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LAS PRIMERAS ÓRDENES RELIGIOSAS EN LA EVANGELIZACIÓN

CRISTIANA DEL PERÚ.

I. Introducción

El dominio concedido a los Reyes de Castilla por el Papa Alejandro VI de las Islas
del Mar Océano estaba sujeto a una condición: la predicación de la fe de Cristo en las
tierras nuevamente descubiertas. Como la empresa de la conquista de América fue obra que
llevaron a cabo los conquistadores, por cuenta propia y en nombre de la Corona de España,
ésta transfirió en ellos la obligación de dar a conocer a los naturales la verdad del
Evangelio. Por eso en las Capitulaciones o contratos en que se fijaban las condiciones de
los descubrimientos o entradas a las tierras inexploradas, no faltaba la cláusula en la cual se
exigía que formara parte de la expedición cierto número de sacerdotes del clero secular o
regular.

Durante el Virreinato existía una clara conciencia de que la vida terrenal era un
primer paso para la vida trascendente, por ende necesitaba de la Iglesia. La Iglesia formaba
parte esencial en la vida del hombre virreinal, cuya cultura era indiscutiblemente religiosa.
Las órdenes religiosas que llegaban a Perú con aporte fundamental en la evangelización,
cada uno con sus dotes personales, su visión clara de la realidad desde la fe de la Iglesia, su
conocimiento profundo y de primera mano del mundo indígena, su conciencia de la
necesidad de evangelizar desde un auténtico humanismo cristiano.

1. Desenvolvimiento de la Órdenes Religiosas

En los principios había un procedimiento, pero una vez asentado el gobierno en las
tierras conquistadas e introducida la jerarquía eclesiástica, la Corona asumió esta obligación
y se ocupó de enviar a las Indias los religiosos o clérigos que hacían falta en ellas. Desde
este instante el envío de misioneros se hizo de una manera regular y en número más
crecido, supliendo así la escasez que se advierte en los primeros años.

Es innegable que el descubrimiento de América despertó en muchos el deseo de tras-


poner el Océano, pero el nombre del Perú, sobre todo a partir del año 1534, cuando llegó a
Sevilla el primer oro recogido en sus tierras, comenzó a ejercer en los ánimos de la gente de
España una especie de fascinación. No estuvieron ajenos de ella los clérigos y frailes y
muchos, aun sin licencia de sus prelados, comenzaron a afluir a la Nueva Castilla. Es
verdad que se requería una licencia de la Casa de Contratación de Sevilla para el embarque,
pero ellos se ingeniaban para burlar esta disposición y de uno u otro modo se metían en las
naves que partían con rumbo a las Indias Occidentales.

En 1541 se renueva la orden y en la Real Cédula enviada al primer Obispo del


Cuzco, se le dice que "en la Provincia del Perú andan algunos frailes díscolos fuera de sus
monasterios e otros que no tienen casa ni Prelado, y a unos y otros se ha de corregir y, si
no bastase, se ha de echar de la tierra"1. Es innegable y las Reales Cédulas dadas a Pizarro
y a Fr. Reginaldo lo comprueban, que a la Orden de Santo Domingo se confió oficialmente
la misión de evangelizar el Perú.

1
Rubén Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú, Tomo I.
En efecto, los autores hablan de que los españoles han destruido los ídolos y los
quipos, pérdida irreparable, pero ha conservado muchas instituciones y no han tratado de
suprimir a los habitantes, como colonizadores menos bienintencionados no han dudado de
hacer en otras partes. En un estilo muy actual, el Rey de España designaba al Perú como un
“reino de ultramar” y no como una colonia, y lo miraba como una réplica de la metrópoli al
otro lado del océano, no como un territorio para explorar. Los indígenas gozaban de las
disposiciones protectoras “inverosímilmente moderna, de las leyes de Indias. Y ya desde
mediados del siglo XVI, Lima vino a ser uno de los grandes centros culturales del Nuevo
Mundo”.

2. La Orden de Santo Domingo

En 1526 pasaron a México, por orden del Emperador y en 1531 los encontramos ya
en el Darién, según se deduce de una Información mandada hacer por Almagro en abril de
dicho año. En el siguiente, llega en compañía de Pizarro Fray Vicente de Valverde al Perú y
el año 1534 arriban según la más común opinión, Fray Juan de Olias, a quien se atribuye la
fundación del Convento de Lima y, posiblemente, también Fr. Alonso de Montenegro, que
acompañó a Belalcázar hasta Quito. Fray Tomás de San Martín que vino de España con los
primeros dominicos traídos por Pizarro, permaneció en Panamá y luego se trasladó a la isla
Española, volviendo más tarde a la Península, en donde le hallamos en 1536, en su
convento de San Pablo de Córdoba. Muy poco después se embarca de nuevo para América
y llega al Perú en 1538 con ocho religiosos que venían de España y algunos más que tomó
en la española el Obispo Valverde.

Los primeros en llegar al Perú fueron los dominicos, se dispuso que le acompañaran
seis religiosos dominicos a Pizarro en el viaje de conquista que zarpó de Sanlúcar de
Barrameda en enero de 1530. Entre los cuales se contaban Fray Reginaldo de Pedraza, que
después fue designado por el rey como Protector de los Indios; y Fray Vicente de Valverde,
el único que se quedó hasta el final con Pizarro y fue nombrado primer obispo del Cuzco y
también Protector de los Indios. De todos ellos el único que desembarcó en Tumbes en
unión del Conquistador fue Valverde. Dos quedaron en Panamá; Fray Reginaldo volvió a
este lugar desde Coaque y de los dos restantes, el uno dícese que regresó a España del otro
no vuelve a hacerse mención, pero, según la carta del Cabildo de Jauja a S. M. de 20 de
Julio de 1534, ambos habían fallecido por entonces.

Con Fray Francisco Toscano llega una nueva y nutrida expedición, en el año 1540,
compuesta de doce religiosos, entre ellos el célebre Fr. Domingo de Santo Tomás ye entre
los llegados antes de esta fecha se cuentan entre los que la componían. Fray Tomás de San
Martín asume, casi desde su arribo, el gobierno de los de su Orden en el Perú, en calidad de
Vice-Provincial, pues consta que ya lo era en Octubre de 1539.

En el reparto de solares que Pizarro hizo en la fundación de Lima, señaló a los


Dominicos unos distantes una cuadra de la plaza, pero su primer domicilio vino a ser el
solar que había tocado en suerte al Conquistador Diego de Agüero, sito frente a la Iglesia
Mayor, en la esquina de la calle que se llamó de los Judíos y donde perseveraron hasta el
año 1540 o 1541. Poco antes, en 8 de Noviembre de 1539, Francisco de Chaves, Teniente
de Gobernador por el Marqués, les cedió las tierras de Kimac Tampu o Limatambo, en el
camino que va a Pachacamac y Pizarro confirmó la donación a 24 de Enero de 1540.

Asimismo cedióles una estancia, en la proximidad del pueblo de Aucallama, valle de


Chancay, a 10 de Octubre de 1539, que se denominó desde entonces Santa Catalina Mártir
de Palpa. Sin embargo, el convento de Lima no fue el primero de esta Orden en el Perú, le
precedió el del Cuzco, cuyo origen puede remontarse al año 1534, año de la fundación
española de la metrópoli incaica.

A partir de entonces los hijos de santo Domingo continuaron embarcándose hacia el


Perú, de modo que a fines del siglo XVI se calcula que habían partido hacia estas tierras,
desde España, más de 400 frailes de esta Orden. En 1752 se concede licencia a fray
Sebastián de Ayllón para que pase a Perú junto con 50 religiosos.

Los primeros años, los frailes provienen de la Provincia que, en Castilla, había creado
Torquemada con el objeto de reconducir a los dominicos a su inicial impulso misionero. De
esta manera, la Orden de Santo Domingo, que contaba con una larga tradición misionera en
la época medioeval, se abrió al nuevo campo de expansión del Evangelio. Mediante Breve
del año 1539, Paulo III autorizó la creación en Perú de una nueva Provincia de la Orden,
desmembrándola de la de México.

El Capítulo Provincial de 1548, que se celebró en Cuzco, instituyó el Estudio General


Dominicano, “embrión de la Universidad más antigua del Continente americano”. La
nueva universidad obtuvo el reconocimiento del rey Carlos V, en 1551; y en 1571 el Papa
san Pío V le concedió los privilegios, gracias e indultos que tenia la Universidad de
Salamanca.

Los dominicos se caracterizaron por difundir las enseñanzas escolásticas, centrando la


difusión del evangelio a través de colegios y centros superiores de enseñanza. Uno de los
más grandes logros de esta orden fue la creación de la Universidad de San Marcos en 1551
por Fray Tomas de San Martín. Los dominicos también pusieron énfasis en el conocimiento
de las lenguas autóctonas y de las costumbres locales para una adecuada evangelización.

3. La Orden de San Francisco

La Orden franciscana que, desde los primeros tiempos había enviado a sus hijos a
América, sintió despertarse su fervor misionero, al abrirse un campo tan fértil como el de
los reinos de México y el Perú. Los franciscanos también arribaron a Perú y estuvieron
desde los inicios de la conquista. Es muy probable que algunos de ellos hayan acompañado
a Pizarro en sus primeros viajes de exploración al sur de América, y hay noticia ciertas de
que ya se encontraban en tierra de los incas al comenzar el año 1532. Los historiadores
afirman que, fueron seis los frailes de la Orden de San Francisco que llegaron al Perú. Los
presidía el célebre Fr. Marcos de Niza, fray Jacobo Ricke, Fray Pedro Gosseal y Fray Pedro
Rodeñas. Niza se habría opuesto al trato que le dio a Atahualpa, por lo que el conquistador
lo habría conminado a retirarse de Cajamarca, pasando el fraile a México donde fue
provincial de la Orden y murió en 1542.
El primer convento de San Francisco en territorio del antiguo imperio incaico, se creó
en 1534 en Quito. El mismo año se inició otro en Cuzco y, después de la fundación de
Lima, en 1535, se abrió un tercer convento en esta ciudad. En 1535 se creó Custodia del
Perú que más tarde, en 1553, fue transformada en la Provincia de los doce Apóstoles de
Lima. Hacia finales del siglo XVI, esta Provincia contaba con 391 frailes, de los cuales 237
eran sacerdotes, 78 hermanos legos y 76 religiosos estudiantes.

La labor de los franciscanos se desarrolló sobre todo en la zona de los Andes y en la


selva central del Perú, territorios que en ocasiones evangelizaron antes de que se diera la
conquista por los españoles. Los franciscanos llegaron hasta los lugares más recónditos del
virreinato con la finalidad de llevar la palabra de Dios a todos los indígenas, ya que no se
conformaban con los centros de enseñanza ubicados en las parroquias o en las reducciones.
La labor franciscana no se centró solo en la evangelización, sino también en la enseñanza
de labores agrícolas y al aprendizaje del castellano. Los franciscanos se caracterizaron por
el modelo apostólico que intentaron seguir, así como por el fervor de la observancia a la
cual pertenecían. Además, “se dio un tipo de misiones, en aquellos pueblos que estaban
geográficamente algo cercanos a conventos grandes, a modo de "misiones populares",
donde el número de religiosos podía desempeñarse en esta labor”2.

Entre los franciscanos más destacados en la obra eclesial de conjunto, podemos


mencionar a dos: Fr. Jerónimo de Oré, autor del tantas veces citado Symbolo Catholico
Indiano, instrumento pastoral muy usado por los doctrineros; y Fr. Antonio de San Miguel,
que después de ser superior en los conventos de Lima y Cuzco, fue provincial de la Orden
en Perú. Nombrado obispo de Imperial, llamada también Concepción, Fr. Antonio participó
en el II y III Concilios Limenses, habiendo sido el único obispo que permaneció fiel a santo
Toribio en la controversia que se dio por el caso del obispo Lartaún.

Las primeras misiones emprendidas por los franciscanos parecen haber sido las de
Cinto y Collique en el corregimiento de Trujillo y de las de Cajamarca; sede de una de las
principales parcialidades, eran de los más poblados de los valles del norte y a ellos llegaron
los frailes menores hacia el año 1546. En 1549, siendo comisario de los del Perú, Fray
Francisco de Morales, pidió al Virrey, D. Andrés Hurtado de Mendoza, se les diera lo
necesario para construir su casa e Iglesia. El Virrey, 21 de julio de 1549, dio al corregidor
de Trujillo, D. Pedro Pacheco, para que entregase al Vicario de Chiclayo, Fray Antonio de
la Concepción, 1200 pesos, los 600 de la Real Hacienda y los otros 600 los había de dar los
encomenderos de Cinto y Collique. De este modo se erigió el convento de Santa María de
Chiclayo que por muchos años fue cabeza de doctrina, administrada por los franciscanos.

4. La Orden de los Mercedarios

Respecto a los mercedarios, si bien no se encuentran en los archivos datos precisos


sobre la fecha y circunstancias de su llegada al Perú, consta en ellos que los hermanos de
san Pedro Nolasco estuvieron presentes desde los inicios de la conquista, ya en 1532
cuando la fundación de Piura. “Es conocido Fr. Francisco de Bobadilla como componedor
de las discordias entre Almagro y Pizarro”. Fray Francisco de Bobadilla, que desde 1526
ejercía el cargo de Vicario Provincial de cuantos evangelizaban estas regiones, desde

2
Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo.
Nicaragua hasta el Perú. Después de Piura pasaron a Cuzco, donde fundaron su primer
convento en Cusipata, en 1534, y a Lima, donde se instalaron el mismo año en una precaria
vivienda, fundando el primer convento de la Merced en esta ciudad en 1535 o 1536, vino a
ser el más importante de la Provincia Mercedaria y tomó por titular al Arcángel San
Miguel.

Se ha calculado que durante el siglo XVI llegaron de España alrededor de 160 frailes,
a los que habría que agregar los que iban profesando en las casas de formación que - desde
1577- se abrieron en Lima, Cuzco y Quito. En el siglo XVI, habrían sido más de 30 los
conventos fundados en Lima y sus sufragáneas. En 1564 se crearon dos Provincias de esta
Orden en el Perú: la de Cuzco y la de Lima.

Los testimonios se ve que los mercedarios se aplicaron con celo a la obra de la


salvación de los demás y no desatendiendo la principal, o sea la evangelización del
indígena. No tratándose de mendicantes, a los mercedarios les estaba permitida la
explotación de inmuebles y otros bienes, mediante los cuales les era posible aportar una
cuota anual para la redención de cautivos. Contando con este derecho, al participar en la
evangelización del Perú recibieron también propiedades prediales y encomiendas de indios.
Esta ventaja económica hizo posible que los hijos de la Merced desarrollaran sus
actividades con cierta independencia financiera y, por tanto política, de la Corona. No
faltan entre los autores, sin embargo, quienes afirman que “la rápida difusión alcanzada y la
acumulación de riquezas relajó su disciplina interna y, al fin, vino a perjudicarla”3. La
Corona tuvo que intervenir en algunas oportunidades debido a las crisis por las que atravesó
la Orden en América. J. Heras refiere que incluso se dio una disposición real, en 1543,
prohibiendo a los hijos de Nolasco edificar nuevos conventos en las Indias.

Por otro lado, S. Aparicio ha resaltado la participación de los religiosos de la Merced


en los Concilios Limenses y en la elaboración de uno de los primeros catecismos en
quechua. Asimismo, el obispo mercedario ha puesto de relieve las bondades del método
misional empleado por sus hermanos de la Orden y la eficacia de las labores
evangelizadoras que éstos realizaron entre los indios. Haciendo hincapié, además, en el
espíritu pastoral que animó a estos religiosos y en su aporte a la propagación del culto entre
los indígenas.

El tesorero Luis de Guevara, escribiendo al Emperador, desde Cali, el 31 de Octubre


de 1549, le dice: “En esta ciudad hay un monasterio de la Merced, al que se dieron
estancias, solares e indios, teniendo respeto a los méritos de ciertos religiosos que
anduvieron e esta conquista y en la de Quito, ayudando corporal y espiritualmente a los
conquistadores y, establecidos aquí, ha sido socorro de pobres, hospital de enfermos y
refugio de todos. Tendrán en todo 70 o75 indios para cultivar tierras y su servicio,
tratándoles como hermanos…”4. Su carácter misionero hizo que la orden mercedaria llegara
a las altas cumbres cordilleranas en búsqueda de indios para evangelizar. Fueron
mercedarios Fray Martín de Murúa, cronista que se dedicó a la recopilación de la historia
del Tahuantinsuyo y autor de la crónica "Origen y Descendencia de los Incas" y Fray Diego
de Porres, misionero dedicado a la enseñanza de la fe católica, apoyándose en instrumentos
nativos como el quipu.
3
Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo.
4
Rubén Vargas Ugarte, Historia de la Iglesia en el Perú, Tomo I.
5. Orden de los Agustinos

La orden agustina arribó al Perú en 1551. Su rápido desenvolvimiento le permitió


crecer rápidamente, es por ello que en menos de diez años tuvo iglesias y conventos en las
principales regiones del virreinato. Abocada al igual que sus pares a la evangelización
indígena, tuvo un papel preponderante en la conversión de los curacas y hombres
principales de los ayllus descendientes de los incas. Uno de los principales representantes
de la orden es sin duda Fray Antonio de Calancha, autor de una extensa crónica sobre las
acciones agustinianas en el virreinato peruano. Los agustinos fueron una de las órdenes que
más se dedicaron a la extirpación de idolatrías en los Andes. Sobresale en esta labor Alonso
Ramos Gavilán, quien realizó una exhaustiva búsqueda de información sobre los cultos
locales y manifestaciones religiosas andinas.

En la segunda mitad del siglo XVI, el mapa misionero peruano se verá enriquecido
con la presencia de los agustinos, que partieron de España en 1550, conformando un grupo
de doce. Después de fundar su primer convento en Lima, crearon el siguiente en
Huamachuco, que en 1554 fue elevado a Priorato. A partir de entonces, los agustinos
fundaron en las últimas décadas del siglo XVI numerosos conventos en las zonas más
dispersas del territorio como: Chachapoyas, Trujillo, Cuzco, Charcas, Quito, Arequipa,
Abancay, La Paz, La Plata, Cochabamba, lea, Saña, Huánuco, Nasca y Cañete. En 1586 se
separó la Provincia de Quito de la del Perú y ésta de la de Castilla. “Es importante su
actuación en la región del lago Titicaca, teniendo como centro el célebre santuario mariano
de Copacabana. El protomártir de la Orden agustiniana en el Perú fue el padre Diego Ruiz
Ortiz”.

Según un informe enviado por la misma Orden a Felipe II, en 1572 habían en el
virreynato del Perú 90 agustinos, de los cuales 40 estaban trabajando en “entradas
misionales”, es decir en puestos de avanzada. No obstante que estos frailes conventuales se
adecuaron al método pastoral que venían utilizando las órdenes que los precedieron, los
agustinos se caracterizaron por priorizar en sus actividades a las regiones menos
cristianizadas o que otros misioneros habían abandonado. Con esa finalidad, intentaron no
establecerse por mucho tiempo en un mismo lugar, sino que “deseaban ir dejando las
doctrinas como convirtiesen a los indios”. De este modo, los agustinos estuvieron en
capacidad de ir a los lugares aún no evangelizados. Sin embargo, en algunas poblaciones
permanecieron por largo tiempo, según las necesidades.

Su rápido desenvolvimiento le permitió crecer rápidamente, es por ello que en menos


de diez años tuvo iglesias y conventos en las principales regiones del virreinato. Abocada al
igual que sus pares a la evangelización indígena, tuvo un papel preponderante en la
conversión de los curacas y hombres principales de los ayllus descendientes de los incas.
Uno de los principales representantes de la orden es sin duda Fray Antonio de Calancha,
autor de una extensa crónica sobre las acciones agustinianas en el virreinato peruano. Los
agustinos fueron una de las órdenes que más se dedicaron a la extirpación de idolatrías en
los Andes. Sobresale en esta labor Alonso Ramos Gavilán, quien realizó una exhaustiva
búsqueda de información sobre los cultos locales y manifestaciones religiosas andinas.
6. Orden de los Jesuitas

Finalmente, el proyecto de enviar jesuitas al Perú se concibió en 1555, aún en vida de


san Ignacio, en virtud del pedido que le hiciera a Francisco de Borja el recientemente
nombrado virrey del Perú, Hurtado de Mendoza. Lamentablemente, en esa oportunidad el
Consejo de Indias no estuvo de acuerdo en autorizar la presencia de más órdenes religiosas
en América. Por esa razón, hubo que esperar hasta 1566, año en el que el rey Felipe II
manifestó su voluntad de que los jesuitas fuesen a Hispanoamérica y los incluyó en la lista
de los institutos misioneros admitidos para evangelizar en las provincias de ultramar. El año
1567, ocho jesuitas partieron hacia el Perú, llegando sólo siete porque uno murió en
Panamá. Desde los inicios de la labor misional, el nuevo Prepósito General, san Francisco
de Borja, estimó oportuno crear una Provincia para el Perú, cuyo primer superior fue
Jerónimo Ruiz del Portillo. Llegados a estas tierras, los jesuitas se instalaron
provisionalmente en el convento de los dominicos de Lima. Posteriormente fueron al Cuzco
y después a Potosí, La Paz, Quito, Salta, Santa Cruz, Tucumán y Santiago; es decir, todo el
Sur de América.

Su labor evangelizadora no solo se centró en los indios del común, sino también en
los descendientes de los principales curacas incaicos. Es por ello que fundaron en Lima y
Cuzco los Colegios Mayores para la educación de la nobleza andina. Para los jesuitas era
importante la educación de los españoles. Tanto en Lima como en Cuzco fundaron
colegios, y en la ciudad imperial, una universidad.

Los hijos de san Ignacio asimilaron sin dificultad los otros medios de pastoral que por
entonces también se usaban en Perú: misiones transitorias entre los indios y residencias en
lugares apropiados desde los cuales se pudiera atender a la conversión de los nativos.
Además, tuvieron la iniciativa de realizar el antes proyectado colegio de caciques, sobre el
cual trataremos más adelante. Aun así, ante la insistencia del virrey y del Consejo de Indias,
se vieron obligados a aceptar la doctrina de Juli, en la cual realizaron una gran labor de
promoción humana que sirvió de modelo para las posteriores reducciones del Paraguay, de
resonancia histórica.

Como las demás órdenes religiosas, la presencia de los jesuitas fue un gran aporte a la
primera evangelización del Perú. “El objetivo principal de la Compañía, la evangelización
de los naturales, está muy presente en las directivas oficiales de la Orden, sobre todo desde
la primera Congregación Provincial en 1576”. Su eclesialidad estuvo reforzada por el
“cuarto voto”, mediante el cual los jesuitas se ponían a disposición del Papa para ser
enviados a evangelizar en cualquier parte del mundo. Destacaron también las misiones
jesuíticas “volantes”, su decisiva intervención en la promoción del culto eucarístico, sus
ilustrados lingüistas y los múltiples servicios brindados a la jerarquía. Entre los teólogos de
la misión, merece recordarse al P. José de Acosta y, con él, a los que participaron en la
elaboración de los instrumentos pastorales del III Concilio Límense.

7. Conclusión

Consideramos la evangelización desde un punto de vista histórico, dentro de un


proceso y contexto histórico, tomando en consideración un variado y amplio conjunto de
elementos y factores que han contribuido a modelar y conformar la vida y la cultura de los
pueblos peruanos. Parece evidente que al interior del proceso histórico de la colonización
de las nuevas tierras descubiertas, el propósito evangelizador hizo que el misionero, movido
de un celo religioso, aprobase el “requerimiento y el sometimiento” como una necesaria
justificación para evangelizar.

La acción de la Iglesia, y puede señalarse esto en abono de una valoración más


objetiva de la evangelización, no fue resultado de improvisaciones o de soluciones a
medias. Hubo una preocupación permanente por crear métodos y procedimientos para
evangelizar. Por otro lado la Iglesia asumió un rol orientador en materia de educación,
promoviendo escuelas, colegios y universidades. “los motivos superiores, altamente
espirituales, que inspiraban a los obreros del Evangelio; no actuaban impulsados por
intereses económicos, sino sólo con el deseo de propagar el Evangelio y de salvar almas”5.

De esta manera, los obispos tuvieron la valiosa ayuda de las órdenes religiosas, que
no sólo colaboraron con los pastores haciéndose cargo del trabajo directo con los indios. En
efecto, como hemos visto, los religiosos participaron activamente en los concilios y sínodos
y asistieron a los obispos tanto en la formulación de los principios y métodos de acción
pastoral como en la elaboración de los catecismos y cartillas. Una de las primeras ocasiones
de labor conjunta la encontramos en el informe que el arzobispo de Lima y los superiores
de las Órdenes religiosas enviaron al virrey, licenciado Castro, en respuesta a la consulta
sobre el trato a los indios que éste había formulado a Loayza. El informe, que amerita que
lo veamos detenidamente, pone de manifiesto la conciencia eclesial y misionera de sus
autores.

El favor misionero de los religiosos se vio fortalecido por la certeza con la que, como
hemos visto, se interpretó el descubrimiento de América como una obra provincial. Los
misioneros decían a los indios que la presencia de tantos evangelizadores, en tierras
peruanas, era un don de Dios destinado a que los naturales de estas tierras pudieran
convertirse y entrar en la Iglesia para alcanzar la salvación. Lo que resulta fundamental es
comprender que la religión católica era un factor fundamental que contribuyó
decisivamente al modelamiento social de las nuevas repúblicas. De allí el reconocimiento
que el pueblo en general era católico. Y ese calificativo no es resultado de una observancia
genérica, sino de la constatación de que efectivamente la religión católica había calado
hondo en la vida misma del pueblo, sobre todo en sus estratos inferiores.

5
Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo.
BIBLIOGRAFÍA:

Mons. Miguel Cabrejos Vidarte y Varios Autores, “V Centenario de la llegada de la Fe”,


Lima – 1991.

Mons. Javier del Rio Alba, La Evangelización del Perú en tiempos de Santo Toribio de Mogrovejo,
2008.

Francisco Rizo Patrón B, y Varios autores, “Raíces Católicas del Perú”, Lima - 2001.

José Maria Iraburu, “Hechos de los Apóstoles de América”, Navarra – 1999.

Rubén Vargas Ugarte, “Historia de la Iglesia en el Perú”, 1511 – 1568, Tomo I, Perú.

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