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validez apodíctica de un conocimiento, presupone la uniformidad de cada
función.
El tercer punto es la cuestión del cuerpo. El yo queda incomunicado
cuando se define, como en Descartes, por unos caracteres que lo distinguen
esencialmente del cuerpo. Cuando la expresión no es una propiedad ontológica
del yo completo y unitario, sino una mera repercusión de las afecciones
anímicas en su propio cuerpo, ninguna teoría puede dar razón satisfactoria de
esa peculiar animación que infundiría la Res cogitans en la Res extensa en el
acto de expresar.
Luego Nicol dice que lo implicado en esta ontología rudimentaria es la
idea acertada de que el cuerpo en si no puede ser comunicante: su esencia no
le permite tener iniciativa expresiva. Entonces el cuerpo sólo es mediador en la
expresión, y la sede originaria de ésta se encuentra detrás. El ser de la
expresión estaría velado por el propio órgano con que se manifiesta.
Así es cómo la expresividad no puede explicarse si no hay más que una
sustancia corpórea; y la propiedad personal del cuerpo no puede explicarse si
todo es espíritu. El dualismo legítimo es el que distingue entre lo humano y lo
no humano.
Cuando algo se califica como "humano", más que una distinción entre lo
corpóreo y lo no corpóreo en nuestro ser, lo que indicamos es una diferencia
radical entre el cuerpo humano y los demás cuerpos. La distinción entre cuerpo
humano y cuerpo no humano confirma que el primero es un concepto pensado.
En rigor, no existe el cuerpo humano.
Después Nicol apoya su idea de la inexistencia de la intercomunicación
cuando afirma que nunca efectuamos un raciocinio de analogía, o una
pesquisa ontológica, como condición de nuestro reconocimiento del prójimo: lo
identificamos de inmediato por su expresión. La expresión no es un atributo de
los cuerpos, orgánicos o inorgánicos, sino de los hombres. El hombre revela la
integridad de su ser con su sola presencia. El ser está presente en todos los
demás; cuando los vemos, vemos el ser, pero su esencia no la vemos. El ser
es más patente que la esencia, salvo en el hombre.
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El ser del yo podemos verlo y tocarlo, como los demás cuerpos, y por
esto presumimos que eso que está delante de nosotros, aquí y ahora, es tan
sólo un cuerpo más, a pesar de que su presencia nos afecta como no puede
afectarnos ningún cuerpo.
Bibliografía
Nicol, Eduardo. “La expresión como determinante primario. El falso problema
de la intercomunicación” en Metafísica de la expresión, FCE, México, 2003, pp.
141-157.