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I. Introducción
El dominio concedido a los Reyes de Castilla por el Papa Alejandro VI de las Islas
del Mar Océano estaba sujeto a una condición: la predicación de la fe de Cristo en las
tierras nuevamente descubiertas. Como la empresa de la conquista de América fue obra que
llevaron a cabo los conquistadores, por cuenta propia y en nombre de la Corona de España,
ésta transfirió en ellos la obligación de dar a conocer a los naturales la verdad del
Evangelio. Por eso en las Capitulaciones o contratos en que se fijaban las condiciones de
los descubrimientos o entradas a las tierras inexploradas, no faltaba la cláusula en la cual se
exigía que formara parte de la expedición cierto número de sacerdotes del clero secular o
regular.
Durante el Virreinato existía una clara conciencia de que la vida terrenal era un
primer paso para la vida trascendente, por ende necesitaba de la Iglesia. La Iglesia formaba
parte esencial en la vida del hombre virreinal, cuya cultura era indiscutiblemente religiosa.
Las órdenes religiosas que llegaban a Perú con aporte fundamental en la evangelización,
cada uno con sus dotes personales, su visión clara de la realidad desde la fe de la Iglesia, su
conocimiento profundo y de primera mano del mundo indígena, su conciencia de la
necesidad de evangelizar desde un auténtico humanismo cristiano.
En los principios había un procedimiento, pero una vez asentado el gobierno en las
tierras conquistadas e introducida la jerarquía eclesiástica, la Corona asumió esta obligación
y se ocupó de enviar a las Indias los religiosos o clérigos que hacían falta en ellas. Desde
este instante el envío de misioneros se hizo de una manera regular y en número más
crecido, supliendo así la escasez que se advierte en los primeros años.
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Rubén Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú, Tomo I.
En efecto, los autores hablan de que los españoles han destruido los ídolos y los
quipos, pérdida irreparable, pero ha conservado muchas instituciones y no han tratado de
suprimir a los habitantes, como colonizadores menos bienintencionados no han dudado de
hacer en otras partes. En un estilo muy actual, el Rey de España designaba al Perú como un
“reino de ultramar” y no como una colonia, y lo miraba como una réplica de la metrópoli al
otro lado del océano, no como un territorio para explorar. Los indígenas gozaban de las
disposiciones protectoras “inverosímilmente moderna, de las leyes de Indias. Y ya desde
mediados del siglo XVI, Lima vino a ser uno de los grandes centros culturales del Nuevo
Mundo”.
En 1526 pasaron a México, por orden del Emperador y en 1531 los encontramos ya
en el Darién, según se deduce de una Información mandada hacer por Almagro en abril de
dicho año. En el siguiente, llega en compañía de Pizarro Fray Vicente de Valverde al Perú y
el año 1534 arriban según la más común opinión, Fray Juan de Olias, a quien se atribuye la
fundación del Convento de Lima y, posiblemente, también Fr. Alonso de Montenegro, que
acompañó a Belalcázar hasta Quito. Fray Tomás de San Martín que vino de España con los
primeros dominicos traídos por Pizarro, permaneció en Panamá y luego se trasladó a la isla
Española, volviendo más tarde a la Península, en donde le hallamos en 1536, en su
convento de San Pablo de Córdoba. Muy poco después se embarca de nuevo para América
y llega al Perú en 1538 con ocho religiosos que venían de España y algunos más que tomó
en la española el Obispo Valverde.
Los primeros en llegar al Perú fueron los dominicos, se dispuso que le acompañaran
seis religiosos dominicos a Pizarro en el viaje de conquista que zarpó de Sanlúcar de
Barrameda en enero de 1530. Entre los cuales se contaban Fray Reginaldo de Pedraza, que
después fue designado por el rey como Protector de los Indios; y Fray Vicente de Valverde,
el único que se quedó hasta el final con Pizarro y fue nombrado primer obispo del Cuzco y
también Protector de los Indios. De todos ellos el único que desembarcó en Tumbes en
unión del Conquistador fue Valverde. Dos quedaron en Panamá; Fray Reginaldo volvió a
este lugar desde Coaque y de los dos restantes, el uno dícese que regresó a España del otro
no vuelve a hacerse mención, pero, según la carta del Cabildo de Jauja a S. M. de 20 de
Julio de 1534, ambos habían fallecido por entonces.
Con Fray Francisco Toscano llega una nueva y nutrida expedición, en el año 1540,
compuesta de doce religiosos, entre ellos el célebre Fr. Domingo de Santo Tomás ye entre
los llegados antes de esta fecha se cuentan entre los que la componían. Fray Tomás de San
Martín asume, casi desde su arribo, el gobierno de los de su Orden en el Perú, en calidad de
Vice-Provincial, pues consta que ya lo era en Octubre de 1539.
Los primeros años, los frailes provienen de la Provincia que, en Castilla, había creado
Torquemada con el objeto de reconducir a los dominicos a su inicial impulso misionero. De
esta manera, la Orden de Santo Domingo, que contaba con una larga tradición misionera en
la época medioeval, se abrió al nuevo campo de expansión del Evangelio. Mediante Breve
del año 1539, Paulo III autorizó la creación en Perú de una nueva Provincia de la Orden,
desmembrándola de la de México.
La Orden franciscana que, desde los primeros tiempos había enviado a sus hijos a
América, sintió despertarse su fervor misionero, al abrirse un campo tan fértil como el de
los reinos de México y el Perú. Los franciscanos también arribaron a Perú y estuvieron
desde los inicios de la conquista. Es muy probable que algunos de ellos hayan acompañado
a Pizarro en sus primeros viajes de exploración al sur de América, y hay noticia ciertas de
que ya se encontraban en tierra de los incas al comenzar el año 1532. Los historiadores
afirman que, fueron seis los frailes de la Orden de San Francisco que llegaron al Perú. Los
presidía el célebre Fr. Marcos de Niza, fray Jacobo Ricke, Fray Pedro Gosseal y Fray Pedro
Rodeñas. Niza se habría opuesto al trato que le dio a Atahualpa, por lo que el conquistador
lo habría conminado a retirarse de Cajamarca, pasando el fraile a México donde fue
provincial de la Orden y murió en 1542.
El primer convento de San Francisco en territorio del antiguo imperio incaico, se creó
en 1534 en Quito. El mismo año se inició otro en Cuzco y, después de la fundación de
Lima, en 1535, se abrió un tercer convento en esta ciudad. En 1535 se creó Custodia del
Perú que más tarde, en 1553, fue transformada en la Provincia de los doce Apóstoles de
Lima. Hacia finales del siglo XVI, esta Provincia contaba con 391 frailes, de los cuales 237
eran sacerdotes, 78 hermanos legos y 76 religiosos estudiantes.
Las primeras misiones emprendidas por los franciscanos parecen haber sido las de
Cinto y Collique en el corregimiento de Trujillo y de las de Cajamarca; sede de una de las
principales parcialidades, eran de los más poblados de los valles del norte y a ellos llegaron
los frailes menores hacia el año 1546. En 1549, siendo comisario de los del Perú, Fray
Francisco de Morales, pidió al Virrey, D. Andrés Hurtado de Mendoza, se les diera lo
necesario para construir su casa e Iglesia. El Virrey, 21 de julio de 1549, dio al corregidor
de Trujillo, D. Pedro Pacheco, para que entregase al Vicario de Chiclayo, Fray Antonio de
la Concepción, 1200 pesos, los 600 de la Real Hacienda y los otros 600 los había de dar los
encomenderos de Cinto y Collique. De este modo se erigió el convento de Santa María de
Chiclayo que por muchos años fue cabeza de doctrina, administrada por los franciscanos.
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Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo.
Nicaragua hasta el Perú. Después de Piura pasaron a Cuzco, donde fundaron su primer
convento en Cusipata, en 1534, y a Lima, donde se instalaron el mismo año en una precaria
vivienda, fundando el primer convento de la Merced en esta ciudad en 1535 o 1536, vino a
ser el más importante de la Provincia Mercedaria y tomó por titular al Arcángel San
Miguel.
Se ha calculado que durante el siglo XVI llegaron de España alrededor de 160 frailes,
a los que habría que agregar los que iban profesando en las casas de formación que - desde
1577- se abrieron en Lima, Cuzco y Quito. En el siglo XVI, habrían sido más de 30 los
conventos fundados en Lima y sus sufragáneas. En 1564 se crearon dos Provincias de esta
Orden en el Perú: la de Cuzco y la de Lima.
En la segunda mitad del siglo XVI, el mapa misionero peruano se verá enriquecido
con la presencia de los agustinos, que partieron de España en 1550, conformando un grupo
de doce. Después de fundar su primer convento en Lima, crearon el siguiente en
Huamachuco, que en 1554 fue elevado a Priorato. A partir de entonces, los agustinos
fundaron en las últimas décadas del siglo XVI numerosos conventos en las zonas más
dispersas del territorio como: Chachapoyas, Trujillo, Cuzco, Charcas, Quito, Arequipa,
Abancay, La Paz, La Plata, Cochabamba, lea, Saña, Huánuco, Nasca y Cañete. En 1586 se
separó la Provincia de Quito de la del Perú y ésta de la de Castilla. “Es importante su
actuación en la región del lago Titicaca, teniendo como centro el célebre santuario mariano
de Copacabana. El protomártir de la Orden agustiniana en el Perú fue el padre Diego Ruiz
Ortiz”.
Según un informe enviado por la misma Orden a Felipe II, en 1572 habían en el
virreynato del Perú 90 agustinos, de los cuales 40 estaban trabajando en “entradas
misionales”, es decir en puestos de avanzada. No obstante que estos frailes conventuales se
adecuaron al método pastoral que venían utilizando las órdenes que los precedieron, los
agustinos se caracterizaron por priorizar en sus actividades a las regiones menos
cristianizadas o que otros misioneros habían abandonado. Con esa finalidad, intentaron no
establecerse por mucho tiempo en un mismo lugar, sino que “deseaban ir dejando las
doctrinas como convirtiesen a los indios”. De este modo, los agustinos estuvieron en
capacidad de ir a los lugares aún no evangelizados. Sin embargo, en algunas poblaciones
permanecieron por largo tiempo, según las necesidades.
Su labor evangelizadora no solo se centró en los indios del común, sino también en
los descendientes de los principales curacas incaicos. Es por ello que fundaron en Lima y
Cuzco los Colegios Mayores para la educación de la nobleza andina. Para los jesuitas era
importante la educación de los españoles. Tanto en Lima como en Cuzco fundaron
colegios, y en la ciudad imperial, una universidad.
Los hijos de san Ignacio asimilaron sin dificultad los otros medios de pastoral que por
entonces también se usaban en Perú: misiones transitorias entre los indios y residencias en
lugares apropiados desde los cuales se pudiera atender a la conversión de los nativos.
Además, tuvieron la iniciativa de realizar el antes proyectado colegio de caciques, sobre el
cual trataremos más adelante. Aun así, ante la insistencia del virrey y del Consejo de Indias,
se vieron obligados a aceptar la doctrina de Juli, en la cual realizaron una gran labor de
promoción humana que sirvió de modelo para las posteriores reducciones del Paraguay, de
resonancia histórica.
Como las demás órdenes religiosas, la presencia de los jesuitas fue un gran aporte a la
primera evangelización del Perú. “El objetivo principal de la Compañía, la evangelización
de los naturales, está muy presente en las directivas oficiales de la Orden, sobre todo desde
la primera Congregación Provincial en 1576”. Su eclesialidad estuvo reforzada por el
“cuarto voto”, mediante el cual los jesuitas se ponían a disposición del Papa para ser
enviados a evangelizar en cualquier parte del mundo. Destacaron también las misiones
jesuíticas “volantes”, su decisiva intervención en la promoción del culto eucarístico, sus
ilustrados lingüistas y los múltiples servicios brindados a la jerarquía. Entre los teólogos de
la misión, merece recordarse al P. José de Acosta y, con él, a los que participaron en la
elaboración de los instrumentos pastorales del III Concilio Límense.
7. Conclusión
De esta manera, los obispos tuvieron la valiosa ayuda de las órdenes religiosas, que
no sólo colaboraron con los pastores haciéndose cargo del trabajo directo con los indios. En
efecto, como hemos visto, los religiosos participaron activamente en los concilios y sínodos
y asistieron a los obispos tanto en la formulación de los principios y métodos de acción
pastoral como en la elaboración de los catecismos y cartillas. Una de las primeras ocasiones
de labor conjunta la encontramos en el informe que el arzobispo de Lima y los superiores
de las Órdenes religiosas enviaron al virrey, licenciado Castro, en respuesta a la consulta
sobre el trato a los indios que éste había formulado a Loayza. El informe, que amerita que
lo veamos detenidamente, pone de manifiesto la conciencia eclesial y misionera de sus
autores.
El favor misionero de los religiosos se vio fortalecido por la certeza con la que, como
hemos visto, se interpretó el descubrimiento de América como una obra provincial. Los
misioneros decían a los indios que la presencia de tantos evangelizadores, en tierras
peruanas, era un don de Dios destinado a que los naturales de estas tierras pudieran
convertirse y entrar en la Iglesia para alcanzar la salvación. Lo que resulta fundamental es
comprender que la religión católica era un factor fundamental que contribuyó
decisivamente al modelamiento social de las nuevas repúblicas. De allí el reconocimiento
que el pueblo en general era católico. Y ese calificativo no es resultado de una observancia
genérica, sino de la constatación de que efectivamente la religión católica había calado
hondo en la vida misma del pueblo, sobre todo en sus estratos inferiores.
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Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo.
BIBLIOGRAFÍA:
Mons. Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo,
2008.
Francisco Rizo Patrón B, y Varios autores, “Raíces Católicas del Perú”, Lima - 2001.
Rubén Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia en el Perú”, 1511 – 1568, Tomo I, Perú.