Para nos-
cosa. No hay alma objeto, he aquí la cuestión, porque los objetos no nlros no hay ninfas, no hay otro eco que el de nuestros fantasmas.
tienen alma. Por otra parte, uno en ese caso no estaría enamorado: Igual que un Narciso feo que se cree hermoso, cada uno de nos-
el fetichismo es cualquier cosa menos un sentimiento. Dicho bre- u i i o s , como un nuevo Tristán que sería su Isolda, ha bebido el fil-
vemente: sólo amamos a las personas y las personas son difíciles de
I I D Itmesto y se ama sin razón alguna con un amor sin alegría. Sin
44 amar. Amables, pero difíciles.
i . i / ó n , sin alegría, sin objeto: los simulacros no se poseen y la ima-
Quedan, pues, las imágenes. Más amables que los objetos,
'.M n se deshace en la onda que se estremece. ¿Cómo podría amarse
menos perturbadoras que las personas, más complacientes, más
i I vo que no se conoce? Apenas existe... Es tanto como amar un
fáciles... Algo de eso saben las jóvenes que adoran la fotografía col-
Mimo. Y se trata en efecto de un sueño: el yo no es sino su propio
gada en la pared de su habitación. No se equivocan: comienzan por
MIC-ÍIO, la ilusión de su adorada existencia. El narcisismo es el amor
lo más fácil. Después descubren que no tienen necesidad ni siquie-
< l < i-sie sueño y el sueño mismo. Narciso sueña llorando...
ra de fotografía, y que la imagen que llevan en sí (de una estrella,
¡Silencio! ¡No lo despertemos! Veámosle dormir: es tan hermo-
de un amigo, de un desconocido...) basta por sí sola. Los amantes
'.o... Su belleza es su trampa, es verdad, pero también su excusa,
no hacen nada más, y Lucrecio decía con razón que el enamorado
i.'iiu'n de entre nosotros se resistiría? Contemplémosle, admiré-
jamás ama otra cosa que simulacros 4 . Amar a alguien, todos lo sabe-
mosle, comprendámosle... Y después mirémonos a nosotros mis-

claramente Rousseau (en una problemática que no es la nuestra): el Discours sur


¡'origine de l'inegalité, nota O. ') | ( ' I . Alam, Définitions, def. de «amor propio».
[2] B. Pascal, Pensamientos, 597-455 (cf. también 220-468 y 271-545), trad. 6| I! Vilcry, Narciseparle, París: La Pléiade, t. I, p. 82.
de C. Ramírez de Dampierre, Madrid: Alfaguara, 198?. |7| P. Valery, Fragments du Narcise, París: La Pléiade, p. 130.
[3] Op. cit., 373-476. [8| / 1 ruinan de Tristán et heut, en la versión que de ella ha dado Joseph Bédier,
[4] Cf. Lucrecio, IV, 1058-1191, y especialmente 1094-1096.

I I M i l u 1)11 ICAKOl I l'.l K I N T O N 1)111 i IU 1)1 N.Mli ISO


mos. Tomemos la medida de nuestra fealdad, de nuestra inverosímil Y después, el estructuralismo de nuestro tiempo. Pero estos gran-
banalidad, de nuestra simpleza. Este cuerpo fofo, este rostro insí- des personajes no partían de cero, y la crítica del sujeto, aunque
pido y vacío, esta piel sin brillo... Narciso sin belleza, Narciso sin fuera «revolucionaria», tuvo también sus tradiciones. Me limitaré
grandeza, Narciso sin excusas. Dejémosle dormir —puesto que no a evocar aquí dos, al menos para comenzar: el epicureismo y el bu-
existe— el sueño profundo de los mitos. Y después despertémonos. dismo. Luz de los orígenes: algo inaudito se dijo ahí que no se su-
perará.
Sabemos que en Epicuro y Lucrecio el yo no es una sustancia,
II
un ser o una esencia, sino (para utilizar una expresión moderna) un
efecto de estructura'. No hay más que materia y vacío: átomos sin
Hemos perdido la evidencia del cogito. Al revés que Descartes, no es
vida en un vacío sin límites. Y ni el vacío es un sujeto, ni los áto-
del mundo de lo que dudamos, sino de nosotros mismos: ¿qué es
mos lo son. La vida no es algo propio sino un accidente 4 : accidente
este «Yo» que piensa? o ¿qué es lo que piensa a través de él? Cogitatur,
mi cuerpo y accidente mi alma... La subjetividad no es así más que
decía Nietzsche, pero para constatar de inmediato que incluso esta
desplazamiento y relaciones entre átomos tanto en el interior (ani-
forma, la más neutra posible, no escapa a las ilusiones del sujeto y
mus, anima*), como en el exterior (simulacros) del cuerpo. Singular
de la sustancia, ni a las trampas de la gramática 1 . Laberinto del yo,
dacia: estos movimientos de átomos en el vacío dirigen no sólo la
laberinto del pensamiento, laberinto de la lengua... Apenas se puede
.acepción sino también la voluntad y el pensamiento 5 . Es esto lo
decir, según la fórmula famosa de Rimbaud, que «yo es otro» (Je es
i|ue piensa en mí, es esto lo que quiere en mí; en mí pero también
un autri) — lo que después de todo le dejaría existir en alguna parte,
¡aera de mí 6 . No soy yo quien piensa; es la naturaleza la que piensa
ajeno, desconocido sin duda, pero real, real y singular, más allá de la
cu mí. Incluso esta expresión es inadecuada. Pues la naturaleza
multiplicidad vaga y casi fantasmal de sus apariciones — . En el
misma no es un sujeto. Es una naturaleza «sin fin ni totalidad» 7 , sin
fondo un alma, si se quiere, un sustrato, una sustancia...2. Pero las
pensamiento ni voluntad: en mí, fuera de mí, hay vida; pero la vida 47
46 ciencias humanas nos han enseñado, como se suele decir, o al menos
n < > es un ser. En mí, fuera de mí, hay pensamiento; pero no alguien
nos han ayudado a pensar, que esta singularidad era ella misma ilu-
due piense 8 . La vida, el pensamiento, no son seres sino procesos, no
soria, que no había ni sustancia ni substrato, sino un juego múlti-
•.on cosas sino movimientos, no son sujetos sino accidentes. En mí,
ple e indefinido de estructuras diversas (físicas, psíquicas, sociales,
l u c r a de mí, por doquier, siempre: átomos y vacío, vacío y átomos,
lingüísticas...), de las que «el alma» no sería en ningún caso el suje-
to, o la causa, o la suma, sino, todo lo más, el efecto. Con todo, si
yo soy mudos otros (de entre todos los cuales ninguno es un yo, y | i ] Sobre la relación epicureísmo-estructuralismo, cf. J. Brun, Epicuretsme el
cuya suma ella misma no constituye al alma en tanto que realidad Hitituralisme, Actes du VIII Congrés de l'Association G. Budé, pp. 354-360.
asignable), ¿qué resta ahí del sujeto? Sin duda, nada más que la ilu- 41 Cf. Lucrecio, I, 445-482.
| 5] Cf. Lucrecio, IV 722-822 y 877-906.
sión de sí. Tal Narciso no es el sujeto de su sueño.
d | Más exactamente: en la relación entre el interior y el exterior: Lucrecio, IV
Esta puesta en cuestión — incluso esta negación— del sujeto ' - ' S¿2 y 877-906.
pertenece a nuestra modernidad: Marx, Nietzsche, Freud, Saussure... | 7] «Ñeque finís... ñeque summa...»: Lucrecio, II, 339.
| 8 | Al menos como sujeto sustancial, puesto que las únicas sustancias son los
. H u m u s y el vacío —que no piensan—, y que el pensamiento de un sujeto está
[ i ] Cf. F. Nietzsche, Voluntad de poder, I, trad. de A. Froufe, Madrid: Edaf, i- inprc i.inibién (por los simulacros) fuera de sí mismo. En este sentido se podría
' l i . i i . por utilizar una expresión de Louis Althusser, que el pensamiento para
1990, § 98.
I | i i i uní y Lucrecio es un proceso sin sujeto.
[2] Op. cit., I, I, § 147-

I i MITO DI ¡CAHO i i MU H I M D S ni i yii¡ i i stll ÑU ni N.Aiiriso


átomos moviéndose en el vacío... Nada más. Eljyo está, pues, atomi- Jos corrientes de pensamiento que, a pesar de sus diferencias, están
zado en un sentido estricto. El «Yo» [je] no es más que un juego \jeu\e átomos, en todas idas, las acepciones del señalado,
ya lo hemos término: como
un conjunto
por un (o,aire de familia. Es el
en particular de su concepción del yo. Para el budismo el_yo no
como suele decirse, un «juego» de piezas sueltas), un funciona- e. Y no es una cuestión terminológica: el ego, el alma, el psi-
miento (como se habla del «juego» de un mecanismo), un margen • | i n s i n o , el átman, el sí tampoco existen". El sujeto no existe. No hay
de indeterminación (como se dice de la holgura de una pieza mal m.is que agregados, como dice el Buda, es decir, combinaciones fuga-
ajustada que hace que ésta tenga «juego»: cf. el dinamen en ' < •• c u y a aparente continuidad no es sino ilusoria.
Lucrecio), en definitiva una actividad que no tiene «otro fin que el listo es cierto del cuerpo, que no es sino un nombre para desig-
placer que procura» 9 , pues la voluntad «nos hace ir siempre allí n.ii la pluralidad indefinida de sus partes. El Milíndapañha nos trans-
donde el placer nos arrastra a cada uno de nosotros» 10 . Exit, pues, a la m i t e así la discusión que tuvieron (en el siglo II a.e.c.) el sabio
religión: los átomos son increados, la naturaleza ciega y los dioses l ' i i i l i s t a Nágasena y el rey griego Menandro. Este último desea saber
indiferentes. Exit también a la moral, al menos bajo su forma abso- ,¡1111-11 es Nágasena:
luta: el único mal es el sufrimiento, el único bien el placer, la única «—Venerable, ¿cuál es vuestro nombre?
virtud la felicidad. Epicuro deja a Narciso con su fuente y sus lágri- »—Majestad, me llamo Nágasena... Pero aunque los padres le
mas, a la religión con sus fantasmas y a la moral con sus espantos. • l i ' i i ,i cada uno el nombre de Nágasena o el de Sürasena o el de
Como un nuevo Icaro, «avanzó más allá de los muros en llamas del \a o el de Síhasena, ésa, en todo caso, no es, Majestad, más
mundo», nos dice Lucrecio, y «recorrió el todo inmenso con el espí- • | i n una forma de nombrar, un término, una denominación, una
ritu y el pensamiento»". Pero no encontró en él ni espíritu ni pen- I' i.'nación cómoda, un simple nombre, el de Nágasena; pues no
samiento. El sabio, el loco, el santo... no son sino átomos y vacío. l i . i v ningún Yo que encontrar aquí».
Sólo la felicidad marca la diferencia: es, pue's, de ella sólo de lo que l i l rey insiste:
48 hay que ocuparse. ¡Pobre Narciso que prefiere ocuparse de sí! «—¿Qué es entonces Nágasena? Te lo ruego, Venerable, los 49
Demócrito, padre del atomismo y antiguo maestro de Epicuro, i .il'dlos de tu cabeza, ¿son Nágasena?
fue de entre todos los filósofos griegos el que más viajó y el que »—En absoluto, Majestad.
llegó más lejos. Para explicar su saber enciclopédico, escribe León »—El vello de tu cuerpo, ¿son Nágasena?
Robin 12 , los griegos apelaban a «sus viajes 3 la India donde conoció »—En absoluto, Majestad.
a los gymnosofistas (fakires), a Caldea y a Egipto, junto a magos y »—Las uñas, los dientes, la piel, la carne, los nervios, los hue-
sacerdotes, en Persia y en Etiopía...». Si hemos de fiarnos de esta l.i médula de los huesos, los riñones, el corazón, el hígado, la
tradición, no es imposible imaginar que haya podido experimentar,
en esta extraña India en que un siglo o dos antes nació su fundador,
I i | Esta negación del yo por parte del pensamiento budista es tanto más
la influencia del pensamiento budista. Eso podría ayudar a explicar
i M ' i . i U i - por cuanto que se da de bruces con la tradición brahmánica y ana para las
ciertas convergencias sobre numerosos y decisivos aspectos, entre l ' i 1.1 existencia del átman (el alma individual, el sí) y del brahmán (el alma univer-
1 S/ supremo) formaban parte de sus creencias fundamentales. Por otra parte,
i . i l ve/ una de las razones del fracaso final del budismo en India: iba contra
[9] Diaionnaíre Roben, t. 3, p. 857. uní n i r («esta Verdad que va al encuentro de lo corriente...», decía el Buda) y la
[10] Lucrecio, II, 257-258. Este juego tiene desde luego sus reglas: las foedera n i r acabó por llevárselo por delante... La oposición entre el budismo y el
trae. U i l n i i . m i s i n o no puede hacerse sin evocar desde este mismo punto de vista la opo-
[II] Lucrecio, I, 73-74. i r u i n el atomismo antiguo (de Leucipo a Lucrecio) y las doctrinas órficas,
[12] La pense'e grecque. París, 1928, p. 38. I i ' i . ' n i u . i s , platónicas y estoicas y, después, finalmente cristianas...

| l'l Mili' IU ll AKO | • l l l ' H I N IOS l'l l'.ii


pleura, el bazo, los pulmones, los intestinos, la orina, el cerebro..., percepción, las predisposiciones y la consciencia. Pero en sentido
¿son Nágasena? absoluto no hay Yo que encontrar aquí»17.
»—En absoluto, Majestad» 14 . El individuo no es, pues, un ser. Por otra parte, los seres no
Pero esto es verdad afortiorí del alma o de la conciencia. He aquí i - M M e n . «Dices que existen seres. Eso sólo es una opinión falsa,
lo que enseñaba el Buda: «Mejor sería, discípulos míos, que tomarais n l i Mará. No existen más que agregados vacíos, y no lo que tú
por el Sí el cuerpo material y no el espíritu. El cuerpo subsiste un • ni iendes por «ser». Igual la gente denomina "carro" a un conjun-
momento, pero lo que denomináis espíritu se produce y se deshace en 10 de trozos de madera ensamblados, a la reunión de causas, con-
un perpetuo cambio... De la misma forma que un mono que se divier- 11 ir iones y de agregados se le designa con el nombre "ser"» 18 . No
te en el bosque agarra una rama y después la abandona para volver a l i . i v individuos, sólo agregados: «Lo que se denomina "Yo" o "Ser"
colgarse de otra, y luego de otras más, de igual forma, discípulos míos, fel sólo una combinación de agregados físicos y mentales que ac-
lo que llamáis espíritu, pensamiento, conocimiento, se forma y se 1 1 1 , 1 1 1 conjuntamente de una forma interdependiente en un flujo de
disuelve sin cesar» 15 . Y es que ninguno de los cinco agregados que i . i i n b i o momentáneo sometido a la ley de las causas y los efectos,
componen el hombre es el sí. El Vinaya-Pitaka nos informa de las v n.ida hay en ello de permanente, de eterno y sin cambio en la
siguientes palabras del Buda: «El cuerpo, oh monjes, no es el Sí, la totalidad de la existencia universal» 19 . Así pues, ni alma, ni yo, ni
sensación no es el Sí, la percepción no es el Sí, las construcciones no • . i i | i - t o : «Sólo existe el sufrimiento, pero no hallamos ningún
son el Sí, tampoco la consciencia es el Sí...»16. Y tampoco el conjunto lufridor. Los actos existen, pero no encontramos ningún agen-
de esos cinco agregados son el Sí. Citemos de nuevo el Milindapañha: i r » ' " . El hombre es sólo un compuesto impermanente en un
«—Y entonces, Venerable, la forma, la sensación, la percepción, oí i'-.mo de impermanencia: «como espuma sobre la superficie del
las predisposiciones y la consciencia todas ellas reunidas, ¿son < i,ingés...» 2 1 .
Nágasena? Hay que decirlo para que no parezca que cedemos a las modas
50 »—En absoluto, Majestad». oí u-ntalizantes o a un acceso de religiosidad (aunque el budismo no 51
Y sin embargo nada hay en el hombre salvo esos cinco agregados: (I iodo el Oriente ni es apenas religioso): tales palabras hablan hoy
«—¿Y entonces, hay/ algoo
más, Venerable, además de la forma, .1 nuestra sensibilidad y a nuestra angustia. Narciso, que se agota a
las sensaciones, la percepción, las predisposiciones y la consciencia Inrr/.a de buscarse, que enloquece a fuerza de perderse, encuentra
que sea Nágasena? , i c | i i í , en la idea de su inexistencia, en la evidencia de su vacuidad, un
»—En absoluto, Majestad». . i l ' i . i de paz, tranquila y serena. Duerme, Narciso, duerme... Sólo
En resumen, el Sí no es ni uno de los cinco agregados,
o o ni su l u v reflejos y no Narciso, ni fuente... Duerme... Sólo hay sueños y
suma, ni otra cosa. Y es que no es nada: el Sí no es. Nágasena con-
cluye de nuevo:
«—Nágasena no es más que una forma de nombrar, un térmi- [ 1 7 ] Citado por H. Arvon, op, cit., p. 85 (la cursiva es mía).
[18] Samyukta-ágama anónimo citado por A. Bareau, op. cit., p. 115.
no, una denominación, una designación cómoda, un simple nombre l ' ) | W. Rahula, op. cit., p. 9-
para mis cabellos, mi vello..., mi cerebro, la forma, la sensación, la 120] Buddhaghosa, citado por Mircea Eliade (Histoin des croyances et des íiées reli-
' . Payot, 1981, p. 98). W Rahula, que cita también este texto (op. cit., p. 46),
n i i , I r este comentario: «No hay pensador detrás del pensamiento. El pensamiento
[14] Citado por H. Avron, Le Bouddba, París: PUF, pp. 81-82. , I m i s i n o el pensador... Esta idea se opone diametralmente al cogito, ergo sum car-
[15] Citado por M. Percheron, Le Bouddha et le bouddbisme, París: Seuil, p. 58. i , i.ino...» ( p . 47).
[16] Op. cit., p. 57. | .' I | Citado por L. Chauchard, /./ bouddhisme, Seghers, p. 47-

| lil MI 10 I H ¡i A U O '
ni RINTOS DHI " I ' ' • ' 'I ' ' ' '" r '
no soñador...22. Duerme... Y saber que ese dormir es el Despertar vacíos y no lo que tu entiendes por ser...»^". Soy consciente de que se
1
mismo y que ese soñar es el reposo. Reposo feliz. Despertar sereno. hace algo de violencia al aproximar de esta manera textos de horizon-
Uno parecería estar oyendo el final de la Carta a Meneceo en otro tes tan lejanos, cuyo registro y tratamiento teóricos son tan radical-
mundo y bajo otra luz: el sabio que «en una morada solitaria, tran- mente diferentes. Sin embargo, no puedo dejar de encontrar algo así
quilo su espíritu, disfruta de una alegría sobrehumana en la clara como acentos budistas o más bien como el sordo resonar de un eco
visión de la doctrina... Henchido de alegría, transportado por el lejano («no hay sino agregados vacíos... vacíos... vacíos...») en frases
mensaje del Buda, aguarda el estado tranquilo, el sosiego feliz...»2'. como éstas de Michel Foucault: «Sólo puede ya pensarse en el vacío
Y sin embargo a nuestros ojos hay algo que le falta al budismo, y del hombre desaparecido. Pues este vacío no profundiza una carencia.
es la capacidad de pensar de una forma no metafórica la per- No prescribe una laguna que haya que llenar. No es nada más, ni nada
manencia como efecto (aunque sea ilusorio) de la impermanencia, la menos que el despliegue de un espacio en que por fin es posible pen-
unidad como efecto (aunque sea contradictorio) de la multiplicidad, •.,ii de nuevo» 26 . O incluso: «Del interior del lenguaje probado y reco-
la personalidad como efecto (aunque sea fugaz) de lo impersonal, en i r i J o como lenguaje, en el juego de sus posibilidades llevadas a su
fin, «la espuma» como efecto del gran río...24. Es a eso a lo que se diri- extremo, lo que se anuncia es que el hombre se ha "acabado", y que al
gen en nuestros días las ciencias humanas y a lo que contribuye, como l l i \\.\r al final de toda palabra posible, no es al corazón de él mismo
se sabe, la noción moderna de estructura. El propósito es otro, y tam- donde llegamos, sino al borde de lo que lo limita: en esta región en
bién la problemática uno sospecha que es completamente diferente. que merodea la muerte, en que el pensamiento se extingue, en que la
Con todo, hay entre estos dos pensamientos tan diferentes, impor- l'iomesa del origen retrocede indefinidamente» 27 . De ahí tal vez que la
libiduría actual, la que querría tener lugar hoy, oponga a todo discur-
tantes parecidos y extrañas coincidencias. Véase, por ejemplo, lo que
>bre el hombre «una risa filosófica, es decir, en cierto modo, silen-
escribió Gilíes Deleuze a propósito del estructuralismo: «El estructu-
. !<>•.,i» 2 8 . Y a la «espuma sobre la superficie del Ganges», parece res-
rahsmo no es en absoluto un pensamiento que suprima al sujeto, sino
l'ondi-r, cosas todas bien diferentes además, este hombre transitorio e
un pensamiento que lo desmenuza y lo distribuye sistemáticamente
un icrto —este hombre impermanente— que pronto quizá se borrará,
[«un ensamblaje de causas, de condiciones y de agregados...», decían
• i uno en el límite del mar un rostro de arena...»29,
los textos budistas], que discute la identidad del sujeto [«No hay yo
( l a u d e Lévi-Strauss confiesa así esta filiación:
que encontrar aquí...», decían los textos budistas], que lo disipa y lo
hace ir de lugar en lugar [«como un mono de rama en rama...»], suje-
¿Qué otra cosa he aprendido, en efecto, de los maestros que he
to siempre nómada [«lo que denomináis espíritu se produce y se dis- escuchado, de los filósofos que he leído, de las sociedades que he
persa en un perpetuo cambio...»], hecho de individuaciones aunque visitado y de esta ciencia misma de la que Occidente se enorgulle-
impersonales [«el cuerpo no es el sí, la consciencia no es el sí...»], o ce, sino mendrugos de lecciones que, unas junto a otras, reconsti-
de singularidades aunque pre-individuales [«sólo existen agregados

' > | ( i . Deleuze, «¿En qué se reconoce el estructuralismo», en Fr. Chatelet


[22] Cf. ]. L. Borges, Qué es el budismo: «Para las Upanisads, el proceso cósmi- I" 11 gloria Je la Filosofía, (Madrid: Espasa-Calpe, 1976), t. IV, p. 596. Las refe-
co es el sueño de un dios; para el budismo, hay desde luego un sueño, pero no hay < l i los textos budistas intercalados se han dado en las páginas precedentes.
soñador. Detrás del sueño y bajo él nada hay». i |6] M. Foucault, Las palabras y las cosas, Madrid: Siglo XXI, 1999, p. 333 de
[23] Dhammapada, citado por W. Rahula, op. cit., pp. I 8 I - I 8 2 . I
[24] Este pensamiento existe, con todo, bajo la forma y con los límites que le | ' ' | Op. cit., p. 372 de la ed. esp.
son propips: es la teoría de la «Producción condicionada». Cf., por ejemplo, O/', ril., p. 333 de la ed. esp.
1 1 ( '/i. ni . p. 375 de la ed. esp.
W. Rahula, op. cit., p. 77-79.

ni K I i • u i yo u M U NO ni N A K M S O
tuyen la meditación del Sabio al pie del árbol? Todo esfuerzo por III
comprender destruye el objeto al cual nos hemos aferrado, en pro-
vecho de un objeto de otra naturaleza; reclama de nuestra parte un • Qué relación guarda esto con el materialismo? De entrada ésta tan
nuevo esfuerzo, que anula en provecho de un tercero, y así sucesi- limpie: si el alma no existe, si el_yo no es nada, no hay nada que espe-
vamente hasta que alcanzamos la única presencia duradera, que es
i . n . Y el único refugio es esta misma nada. Soledad y desesperanza:
aquella en que se desvanece la distinción entre el sentido y la
' I yo también es un laberinto.
ausencia de sentido: la misma de la que habíamos partido. He aquí
que hace dos mil quinientos años que los hombres han descubier- Por lo que sin temor podemos volver a Pascal: su odio se disuel-
to y han formulado estas verdades. Desde entonces, nada hemos vr en el vacío de su objeto. Ir a odiar unjyo que no existe...
hallado nosotros sino —tanteando una detrás de otras todas las
¿Qué es el yo?
puertas de salida— otras tantas demostraciones suplementarias de
Aquel a quien uno ama a causa de su belleza, ¿lo ama propiamen-
la conclusión a la que habríamos querido escapar'0.
te? No: porque la viruela, que matará la belleza sin matar a la per-
sona, hará que deje de amarla.
¿De qué se trata entonces? ¿Del estructuralismo como religión?
Y si alguien me ama por mi juicio, por mi memoria, ¿me ama a
Ciertamente no. Pero el problema no está ahí, puesto que «No hay mí~! No, pues puedo perder estas cualidades sin desaparecer yo
más allá para el budismo; todo se reduce a una crítica radical, como mismo. ¿Dónde está, pues, estejyo, si no se halla ni en el cuerpo ni
nunca más la humanidad será capaz de hacerla, al término de la cual en el alma? ¿Y cómo amar el cuerpo y el alma si no por sus cuali-
el sabio desemboca en un rechazo del sentido de las cosas y los dades que no son lo que constituye el yo, dado que son perecede-
seres: disciplina que anula el universo y que se anula a sí misma ras? ¿Amaremos, pues, la sustancia del alma de una persona, abs-
como religión»". De hecho, «esta gran religión del no-saber» 32 es tractamente, y algunas de las cualidades que allí encontremos? No
también el saber de una no-religión: ni dioses, ni culto, ni paraíso". se puede hacer tal cosa y sería además injusto. Por tanto nunca ama-
Y es que lo esencial está en otra parte. En la soledad. He aquí la lec- mos a nadie, sino sólo sus cualidades'.
54 55
ción última del Buda: «Ninguna falta puede redimirse. El hombre
Abismo: el yo no es otra cosa que sus «cualidades», que no son
nace solo, vive solo, muere solo. Y es él sólo el que hace su cami-
él, i orno el punto de fuga en que convergen —de manera ilusoria—
no... No esperéis nada de los dioses despiadados... Esperad todo de
M I L I S anónimas paralelas. Abismo y perspectiva: justo al final de este
vosotros mismos»'4. La única realidad del yo es su soledad. Cada
i l ' i M i i o , ese punto. Pero el abismo carece de fondo.
uno tiene como único refugio el sí" —y el si no es nada—. Narciso
Tomemos precauciones. No es el tema de este texto la indiferencia
no existe sino para estar solo.
• i l , i hipocresía, ni tampoco el egoísmo. Pascal no dice: «Nadie me
.u i u-. Ya no tiene dieciséis años. Y tampoco: «Nadie, quienquiera que
[30] C. Lévi-Strauss, Tristes trópicos, Barcelona: Paidós, 1997, p- 465 de la ed. esp. • i. n ú - ,ima». No es aquí ni cínico ni misántropo. No se trata de igno-
[31] Op. cit., p. 462 y 466 de la ed. esp. i i i i I .uñor, de negar su existencia, por más que sea ilusoria: las ilusio-
[32] Ibid. i i ' también son reales... Pascal no dice: nadie me ama, sino lo contra-
[ 3 3 ] Al menos para el budismo primitivo, para el cual «las ideas de Dios y del
alma son falsas y vacías» (W. Rahula, op. cit., p. 76), y que constituye así «una doc- rio u n o ama, eso es seguro, pero (no) ama a nadie. El problema no
trina esencialmente atea en que no hay ni creyente ni deidad» (J. L. Borges, op. cit., i .1. l i i ,i en el sujeto que ama, en su mayor o menor sinceridad, en la pro-
p. 112), si no es como ilusiones del samsára. l l u í . i d o no de su sentimiento, sino en el objeto amado, en lo que
[34] Citado por M. Percheron, op. cit., pp. 34-35.
[35] Dhammapada (XII, 4): «Cada uno es su propio refugio» (citado por W.
Rahula, op. cit., p. 85)- I IV l'.iscal, Pensamientos, cit., 688-323.

i i MITO DI (CARO mmiNTos ni;i i i i


puede finalmente ser este objeto, suponiendo que sea algo —en todo Desesperanza, soledad: uno ama sólo su sueño y sólo en sueños
caso justamente no un ser—. No se trata del texto de un psicólogo; ni ivs .uñado. Y todo amor se parece a Narciso en esto, en que no ama
siquiera de un moralista; es el texto de un metafísico. Metafísica del ni.ís que reflejos o espejismos, inasibles juegos de luz en el agua,
amor y de un tipo diferente de la de Platón. Pues este objeto amado I Melles e inconstantes. Pues jamás amamos a nadie... Y sin embargo
no es el yo, nunca es el yo. Y lo mismo ocurre cuando soy «yo» a quien .1111.irnos. ¿A quién...? ¿A qué...? A nadie... [Personne...] Persona: en latín
se ama (y a quien se ama sinceramente), eso que alguien ama en mí no iin.i máscara, un papel, un personaje... No amamos a nadie [On n'aí-
soy yo. ¿Por qué?, ¿porque el yo no existe? Pascal no va tan lejos: es iiii' ¡u-rsonne]: amamos personajes. Teatro de sombras: todos somos
preciso que siga siendo posible aún una salvación y que Dios, como si N.ii'ciso porque todos representamos esta comedia del yo. Ponemos
de un Rey se tratara, cuide de sus subditos [styefs]. Pero este yo —real eirá de ser alguien.
quizás— es inapresable. No está en ninguna parte («ni en el cuerpo ni
en el alma»), no es nadie (pues al amarle «no se ama a nadie»), en defi-
IV
nitiva, no es nada o casi nada: sólo la ilusión de ser alguien2. Por esto
se le puede odiar: no constituye sino odiosas ilusiones; aunque no pin-
Sí, todos representamos un papel, siempre; tantos papeles diferen-
tarlo sin ingenuidad (de ahí el «estúpido proyecto» de Montaigne), ni tes como gente diferente frecuentamos. El público es el protago-
amarlo sin bajeza. Esta casi nada es un estorbo: la cortesía humana lo msia del espectáculo... Y también, por tanto, representamos un
esconde o lo suprime, la piedad cristiana lo aniquila'. |>,ipcl, o muchos, ante nosotros mismos. ¿Mentiras? Ni siquiera. La
Pero dejemos de lado la religión. Lo que cuenta aquí es aquello m e n t i r a supone una verdad que se trata de ocultar y aquí no hay
en lo que Pascal tiene razón. No se ama a uno, os digo, no se ama, n.ida que ocultar. Estos papeles ilusorios son nuestra única realidad
y es de justicia: nada hay que amar en nosotros. Y quien dice amar- v n.ida de nosotros permanece, nada en nosotros permanece, ningu-
me no me ama a mí, sino a otra cosa. Y lo mismo quien me detes- n.i esencia, más allá de la fugacidad perenne de las apariencias. La
ta. Y yo mismo... Indiferencia. Angustia. O bien serenidad. Depende vid.i es este espejismo, este polvo de nuestros sueños. Lo que soy en
de los días, de las horas, depende del tiempo y de las estaciones. ivsii- momento, en tal otro, para tal individuo, para tal otro, lo que
Pues hay momentos en que uno tiene tal conciencia, tan clara con- soy para mí mismo, lo que creo ser... Todo cambia, todo pasa, todo
ciencia de no ser nada, que deja de sufrir. ¡Dichosos días de indife- se deshace o queda negado. Y si permaneciera algo, ya no ten-
rencia! ¡Mañanas de invierno, lúcidas y azules! Pero lo más corrien- dí 1.1 más importancia que el resto. Arena o roca, ¿qué importa? Y el
te es que nos resignemos mal a ellas y, creyendo ser alguien, nos dis- 111 r.mo mismo se dispersa o se olvida —¡el océano sin memoria!—
guste ser tan poca cosa... Días grises de otoño, tardes premiosas... i - 1 1 el londo de cada ola... La espuma es su destino y el nuestro. Y la
La ilusión no radica en el tan poca cosa sino en el ','i.in luerza anónima del viento...
Por eso es ingenuo, aunque no obstante sea bueno, «buscarse a
i mismo» como se suele decir. Ingenuo, pues nada hay que buscar.
[2] De modo que no hay ser sino en Dios, en el ser universal de Dios, como
la mano no tiene ser alguno si no es en el cuerpo. Cf., por e|emplo, los pensa- I V i o Inieno, porque ha llegado ya el tiempo de que lo comprenda-
mientos 372-483 y 564-485. Vemos aquí «la utrlidad» de Pascal: condensa en mos, La adolescencia es ese período en que la búsqueda de sí se agota
Dios todo valor a fin de vaciar de él el mundo y al hombre: ¡retirad a Dios y os i n .su vanidad (en todos los sentidos del término), sin otro resulta-
toparéis con el materialismo! En este caso ésta es la idea que expresó luminosa- d i > pero esto es lo decisivo— que esta búsqueda misma. Cada uno
mente Louis Althusser, que sólo hay sujeto por y para la ideología (especialmente
i i i n s t i t u y e su propio Grial y el viaje en su búsqueda nunca acaba. El
religiosa: cf. Positions, p. 110-122), es decir, que sólo hay sujeto ilusorio.
[3] Cf. B. Pascal, Pensamientos, cit., 1006. < i i i . i l no es otra cosa que la incesante carrera que lo persigue: obje-

t.l o i 'i i . ' ' i i DO N


to imaginario que no existe sino para ser amado, deseado o buscado. yo que conocer (en cuyo caso la introspección sería suficiente) por
No es más que un sujeto ilusorio, no es más que un sujeto imagina- lo que este envite supone una ciencia de los sueños o apela a ella.
rio. Laberinto y línea de fuga, bosque de Brocelianda en nosotros ¿Y por qué no? La ilusión tiene también su verdad, que consiste en
mismos, espejismos y fantasmas... No hay otrojyo que el imaginario, ser real y necesaria. Los astrónomos lo saben bien. El filósofo es el
porque el yo no es sino el objeto mítico de su búsqueda, el fantasma .isirónomo de sus sueños: la verdad es su cielo, un cielo que con-
hipostasiado de sus deseos. Pues ni siquiera somos comediantes que, templa desde donde puede. Su sabiduría consiste en aceptar su
detrás de nuestros personajes fingidos, pese a todo existiéramos y punto de vista. Sabiduría y desesperanza: comprender que uno es
fuéramos nosotros mismos —el señor X..., actor—, ni qué sé yo qué nada, y después resignarse a ser sí mismo. Dejemos soñar a Narciso.
impostores que guardáramos sólo para nosotros nuestra verdadera y Porque, como diría Lucrecio, un simulacro también es real. Y la
secreta identidad. ¡Teatro de sombras! Somos personajes sin autor, imaginación, diría Spinoza, es una ilusión, pero una ilusión necesaria.
Y la ideología, diría Marx, también tiene su propia racionalidad. Y el
impostores sin secretos somos máscaras sin rostro.
sueño, diría Freud, no es cualquier cosa... La sabiduría consiste en
¿Nada? No, pues las máscaras son reales.
,ieeptar esta parte de sí y creer un poco en ella. Pues aquí la creencia lo
El yo no es nada más que la ilusión de sí. Pero una ilusión no es nada.
es todo. Si yo me creo feliz, lo soy; creer que se ama, es amar; y el que
La misma necesidad que hace que las paralelas no se junten
sufre, si cree en su dolor, es que le duele... Soledad de la felicidad, del
nunca, hace sin embargo que parezcan converger.
,imor, del sufrimiento... No todas las máscaras vienen a ser lo mismo.
Es una locura tomar una sombra por una realidad: locura de
( '.ida uno es prisionero de sí, y las únicas máscaras que cuentan son
Narciso («mi cuerpo, mi querido cuerpo...»1}, locura del egoísmo (miyo,
I in,límente las que los demás no ven. Verdad del sueño, verdad de la
mi querido yo....), locura de la religión (mi alma, mi querida alma...}.
soledad: mi vida es mi vida con tanta segundad como mi sueño. Por
Locura y sufrimiento: las sombras no se poseen y al creer hacerlo
ello «no hay que aparentar que buscamos la verdad, sino buscarla de
uno no abraza sino el viento. Juegos de máscaras y de espejos: labe- verdad, pues no necesitamos ya parecer que tenemos buena salud sino
58 59
rinto. Contra todo lo cual la sabiduría debe aceptar esta no-pose- tenerla verdaderamente»'. {Verdaderamente'! Sí: igual que una pesadilla es
sión de sí: aceptar no ser, jamás, más que la sombra de sí mismo... verdaderamente horrible, y una vida verdaderamente bella. Teatro de som-
Pero locura también, y perniciosa, la de querer suprimir esta sombra. bras, en efecto, pero sobre un escenario en que cada uno, autor sin
¡Ilusión entre las ilusiones aquella que consiste en querer vivir sin éxito, se tiene a sí mismo como único espectador, sólo a sí, y se aplau-
ilusiones! Nada permanecería... 2 . Locura y sufrimiento: el loco sufre de o se silba como puede. No hay que hacerlo demasiado difícil, pero
por no ser el más sabio. Frente a ello la sabiduría ha de resignarse a i.impoco hay que aceptar cualquier cosa. Lo que se ventila aquí es
su locura. Y por esto mismo quizá conocerla. Las ciencias del hom- enorme: no se nos da la oportunidad de elegir el espectáculo.
bre no están hechas para los perros. Y saber que uno sueña no pro-
hibe cualquier otro saber. Conócete a ti mismo: es justo porque no hay
V

que aquí se aprende es la misericordia: lecciones de tolerancia y


[ i ] R Valery, Fragments du Narcise, Pléiade I, p. 129.
[2] Al menos nada que tenga valor y sentido; por eso, como Louis Althusser ha perdón. Tolerancia de cara a los demás, desde luego: si no hay
señalado (cf. La revolución teórica de Marx, Madrid: Siglo XXI, "1976, pp. 238-243),
ninguna sociedad podrá jamás pasar sin ideología: «Sólo una concepción ideológica
del mundo ha podido imaginar sociedades sin ideologías» (p. 238). Es ilusorio que- ] Epicuro, Sentencias vaticanas, 54, en Id., Obras completas, trad. de J. Vara,
rer suprimir la ilusión. Todo lo más, uno puede —volveremos a ello— conocerla. M.i.lnd: C.íu-dni, 1995.

11 A U O [L0¡ i ÍBR1NTOS DBI 10 i SUBIDO DB N A R C I S O


alma, si no hay yo-sustancia, si sólo hay cuerpos —cuerpos y su no es sino una lección de tristeza. Epicuro escribe: «Hay que apre-
historia—, cada uno de nosotros no es sino el efecto de sus cir- ciar lo bello, las virtudes y otras cosas semejantes siempre y cuando
cunstancias 1 . Mirad a los recién nacidos: ¿de qué son responsables? nos procuren placer; en caso contrario, no» 2 . Y Spinoza: «Por "bien"
¿Y nosotros, de quién descendemos? Todo se juega ahí, justo en el entiendo aquí todo género de alegría y todo cuanto conduce a ella
lugar donde nada se elige, también se juegan ahí todas las eleccio- L[...1J Por "mal", en cambio, todo género
o de tristeza»'. El Bien en sí
nes posteriores. «Sólo hay historia», decía Marx, y también esto vale no existe; tampoco el mal. Sólo hay bueno y malo para nosotros -
para los individuos. Desde ahí todo se explica y todo se compren- igual que alegría y tristeza—. El materialismo es un amoralismo:
de. «Sólo hay naturaleza», decía Spinoza, una naturaleza que inclu- hay algo de verdad en esta «calumnia» 4 . El materialismo destruye la
ye la historia y los individuos, y quien la comprende, inevitable- moral (entendida como teoría de los deberes) y la reemplaza por una
mente la perdona. «Sólo hay átomos y vacío», decía Epicuro; ¿a quién ética (entendida como teoría de la felicidad). Las dos son normati-
vais a querer? Los átomos son inocentes, y el vacío no es nada. El vas 5 . Pero de una a otra la norma cambia de estatuto. Todo consis-
materialismo apacigua los rencores. Ningún malvado ha elegido te en saber cómo vivir. Ningún mandamiento nos lo enseña; ningún
serlo, ningún imbécil ha merecido serlo, ningún cobarde ha optado deber nos lo impone. No hay más que deseos —y nuestros deseos
por serlo. Todo niño es inocente; también, por tanto, todo adulto: nos bastan—. Nuestro propósito no es la santidad sino la sabi-
no ha elegido su infancia, no ha elegido ser lo que es. Cada cual duría.
tiene su historia, de la que nacemos; cada cual el juego sin fin de Lo único que cuenta, una vez más, es la felicidad. Y no la encon-
sus causas. No hay alma; no hay yo; y ninguna voluntad que no esté ii.iremos odiándonos a nosotros mismos. Tampoco en el amor pro-
determinada. Desesperanza y serenidad. Sólo hay historia; ¿para qué pio. Ni Pascal, ni Narciso. Nada hay que odiar en mí; tampoco nada
odiar a los enemigos? Sólo hay naturaleza: ¡paz para todos! Sólo hay que amar. «No hay yo que encontrar aquí», decía Nagasena; y esto
átomos y vacío: ¡misericordia! i cinstituye el comienzo de la paz. Pero también es cierto que esto no
Pero también tolerancia, sobre todo tolerancia consigo mismo. I'.isla. Si no hayjyo, debe haber al menos algo: pues si el yo no es nada, 61
60
Si no hay Dios ni alma, ¿para qué el odio o el remordimiento?, ¿para iiiiilii no hace un yo... Lévi-Strauss escribe: «El yo no sólo es digno de
qué la tristeza? ¿Por qué torturar lo que no existe? Hay crímenes, odio: no hay distancia entre un nosotros y un nada»6. Pero entonces,
sin duda, pero no criminales. Faltas, pero no culpables. Ni siquiera •'por qué el narcisismo? ¿Y qué es lo que amamos en nosotros de esta
una norma indiscutible: en un universo sin juez supremo, el bien y
el mal dejan de ser referencias absolutas. No hay mandamientos, ni
existe el pecado. El espíritu humano está solo y juzga como puede. 21 i-; picuro, según Ateneo, citado por Solovine (Epicurt, doctrines et r,naximcs, p.
I .I
Dios no reconocerá a los suyos. En ese momento la moral, que no i lí. Spinoza, Etica, III, esc. de la prop. 39
era sino el discurso de los sacerdotes y los censores, desaparece. | - I ("t. G. Politzer, G. Besse y M. Caveing (Principes fondamentaux de philosopíii):
Epicuro y Spinoza están de acuerdo en esto: toda tristeza es mala, I I materialismo", sería la inmoralidad... La calumnia no es nueva...». Cf. también
toda alegría es buena. Y esto solo basta para destruir la moral, que I I i i i ' c l s (I.udwig Feuerbach y d final de la filosofía clásica alemana, Madrid: Aguilera,
p. 4O), que evoca a este propósito el «prejuicio filisteo contra la palabra
"MI, rialistno, prejuicio que tiene en su origen la vieja calumnia de los curas...».
[i] Sean éstas las que sean: físicas o psíquicas, sociales o individuales, cons- I 'oí ello la Etica de Spinoza, si bien no es una moral, tampoco es simple-
u i i . i etología, contrariamente a lo que parece entender G. Deleuze (Spinoza.
cientes o inconscientes, hereditarias o históricas, e incluso, si queréis, astrales o
/'/'i/i'nyi/'ji' ¡trafique, París: Minuit, p. 168). Aquí aún no podemos más que señalar el
providenciales. Poco importa. Lo que es seguro es que uno no elige ser él. Por lo
I i , , 1 , 1 , n i . i dr pasada: le dedicaremos a él nuestro cuarto capítulo.
que finalmente siempre resulta imposible pensar el libre albedrío. Volveremos sobre
| d | ( '. I ,évi-Straus, Tristes trópicos, cit., p. 467 de la ed. esp.
ello.

' i u1, ni i IM r,. i


nada? ¿Y quién es el que lo ama? Laberintos del narcisismo: ¿una nada fuerza él mismo: mirad al boxeador. Es el resultado, pero también
enamorada de una nada? No es tan sencillo. «Y sin embargo yo exis- I.i causa: mirad al artista. Es lo hecho, pero sin embargo también el
to», dice también Lévi-Strauss, «no desde luego como individuo, pues agente: miradnos a cada uno de nosotros y el menor de nuestros
¿qué soy desde este punto de vista sino la apuesta, cuestionada a cada •ictos. En el comienzo era el deseo, lo que también vale decir así:
instante, de la lucha entre esa otra sociedad, formada por algunos «En el comienzo era la acción» 11 . Pues no hay deseo que no sea acti-
millares de células nerviosas resguardadas bajo el hormiguero de mi vo, de una manera u otra, ni acción que no sea deseada, directa o
cráneo, y mi cuerpo, que le sirve de robot?» 7 . No hay seres, sólo hay indirectamente. Camino: y es que deseo avanzar. Me detengo: y es que
agregados... Narciso no es un ser (Narciso no es, en este sentido); es ilfsco descansar o contemplar este escaparate o evitar este coche... E
un efecto de estructura (s). No es más que el efecto del amor del cual incluso si tengo la impresión de actuar contra mi deseo (por ejem-
se cree la causa, no es más que la ilusión del cuerpo del que se cree el plo bajo una amenaza), es porque otro deseo en mí supera el pri-
amante, no es más que el fantasma del deseo del que se cree objeto. mero: por ejemplo, el deseo de vivir es más fuerte que el de guardar
Algo que ya mostró Freud, por ejemplo, para quien el autoerotismo i n i dinero; así pues, daré mi dinero (bajo amenaza, pero también de
(en tanto que puro goce disperso, anterior a la constitución del yo) .u ucrdo en este preciso instante con mi deseo más fuerte) al indivi-
precede al narcisismo y lo engendra8. El yo es primero sólo desde un duo que me amenaza con su arma. Sorprende, con lo simple que
punto de vista ilusorio. Nacer no es nada para él, apenas un comien- resulta la cosa, que hoy día se hable a veces del deseo con tanto
zo. No hay yo que encontrar aquí,.. El yo no es algo que se ha de encontrar i n i , i s i s o grandilocuencia, como un descubrimiento reciente que
sino algo que hay que producir. «Wo Es war, solí Ich werden»: Allí debería a Freud casi la totalidad de su luz. Ningún tema, por el con-
donde se encontraba el Ello, debe advenir el Yo9... Desesperanza y n , u 10, más banal, más antiguo ni más cotidiano. Jamás pondría en
ascensión: no existo; me hago. Lo cual constituye la historia de todos m.nvha un solo acto si no deseara (directa o indirectamente, cons-
y cada uno de nosotros: el niño vive antes de existir, es algo («ello») > i r m e o inconscientemente...) el fin que ese acto persigue. Esta
62 antes de ser alguien («yo»). Historia interminable: el ello no desapa- h.ise que acabo de comenzar, deseo acabarla. Este golpe que dirijo, 63
rece, jamás, y eljyo nunca termina de llegar. Narciso es lo segundo y la 4(110 que cause un mal. Esta caricia que hago, deseo que guste... Si
morada; el deseo es lo primero y lo que permanece. «Es la sed la que .h i lio en la sociedad, es que deseo transformarla; y si no actúo, es que
lleva a renacer.,.»10. Sólo es nacimiento del deseo. mi deseo es otro o que otros deseos se imponen sobre él: deseo de
Ésa es la razón de que esta «apuesta» quejyo soy, efecto estruc- " |">so o de tranquilidad... Si trabajo (o si busco trabajo...), es que
tural de elementos que no son yo, no sea neutro, indiferente, pasi- itttc hacer algo útil o bien ganarme la vida o bien ambas cosas a la
vo... Estructura de estructuras, «la apuesta» [ffy'oí] juega [/'««] tam- En fin, no he elegido vivir y sin embargo vivo y deseo vivir. Sin
bién puesto que desea. Es la apuesta, pero también el juego del • 1 1 deseo estaría muerto. Incluso el que se suicida es que desea no
deseo que (se) juega en él. Es el efecto de fuerzas múltiples, pero • . M U Í existiendo...
Innumerables casos del deseo: el amor es deseo de amor, la polí-
1 1 . ,i .leseo de poder, la moral deseo de virtud, la ética deseo de feli-
[7] Ibid. i ' l . i ' l , l.i ciencia deseo de verdad... En una palabra: vivir es desear vivir
[8] Cf., por ejemplo, Freud, para introducir el narcisismo, en La vida sexual,
l i i que se denomina también instinto de vida o rechazo de la
pp. 81-105.
[9] S. Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, III, «La descompo- t e -. No hay necesidad de largos rodeos, ni de lirismo, ni de
sición de la personalidad psíquica», en Id., Obras completas, trad. de J. L. Etcheverry,
Buenos Aires: Amorrortu, 1982 ss., vol. 22.
("10] Buda, Sermón de Benarés, citado por A. Bareau, op. cit., p. 35. I I | ( '(. S. Freud, Tótem y tabú, en op. cu., vol. 13, p. 18 5.

E l't M<» m.s i > | . | n i u . i '-i MU i


más ejemplos. Todos nosotros lo experimentamos tanto en nuestros se agita y se pone en movimiento...» 17 . Queda saber cómo el indivi-
actos como en nuestros sueños: la experiencia del yo es la experien- duo elige entre el raudal de simulacros que perpetuamente le asedian.
cia del deseo. Anterior a la consciencia del yo en el recién nacido, No puede hacerlo sino mediante un esfuerzo (contendit: TV, 802) del
más amplia que esta misma consciencia en el-adulto, el deseo es la r s p í r i t u (animus, él mismo compuesto de átomos), esfuerzo selecti-
esencia de nuestra vida y —al menos tanto como el tiempo, y qui- vo (803-804), que supone en él la «ligera desviación» 18 del clinamen,
zás por la misma razón— su sentido: «sentido, como se dice del sen- movimiento ínfimo y espontáneo de los átomos del que nace (II,
tido de un curso de agua, de una frase, de un asunto, el sentido del , M )2: idjacífj la voluntad. Parece que se llega aquí a un círculo vicio-
olfato...»' 2 . Libido sentiendi, libido sciendi, libido dominandi...]>. El deseo es |o; son los simulacros los que hacen posible la voluntad (IV, 881-
la ley del mundo 14 . Todos nuestros días se le someten e incluso N X 5 ) ; pero estos simulacros no producen efecto más que cuando
nuestras noches —Freud lo ha mostrado— le obedecen. El cogito es •.ou seleccionados por la voluntad (802-804)--- ¡aunque son ellos
un sueño de filósofo. Cupio («yo deseo» y podría decirse cupitur) es m i s m o s los que habría que explicar! Así la acción de los simulacros
la verdad del cuerpo y de la vida, la verdad del yo y de sus sueños, i m p l i c a r í a la voluntad, que explicaría a su vez la acción de los simu-
de sus pasiones y de sus actos, de sus alegrías y de sus penas. El yo l.n ros... Hay un círculo claro: toda voluntad remite a los simulacros,
no es nada sino el deseo en él, en su soledad y en su multiplicidad. i "i lo simulacro (al menos todo simulacro percibido claramente:
Desesperanza: yo no existo; no soy más que el lugar de mis deseos. innif, 802) remite a la voluntad 19 . Pero no un círculo vicioso, pues
Esto es lo que ya mostraba Lucrecio. No hay sino átomos y u" •-<• trata en los dos casos de la misma voluntad. La voluntad que
vacío; no hay más que simulacros 15 . El yo no los produce sino que lo 1 , simulacros producen (llamémosla voluntad determinada, aunque
• i también ella misma determinante) es una voluntad concreta:
más bien (al menos en tanto que sujeto de sus acciones) es produ-
m i n u t a d de hacer tal acto (por ejemplo, caminar, IV 886-891) en
cido por ellos. cEn qué radica, pues, que esto sea un_yo) En la pre-
i . i l momento. Mientras que la voluntad que selecciona los simulacros
sencia en él del deseo. Echemos un vistazo más de cerca. Los simu-
• > | i i r elige hacer tal acto y no tal otro: caminar y no sentarse) es una
64 lacros no son el efecto de la voluntad, sino su causa; por ejemplo: 65
i i ' l i i n i , i d (llamémosla determinante, pues está indeterminada: nec tem-
«simulacros de movimiento vienen primero a llamar a nuestro espí-
• iio nec regioni loci certa...2()) actual, ciertamente, como todo lo que
ritu... De ahí nace la voluntad de obrar (tnde voluntas fit")...»"'. Mas
i i c , pero no concreta: porque es la capacidad perpetua de elección
esta voluntad-efecto-de-simulacros es causa a su vez: ¿de qué? De
I M U lo tanto de libertad: II, 251-256) que deja en el hombre el
los movimientos que ella arrastra: «y así poco a poco toda la masa
•ii rlinamen de los átomos. Sin embargo, esta voluntad determi-
n i , i s libre, esta potencia innata (innatapotestas: II, 286) de elegir
[12] Según lo que Claudel decía del tiempo. Las relaciones entre estas dos i i i d i I crentes voluntades determinadas posibles (entre diferentes
nociones a buen seguro son estrechas: ¿qué sería el deseo sin el tiempo?, ¿qué sería u n í . u ios) no elige sin embargo cualquier cosa ni, sobre todo,
el tiempo sin el deseo? Todo el problema consiste en que la temporalidad trans- i'i llevada por cualquier motivo. Se halla indeterminada en cuan-
forma (inevitablemente quizá) el desio en esperanza. De ahí la búsqueda de un pro-
blemático deseo presente (un deseo desesperado) que, en lugar de alienarse en la irrea-
i l i icmpo y al espacio (nec tempere certo nec regioni loci certa..."), pero
lidad de su porvenir, disfrutara de su fuerza actual. Problema capital, sin duda, y
quizá decisivo. Volveremos sobre ello.
[13] Primera Epístola de san Juan, II, 16, citado por Pascal, Pensamientos, cit., | i | Luí recio, IV 890-89J.
| | H | Cl. Lucrecio, II, 216-293.
545-458.
[14] Cf. Pascal, op. cit., 545-458. [191 listo, ( i i rlccto, resulta diferente para los fantasmas y los sueños: cf. por
[15] Los simulacros son flujos de átomos: cf. Lucrecio, IV •lo I ii. recio, IV, 722-776.
| -Mi I i i , ri-i io, I I , 259-260.
[16] Lucrecio, IV, 883.

| I I M i l u ! ! ! • í< A l t o 1 ni I ,' M Ml| Ni


no en cuanto al principio de su elección. Lucrecio lo dice con toda tir» (II, 280). Esta fuerza (vim, II, 265), es la voluntad (animique volún-
claridad: «Esta voluntad (voluntas*), arrancada a los destinos [...], tate, II, 270), en tanto que es siempre voluntad de deseo24, es decir, fuer-
nos hace ir allí donde el placer (voluptas^) nos arrastra a cada uno de za deseante (vim cupidam, II, 265). O sea, el deseo. Mejor aun: los deseos.
nosotros...»21. Hay ahí algo así como una formulación lucreciana del Pues el clinamen o desviación no es un ser, tampoco él, ni una facultad,
principio del placer; la voluntad no es sino voluntad de gozo22. No sino un movimiento siempre nuevo en cada una de sus apariciones 25 y,
puede sino seguir «esta guía de la vida, el divino placer» (II, 172) por tanto, un principio que permanece y que remite a un principio
que, personificado en la Venus-voluptas 2 ', basta él solo «para gober- muco (Venus-voluptas26^, siempre múltiple. El deseo, como la mar, siem-
nar la naturaleza» (I, 21). Dicho de otra forma: todas mis acciones pre comienza de nuevo. Igual que mi cuerpo no es más que la compo-
no son sino el efecto en mí de una selección entre los simulacros .11 ion en el espacio de átomos perpetuamente móviles, así mi vida no
(es decir, de una elección entre los posibles), llevada a cabo según • l <>tra cosa que la sucesión en el tiempo de deseos indefinidamente 27
la potencia (p-atestas^ de la voluntad (voluntas^ como tendencia indeter- Variados. Desesperanza y ascensión: no estoy hecho de otra cosa que
minada (pero determinante: II, 261-283) bada el placer (yoluptasj, es • Ir .¡tomos y vacío, pero que producen en mí, a cada instante, algo
decir, como deseo (I, 16 y 20: cupidi). «Todos te siguen ávidamente nuevo. Lo superior viene de lo inferior, pero no se reduce a ello: no hay
(cupide} hacia donde los quieres arrastrar» (I, 16), le dice Lucrecio \i sin átomos, pero no son los átomos los que viven28. No hay vida
a Venus, y lo hace llevada por una potencia innata que es también in.is que por (I, 1-5) y para (I, 10-21) Venus. En mí la naturaleza se
una necesidad: esta potencia que es la nuestra (y la de los animales: i menta a sí misma de una forma perpetua, y crea. Y yo sólo sigo vivo
II, 263-271) es también potencia de la naturaleza, a la que perte- I MU estos deseos que, a cada instante, me atraviesan, me guían y me
necemos y de la cual somos un efecto. Ciertamente nos desviamos i onstituyen. Dux vitae día voluptas...29 No hay vida sin guía (I, 1-23), y
(II, 259'- declinamus], pero es Venus la que nos gobierna (I, 2I:guber- no li.iy otra guía que el gozo. No hay otra vida que la del deseo.
nasj. En una palabra, el animus (el espíritu) no es el sujeto del deseo, listo es también lo que mostraba Hobbes, de una forma en oca-
ni su causa, ni siquiera es verdaderamente su efecto (porque el espí- i"iies extrañamente próxima. No hay más que cuerpos en movi- 67
66
ritu puede, al menos abstractamente, ser distinguido de sus volicio- n o y «el espíritu humano (man's mind), como el cuerpo humano,
nes), sino su lugar. Dedinamus Ítem motus... También nosotros nos des- l e l i n e sólo como el lugar en que los movimientos se componen»)a, movi-
viamos... Pero porque en nosotros (nobis: II, 286) eso (los átomos) i aos materiales que dan cuenta ellos solos de la totalidad de la
se desvía: id facít exiguum clinamen príncípiorum... (II, 292). Hay una
fuerza en mí (in pectore nostro, II, 279) «capaz de combatir y de resis-
' I | 1 )irecta o indirectamente: cf. supra Epicuro, Carta a Meneceo, cit., 129.
Sin que pueda romper la cadena de las causas, es decir, «romper las leyes
.1. uno». Cf. Lucrecio, II, 251-260.
[21] Lucrecio, II, 257-258. Los editores dudan aquí, en una letra: voluntas,
Sobre la unidad de este principio, es decir, sobre la unidad del placer sim-
voluptas... Cf. el Commentaire de Ernout et Robin, t. I, p. 250-251. La duda es legí-
l i ido por Venus, cf. M. Conche, Lúcrete, Seghers, pp. 8-12.
tima, aunque de poco alcance: para Lucrecio, la voluntas no puede querer sino la
l'cro no infinitamente: los deseos pueden en efecto variar indefinidamente,
voluptas. Cf. también, sobre esta cuestión, el libro, original a la vez que penetrante,
I m.iivo (propio para cada una de las especies) de losfoedera naturas. En el
de Franceis Wolff, Logíque de l'element, clinamen, PUF, 1981.
10 marco está pervertido por la cultura; será, pues, tarea del filósofo
[22] El mismo principio que encontramos en Epicuro; cf, por ejemplo, la Carta
• l i n i i i es decir, delimitar) estos deseos indefinidos. Esto es lo que hace Epicuro,
a Meneceo, en Obras Completas, Madrid: Cátedra, 1995, 129: Es en el placer «que
• u l ' i " l i m i t e s (finení) tanto al deseo como al temor» (Lucrecio, VI, 25).
hemos reconocido como el bien primero y natural, donde encontramos el principio
| Cf. por ejemplo Lucrecio, II, 865-990.
de toda elección y de todo rechazo...». Cf. también Diógenes Laercio, X, 137-
I m recio, II, 172; aquí se trata expresamente del placer sexual.
[23] Cf. la invocación a Venus del Libro I: «Hominum diuomque voluptas,
| lo| K. l'nlm, /'olílíijM et phitosophíe cke^Thomas Hobbes, Vrm, p. 4 (la cursiva es mía).
alma Venus...».

i i MITO ni L ' •ni i ixi inu. YO: HI. suiíSio DU NAI


vida. La voluntad, por ejemplo, no es un facultad" sino un acto, y sin dejar de ser la consecución del primero sino un camino que con-
este acto es indisolublemente deseo y movimiento. «Y como el aniar, duce al segundo...»4". Laberinto, pues, y persecución sin final: «Aquel
el hablar y otros movimientos voluntarios similares dependen siem- cuyos deseos han llegado a término no puede seguir viviendo como
pre de un pensamiento previo del adonde, o del cómo y del qué, resulta tampoco puede hacerlo aquel en quien se han detenido ya sus sensa-
evidente que la imaginación es el primer principio interno de todo ciones e imaginaciones» 41 . Vivir es desear: desear vivir, desear desear... Y
movimiento voluntario»' 2 . Sin embargo, ello supone, en un espacio toda «la vida humana puede compararse con una carrera [...]
«imperceptible a causa de su pequenez»", «pequeños comienzos de Esforzarse es anhelar o desear... Abandonar la carrera es morir» 42 .
movimientos en el cuerpo del hombre»' 4 . Uno piensa desde luego en 1 )csesperanza. Sólo en la muerte hay ausencia de deseo.
el dinamen de Lucrecio: en ambos casos, la voluntad se explica por Es eso también, quizá eso ante todo, lo que enseñaba Spmoza.
movimientos internos, ínfimos (nec plus quam mínimum..."), pero deci- ( 'onocemos el punto de partida: «Cada cosa se esfuerza (conatur),
' i i . m t o está a su alcance, por perseverar en su ser» 4S . Lo cual es,
sivos, en sentido estricto. Y en ambos casos estos movimientos son
i | u i e r o creerlo, una experiencia de lo real: no hay cuerpo, no hay
movimientos del deseo. Hobbes escribe: «Estos pequeños comienzos
M i | i i i e r a idea que no se resista a su propia destrucción. No hay ser
de movimiento en el cuerpo del hombre reciben por lo común, antes
que no sea potencia de ser, es decir, fuerza, acción o, en sentido
de hacer acto de presencia en el hecho de caminar, hablar, golpear y
i •.! neto, energía. El alma se distingue sólo por esto, porque es cons-
en otras acciones visibles, el nombre de esfuerzo (endeavour, conatusj.
• ic u l e de ese esfuerzo: «El alma, ya en cuanto tiene ideas claras y
Cuando este esfuerzo está dirigido a algo que lo causa, se le deno-
' I r . u n t a s , ya en cuanto que las tiene confusas, se esfuerza por per-
mina apetito o deseo...»'6. Es verdad que «cuando el esfuerzo tiende a
(I v r r a r en su ser con una duración indefinida, y es consciente de
alejarnos de algo, se le denomina por lo general aversión»". Pero una
esfuerzo suyo» 44 . Experiencia de la vida: no queremos morir.
aversión no es jamás otra cosa que un deseo negativo: el deseo de ale-
l u j o el esfuerzo de Narciso consiste en vivir lo más posible, es
jarse del objeto odiado. Dicho de otra forma: todo acto voluntario
decir, a la vez lo mejor y más duraderamente posible: se trata de
68 supone siempre la intervención de un deseo. Mejor aun: la voluntad no 69
i l u . ' . u indefinidamente la muerte 45 . De ahí el esfuerzo perpetuo de
es nada más que el deseo mismo (voluntas ipsa est appeíiíws' 8 ), como causa
que Spmoza, después de Hobbes, denomina conatus^, y en el
inmediata de la acción' 9 , y la propia felicidad, hacia la cual todos ten- i i . i l i onsiste la vida misma, en tanto que se opone a la muerte 47 . Es
demos, no es sino un «continuo progreso en el deseo, de un objeto a otro,

|u | Cf. Th. Hobbes, Leviatán, I, 11, p. 86 de la ed. esp. Cf. también De Homine,
[31] Cf. Th. Hobbes, Leviatán, I, 6, trad. C. Mellizo, Madrid: Alianza, '1993, I i ,
I I Ibid.
p. 56 de la ed. esp.
[32] Op. cit., I, 6, p. 49 de la ed. esp. Compárese con Lucrecio, IV, 883-885. | I' l'h. Hobbes, De homme, IX, 21, p. I I O - I I 2 .
[ 3 3 ] Ibid. Compárese con Lucrecio, II, 243-250. | I <| B. Spinoza, Etica, III, prop. 6.
I I' K Spinoza, Ética, III, prop. 9.
[34] Op. cit., I, 6, p. 49.
[ 3 5 ] Lucrecio, II, 244- De la misma manera en Hobbes el conatus está defini- I . lí. Spinoza, Etica, III, prop. 8.
do «como un movimiento a través de un espacio y un tiempo menores que todo H ' 1.1 origen de la noción parece ser galileano: cf. R. Polín, op. cil., p. 56, n. 5-
espacio y todo tiempo asignables» (R. Polín, op. cit., p. 56). I | Bichar, en su célebre definición de la vida («la vida es el conjunto de las
[36] Cf. Th. Hobbes, Leviatán, 1, 6, p. 49 de la ed. esp. ni '. i | u r resisten a la muerte», Recherchesphysiologiques, 1, i) incorpora una ins-
[37] Ibid. [En lo que sigue nos separamos ligeramente de la trad. esp., a cuy.i n I I I I K ) . m i e n t a l del spinozísmo. Se dirá que para Spinoza la muerte no es
paginación, no obstante, seguimos remitiendo. N. del T.] I V n > i n s i . i n u ' n r e : «perseverar en el ser (el conatus^) es, para cada ser finito,
[38] Th. Hobbes, De Homine, XI, 2, citado por R. Polín, p. 59. . ' i . i iitiJit... tiue hace que no sea todo. La muerte no es nada, pero mi ser
[39] Cf. Th. Hobbes, Leviatán, I, 6, p. 57 de la ed. esp. lo ///un/,/. Sólo morimos por no ser Dios.

j l'.l M I I ' O DI| íi M I . '


lo i ' i i yo n '.u
decir: en tanto que desea vivir y no consiste en otra cosa que en este Este deseo es potencia (potencia para actuar, fuerza de existir;
¡n'fiidi potentia sive existendi vis""), pero no como mera virtualidad. No
deseo.
Deseo consciente por una parte, inconsciente por otra 48 , pero es una esperanza. O, más bien, la esperanza sólo es una de sus
siempre plural y contradictorio. Pues el deseo no existe indepen- modalidades y expresa más bien sus límites que su realidad 56 , su
dientemente de la multiplicidad fluctuante de sus apariciones: impotencia" más que su fuerza. El deseo, tomado en sí mismo, es
| » ) i encía, pero potencia presente. Por ello siempre se presenta en acto:
«Entiendo bajo la denominación de deseo cualesquiera esfuerzos,
< t el acto mismo de desear, el cual no es nada más, aquí y ahora, que
impulsos, apetitos y voliciones del hombre, que varían según la
m i . i determinación a actuar 58 . El conatus es, pues, en Spinoza como
variable constitución de él, y no es raro que se opongan entre sí de
d ¡¡mamen en Lucrecio 59 , el fundamento de la voluntad o, más bien,
tal modo que el hombre sea arrastrado en distintas direcciones y no
• le Lis voliciones60, en tanto que todas están sometidas al deseo (o,
sepa hacia dónde orientarse...»49. Laberinto de vivir, vueltas y más
u n |'ir, en tanto que son el deseo mismo, considerado como deter-
vueltas del deseo: el deseo consiste en el esfuerzo de vivir (o la fuer-
m n u c i ó n del alma), es decir, en el lenguaje de Spinoza, en tanto que
za de existir: vis existendií0^), en la multiplicidad indefinida, variable y
ni l u l e n en la medida de lo posible a aumentar nuestra potencia de
contradictoria de sus manifestaciones. Es, pues, «la esencia misma del
ii i u.ir, es decir, nuestra alegría 61 . El deseo es potencia de gozar. Y
hombre»", en tanto que éste quiere «perseverar en su ser» 52 , es decir,
I u . i el cuerpo y para el alma no hay alegría que no provenga del
vivir y permanecer siendo hombre 5 '. Pero el hombre nada es: sólo • I seo ni deseo alguno que no provenga de la alegría. Desesperanza
existen individuos; y no hay esencia alguna que no sea singular: «El i >tM ensión: sólo hay voluntad del deseo; y sólo deseo de la alegría 62 .
deseo es la misma naturaleza o esencia de cada cual (unuscuíusque^
[...] y difiere del deseo de otro tanto cuanto difiere la naturaleza o
55 j Op. cit., III, def. general de los afectos, expl.
esencia del otro» 54 . La esencia de Narciso consiste en desear seguir
[56] Cf. Ética, IV 47 y esc.
siendo Narciso; en esta medida su deseo se desea a sí mismo. 57] Ibíd.
70
Laberinto del yo: el deseo es la esencia misma del hombre en tanto ') S I Cf. B. Spinoza, Etica, III, def. I de los afectos. Allí aún esta determina-
ís determinación presente. Como lo señala R. Misrahi: «Perseverar en su ser es
que desea desear.
'•>pino/,a de forma explícita actuar o esforzarse en actuar: el conatus no es nada
< | i i e esta misma acción [...] El conatus no es un hambre misteriosa, sino la sim-
[48] En ese caso Spinoza habla más bien (III, 9, esc.) de apetito, precisando que i. n u l i d a d de la existencia como acción» (Spinoza, Seghers, p. 70). Cf. también
no hay en realidad ninguna diferencia (trulla dífferentia~) entre uno y otro: «Tenga o no m e . M I Ó autor, R. Misrahi, Le de'sir et la reflexión dans la pbílosophíe de Spinoza, pp. 27-
1 ' I Vleuze, Spinoza, philosophie pratique, cit., pp. 134-143.
tenga el hombre conciencia de su apetito, dicho apetito sigue siendo, de todas
maneras, el mismo» (III, def. I, de los afectos, expl.). Eso no significa que Spinoza 1.1 antes se ha señalado esta proximidad: «El clinamen es la determinación
sea un «precursor» de Freud, pero quizá, como ha escrito R. Mirashi, que el spi- , i n i l «le la dirección del movimiento del átomo. Es una suerte de conatus...»
nozismo contiene «los fundamentos filosóficos más próximos a los que habría que I '< l i u/.e, «Lucrecio y el simulacro», en Lógica del sentido, Barcelona: Paidós,
adoptar si se quisiera un día bosquejar una filosofía del psicoanálisis» (Le iésir et la i | .'.70.
' i " > | Cf. Ética, II, 48 y esc.
reflexión dans la pbilosopbie de Spinoza, pp. 28-29). Volveremos a ello.
[49] B. Spinoza, Ética, III, def. I, de los afectos, expl. ( • I / tica, III, 11 y esc. y Deleuze (Spinoza,píilosopbiepratique, pp. 138-139). Es
[50] B. Spinoza, Etica, III, def. general de los afectos, expl. Horma! que la voluntad sea también «la facultad por la que el alma afirma o
[51] B. Spinoza, Etica, III, def. 1 de los afectos, expl. ln \eul.idiTo y lo falso» (Ética II, esc. de la prop. 48), lo cual no hace de ella
l,n u l i , u l «absoluta o libre» (¡W.) sino una determinación del alma. Eso con-
[52] Cf. B. Spinoza, Ética, III, 7, 9 y esc.
[ 5 3 ] Pues el conatus es siempre perseverancia de un ser determinado: «Un caba- i m i l i i é n siempre al conatus: pues todo conocimiento es poder (IV 26).
llo, por ejemplo, queda destruido tanto si se trueca en un hombre como si se mu1 también es, pues, una alegría (cf. IV apénd., cap. 32, así como V Delbos,
i ni,, pp. 124-126).
ca en un insecto...» (Etica, IV, pref).
(-.tica, I I I , 28 y dem.
[54] B. Spinoza, Ética, III, 57, dem.

i i li \ i ( i )
lidad una negación parcial» 68 : también es no ser esto, no ser aque-
Para Spinoza, pues, el deseo está completamente del lado del
llo, no ser todo; en una palabra: no ser Dios. De ahí la ambivalen-
ser, de la vida, de la afirmación —y no como querrían Platón 6 ' y tan-
. 1,1 del deseo. Pues es precisamente esta limitación-negación de
tos otros 64 , del lado de la carencia o de la nada—. ¿Pero cómo expli-
nuestra potencia de existir la que deja lugar a la carencia y a la muer-
car entonces que sea percibido de forma tan diferente, como ator-
i c , que no son el hombre (la carencia y la muerte no son nada y el
mentado por la negatividad? Pues hay reconocer que es Platón
hombre es algo), sino la cruz con que se marca su finitud. Pues vivir
quien parece tener razón sobre este punto cuando escribe que «el
, i < i n p r e es una fuerza, pero limitada: por ello uno puede querer
que desea, desea algo que le falta y no desea lo que no le falta» 65 y,
lumentarla indefinidamente. Lo ilimitado de nuestros deseos (como
por tanto, «he ahí los objetos del deseo y del amor: lo que no se
i .u rucia) se apoya así en la limitación (como fuerza). Lo falsamente
tiene, lo que no se es, aquello que nos falta...» (iW.). Todos pode-
i u I mito (imaginario) de nuestros deseos es la expresión de nuestra
mos reconocer aquí algo de nuestra propia experiencia. Todo ello
I mu ud real: porque no somos todo, siempre deseamos algo. Tal es
apunta, de entrada, a la dimensión temporal del deseo: en tanto que
l.i dialéctica del deseo, y su negatividad, cuyo principio general
se dirige al porvenir (en tanto que se convierte en esperanza), se
' ' l ' i n o z a enuncia claramente; un principio, por cierto, que es el de
dirige, en efecto, hacia lo que no es y hacia lo que falta —hacia lo
que no es, como dice Platón, «ni actual ni presente» (ibidjj—. No t ' i i l . i finitud: «toda limitación es una negación» 69 . Principio umver-
hay esperanza que en el fondo no tenga la nada por objeto. Y ¿qué > l > | i i e vale en consecuencia también para la potencia de existir en
deseo hay que no sea esperanza? Desear vivir es también desear vivir i , mi o que finita: «Esta determinación, por tanto, no pertenece a la
mañana. Y eso jamás está dado. De ahí la impaciencia, de ahí la • "'..i en tanto que es, sino al contrario, indica a partir de dónde la cosa
angustia y la indefinida sucesión de esperas frustradas cuya vanidad ii:' «» (i'¿¡'¿.). Dónde se encuentra la nada: «lo que no tiene, lo que
mucho más tarde Schopenhauer destacará 66 . El porvenir es un labe- ii" es, aquello que le falta a uno...». El deseo en tanto que está de-
i . i i n m . i d o (como grado limitado de potencia) expresa esta potencia
rinto. l i n i i , i no «según su ser»70, sino según su no-ser (eius non esse71), de la 73
Pero hay también otra cosa que concierne no ya a las estructu-
72 m i ' . ni, i forma que una vida está siempre delimitada (o de-termma-
ras de la temporalidad, sino al deseo mismo. Este deseo está del
lado del ser, decía antes; hay que precisar: del ser finito. El deseo es 1 1 no por ella misma sino por la nada que la rodea. Todo ser fini-
en esto siempre ambivalente, como se dice hoy día, porque expresa dc-fine por el infinito que no es. Y mi potencia no está deter-
una potencia, mas también sus límites y la conciencia de sus límites1'7. El «duro i . u l . i más que por sus límites, que son los de la impotencia. Sin
deseo de durar», como dirá Eluard, sólo tiene sentido para quien se
sabe mortal. No hay deseo sin fimtud. Y si todo deseo es potencia, i . S | tilica, I, 8, esc. I.
nunca es sino potencia determinada, es decir (cf, el sentido de la pala- i > ' > | IV Spinoza, Correspondencia, carta 50 a Jarig Jelles, trad. de A. Domínguez,
bra latina determínatioj, limitada. Sin embargo, «ser finito es, en rea- i i i l . A l i a n z a , 1988: «determinado est negatio». Esta fórmula está en el origen
iiMHTables comentarios, particularmente por parte de Hegel, cuyas debilida-
l > i ' i n i c i o s M. Gueroult (Spinoza 1, p. 462-468) y R Macherey (Hegel ou
i . |v I 59-180) han mostrado claramente. Por el contrario, me parece que R
[6?] Cf., por ejemplo, £í banquete, 199-204. i i ' n i r r d i i r e en exceso el sentido y el alcance de esta frase, en que se esboza
[64] Para dar sólo un ejemplo, cf. J. R Sartre, El ser y la nada, Madrid: Alianza,
• u. i de l.i f i n i t u d , presente también en la Ética.
1989, pp. 128-132. «\ Traducción de R. Misrahi (en la edición de la Pléiade) para «juxta
[65] Platón, El banquete, 200-201. |ur Appubn traducía (cf. supra^ por «en tanto que ella es».
[66] Cf., por ejemplo, El mundo como voluntad de representación, IV, Barcelona:
I I Appuhn traducía: «a partir de donde la cosa no es», y Misrahi: «según lo
Planeta, 1996, 57-58.
[67] Cf. Ética, III, 6 a II y escolios.

I MU K I N 1'OS l > l ¡ ] , YO; lil ' i ' < r.t > j


embargo, ello no significa que la potencia sola sea real y que el no- tud. Deseamos indefinidamente porque todo deseo es finito (como
ser sea algo sólo en la medida en que no es. Así pues, la ambivalen- potencia de gozar). Pero no confundamos la limitación de la cosa con
cia del deseo no es otra cosa que la de-finición de su ser finito la cosa misma. O bien al final encontramos a Platón, el ascetismo y
(como fuerza) por el infinito de su no-ser (como carencia), de la la religión... O bien la angustia y la tristeza... Y sin embargo
misma forma que una figura geométrica sólo está de-limitada —sin Spinoza no deja de afirmar la positividad del deseo como esfuerzo por
que la figura pueda ser «otra cosa que una negación» (iti'á.)— por mantener y aumentar nuestro ser, es decir, por experimentar la ale-
el espacio indefinido que ella no ocupa. gría. Eso basta para condenar a los moralistas y su valoración
Pero la figura no es sino una imagen, mientras que el hombre supersticiosa de la tristeza y del temor 74 . Pues ciertamente mi fuer-
imagina. Y al hacerlo dota a la nada —a aquello que no es, que no /.i es limitada —no soy Dios—, pero real —no soy una nada—. Mi
tiene...— de una realidad fantasmal (imaginaria) que le fascina y le deseo es esta fuerza, en tanto que se esfuerza siempre por afirmar-
obsesiona. El deseo, como fuerza finita (pero positiva), se vive, pues, se y acrecentarse, y tiene consciencia (al menos parcialmente) de su
como carencia indefinida, porque el ser vivo no cesa de negar él mismo esfuerzo. Pues el deseo excede mi conciencia 75 , pero también la
(en su esfuerzo real o imaginario para acrecentar su potencia) el envuelve. El deseo no es íntegramente consciente, pero la concien-
límite (la «negación») que le determina. Negación de una negación72, , 1,1 sí es íntegramente
o deseante 76 . El deseo es «el todo del alma» 77 . Es
el deseo no es, pues, nada más que la afirmación de una fuerza (el -el verdadero y único motor de nuestra vida» 78 . Es la tensión en mí
conatus*), en su esfuerzo indefinido 7 ' para durar y acrecentarse. Es una t|iic genera la identidad entre el ser y el querer-ser 79 , y el esfuerzo en
afirmación que se afirma (como fuerza) negándose (como finitud). mí que genera la identidad entre la vida y el querer-vivir 80 ; dicho bre-
El deseo resulta así la verdad de nuestra vida y su límite: el hombre vemente: es la identidad entre mi esencia y mi potencia*1. El yo no es,
no está de-finido sino por la nada que no es y que constantemente pues, hablando en términos absolutos, un ser (no es una sustancia),
le falta. De otro modo seríamos Dios, ya no tendríamos deseos. Pero IDO que tiende a perseverar en el ser. No es un todo; es parte del
esta nada (esta carencia) no es nada, y esta negación sólo tiene realidad i i u i o (un modo), que se esfuerza por durar. No es un individuo 82 , 75
en tanto que es el reverso de una determinación positiva, que es la
de nuestra potencia de existir. Es preciso al menos ser algo para no
74] Cf. por ejemplo Etica, IV prop. 63 y esc. y, en el apéndice de esta misma
ser todo; es preciso estar vivo para poder morir. No hay potencia en I u l e , el cap. 3 I.
el hombre sin finitud; pero no hay tampoco finitud sin potencia. | 75] Cf. Etica, I, apénd. y (por ejemplo) III, def. 1 de los afectos, expl. Cf. tam-
Aquel que ha muerto de sed ya no tiene sed. Y sólo los vivos temen I < M ' H ü. Deleuze, Spinoza..., cit., p. 82-84.
| 76] Y ahí va incluido el hecho de que conoce y razona: cf, por ejemplo, Ética,
morir. El deseo no es impotencia; es potencia finita. I V apénd., cap. 3, 4 y 32.
En tanto que tal, ciertamente se le percibe por lo general como [ 77] R. Misrahi, R. Misrahí, Le désir et la reflexión dans la pbilosophie de Spinoza, p. 28.
carencia o como limitación (como negatividad). Pero esta determina- | 78 ] V Delbos, Le problem moral dans la pbilosophie de Spínoza et dans l'bistoíre du spí-
tio del deseo remite, una vez más, no a la realidad de su ser, sino a •iime, Alean, 1893, p. 103.
| 79] Cf. Ética, III, prop. 6.
su finitud: no a lo que es, sino a lo que no es. De ahí un nuevo labe- ¡MO] Cf. Ética, IV prop. 21 y dem.
rinto: nunca acabamos de desear porque nunca salimos de la fini- | 81 | Cf. Ética, III, prop. 63 y dem.
| 82 | Al menos en el sentido absoluto del término, pues la noción de individuo
• i Spino/.,i es completamente relativa, y el cuerpo humano, por ejemplo, «se com-
[72] Y no negación de la negación, pues en Spinoza la negación no existe. nr di- muchísimos individuos (de diversa naturaleza), cada uno de los cuales es

u
[73] Indefinido en cuanto a su pretensión (es decir, como tendencia o apeti- u 1 cunipucsto» (Etica, II, prop. 13, post. I; cf. también el esc. del lema VII). No
to; cf. por ejemplo, Etica, III, 4, 6 y 8. r»l.( muy lejos de la noción de agregado...

I i Milu ni ÍCAUO r [ U I N I » ' , III I YO: I I S l l l N i ! DI N M •


es conatus. No es un sujeto 81 , es una lucha 84 . No es un_yo, es deseo. ¡tildes e intereses, ni Freud, en fin (con la mediación eventual —y
A saber: una pura fuerza vital que se esfuerza (necesariamente) en .mibigua— de Schopenhauer), con la teoría de la libido... Pero eso
mantenerse y en aumentarse, es decir, en gozar y en durar. Mi deseo es suficiente, al menos por el momento, y ya se ve dónde quiero ir
no me pertenece; yo no le pertenezco tampoco: pues, si bien él existe ,i parar. Aquí: que el materialismo es siempre_/i7o50/jfl del deseo. Si no
independientemente de mí 85 , yo no existo independientemente de c.viste otra cosa que la materia, el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo
él86. No soy su sujeto ni su juguete: yo soy su juego. Juego de fuer- j u s t o y lo injusto no tienen existencia real. No existe sino la natu-
zas y de deseos, de deseos que se esfuerzan contra otras fuerzas, con- i.ileza, que no es ni buena ni mala, ni hermosa ni fea, ni justa ni
tra otros deseos... A eso se le llama existir, que es la apuesta [ÍBJ'OI] i n j u s t a —la naturaleza indiferente, sin valor ni sentido, sin norma ni
misma del juego \jtu\e le constituye. Desesperanza: sólo hay fuer- finalidad—. Todo vale porque nada vale: desesperanza y serenidad.
zas y relaciones entre fuerzas 87 , sólo deseos y relaciones de deseos. I ' , i s l a de religión, entonces, y basta de moral, de política o de esté-
Pero también ascensión: «pues el aumento de la potencia, lo consti- i u .1 religiosas, es decir, absolutas. La verdad misma, si existe y si
tuye este movimiento ascendente del deseo que se puede llamar alegría»^. podemos conocerla, carece de valor y es tan indiferente como todo lo
Desesperanza y ascensión: sólo existe lucha y la alegría por las vic- ' l e m a s . Dos más dos igual a cuatro: ¿y qué más me da? Siete más
torias. ' n ú o igualo a doce: ¿y
1 bien? Todo es indiferente en el universo, todo
11.1 igual. El nacimiento de una estrella, su muerte, un planeta que
dfsaparece, un sol que se extingue... Eso no cambia nada y lo real
VI i M I C siendo lo real: indiferente a todo, es decir, a sí mismo. Pero la
éiftrcncia está en nosotros. Todo vale; pero no todo es igualmente dese-
Lucrecio, Hobbes, Spinoza... Clinamen, conatus, deseo... Podríamos d ' l e . Nada vale; pero existe el placer y el dolor. El bien no es nada,
continuar. Pues Nietzsche no está muy lejos, sin duda, con su exal-
n i el mal: pero hay deseo. Nada es justo: pero se puede desearla jus-
tación de la voluntad de poder, ni Marx en el ámbito que le es propio,
1 1 ' 1,1. La belleza no existe: pero se puede amar lo que es bello... Aquí
cuando ve en el corazón de la historia el juego conflictivo de necesi-
' i n s t i t u y e , mucho antes de Hegel, una dialéctica. Pues desde el
i i i " i i i c n t o que hay una tendencia (clinamen, conatus o deseo), de ella van
[83] En tanto que sujeto libre y libremente finalizado. Sobre la crítica del i n.i< er, según su éxito o su fracaso, su fuerza o su debilidad, dos
sujeto en Spinoza, cf. R-F. Moreau, Spinoza, Seuil, pp. 35-52. llcci iones o sentimientos opuestos, que Epicuro llama placer y dolor
[84] Es decir, un grado de potencia (una esencia singular) que entra (puesto ' ' | n e pueden ser tanto del alma como del cuerpo) y Spinoza, ale-
que su fuerza es limitada) en una relación de fuerzas (o más bien en diversas rela-
,'>i,i \ Todo es indiferente, ciertamente; pero el deseo es lo
ciones de fuerzas) que condiciona su existencia. Cf, por ejemplo, Etica, IV, axioma.
Por ello todo ser finito se esfuerza en ser: porque su ser no va de suyo. Es desde luego • | i i ' p.ir.i nosotros) constituye la diferencia. Ser materialista es pensar
diferente la situación, ahí también, en el caso del ser infinito. ( J I M eso constituye toda la diferencia: porque no hay otra. En un
[85] Independientemente de mí en tanto que sujeto consciente: el deseo des-
• horizontal o en un espacio infinito todas las direcciones vie-
borda en efecto mi consciencia, no sólo por sus causas (Etica, I, apend.), sino por
su realidad misma (Ética, III, def I de los afectos, expl.).
ln n .1 MT lo mismo; y lo real es este espacio. Pero desde el momen-
[86] Porque es mi esencia, mi potencia y mi existencia: ibid. y III, prop. 7 V M q u e hay una pendiente (una tendencia, una fuerza, un
dem. (por ejemplo). Ifkrn... i , de ahí nace una oposición entre lo alto y lo bajo. Mirad la
[87] Cf, por ejemplo, para el principio general, Etica, IV, axioma, y para el
' no es lo bajo lo que determina la gravitación; es al contrario
hombre, el Tratado político, en particular el cap. II (y especialmente §§ 5 y 14).
[88] R. Misrahi, Le désir et la reflexión dans la philosopbíe de Spinoza, p. 68 (la cur- L i ' i . n n , u - i o n la que define lo bajo, y consecuentemente también lo
siva es mía). i .IM i . n u b l e n para los valores, que no son los que determinan

l>l I Y O ; I I • v l K IM i
•'Pero qué importa? No se trata, como ya decía Demócrito, sino de
el deseo, sino lo que el deseo define. Y el sujeto es el lugar de esta
«vivir con el máximo de alegría y el mínimo de tristeza» 6 . Este
definición. Ser materialista es pensar que es la pendiente (el deseo) la
i mismo es el de la vida, y el materialismo es aquí fiel a su vocación,
que acarrea la existencia de dos polos (lo alto, lo bajo, el bien, el
i|uc consiste en considerar la naturaleza «sin añadidos extraños» 7 .
mal...), y no la preexistencia de los dos polos o de uno de ellos lo
«¿No veis lo que grita la naturaleza?», pregunta Lucrecio. «¿Reclama
que hace posible la pendiente. Spinoza escribe: «Queda claro en vir-
d i r á cosa que ausencia de dolor para el cuerpo y para el espíritu un
tud de todo esto que nosotros no intentamos (roñan), queremos,
sentimiento de bienestar, desprovisto de inquietud y de temor?» 8 .
apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que,
Materialismo y naturalismo: teoría del deseo y práctica de la alegría.
al contrario, juzgamos que algo es bueno, porque lo intentamos
I i , i n t e a ello, el idealismo y la religión son siempre teoría del deber, y
(conamur), queremos, apetecemos y deseamos» 1 . A la inversa: no es
|'i.Íctica de la sumisión: si existe el ideal, yo debo someterme a él. Y
el valor lo que detemrina el deseo, es el deseo el que define el valor.
rl primer deber es creer que existe... Sumisión: meterse debajo,
No es el bien lo que es deseable: es lo deseado lo que resulta bueno.
humillarse, descender... «La fe y la humildad son las únicas guías
Y se comprende, pues, que al mismo tiempo que muere toda moral
absoluta (pues ya no hay Bien ni Mal en sí), nace la posibilidad de ' | I M - liay que seguir», dice Bossuet, «es decir, que hay que saber que
una ética, en tanto que teoría de lo bueno y de lo malo para nosotros. todo el bien viene de Dios y todo el mal de nosotros solos»9. Y la
«Pues quiero creer», dirá Nietzsche, «que desde hace mucho tiem- I r misma es un «don de Dios» 10 , y la humildad, y toda virtud... De
po se ha adivinado lo que yo quiero, lo que yo quiero precisamente l i e i lio, si todo el bien existe ya, no nos queda apenas otra cosa que
con esa peligrosa consigna que he puesto en la cubierta de mi últi- i n v e n t a r si no es el mal. Toda «vida buena no es más que una ogracia
ma obra: Más allá del bien y del mal... Eso no significa cuando menos • l < I >ios» n , y sólo el mal —que no es nada 12 — nos pertenece pro-
Más allá de lo bueno y de lo malo2. Y Nietzsche resulta ser spinozista en l ' i . m i e n t e . Es, pues, justo odiarse y mortificarse: la religión se vive
esto', y nosotros mismos. El espíritu humano está solo y juzga < l < rodillas. E s o comienza mucho antes d e l cristianismo y continua-
i i •!' '.pues de él. Si se admite, según la expresión de Platón, «que 79
78
como puede, decía yo; pero es necesario juzgar, pues hay que vivir.
No es un deber, es una necesidad: porque no somos sino una parte de ilgo justo en sí... y también algo bello y bueno»", el deber con-
la naturaleza (y no el todo), y porque no nacemos libres sino some- i i < en plegarse a ello. Somos esclavos de los dioses: nuestro deber
tidos a las afecciones de nuestro cuerpo 4 : porque podemos morir o mis i s te en obedecerles 14 . No se trata de hacer el bien sino de seguir-
vivir, sufrir o gozar, estar tristes o alegres... Sin embargo, «el cono-
cimiento del bien y el mal no es otra cosa que el afecto de la alegría
[6] Demócrito, fr. 189.
o el de la tristeza, en cuanto que somos conscientes de él» 5 . La ética, | 7 | IT. Engels, fragmento no publicado del Feuerbach, Etudes phílosophiques, Ed.
pues: la teoría de nuestra alegría. Para que mi alegría perdure. 1068, p. 68.
Desesperanza y simplicidad: la vida no tiene sentido ni fin algu- Lucrecio, II, 16-19.
J.-B. Bossuet, Traite de la Concupíscence, VIII, citado por L.-L. Grateloup,
no más allá de ella misma. Nada la justifica, nada la prolongará.
•'•ilosophique, 1978, p. 272.
I D ] i I . , por ejemplo, san Pablo, Epístola a los Efesíos, II, 8-10.
I I | S.in Agustín, De la gracia y del libre arbitrio, citado por J.-C. Fraisse, Saint
[I] B. Spinoza, Ética, III, esc. a la prop. 9- l ' l i| ; , p. 104.
[2] F. Nietzsche, Genealogía de la moral, I, 17, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid I ' I ' u o i o que «todo lo que es, es bueno»: cf. san Agustín, Confesiones, VII, 12.
Alianza, 2 1975, p. 61 de la ed. esp. [ I I l ' l . u ó n , Ftdón, 65 d.
[3] Como lo apunta G. Deleuze (Spinoza..., cit., p. 34). I I I I . i/'ií/., 6 2 ( y e n s a n Pablo igualmente l a expresión «esclavos d e Cristo»:
[4] Cf., por ejemplo, Ética, IV, prop. 19 y 68, dem. y esc. ' ,i Iw / /M/OÍ, VI, 6).
[5] Ética, IV, prop. 8.

i • 1 . 1 |. i
M I i ' •'. i 'i i YO: 1.1 suiíÑo DI MARI
lo. Y toda virtud tiene su modelo en el cielo; una virtud que la inte- Pentecostés y el Día de Todos los Santos, religión y seriedad: tris-
ligencia puede conocer 15 , es decir, (reminiscencia) rf-conocer. La teza, tristeza, cuando nos posees...
virtud no hay que inventarla sino encontrarla. La santidad es una Muy al contrario, pues, según Demócrito, «el derecho es una
anamnesis 16 . Es preciso alejarse del cuerpo y del mundo, desemba- invención de los hombres» 21 y, por tanto (Epicuro), «la justicia no
razarse de «la locura del cuerpo» 17 , y reproducir en la vida de uno, es algo en sí»24, ni el bien 25 , no existe ninguna moral que sea abso-
lo mejor que se pueda, este valor que llega de lo alto (del mundo inte- l u t a , ni religión alguna que imponga lo que hay que hacer, ni asce-
ligible), y cuyos rayos, como los del sol, descienden. Pues la virtud en tismo, ni santidad. Al contrario, es preciso seguir la gran sabiduría
ese caso sólo puede ser un «favor divino»' 8 , una gracia, y los indivi- del cuerpo, que consiste en buscar el placer y huir del dolor 26 ,
duos virtuosos son hombres «divinos e inspirados» 19 que sólo ac- l í p i c u r o es el anti-Platón. El sabio no está poseído sino por su pro-
túan «gracias al soplo del dios que les posee»20. Se comprende que pio cuerpo; sólo el «divino placer» le inspira. Mi cuerpo sabe más
para ello el cuerpo sea un obstáculo: es preciso vencerlo. El deber •.obre la felicidad que los sacerdotes. No es que carezca de «bienes
consiste en renunciar al deseo (ascetismo), y liberarse de él (santi- espirituales» ni de «valores superiores», sino que éstos vienen de abajo,
dad). Por ello el filósofo no se ocupa en absoluto de «placeres como de lo que soberbiamente Epicuro llamaba «el vientre». No es un sol
los de la comida y la bebida» 21 , ni de «los del amor», ni de «los cui- i nyos rayos desciendan; es más bien como un árbol que asciende.
dados del cuerpo»... Su alma «desprecia profundamente el cuerpo, Siendo el cielo su lugar, es la tierra la que le alimenta: «El principio
lo huye y busca aislarse en sí misma» para así percibir mejor el Bien \i raíz de todo bien es el placer del vientre; a él se reducen los
en sí con «el pensamiento completamente solo y puro»... Llevado al I i i e n e s espirituales y los valores espirituales...» 27 . Se reconocerá ahí
extremo, a eso se le llama estar muerto, porque «purificar el alma» Me proceso de sublimación que Marx y Freud, cada uno a su mane-
no es otra cosa que «separarla lo más posible del cuerpo» y hacer ¡ i . i , se encargarán de teorizar. Y uno se figura que en ese caso la
efectivo, por tanto, aquello que la propia muerte traerá. Pentecostés i e r r e no tiene nada de deseable: puesto que justamente ella no es
l i i i i i / i / , esta nada misma. Desear es tan vano (vacío) como temer. Son
80 y el Día de Todos los Santos: «los verdaderos filósofos se preparan 81
para morir»; los sabios «están ya muertos». Actividad hasta tal n.ismas sin objeto, de los que los «verdaderos filósofos» no tie-
i por qué ocuparse. ¡Filosofar es aprender a vivir! Sólo el placer
punto seria que habrá que admitir que sea justo que se proscriba la
n u e s t r o maestro, un maestro que ignora la muerte tanto como la
risa, indigna como ella es en los hombres y en los dioses...22.
Il n u e r i e le ignora
o a él28. ¡Al diablo la seriedad! ¡Al diablo la tristeza!
|,it l i s . i de Demócrito era la expresión misma de su sabiduría y la
[15] Cf., por ejemplo, el Teeteto, 176-177 y> desde luego, el Menón.
[16] O, al menos, la anamnesis (la reminiscencia) es la única vía que lleva a la
santidad. Cf. por ejemplo Menón, 81-82. itlnúMoino declara inmediatamente que las bromas y la risa no provienen de Dios,
[17] Platón, Fedón, 67 a. lili i p i r son una emanación del diablo; el cristiano debe observar una seriedad
[18] Platón, Menón, 99-100. H H i i i i l r , arrepentimiento y expiación por sus pecados...».
[19] Ibid. M I II I )rmócrito,' según
o Diógenes
o Laercio, IX.
[20] Ibid. |j!4| lipicuro, Máximas capitales, cit., 33.
[21] Platón, Fedón, 63-68. Hasta nueva indicación las siguientes citas corres- | ¿ < | ( ' I . por ejemplo Diógenes Laercio, X, 6.
ponden a este mismo lugar. |jUt| ( I I . por ejemplo Diógenes Laercio, X, 137.
[22] Cf. Platón, República, III, 388-389. Si creemos a Bakhtine (Rabelais, p. 82), I ¿V | Según Ateneo, El banquete de los sabios, XII, citado por Solovine, op. cit.,
la misma condena de la risa se encuentra en los comienzos del cristianismo: f\> I 'n burn comentarlo de este texto puede encontrarse en La morale d'Epicure,
«Tertuliano, Cipriano y san Juan Crisóstomo se levantaban contra los espectáculos Millón (l'.ii-i.s, 1878), pp. 32-35.
antiguos, especialmente el mimo, la risa de los mimos y sus bromas. San Juan | ¿ H | ( I. por ejemplo Epicuro, Carla a Mineceo, cit., 124-125.

l'l M I l l > I I I |i M U ' i 'I '.ni I H Mil N MU |M i


tradición la retiene con razón como lo esencial de su mensaje. La belleza absoluta... lo bello tal y como es «en sí»'. Y se trata a buen
desesperanza es lo contrario de la seriedad. Sólo hay átomos y vacío, seguro de una ascensión, en efecto: es preciso «subir sm cesar», dice
y nada de seriedad, nada de gravedad: ¡Riamos! Esta locura es sabi- Platón... Mas esta «ascensión» sólo es pedagógica: lo que se reco-
duría. Sólo hay azar y necesidad: ¡Riamos! ¡Riamos! Sí, «hay que rre son grados sucesivos de una iniciación. El orden real es el inver-
reír al filosofar» 29 , esta risa «inextinguible» de los sabios y de los so, y la «dialéctica ascendente» no es sino el reflejo invertido de un
dioses"'. Eso vale tanto para nosotros como para los griegos, hoy día proceso descendente, de una emanación o, como dirá Plotino, de
como hace dos mil años. «Pues la risa», dice Spinoza, «es pura ale- una procesión. Dialéctica no del ser sino del conocer: el espíritu
ra» •isciende, quizás, pero el ser desciende. Pues lo Bello en sí es lo
primero, y todas las cosas dignas de amarse —de los cuerpos
l>cllos a las almas bellas, de las almas bellas a las bellas acciones—
VII ••i'lo de ello extraen lo que de belleza hay en ellas, del mismo modo
i orno las cosas terrestres extraen del sol lo que de vida tienen 2 .
Pero volvamos al amor. En el Banquete Platón lleva a cabo en algu- I'ero prisioneros en la caverna donde nos hemos precipitado (la
nas páginas la descripción de lo que se denomina «dialéctica ascen- ..iida...), debemos, para acceder a esta realidad suprema, ascender
dente», que es el camino que debe seguir aquel que quiere iniciar- por etapas hacia el mundo inteligible, recorriendo a la inversa
se en los «misterios del amor». Son conocidas la etapas que cons- orden pedagógico) el camino del ser (orden ontológico). Se trata
tituyen otros tantos grados hacia el mundo inteligible: pasar del I una conversión en el sentido plotiniano del término: el amor
amor de sólo un bello cuerpo al amor «de todos los cuerpos » i orna hacia su origen, asciende (en el pensamiento) hacia ese
bellos», luego de la belleza de los cuerpos a la «belleza de las n u i l ) desde donde desciende (en la realidad). Lo percibido al
almas», de ahí a la «belleza que reside en las acciones y en las i n i i l existe, sin embargo, con anterioridad; el punto final del
82 leyes», luego a la de las ciencias, «hasta que por fin su espíritu, Moi-imiento es el punto de origen del ser. «Para mí, ésta es mi 83
fortalecido y ampliado, percibe una ciencia única», que es la del p u i i ó n : en el mundo inteligible la idea del bien es percibida en últí-
Bien en sí: belleza eterna que no conoce ni nacimiento ni muerte, liigar y con dificultad, mas no se la puede percibir sin llegar a la
que no sufre aumento ni disminución..., belleza sobrenatural..., ' i l u s i ó n que ella es la causa de todo lo que hay de recto y de
Mu en todas las demás cosas...» 5 . El amor es la pedagogía de lo
¡lo y su apocalipsis: a través de él lo Bello se revela. Pero lo Bello
[29] Epicuro, Sentencias vaticanas, cit., 41.
[30] Es Hornero el que habla (Ilíada, I, 599-600) de «la risa inextinguible de .1 i'.uisa del amor y su génesis: a través de ello adviene el amor,
los dioses bienaventurados», expresión que Platón juzga «inadmisible» (República, uy ascensión es, por tanto, porque la preexistencia de lo alto (y
III, 388-389), pero que debía agradar a Epicuro (aunque él gustaba poco de la l'i'rrminencia objetiva) la hace posible. Sin lo Bello, el amor no
poesía), para quien el sabio vive «como un dios entre los hombres» (Carta a Meneceo,
lirí.i. La ascensión no es más que el efecto recurrente de una
cit., 133) y no cesa por tanto de reír... Sobre la risa legendaria de Demócrito, el.
por ejemplo, Bakhtine (op. cit., p. 76 ss.): «La risa de Demócrito expresa una con- 1,1 previa: uno no se eleva, es lo alto lo que nos alza o nos levan-
cepción filosófica del mundo, tiene por objeto la vida humana y todos sus vanos ''Admisión? No: asunción. Tal es la función del amor. Es un
terrores, las vanas esperanzas del hombre en relación con los dioses y con la vida
ultraterrena. Demócrito define la risa como una visión global sobre el mundo, uii.i
suerte de establecimiento espiritual del hombre que adquiere su madurez y se des l'l Itón, lí.uujtiele, 210-212.
pierta...». 1 I por e j e m p l o , Platón, República, fin del libro VI.
[31] B. Spinoza, Etica, IV, esc. II a la prop. 45. ' l ' l Itón, República, V I I , 517.

I l'l MI l i i l ' l í< M<" ,


lo-, un '.ri o ni N
«delirio inspirado por los dioses»4, un «entusiasmo» 5 , «es decir, el Una teoría materialista del amor dirá exactamente lo contrario.
dominio que nosotros mismos sufrimos por parte de aquello que es lodo arranca del cuerpo: en el comienzo era el deseo 16 . La belleza
superior a nosotros» 6 . Los cristianos dirán «sólo en la gracia hay sal- que no es algo en sí— sólo es la visión fantasmal del objeto del
vación», y el amor lo es. Platón es aquí cristiano o, más bien, los cris- di-seo. Lucrecio lo expresa con claridad: «los enamorados son en
tianos son en esto discípulos de Platón. Pero Platón va quizá aun más I u.r/os del amor el juguete de los simulacros de Venus» 17 . Dicho de
lejos: pues para él esta asunción no es más que un retorno, y la «conver- ni i , i I orina: no es porque un cuerpo es bello que se lo desea; es más
sión del alma»7 es, literalmente, una inversión*. Del mismo modo que el h i r i i porque se lo desea que nos parece bello. Y es de este «deseo
ojo ve gracias al sol, y la vista es «como una emanación de este últi- m u d o » (muta cupido: IV, 1057) de donde nace la palabrería de los
mo»1', del mismo modo que el alma humana no se conoce más que en ,iin,núes. La belleza no es, pues, la causa del amor, sino su efecto: no
«el espejo» de Dios1", así también «la ascensión del alma hacia el lugar inte- ,nn.unos lo que es bello, encontramos bello aquello que amamos. Se
ligible»11 sólo es posible porque el alma viene justamente de ese lugar al que J i i c también que el amor es ciego, pero eso es decir demasiado o no
retorna. Lo alto es lo primero, luego la caída, una caída cuya nueva di i n lo suficiente; más adecuado sería decir que el amor es visíona-
ascensión no es otra cosa que la negación siempre comenzada de ii<> mi siempre ve lo que está frente a él, ciertamente; sobre todo, ve
nuevo. Al contrario de Icaro, que se crea sus propias alas, el alma cuan- /i> ijiif no está. Hay aquí un específico efecto de ilusión sin el cual el
do sueña las suyas 12 no hace más que encontrar parcialmente su esta- i i i i n u no existiría. Y Lucrecio, en una célebre sátira, se lo pasa en
do original, ese estado anterior a caer «a la tierra»", en que veía la i ' i . u i d i - y hace ver lo ridículo «del defecto más frecuente en todos
Belleza, por así decir, cara a cara. La oposición es completa: Icaro I n i m a n o s cegados por la pasión (cupido^), que consiste en atribuir
fabrica las alas asciende, después cae; el alma de Platón pierde sus alas, > • . i|ue aman méritos de los que carecen...» 18 .
cae, después asciende. Icaro: invención 14 , ascensión y caída. Platón:
caída, reminiscencia y asunción. Para ícaro conocer es descubrir; ele- Si tiene los ojos pardos, es otra Palas; que toda ella es seca y descar-
varse es crear. Para Platón conocer es «-conocer; elevarse [montff] es nada, entonces es que es una gacela; si es una enana, una suerte de 85
volver a ascender [re-monfer]. De ahí que la meditación y el amor, en pigmea, se trata de una de las Gracias, muy salada ella; si una gigan-
lugar de la aventura de Icaro, no sean ya más que un flash back del alma. te colosal, entonces es majestuosa, llena de dignidad. La tartamuda,
«Pues antaño», escribe Platón, «el alma era toda ella alada» 15 . ijue no se atreve a decir una palabra, es una compañera silenciosa; la
muda está llena de modestia; una irritada harpía insoportable e
inagotable, se convierte de pronto en alguien con un temperamento
[4] Platón, Pedro, 245. ardoroso; si es endeble y queda al borde de la muerte por un ataque
[5] Ibid. 249 (literalmente: arrebato divino, posesión divina).
Je tos, es una persona delicada [...] Me extendería demasiado si
[6] L. Robín, Platón, PUF, 1968, p. 57-
tuviera que decirlo todo...19.
[7] Cf. por ejemplo la República, VII, 518 d.
[8] Ibid.
[9] Platón, República, VI, 508.
[10] Platón, Alabiada mayor, 133. I d I < 'I, por ejemplo Lucrecio, V 962-965: «Y Venus en los bosques yacía con
[II] Platón, República, VII, 517 b. u s; i'ii efecto, toda mujer cedía ya a su propio deseo, ya a la violencia bru-
[12] Que son las alas del amor: Fedro, 249-250. niliiv y a su pasión imperiosa (inpensa libido'), ya al cebo de alguna ganan-
n, madroños o peras escogidas...»,
[13] Platón, Fedro, 250.
[14] Invención que está siempre determinada históricamente: Ícaro no sm'.i ni in-io, IV, I I 01.
nada sin Dédalo. La transmisión del saber es así lo que hace las veces (V dispensa i ui i n i o , IV, I 1 53-1 154.
de la teoría del recuerdo. i m rn ni, IV, I I 6 I -1 I 70. Esta sátira será recogida luego por Moliere en
in», I I , S.
[15] Platón, Fedro, 251.

u i i M .1 • . . • i 'i NAIO
Y es que, en efecto, el amor es infinito, como infinito es el corroe...»2'. Y es que el deseo se satisface en el goce, mientras que
deseo: tantos cuerpos como corazones y resulta que incluso la el amor ansia poseer 24 y no cesa de soñar con su propia sed...25.
mujer más universalmente admirada por su belleza sólo lo es en De nuevo estamos muy lejos de Freud y de su teoría de la subli-
razón de un acuerdo universal de los deseos, que \osfoedera naturae mación, que no consiste en el sentimiento de lo sublime (pues lo subli-
—aquí las leyes de la especie20— se bastan para explicar. Un mono me carece de existencia en sí), sino en el hecho de que el sentimiento
preferiría a una mona... Ilígue a hacerse sublime. Para Freud, como para Lucrecio —y contra
Lo bello no es, pues, el origen, sino más bien el término del pro- I'Lirón—, no es el alma la que tiene alas sino el deseo (como en esos
ceso. Podemos entonces retomar la dialéctica ascendente del Banquete, I,ilos alados de la antigüedad cuyo recuerdo Freud evoca26). Y es her-
pero cambiando su estatuto: para así llevar a cabo una ascensión real moso que ícaro tenga también, en su redundancia como mito, este
y no el efecto recurrente de un descenso. Para ello hay que hacer de lígnificado simbólico: que el mito emblema de la sublimación sea él
esta dialéctica un movimiento material, es decir, no ya un mero mismo la expresión sublime del deseo. Pues es el sexo ante todo, por
recorrido pedagógico, las fases de una iniciación, sino el movimien- l.i presión material en él de la sangre y del deseo, el que posee, como
to o
to mismo de la producción del bien, su poiesis. El amor no es la peda- > l i i c Freud, la «notable propiedad de poder erguirse contra la grave-
gogía del bien (aquello a través de lo cual se revela lo bello), sino >l,iil» 2 7 . Lo que vale para los sueños vale también para los mitos: el
su poesía: aquello gracias a lo cual lo bello adviene. No su apocalip- \o de Icaro traduce «una excitación sexual general, el fenómeno de
sis sino su génesis. Y la ascensión en él del deseo no es la negación 1 1 < rección»28. Materialismo del fantasma: no es el cielo el que hace
de una caída iniciada de nuevo una y otra vez, la reviviscencia siem- DO 11'le el vuelo, es el vuelo (la sublimación) el que crea el cielo como
pre comprometida de un recuerdo, sino la producción real, aquí y • I horizonte de su deseo. El cielo: eso hacia lo que mi sexo se eleva, el
ahora, de algo nuevo. Los átomos carecen de vida 21 y nosotros vivi- 111,MI hacia donde mi deseo alza el vuelo. Cielo del placer: «envíame al
mos; los átomos no ríen y nosotros reímos; los átomos no aman y i ' !•>...», dice una canción de Boris Vian; cielo del amor: «mi cielo de
nosotros amamos. Lo alto viene de lo bajo, pero no se reduce a ello, • i " ll.is sin nombre...», dice Aragón; cielo de la política: la Comuna
86
pues es cierto que vivimos, que reímos, que amamos... Así pues, no • I' P.irís, dice Marx, «al asalto del cielo...»; cielo del arte: «un gran
hay otro amor que el del deseo, pero el amor es algo diferente del firln inmutable y sutil...», dice Flaubert; cielo de la religión: «Padre
deseo: Lucrecio lo rechaza, pero también lo constata 22 . El amor es el
n o que estás en los cielos...», dice la oración; y otros muchos...
tributo (poena: IV, 1074) del deseo, su cuota de angustia (1133-
I o bello y el bien son, pues, hijos del deseo. «Por mi parte»,
1140), de ilusión (I084-U20) y de esperanza (spes: 1086, 1096).
I i i y.\, «si se descartan los placeres de la mesa, los del
Por ello el amor sobrevive a la satisfacción del deseo y no conoce ni
(diluí y todo lo que encandila los oídos y los ojos, no sé lo que es
reposo real ni serenidad: «Finalmente, cuando el deseo acumulado
I I MI u - ". Todo viene del cuerpo (del «vientre»), y si los placeres
en sus venas ha encontrado satisfacción, este violento ardor se rela-
ja por un momento; después sobreviene un nuevo acceso de frene-
sí, el mismo furor vuelve a apropiarse de ellos; y es que ni siquiera I .' I I [.ui-i-ocio, IV 11 5-1120.
ellos mismos saben lo que desean y no pueden encontrar el remedio I ' I | [.cu-recio, IV, I073-H40.
t u, ircio, IV, I097-H04.
que vencerá su mal: hasta tal punto ignoran la secreta herida que les
16 Cf. S. Freud, La interpretación de los sueños, en op. cit., vol. 4 y 5, p. 3 39.
' > I i r u d , Conferencias de introducción al psicoanálisis, en op. cit., vol. 15, II, conf.
[20] Que hacen que el deseo siga siendo intra-específico: IV, 1039-1040. I I"
//.„/
[21] Lucrecio, II, 865-990.
[22] Cf. por ejemplo IV, 1072-1120. )oi Diógenes Laercio, X, 6 (Solovine, op. cit. p. 39).

I i MITO DI I i I I I I 'I O III N M'i ISll


espirituales son superiores a los del cuerpo —y lo sonio—, no es VIII
porque provengan de lo más alto (Platón), sino porque, viniendo de
lo más bajo, se elevan. Movimiento paradójico, puesto que todo lo Lucrecio, el sombrío Lucrecio, es severo con el amor, y parece que
que hay no es sino átomos y vacío, pero no imposible, sin embargo, Epicuro, que prefería la amistad, no lo fue menos. Y sin embargo
como lo muestran los pájaros y como lo confirma el pensamiento no por moralismo o pudibundez: al contrario ambos ensalzan la
atomista. Pues para Epicuro, «los átomos se mueven tanto vertical sana simplicidad del placer sin palabras, del placer sin espejismos
como honzontalmente; además, como consecuencia del choque y i|nc, como los'animales, nos apacigua sin encadenarnos. «Evitar el
del rechazo, se mueven hacia lo alto»". Así pues, de la misma forma .inior», escribe Lucrecio, «no es privarse del goce de Venus; al con-
que para los átomos la caída hacia abajo y el dinamen producen un n.ino, es tomar sus ventajas sin pagar por ello precio alguno.
movimiento paradójico hacia lo alto, así también para los hombres, Seguramente que los que mantienen la cabeza en su sitio disfrutan
el cuerpo y el deseo producen paradójicamente estos «valores supe- Je un placer más puro que los infelices que deliran...»1. Por tanto
riores» y estos «bienes espirituales», que vienen del «vientre»' 2 , pero hagamos el amor sin amor, piensa Lucrecio, y nos sentiremos libres,
son placeres del alma. «En este sentido», escribe Guyau, «lo inferior tranquilos y apaciguados. Mientras que los amantes —justo aque-
precede a lo superior y lo sostiene». Eso no significa, sin embargo, llos que aman— «pasan sus vidas sometidos al capricho de otro» 2 , y
que lo inferior deje de ser inferior, sino al revés (en caso contrario i < l i a n a perder hasta incluso el mismo placer que persiguen: pues
el principio se destruiría a sí mismo): lo sigue siendo. Hay aquí lo para ellos, escribe Lucrecio de un modo auténticamente soberbio,
que podríamos denominar una dialéctica de lo sublime, ascendente • l > - la fuente misma de los placeres surge no sé qué amargura que
como la otra, pero material, y que permite al sabio llegar a ser igual i n nr apresado al amante por la garganta hasta en los momentos más
—y ya no mero esclavo— de los dioses. Es la promesa que le hace dulces...»'. Sí, el amor es una ola peligrosa... «No hay amor dicho-
Epicuro a su discípulo Meneceo: «Vivirás como un dios entre los piensa ya Lucrecio, y por eso él renuncia al amor; y hace bien:
88 hombres. Pues no se parece en nada a un mortal, el hombre que vive I ' i u- 1 , lo que no se puede es renunciar a la felicidad. Queda aún, sere- 89
entre bienes inmortales»". i i i v libre, esta alegría que pertenece al cuerpo, el puro placer 4 , la
Lucrecio lo sabía bien: no dejó de cantar «al divino Epicuro» y
• A n u í s vagabunda...» 5 . El placer sin mezcla es puro, el placer sin
situó su propia obra —era poeta— bajo la protección de Venus:
l.i es libre, el placer sin mezcla apacigua al alma y sacia al cuer-
diosa del deseo y de la vida, pero también —sublime coincidencia—
I'» l'.l amor mismo se agota y se desgarra si no llega a poseer al
diosa de la belleza. El arte pertenece a la naturaleza y una misma
t i l ' | i i n amado: «Vanos esfuerzos, puesto que no pueden llevarse
fuerza (vis, I, 13) los gobierna. «Vela todo el tiempo, oh Divina,
H.iil.i del cuerpo que abrazan; tampoco penetrar en él ni fundirse
para dotar a mis versos de una belleza eterna...» 54 . Pues de la misma
forma el arte no es sino deseo. Orfeo es Icaro también.
| I Lucrecio, IV, IO73-I076.
I ucrecio, IV 1122.
I ni recio, IV 113 3-11 34.
| I l'iini voluplas: Lucrecio, IV, 1175 y I08l.
[30] Cf. por ejemplo Diógenes Laercio, X, 137 (Solovine, op. di. p. 163). l/clgtvaga Venen (Lucrecio, IV, 1171). Lucrecio insiste —lo cual es bastan-
[31] Según Aetios, I, citado por Solovine, op. cit., p. IJO. n l.i antigüedad— sobre el hecho de que a menudo (saepe, 1195), «la
[32] Según Ateneo, citado por Solovine, op. cu., p. 152. • i Lid es compartida» (I2O7), sobre el hecho de la existencia de un placer
[33] Epicuro, Carta a Meneceo, cit., 1 3 5 - Hil 1 10 ( e l . IV, 1 192-1208). El «azar de los encuentros» se apoya en la
• MI i.i de los deseos.
[34] Lucrecio, 1, 28.

I I MI l i i I H l< M<" i - . i n i ,. i M .1 ni r.i i |


con él por completo. Pues por momentos pareciera que es eso lo mortal... No hay aquí yo que poseer y he aquí que, sin embargo,
que querrían hacer...»6. Mientras que «de un hermoso rostro rosicler, muere... Desesperanza: Narciso es apresable sólo en su muerte. Este
nada de lo que podamos disfrutar penetra en nosotros salvo simu- amor desdichado de Narciso es, señalémoslo desde ahora mismo,
lacros, impalpables simulacros, esperanza miserable que pronto el exactamente el mismo que Lucrecio condena: «impalpables simula-
viento se lleva...»7. Y veremos que en efecto todo ello es cierto. cros, esperanza miserable...». El mismo también que describía
Y sin embargo... Pascal: no amamos jamás a nadie, no hay nadie a quien amar...
Sin embargo, existe otra experiencia del amor, que es la de la ale- Narcise's story; my ñame is nobody... Locura de narciso: querer poseer un
gría. Ciertamente, infelices aquellos que nunca la vivan. Y quizá ese vo que no existe. Y el deseo retorna sobre sí en su laberinto: la no-
fuera el caso de Lucrecio: quizá si teorizó tan bien la imposibilidad BOsesión de su objeto. No saldremos del laberinto sino renuncian-
del amor dichoso fue ante todo por su incapacidad de vivirlo. Entre do a él. Pero sería una locura renunciar al deseo, sería suicida renun-
vida y pensamiento quién sabe cuál de los dos domina al otro. < 1.11- al yo. La sabiduría consiste en renunciar a la posesión.
Y cuál es el peso de la soledad... Resulta conmovedor, en todo caso, Sí, puesto que el yo nada es y que sin embargo existe («no cier-
que Spinoza, cuya única historia de amor conocida fue un fracaso, 1.1 mente como individuo...»), sólo sentiré alegría en mi relación
en este punto se sitúe por una vez en el extremo opuesto de POnmigo mismo (o en lo que vivo como tal), en tanto que sepa
Lucrecio. Ha sido, en efecto, Spinoza el que dio del amor esta defi- .uu.ir eso en mí que no soy yo, eso en mí que no es un individuo, ni
nición soberana: «El amor es una alegría acompañada por la idea de u n sujeto, ni un objeto, ni una cosa: eso... este juego de fuerzas y de
dcsi-os, esta potencia en mí de gozar y pensar, esta fuerza de existir,
una causa exterior» 8 . Lo que quiere decir que un amor triste no es
i | decir, de vivir y de actuar, que Spinoza llamaba conatus o deseo.
completamente propio del amor o bien se halla mezclado con algo
i > M-.I: la naturaleza que vive en mí (Venus voluptas...*), de la que yo
de odio9: no hay amor desgraciado. Y yo creo que esto también es ver-
m m r a soy más que una parte 10 . El egoísta es un necio que toma esta
dad. Más tarde intentaré mostrarlo y mostrar también cómo estas
90 I ' u i r por el todo. Y bien infeliz, por cierto: porque esa parte muere, 91
dos verdades del amor, la de Lucrecio y la de Spinoza —no hay
'i MI vida es amarga como un sueño que nace muerto. Es el sueño
amor dichoso, no hay amor desgraciado—, se articulan una con
i Ir Narciso y la amargura de sus vanas esperanzas... En lugar de esto
otra. Pero aún no es el momento. Es de Narciso de quien habíamos
M . ' l i . i y que amar al yo sino la naturaleza en mí (mi propia potencia
arrancado; es a él al que hay que retornar.
• n u n t o que parte de la potencia de la naturaleza), no el yo sino la
Narciso está enamorado de sí y sufre por ello. Prisionero de su
• i . l . i liso no se posee: no se posee la ola misma, ni el mar. Pero ser
imagen, incapaz de poseerse, condenado siempre a perderse... Pues
lliio, repitámoslo, es renunciar a la posesión. Por el contrario, no
sólo se poseen los objetos y el yo no es un objeto y, sin embargo, es
n n u i H - i a r al yo: porque esta potencia propia —este conatus, este
1 — es lo que le hace vivir y «perseverar en su ser», por más que

• i 1 .i ilusorio y limitado. No es renunciar al deseo, porque el


[6] Lucrecio, IV, 1110 y 1112.
[7] Lucrecio, IV, 1094-1096. es este deseo mismo, su fuerza vivificante. No es, en fin,
[8] B. Spinoza, Etica, III, def. 6 de los afectos. Es cierto que Spinoza estará de . niiiii i.ir ,\a alegría: pues si el conatus no es una cosa (y por ello
acuerdo con Epicuro y Lucrecioa la hora de criticar un cierto «delirio» del amor
II ' n o se la puede poseer), es una causa y, más precisamente (en
apasionado o, como bien se dice, del «loco amor», que produce infelicidad, «mut.i
fácilmente en odio» y favorece la discordia más que la concordia. Spinoza preco- IIHn , | u < - desarrolla su potencia para actuar), una. causa de alegría. Sí,
niza por el contrario un amor que tenga como causa principal «no sólo la bellc/.,i
sino la libertad del alma» (cf. Etica, IV, apénd., cap. 19 y 20).
[9] Los celos son un caso de esto mismo: cf. Ética, III, prop. 3 5 y esc. i " ' I / / i r a , I V prop. 4 , dem. y

i i |. •• M U K I N I O S 111,1 i'
esto mismo: ¡la alegría del esfuerzo y del deseo! Sin embargo, esta público y no le interesa hacer comparaciones. No es el narcisismo: no
alegría, dado que yo mismo la puedo alimentar, estará acompañada es una imagen lo que ama, el objeto fantasmal de su deseo («yo»),
de la idea de una causa interior: en mí, este esfuerzo por ser, esta sino este deseo mismo, en tanto que potencia y realidad que, a la vez, me
potencia del deseo... Pues el deseo no es antes que nada una caren- constituyen y me sobrepasan. En fin, no es el orgullo: no está asenta-
cia, lo hemos visto, sino una fuerza, cuya «carencia» no es sino lo do en la ignorancia y en la sobrevaloración de sí18, sino, al contrario,
que la limita. Pero, ¿cómo podría carecer de sí? No puede sino imagi- en la razón y el conocimiento adecuado de sí mismo19. Amor propio,
nándose de otro modo. Por el contrario, el que se conoce está ente- orgullo y narcisismo sólo son signos de nuestra debilidad y del amor
ramente contento consigo mismo". De ahí un nuevo tipo de amor que sentimos hacia nuestras ilusiones. Abandonemos todo eso.
(«una alegría acompañada por la idea de su causa...») que es un I tejémosle a Narciso las lágrimas y los lloros, dejemos el amor pro-
amor de sí (porque su causa es «interior» 12 y que Spinoza denomi- pio a los envidiosos y el orgullo a los ignorantes. Y después abando-
na acquiescentia in se ípso (términos que se traducen habitualmente nemos también la humildad, el arrepentimiento y la vergüenza, falsas
como «satisfacción interior» o «contento de sí»), que es lo contra- virtudes y vanas tristezas, cilicios del alma, secuelas de la religión 20 .
rio de la humildad. Spinoza da la siguiente definición: el contento ( !,ida una de esas cosas sostiene además a la otra: las alegrías ilusorias
de sí es una alegría «que acompaña la idea de una causa interior» i ouclucen a la tristeza por su fragilidad; y las tristezas a las alegrías
(i£>('¿.), es decir, «una alegría que brota de que el hombre se conside- ilusorias por la necesidad de consuelo. Así, por ejemplo, «aunque el
ra a sí mismo y considera su potencia de obrar» 1 5 . Spinoza es el menosprecio propio se opone al orgullo, aquel que se menosprecia
anti-Pascal: en lugar de humillarnos con la rencorosa denuncia de f.i.í muy cerca del orgulloso...»21. Por lo demás, la humildad verdade-
nuestra «miseria», nos eleva con la alegre consideración de nuestra 1,1 y el menosprecio de sí son muy infrecuentes: «pues la naturaleza
o
potencia. Ascensión: pues «la alegría es el paso del hombre de una humana, considerada en sí misma, se opone a ellos cuanto puede, y de
menor a una mayor perfección» 14 , el amor de sí, cuando se lo com- • u suerte, quienes son reputados de menospreciarse más y de mayor
prende adecuadamente, nos eleva. Mejor: es incluso esta elevación, en humildad, son por lo general, los más ambiciosos y envidiosos» 22 . 93
tanto que es consciente de sí y de su causa 15 . Icaro: ¡fuerza del Alegrías ilusorias, falsas tristezas... Laberinto.
deseo!, ¡fuerza de la alegría!, ¡fuerza de la fuerza!
Cuando se lo comprende adecuadamente... Pues este amor de sí I 8 ] Como es el caso del orgullo: Etica, III, def. 28 de los afectos. El orgullo
no es ni el amor propio —que «empuja hacia el odio y la envidia»"' I nr.s, l,i forma ilusoria («delirante»: III, esc. de la prop. 26) del contento de sí.
y, por tanto, hacia la tristeza—, ni el narcisismo —que hace infe- I'i n i un contento ilusorio no es más que la ilusión de un contento, es decir, acaba
• i i l.i i i i s i c z a : pues la realidad (salvo en el caso de que el delirio sea total) acaba
liz—, ni el orgullo —«delirio» que nos hace, como a Narciso, n i i i p u , tarde o temprano, por imponerse.
«soñar con los ojos abiertos» 1 '—. No es el amor propio: se ríe del I ' ) ¡ linca, IV prop. 52 y dem.
'i 1 1 ("f. especialmente Etica, III, def. 26, 27 y 3 I de los afectos y Etica, IV,
|'i»|' > i, 54 y cap. 23.
[ I I ] Cf. Ética, IV, apénd. cap. 3 2. ' I l'.tíca, IV apénd. cap. 22. [Para seguir del modo más fiel posible la argu-
[12] Ética, III, esc. de la prop. 30. H u i Jel ,111 tor, nos separamos en este punto de la traducción de V Peña —más
[13] Etica, III, def. 25 de los afectos. in n l i s i . i i i i e , al original latino que la traducción francesa que maneja Comte-
[14] Ética, IV, def. 2 de los afectos. i l l r . Donde V Peña traduce los términos latinos abjectío y superbia por «abyec-
[15] En virtud de las definiciones del amor y de la alegría : Ética I I I , del. il'irhia», el traductor francés emplea los de rnéscstime y orgutil, N. del T.].
6 de los afectos. ' ' I / 1 i n i , I I I , def. 29, expl. Se ve como La Rochefoucauld no está muy lejos
[16] Etica, III, esc. del cor, I de la prop. 55.
[17] Ética, III, esc. de la prop. 26. f i n el Moliere del Tartufo. Y es que el siglo XVII no sólo es el siglo de las
l ' i . M i l u el Je 1,1 Incide/.

| l ; l MITO DI ! • i 'o s i) i; i 'i i ' i i s u i i Si o i > i r --J'


Al contrario, el amor del sabio por sí mismo es un amor dicho- gos son sus amigos: él es, por tanto, su propio amigo —por la amis-
so. Al haber renunciado a la imposible posesión, se siente satisfecho tad que les profesa.
simplemente por el hecho de ser, es decir (dado que el yo no es Ni Pascal, ni Narciso: ni eljyo de la religión, ni la religión deljyo.
nada), por el hecho de actuar y conocer 2 '. Su alegría es su fuerza; su
Pues el odio de sí conduce a la religión: no me buscarías si no estuvieras
fuerza es su alegría 24 . Se alimenta de sí mismo y se contenta (acquies-
ya perdido... Pero el narcisismo es religión: Narciso es el sacerdote de
«fí 25 ) consigo mismo. El sabio da su aquiescencia a sí mismo como da
su propio ombligo. Y el egoísmo, la religión de todas las almas
su aquiescencia a la vida; y en este sí radica su alegría, y en este sí radi-
pequeñas: cada uno tiene el Dios que puede... Es el opio de los
ca su sabiduría. Su amor de sí es un amor dichoso porque es gene-
imbéciles. El sabio está curado de ambas religiones. Ateísmo y a-nar-
roso: puede darlo todo, porque no posee nada; la muerte misma de
cistsmo, desesperanza y felicidad: sin esperanza de poseerse, sin
nada le privará: ¿qué podría quitarle? Y por ser dichoso es un amor
miedo de perderse —aquí, ahora, la simple alegría de existir—.
generoso: lo que no se posee se reparte sin pérdida, incluso con ale-
liimbién el gran Montaigne lo decía: «Es una absoluta perfección,
gría. Nada es más útil a un sabio que otro sabio26, y esta alegría de
iMsi divina, aquella que consiste en saber disfrutar lealmente de su
la dicha compartida —de la dicha generosa— se llama amistad.
Epicuro veía en ella «el más grande de todos los bienes» que la sabi-
duría nos procura 27 y Spinoza habría estado de acuerdo en ello, un
Spinoza que en una de sus cartas escribía que entre «todas las cosas
que no dependen de mí, no hay ninguna que tenga para mí mayor
(
propio ser...»io. Disfrutar de sí sin poseerse: el hijo pródigo contra
rl .ivaro, el juego contra la propiedad, la serenidad contra la angus-
t í , i. Nada se posee, nada se pierde: no hay más que alegría. Pues la
il.i carece de otro fin que no sea ella misma". «Nuestra gran y glo-
valor que una relación de amistad establecida con otros hombres l'ios.i obra maestra consiste en vivir adecuadamente. Todas las demás
que aman sinceramente la verdad» 28 . Y es que el amor de sí se enri- ,.is, reinar, atesorar, edificar, son sólo nimios apéndices y adminí-
quece con el amor de los demás: alegría sobre alegría, felicidad sobre >s para ello...»'2. Y es que lo esencial, «la cima de la sabiduría
L O o

felicidad. El sabio se ama más por saberse amado por sus amigos, y una y de nuestra felicidad»", está en otra parte: en «la amistad
94 95
más aun por amarlos. Tanto más alegre se siente cuanto más ama; y |nc cada uno se dé»' 4 . De ahí que nos topemos una vez más frente
cuanto más ama tanto más alegre se siente 29 . Los amigos de sus ami- l.is muecas de Pascal y el llanto de Narciso, con la risa de
l)rmócrito i 5 . Pues «es preciso extender la alegría, pero también

[23] Lo que nos devuelve una vez más al mismo punto, porque el conoci-
miento es una acción del alma; cf., por ejemplo, Ética, III, prop. 59 y dem., que u i | M. Montaigne, Ensayos, III, 13, Madrid: Cátedra, 1993 ss.
remite a III, 1. [ U | M. Montaigne, Ensayos, III, 12, cit.: la vida «debe ser ella misma su pro-
[24] Cf., por ejemplo, Etica, III, prop. 59 y esc. , ' l , | i n \ < > » . Compárese con Spinoza, Etica, IV 25: «Nadie se esfuerza por con-
[25] El verbo acquiescere, que Appuhn traduce por «sentirse contento», «hall.n
i ,1 causa de otra cosa». La vida es, pues, sinfín, y ni siquiera la felicidad
contento» y R. Caillois por «estar satisfecho», reúne en latín el triple matiz de npo „ , I M, Conche, Montaigne ou la conscíence bereuse, Seghers, p. 94.
so, de calma y de placer —o sea, señalémoslo, el mismo contenido semántico que la M. Montaigne, Ensayos, III, 13, cit.
palabra ataraxia en Epicuro—. Para el uso de esta palabra en Spinoza, c£, por ejem M. Montaigne, Ensayos, III, 10, cit.
pío, Etica, III, def. 25, IV, apénd., cap. 32 y V, esc. de la prop. 42. |H //<„/
[26] Ética, IV cor. I de la prop. 35. I] ' I, M. Montaigne, Ensayos, I, 50, cit.: «Demócrito y Heráclito han sido
[27] Epicuro, Máximas capitales, cit., 27- Ir los cuales el primero, como encontraba vana y ridicula la condi-
[28] B. Spinoza, Correspondencia, carta 19 a Blyenbergh, trad. de A. Domínguez, I .1. .sólo se mostraba públicamente con un rostro burlón y riéndose;
Alianza: Madrid, 1988. l u í , i | i i c encontraba digna de piedad y compasión esta misma condición
[29] El amor, la alegría, el contento de sí y la amistad se alimentan así m u i u . i
i l i . i i - l rostro continuamente entristecido y los ojos cargados de lágrí-
mente, y se refuerzan: cf. Etica, todo el libro III. i i 1 , 1 in.i.s el primer rcmprr,miento...». La continuación del texto mués-

I I MI I n l i l ¡( M" '
aplacar tanto como se pueda la tristeza»' 6 ; y, ¿qué peor tristeza que
odiarse, qué mayor alegría que amarse, y más sólida aun, si es libre?
El sabio es el anti-Narciso, pero no por odio hacia sí. Odiarse es
tomarse demasiado a pecho' 7 ; la risa corresponde mucho mejor a
nuestra condición, que es «vana y ridicula»' 8 , pero que, con todo, es
necesario amar, y alegremente: porque es nuestra y porque sólo se
trata de vivir y de disfrutar de ella. El anti-Narciso es un Narciso
curado: de sus fantasmas y de sus ilusiones, de sus esperanzas y de
sus temores, de los espejismos de la posesión y de las vanidades del
LOS LABERINTOS DE LA POLÍTICA:
orgullo... Narciso librado de sí mismo, y lleno de alegría por esta salva-
AL ASALTO DEL CIELO
ción.
El anti-Narciso: Narciso curado de su sueño, y que se despier-
ta. Narciso desesperanzado. Narciso

«La dase obrera no esperaba milagros de la Comuna.


No tiene utopías hechas de antemano que deba introducir
por decreto del pueblo... No tiene que realizar ideal alguno».
96 Karl Marx 97

enamorados están solos en el mundo, se dice, y Narciso no


11 M .1 ese dictum. Está solo, completamente solo, pues nunca nadie
u n , i r á como él mismo se ama, con este amor total, absoluto,
Insivo... que uno sólo tiene para sí. Narciso, oh soledad... Pero
liilcj.ul no es unicidad. Narciso está solo pero es innumerable. Cada
lino .míe su propia fuente, espalda contra espalda, hombro con
rtnmhio, todos estamos enamorados de nosotros mismos, todos
tra que esta risa del sabio descansa en su desesperanza: «Nuestra propia y peculiar
condición es tan ridicula como risible...». f M , u n o s solos, todos somos infelices y todos repetimos la canción
[36] M. Montaigne, Ensayos, III, 9, cit.; compárese con el fragmento 189 di1 ||r N.iri iso, el himno de nuestra rareza. Todos solos pero todos jun-
Demócrito (cf. supra, p. 67). Itiv ( '.ida uno recita su solo y todo eso forma un coro necesaria-
[37] Cf. M. Montaigne, Ensayos, I, 50, cit.: «Lo que uno odia se lo toma ,i
Hi'iur discordante. Todos diferentes, todos semejantes, todos
pecho...».
[38] Ibid. Jiiii'JNo... «Mi nombre es legión», podría decir él también, y esta

I i MITO DB ll

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