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LA HISTORIA DEL ALMA

según
Edgar Cayce
___________________________________

W. H. Church
LA HISTORIA DEL ALMA
según
Edgar Cayce
___________________________________

W. H. Church

Libros Iluminados
Virginia Beach • Virginia
Título original: Edgar Cayce’s Story of the Soul
© 1989 por W. H. Church

Traducción: María Victoria Roa Toledo

Diseño de cubierta: Carol Hicks


Ilustración de la portada proviene de la acuarela
«Escalera al Cielo» por William Blake (1757-1827).

De la presente edición en castellano:


© 2008 por Edgar Cayce Foundation y
Libros Iluminados: división de A.R.E. Press

ARE Press / Libros Iluminados


215 67th Street
Virginia Beach, VA 23451-2061 U.S.A.

De las lecturas de Edgar Cayce:


© 1971, 1993-2008 por Edgar Cayce Foundation.

Reservados todos los derechos. Queda prohibida toda forma de reproducción,


distribución, comunicación pública y transformación de cualquier porción de
esta obra sin contar con autorización escrita de A.R.E. Press, Association for
Research and Enlightenment, Inc.

Primera edición: Mayo de 2008

Impreso en los Estados Unidos de América.

ISBN 978-0-87604-544-2
A I.B.W.
No desprecien las profecías.
Sométanlo todo a prueba; aférrense a lo bueno.
~1 Tesalonicenses 5:20-21
Nota del autor

He creído conveniente adoptar un enfoque en buena parte


interpretativo y más o menos parafraseado, con muy pocas excep-
ciones, para establecer una relación de correspondencia de la visión
psíquica de Edgar Cayce de la creación y la evolución, con la actual
evidencia científica, así como con los datos extraídos de fuentes
bíblicas y otras. Existen dos razones de peso para ello. En primer
lugar, pese al interés fundamental de presentar una estructura bien
documentada y meticulosamente exacta, mi principal objetivo fue
hacer de este un libro que, además de instructivo, resulte ameno y
divertido. Las citas textuales insertadas a intervalos frecuentes en un
libro afectan el flujo y la claridad de la narrativa. En segundo lugar,
está el lenguaje de las lecturas. A menudo elocuente y conmovedor,
sin embargo para muchos lectores de estos tiempos modernos
resulta confuso debido a sus anacronismos cuasi-bíblicos y una
difícil sintaxis que en ocasiones puede llevar a interpretaciones
erróneas. Son estas dificultades las que he decidido evitar al lector
no familiarizado con dicho lenguaje. Por lo tanto, cada vez que
alguna de mis referencias a las lecturas sugiere la conveniencia de
una explicación, el superíndice que identifica esa coyuntura guía
al lector hasta una nota al final del libro, en la cual encontrará el
número específico que le corresponde en los archivos de Cayce. Por
último, deseo señalar que las opiniones expresadas en este libro son
propias y no necesariamente respaldadas por Edgar Cayce Foun-
dation [Fundación Edgar Cayce] o su organización filial, Association
for Research and Enlightement [Asociación para la Investigación y la
Iluminación.], A.R.E.
AGRADECIMIENTO

El autor manifiesta su deuda de gratitud con la Edgar Cayce


Foundation y la Association for Research and Enlightenment, Inc.,
de Virginia Beach, Estado deVirginia, por los valiosos recursos in-
vestigativos que tienen en su Biblioteca [A.R.E. Library] a disposición
tanto de los miembros de A.R.E., como del público en general. En
sus archivos se encuentran las transcripciones de todas las lecturas
psíquicas del difunto Edgar Cayce, junto con índices detallados de
sus respectivos registros.
ÍNDICE

Prólogo a un viaje 9
1 Preguntas que hacen los niños 17
2 Antes de la Gran Explosión 21
3 La rotura del Huevo Cósmico 37
4 Los seis días de la Creación 53
5 El séptimo día 59
6 El descenso de los dioses 67
7 El país de los lémures 75
8 Más allá de las Puertas de Hércules 87
9 El cambio polar 133
10 La manzana de Adán 149
11 La época del sol en Egipto 171
12 La Ciudad de Oro 185
13 Un palimpsesto persa 191
14 Ayer en Yucatán 201
15 De los Pirineos al Perú 211
16 De Abraham al Cristo 225
17 Los misteriosos constructores de montículos 237
18 Esos valientes vikingos 249
19 Los gobernantes del Universo 255
Notas 269
Bibliografía 283
10 • La Historia del Alma
Prólogo a un viaje • 11

PRÓLOGO A UN VIAJE

Vamos.
Estamos a punto de emprender juntos un viaje memorable.
Nos llevará a regiones de las que no existen mapas, a renombradas
naciones muy antiguas pero ya olvidadas. No son paisajes imagi-
narios, forman parte de nuestro pasado evolutivo. Son más reales
que cualquier sueño…
Encontraremos titanes como dioses, monstruos espantosos
y extrañas mutaciones, todos desdibujados y relegados al mito
y la leyenda hace mucho tiempo, y también otros seres no muy
diferentes a nosotros. Para llegar allí, nuestro guía psíquico deberá
atravesar con nosotros los etéreos portales de los archivos akásicos,
en los que, se nos dice, todo recuerdo de eones ya envueltos en las
brumas ha quedado grabado para siempre en la trama del tiempo
y el espacio.
Vamos con un propósito, por supuesto. Partimos en busca de
nuestras raíces evolutivas. Para encontrar esas raíces, debemos
rastrear el origen, la evolución y el destino del alma. Porque en
realidad la que está evolucionando es el alma —y no la materia,
según la creencia generalizada— como lo ha dispuesto la mente:
arquitecta y constructora de la entidad espiritual.
El viaje estará lleno de sorpresas. Tendremos que aprender a
esperar lo inesperado. Como buenos viajeros, aligeremos nuestro
12 • La Historia del Alma

equipaje dejando atrás todo prejuicio o idea preconcebida que nor-


malmente abriguemos y vamos a mantener la mente abierta. Nos
ayudará a realizar nuestra travesía por ese territorio desconocido, sin
impedimentos mentales o espirituales. Es posible que por el camino,
muchas de nuestras creencias más preciadas sean puestas en tela
de juicio, también creo que algunas desaparecerán y habrán sido
reemplazadas antes de que lleguemos a nuestro destino final.
El nuestro es un objetivo meritorio.
La evolución, como todos sabemos, es un tema por demás
desconcertante, rodeado como está por controversias muy acalo-
radas. No es solo que ciencia y religión sostengan puntos de vista
radicalmente opuestos en cuanto a nuestros orígenes, sino que sus
propias filas también albergan facciones contrarias; agrupaciones y
contra-agrupaciones, todas de acuerdo en discrepar unas de otras
por falta de un hilo común de interpretación. El resultado es un
desastroso enredo de teorías y opiniones encontradas. Nuestro
objetivo al seguir una ruta psíquica hacia atrás en el tiempo, que
nos lleva a la antigua Lemuria y la Atlántida, a Edén y también a
Og, así como a otros prehistóricos paisajes y civilizaciones que se
han hundido o sufrido grandes alteraciones, es comparar nuestros
asombrosos descubrimientos con la existente mezcolanza de tantos
puntos de vista que no coinciden, con la esperanza de reconciliar-
los. Resumiendo, buscaremos una teoría de la evolución única y
unificadora que reemplace la actual proliferación —una síntesis
inteligente y viable, por así decirlo— que en líneas generales se
ajuste a los principios básicos de ciencia y religión.
Toda una empresa. Pero cabe perfectamente en el esquema
holístico de las cosas que siempre fue distintivo de Edgar Cayce,
nuestro guía y mentor en este viaje.
La mayoría de los lectores no requerirá una presentación del
hombre o de su obra. El mundialmente renombrado psíquico, sana-
dor holístico y profeta de la Nueva Era, ya es conocido por millones
de personas. Hasta ahora se han publicado varias biografías de Edgar
Prólogo a un viaje • 13

Cayce, dos de ellas éxitos editoriales a nivel internacional. También


ha habido una verdadera avalancha de artículos y libros acerca de
diversos aspectos de su prolongada y fructífera trayectoria como
psíquico. Van desde sus numerosas profecías, muchas de las cuales
ya se han cumplido, hasta temas de actualidad tan populares como
la medicina holística, las prácticas de conservación, la interpretación
de los sueños, la reencarnación y el karma, así como la astrología
esotérica, para nombrar solo unos cuantos. Pero por encima de
todo, la contribución de Cayce se centra en su filosofía espiritual,
que se mueve como rayo láser por cada uno de sus pensamientos,
iluminando sus palabras con singular sabiduría. En las páginas que
siguen a menudo encontraremos su influencia.
En algo más de 14 000 «lecturas» psíquicas, como se las conoce,
con más de 25 millones de palabras, Edgar Cayce nos ha dejado un
legado hasta ahora solo investigado y explorado en forma parcial,
que promete una continua expansión del conocimiento que de sí
misma alcance la humanidad en generaciones futuras.
Por lo pronto, antes de que empecemos a analizar su opinión
sobre la evolución desde un punto de vista psíquico, debemos
conocer la posición filosófica de Cayce con respecto a la ciencia.
Y también como, estando en trance como fidedigno vidente en
conexión psíquica con fuerzas más elevadas, era tan diferente y
en cierta forma tan parecido, al ingenuo y tranquilo campesino de
Christian County, Kentucky. Veremos cómo este último era hom-
bre de familia y devoto practicante, cuya lectura diaria se reducía
casi exclusivamente a la Biblia, que prefería mucho más la pesca
y la jardinería, o su viejo pasatiempo de la fotografía (que en una
época fue su profesión), a ser visto, escuchado y buscado por un
público siempre curioso. Sin embargo, tal como las fotografías que
conocemos de Einstein desmelenado, con su violín y en pantuflas,
buscando en la música inspiración para sus ecuaciones científicas,
tengo frente a mí una fotografía de Edgar Cayce con su chaqueta
arrugada y un viejo sombrero de paja, inclinado sobre el azadón
14 • La Historia del Alma

también en busca de inspiración mientras trabajaba en su sem-


brado de fríjoles. Debemos cultivar nuestros jardines, dijo Cándido.
Y muchas de las visiones de Cayce en estado de vigilia le llegaron
mientras trabajaba en su parcela. Porque debemos recordar que a
pesar de las apariencias Cayce, igual que Einstein, no era un hombre
simple sino muy complejo. No obstante, al igual que su homólogo
científico, este genio psíquico siempre sobrellevó su grandeza con
infinita humildad.
No nos sorprenderá entonces saber que Edgar Cayce mostraba
una respetuosa actitud de reconocimiento ante las diversas ramas
de la ciencia, y que a través de los años tuvo un creciente número de
profesionales científicos y médicos entre sus amigos. De hecho, en
sus últimos años varias de sus charlas en estado de trance (ofrecidas
en respuesta directa a consultas profesionales) fueron sencillamente
insólitas en su presentación de datos científicos de una complejidad
técnica tan avanzada, que solo una mente con formación científica
apenas alcanzaba a captar o interpretar y que de hecho dejaban
perplejo al propio Cayce en estado consciente.
A la luz de lo anterior podemos concluir, sin temor a equivo-
carnos, que la historia de la evolución de Edgar Cayce, como se
encuentra en sus lecturas psíquicas y se presenta aquí, no muestra
deliberada hostilidad frente a ninguno de los supuestos fundamen-
tales de la ciencia. Y, puesto que apoyan el concepto religioso de
una Inteligencia rectora o Primera Causa detrás de la creación y la
evolución posterior, hay que admitir que las lecturas no están de
acuerdo con el ateísmo, por supuesto. ¿Pero cuántos científicos son
en la actualidad ateos confesos? Estos integran una clara minoría, y
sus filas disminuyen con rapidez ante los nuevos físicos que están
apareciendo ahora; quienes están efectuando una completa reestruc-
turación de nuestro concepto científico de hombre y universo en
términos cuasi-metafísicos.
Por otra parte, si retrocedemos un poco en la historia, de Ein-
stein a Newton, a Kepler y Copérnico y Galileo, encontramos que la
Prólogo a un viaje • 15

mayoría de los hombres de ciencia realmente grandes han tomado


el partido de Dios, ¡incluso aunque la religión ortodoxa se hubiera
opuesto a ellos! Sin embargo, si la naturaleza de sus creencias reli-
giosas ha tendido a ser cósmica y audaz en su originalidad, ¿acaso
no ha sido también cierto eso de casi todas las grandes figuras reli-
giosas del mundo? Aunque el tiempo puede haber distorsionado sus
enseñanzas reveladas, acomodándolas en el molde de otra ortodoxia
más, siempre han sido hombres —y mujeres— con visión cósmica,
que han tratado de llevar a la humanidad a una mayor iluminación
a través de su visión excepcional de una verdad superior.
Y fue tal vez en este sentido cósmico más elevado de las cosas,
que toca los poderes de revelación inherentes a ciencia y religión
en lo mejor de su inspiración, que Edgar Cayce observó alguna vez
con respecto a ambas que son como una cuando sus propósitos
también se reducen a uno.1
Aplaudamos y adoptemos ese concepto unificador. Pero podría-
mos extendernos un poco más sobre el mismo. Incluir también lo
psíquico y lo místico.
Veamos algunos ejemplos interesantes.
Como Nostradamus.
Creo que esto no es muy conocido, pero en su precognición
psíquica de un fuerte terremoto en el Nuevo Mundo en nuestro
actual siglo (también previsto por Cayce mucho más tarde, por
supuesto) el místico del siglo dieciséis parece haber descubierto por
percepción espiritual el origen de los terremotos, que a la ciencia le
tomaría otros cuatro siglos observar e identificar, así como el de las
erupciones volcánicas y el movimiento gradual de los continentes.
Nosotros denominamos esta nueva ciencia «tectónica de placas»,
por Tekton, el carpintero de la Ilíada. Sin embargo, esa denomi-
nación habría correspondido más bien a Nostradamus, quien des-
cribió en uno de sus cuartetos la causa del anunciado terremoto:
«Dos grandes rocas habrán combatido una a otra durante mucho
tiempo».2 Lo que constituye una precisa descripción, por supuesto,
16 • La Historia del Alma

de las fuerzas invisibles hoy en acción a lo largo de la prolongada


falla de San Andrés en California, donde la placa del Pacífico ha
venido «combatiendo» contra la del continente norteamericano en
una inexorable batalla de empellones llamada a producir no sólo
pavorosos terremotos y posibles inundaciones (que Cayce también
predijo), sino también erupciones volcánicas.
Otro ejemplo de presciencia o conocimiento del futuro por
inspiración espiritual aparece en los escritos del místico y religioso
genio alemán del siglo catorce, Meister Eckhart. «Estoy seguro», dijo
claramente Eckhart en cierta ocasión, «de que un hombre que quiera
hacerlo, algún día podrá pasar a través de una pared de acero».3 ¿Y
qué dice la ciencia moderna de ese aparente milagro? Pues bien,
ahora lo considera muy posible, al menos en teoría. Porque hay
tal separación entre los átomos de cualquier objeto material, que
hombre y pared podrían lograr una rara yuxtaposición de sus res-
pectivos componentes atómicos que permita al uno pasar a través
de la otra sin que se produzca colisión alguna. (Claro que, ¡no me
pidan que lo intente!). ¿Será que Eckhart, sin tratar en modo alguno
de comerciar con milagros, solo visualizó una época dentro de la
continua evolución del hombre en la que este dominará una ley
natural que involucre energía, masa y movimiento?
Entretanto, en los escritos de Henry David Thoreau encontramos
un caso interesante de lo que Cayce una vez denominó «ciencia
oculta o mística».4
En el siglo diecinueve, este trascendentalista de Nueva Inglaterra
fue muy enfático al atreverse a contradecir la ortodoxia científica de
su época: «No existe nada inorgánico», declaró de plano.5 Posición
totalmente herética para una época en la que con mucha precisión,
la ciencia había clasificado toda la materia en dos tipos de sustancias:
«orgánicas» e «inorgánicas». Hoy, por supuesto, en su esclarecedor
estudio de las partículas subatómicas y de todo el universo contenido
en el átomo, los físicos modernos han llevado a la ciencia a refor-
mular su antigua premisa y ponerse de parte de Thoreau. Después
de todo, no hay nada que sea de veras inorgánico...
En lo que respecta al átomo, volvemos a Edgar Cayce.
En una lectura sobre el uso que los nativos de la Atlántida
dieron a la energía del sol al convertirla en energía atómica, Cayce
comentó que esa energía cautiva, en alguna época al servicio de
propósitos constructivos, al final se convirtió en un sistema con
fines destructivos y en la no buscada desintegración del continente
de la Atlántida. Luego, proféticamente, agregó la advertencia de que
esa misma energía latente estaba de nuevo cercana y a punto de ser
usada una vez más con propósitos destructivos.6
Eso fue el 22 de julio de 1942. El ultrasecreto Proyecto Manhat-
tan para desarrollar la bomba atómica, bajo el mando del General
Groves, se había puesto en marcha a raíz de una recomendación
hecha al Presidente Roosevelt en marzo de 1942 por Vannevar Bush,
presidente del Comité de Investigación para la Defensa Nacional. Y
en esa lectura psíquica sobre la Atlántida, Cayce parece haber tocado
sin querer ese plan secreto, que más tarde llevó a la destrucción
atómica de Hiroshima y Nagasaki, así como a la posterior carrera
armamentista de las superpotencias.
Este fue, por supuesto, un trágico mal uso de la brillante fór-
mula de equivalencia de masa y energía, E = mc2 , descubierta por
Einstein unos años antes.
El gran físico era un creador, no un destructor. Y también era,
para exasperación de muchos de sus colegas científicos menos
eminentes, un confeso místico y devoto de la religión. Pero veamos
como lo expresa por sí mismo.
Primero, sobre el misticismo: «La emoción más hermosa y más
profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico.
Es la sembradora de toda ciencia verdadera».7
Y sobre su propio y muy personal concepto de la religión, que
denominó «el sentido religioso cósmico», escribió: «La base de
todo trabajo científico es la convicción de que el mundo es una
entidad ordenada y completa, lo cual es un concepto religioso. Mi
18 • La Historia del Alma

sentir religioso es de humilde asombro frente al orden que revela la


diminuta realidad a que corresponde nuestra débil inteligencia».8
En el caso de Einstein, sin duda, ciencia y religión se fusionaron
como una sola, en una unión mística. Es obvio que compartía el
punto de vista holístico que Cayce tenía de las cosas. Al igual que
otro personaje, de quien alguna vez Cayce dijo que fue el más grande
psíquico que jamás haya vivido.9 Su nombre: Jesús de Nazaret.
Preguntas que hacen los niños • 19

1
PREGUNTAS QUE HACEN LOS NIÑOS

Caos.
Entonces, de repente, una explosión cósmica.
En un abrir y cerrar de ojos, nace el universo. El estallido de
«algo», allá afuera en alguna parte, ilumina lo que hasta entonces
fue la nada...
Es la alborada de la creación física.
De enormes y dispersas nubes de materia no racional —hidróge-
no y polvo— surgen las formas vivientes más primitivas, mientras
las galaxias dibujan amplias curvas formándose al vuelo. Ahora
estrellas, lunas y planetas empiezan a plantarse en los primigenios
campos de tiempo y espacio en rápida expansión, donde asteroides
que se estrellan y coletazos de cometas interestelares les propor-
cionan alimento inicial.
La evolución ha empezado su lento ascenso, a tientas.

Esa es, en pocas palabras, la principal versión científica de


tales sucesos. Otras fuentes, otras versiones. Llegaremos a ellas
en su momento. Entretanto, no vale la pena buscar pleito con los
cosmólogos más destacados. De su generalmente aceptado recuento
de las cosas, hasta donde llega, podría decirse que es tan bueno como
cualquier otro. (Hasta donde llega, téngase en cuenta, porque el
preámbulo parece faltar. En tales asuntos esotéricos, por norma la
ciencia evita los preámbulos. Debe hacerlo, pues caen en el campo
de la metafísica o la filosofía. No obstante, sin el preámbulo... Pero
20 • La Historia del Alma
no nos adelantemos).
¡Fuerzas desconocidas en acción! ¿Dios o la naturaleza? ¿In-
tención o casualidad? ¿Darwin o el Logos?
Nos bombardean respuestas contradictorias que en este punto
pueden resultar confusas. Sigamos entonces con las preguntas.
¿De dónde venimos?
Salimos del barro, por así decirlo, ¿o descendimos de la atmós-
fera superior para heredar la Tierra? Monos en evolución, ¿o dioses
caídos? ¿O ninguno de ellos?
¿Dónde caben —si caben— Adán y Eva en el cuadro de la
evolución humana?
En realidad, ¿por qué estamos aquí?
¿Quiénes somos y cuál es nuestro destino? ¿Está relacionado
con el destino de todo el universo?
Entre ciencia y religión, ¿cuál está más cerca de la verdad so-
bre nuestro origen? ¿Pueden estar ambas erradas, y también en lo
correcto?
¿Existe un Dios personal? ¿Un demonio personal?
¿Qué hay de la muerte y de la vida después de la muerte?
¿De la preexistencia del alma?
¿De la reencarnación y el karma?
¿De otras tierras en el universo?
¿De múltiples dimensiones?
¿Cuál es la verdadera relatividad de tiempo y espacio?
Por último, preguntemos: ¿Hemos completado ya nuestra
evolución o somos una especie aún en transición? Si se trata de lo
último ¿quiénes nos sucederán? ¿Nosotros mismos, de regreso?

Preguntas, preguntas. ¡Tantas preguntas! Y apenas empiezo a


enumerarlas.
En esencia, esas son las preguntas que hacen los niños. Las
preguntas fundamentales acerca de Dios, el hombre y el universo,
a las que nadie presta atención.
22 • La Historia del Alma

Sin embargo, Cayce sí lo hizo. Y obtuvo las respuestas para


nosotros.
Vamos, pues. Nos espera nuestro viaje de descubrimiento bajo
su orientación psíquica. Sólo debemos dar el primer paso para
estar en camino.
¿Y dije paso? Más bien un salto cuántico, para ser precisos.
Porque, para empezar por donde es, debemos regresar en el tiempo,
hasta antes de que el tiempo existiera.
Antes de la Gran Explosión • 23

2
ANTES DE LA GRAN EXPLOSIÓN

Dios, la Primera Causa, se movió y el Espíritu entró en actividad.


Al moverse, se nos dice, trajo la Luz. Luego, el caos.1
Lo de la luz, podemos comprenderlo. Parecería ser consecuencia
natural de que la Primera Causa se revelara a Sí misma en el movi-
miento. Porque toda luz es una forma de vibración o movimiento.
Pero, ¿por qué habría de seguirle el caos?
Al principio, esta sorprendente secuencia nos parece paradójica.
Si debía haber caos en el primer movimiento de la Energía Crea-
dora, esperaríamos un orden inverso de los acontecimientos: caos
—el vacío de lo no revelado— seguido de una gran explosión de
luz, una vibración cósmica. De hecho, justo lo que los cosmólogos
parecen haber previsto bastante acertadamente como principio de
las cosas, en su percepción racional del orden jerárquico divino (si
es que fue «divino» y no un simple «suceso casual» en el tiempo
y el espacio).
Pero aceptemos que fue divino. El orden es demasiado evidente
por doquier en el universo que podemos observar, como para admitir
la teoría de lo «casual» como veremos más adelante. En cuyo caso,
entonces el Creador Divino habrá tenido Su propia lógica.
¿Pero cuál es esa lógica? Sigamos. Está a punto de revelarse.
La proyección de la Luz, descubrimos, fue sinónimo del despertar
de la Fuerza de la Mente Suprema o Conciencia Universal. La Mente,
y su compañero, el Espíritu, dieron vida a la primera creación: un
universo espiritual, siendo uno con el Altísimo, y poblado con ideas
24 • La Historia del Alma

celestiales que tomaron forma y sustancia espirituales, cuales vivían


en una dimensión de la Mente y no requerían tiempo ni espacio
para su expresión individual. (En esta etapa, el equivalente mate-
rial de esta creación superior no existía todavía, porque aún no era
necesaria su aparición).
Las lecturas de Cayce sobre ese suceso inicial y los acontecimien-
tos siguientes, corroboran y desmitifican muchos pasajes bíblicos
que hasta ahora habían sido desconcertantes. Nos enteramos de
que, tal como el Evangelio de San Juan y la Epístola de Pablo a los
Hebreos lo sugieren con algunos rodeos, la «luz» que originalmente
se menciona en el Génesis era sinónimo del primero y único Hijo
—la Mente—: el Verbo engendrado. Y fue después que Él, como
Mente Creadora o aspecto creativo del Altísimo (definido por
Edgar Cayce como la Primera Causa, o «Padre», como el Cuerpo;
el Hijo, la Mente; el Espíritu Santo, el Alma),2 creó otro universo
aparte, cuando el Infinito avanzó sobre lo finito en ese lugar fuera
de Sí mismo llamado caos.3
En cuanto a las razones para esa segunda creación, así como
sus consecuencias, me temo que eso ya es querer adelantarnos
demasiado. Las respuestas aparecerán en su debido orden, cuando
lleguemos a la Guerra en el Cielo y la rebelión de los ángeles. (Porque
los ángeles, hay que reconocerlo, son bien reales ¡aunque no ne-
cesariamente «angelicales»! El registro de sus actividades, buenas
y malas, se ha tejido en los etéreos hilos de Akasa, junto con el de
los hombres). Entretanto, es tiempo de señalar un acontecimiento
portentoso. Ese mismo primero y unigénito Hijo de Dios, a través
del cual fueron engendrados después todos los demás hijos, así
como las huestes de fuerzas angélicas que pueblan el universo
superior de las formas mentales etéreas, ahora tomó una decisión
insólita. Decidió materializarse a Sí mismo en el reino más bajo de
la materia cada vez más densa —su segunda creación— donde hay
que compartir la luz con la oscuridad, en el planeta Tierra. ¿Pero
por qué? Para cumplir un propósito divino, sugieren los registros.
Antes de la Gran Explosión • 25

Un propósito de carácter expiatorio. Después de aparecer una y


otra vez en manifestación física, al final su ciclo de apariciones te-
rrenales acabó victorioso sobre una cruz y en un sepulcro. Resucitó,
y regresó al lugar de donde Él había venido, para que otros en la
Tierra pudieran seguirle...

«Estudie la información filosófica o teosófica», alguna vez


aconsejó Cayce a una mujer que le preguntó qué debía hacer para
involucrarse en un trabajo espiritual que complementara el del
propio Cayce.4 En otra ocasión, Cayce se refirió en una de las lec-
turas psíquicas a la utilidad de la filosofía ofrecida al mundo por
Confucio y Buda, o contenida en las enseñanzas del taoísmo, para el
desarrollo de la mente del hombre, así como también la de aquellas
sagradas escrituras de la India que hablan de Brahma.5 Después
enfatizó la necesidad de correlacionar las escrituras de diversas
naciones, a través de los tiempos, como medio de ampliar nuestra
perspectiva espiritual de acuerdo con ese precepto holístico que
contiene la Biblia: «El Señor nuestro Dios es uno».
Es un buen consejo, así que vamos a seguirlo.
De hecho, en los escritos teosóficos de Helena Petrovna Bla-
vatsky, a finales del siglo diecinueve, ella presentó como su lema
estas palabras, provenientes de una fuente india: «No hay religión
superior a la verdad».6 ¿Quién puede decir que es una afirmación
errónea? Atengámonos a ella mientras retrocedemos un poco para
explorar uno de los muchos antiguos paralelos de la versión bíblica
de la creación. En realidad, esas versiones paralelas surgen en las
leyendas religiosas de casi todas las grandes culturas, en las que ha-
llamos familiares verdades ocultas en sus mitos y metáforas. Es obvio
que la historia de la creación ha existido hace tanto como el mismo
tiempo y se ha convertido en parte del inconsciente colectivo de
toda la raza humana. ¿Qué mejor prueba entonces, de su probable
26 • La Historia del Alma

veracidad? Pintada en muy diversos colores, con pinceladas distintas


de una nación a otra, y a menudo con personajes que aparecen en
escena con extravagantes atuendos apenas identificables, de todos
modos conocemos demasiado bien los papeles como para confundir
los actores, o la historia.
Tomemos la versión hindú para este ejemplo. Encontraremos
que es muy parecida a nuestro familiar recuento bíblico de las cosas.
Y sin embargo, igual podemos buscar en otras partes, por supuesto.
En la China y la trinidad taoísta. En Egipto y Osiris. En Grecia y
la Mónada de Pitágoras. En la mitología nórdica. O en el «Adán
Superior» de los cabalistas hebreos y en el multicolor «Logos» de
las primeras sectas gnósticas. Pero, ¿para qué confundir el tema
con tanta diversidad?
Volvamos pues, a la literatura hindú. Aquí también existen varia-
ciones entre los textos puránicos y védicos. Simplifiquemos un poco.
En pocas palabras, al principio encontramos a Dios identificado
como Brahma, el Ser Absoluto. Sin embargo, también se le anuncia
como el miembro creador (la Fuerza de la Mente Suprema, por así
decirlo) de la versión hindú de la trinidad, cuyos «hijos nacidos
de la mente» hacen su aparición, junto con los saptarishi —agen-
tes angélicos— en la primera, o invisible, creación. Más adelante,
Brahma sale del reino interior del Ser Absoluto e inicia el «ciclo de
lo necesario» al dejar caer el Huevo Cósmico en el caos, del cual va
a nacer el universo visible. Luego, como Señor del Universo, Brahma
entra en esta creación inferior en forma corporal para comenzar
el Gran Ciclo de la evolución de regreso al Absoluto, y mostrar a
las almas que luchan a Su alrededor el camino que los librará de
la noria del karma, de la reencarnación, y también de maya o la
ilusión de separación y multiplicidad.
En el Bhagavad-gita, un conocido texto védico, encontramos
esta encarnación del Ser Superior denominado Atman. Sin em-
bargo, los estudios del Gita dejan claro que debemos considerar
el Atman simplemente como otro nombre y forma de Brahman o
Antes de la Gran Explosión • 27

Brahma, o Brahm, si así se prefiere. Los puristas, atrapados en el


concepto de dimensiones y divisiones escalonadas del Uno, por
supuesto argumentarán lo contrario, e insistirán en las sutilezas
de la diferenciación. Esos matices filosóficos no caben aquí. No se
trata de negarlos, por supuesto. Pero optemos más bien por una
Unicidad fundamental. Nombres diferentes y otros rostros, quizá,
pero la misma Entidad divina. Eso es lo que importa.
Y también es cierto del Cristo.
En la interpretación psíquica de Cayce de la versión bíblica
de los acontecimientos, descubrimos al Señor interpretando su
papel divino como Guía por excelencia en unas treinta distintas
encarnaciones en carne y hueso, todas con nombres diferentes,
pero siempre el Cristo. Más adelante lo encontraremos en varias
de esas apariciones históricas. Sin embargo, se puede revelar aquí
una de ellas, de pasada. Este fue la del Adán andrógino, como Él
existió antes de la proverbial Caída. Y la última, por supuesto, ya
la hemos identificado como Jesús de Nazaret. ¿Y entre estas dos?
Todas, salvo unas cuantas, permanecen en el misterio.
No obstante, cabe la posibilidad de que uno de ellos haya sido
una encarnación en la antigua India, con un nombre brahmánico.
Porque las lecturas de Cayce nos cuentan que el «Salvador»
bíblico, bien sea en su manifestación en carne y hueso, o como ese
impulso crístico invisible que lleva a otros a ser uno con la única
Conciencia Universal, ha influido en todas las formas de filosofía o
pensamiento religioso que a través de la historia han enseñado que
Dios es Uno.7 En todo caso, para nosotros es fácil imaginarlo como
Maestro de la cosmogonía y filosofía védicas, deificado y mitificado
por reverentes escribas hindúes que a su paso entre ellos, habían
vislumbrado su divinidad. Es un escenario posible. Sin embargo,
no necesitamos insistir en él, por supuesto. De cualquier manera,
sin duda explicaría, como nada más podría hacerlo, por qué dos
de las principales religiones del mundo, tan claramente diferentes
en términos culturales y geográficos, ofrecen una versión de la
28 • La Historia del Alma

creación tan sorprendentemente parecida.


Y hay otro aspecto más de su paralelismo que podemos estudiar:
la Palabra. OM. En el léxico hindú, «OM» es el sonido vibratorio y
símbolo de Brahm. También se le conoce como la «Corriente Audible
de Vida», un término oculto que puede equipararse, en esencia,
con la Voz de la Creación, el Verbo. (Recordemos que el sonido,
como la luz, es solo un modo de energía o vibración). Repetido
una y otra vez durante el acto de meditación, OM (pronunciado
«Ommm») es el mantra hindú tradicional. Se cree que su repetición
audible eleva las vibraciones corporales en tal forma que despierta
la energía kundalini que reposa dormida cual serpiente enroscada
en la base de la columna vertebral, a medida que el que medita pasa
a un estado alterado de conciencia. Se dice que una vez despierta,
esta «energía» transformadora sube como una flecha dentro del
cuerpo siguiendo una trayectoria ya establecida y activando ciertos
centros espirituales hasta que alcanza el más alto de ellos, en eso-
térica asociación con la glándula pituitaria localizada en el centro
del cerebro. Se supone que si alcanza ese pináculo, quien medita
experimentará un estado inefable de unicidad con Brahma, o Dios.
Este estado de arrobamiento se denomina samadhi. Es equiparable,
por supuesto, al «éxtasis» de los santos y místicos cristianos, que
han logrado un estado de unión meditativa con Dios a través de
la elevación de la conciencia crística interna, obviamente un pro-
ceso de transformación idéntico pero bajo distintos términos de
referencia metafóricos. En lenguaje psicológico, este mismo estado
meditativo se denomina «conciencia cósmica».
Las lecturas de Cayce dicen mucho sobre este tema tan complejo.
Sin perder la cabeza en aguas tan profundas, igual nos sumergiremos
fugazmente en ese insondable pozo de sabiduría en un capítulo
posterior, cuando este viaje nos lleve allí. Y veremos que nuestro
conocimiento de la materia desempeña un papel necesario en la
evolución gradual del alma de regreso a su Origen, y que de hecho
es un tema muy ligado a la compleja simbología del Apocalipsis
Antes de la Gran Explosión • 29

de Juan.
Entretanto, con una referencia más específica aquí, donde nos
hemos tropezado con un paralelo por demás obvio entre el «Verbo»
bíblico y el «OM» hindú, alguna vez Cayce observó que el habla es la
vibración más elevada del cuerpo humano. A este mismo respecto,
recomendó el uso de la palabra hablada en la oración como más
efectiva que su homóloga silenciosa.8
¿Cuántas hazañas inimaginables, podríamos preguntar con
razón, mucho más asombrosas que derribar las murallas de Jericó
con gritos y trompetas, no habrá realizado el Señor en el principio
con los incalculables poderes vibratorios de Su Palabra hablada?
Entonces, ¡es de suponer que una palabra fue suficiente para dar vida
a todo un universo! Mas yo les presento la formidable idea de que
en la Mente de Dios, mil millones de ideas por mil millones de veces
no son mayores que una. Y es ahí, deducción lógica, donde reside
el gran secreto de la creación: en su Unicidad. Un átomo es igual a
un universo. Y la Mente informa y gobierna todo, el macrocosmos
y el microcosmos, hasta la última partícula de polvo sideral...

Para reanudar nuestro viaje, ahora debemos iniciar el descenso


con nuestro guía psíquico a través de los inmensos y nebulosos
dominios de Akasa hasta donde está a punto de estallar la Guerra
del Cielo.
¿La causa de esa guerra?
Obstinación. O, en un contexto más metafísico: un mal encau-
zamiento del don divino del libre albedrío. En resumen: egoísmo.
Alejarse, o separarse, de Dios.
¿Y el culpable de esta celestial conmoción? Nada menos que el
antiguo Príncipe de la Luz —Lucifer—, hoy conocido en la Tierra
por una cantidad de nombres menos halagüeños como el Tenta-
dor, Satanás, Diablo, Dragón, Serpiente, Príncipe de las Tinieblas,
30 • La Historia del Alma

todos simbólicos de la malévola influencia del libre albedrío mal


utilizado.
El primero en ser creado de los siete arcángeles y de todas
las huestes angélicas, a Lucifer también se le consideraba el más
hermoso: un verdadero «ángel de luz». Tal vez es por eso que su
nombre, que significa «portador de luz», y su mandato inicial se
relacionaron en la leyenda con Venus, el lucero de la mañana y de
la tarde. (Una metáfora acertada, que describe su temprano auge y
posterior caída). Es probable que este concepto mítico se remonte
al conocido pasaje de Isaías, «¡Cómo has caído del cielo, oh Luci-
fer, hijo de la mañana!». Las palabras, claro, iban dirigidas como
advertencia profética a Nabucodonosor, Rey de Babilonia, quien
buscaba, como el equivocado Lucifer, exaltar su trono «por encima
de las estrellas de Dios...».9
Sin embargo, esta teoría de Venus-Lucifer debe caer, como cayó
el propio Lucifer. Venus, igual que los demás planetas y el resto
del universo manifiesto, ni siquiera existían cuando Lucifer y sus
secuaces fueron expulsados de la presencia de Dios y lanzados al
abismo. Es de suponer que allí, en el vacío del caos y despojados de
todo esplendor celestial, Lucifer y sus caídos seguidores vagaron sin
rumbo fijo por su propia oscuridad, sin un reino o gobierno visible
hasta que la segunda creación fue puesta en marcha.
Este universo inferior de la materia se constituyó entonces en
una arena en la que las fuerzas opuestas de la luz y la oscuridad —el
bien y el mal— se encontrarían de nuevo para reanudar la batalla
inconclusa, en un lugar bien apartado de la santidad del Ser Infinito,
aunque no del todo lejos de la redentora influencia de la refracción
de su Luz. Aquí el destronado Lucifer, con sus trémulas hordas,
tomaría un nuevo nombre —Satanail o Satanás— y asumiría un
gobierno muy diferente, como Príncipe de las Tinieblas. Su poder
e influencia quedarían restringidos, sin embargo, por el hecho de
que debe luchar eternamente con la constante presencia vigilante
de las Fuerzas Superiores, que por mandato divino actúan para
Antes de la Gran Explosión • 31

imponer el equilibrio necesario. Así, el libre albedrío de cualquiera


de los hijos de Dios que decidiera apartarse del Creador para vivir la
experiencia evolutiva en el universo inferior de la materia seguiría
intacto, permitiéndole regresar por fin al universo espiritual del
cual provenía, y recuperar su divinidad.
Esa batalla aún continúa, dicen las lecturas al igual que los teólo-
gos, aunque ahora se libra más que todo en las mentes y corazones
humanos y, por supuesto, en las almas.
Pero, ¿qué hay de sus verdaderos comienzos? Separar los hechos
de lo puramente alegórico puede plantear un problema para las
mentes muy exigentes. Adoptemos pues la perspectiva más amplia,
desde la cual se reconoce que reducidos a su esencia, lo objetivo y
lo alegórico pueden ser uno.
Si recurrimos primero a las enseñanzas teosóficas, no nos debe
sorprender encontrar una vez más que el hinduismo nos puede
facilitar un esclarecedor paralelo. La versión védica de la historia
de Lucifer muestra a Moisasure, el Lucifer hindú, que envidioso
de la luz resplandeciente del Creador, decide liderar su legión de
subordinados espíritus declarando una guerra espiritual contra
Brahma. Pero Shiva, la tercera persona de la trinidad hindú y señor
de las fuerzas de la destrucción, expulsa de su celestial morada a
Moisasure y sus espíritus rebeldes y los arroja a la región de las
tinieblas eternas.10
Veamos en nuestro próximo relato de los acontecimientos, las
escrituras apócrifas y la Biblia. Y después volveremos a nuestra
fuente psíquica.
Es lamentable, no obstante, que hasta aquí no haya nada lo
suficientemente atrayente en nuestra historia como para que un
científico participe en esta investigación celestial. ¿La razón? Falta
de datos empíricos, por supuesto. Ausencia de leyes naturales que
observar y teorizar. El marco de la ciencia no permite la especulación
filosófica, y con toda razón. No obstante, si por fin algún día la cien-
cia aprende a recurrir a los registros akásicos, como ahora pueden
32 • La Historia del Alma

hacerlo solo unos pocos dotados con el don psíquico, la observación


científica del fenómeno celestial así como del terrenal será una clara
posibilidad. Es más, los medios para tal avance científico pueden
estar más cerca de lo que se cree. Primero, ya es evidente que la
ciencia está avanzando a gran velocidad hacia nuevos horizontes
antes inimaginables. Abundan los nuevos descubrimientos. En los
últimos tiempos han surgido dos nuevas y asombrosas disciplinas
científicas: una conocida como la ciencia del caos, y otra denominada
en forma aún más inverosímil, ciencia de la metafísica experimental.
Impresiona la obvia audacia que ambas implican en su vertiginoso
abandono del determinismo científico del pasado. Entretanto, en
una serie de lecturas sobre lo que denominó energía etérea y fuerzas
de onda etérea, Cayce señaló el rumbo que debería seguir la osada
ciencia nueva que entre a resolver uno de los mayores misterios
del universo: la naturaleza del Akasa.11 Sinónimo del misterioso
«éter» que la ciencia desechó hace tiempo porque su existencia no
se puede detectar, lo cierto es que en esencia es una fuerza mental
y está presente en todo el espacio.

Entre los evangelios apócrifos, hay uno atribuido a Bartolomé,


en el cual el apóstol sostiene lo que se debe interpretar como un
diálogo alegórico con el Diablo.12 Se trata de una reunión en la cual
Satanás, obligado por mandato del Señor, debe hablar a Bartolomé
de muchas cosas, entre ellas la naturaleza de su creación y su caída
final, después de haber rehusado obedecer la orden del arcángel
Miguel de deponer su orgullo y adoptar la actitud de angelical
adoración para la cual fue creado.
Satanás repite a Bartolomé su jactanciosa respuesta a Miguel:
«Soy fuego del fuego, fui el primer ángel creado», le recuerda a
su hermano arcángel, quien, aunque capitán en jefe de las huestes,
fue el segundo («creado por voluntad del Hijo y consentimiento
Antes de la Gran Explosión • 33

del Padre»). Y aunque además de estos dos primeros había otros


cinco arcángeles, es bien sabido que la rivalidad entre hermanos
siempre es más fuerte entre los dos primeros vástagos.
Cuando Miguel dice al recalcitrante Satanás que provocará la
ira de Dios, la reacción es de abierta rebelión.
«Dios no descargará su ira contra mí, sino que estableceré mi
trono contra el Suyo, y seré como es Él».
Pero Dios, por supuesto, sí estaba muy airado. Satanás fue ex-
pulsado del Cielo, con todos sus ángeles. Y desde entonces se dedicó
a tramar su venganza sobre el hombre de la tierra, quien había sido
creado a imagen y semejanza de Dios. (Lo que por supuesto ocu-
rriría más tarde, en los tiempos de Adán).
Después de sus obligadas confesiones a Bartolomé, se le per-
mite partir. Y Satanás se va mascullando amargamente que fue
«engañado» para que hablara antes de su tiempo señalado. Sin
duda consideró humillante todo el episodio. Endemoniadamente
humillante, es de suponer...
En otro relato apócrifo, contenido en los «Secretos de Enoc»,13 es
el propio Señor quien cuenta como creó el orden de las diez legiones
de ángeles, y dispuso que cada una quedara a órdenes Suyas. Pero
Satanail, habiéndose alejado con la legión bajo su mando, «concibió
un pensamiento imposible... el de igualar en rango a Mi poder».
El resultado era inevitable. Tenía que irse.
Y se fue, mas no por voluntad propia.
El Evangelio de Lucas describe su partida de manera por
demás gráfica en las propias palabras del Señor, después de que
Él ha escuchado a los setenta que regresan, relatar regocijados sus
experiencias al expulsar los demonios en Su Nombre. «Yo vi a Sa-
tanás caer del cielo como un rayo», les cuenta Jesús de la expulsión
original.14
¿Y el expulsor? Veamos estas palabras del Apocalipsis al respecto:
«Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles
combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron
34 • La Historia del Alma

frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en


el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua
que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto
con sus ángeles, fue arrojado a la tierra».15
¿A la tierra? Bueno, no inmediatamente, sin duda. Primero, al
abismo, dondequiera que fuera. Porque aquí debemos atenernos
a un lenguaje en gran parte compuesto por símbolos. La Tierra,
como ya hemos observado, aún no había sido creada cuando cayó
ese resplandeciente arcángel convertido en dragón. Y tampoco
«cayó» en un sentido literal. No había en qué o a través de qué caer.
Recordemos que ni tiempo ni espacio se habían hecho manifiestos
todavía. En un ilimitado universo de formas mentales puramente
etéreas, ¿qué necesidad había de esos accesorios o limitaciones que
más adelante se impondrían a la segunda creación del Señor? No,
Satanás y sus secuaces caídos deben haberse encontrado a sí mismos
encerrados en una especie de reino inferior, un vacío espiritual de
noche e inexistencia absolutas.
Podríamos llamarlo caos, lo que fue creado inmediatamente
después de la Luz. Y al parecer por una buena razón: constituiría la
base de la segunda creación y la expresión de los pares de opuestos.
Puesto que, sin esa opción, ¿de qué serviría al alma el don del libre
albedrío? ¿Y de qué otra manera sabría que se había apartado a sí
misma de su Creador?
Lo que nos trae de nuevo a Satanás.
¿Fue la creación de este ángel convertido en monstruo un ac-
cidente? Es sorprendente, pero en la creación pueden darse esos
accidentes. Ese asombroso dato fue extraído directamente de los
registros akásicos por Edgar Cayce.16 Y en verdad, ¿acaso Dios no se
arrepintió de haber hecho al hombre? Eso nos dice la Biblia. (De ser
cierto, un pequeño recordatorio de nuestras innatas deficiencias).
Pero los caminos del Señor a menudo son inescrutables. Y
para respaldar una creciente sospecha de que la difícil situación
de Satanás, aunque claramente autoinfligida, de todos modos ha
Antes de la Gran Explosión • 35

podido formar parte del plan divino desde el principio, me permito


citar un fragmento de Isaías que así lo confirma. Es el mismo Dios
quien habla a través de su profeta:
«Yo soy el Señor y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo
las tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad; Yo, el Señor, hago
todas estas cosas».17
Es una expresión concluyente. ¿Cómo debemos interpre-
tarla?
Creo que ya tenemos algo para dar con su significado. Esa
parte del libre albedrío, que hemos observado, y la necesidad de
dar al alma la opción de decidir, al crear los pares de opuestos en
un bipolar universo material. Será mejor buscar una explicación
más detallada. Y para eso, más nos vale ver lo que Edgar Cayce sacó
de los registros akásicos.

Vemos que, en el universo espiritual todo el poder es Uno; y


ese Uno es positivo.18
Los hijos nacidos de la Mente y proyectados para existir por
voluntad de la Mente Creadora, eran a su imagen y semejanza (Sus
seres individuales, dice una de las lecturas, muy explícitamente19),
lo que significa que eran proyecciones de la imaginación celestial,
células divinas, por así decirlo, del cuerpo de Dios, que de repente
tomaron conciencia de su individualidad. Cada una de ellas un
universo en sí misma, y capaz de manifestar creatividad de manera
autónoma.
Seres andróginos que contenían en sí mismos todos los ele-
mentos y características necesarias para reproducirse en forma
espiritual mediante la proyección del pensamiento, incluso como su
Creador. Quienes, por lo tanto, no tenían necesidad de desarrollar
ningún tipo de polarización sexual como parte de su naturaleza.
Más bien extrajeron su creatividad de la fuerza divina. (Esto puede
36 • La Historia del Alma

servir para ver la realidad tras el comentario del Señor en Mateo


22:30, con respecto a las almas resucitadas en la tierra, quienes no
contraerán matrimonio ni se darán en matrimonio ¡sino que serán
como los ángeles!).
Dios es Amor, se nos dice. Y de la unión con Dios se deriva
pleno gozo espiritual. La creatividad es el resultado inevitable.
Los hijos nacidos de la Mente, mientras mantuvieran la unión
psíquica con su Fuente Creadora en la Unicidad, podían estar
separados, mas no «apartados». Dios, sin embargo, deseoso de su
compañía, había otorgado a los hijos el don del libre albedrío, que
pudieran escoger entre permanecer en Su Presencia o apartarse de
ella. Porque, sin esa opción, los hijos quedarían en la misma cate-
goría de los ángeles, quienes, aunque creados a una mayor altura
en el principio, deben permanecer como servidores (aunque muy
enaltecidos, por cierto), atendiendo al Creador. Por otra parte, a los
hijos les fue otorgado un patrimonio exclusivo, si decidían ganárselo,
elevándolos por encima del más alto de los ángeles.20 Si a través del
ciclo evolutivo espiritual ellos se perfeccionaban, se convertirían
en verdaderos coherederos con el primer Hijo, y corregentes del
universo con Él en un interminable modelo de creatividad y cre-
cimiento espiritual. (Porque, como alguien sabiamente observó
alguna vez, crecer es el eterno mandato de la Mente).
En cierta ocasión que se pidió a Edgar Cayce describir el ciclo
de la evolución espiritual comparado con la evolución del hombre
en carne y hueso, respondió con rodeos. La evolución en el plano
espiritual, señaló, no se puede apreciar bien desde otro plano.21 Es
de suponer que tendremos que esperar a haber alcanzado ese nivel
para saberlo.
Entretanto, hay otro punto que nos desconcierta. Y al no poder
conseguir al señor Cayce para que nos responda, vamos a intentarlo
nosotros mismos. Tiene que ver con el hecho de que Lucifer, el
primero de los arcángeles en ser creado, al parecer fue dotado con
una característica que Dios se había propuesto reservar sólo para
los hijos: el don del libre albedrío, o la opción. ¿Fue éste uno de esos
«accidentes» antes mencionados? Tal vez. O quizás fue una parte
de los misteriosos planes del Señor... En todo caso, sin la deliberada
desobediencia de Lucifer, ¿qué causa habría surgido para dejar caer,
por así decirlo, el «Huevo» bráhmico y crear ese universo inferior?
Y sin ese acontecimiento salvador, ¿dónde, en nombre del cielo,
estaríamos ahora todos nosotros las almas apartadas? En el abismo,
es lo más probable. En cambio, henos aquí: avanzando a tientas en
nuestro lento y arduo caminar ascendiendo de vuelta a la Mente
del Creador, lo cual —se nos ha asegurado— es nuestro destino a
menos que por insensatos elijamos algo distinto.
Nuestra fuente nos señala que el hombre en su estado original o
de conciencia permanente, es alma, con un cuerpo espiritual como
el del Creador. Y que aquí, en carne y hueso, el alma es la parte de
Dios en nosotros. La conciencia de carne y hueso en lo material fue
creada sólo para que el alma pudiera ser conciente de su separación
del poder de Dios. Y fue Satanás, o Lucifer —como alma, se nos
dice— quien «creó esas necesidades», a través de su propia caída,
para que este estado se diera.22 Tampoco se arrepiente de lo que
hizo. De ahí el enfrentamiento constante de carne y espíritu, que
es una réplica de aquella rebelión original en el cielo.
«Como es arriba es abajo», dice el axioma hermético.
Y tal como existe un Salvador personal en la tierra, cuyo
Nombre podemos invocar a voluntad, también existe un demonio
personal.
Sin embargo, el relato de esa batalla primordial de las Fuerzas
Invisibles entre el arcángel Miguel, servidor de la Luz y Señor del
Camino, y Lucifer, Señor de la Rebelión y las Tinieblas, concluye
con una recomendación de prudencia. Se sugiere que todo el mal
actual en la tierra debería ser visto de manera impersonal, como
diversas influencias contra las que debemos luchar, más que como
obra de una personalidad específica. De hecho, el intento de per-
sonalizar el mal, o el error, si a eso llegamos, es más acertado que
38 • La Historia del Alma

no señalarnos a nosotros mismos.


¿Y por qué eso?
Cada uno de los que estamos en el plano terrenal vinimos por
voluntad propia, como almas en busca de experimentar en carne
y hueso un reino de conciencia aparte de Dios.
Nosotros también caímos.
La rotura del Huevo Cósmico • 39

3
LA ROTURA DEL
HUEVO CÓSMICO

¿Nuestro origen cósmico en un huevo?


Debemos tomarlo como una metáfora, por supuesto. Además
acertada, para los sabios de la antigüedad, quienes la inventaron en
una época que no conoció temas tan complicados como la mecánica
cuántica o la relatividad. Pero los tiempos cambian, y con ellos sus
símbolos. Ya no podemos fomentar la arcaica idea de un Dios que
anida o un cosmos que sale del cascarón. Dejemos la postura de
huevos descomunales al largamente extinto pterodáctilo y busque-
mos un simbolismo más actualizado para expresar el nacimiento
de nuestro universo.
Lo encontramos en el punto geométrico.
Centrado en su propia nada ingrávida (existe a cero gravedad,
atención), este inerte e invisible punto nuestro representa un po-
tencial de energía nunca antes soñado, suspendido en un tiempo y
espacio aún no manifiestos. Quizás no mayor que un átomo muy
comprimido, resultante de un universo súbitamente aplastado por
su propia gravedad o desintegrado por partículas antimateria, ahora
empieza a crecer como capullo en flor después de un prolongado
invierno. En ese nanosegundo de movimiento interior, de repente
sale de sí mismo con toda la fuerza y velocidad de un genio liberado
de su botella después de eones de inercia. Una enorme explosión de
materia comprimida durante mucho tiempo —una inimaginable
Gran Explosión que aún resuena en las más lejanas latitudes de un
40 • La Historia del Alma

universo en constante expansión mientras el antiguo punto geomé-


trico corre por igual en todas direcciones— convirtiéndose en un
círculo que se ensancha ilimitadamente en el tiempo y el espacio. Aún
hoy, en las más remotas ondas creadas en ese primer nanosegundo
de movimiento celestial, siguen formándose nuevas e innumerables
estrellas y nebulosas, así como vertiginosas galaxias.
Lo descrito, de hecho, sobrepasa lo puramente metafórico. En
la mente de la mayoría de los defensores de la teoría de la Gran
Explosión, esa es exactamente la forma en que ocurrió... y en la que
seguirá ocurriendo, a medida que, según ellos, nuestro autosostenible
universo continúe expandiéndose indefinidamente.
¿Indefinidamente? Bueno, pues aquí es donde la principal
escuela de teoría cuántica choca frontalmente con la relatividad
general. Previendo una gravedad incontenible, Einstein predijo el
derrumbe final de este universo finito, en una inversión exacta de
sus inicios. Sus puntos de vista, en conflicto con la teoría cuántica,
se ridiculizaron y desecharon por anticuados. Pero si se confirman
las más recientes especulaciones de los actuales proponentes de la
supergravedad, al final el imparable Einstein (como sus fuerzas
gravitacionales) resultará vencedor. Y coincide con nuestro punto
de vista psíquico de las cosas, como se demostrará muy pronto.
Una especie de secuencia Alfa y Omega, por así decirlo, si tomamos
prestado ese período apocalíptico en el cual el Señor se proclama
a Sí mismo principio y fin de la creación finita.
Sorprendentemente, esa alusión bíblica nos lleva de regreso
a nuestro Huevo Bráhmico. ¿Acaso nos precipitamos un poco en
abandonarlo? Porque el huevo, como la serpiente y otros símbolos
familiares en las enseñanzas religiosas igual de Oriente que de Oc-
cidente, tiene una interpretación oculta y otra que por lo general es
la revelada. En el hinduismo, el huevo se convierte en un símbolo
esotérico del «No Número», o el oviforme cero, antes de ser agre-
gado el Adi-Sanat —el «Número» o «Él es Uno»— por el cual se
convierte en terreno fértil para la multiplicidad de números de la
La rotura del Huevo Cósmico • 41

creación visible de Brahm.1 En la tradición occidental, el «huevo»


que da la vida pierde su figura oviforme para convertirse en una
esfera o círculo. Es el símbolo de la Eternidad, al cual se agrega
el punto central para representar el Logos o Verbo, esa Energía
Creadora que lleva la Eternidad a una manifestación finita. Este
mismo círculo con el punto geométrico en su centro es también el
comúnmente reconocido emblema del Sol (el Hijo).
En su intento de rastrear los orígenes del universo hasta ese
invisible punto de compresión anterior a la Gran Explosión, la física
moderna acerca la ciencia en forma inquietante a los principios rec-
tores de la religión. La materia se funde con el espíritu, lo natural con
lo sobrenatural. De igual modo, una teórica «mente del universo»
sigue de cerca a las investigaciones peligrosamente metafísicas de
los físicos de partículas que parecen haber descubierto un principio
de autoorganización tras el aparentemente caprichoso y caótico
comportamiento de las partículas subatómicas. Algunos físicos,
muy conscientes de las arenas movedizas que están surgiendo bajo
sus pies, se han refugiado en los sutiles aforismos del budismo y el
taoísmo, en los que es menor el riesgo de ser acusados del imper-
donable pecado científico de la «religiosidad». (Crítica que habría
acabado con Einstein de no ser por su indiscutible genialidad).
Este giro al misticismo oriental ha traído como consecuencia una
fascinante síntesis de puntos de vista, expresada en el creciente
número de libros de este género inusual, que no es del todo ciencia
pero tampoco religión. O que, más bien, podría denominarse como
una mezcla filosófica de ambas...
Fue muy a principios del siglo diecisiete que Sir Francis Bacon
propuso por primera vez los parámetros correctos para la inves-
tigación científica, al declarar categóricamente que «no pretende-
mos alcanzar los misterios de Dios a través de la contemplación
de la naturaleza». Fue una conclusión particularmente sabia para
la época, porque cubría dos aspectos: implicaba que la Iglesia no
debía inmiscuirse en la ciencia. Pero en esencia, iba dirigida a
42 • La Historia del Alma

la creciente necesidad de definir el papel atribuido a la ciencia,


percepción que casi no ha sufrido cambios hasta hace muy poco
tiempo. Por consiguiente, a través de los siglos los científicos se han
dedicado a su única y legítima tarea de descubrir y probar las leyes
de la naturaleza, dejando los misterios de Dios a la especulación
de los predicadores o el mandato de los papas. No es pues sor-
prendente que esta prolongada y mutua separación entre ciencia y
religión también haya generado una mutua desconfianza, a menudo
alimentada por el dogmatismo de las dos partes. Sin embargo, ha
llegado el momento de derribar ambas murallas, la separación y
la desconfianza, para buscar un terreno común. Creo que por fin
vamos aprendiendo que Dios está en las leyes de la naturaleza
igual que en todas partes. ¿Por qué los científicos no empiezan —de
hecho como ya lo están haciendo algunos— a descubrirlo allí? ¿Y
por qué los devotos de la religión no hacen una interpretación más
científica de la naturaleza de Dios y cambian lo sobrenatural por lo
divinamente natural? Claro que hay otro problema: los hallazgos
científicos por fuerza son tentativos, en tanto que los pronuncia-
mientos religiosos son absolutos. Pero como Cayce lo expresó una
vez, la Verdad es una experiencia en crecimiento. La religión y la
ciencia deben estar sujetas a un constante cambio y crecimiento a
medida que evolucionamos hacia Dios.
De hecho, hemos visto al absolutismo religioso sufrir rudos
golpes en el pasado siglo de progreso científico en la medida que
se ha probado debidamente lo insostenible de posiciones funda-
mentalistas del cristianismo sobre ciertos temas de la interpretación
bíblica como la edad de la Tierra, por ejemplo, o el tiempo probable
que el hombre la ha habitado. La ciencia no ha entregado ninguna
respuesta cierta todavía, pero a la fecha la evidencia ha sido sufi-
cientemente fuerte para desbancar aseveraciones fundamentalistas
sobre estos temas, por un margen muy amplio. El desmoronamiento
de la obstinada resistencia fundamentalista frente a nuevas verdades
es sólo cuestión de tiempo, tal como unos cuantos siglos atrás el
La rotura del Huevo Cósmico • 43

revolucionario descubrimiento de Copérnico por fin hizo entrar


en razón a un papa obstinado.
Como Gandhi observó sabiamente en alguna ocasión, la Verdad
es Dios. Pero como buscadores de la Verdad, que aún no penetran
los misterios de Dios, «la religión que concebimos está en perma-
nente proceso de evolución y reinterpretación. El avance hacia la
Verdad, hacia Dios, es posible sólo debido a esa evolución». Sabias
palabras. Y fue quizás en este contexto de crecimiento espiritual,
que más de una vez Cayce afirmó que la verdadera «iglesia» debe
estar en nuestro interior, más que en ninguna organización estática,
por útil e incluso necesaria, que para algunos demuestre ser como
fuerza para «centrarlos» a pesar de la inevitable gravitación hacia
el dogmatismo.
Por otra parte, a veces la ciencia ha sido igualmente dogmática
al aferrarse a posiciones no comprobadas. La teoría darwiniana del
origen de las especies es un buen ejemplo de ello. Aunque no pasa
de ser una teoría discutible, a menudo es exaltada al status de hecho
comprobado. Y en este caso, es más probable que sea la ciencia y no
la religión la que se vea forzada a dar marcha atrás en el tiempo, al
hacer ciertas concesiones importantes cuando modere su posición
intransigente. No es que el hombre no haya evolucionado, por su-
puesto, o que no esté aún evolucionando. ¿Pero de qué y hacia qué?
Esas son las preguntas cruciales. ¿Y qué hay del alma del hombre,
que tanto afecta el esquema total de la evolución? La ciencia tiene
todo el derecho a dudar de la existencia del alma, pero no a pasar de
la duda a la negación. De hecho, hace poco un científico catalogó a
la ciencia como «el arte de dudar».2 Es una distinción que todos los
científicos deben tener muy en cuenta cuando se sientan tentados
a rebasar sus propios límites y volverse dogmáticos.
Uno de los peligros del dogmatismo científico es el embara-
zoso hábito que puntos de vista desacreditados desde tiempo atrás,
tienen de recuperar su respetabilidad perdida cuando una nueva
generación de científicos da con nuevos hechos. Ejemplo de ello
44 • La Historia del Alma

son ciertas ideas ya descartadas que una vez planteara el científico


francés Lamarck, las cuales contradicen el popular dogma biológico
acerca de la aleatoriedad de la evolución y acaban de resucitar a
manos de un equipo de biólogos de Harvard. Los sorprendentes
resultados de sus experimentos con bacterias, publicados por la
revista británica Nature en su número del 8 de septiembre de 1988,
indican que estos organismos unicelulares son capaces de controlar
sus propias mutaciones genéticas, en total acuerdo con la vieja teoría
de Lamarck. (Que una criatura multicelular como el hombre pueda
hacer lo mismo aún está por probarse, pero la lógica nos dice que
lo que un organismo unicelular puede conseguir por sí solo, con
seguridad no debe estar por fuera de la innata sabiduría de toda
criatura viviente, incluso del hombre).
Entretanto, mientras los científicos dan señales de una cada
vez más pronunciada inclinación a la metafísica en sus estudios
del átomo y el universo, entrando así al patio trasero de la religión,
algunos contendientes religiosos han intentado invadir los terrenos
de la ciencia con una mal denominada «ciencia» propia, llamada
ciencia de la creación. La cual, aunque en algunos aspectos refleja
un escaso conocimiento de los principios científicos básicos, con lo
que se descalifica a sí misma como verdadera disciplina científica,
de todos modos sirve para demostrar que ciencia y religión ya no
pueden evitar el cruce por sus terrenos antes mutuamente exclu-
sivos. Y para ser sinceros, ¿acaso no es precisamente una cruzada
fecundación de ideas de estos dos reinos rivales lo que se necesita
en esta crítica etapa evolutiva? Porque se nos ha dicho que ya se
está gestando una nueva raza madre que llamará al mundo a una
mayor unificación a todo nivel.
Nuestro tema aquí es la unicidad.
Ciencia y religión son los pilares gemelos de nuestra civili-
zación moderna. Cada una tiene su función separada, claro, como
la tienen la cabeza y el corazón en el hombre, y ninguno de ellos
puede sobrevivir sin cierto grado de cooperación del otro. Hay
La rotura del Huevo Cósmico • 45

que reconocer esa interdependencia y actuar en concordancia, o


el bienestar de todo el organismo correrá peligro. Igual ocurre con
el intelecto y la emoción: los necesitamos a ambos, interactuando
en forma equilibrada, o corremos el riesgo de convertirnos en una
doble personalidad encaminada a la autodestrucción.
Trato de llegar a una percepción de la totalidad de las cosas.
No obstante las mentes e inventivas increíblemente prolíficas de
nuestros mejores científicos, asistidos como nunca antes por una
casi ilimitada tecnología, el innato desprecio de la ciencia por los
valores espirituales crea un lado «ciego» que impide muchos avances
posibles. ¿Durante cuánto tiempo una ciencia librepensadora podrá
evadir o desechar las realidades espirituales que pugnan por salir
bajo sus inquisidoras manos, por así decirlo? Tarde o temprano,
deberá encarar la necesidad evolutiva (de la que apenas un escaso
número de científicos está siendo consciente) de reconocer la exis-
tencia de una Fuerza divina universal, o Dios, tras todo lo que ahora
examina con tan deliberado desinterés por su naturaleza funda-
mental. Cuando lo logre, la ciencia tendrá que establecer objetivos
y pautas interdisciplinarias sobre esa premisa unificadora. Para la
humanidad el progreso resultante, tanto espiritual como material,
será realmente espectacular y nos capacitará para crear una utopía
terrenal si así lo deseamos.
En cuanto a la religión, su tarea de autocorrección luciría un
tanto más difícil, pero ¿qué es imposible para Dios? La religión es
una casa que está muy dividida en contra de sí misma, y ya es una
maravilla que Dios pueda encontrar morada bajo su debilitadas
vigas. Todas las grandes religiones del mundo necesitan unirse,
en espíritu si no en la práctica individual, bajo un tema común a
todas: «El Señor nuestro Dios es Uno». Luego, trabajando en equipo
con la ciencia en todo el mundo, este cuerpo religioso unificado
puede llevar a cabo una labor organizada bajo un ideal común, en
busca de erradicar la pobreza y la ignorancia que sin proponérselo
tantas veces han fomentado en el pasado, con políticas interesadas
46 • La Historia del Alma

y socialmente retrógradas. No es posible satisfacer las necesidades


del ser interno ignorando el externo.
Si trabajamos juntos, cosecharemos los frutos de la unicidad. Y
de unicidad, dijo Cayce, es de lo que realmente se trata la evolución.
Cualquier cosa que aparte a cualquiera de nosotros frena el avance
de los demás, y todo aquello que nos una eleva a la humanidad
como un todo. Jesús, al dirigirse a aquellos espiritualmente necesi-
tados que se reunieron para escuchar sus palabras pocos días antes
de su última cena, formuló su Ley de la Unicidad mediante una
sorprendente profecía. Su cumplimiento puede ser un proceso en
curso, incluso ahora. «Pero yo, cuando sea levantado de la tierra»,
dijo Él, «atraeré a todos a mí mismo».3
La Mente es el constructor, se nos ha dicho, y nuestros pen-
samientos continuamente se están materializando a innumerables
niveles. Uno de esos niveles, por increíble que parezca, tiene im-
plicaciones cósmicas. Implica el factor de resonancia. Porque un
aspecto de la filosofía de Cayce es que nuestra evolución humana
está relacionada con la del universo como un todo, y que nuestros
pensamientos y acciones combinados, si tienen un carácter negativo,
pueden poner en marcha una resonancia discordante que afecta
no sólo al sol (en el que puede provocar manchas solares)4 y los
distintos planetas de nuestro sistema solar inmediato, sino que
llega a sistemas de estrellas mucho más lejanos dentro de nuestra
propia galaxia y aún más allá. Ese factor de resonancia se pone en
marcha, teóricamente, a través de una vasta red etérea de impulsos
armónicos que conectan cada parte del universo con las demás, en
forma muy similar al sistema de circuitos de las células nerviosas
en el cuerpo humano. Y cuando la conciencia colectiva humana
sobre la tierra no está en armonía, se supone que el organismo
planetario resuena con un tono desafinado, por así decirlo, que
afecta de manera adversa la «música de las esferas». En un efecto
recíproco que coincide con los principios de la resonancia, nuestro
tono alterado rebota hacia nosotros como un impulso discordante
La rotura del Huevo Cósmico • 47

causado por nuestra sintonía incorrecta. Sus efectos sobre el planeta


pueden verse en forma de terremotos, tormentas solares, plagas y
demás, hasta que el factor de resonancia planetario se ajusta a un
tono más armonioso. Y esto depende, por supuesto, de la conciencia
colectiva del hombre, a quien se entregó el gobierno al principio con
el mandato de «someter» la tierra y —en consecuencia— aquello
que simboliza la tierra: el ser inferior.
Es una teoría factible, que tiene nexos aceptables con algunas de
las más recientes propuestas científicas y al mismo tiempo, coincide
básicamente con la tradición bíblica.
Veamos algunas teorías relacionadas, extraídas directamente
del mundo de la ciencia moderna.

«Dios no juega a los dados con el universo».


De todos los aforismos de Albert Einstein, ese es quizá el más
conocido y más a menudo citado. También es el que, aún en nues-
tros días, es objeto de más debates entre científicos pertenecientes
a escuelas de pensamiento contradictorias.
De hecho se ha debatido desde el momento en que se conoció.
«¡Dejen de decirle a Dios qué debe hacer!» fue la inmediata y
airada respuesta de Niels Bohr. Al talentoso teórico cuántico danés
le contrariaba muchísimo que Einstein rechazara de plano su pro-
puesta, que más tarde probarían y confirmarían otros científicos,
sobre el carácter al parecer caótico y aleatorio del mundo de las
partículas subatómicas. Einstein y su ordenado Dios eran los aparen-
tes perdedores. Esa vez ganaron los revoltosos electrones. Con base
en el impredecible comportamiento del electrón libre en repetidos
experimentos, la conclusión parecía estar clara: en el universo nada
se puede predecir con certeza, puesto que la partícula atómica es la
esencia de toda materia. (Sin importar que el propio acto y modo
de observar el electrón en condiciones artificiales dentro de un
laboratorio interfirieran en su comportamiento normal, hacién-
dolo saltar en forma errática de una órbita a otra, o transformarse
48 • La Historia del Alma

súbitamente de partícula en onda, y lo contrario).


En todo caso, los físicos de partículas ya han empezado a darse
cuenta de que el trabajo pionero adelantado por Bohr y otros en
su temprana exploración del poco conocido mundo de los siste-
mas cuánticos no llegó tan lejos como para ameritar ninguna
conclusión definitiva. De hecho, recién llegados a este campo han
presentado algunos descubrimientos nuevos de naturaleza por
demás sorprendente. La investigación actual muestra que el caótico
electrón libre también puede mostrar una asombrosa capacidad
de auto-organización y lo que nos atreveríamos a denominar una
forma de «conciencia» que en realidad lo capacita para responder
a los estímulos mentales del observador. Resultado: del caos, orden
repentino. La modalidad caprichosa del electrón de laboratorio
disparado por un cañón de electrones, que al principio despliega
un juego libre del cual surgen organizaciones y reorganizaciones
al azar en una ciega manera darwiniana, de repente cambia a un
predecible y ordenado patrón de comportamiento ante la atenta
mirada de un observador humano (en este caso, el físico).
Esta interacción percibida entre observador y objeto observado,
que guarda el meollo de la «nueva física», conlleva profundas impli-
caciones que resultan inquietantes para la ciencia. En primer lugar,
toda sugerencia de que la mente humana pueda ejercer algún tipo
de control sobre el átomo parecería validar, como efecto obligado,
la tradición bíblica respecto al dominio sobre toda la creación,
que Dios otorgó al hombre en el principio. Además, presenta la
probabilidad de un papel equivalente, en este universo relativista
nuestro, entre la mente del hombre y la de una Inteligencia superior
(la llamemos o no «Dios»).
En suma, debemos concluir que el juego de perseguir elec-
trones ha generado para la ciencia algunos enojosos interrogantes
de naturaleza puramente metafísica, que por lo general se cree la
ciencia física no está capacitada para responder. Sin embargo, hay
una hipótesis tentativa planteada por los proponentes de la antes
La rotura del Huevo Cósmico • 49

mencionada metafísica experimental, esa nueva ciencia atrevida


y disidente. ¿Atrevida y disidente? Bueno, no del todo disidente,
lástima. Veremos que la antigua ciencia aún interfiere con la nueva
e innovadora, frenando su avance con buena parte de las críticas
usuales. De hecho, nuestra llamada «metafísica experimental» evita
todo tono aventurado con posibles implicaciones espirituales o re-
ligiosas, con lo que mantiene a la metafísica anclada en la materia,
en situación muy parecida a la de un pájaro con las alas recortadas.
Por consiguiente, una teoría de otro modo prometedora, acaba por
no poder despegar jamás. Al señalar esta falla fundamental, me
viene a la memoria lo que Madame Blavatsky escribió alguna vez
de Darwin: «Darwin inicia su evolución de las especies en el punto
más bajo para ir subiendo desde ahí. Su único error tal vez sea que
aplica su sistema en el extremo equivocado».5
La hipótesis en cuestión parece apoyarse sobre el implícito su-
puesto de que una clase de factor de conciencia subliminal, fenómeno
completamente natural desprovisto de toda causa sobrenatural, sea
un aspecto evolutivo del universo físico. Hasta donde la ciencia puede
interpretarlo, este cósmico «misterio de la conciencia», como se le
conoce, ha venido evolucionando lentamente durante eones para
nacer de la materia primigenia o lo que sea que la Gran Explosión
lanzó al espacio en el principio. Hoy en su cúspide está la conciencia
totalmente despierta del hombre, la especie pensante más avanzada
del cosmos, traída especialmente a un estado de conciencia superior
por la misteriosa conciencia cósmica para servir a sus propios fines
evolutivos. Porque el universo —según la teoría— necesita de la
mente de un hombre como observador, dado que no se puede decir
que nada existe hasta que es observado. (Esta última proposición
es premisa fundamental de la propuesta). El papel del hombre
como observador es contribuir a que la progresiva evolución del
cosmos observado se perpetúe y avance, aunque el hombre mismo
requiere del cosmos para su propia evolución en curso. En fin, se
trata de un arreglo simbiótico, como ocurre en toda la naturaleza
50 • La Historia del Alma

cuando una forma de vida desarrolla una mutua dependencia de


otra para lograr su supervivencia conjunta. Pero aquí el proceso de
simbiosis parece haber alcanzado su estado más elevado, su forma
más perfecta. Puesto que el observador consciente es el producto
de aquello que él observa. Su unión panteísta forma lo que se ha
denominado como una «danza metafísica» entre la mente del
hombre y el universo de la materia.6
Las imágenes pueden ser atractivas; la metafísica no tanto.
Debemos preguntarnos con toda humildad: si en el principio
no estuvo la Mente del Creador observando —y de hecho durante
todo el resto del tiempo— ¿cómo es que un universo no observado
se las arregló para sobrevivir y evolucionar por sí mismo hasta la
llegada del hombre, unos cuantos miles de millones de años más
tarde? Es más, ¿cómo puede la ciencia moderna dar validez alguna
a la teoría de la creación por la Gran Explosión, en un mecánico
inicio de las cosas desde la materia primigenia, sin nadie por ahí
que escuchara u observara ese nacimiento? Si se elimina la Primera
Causa, hay que eliminar sus efectos. Sin Observador Principal,
nada que observar. Así de sencillo. ¿De qué sirven las explicaciones
mecanicistas?...
Prefiero el punto de vista de las imaginativas páginas del Génesis.
A pesar de la hipérbole de su simbólico lenguaje, de alguna manera
tiene más sentido, y su metafísica general es mucho más sensata. La
ciencia debería darle otro vistazo. Tal vez sea posible una síntesis en
estos tiempos modernos. Podríamos conservar la Gran Explosión,
pero agregar Espíritu y Luz —la Fuerza de la Mente Suprema—.
A lo mejor todo encaje bien. Y en cuanto a esa relación simbiótica
entre el hombre y el cosmos físico, si nos atenemos a la Palabra de
Dios, es una asociación apenas temporal. Porque se nos ha dicho
que el hombre fue imbuido con una entidad espiritual que vive para
siempre y perdurará más que el universo visible de la materia. Pero
mientras permanezca aquí, al hombre le fue otorgado el dominio. Es
el legítimo conservador del cosmos mientras dure, con la función
La rotura del Huevo Cósmico • 51

de proteger y cuidar todos los mundos que temporalmente puedan


satisfacer sus necesidades evolutivas, y de convertirse en miembro
activo del gobierno del universo a través de su gradual dominio de
las leyes universales.

(Una acotación al margen para el lector: En una época de aguda


conciencia de género, quede claro que las anteriores referencias al
«hombre» y todas las referencias similares que siguen, tienen un
sentido estrictamente genérico y se debe entender que también
equivalen a «mujer». Si para alguien es un uso ofensivo, ofrezco
disculpas. Pero en un tema como el que nos ocupa, el término de
referencia genérico sigue siendo científicamente correcto y no
permite otra alternativa viable).

Cayce habló a menudo de la Unicidad de toda Fuerza.7


En esa unicidad deber estar implícito un orden fundamental de
todas las cosas. Por lo menos sabemos por observación que del más
caótico de los acontecimientos finalmente surge un orden, ya se trate
de una erupción volcánica o de la desintegración y recomposición
de un continente cuando la Tierra se depura y renueva a sí misma.
Asimismo, es obvio que un orden maravilloso y exquisito debe regir
el microscópico mundo del átomo y las partículas subatómicas, cuyo
ocasional comportamiento errático puede tener una explicación
racional que escapa a la comprensión del físico. ¿Quiénes somos,
para ver la «casualidad» en acción cuando alguna ley desconocida
causa que al parecer caprichosas o caóticas partículas de materia
se fusionen en objetos tan preciosos como pueden serlo millones
de copos de nieve geométricamente perfectos o el diseño de los
encajes que forma la escarcha en el cristal de una ventana?
La ciencia ya ha demostrado que los estímulos mentales de
las ondas del pensamiento del físico pueden controlar al díscolo
electrón en la cámara de pruebas. Es obvio, pues, que dentro del
electrón existe alguna forma de conciencia primitiva. Y que esa
52 • La Historia del Alma

conciencia ha mostrado su disposición a recibir instrucciones de


una presencia pensante cercana, instrucciones que incluso pueden
ser transmitidas en forma subconsciente y recibidas de igual ma-
nera. Pero, ¿dónde está o cuál es la Fuerza Invisible que ordena a
los átomos armar el copo de nieve cuando asume su maravillosa
formación geométrica en la atmósfera superior? ¿O la que reúne las
células vivas de cada brizna de hierba que crece con individualidad
propia? Volemos mentalmente por un momento al espacio sideral
donde las vertiginosas galaxias están reunidas, como titanes, cada
cual obedeciendo sus órdenes de marcha impartidas ¿pero, por
Quién o Qué?
La respuesta no debe ser evasiva. La hemos tenido al frente
todo el tiempo. Me permito repetirla en términos claros: existe
una Fuerza de la Mente Suprema Creadora y Legisladora (llámese
como se quiera) que instruye y gobierna cada nicho y cada rincón
del universo. Ha estado ahí desde el principio, porque el principio
estaba en Sí misma. Y puesto que debe haber una ley para cada cosa
de la creación, estableció las leyes universales aún antes de desatar
la Explosión o pronunciar la Palabra que puso todo en marcha.
Esa filosofía, basada en conceptos espirituales revelados por
nuestra fuente psíquica, podría parecer a las mentes científicas
demasiado esotérica para tomarla en serio. Sin embargo, como ya lo
señalamos, últimamente el mundo de la ciencia ha experimentado un
cambio radical, planteando sus propias ideas esotéricas en la medida
que empieza a interactuar con la conciencia de la Nueva Era. Una
de las revistas científicas más prestigiosas publicó recientemente
un breve y sobrecogedor artículo de un astrofísico cuyos puntos de
vista no están muy alejados de la metafísica pura. El artículo con-
tiene pruebas suficientes, si uno es capaz de aceptarlas, de que una
Inteligencia que impone el cumplimiento de la ley entró en acción
el mismo instante en que el universo físico fue creado.
¿El tema de ese artículo? Las cuerdas cósmicas.8
Y qué son las cuerdas cósmicas, se preguntará el lector. Tal vez
• 53

son algún tipo de proyección mental o «pre-materia» etérea. (Pero


eso, debo confesarlo, es mi propia idea personal). En el artículo se
las identifica como «entidades invisibles, exóticas» —delgados hilos
giratorios de fuerza y energía descomunales, aunque ya decadentes
muchos de ellos— que aún quedan del tejido del universo recién
nacido. En ese primer instante de la creación, fueron arrojadas al
espacio en todas direcciones como una gigantesca red de lazadas
que giraban vertiginosamente. Su diseño fue maravilloso y pre-
ciso. Con rítmicas pulsaciones, el extremo final de sus lazadas
perfectamente estructurado se movía a la velocidad de la luz para
barrer la materia prima convirtiéndola en terrones que en sus giros
generaron las galaxias.

¿Qué es todo esto? ¿Un creciente culto de misticismo cientí-


fico? Teoría tras teoría, vemos que la ciencia se va dejando llevar
por premisas místicas. Es como si de pronto todas las leyes de la
naturaleza conocidas empezaran a dar paso a fuerzas desconocidas.
Y eso podría ser precisamente lo que está ocurriendo. Porque hay
una Nueva Era que ya prácticamente nos alcanzó, y fuerzas irre-
sistibles lanzan a todo el género humano a una edad de cambios
revolucionarios y un despertar que escapa a nuestro actual nivel de
comprensión. Es muy natural que todo esto atrape al científico, igual
que a los demás. Pero lo que en realidad está experimentando, más
que una transformación mística, no habría de saberlo él mismo, es
una espiritual. No obstante, le cuesta admitirlo.
Resumamos:
Primero, una Gran Explosión —no vista y no oída— pero de
algún modo verosímil para científicos de todas partes que la conside-
ran como la más aceptable de las teorías de la creación. Entonces
el caos, observado en una cámara de pruebas. Y del caos, orden.
La propuesta de un universo que se organiza a sí mismo, como la
54 • La Historia del Alma

teoría de la elección entre los físicos de partículas. Luego, simbiosis:


una danza metafísica entre mente y materia, a nivel cósmico. Y, por
último, esas cuerdas cósmicas: supuestos hilos de energía invisible
colgados por todo el universo, mediante los cuales algún Genio
no identificado esparció en el principio del tiempo y el espacio el
material simiente que formó las galaxias...
Puras conjeturas, todo esto. Conjeturas, también, de respetables
publicaciones científicas. No es que me burle de ellas, no faltaba más.
Y tampoco que las desapruebe. Por el contrario. Pero es inevitable
preguntarse: si eso es ciencia, ¿por qué faltaría rigor científico si se
explora lo paranormal o se acepta como premisa vigente la exis-
tencia de una fuerza divina y una entidad espiritual para explicar
tantos misterios acerca del hombre y el universo de otra manera
inexplicables?
Existe todo un mundo de ciencia espiritual esperando ser ex-
plorado. ¿Por dónde empezar? Para medir un círculo, como dijo
alguien, por cualquier parte se empieza.
Los seis días de la Creación • 55

4
LOS SEIS DÍAS DE LA CREACIÓN

Primer Día.
La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo. Y dijo
Dios: «¡Que exista la luz!». Y la luz llegó a existir. A la luz la llamó
«día», y las tinieblas, «noche». Y vino la noche, y llegó la mañana:
ése fue el primer día.
Así, según el autor del Génesis, empezó y terminó el Primer
Día de los seis días de la creación. (El séptimo, recordemos, fue un
día de descanso).
Pero ¿cuánto dura un día, por el reloj del cielo? Un día de
Brahm, dice la tradición hindú, hablando de tiempo medido en
términos de Dios, tiene unos 4500 millones de años de duración.
Tiempo suficiente para que Rip van Winkle pasara durmiendo a la
Eternidad, mientras Dios apenas empezaba Su tarea...
Siete días, en total. Unos treinta mil millones de años, si usamos
la calculadora bráhmica. ¿Y si no? Bueno, pues todavía nos quedan
otras opciones.
Primera, el punto de vista literal. Los partidarios de la litera-
lidad, inflexibles y aferrados a la Biblia, se oponen a todo tipo de
interpretación simbólica de los acontecimientos e insisten en que
la Palabra se tome al pie de la letra. Siete días son una semana, no
más y tampoco menos. (Con todo respeto, cabe preguntarnos cómo
abordarán sueños y parábolas los partidarios de la literalidad).
Cada quien debe interpretar el tema según su propia compren-
sión, sugirió conciliador Edgar Cayce, cuando se le pidió su parecer.1
56 • La Historia del Alma

Pero por su parte, no dudó en alinearse con los simbolistas, citando


el viejo y familiar adagio: «Para el Señor un día es como mil años,
y mil años como un día ». Lo que el humilde psíquico tenía claro,
en su asombrosa perspicacia, es que el tiempo no puede tener
importancia para el Creador. Ni mil años ni mil millones de años.
Todo tiempo es uno, solía afirmar, igual que el espacio es uno, en el
reino del Espíritu donde todo está presente —el Eterno Ahora— en
la conciencia de Dios. O para expresarlo en términos más absolutos
(que la mente finita no alcanza a captar por completo, según Cayce,
por su separación de lo Infinito), en realidad no hay tiempo ni es-
pacio.2 Simplemente son conceptos de nuestra conciencia finita. La
Mente Creadora originó el tiempo y el espacio como dimensiones
necesarias de la creación física —los «pilares del escenario», por así
decirlo— de nuestra evolución en un mundo relativo, un universo
relativo. Otra dimensión agregada por el Creador, fue la paciencia.
Porque, como dice en Lucas: «Por su perseverancia obtendrán sus
almas».3 (Era uno de los temas bíblicos favoritos de Cayce, y aparece
muchas veces en sus lecturas psíquicas).
Lo que nos trae, por fin, al último punto de vista relacionado con
el tiempo que nos quedaba por analizar: el de la ciencia física.
La geología, conjuntamente con las demás ciencias de la tierra, ya
tiene una posición bastante sólida sobre la edad de nuestro planeta,
fijada en unos 4600 millones de años. La edad del universo, que se
remonta a la Gran Explosión, es mucho menos precisa. Hasta hace
muy poco, los científicos la estimaban en unos quince mil millones
de años, pero es una cifra que siempre se corre más hacia atrás en
las remotas brumas de un tiempo y un espacio desconocidos. Los
cada vez más potentes telescopios permiten contemplar en el espacio
sideral fantasmagóricas imágenes de refulgentes objetos celestiales
a tantos miles de millones de años luz en el pasado, que dejan al
observador atónito y perplejo.
La revelación más reciente y sorprendente es el avistamiento
de dos primigenias galaxias a unos diecisiete mil millones de años
Los seis días de la Creación • 57

luz de la Tierra, que se cree representan una distancia aproximada


del 95 por ciento del retroceso en el tiempo hasta la denominada
Gran Explosión. El aparato usado para este avistamiento no fue
un telescopio ordinario, sino todo un nuevo sistema de potentes
detectores de radiaciones infrarrojas desarrollado para el ejército y
puesto a disposición de un equipo de astrónomos de la Universidad
de Arizona.4
Con pruebas menos concretas, una solitaria voz en el terreno
de la astrofísica —la de S. Chandrasekhar, muy respetado profe-
sor de astronomía en la Universidad de Chicago— ha expresado
su intuitiva opinión de que la edad del universo puede estar entre
setenta y cien mil millones de años.5 (Lo que nos recuerda los cál-
culos bráhmicos antes citados, que ahora quizás ya no parezcan
tan exagerados).
En todo caso, nos enfrentamos a un tiempo y un espacio que
nuestra mente no puede abarcar. Para no mencionar ese tercer
elemento, la paciencia. Sin duda, esos seis días de creación, en los
cuales puso en marcha tierra y hombre y llenó de estrellas el fir-
mamento (mucho más vasto que el magnífico techo de la Capilla
Sixtina, que Miguel Ángel trabajó buena parte de su vida), debieron
mantener al Creador bastante más ocupado de lo que cualquier
partidario de la literalidad alcanzaría a explicarnos apoyándose en
su reloj de pulsera o un calendario en la pared.
Resumiendo, ese bráhmico día de descanso era más que mere-
cido.

Si volvemos de la ciencia a Cayce (o, podríamos decir, de la


ciencia física a la ciencia psíquica), encontramos que el lenguaje
cambia y también la actitud básica. Pero no obstante la obvia
disparidad entre la perspectiva espiritual de Cayce y la opuesta
orientación del científico, así como la diferencia de medio siglo o
más entre las revelaciones psíquicas de Cayce y los más recientes
teoremas científicos, a veces podemos detectar un sorprendente
58 • La Historia del Alma

hilo de similitud que corre entre los dos. Y nos sugiere que ambos
podrían estar avanzando por rutas paralelas hacia algún punto de
futura convergencia, muy parecido a las teóricas líneas en el espacio
de Einstein.
Precisamente así, de hecho.
Como alguna vez lo dijo Cayce, acontecimientos ya anuncia-
dos apuntan a una inevitable convergencia entre los mundos del
espíritu y la materia a medida que los avances tecnológicos lleven
al infatigable explorador científico a terrenos cada vez más remotos
de la investigación. Todo en el universo material, como lo planteara
Cayce, está diseñado igual que en el espiritual, pero en una forma
divergente, muy similar a la manifestación de una sombra.6 Y puesto
que las leyes naturales tienen su origen y equivalente superior en
las leyes espirituales, el descubrimiento de una ley inferior nos
acerca simultáneamente a una intuitiva comprensión de aquello
superior, de lo cual se deriva. Alcanzado este nivel de entendimiento
espiritual de las leyes del universo, el hombre ha avanzado bastante
en su designio de convertirse en señor del cosmos, y de sí mismo.
Sin embargo, adquirir demasiados conocimientos con muy poca
comprensión es peligroso, como para desgracia suya aprenderían
los atlantes…(Veremos su catastrófica caída en un capítulo más
adelante).
Entretanto, con respecto a ese hilo de similitud que menciona-
mos, aquí tenemos algunos ejemplos.
El primero tiene que ver con la teoría de la creación en la Gran
Explosión. Si fue una auténtica «explosión», podemos estar seguros
de que su aspecto más notable fue una enorme vibración central
—esencia de la luz y el sonido— que espontáneamente se expandió
en todas direcciones por los recién nacidos terrenos de tiempo
y espacio, sin que se haya detenido jamás. Sobre esto, la ciencia
está completamente de acuerdo, claro, y continúa rastreando las
primigenias ondas de luz y sonido a través de nuestro universo en
expansión. Pues bien, entonces: ¿Qué dijo Cayce, mucho antes de
que se hablara de esa enorme y vibrante explosión, que conmocionó
al mundo de la ciencia moderna? Su visión psíquica de nuestro
origen universal difería muy poco. Claro que ese poco era mucho
en términos espirituales. Todo, dijo, proviene de una Vibración
Central —Verbo y Luz— que toma formas diferentes en el continuo
despliegue de su manifestación por todo el universo.7
Y afirmó, para complementar, que todas las vibraciones son
parte integrante de la Conciencia Universal; que toda fuerza de la
naturaleza, toda materia, existe como una forma de vibración, que
es vida en sí misma. Esto incluye el cuerpo físico del hombre. Al
describir electricidad y vibración como la misma única energía,
Cayce definió la vibración como el movimiento o actividad de
una fuerza positiva y una negativa, que crea los modelos de vida
eléctricos hallados en la más pequeña de las partículas atómicas
y, por consiguiente, incluso en algo al parecer «inanimado» como
una piedra. Toda vibración, concluyó en una nota profundamente
metafísica a la que la ciencia debería prestar atención, al energizar
cualquier forma material que tome, debe pasar por una etapa evo-
lutiva y salir de ella.8 Esto es tan cierto de una hoja que brota en
primavera, destinada a cumplir su ciclo estacional de realización,
como lo es de un hombre o de una estrella en desintegración. Pero
en el caso del hombre, la evolución de la materia está sujeta a la
mente como «constructora», y al alma. Pues lo que diferencia al
hombre del resto de la creación es el alma. El alma es la semilla de
Dios en el hombre, y es aquello que le sobrevive, reencarnando una
y otra vez en un crecimiento gradual hacia la Unicidad...
Entretanto, esos físicos de partículas que hoy bailan un vals
metafísico con el átomo, podrían llegar a aprender mucho más del
siguiente hilo de similitud con su propia investigación. Todos y
cada uno de los átomos del universo, dijo Cayce, tienen su relación
relativa con cada uno de los demás átomos.9 Una vez más, hablaba
de la Unicidad de toda la Fuerza pero esta vez, curiosamente, apli-
cada al microscópico nivel de la partícula atómica, demostrando así
60 • La Historia del Alma

la omnipresente unicidad de lo más pequeño y de lo más grande,


en el esquema divino de las cosas. Y es ahí donde está el meollo
de una sorprendentemente simple «teoría del campo unificado»,
como la que buscaba Einstein, aunque alteraría en forma radical
el futuro rumbo de la ciencia. Cayce también habló de la mente
del átomo, en una afirmación muy parecida a los más recientes
teoremas científicos. De la misma manera, alguna vez definió toda
sanación física como un proceso de sintonización de cada átomo
del organismo con la conciencia de lo divino que hay en su interior,
refiriéndose a esa entidad espiritual residente, que diferencia al
hombre y lo sitúa por encima de todas las demás formas vivientes
evolutivas del universo.10
La conciencia del átomo individual, al igual que la más grande
Conciencia Universal, ha sido una realidad aceptada en círculos
esotéricos durante mucho tiempo. Como era de esperarse, pronto se
convirtió en una premisa bien establecida de la física de partículas
y otras disciplinas científicas relacionadas. Es un hecho perceptible
que el átomo es un universo en sí mismo, completo, con su propio y
ordenado sistema de satélites girando alrededor de su núcleo, como
sujetos a la armoniosa dirección de algún tipo de inteligencia y ley
interior, de las cuales a su vez se puede suponer que reproducen
y cumplen la ley e inteligencia superiores de la propia Conciencia
Universal.
En suma, si los seis días de la creación no hubieran producido
más que un simple átomo, habrían hecho un milagro. Salvo que
rechazo lo denominado milagroso o sobrenatural. Mi idea, basada en
la filosofía de Cayce, es que aquello que percibimos como sobrenatu-
ral es solo lo natural, aún no entendido. Pero existe lo divinamente
natural, así como lo terrenalmente natural. Esto último se relaciona
con las fuerzas finitas y lo otro, con las del Infinito.
El séptimo día • 61

5
EL SÉPTIMO DÍA

El séptimo día, Dios descansó.


Aunque más que descanso, tal vez fue una transición. Las Fuerzas
Creadoras jamás están completamente en reposo: tanto Cayce como
nuestros telescopios nos dicen que innumerables estrellas recién
nacidas siguen apareciendo en un florecer de botones de oro en las
brumosas y remotas praderas del espacio sideral.
En su interpretación de ese pasaje del Génesis, Edgar Cayce lo
consideró una descripción alegórica del primer acto de gracia, la
bendición del Creador, por así decirlo, a su propia obra. Describió
específicamente el llamado «reposo» como una fase contemplativa,
en la cual la Mente Creadora hizo una pausa para permitir que su
propósito fluyera a través de todo lo que había puesto en marcha,
de manera que se pudiera perfeccionar en sí mismo.1
Un universo que se autoperfeccionara, incluido el hombre.
Adoptemos esa premisa. Evolución con un impulso espiritual, más
que material. Darwin anulado por la previa acción del Logos. Decreto
divino que reemplaza al ciego azar. Y de repente una necesidad,
parece, de volver a pensar la aceptada teoría de la selección natural,
junto con la teoría genética, en términos evolutivos de un orden
muy diferente a lo que el pobre Darwin jamás soñara…
La evolución, se ha dicho con razón, no crea nada, solamente lo
revela. Sus orígenes están fuera de la materia, en la Mente del Creador.
La evolución de todas las ideas tuvo lugar primero en la conciencia
de Dios, antes de materializarse. El comienzo de la evolución en
62 • La Historia del Alma

el universo físico fue visible cuando por primera vez el Espíritu


penetró en la materia, en coordinación con las fuerzas creadoras y
energizantes de la Mente, convirtiéndose en lo que consideramos
en este mundo tridimensional nuestro como los reinos de la tierra:
mineral, vegetal y animal, en las diversas etapas de su expresión.2 A
su vez, cada uno de estos tres reinos inferiores, precedió al hombre
(señor de la creación) en su llegada aquí. Y cada uno estaba y está
imbuido con la fuerza del espíritu, pero no del alma. La fuerza del
alma estaba reservada solo para el hombre.3
En cada uno de los tres reinos, encontramos lo que Cayce de-
nominó una «mente de grupo», o inteligencia colectiva. La mente
de grupo se individualiza a diversos niveles, sobre todo entre las
especies más avanzadas del reino animal, pero no se extiende más
allá de las formas de mente consciente e inconsciente primaria.
(Alguna vez que le preguntaron específicamente si los animales
poseen esa ilimitado «depósito» mental que conocemos como sub-
consciente, Cayce respondió con un firme e inequívoco «no»). Solo
el hombre, al parecer, fue dotado por el Creador con los tres niveles
de inteligencia representados en las fuerzas del subconsciente, el
consciente y el supraconsciente.4
Al mismo tiempo, el destino de toda la creación, nos informa
nuestra fuente psíquica, es alcanzar un estado de Unicidad universal
con el Creador, en un crecimiento continuo hacia ese ideal común.5
El hombre observa el ciclo del cambio a su alrededor, y lo denomina
evolución. Y, en esencia, eso es. Sin embargo, a veces también puede
haber involución. Porque el proceso de cambio en ocasiones parece
curiosamente fluctuante, lo que tendería a contradecir de raíz el
propósito divino. Pero esto es sólo porque hay fuerzas separadoras
e influencias negativas que todo el tiempo trabajan acá en el plano
terrenal, en la competencia entre esas fuerzas opuestas que son la
luz y la oscuridad, el bien y el mal, la vida y la muerte, puestas en
marcha al principio del tiempo y el espacio.
Al entrar en lo que conocemos como mundo visible de la
El séptimo día • 63

materia, el espíritu representa un estado o fase muy diferente a su


actividad original en el universo espiritual. Allí toda forma y sus-
tancia permanecen puramente espirituales, o positivas. La materia,
antípoda del Espíritu, no tiene derecho al Infinito, ni lugar en él;
pero paradójicamente, habiendo evolucionado como idea o concepto
en la Mente del Creador, requiere de la actividad del Espíritu para
darle expresión. Su existencia como fuerza finita y negativa solo se
puede volver real, o «realizarse», cuando se le otorgan su propio
estado y condición de ser, por fuera de la conciencia de Dios. De
ahí la necesidad que la materia tiene, como concepción del pen-
samiento, de «materializarse», con lo cual se convierte en el terreno
para que la fuerza mental que mora en su interior tenga conciencia
de su separación de Dios. La materialización tiene lugar mediante
la polarización de la energía finita y negativa con la energía a la vez
repelente y atrayente que se encuentra en la fuerza infinita y positiva
del Espíritu. En suma, cuando lo Infinito penetra lo finito, en los
terrenos invisibles, el acto de interpenetración de la fuerza negativa
por su antítesis positiva crea una reacción atómica o celular. Esta
actividad, a su vez, atrae a su alrededor un núcleo que permite a
la materia emerger en estado visible, así como tomar la forma y
naturaleza exterior deseadas por la fuerza mental controladora que
la ha invocado, sea la del Hijo y Creador, como fue en el principio,
o la de los otros hijos y cocreadores más adelante…6
Pues, como nos advierten una y otra vez las lecturas de Edgar
Cayce, de hecho los pensamientos son cosas. Y de veras se exterio-
rizan en el tiempo, para bien y para mal. De ahí que el hombre,
como organismo colectivo, siga moldeando la evolución del planeta
y la suya propia e influyendo en ambas, si bien es cierto que de
manera inconsciente actualmente, y siga siendo un cocreador sin
saberlo…

En ese séptimo día debía estar cerca la caída de la noche cuando


por fin el Creador abandonó Su reposo contemplativo. Y parece
64 • La Historia del Alma

que se le hubiera ocurrido algo de último momento. A juzgar por


la duración de un día bráhmico, establecida en unos 4500 millones
de años —y por interesante coincidencia más o menos la misma
edad del planeta Tierra estimada actualmente—, en términos rela-
tivos apenas quedaban unos momentos de luz (que en la medida
bráhmica del tiempo corresponderían a solo unos pocos millones
de años, tal vez menos). El Creador bajó repentinamente Su mano
a la tierra, recogió un puñado de polvo e hizo ese segundo hombre,
mencionado en el segundo capítulo del Génesis. Luego volvió a dejar
al hombre en la tierra, entre las rocas, la vegetación y la vida animal
que le habían precedido, en un jardín llamado Edén, con unas pocas
instrucciones de última hora sobre su comportamiento.
Todo parece indicar que fue un asunto más bien improvisado.
Casi como si el universo inferior de la materia no se hubiera pla-
neado, inicialmente, como lugar de habitación de criatura alguna
dotada con un alma viviente, como la que Dios había insuflado en el
hombre terrenal del Edén justo antes de abandonarlo a su suerte.
Esa bruma, saben. Surgió en forma tan inesperada. ¿Qué sig-
nificaba?
Por el primer capítulo del Génesis sabemos que ya había sido
creado un hombre perfecto, a imagen y semejanza de Dios. ¿Qué
necesidad había de otro?
De hecho, ninguna.
En realidad, sabemos que ambos son una misma entidad, en
diferentes estados de conciencia. Una conciencia superior, y otra
inferior. Un estado original de gracia y bienaventuranza, y un es-
tado posterior de separación, tentación y, con la caída que debía
seguir, de desgracia.
Si traspasamos el velo del simbolismo, descubrimos que la
historia de la creación según el Génesis, narrada inicialmente en
el primer capítulo y luego repetida en una versión extrañamente
modificada en el segundo capítulo, es una presentación clásica de
los mundos opuestos de Espíritu y materia, considerados real y
El séptimo día • 65

permanente el del primero, ilusorio y pasajero el de la segunda.


Encontramos el tema una y otra vez en los mitos y leyendas de cada
nación, época y cultura, de los aztecas a los esquimales y de los
hindúes a los antiguos griegos. Mitos a veces imaginativos, quizá.
Leyendas, algunas de ellas muy adornadas, sin duda. Pero tomadas
en conjunto, entre todas producen algo que no se puede descartar
con un gesto displicente: la sabiduría heredada de la raza humana,
cuyos antiguos orígenes están programados en nuestros genes.
Pero ahora volvamos al Génesis, según la interpretación de
nuestra fuente psíquica.
Como la tierra en evolución se convirtió en lugar de habitación
para la materia, nos dice Cayce, entonces la materia inició primero
su ascenso en las diversas formas y fases de la evolución física, en
la Mente de Dios.7 Y ahí está la explicación de la creación material
original, según el relato de esa primera versión presentada en el
primer capítulo del Génesis. Tuvo su existencia inicial en la Mente
del Creador, y fue una concepción perfecta, con su logro supremo el
Hombre Arquetípico, o «Adán Superior» andrógino (creado «hom-
bre y mujer», Génesis 1:27), una imagen del Propio Creador.
¿Qué salió mal, debemos preguntar, para que el concepto mental
perfecto resultara tan diferente en su materialización real, como se
supone es representado en ese segundo relato de la creación terrenal
del hombre a partir de un puñado de arcilla?
Pues bien, para llegar a una explicación verosímil, debemos
recordar que la evolución en el plano terrenal había estado en curso
un tiempo, antes de la llegada de Adán. (Que ha podido existir ya
en la Mente del Creador como un concepto mental perfecto, pero
estamos pensando en una época anterior a su aparición física).
Nos dice nuestra fuente que hay evolución de alma y mente;
pero que no hay evolución de la materia, excepto a través de la
propia mente, que es la constructora.8 Esto nos lleva a especular
un poco en lo que respecta al libre albedrío y elección, entre los
hijos de Dios, predecesores de Adán. Y eso incluye a ese primer
66 • La Historia del Alma
Hijo engendrado, la propia Mente del Creador, destinado a ser de
carne y hueso, como Adán…
En marcha, pues. Veamos.
Estamos en el segundo capítulo del Génesis. Después que el
Señor ha impartido su bendición a la creación terminada y hecho
que su propósito fluya a través de todo, algo adverso ocurre. Llegan
las brumas de la conciencia material. ¿Qué significa esta intromisión
perjudicial? Pero quizás hemos olvidado que la creación de un
mundo material, un universo material, deja al regente Príncipe de
las Tinieblas en igualdad de condiciones con las fuerzas de la Luz
en este dominio inferior…
De todos modos, nuestra fuente psíquica ha tomado de los
registros akásicos un incidente registrado en el Génesis, que
probablemente explica esa misteriosa bruma y buena parte de lo
que pudo haber sucedido para corromper el llamado «paraíso» de
Edén poco antes de que fuera entregado a la desafortunada tutela
de Adán.
Es muy tarde ya en el séptimo día bráhmico —aunque todavía
no es tiempo de la llegada de Adán— y hacía mucho que la Tierra
giraba en su órbita. Ya evolucionaban las manifestaciones esenciales
de vida, avanzando en la era mesozoica para proseguir al período
terciario de nuestra propia era cenozoica, términos geológicos que
tal vez digan poco al lego en la materia, pero implican un tiempo
distante del presente solo unos pocos millones de años, en com-
paración con la historia de 4600 millones de años de la Tierra.
De repente, llega el momento crítico.
El Hijo, el Creador, decide hacer una entrada experimental en
este mundo inferior en desarrollo que Él mismo hizo, proyectán-
dose primero en...
Pero, esperemos. Me temo que vamos demasiado rápido. Lo que
sucedió, no sólo en esa entrada inicial sino en dos sucesivas anterio-
res a la llegada de Adán en carne y hueso un poco tardíamente el
séptimo día, se debe reservar para los capítulos que siguen.
68 • La Historia del Alma

Baste decir que todo ello contradecía la voluntad del Padre.9


Ojalá esa bruma no hubiera surgido...
El descenso de los dioses • 69

6
EL DESCENSO DE LOS DIOSES

Tenue y melodiosa, en el firmamento superior se escuchaba la


música de las esferas, cada nota celestial en perfecta armonía con
la de su vecina más próxima por toda la bóveda celeste siempre en
expansión y pletórica de recién nacidas estrellas.
Por encima de las ondulantes aguas del firmamento inferior, en
el que gigantescas aves marinas cabalgaban los vientos marinos con
sus alas extendidas y hambrientos picos inquisitivos, llegaba ahora
el curioso murmullo de recién nacidos continentes que tomaban
forma en el planeta Tierra. Pangea, el continente único que origi-
nalmente se había formado al alba, ya hacía mucho tiempo se había
dividido en segmentos dispersos, mientras al calor abrasador de la
media tarde los dinosaurios llegaron y se fueron, permitiendo que
los mejor adaptados mamíferos emergieran en su lugar.
En su séptimo día, la Tierra ya bien adentrada en su actual
eón fanerozoico, que había empezado unos 500 millones de años
antes con el período cambriano de primigenia formación rocosa,
se acercaba al mucho más avanzado ciclo mioceno de su evolución,
hace unos 24 millones de años.
Mientras todo esto sucedía, los dioses del universo se regoci-
jaban.
En la creciente oscuridad de la tarde de ese séptimo día, cojor-
naleros y cocreadores del Creador, esos Hijos nacidos de la Mente
observaban de lejos al propósito celestial que seguía su curso entre la
multitud de formas de la creación en desarrollo. Entretanto, atentas
70 • La Historia del Alma

a todo, las fuerzas angélicas rondaban por todas partes.


Al principio, cuando el Espíritu se introdujo por primera vez
en la materia, los hijos vieron surgir de la nada nubes de hidrógeno
que de repente se fusionaron en una sola masa de átomos incan-
descentes en explosión. Tal como la Mente Creadora —el Verbo—
lo había querido. Así —una miríada de observadores y un único
observado— fueron testigos del primigenio universo de materia
que cobró forma ante sus propios ojos.
(El hidrógeno, como principal elemento del universo, sin duda
explica un comentario del durmiente Cayce en el sentido de que el
agua es la madre de toda creación material y constituye unas tres
cuartas partes o más del contenido total del cuerpo humano, del
planeta Tierra, y de los océanos de materia astral que contienen el
cuerpo del universo como un todo).1
El papel de los hijos, suponemos, había sido ayudar en todo
el proceso evolutivo con diversas proyecciones mentales propias,
todo en conformidad con el proyecto del Creador, por así decirlo,
y en cumplimiento de las leyes universales que Él había puesto en
marcha. Al principio, como lo hemos anotado, todo se diseñó tal
como lo espiritual pero en una forma indirecta, como corresponde
a su homólogo material. Solo en un aspecto se reservó el Creador
un papel absolutamente exclusivo: en la decisión de poblar o no los
mundos del firmamento inferior con un ser superior como amo y
señor de los reinos inferiores de la materia, y la de albergar alma y
espíritu en una morada de carne y hueso gobernada por la Fuerza
de la Mente Suprema, todo esto por supuesto con libre albedrío y
elección durante el ejercicio de su gobierno.
«Un ser así sería un dios, como nosotros», se dijeron los hijos
unos a otros, preguntándose cuál sería el resultado en ese caso.
«¿Por qué no podríamos ser gobernantes algunos de nosotros?».
Y mientras discurrían así entre ellos, el Creador razonaba consigo
mismo.
El descenso de los dioses • 71

Cuando miró al planeta Tierra, apenas uno de la miríada de


mundos del universo de la materia en desarrollo, vio un objeto ab-
solutamente precioso: una resplandeciente esfera azul y blanca que
giraba en el espacio, captando toda la gloria de la luz reflejada en su
lado al sol, pero cuyo lado oculto Él sabía que estaba en tinieblas.
Y fue ese lado oscuro, por supuesto, el que le causó preocupación.
Ahí, donde el Tentador podía estar al acecho, entre las fuerzas de
las tinieblas…
Libre albedrío y elección. El regalo de Dios para su unigénito
Hijo; y la bendición ambivalente que debía ser, le daba un par de
opciones: la compañía junto a su Padre o una condición divina aparte.
(Porque como Padre amante no deseaba obligar a su Hijo con el
mismo vínculo de obediencia que podía exigir de un sirviente).
Asimismo, el Hijo había otorgado el mismo regalo a los demás
hijos: células divinas, por así decirlo, sacadas de su propio cuerpo
espiritual, que se convirtieron así en hijos de Dios por derecho
propio. Coherederos y copartícipes, pero con plena libertad para
renunciar en cualquier momento a su patrimonio divino, si así lo
desearan, mediante el ejercicio de su libre albedrío, y para adquirir
otra calidad divina en su interior.
Sin embargo, era para contener y contrarrestar el pecado simi-
lar del caído Lucifer y sus marginados secuaces, por supuesto, que
el Creador había creado el universo material, con sus dualidades
siempre en contienda. Solamente exponiéndose a los pares de
opuestos en conflicto (esas fuerzas mutuamente repelentes, como
luz y oscuridad, bien y mal, espíritu y materia), así como a aquellos
que se atraen mutuamente buscando un equilibrio armónico en la
unidad (representada por el yin y el yang, en las fuerzas sexuales
separadas), podría un dios caído al igual que a un ángel caído, tener
conciencia de su separación de la Unicidad y la Luz.
Lo cierto es que la Tierra, como los otros mundos que aún
seguían apareciendo en todo el universo manifiesto, no necesaria-
mente había sido creada como lugar de habitación para el alma.2 La
72 • La Historia del Alma

posible creación de un vehículo terrenal para el alma (representado


por el «hombre» del Génesis) dependería de la necesidad de afrontar
una situación que aún no había surgido entre los hijos de Dios no
caídos. Pero en su sabiduría, la Mente Creadora de todas maneras
había concebido un prototipo, hasta entonces no materializado, a Su
propia imagen y semejanza. A este hombre-alma ideal se le podría
proyectar, si fuera necesario antes de terminarse el séptimo día,
como señor de la creación física. La administración del universo
se convertiría en responsabilidad suya, para guiar la materia a lo
largo de todo su ciclo evolutivo, y llevar cualquier alma perdida o
caída de nuevo a su estado celestial, si ella así lo quisiere, según el
propósito del Creador. Mientras tanto, el Creador esperaba. A lo
mejor tenía sus reservas. Sin embargo, aún faltaban millones de
años para ese séptimo día. Lo que el Creador no tenía razón para
prever, por supuesto, era que finalmente Él mismo tendría que
asumir ese papel terrenal, como hombre arquetípico proyectado
en carne y hueso...
No hay ley, dijo Cayce, que obligue a ningún alma a separarse
del Altísimo.3 Es más, existen esas entidades espirituales (ya sa-
bemos que, de hecho, uno no se convierte en una entidad que es
alma, hasta su ingreso físico al universo de la materia) que jamás
han participado en la conciencia física, sino que han permanecido
siendo siempre Uno con la Primera Causa.4
¿Qué sería, pues, lo que a estas alturas indujo al propio Creador
a ese momentáneo desliz que lo llevó a equivocarse? Sin duda,
Satanás le tendió una astuta trampa y Él cayó en ella...
Mientras escuchaba a los hijos nacidos de la Mente discutir
entre ellos la correcta administración del firmamento inferior, al
Creador se le ocurrió un plan provisional. Era un experimento que
no violaba del todo la voluntad del Padre, al no implicar una total
separación de la Fuente, sino un descenso parcial a los dominios
de la materia.
Como entidades-espíritus en forma astral, Él y los hijos que
El descenso de los dioses • 73

decidieran acompañarlo descenderían al éter que rodeaba al planeta


Tierra y se convertirían en observadores de primera mano de las
proyecciones mentales en evolución que conjuntamente habían
hecho materializar. En esta ocasión no irían como participantes
activos o gobernantes, sino solo como observadores. Básicamente
sería una experiencia de «aprendizaje», que los ilustraría sobre
cómo operaban las leyes materiales que trabajaban en la evolución
de un universo material, mientras ellos se movilizaban sin ser vistos
en el aire o sobre las olas o penetraban como espíritus, en rocas y
vegetación.

Fue así entonces, que la primera raza original cobró vida. Así de
inocentemente empezó el gradual descenso y caída de los dioses.

¿Cómo, es razonable preguntarnos, pudieron los hijos de Dios


descender a la materia, esa primera vez, sin materializarse a sí mis-
mos? Edgar Cayce lo aclaró en forma indirecta, al explicar en cierta
ocasión que el cuerpo celestial de la entidad-espíritu cósmica posee
los atributos correspondientes a lo físico, pero además los cósmicos,
con lo cual oído, vista y entendimiento se volvían uno.5
En otra de sus lecturas psíquicas que viene al caso, encontramos
que nuestro guía psíquico se refiere a las fases de la evolución como
unas veces ascendentes y otras descendentes, a la manera de un
arco.6 Esa metáfora se ajusta a los escritos teosóficos de H. P. Bla-
vatsky, quien nos cuenta que en el arco descendente de la evolución
lo espiritual se transforma en lo material; y por consiguiente, en
el arco ascendente, lo material se somete al proceso de transfor-
mación, reafirmando gradualmente su calidad de espíritu. «Todas
las cosas tuvieron su origen en el espíritu», escribe ella, «pues en
un principio la evolución empezó desde arriba para continuar su
descenso, y no lo contrario, como sostiene la teoría darwiniana».7
Su intención no era rechazar la validez de la teoría evolucio-
nista, sino echarla a andar por un camino muy diferente. «Si acepta-
74 • La Historia del Alma
mos la teoría de Darwin del desarrollo de las especies», concluye,
«vemos que su punto de partida está ubicado frente a una puerta
abierta».
Es la puerta en la cual la ciencia material no puede encontrar
respuestas. La materia, por sí sola, carece de un punto de origen
que se pueda rastrear.

Pero debemos preguntarnos, ¿cuál es la «estrategia» del Espíritu?


¿Por qué el arco descendente y ascendente del patrón evolutivo?
Meister Eckhart nos ha entregado esta llave de oro para desentrañar
un profundo misterio: «Dios es Inteligencia», nos dice este místico
medieval, «entregada al conocimiento de Sí misma».8
¿Qué mejor explicación que esa, de la relación evolutiva del
hombre con el Altísimo?
En las lecturas de Edgar Cayce encontramos un eco de las
esclarecedoras palabras de Eckhart, cuando nos dice que somos
dioses en ciernes. O, como se dijo una vez: «Somos Dios, todavía
sin heredar nuestro patrimonio».9
Precisamente. Eso lo resume todo. Todo el misterio y signifi-
cado de la creación y la evolución quedan aclarados en esas pocas
y sencillas palabras de revelación espiritual. Creador y creación son
Uno, dedicado al proceso en curso de Su propia comprensión.
Y así, quizás, ese descenso inicial de los dioses, en busca de
experiencia, después de todo no fue algo malo...
De hecho, nuestra fuente psíquica sugiere sin titubeos la iluso-
ria naturaleza del mal. Solo el bien vive para siempre, nos asegura;
mientras el mal es solamente un bien descompuesto, o un aleja-
miento temporal de Dios.10 El mal, dijo Cayce una vez, solo aparece
«en la mente, en las sombras, en los miedos» de quienes aún no
conocen toda la luz, o todavía no han experimentado el despertar
del ser superior.11
¿Pero qué le hace todo este filosofar al Diablo? Bueno, parecería
desterrarlo una vez más. Pero esta vez, convirtiéndolo en algo
76 • La Historia del Alma

irreal, por así decirlo.


Es probable que, para el final de nuestro viaje evolutivo, ese
modo metafísico de ver a Satanás parezca suficientemente sólido.
En este momento, no obstante, cuando estamos a punto de un
reencuentro con los dioses en el próximo capítulo, en un descenso
aún más profundo en los dominios de la materia, veremos que
Satanás todavía hace diabluras.
Y en cuanto a esos desafortunados dioses, un recordatorio: ellos
no son otros que nosotros mismos, tal como éramos entonces.
El país de los lémures • 77

7
EL PAÍS DE LOS LÉMURES

¿A dónde llegarían los hijos de Dios en su primer descenso a tierra


firme? ¿Y más o menos cuándo?
Dónde pudo ser cualquier parte. Sus fantasmales cuerpos as-
trales no conocían restricciones materiales. Cualquier ecosistema
les servía, en el aire, bajo el agua, o en tierra. Tan invisibles como
un espíritu cualquiera, su presencia podía sentirse pero no verse;
entonces no tenían enemigos qué temer, excepto los espíritus de las
tinieblas al acecho. Sin embargo, si nos lanzáramos a adivinar una
localización escogida por su equipo de reconocimiento, elegiríamos
el ahora extinto continente de Lemuria como principal zona de caída
libre para esa primera raza madre. Respecto al por qué, sólo habría
que echar un vistazo a la prístina belleza del lugar: temprano precur-
sor de la Atlántida y Edén, su exuberante vegetación y diversidad
de formas vivientes en un escenario de onduladas colinas verdes y
serpenteantes riachuelos del agua más cristalina, lo convertían en
una auténtica réplica del paraíso superior.
Ahora, el cuándo.
Un poco complicado, eso. Los registros akásicos no son muy
precisos al respecto, pero en términos generales, podemos situar
ese descenso original en la segunda mitad del período terciario,
probablemente a mitad de camino en el ciclo del mioceno. En otras
palabras, hace unos diez o doce millones de años. Existe una razón
válida para tomar ese punto aproximado en el tiempo prehistórico.
La cual se hará evidente más adelante.
78 • La Historia del Alma

A mediados del siglo diecinueve, cuando los bioevolucionistas


estudiaban ansiosos sus mapas de rígido trazo en busca de posibles
conexiones de tierra en una era anterior que pudieran confirmar la
teoría darwiniana de migración de las especies de un continente a
otro en los primeros tiempos, para explicar la transferencia de rasgos
evolutivos, científicos de ciertos círculos se tornaron más audaces
en sus especulaciones sobre la pasada existencia de continentes
hoy desaparecidos, como la legendaria Atlántida de Platón, o un
continente similar hundido en el Océano Pacífico o Índico. Y no
precisamente porque respaldaran a teosofistas u otros partidarios
de las tradiciones psíquicas y legendarias en este respecto, por
supuesto. Eso habría sido demasiado «incientífico». Sino porque
desde su punto de vista racional, esos hipotéticos puntos de cruce
constituían una justificable invención para validar su proliferación
de infundadas hipótesis.
Uno de esos alegres cazadores de mapas fue un zoólogo llamado
Philip L. Sclater. Habiendo observado los lémures de Madagascar,
empezó a preguntarse en voz alta cómo fue que esta especie única
de mamíferos quedó atrapada en un hábitat insular tan aislado, en
medio del Océano Índico. El lémur primitivo, pequeña criatura
nocturna con características muy similares a las de los monos, ocu-
paba el nivel más bajo en la escala de los primates. Sin embargo ya
se le estaba considerando seriamente como un posible antepasado
prosimio del género Homo sapiens. Resulta que ya algunos habían
imaginado un continente hundido mucho tiempo atrás, de vastas
dimensiones latitudinales (dependiendo de dónde se mire) que se
extendía por el Pacífico Sur desde América hasta el Océano Índico.
Otros, como el naturalista alemán Ernst Heinrich Haeckel, y otro
naturalista, Alfred Russel Wallace, quienes abordarían el arca lemu-
riana más adelante con hipótesis separadas, situaron el continente
perdido en los confines del Océano Índico. Pero sea cual fuere su
El país de los lémures • 79

ubicación, Sclater fue quien dio a la tierra perdida visos de realidad


al inventarle un nombre: Lemuria.
Más, tarde, a principios del siglo veinte, cuando finalmente se
supo que después de todo el lémur no era exclusivo de Madagascar,
la hipótesis lemuriana, que ya había hecho carrera rápidamente hasta
abarcar otras especies también envueltas en el misterio, de repente
se convirtió en embarazosa papa caliente que ningún científico
quería tocar. Y así ha permanecido desde entonces. Pero vayamos
voluntariamente hasta donde no se atreve la ciencia. Y podemos
agradecer a uno de sus propios olvidados, P. L. Sclater, que hubiera
corroborado algunos hechos psíquicos con ese nombre que él creyó
haber inventado, Lemuria.
Sí, aquí tenemos un curioso sincronismo. ¿Tal vez el buen
Sclater era psíquico sin siquiera saberlo? ¿O quizás había alcanzado
a tocar, aunque fuera por un mágico instante, la mente universal del
inconsciente colectivo? De todos modos, aunque las dimensiones
geográficas de su hipotética «Lemuria» no cuadran del todo con la
versión psíquica, el nombre sí. Edgar Cayce, en estado de trance, se
referiría al continente sumergido en el Pacífico, unas veces como
«Lemuria» y otras veces como «Mu», esta última designación también
identificada con su líder en una época. Sin embargo, en sus últimos
tiempos, cuando gobernó Muzuen, hijo de Mu, la mayor parte del
continente original ya había desaparecido en el mar, mucho antes
de que la Atlántida desapareciera. Lo que quedó, al parecer, fue una
población en su extremo occidental, entonces llamada la región de
Gobi, que en realidad se extendía desde lo que hoy es Indochina,
en dirección norte hacia el desierto de Gobi (entonces tierra fértil),
así como dispersas colonias de descendientes de Mu en el lado
opuesto del océano, en la cordillera de los Andes y —sorprendent-
emente— en la región del sudoeste norteamericano que ahora es
una altiplanicie tierra adentro, áreas que parecen representar los
extremos orientales más alejados de Lemuria en la antigüedad. Sin
embargo, como lo explicó Cayce, entonces los polos se invirtieron,
80 • La Historia del Alma

de modo que norte y sur sufrieron un vuelco respecto a sus fun-


ciones magnéticas, alterando también la orientación este y oeste.1
Pero si el compás cambió, el eje rotatorio de la Tierra no lo hizo, y
el sol continuó en su curso normal.
La ciencia moderna no sólo confirma esos periódicos pero poco
frecuentes virajes de la polarización geomagnética de la Tierra, sino
que también propone menos y más frecuentes cambios polares en
los intervalos, lo que podría estar relacionado con desplazamientos
de la corteza terrestre, como se discutirá en otro capítulo más ade-
lante. Además, el conocimiento actual de la ciencia tectónica, que
analiza la formación y movimiento de los continentes y la gradual
expansión de los suelos oceánicos mediante actividad térmica a lo
largo de las dorsales oceánicas, sugieren que en una era anterior el
Océano Pacífico muy probablemente fue menos ancho y presentaba
una configuración muy distinta a la de hoy. En ese caso, Lemuria
habría sido un continente de proporciones algo más modestas que
las imaginadas por visionarios del siglo diecinueve.
Por último, volvamos a ese nombre: Lemuria, o Mu. (Mu, a
propósito, fue el nombre del continente perdido revelado en sus
escritos de principios del siglo veinte sobre el tema, por el excén-
trico Coronel James Churchward).2 Es mucho lo que debemos a W.
Scott-Elliot, un ocultista de finales de siglo de la escuela teosófica y
autor de The Lost Lemuria [La perdida Lemuria],3 quien nos recuerda
un segundo significado de la palabra lémur (o lémures, en plural),
que considero más pertinente para el continente perdido que esos
pequeños mamíferos nocturnos que aún habitan la isla de Mada-
gascar en el lejano Océano Índico. Se dice, específicamente, que
los lémures son los «espíritus de los muertos». ¿Fantasmas de esos
antiguos dioses, tal vez? ¿Fantasmas errantes de ese primer descenso
experimental a la tierra en forma astral? Nada de eso. Conducidos
por el Creador, ellos vinieron como entidades espirituales y se
fueron como tales. Es más probable pues, que los «lémures» de ese
lugar fueran los fantasmas atrapados de sus inmediatos sucesores,
El país de los lémures • 81

a quienes conoceremos en breve...


Entretanto, veamos otro extraño dato: en ambos idiomas,
chino y japonés, la grafía mu denota un «vacío» o la «nada». Pero
no nos fijemos mucho en eso. No quiero que se me acuse de llevar
demasiado lejos la rareza de las cosas.
Y parece que tampoco podemos cerrar aún los registros de
Lemuria.
En un temprano retorno, los dioses bajaron de nuevo a la
tierra. Sin embargo, esta vez los que decidieron entrar cambiaron
los cuerpos espirituales de su antigua proyección astral por formas
etéricas más densas que les permitirían acercarse más, mediante
una menor velocidad vibratoria, a las formas vivientes físicas que
los rodeaban. Y volvieron a Lemuria, por supuesto.
Esta fue la segunda raza madre, y de ella formaron parte mu-
chos de la primera. No contentos ya como simples observadores,
esta vez buscaban papeles más activos. Se convertirían en partici-
pantes directos que buscaban una experiencia de primera mano
con la naturaleza de la materia. En suma, se establecerían como
gobernantes de los reinos inferiores que les habían precedido aquí
en este extraño mundo subordinado al Espíritu. Después de todo,
¿acaso no eran los hijos de Dios? Por consiguiente, harían uso de
su herencia divina en la tierra.
Sin embargo, esta vez no los acompañó el primer Hijo. Él se
había retirado a la santidad del Espíritu. Allí aguardaba y miraba
de lejos, a lo mejor preguntándose dudoso qué habría de resultar,
después que Él mismo iniciara esta cadena de acontecimientos no
previstos. (Su propio siguiente retorno, que los pecados de los hijos
nacidos de la Mente en la tierra hicieron necesario, no tendría lugar
sino hasta el tercer ciclo, cuando surgiera la poderosa raza madre
de los atlantes).
A diferencia del perdido continente de Atlántida, del cual
todavía se espera resurjan algunas partes, y posiblemente ya esté
emergiendo a la superficie cerca a las Bahamas, Lemuria parece
82 • La Historia del Alma

haberse perdido para siempre, quedando tan solo los tenues des-
tellos de su imagen delineada en el tejido del tiempo y espacio, en
las cámaras akásicas.
Tal vez esté bien así.
Los lemurianos, de quienes Edgar Cayce habló poco, al parecer
dejaron tras de sí una oscura estela de maltrato y bestialidad en
su veloz y desordenado descenso a la materia. Por consiguiente,
no es de extrañar que el adoptado «hogar» de esos dioses caídos,
junto con la mal planeada civilización que construyeron a lo largo
de muchos milenios, fueran condenados a su final destrucción y
olvido, incluso mientras la más favorecida Atlántida apenas em-
pezaba a ser habitada por dioses algo más sabios y pertenecientes
a la tercera raza madre que, más adelante, serían dirigidos por el
propio Primer Hijo.
Es probable que en sus primeras fases la cultura lemuriana
pareciera prometer una evolución más tranquila, mucho antes de
que su ciclo gravitacional descendente cobrara impulso. Esos visos
prometedores se revelan en una lectura muy inusual que Edgar
Cayce dio para un alma muy antigua que, antes de su posterior
aparición en la época inicial de la Atlántida, al parecer había for-
mado parte de los primeros representantes de esa etérica segunda
raza, los lemurianos. Dentro de su adaptación al entorno material,
rápidamente desarrollaron instintos sociales. Se formaron clanes.
Aunque en un principio habitaron en árboles y cuevas, como los
pájaros y las bestias, pronto desarrollaron formas corporales no muy
diferentes a la nuestra. Y, como los posteriores atlantes, también
estaban dotados de un tercer ojo u ojo psíquico, que debía ser un
punto de contacto con sus orígenes celestiales, pero su utilidad
acabó pronto. Pero volvamos a la entidad en cuestión: se le dijo que
aún se podían ver sus dibujos rupestres en la pared de una cueva
del hoy árido altiplano del sudoeste norteamericano, ¡aunque los
trazos tenían unos diez millones de años!4
Esa referencia nos ofrece una datación tentativa para la cultura
El país de los lémures • 83

lemuriana original, anterior al mucho más tardío gobierno de Gobi


bajo Mu, en una rama cultural paralela a la de la Atlántida. Por ese
motivo su importancia es evidente. Y plantea interrogantes que
en la actualidad no podemos responder, respecto al ritmo de la
evolución en las primeras etapas de Lemuria, antes de su posterior
fase de involución y degeneración cuando la empinada curva del
arco descendente inició su rápida caída.
Entretanto, el hecho de que escaparan del cataclismo final algu-
nos sectores de la cultura lemuriana que habían tenido una evolución
más favorable, situados en los extremos oriental y occidental del
fatídico continente, sugiere distintos grados de velocidad y nivel de
caída. Es de suponer que no todos los dioses en involución habían
abandonado u olvidado por completo su origen superior. En cuanto
a la supervivencia de ese país de altas planicies que ahora forma
parte de Nevada, Utah, y Arizona,5 quizás represente un despren-
dimiento de la plataforma continental lemuriana que avanzó sobre
una placa oceánica de basalto en movimiento, y lo dejó en su actual
ubicación tierra adentro a horcajadas sobre el continente americano
que recién surgía, mientras Lemuria se hundía. En todo caso, los
geólogos han tomado nota de la enorme antigüedad de esas viejas
formaciones rocosas del sudoeste norteamericano, y se dice que el
Gran Cañón tiene unos 1700 millones de años, mientras la mayor
parte de nuestro continente es mucho más joven.
A juzgar por los escritos teosóficos sobre la curva de involución
de Lemuria, la mayoría de sus etéricos ocupantes cayeron en la bes-
tialidad en etapas bastante rápidas, y con el tiempo llegaron al nivel
de las propias bestias. Todo empezó cuando cayeron en la trampa de
empezar a proyectar por pura recreación y placer formas mentales
monstruosas, mezclas extrañas y variaciones genéticas modeladas
sobre la vida animal y vegetal ya existente en el continente cuando
los dioses llegaron por primera vez. Los contaminantes efectos de
sus actividades pronto perturbaron el desarrollo del proceso evo-
lutivo en otras partes del planeta y hubo que detenerlas. La una vez
84 • La Historia del Alma

encantadora Lemuria se fue convirtiendo en un lugar de pesadilla,


infectado por la rápida multiplicación de los pecados de sus habi-
tantes caídos vergonzosamente. (¡De nuevo esas brumas…!).
Tenían que irse. Y se fueron.

En su muy romántica versión de la perdida civilización de


Mu, o Lemuria, Churchward apoya su «prueba» sobre discutibles
artefactos hallados en otros países, como los templos mayas de
Yucatán, los que sin pensarlo dos veces atribuye a la sabiduría y
obra de errantes colonizadores de Mu, supuestos sobrevivientes
del volcánico holocausto y posterior hundimiento del continente
madre. Entre otros casos de dudosa clasificación, nos dice que las
misteriosas estatuas de piedra de una antigua raza de gigantes de la
Isla de Pascua, descubiertas en 1722 por un barco mercante holan-
dés, son un vestigio de la desaparecida cultura mu. Su atribución
resulta muy incierta, si tenemos en cuenta pruebas arqueológicas
más recientes. De todos modos, esos grotescos monolitos que
miran con expresión ausente desde un oscuro pasado prehistórico,
por lo menos pueden darnos una vaga idea de lo que puede ser el
producto de energías creativas mal encaminadas. Son fantasmales
recordatorios de una fracasada grandeza...
Dioses extraños, muchos, que ya no están. Pero dejaron su
marca en muchos lugares, las más de las veces como advertencia
para que no se repitan sus errores.
Antes de cerrar este capítulo y zarpar juntos a nuestro próximo
destino en este viaje evolutivo que nos llevará más allá de las Co-
lumnas de Hércules a la largamente perdida Atlántida, debemos
resolver un acuciante dilema.
Cuando comparamos la literatura teosófica sobre la evolución
de las razas madre con la lista de acontecimientos de Cayce, en-
caramos similitudes y diferencias por igual. Concentrémonos en
las primeras, aunque reconozcamos que las últimas puedan reflejar
El país de los lémures • 85

poco más que una cuestión de interpretación.


Seré breve al respecto, y no demasiado técnico. La mayoría de
las veces bastarán las generalidades.
En la visión orientalista de los teosofistas, como ya lo hemos
anotado en capítulos anteriores, los antiguos textos de la India
Oriental (y del Tibet) constituyen la principal fuente de infor-
mación. Por otra parte, vemos que las lecturas psíquicas de Edgar
Cayce se nutren de fuentes más universales que la sabiduría escrita
tradicional, sea oriental u occidental. No se trata, por supuesto, de
un enfoque orientado a restar validez a esta última sino más bien a
simplificar y aclarar el registro esotérico en la mayoría de los casos,
abriéndonos paso por entre el elaborado simbolismo que surge
alrededor de mucha literatura ocultista y abarcando buena parte
del dogma cristiano relacionado con nuestros orígenes.
Totalmente de acuerdo con la escuela esotérica, las lecturas
psíquicas de Cayce confirman la existencia de siete etapas de
desarrollo,6 en el viaje evolutivo que nos lleva del cielo a la tierra
y de nuevo a casa, por el cíclico sendero de las siete razas madre.
De estas últimas, las dos primeras ya quedaron explicadas: la
raza madre astral y la etérica, o lemuriana, en el arco evolutivo
descendente. (Cada una de estas dos razas madre, como las cinco
restantes, contiene también una serie de subrazas. Reconocemos
su probable importancia para los registros arqueológicos, mas no
para esta narración. Por lo tanto, vamos a omitirlas, como lo hizo
antes nuestro mentor psíquico).
En la interpretación teosófica, la primera raza madre, o sea la
astral, llegó a un lugar llamado la «Imperecedera Tierra Sagrada»,
que se considera como el primer continente. Posiblemente fuera lo
que la ciencia moderna denomina el continente primigenio, Pangea.
Y también pudo no serlo, por supuesto. La terminología esotérica
sugiere un escenario natural mucho más etérico incluso que el que
Pangea podría haber sostenido. Por parte nuestra, como hemos
dicho, situamos esa raza astral, así como su sucesora etérica, en el
86 • La Historia del Alma

prístino terreno lemuriano, con sus formas vivientes en rápida evo-


lución, a diferencia de la más antigua y primitiva Pangea. (Y aunque
nuestra ubicación no está confirmada específicamente en ninguna
de las lecturas de Cayce, en ellas tampoco se sugiere ninguna otra.
Así que Lemuria viene a ser la opción más obvia; el único continente
que Cayce menciona como predecesor de la Atlántida).
Volviendo a los registros teosóficos, encontramos que la segunda,
o etérica, raza madre desciende solo al denominado segundo con-
tinente o Hiperbóreo; y es solo hasta la tercera vuelta que, según
ellos, llega a Lemuria. Así que, de acuerdo con esos mismos cálcu-
los, los atlantes vienen a ser la cuarta raza madre. Y es aquí donde
los teosofistas acaban un número más adelante que el registro de
Cayce en la tabulación del desarrollo de las razas madre hasta el
presente.
Específicamente, las lecturas de Cayce sitúan después de la
lemuriana a la raza atlante, que se convierte así en la tercera raza
madre. Le sigue el hombre adánico como cuarta (nuestra actual raza
madre, ahora acabando), con la quinta a punto de surgir cuando
avanzamos hacia la cúspide de la entrante Era de Acuario.7
Por otra parte, la posición teosófica discute que la nueva raza
que viene será la sexta, la misma etérica que regresa en el arco as-
cendente de nuestro desarrollo evolutivo, a la cual seguirá la astral,
o séptima, en la última fase cíclica de nuestro viaje a casa. Un poco
precipitada esa cronología. Esa era etérica aún no parece estar lista
para llegar a nosotros. Pero debemos recordar que esta ubicación
de la Era de Acuario para la sexta raza madre se hizo en el siglo
diecinueve, sin el beneficio de nuestra más racional perspectiva
actual. En cualquier caso, compartimos con la tradición teosófica
la aceptación de un patrón cíclico de los acontecimientos, a través
de siete planos o fases, a medida que el arco evolutivo primero
desciende para luego volver a ascender.
También estamos de acuerdo en que la Atlántida marcó un
punto evolutivo de transición, puesto que el fin de esa raza madre
produjo el surgimiento de la nuestra. Porque no fue sino hasta el
advenimiento de Adán, y su posterior traspié, que la caída raza de
dioses por fin logró invertir el sentido de su trayectoria descendente,
e iniciar su doloroso y prolongado ascenso como raza humana…
88 • La Historia del Alma
Más allá de las Puertas de Hércules • 89

8
MÁS ALLÁ DE LAS PUERTAS
DE HÉRCULES

Plus ultra. Más allá.


Esas dos palabras, extraídas de una antigua leyenda por un
extraño giro de los acontecimientos, unos siglos atrás se convirtie-
ron en el lema inspirador de pioneros de la ciencia liderados por
el atrevido Francis Bacon, poseedor de un filosófico instinto para
la frase apropiada.
La expresión transmite una noble opinión: para la gente osada
y audaz, siempre hay algo más allá de los límites existentes. Como
exploradores de nuevos horizontes nosotros mismos, aprobemos
y aplaudamos un punto de vista que da tanto para pensar. Pero es
la propia leyenda, más que el lema derivado de ella, lo que amerita
especial atención. De hecho, por una feliz coincidencia, nos lleva
a otra leyenda más antigua que podemos aceptar como cierta, en
tanto que la primera podría ser puramente imaginativa.
La primera historia tiene que ver con las columnas gemelas
de Hércules. Supuestamente situadas en cada lado del Estrecho de
Gibraltar, donde las bien conocidas aguas del Mediterráneo dan
paso a la ilimitada extensión y profundidad del vasto Atlántico, se
dice que las columnas tenían una inscripción de advertencia del
dios-héroe: Ne Plus Ultra, «No más allá». Siempre tan valiente e
intrépido él mismo, semejante mensaje sorprendentemente medroso
parece implicar que Hércules conocía algún oscuro y terrible secreto
de ese mar más grande… De ser así, ¿cuál era ese secreto?
90 • La Historia del Alma

En todo caso, muchos siglos más tarde esa misma cautelosa


inscripción sería incorporada al escudo de armas de la casa regente
de España, debajo de un dibujo de las legendarias columnas. Allí
permaneció, se nos ha dicho, hasta la época de la temeraria aven-
tura de Colón cuando surcó los interminables bancos de algas del
Mar de los Sargazos rumbo al misterioso continente que aguardaba
su descubrimiento: América. Pero muy pronto después de eso, se
eliminó del emblema heráldico la vieja negativa, y de ahí en adelante
quedó: Plus Ultra, «Más allá».
Hasta ahí la primera leyenda. Pasemos a la segunda.
Tiene que ver con la bien conocida historia de la Atlántida,
que originalmente nos revelara con seductor realismo Platón, el
filósofo griego, quien la escribió unos 2400 años atrás. Creemos
que es una leyenda que ha podido estar tras otra algo más tardía
que contaba la misteriosa advertencia de Hércules en esas míticas
columnas suyas. En verdad, a lo mejor esas columnas no existieron
como tales, aunque sus homólogas, el gran Peñón de Gibraltar en
el lado europeo del estrecho y la empinada pendiente del Monte
Hacho en el lado africano, en lo que hoy es Marruecos, sí que eran
bien reales. Y se cree que fue desde estas dos almenas naturales, si
el relato de Platón es cierto, que en los últimos tiempos del otrora
gran imperio atlante los guerreros de la Hélade obligaron a las
desesperadas hordas invasoras atlantes a retroceder hasta sus pro-
pias playas fatídicas, estremecidas por los terremotos. Las naves
ya debían estar cerca de ellas cuando se escucharon estruendosos
rugidos bajo tierra mientras la última isla que quedaba de la poderosa
Atlántida estallaba en una terrible sacudida antes de hundirse entre
las olas, creando un enorme remolino de agua que debió tragarse
las infortunadas naves que se encontraban en muchas millas a la
redonda, arrastrándolas a una fosa común. Fue tan devastador el
terremoto, que de hecho sacudió también toda la lejana cuenca
del Mediterráneo, cobrando la vida de la mayoría de los valientes
guerreros helenos que aún acampaban en sus promontorios con
Más allá de las Puertas de Hércules • 91

vista al Estrecho de Gibraltar.


El legendario Hércules, si de veras vivió, bien ha podido enterarse
de los terribles acontecimientos que tuvieron lugar durante un solo
día y su noche en aquellas lejanas aguas silenciosas y profundas.
Sucesos que sin duda habrían constituido una amplia justificación
para levantar un par de columnas con un mensaje implícito para
toda nave a punto de traspasar los portales del Mediterráneo en
el futuro: «No hay más tierras más allá de estas puertas. Prestad
atención, ¡no sea que también perezcáis vosotros!».
Y en cuanto al mucho más tardío Colón, sin saberlo, navegó
justo por encima de un continente para llegar a otro. Ese misterioso
Mar de los Sargazos, que puede reconocerse por su vasta extensión
de flotantes parches de algas enmarañadas, es el presunto lugar de
sepultura de Poseidia, la más conocida, grande y encantadora de las
islas que conformaban el vasto continente insular de la Atlántida
en las últimas etapas de su destrucción.
Vamos a los Diálogos de Platón1 y empecemos por el de Timeo
con este relato inicial del perdido continente de la Atlántida, para
encontrar luego la historia resumida en el de Critias, que le sigue. Por
desgracia, este extraordinario relato no está completo, por razones
no muy claras. Hay quienes suponen que Platón habría planeado
retomar la narración inconclusa más adelante, pero la muerte lo
sorprendió antes de hacerlo.
Sea como fuere, el registro psíquico de la Atlántida que podemos
reconstruir de varios centenares de lecturas de Edgar Cayce que tocan
el tema, básicamente confirma hasta donde llega, la convincente
versión de los hechos presentada por Platón, también corroborada
por relatos que forman parte de la literatura esotérica tanto orien-
tal como occidental y que analizaremos a su debido tiempo. Por
otra parte, las pruebas científicas de la anterior existencia aquí en
la tierra de una civilización muy evolucionada que data de la era
prehistórica, continúan en aumento y son formidables. Veremos
algunos de esos hechos con más detenimiento.
92 • La Historia del Alma

Entretanto, en el de Timeo, encontramos al discípulo de Sócrates,


Critias, a quien se está convenciendo de que cuente a los presentes
—entre ellos Platón, por supuesto— la extraña historia de la Atlán-
tida, recibida en una sucesión de transmisiones orales, como era
tradición en aquellos tiempos. Todo había empezado varias gene-
raciones atrás con la visita a Egipto de un sabio ateniense llamado
Solón (circa 640-559 a.C.), quien escuchó la historia de boca de un
sacerdote en Sais. Años más tarde, con el fin de preservarla, Solón
narraría el extraordinario relato al bisabuelo de Critias, quien a su
vez lo transmitió a su hijo, hasta que con el tiempo llegó al propio
Critias. Convencido de la verdad del concienzudo relato de Critias,
Platón aseguró su perpetuidad al escribirlo.
El narrador original había empezado por explicar a Solón que
en épocas pasadas, habían surgido y desaparecido muchas grandes
civilizaciones de las cuales no quedaban rastros porque un terri-
ble diluvio había destruido todos los registros y los recuerdos
de los atribulados sobrevivientes pronto se habían borrado. Este
último cataclismo al parecer había ocurrido poco después de la
destrucción final de la Atlántida dentro de una serie de violentos
terremotos, que tuvo lugar unos nueve milenios antes de la época
de Solón, o lo que sería 9600 años a.C. (Recuerden esa fecha, pues
volveremos a ella más de una vez en las páginas que siguen. Es muy
importante, porque coincide en gran medida con varias dataciones
relacionadas).
El otrora poderoso imperio de la Atlántida descrito por Platón,
en los días previos a su desaparición bajo las aguas, ya para entonces
en plena decadencia moral y geográficamente debilitado, era todavía
un estado insular relativamente extenso situado más allá de las
Columnas de Hércules. Esto nos señala en dirección a las Azores.
¿Acaso constituyen ellas, junto con Madeira y las Islas Canarias más
al sur y al este, un vestigio montañoso de lo que fuera la Atlántida,
que estuvo sumergido y reapareció? En todo caso, todos estos son
picos protuberantes de montañas submarinas y los más numerosos
Más allá de las Puertas de Hércules • 93

a lo largo de la amplia curva de la Dorsal Mesoatlántica. Esa dorsal


oceánica, notoria por su actividad sísmica y volcánica, atraviesa una
amplia zona del subsuelo marino, y abarca la submarina Meseta de
las Azores, donde misteriosas estructuras que parecen torres han
sido «fotografiadas con sonido» mediante un proceso de detección
del eco. En otros lugares a lo largo de esa dorsal, se han obtenido
testigos marinos [extraídos por perforación de la roca submarina]
de antiguos restos de plantas que crecían en tierra, tomados del
subsuelo a una profundidad de más seis kilómetros bajo la super-
ficie del océano.2
Platón, se nos recuerda, en realidad se refirió a la Atlántida de
los últimos días como una cadena de varias islas grandes, que se
podía seguir cruzando de una a otra y así llegar al occidente hasta
un vasto continente no identificado, más allá de las tierras atlantes.
Muy curioso, eso. Y bastante convincente, en opinión de este escritor.
Si hace 2600 años un sacerdote egipcio conocía suficiente geografía
del mundo más allá de las fronteras de su propio país como para
hablar de una América aún no descubierta, ¿por qué dudar de la
veracidad de esta historia de la perdida Atlántida? Seguramente tenía
antiguos mapas o manuscritos a su disposición, o había obtenido
ese conocimiento de alguna fuente superior...
En cuanto a la referencia a un archipiélago, en lugar de un con-
tinente formado por una sola isla, la encontramos corroborada en
la descripción psíquica que Cayce hizo de la Atlántida en su fase
final. El continente original se habría desprendido unos 50 700 años
a.C., dejando una cadena de cinco islas principales hasta el segundo
gran movimiento sísmico, que se estima ocurrió alrededor de 28 000
años a.C.. Desde entonces hasta el momento de su hundimiento
final, catástrofe que en realidad parece haber ocurrido en etapas
muy separadas y no en una sola erupción, solo quedaron tres islas
principales, identificadas por Cayce como Poseidia, Aryan y Og. De
estas, Poseidia fue la primera en desaparecer.3 Es de suponer que se
hundió unos cuantos siglos antes que las otras dos. De hecho, los
94 • La Historia del Alma

temblores de advertencia pueden haber empezado tan pronto como


10 600 años a.C., todo un milenio antes de la última inundación, que
por lo general se sitúa cerca de 9600 años a.C. En cualquier caso,
las primeras evacuaciones de Poseidia parecen haberse iniciado
en el año 10600 a.C., y continuado por varias centurias de ahí en
adelante, hasta parte del reinado de Araaraart II, en Egipto.
Ya hemos situado a Poseidia en las inmediaciones de lo que
ahora es el Mar de los Sargazos, con su extremo más occidental
hoy marcado por tierras que están surgiendo lentamente en la
zona de las Bahamas, sobre todo en el atolón de Bimini, en el que
arqueólogos submarinos siguen trazando mapas y analizando ex-
trañas formaciones rocosas avistadas por primera vez desde el aire
en 1968 (tal como Cayce lo predijo en 1940).4 Se cree que esos son
restos de antiguas carreteras, paredes u otras estructuras construi-
das por el hombre. Y es en esta zona, se nos dice, que podrían ser
descubiertos en nuestra época los largamente sepultados registros
de la una vez floreciente civilización de la Atlántida, que ya cercano
el fin iniciados del sacerdocio de Poseidia habrían guardado en un
templo piramidal sellado.5
Y respecto a las islas de Aryan y Og, podríamos aceptar la
sugerencia de Cayce y asignar a Aryan la posición intermedia. Esto
deja a Og como la isla más hacia el oriente, directamente frente al
Mediterráneo. Fue ese el vestigio de la Atlántida que los atenienses
conocieron. Y quizás el último en perecer.
Curiosamente, en las lecturas encontramos una aislada refe-
rencia a Persia como la «tierra aria», en la época inmediatamente
siguiente a la de la Atlántida, sugiriendo que posiblemente colo-
nizadores de la isla atlante de ese nombre se establecieron allí.
En forma parecida, el nombre de Og aparece en las lecturas para
designar una parte de lo que hoy es el Perú, antes gobernada por
un pueblo conocido como los ohums, a quienes veremos en un
capítulo posterior. Al parecer algunos atlantes que huyendo de Og
emigraron a la remota y primitiva cordillera de los Andes antes de
Más allá de las Puertas de Hércules • 95

la destrucción final de su país de origen, llevaron consigo no sólo


vestigios de su evolucionada cultura sino también el nombre de su
antigua patria insular. Nos recuerdan a los colonizadores del Nuevo
Mundo que muchos milenios más tarde, en un impulso sentimental
cambiaron el nombre de antiguos territorios indígenas para aco-
modarlos a sus recuerdos, como Nueva York, Nueva Ámsterdam,
y demás. Hábito secular de pueblos migratorios en todas partes,
en especial si acaban dominando a los locales… como usualmente
lo hacían los atlantes.
La mayoría de los miembros del sacerdocio atlante, junto con
otros seguidores de las sagradas enseñanzas de la Ley del Uno,
decidieron marcharse mucho antes de la catástrofe final. Fue una
diáspora de amplio espectro que en últimas llevó a la extinción de los
atlantes como única raza, poder, o influencia a nivel mundial. Entre
los sitios por los que se dispersaron se mencionan específicamente
Egipto, Marruecos, los Pirineos, la península de Yucatán y el Perú, así
como diversos lugares de Norteamérica no cubiertos por glaciares
(pues esto fue justo antes del final de la última Edad de Hielo, que se
ha situado hace unos once mil años). Con respecto a esta última, se
menciona la región de la meseta del suroeste norteamericano, donde
se supone que los atlantes que recién llegaban se mezclaron con
colonizadores muy anteriores originarios de Lemuria, el continente
sumergido tanto tiempo atrás. Además, en una segunda migración
ya desde Yucatán, por un largo y difícil camino al norte, algunos
resistentes atlantes llegaron hasta esa extensa zona del medio oeste
norteamericano hoy caracterizada por los misteriosos vestigios de
los constructores de montículos.
Con todo, la primera afluencia de atlantes en Norteamérica
fue integrada por los proscritos hijos e hijas de Belial, cuyas malas
costumbres precipitaron no solo este último desastre final, sino
los dos cataclismos anteriores que en forma gradual llevaron a
la Atlántida de su antigua gloria y grandeza, a la ruina final en la
que el mar fue su tumba. No bienvenidos, al parecer, en las zonas
96 • La Historia del Alma

colonizadas por los más pacíficos hijos e hijas de la Ley del Uno en
su disciplinado éxodo, se supone que los hedonistas hijos e hijas
de las Tinieblas esperaron hasta última hora. Y luego, en un deses-
perado intento de apoderarse de un espacio habitable, arrebatando
las tierras de otros (como lo sugiere el relato de Platón), al parecer
atacaron sin provocación a los más primitivos habitantes de lo que
ahora son Europa y Asia Menor. No existen pruebas de que estos
ataques, que probablemente fueron aéreos, hubieran sucedido jamás.
Pero si fueron rechazados, podemos suponer que los invasores
dejaron a su paso muerte y destrucción. Esto se puede deducir en
parte de los restos vitrificados de antiguas fortalezas en Escocia,
Irlanda, Bretaña, y Austria, donde algo muy similar a un potente
rayo láser de mortal puntería alguna vez traspasó las piedras, der-
ritió los bloques y los convirtió en vidrio fundido.6 ¿El «rayo de la
muerte» atlante en acción? Cayce mencionó una vez la existencia
de tan pavorosa arma en el arsenal de ellos, lo que los señala como
probables culpables. Gracias a su tecnología altamente avanzada,
los atlantes podían atacar con impunidad cualquier objetivo. Pero
al final, según parece, a los frustrados seguidores de Belial no les
quedó otra opción que huir al bastante deshabitado continente
hacia el oeste, y los que no se hundieron en el mar con la Atlántida
se apresuraron a buscar refugio en tierras inhóspitas.
¿Acaso esa dura experiencia cambió en algo sus aviesas cos-
tumbres? Nos gustaría creer que ejerció sobre ellos una influencia
moderadora. De hecho, en las lecturas de Cayce encontramos alguna
prueba indirecta al respecto. Primero, se nos dice que los nobles e
intrépidos iroqueses formaban parte de los descendientes directos
de los últimos atlantes rebeldes. Y en una lectura de vida* de Ed-
gar Cayce a una mujer que en una encarnación previa había sido
Narwaua, princesa de las tribus del gran jefe algonquino Powhatan,
salió a la luz la sorprendente información de que la llegada de los

*Una disertación psíquica relacionada con las vidas pasadas de una entidad.
Más allá de las Puertas de Hércules • 97

colonizadores ingleses a la tierra de los indígenas norteamericanos


había marcado esa nueva reunión, para conocerse a sí mismos,
de los antiguos hijos de la Ley del Uno y aquellos rebeldes hijos
de Belial que muchos milenios atrás habían huido al continente
que ahora consideraban suyo.7 De ser cierto, revela una profunda
percepción psicológica de las posteriores rivalidades que pronto
surgieron entre los colonizadores blancos y sus hermanos pieles
rojas, quienes en este caso resultaron perdedores. Sin embargo, a
pesar de ciertas prácticas salvajes, estos últimos eran moralmente
superiores en muchas formas a los inescrupulosos recién llegados,
que se valieron de taimados trueques y encarnizadas batallas para
arrebatarles sus tierras. Aunque quizás inevitable desde el punto
de vista kármico, su final derrota podría considerarse a un mismo
tiempo lamentable e irónica.
Una nota final para reflexionar un poco: aunque los atlantes
fueron la raza roja original, con el tiempo esa característica racial se
perdió o modificó como resultado de los matrimonios mixtos con
individuos de otras razas de todo el mundo antiguo, con quienes se
vieron obligados a convivir los orgullosos exiliados. Sin embargo,
hubo una notable excepción en el caso de aquellos hijos de Belial
que sí conservaron las características de la raza prácticamente
intactas al evolucionar en los diferentes grupos tribales del indí-
gena norteamericano. (Sólo en el suroeste, donde la contribución
lemuriana se observa en las pieles más cobrizas y pequeñas cabezas
más redondeadas, son notablemente «diferentes» los indígenas
norteamericanos).

De nuevo volvemos a Platón, esta vez para retomar la parte


de su historia que figura en las páginas de Critias. Mientras en las
de Timeo nos habla solo de los últimos días de la Atlántida, en las
98 • La Historia del Alma

de Critias relata sus prometedores inicios. También hace un breve


relato de su rápido desarrollo hacia el estado ideal bajo sus primeros
líderes, quienes parecían dioses.
No resulta sorprendente entonces, que uno de los primeros
nombres que aparecen sea el del dios Poseidón, de quien sin duda
proviene el nombre de Poseidia. (Aunque en la relativamente
breve historia que Platón nos deja de la Atlántida no aparece el
nombre de Poseidia, en las lecturas de Cayce sí figura con alguna
frecuencia; y una fuente esotérica que analizaremos un poco más
adelante, nos dice que en los últimos tiempos de la Atlántida cuando
Poseidia era sede indiscutible del poder, a sus ciudadanos se les
denominaba atlantes o también poseidíes). En la mitología griega,
Poseidón personificaba el fertilizante poder del agua, y vemos que
era sinónimo de Neptuno, dios de los mares. Entonces, tal vez fue
apropiado que, con el tiempo, fuera el propio mar el que reclamara
la Atlántida para sí…
Los dioses de la nueva raza madre que descendieron, dividieron
la tierra en parcelas, se nos dice, y Poseidón heredó la Atlántida.
Allí conoció y se enamoró de la hermosa Clito, única hija de uno de
los hombres nacidos originalmente en la tierra y en aquella región,
supuestos descendientes de la raza madre anterior y por consiguiente
ellos mismos de raza divina en alguna época, pero ya despojados
desde mucho tiempo atrás de todo recuerdo de su origen divino
tras incontables centurias de asociaciones carnales.
No obstante, con la hermosa Clito, que había crecido aislada
junto a sus padres en la cima de una elevada montaña en medio
de la Atlántida, podría haber un regreso, por así decirlo, a un
linaje más puro y etérico, lo que atrajo a Poseidón. De esa unión,
Poseidón engendró una prole de cinco pares de gemelos varones;
y dividió a la Atlántida en diez partes, o principados, otorgando
el gobierno general al primogénito del primer par de gemelos, de
nombre Atlas. De hecho, Platón señala que este hijo primogénito
recibió un nombre del cual derivarían el suyo el Océano Atlántico
Más allá de las Puertas de Hércules • 99

que los rodeaba, y la propia Atlántida.


Después de describir con lujo de detalle las bellezas naturales de
la Atlántida, sus numerosas maravillas arquitectónicas y tantos logros
sin precedentes alcanzados bajo un liderazgo unido y progresista,
Platón llega por fin al aciago relato de su posterior decadencia y
caída. Por muchas generaciones, nos cuenta, mientras la «estirpe
divina» aún era fuerte en su interior, los atlantes fueron un pueblo
a la vez vigoroso y virtuoso que obtuvo muchos logros y observó
las leyes establecidas bajo el mandato de Atlas. Riqueza y poder
significaban poco para ellos, aunque los poseían en abundancia.
Pero luego, muy gradualmente como para alcanzar a notarlo en un
principio, tuvo lugar un cambio sutil. He aquí las palabras de Critias,
el narrador, sobre el funesto asunto: «A medida que su parte divina
se empezó a debilitar, y el carácter humano a predominar, debido
a los constantes cruces con tantos mortales, [ellos] empezaron a
mostrar un comportamiento indecoroso».
Por demás indecoroso. Se da a entender la comisión de actos de
absoluta perversidad y depravación. (De nuevo esas brumas…).
Y es justamente en esta instructiva coyuntura, como abrumado
por lo que faltaba por narrar, que el moralista relato de Platón acaba
abruptamente.

Pero eso no importa, volvamos a los registros akásicos.


Ahora nuestra fuente psíquica puede contarnos el resto de la
historia, cuyo final bajo el mar ya conocemos. Sin embargo, suceden
muchas cosas en la zona intermedia. Y solo analizando toda la
cadena de acontecimientos podemos llegar a entender realmente el
ciclo evolutivo que nos ha traído a donde hoy estamos. De hecho,
hoy volvemos a estar en una encrucijada, tal como estuvimos en
la Atlántida. ¿Y qué camino tomaremos? ¿El de la carne, o el del
espíritu? ¿Dios o la riqueza material?
La opción nunca cambia. Pero si tenemos presentes las lec-
ciones del pasado, nos pueden guiar en nuestras acciones futuras.
100 • La Historia del Alma

Sigamos, pues, en nuestro viaje evolutivo de nuevo a la perdida


Atlántida. Y por el camino, valdría la pena recordar las palabras del
predicador, en el Eclesiastés: «Hay quien llega a decir: “¡Mira que
esto sí es una novedad!”. Pero eso ya existía desde siempre, entre
aquellos que nos precedieron».8
La verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol. Porque el
ciclo evolutivo empieza y acaba en la Mente de Dios. En el arco
descendente, se desenrolla el hilo de toda la experiencia del ego y
en el arco ascendente se vuelve a enrollar, junto con las lecciones
aprendidas.
Se aproxima el tiempo del proceso de enrollamiento. A menos,
por supuesto, que permitamos que esas frustrantes brumas inter-
fieran, como en el pasado...

A lo largo de su trayectoria psíquica, Edgar Cayce de vez en


cuando sorprendería a sus oyentes estando en trance, al mencionar
ciertos libros o publicaciones la mayoría de los cuales ellos sabían que
él nunca había leído o visto siquiera, estando despierto. A falta de
tiempo para adelantar estudios de cualquier tipo y de inclinaciones
eruditas, Cayce dedicaba casi exclusivamente a su amada Biblia
los ratos que le quedaban para leer. Por eso, cuando en alguna de
sus lecturas surgía el título de algún libro, era motivo de especial
interés y atención.
Uno de estos casos tuvo lugar en febrero de 1932.
Se había propuesto una serie de lecturas sobre la Atlántida. La
sugerencia surgió porque últimamente la Atlántida se había venido
mencionando cada vez más, con respecto a encarnaciones anteriores
de muchos de los que visitaban al psíquico de Virginia Beach para
pedirle lecturas de vida. En la primera de lo que se convertiría en un
total de trece disertaciones psíquicas sobre el legendario continente,
los comentarios iniciales de Cayce aludían a «esas cuantas líneas
de Platón» (un eufemismo, en realidad), así como a «referencias
en las Sagradas Escrituras de que la tierra se había dividido», por
Más allá de las Puertas de Hércules • 101

supuesto relacionadas con el Génesis y el nacimiento de Péleg, uno


de los descendientes de Noé.9 (De hecho el nombre Péleg significa
«división», y quizás también indique otra rama de los herederos
de Noé). Luego el durmiente Cayce se refirió a «el escritor de Dos
Planetas, o la Atlántida, o Poseidia y Lemuria», para entonces una
oscura obra esotérica que se decía había dictado psíquicamente a
un muchacho de 17 años de nombre Frederick S. Oliver, su falle-
cido autor, un antiguo maestro atlante que se identificó a sí mismo
ante Oliver como «Phylos el Tibetano», por entonces habitante de
«Devachan», o lo que comúnmente se conoce como el Más Allá.
El libro fue publicado por primera vez en 1899 bajo el título de A
Dweller on Two Planets [Un habitante de dos planetas]. Se ha editado
muchas veces más, y hasta hoy se sigue editando.10
Aunque Cayce no necesariamente refrendó la extraordinaria
historia de Phylos, ni la de Platón tampoco, agregando que la
credibilidad de ambas como versiones individuales de la vida en la
Atlántida debe quedar a juicio del lector, igual vale la pena resaltar
que buena parte del contenido de A Dweller on Two Planets (en lo
que respecta a un marco de tiempo establecido como «10 700 años
antes del Príncipe de Paz»), de hecho fue corroborado por la propia
información psíquica de Cayce sobre ese período en general.
Por supuesto, los estudiosos del material de ambos, Phylos y
Cayce, habrán notado que desde el punto de vista filosófico, estas
dos fuentes difieren bastante. Phylos atribuye a la ley del Karma un
alto grado de fatalismo y sombría inexorabilidad. Esto no coincide
con el punto de vista orientado a Cristo expuesto por Cayce, bajo
el cual la ley de la Gracia siempre opera y puede borrar la carga
kármica que Phylos consideraba una secular piedra de molino que
lo abrumaba por sus pecados de atlante y otros defectos. (Pero igual
podría ser que, a sus 17 años, el subconsciente del amanuense de
Phylos se hubiera dejado influenciar por el opresivo clima moral
victoriano de su propia época, al transcribir el antiguo relato de la
Atlántida).
102 • La Historia del Alma

Sin embargo, no creo que esa diferencia filosófica sea tan im-
portante. Resulta mucho más significativa la cantidad de campos
en los que Cayce y Phylos, en versiones separadas e independientes,
nos ofrecen relatos asombrosamente parecidos de la cultura de la
Atlántida en el período que precedió a su colapso final. Por esta
razón, cuando presente el relato de Cayce sobre el tema, intercalaré
algunas referencias a la versión de Phylos a manera de corrobo-
ración. También las referencias a la literatura teosófica tendrán un
papel en la historia que se desarrolla a continuación.

LOS PRIMEROS MIL AÑOS


Unos doscientos mil años atrás, cuando ya la antigua Lemuria
se acercaba a su extinción como experimento fracasado, los prime-
ros representantes de la tercera raza madre andrógina empezaron
a descender a la tierra virgen de un continente sin nombre pre-
parado especialmente por los dioses del universo para que ellos
lo habitaran.
Con el tiempo, el continente se conocería como Atlántida.
En cuanto a sus habitantes en evolución, estaban destinados
a dar vida a una civilización en la Tierra, que no habría tenido ni
tendría igual. Tan grande era su notable destreza tecnológica que
literalmente ellos podían llegar a las estrellas y aprovechar la po-
tencia del remoto Arcturus, así como la energía del más cercano
sol. Muchos de sus extraordinarios logros apenas se están redescu-
briendo ahora a medida que avanzamos en nuestra propia Era de
Acuario aérea, que corresponde a la que Cayce denominaría «era
aérea o eléctrica» de la Atlántida, en la cúspide de sus poderes.11
Sin embargo fue una tecnología que, sin los necesarios controles
espirituales, finalmente empezó a hacer estragos y fue la perdición
de los orgullos atlantes. Eso, y las desvergonzadas prácticas carnales
de los indisciplinados hijos de Belial, cuya desenfrenada actividad
fue causante de daños indecibles… Pero su lugar correcto es al final
de nuestro relato, no aquí al comienzo.
Más allá de las Puertas de Hércules • 103

En el principio, los luminosos seres espirituales de la nueva


raza, que inicialmente llegaron a la Tierra como proyecciones
mentales, observaron su nuevo entorno entre recelosos y maravil-
lados. Desplazándose por ese desconocido mar de aire, fueron como
buceadores cautelosos que penetran en un mundo submarino de
placeres tentadores, pero presintiendo peligros ocultos tras cada
rama de coral de vivos colores o cada oscuro follaje de algas. Lo
que, por supuesto, era cierto. De hecho, ya venían advertidos. No
debían abandonar ni por un instante sus lazos celestiales, o todo
estaría perdido. ¿Pero acaso puede esperarse de niños que llegan
a un campo de juegos prohibido que actúen mucho tiempo con la
fría objetividad de dioses? Fue así como muchos en medio de su
inocencia, crearon para sí mismos fantásticos modelos mentales
tomados en parte de la seductora vida animal y vegetal que veían a
su alrededor y obtuvieron esa imagen de sus ideas al atraer átomos
físicos a sí mismos. Así, en lugar de quedarse en la cuarta dimensión
de las creaciones puramente etéreas de la Mente, las formas se mate-
rializaron y adoptaron la sustancia elemental de la tierra que ahora
habitaban. De esta manera, los originalmente libres y luminosos
seres espirituales se encontraron atrapados en forma grotesca en una
materia de su propia hechura. Y de sus patéticas filas surgieron en
esos antiguos tiempos las leyendas de sirenas y sátiros, unicornios
y otras bestias y semibestias extrañas, pero lamentablemente todas
muy reales. La mayoría, sin embargo, escapó a una suerte similar
al materializarse en forma humana, pero andrógina. Y fueron ellos
quienes se convirtieron en los verdaderos atlantes.
Con el fin de mantenerse en contacto psíquico con su Fuente
divina en las etapas de formación, ellos desarrollaron un tercer
ojo. Este «ojo» psíquico (que después desapareció al alterarse su
función original, fue reemplazado por la actual glándula pineal de
los humanos) se podía materializar en cualquier parte del cuerpo
a voluntad. En últimas, sin embargo, su localización se «fijó» en la
parte posterior de la cabeza. Se usaba para efectos de «visualización»
104 • La Historia del Alma

psíquica, lo que permitía a la entidad acudir a la Fuerza de la Mente


Suprema para la satisfacción de todas sus necesidades materiales y
espirituales en el plano terrenal. Fue así como los primeros atlantes
no carecieron de nada. En cuanto a la forma del cuerpo, variaba
a voluntad de cada quien, desde estaturas gigantescas hasta muy
pequeñas, pero la altura y forma ideales eran muy parecidas a las
actuales, de un color que en un principio podía cambiar con el
entorno, como los camaleones, pero que al evolucionar se iría es-
tabilizando hasta convertirse, con el tiempo, en la raza roja.12
En lo que podríamos denominar como su fase primitiva o
«preatlante», antes de que surgiera el primero de sus poderosos
gobernantes en tiempos de Poseidón y Atlas, o del esplendente
reinado de Amilius que se convertiría en el apogeo de todos los
tiempos de la civilización de la Atlántida, el nuevo continente fue
colonizado afanosamente. Ya prometía convertirse en lo que Cayce
llamaría «el Edén del mundo» y hogar de la más extraordinaria raza de
seres espirituales andróginos. Más pacíficos, se nos ha dicho, que los
demás pueblos del universo, estos primeros atlantes evolucionaron
rápidamente, usando sus dones psíquicos naturales para dominar
los elementos en formas que sus predecesores, los lemurianos, jamás
soñaron. Pronto aprendieron a sacar el máximo provecho de los
recursos de la naturaleza para las necesidades que continuamente
iban surgiendo a todo nivel. De hecho, el mayor desarrollo de lo
que hoy se llamarían fuerzas ocultas, o psíquicas, ocurrió durante
los primeros mil años de evolución de la Atlántida.13
Con todo, en términos comparables, esto habría sido más
como cien años de hoy, o quizás una sola generación. Porque la
forma física estaba compuesta entonces por elementos más puros,
y sus átomos menos comprimidos o «endurecidos», de modo que
la regla general era una mayor longevidad. De hecho, es posible
que algunos de los primeros hijos andróginos sobrevivieran varios
milenios antes de pasar al Intermedio, o de cruzar a lo que se ha
denominado el Más Allá. Más tarde, a medida que el tiempo de vida
Más allá de las Puertas de Hércules • 105

tendió a acortarse, ya fue posible rejuvenecer. La energía del que se


conoció como gran cristal Tuaoi, configurada a una baja vibración,
podía revitalizar las células del organismo, y en esa forma muchos
devolvieron la juventud una y otra vez a sus cuerpos envejecidos.
Entre los iniciados, no obstante, era más frecuente alcanzar la
longevidad entrando en silencio durante prolongados períodos de
sintonización espiritual con el Uno. (Aún hoy, podemos hacer lo
mismo. Mantenga activo el centro pineal mediante la meditación,
aconsejaba Cayce, y podrá mantenerse joven físicamente).
Entretanto, debemos saltarnos más de cien mil años para llegar
al primer gobierno del «Adán Superior» o Amilius, que era el Crea-
dor, quien hizo Su entrada andrógina en la Atlántida más o menos
hacia la mitad de los doscientos mil años de su historia.
Iniciamos el relato de esa época con una antigua leyenda.

LA LEYENDA DE LILITH
La historia de Lilith es un relato extraño y enigmático. Buena
parte permanece en un profundo misterio que los marcos de tiempo
e interpretaciones contradictorias, así como la falta de detalles,
vuelven aún más indescifrable. En parte realidad y en parte fan-
tasía, la historia deja entrever bestialidad y proles simiescas, pero
también un propósito inocente en sus inicios, como el rescate de
serafines.
La versión más convincente quizás sea la de la mitología hindú,
aunque allí no se menciona el nombre de Lilith como en la alegoría
talmúdica de la tradición judía. Además, en la doctrina gnóstica y
el rosacrucismo medieval hay oscuras alusiones a Lilith, en las que
su nombre se relaciona con el de Adán como primera esposa suya
y progenitora de «demonios» al principio del tiempo. Sin embargo,
parece ser una interpretación engañosa y exagerada, si nos atenemos
a lo dicho por Edgar Cayce cuando se le pidió explicar cómo se
podría relacionar la leyenda de Lilith con la proyección atlante de la
Mente Creadora como Amilius (otro nombre del «Adán Superior»
106 • La Historia del Alma

de la cuarta dimensión, prototipo andrógino del posterior Adán de


carne y hueso, del Génesis).
Ahora reuniremos fragmentos provenientes de fuentes diversas
y dejaremos el relato de Edgar Cayce para el final, donde nos per-
mitirá resolver las contradictorias diferencias y extraer la verdad
fundamental de la leyenda.
En la mitología hindú, la simiente de nuestra actual raza
humana fueron los hijos de Dios, quienes en tiempos de la raza
madre asociada con la época de la Atlántida, se convirtieron en
seres andróginos semidivinos, prisioneros de sí mismos en unos
cuerpos que habían cambiado fisiológicamente y asumido una
apariencia humana. Fue así como empezaron a tomar esposas
de apariencia totalmente humana, y hermosas a la vista, pero en
quienes habían encarnado entidades espirituales inferiores y más
materiales que ellos mismos. No obstante, se dice que el origen de
esas entidades había sido sideral, y se deja a juicio nuestro si eran
o no un vestigio de la etérica segunda raza madre que precedió a
los atlantes. Llamada «Khado» (o Dakini, en sánscrito), a Lilith se
le puede considerar su prototipo. Se creía que todas estas legenda-
rias «Khado» dominaban el arte de caminar en el aire, tal vez un
«rezago» de sus olvidados orígenes de perdidos integrantes de la
etérea raza lemuriana. Conocidas por su gran bondad para con los
mortales, carecían sin embargo de toda capacidad de razonamiento
y se decía que sólo les había sido imbuido el instinto animal. En
la tradición hindú, lo que más tarde se tomó erróneamente como
adoración a los monos, era solamente una forma de demostrar res-
peto por los primates inferiores, a los que muchos hindúes todavía
consideran un degenerado subfilo del hombre, prole bestial de esa
antigua unión sexual entre los primeros atlantes y las «Khado».14
Es de suponer que muchos en la India vean al «abominable hom-
bre de las nieves» del Himalaya, llamado yeti, bajo la misma luz
compasiva y lo atribuyan a consecuencias kármicas sobre la raza
humana debido a nuestra participación en la procreación de esas
Más allá de las Puertas de Hércules • 107

criaturas «perdidas», desprovistas de razón.


Entretanto, la versión talmúdica de estos eventos, nos presenta
a Lilith como primera esposa de Adán, antes de que Dios creara a
Eva como su legítima compañera. Era una criatura encantadora de
largos y ondulados cabellos, es decir, un animal hembra melenudo,
con toda la apariencia de una mujer. Producto de la antinatural unión
de Adán y Lilith, según el relato del Talmud, fue una subraza de seres
sin habla, no muy diferentes a los simios de nuestro tiempo.15
Aunque los relatos judío, rosacruz y gnóstico han interpretado
los hechos en función del Adán bíblico de un período mucho más
tardío, y no de su prototipo andrógino (conocido en la tradición
cabalística como Adán Kadmón), su similitud con la versión hindú
prebíblica, así como ciertos elementos de la interpretación de Cayce
situados en la época de Amilius, que le sigue inmediatamente
después, contribuyen a la credibilidad de la leyenda de Lilith, sea
cual fuere su interpretación correcta. Pero antes de analizar lo que
Cayce diría sobre el asunto, hay una interesante nota a pie de pá-
gina, por así decirlo, extraída de la tradición apócrifa. Se dice que
después de su antinatural alianza con Lilith, uno de los serafines de
seis alas se llevó a Adán para la laguna Aquerusia, donde lo lavó en
presencia de Dios. No se menciona el pecado, sin embargo, porque
se supone que Adán no tenía previa conciencia de la culpa…
En los primeros tiempos del reinado de Amilius, todavía no
había empezado la separación de los sexos. Aunque masculinos en
su aspecto exterior, los andróginos hijos de Dios encarnaban en sí
mismos la naturaleza masculina y femenina en una sola persona.
Si recurrían a las Fuerzas Creadoras, se podían convertir en canales
para la procreación de una progenie andrógina de su misma es-
pecie, imbuida con doble alma y también con un cuerpo de doble
sexo. Así, las relaciones sexuales no eran necesarias como medio
de reproducción. Además, al permanecer libres del deseo carnal,
no solo mantenían abierto el canal de comunicación espiritual con
las Fuerzas Superiores que les habían dado origen, sino que podían
108 • La Historia del Alma

evitar toda relación impura con los hijos e hijas de los hombres,
almas caídas de la última raza madre, o primeros precursores de la
propia, que habiendo perdido su patrimonio celestial se dedicaron
a copular a la manera de las bestias que los rodeaban.
Tristemente, las capacidades creativas de los hijos andróginos
tenían otro aspecto, por el que se replegaban en sí mismos en lugar
de recurrir a las Fuerzas Superiores. En un proceso psíquico que bien
podría describirse como «formación de imágenes mentales», ellos
podían lograr que se manifestara casi cualquier objeto de naturaleza
física. Es así como sus necesidades del diario vivir eran satisfechas
rápidamente, y quizás podría decirse que este proceso de visua-
lización no causaba daño e incluso aportaba un grado de progreso,
desde un punto de vista estrictamente material. Sin embargo, tenía
un potencial de abuso en particular de seres vivientes. Esto se hizo
patente cuando al observar la encantadora proyección mental que
a menudo veían ahora acompañando a su líder Amilius, los hijos
andróginos pronto descubrieron que también tenían el poder para
generar por sí mismos una criatura así, a voluntad. No obstante, este
era un proceso mucho más complicado que la simple visualización
con la que materializaban objetos inanimados desde el éter. De
hecho, los pensamientos son cosas, pero en este caso las «cosas»
tenían que ser moldeadas en una viviente imitación de modelos
de carne y hueso lentamente estructurados en la fuerza mental de
sus creadores de doble sexo, en un proceso que Cayce denominó
«progeneración». Se nos dice que en número de años se necesitaban
«cuatro veintenas más seis», para materializar por completo una
de las «cosas», como se les llegó a llamar, bastante literalmente.16
Los sentimientos de propiedad deben haber sido fuertes y muy
arraigados. Forma divina o grotesca, la desventurada criatura que
aparecía estaba predestinada a una permanente esclavitud.
Todo lo cual nos lleva de nuevo a Lilith.
¿Es que la proyección que hizo Amilius de esa deslumbrante
forma mental debía producir una simple «cosa», autómata sin alma
Más allá de las Puertas de Hércules • 109

al servicio de sus necesidades personales? No parecería ser así,


porque se nos ha dicho que él le dio vida «sacándola de sí mismo»
como «lo primero de todo lo creado», para que fuera su compañera
y ayuda adecuada.17
Por cierto, nótese la redacción: «lo primero de todo lo creado».
Es claro que al producir a Lilith, Amilius sentó el precedente de
dar vida a las llamadas «cosas»: visto en retrospectiva, un error con
trágicas consecuencias. Sin embargo, aunque Amilius sólo había
buscado crear una ayudante y compañera, «sin cambio alguno en
la relación de los hijos de Dios con aquellas relaciones de los hijos
e hijas del hombre», ya hemos observado que su alta motivación
no parece haber prevalecido entre los demás hijos andróginos
quienes decidieron dar vida a proyecciones mentales propias. De
hecho, la mayoría de estas manifestaciones y su prole resultante, se
convirtieron en simples sirvientes, peones esclavos, que dieron paso
a generaciones futuras de una sociedad cada vez más consciente de
las distinciones sociales en la Atlántida. Es más, en la medida que
la separación de sexos empezó a convertirse en una opción común
entre los hijos, se empezó a presentar la mezcla gradual con los hijos
e hijas de los hombres, lo que Amilius había temido, en tanto que
el maltrato a las «cosas» orientado a la obtención del placer sexual
alcanzó ominosas y trágicas dimensiones en una era posterior.
Entretanto, hay algunos interrogantes perturbadores en cuanto
a la creada compañera de Amilius.
Primero que nada: ¿Tenía alma?
Las lecturas de Cayce que tratan el tema, nos dicen que las
«cosas» eran del reino animal, por cuanto solo a aquello que era
obra del Creador se le había otorgado alma.18 ¿Acaso la Mente
Creadora, habiendo descendido a las limitantes dimensiones de la
existencia terrenal como el andrógino Amilius, retuvo suficiente
de Su poder para imbuir un alma en la proyección mental de más
bajo nivel que Él creó? A la luz de su propósito superior al crear a
Lilith, parecería probable. Y esa probabilidad aumenta aún más por
110 • La Historia del Alma

el hecho de que algunos de los arrepentidos atlantes —quienes se


convertirían en fieles adeptos de la nueva enseñanza introducida
por Amilius, que la llamó Ley del Uno— más tarde se dedicaron
a purgar de sus numerosas impurezas a las llamadas «cosas», con
miras a convertirlas en morada adecuada para esas fuerzas tanto
mentales como espirituales, en proceso evolutivo. (¿Si Amilius no
hubiera señalado el camino como Ser Ejemplar, habrían dado ellos
un paso de tanta humildad por voluntad propia?).
Y ahora, otra pregunta: ¿Se debe creer en la legendaria imagen
de Lilith como prolífica pareja sexual de Adán (o de Amilius, como
Adán Superior)?
Quizás podríamos considerarla como un elemento más que
todo mítico de la historia. Parecería una inconsistencia del propósito
específico de Amilius, que era crear una ayudante y compañera con
la que pudiera preservar Su santidad como hijo de Dios, libre de la
corruptora influencia de los hijos y las hijas de los hombres. Porque
tal vez fue para esta época que Amilius vio por primera vez que
muchos de los hijos andróginos se separaban convirtiéndose en dos,
como los inferiores mortales. Su próximo paso era inevitable. Y es
posible que Amilius, para no ser víctima del mismo destino, hubiera
decidido crear a Lilith como una alternativa. Porque ciertamente
la proyección de una forma mental como ayudante y compañera, a
diferencia de Su «otro yo» u homólogo femenino, que habría con-
llevado una permanente pérdida de la celestial unicidad del ser, en
un principio se le pudo ocurrir a Amilius como forma viable de
resolver el creciente dilema, por más que después lo lamentara. Es
más, podría suponerse que Lilith, como imagen mental idealizada,
debe haber manifestado muchas de las cualidades divinas al mate-
rializarse por completo, estuviera o no imbuida desde el principio
con un alma o el don del raciocinio humano.
No obstante, aparte de todo eso, es necesario formular la pregunta
final que no tiene respuesta: ¿Acaso el semimortal Amilius, aunque
había sido divino Hijo y Creador en el principio, en últimas acabó
Más allá de las Puertas de Hércules • 111

cediendo, como los demás hijos andróginos que Lo rodeaban, a las


terrenales tentaciones del deseo carnal? Si es así, el Príncipe de las
Tinieblas debe haberse reído para sus adentros…

AMILIUS Y LA LEY DEL UNO


En el reino surgieron divisiones. Hubo acérrimos defensores
de la separación de sexos y la experimentación con sexualidad
humana y animal, así como enconados opositores a esa nueva y
caprichosa conducta.
La tribulación y congoja de Amilius fueron grandes. Después
de purificarse, se retiró de la vista del pueblo. Se transportó en se-
creto a uno de los altos lugares sagrados desde los que podía verse
toda Edén, en Poseidia, sede de su gobierno, y pasó muchos días
en comunión con las huestes celestiales y el Espíritu Santo.
Cuando finalmente bajó de allá, su semblante resplandecía con
el brillo del sol. El pueblo lo vio y se reunió como un solo hombre
dejando temporalmente de lado sus disputas. Porque sabían que
su Líder había ido a los cielos superiores y vuelto donde ellos, y
esperaban ansiosos el mensaje que como oráculo, les debía traer
de los dioses de allá arriba.
Las palabras de Amilius fueron directas y sencillas. Al pro-
nunciarlas, Él establecería para siempre en la tierra la única ley
verdadera promulgada desde el principio para gobernar todo el
universo. Y entre los atlantes que le hicieron caso, se conoció en lo
sucesivo como la Ley del Uno.
Así habló Amilius: «Escuchen lo que voy a decirles de la ley
celestial, y obedezcan.
«La ley de todo lo que existe es la Unicidad. Porque el Señor
Dios es Uno. Todos ustedes emanaron del Uno, y deben regresar
al Uno. La Unicidad es la ley que mantiene unido al universo y las
estrellas en su lugar; porque todo el poder es un poder unificado, así
como el tiempo y el espacio y el conjunto de todas las dimensiones
son uno en la Eternidad.
112 • La Historia del Alma

«Ese Uno es Luz y portador de vida. Su símbolo visible es el sol


que brilla sobre ustedes. Y los miles de soles de todo el tiempo y el
espacio son uno solo; así como las almas son una sola, aunque sean
muchas en cantidad: tan numerosas como las estrellas.
«Sin embargo, sepan que: toda carne no es una carne, y lo impuro
puede corromper lo puro. El día y la noche no se mezclan, sino que
cada uno sigue su propio curso por una razón. Separarse de la Luz
portadora de vida, por cualquier acto egoísta o impuro, es lanzarse
a las tinieblas exteriores, y dejar de ser parte del Uno. Por lo tanto,
no se aparten de la Luz. De aquí en adelante hagan de ella el eterno
imán de sus pensamientos y acciones. Rindan culto solamente al
Uno. Concéntrense, como los rayos del sol, en la fuente de la cual
extraen su propia vida interior y luz. No se conviertan en hijos de
las tinieblas, que piensan que la luz está en ellos, pero practican
costumbres que acrecientan el egoísmo y la separación.
«Por lo tanto, declárense hijos e hijas de la Luz, e hijos de la
Ley del Uno».

Durante mucho tiempo después de eso, mientras reinó Amilius,


la adhesión de la mayoría de los atlantes a las enseñanzas de la Ley
del Uno trajo grandes progresos y conocimientos al país.
Fue durante este tiempo que se estableció el sacerdocio para
perpetuar la ley. Al principio como una hermandad cuyos miembros
llevaban turbantes blancos (aunque más tarde algunas de las hijas
andróginas fueron admitidas como sacerdotisas), estos hijos de la
Ley del Uno se conocieron como la Hermandad Blanca. Cayce dice
de estos iniciados atlantes que tenían la capacidad de transportarse
a sí mismos en pensamiento o físicamente.19 En A Dweller on Two
Planets, Phylos alude en forma similar a la proyección astral como
una ocurrencia común entre estos «Hijos de la Soledad», como
también se les llamaba, al decirnos que tenían la capacidad de
«dejar a un lado el burdo cuerpo terrenal como se deja un ves-
tido» y proyectarse a sí mismos donde quisieran.20 El control de
Más allá de las Puertas de Hércules • 113

las sagradas esferas de piedra, que se encontraban en cada uno de


los templos por toda la Atlántida, y del poderoso cristal, o piedra
Tuaoi (identificada por Phylos en la terminología de la Atlántida
tardía como la «Piedra Maxin»), se había confiado exclusivamente
a este grupo élite de custodios espirituales.
En esencia, la piedra Tuaoi era un gigantesco acumulador de
energía de puro cristal de cuarzo. Pero su uso original había sido
mucho más amplio que eso. Al principio, era la fuente a través de
la cual se entraba en contacto espiritual y mental con las Fuerzas
Invisibles.21 En forma parecida, las piedras esféricas que se coloca-
ban en altares o patios de los templos, cuyo diámetro podía variar
desde tan pequeño como solo unas cuantas pulgadas hasta tan
grande como ocho pies [2,44 m], eran de granito muy pulido que
contenía «la influencia magnetizada por la que el Espíritu del Uno
hablaba» a los primeros atlantes durante sus servicios religiosos.22
En una época muy posterior, ya cerca del final de la Atlántida, un
líder de Poseidia llamado Iltar, de la casa de Atlan, transportó mu-
chas de esas esferas sagradas a las tierras seguras de la península
de Yucatán, y otras a lo que hoy son Guatemala y Costa Rica.23 En
este último país, se han descubierto en la selva un gran número de
estos misteriosos objetos de piedra, aún puestos sobre bases que
parecen altares hechos de piedras de río, los que según Science
Digest (edición de junio de 1967), dejaron totalmente confundidos
a estos descubridores de la época moderna. En cuanto a la piedra
Tuaoi, que se hundió con el resto de Poseidia unos doce milenios
atrás, Cayce indicó que algún día puede surgir de nuevo, a medida
que otras partes del continente hundido empiecen a aparecer una
vez más cerca de las Bahamas.
En un recinto cubierto por un domo corredizo que se podía
abrir para mirar el cielo, un templo especial albergaba la piedra
Tuaoi, que era un enorme cilindro con múltiples facetas prismáti-
cas talladas en tal forma que su cúspide recogía y centralizaba la
energía o fuerza concentrada entre el extremo inferior del cilindro
114 • La Historia del Alma

y la propia cúspide.24 (En alguna de las lecturas, Cayce se refiere al


cilindro como de «seis lados»,25 se supone que esta terminología
solo sea su forma de identificar el material como cristal de cuarzo,
cuyo corte transversal es hexagonal). Sintonizada especialmente
para recibir las vibraciones que llegaban desde el remoto Arcturus,
identificado por Cayce como centro alrededor del cual gira nuestro
propio sistema solar,26 así como el cercano sol, no es sorprendente
que más adelante se llamara «Piedra de Fuego» a la piedra Tuaoi,
en una época de la cambiante cultura atlante en que la función
de la piedra tuvo un carácter parcialmente tecnológico, más que
puramente espiritual.
En alguna oportunidad que se le pidió señalar el punto en que
la gran civilización de la Atlántida habría llegado a su apogeo, Cayce
respondió que eso dependía de si quien preguntaba se refería a la
percepción común de lo que es el progreso, en términos de avances
materiales, o si se refería a logros espirituales. En cuanto a estos
últimos, es claro que lo alcanzó durante el reinado de Amilius, unos
98 000 años antes de la entrada de Ram, o Rama, a la India.27 La
cronología hindú sitúa a Rama aproximadamente entre 8000 y 7500
a.C.,28 así que podríamos concluir que el reinado de Amilius tuvo
sus comienzos hace unos 108 000 años. ¿Y cuál fue su duración?
No tenemos registros de su final. Pero bien podría pensarse que su
reinado fue bastante prolongado.
La «Edad de Oro» de Amilius, a partir de inicios relativamente
primitivos, aprovechó su impulso espiritual y pacífico gobierno
para forjar una poderosa nación de logros jamás superados. Hacia
el final de su era, Amilius ya había conseguido llevar la Atlántida
hasta el comienzo de la edad aérea o eléctrica que seguiría. En los
primeros tiempos de la Atlántida, el transporte aéreo se efectuaba
en globos elaborados con piel de paquidermos y elevados con gas
helio, quizás un tanto primitivo para nuestros modernos están-
dares, pero prueba fehaciente del ingenio atlante. Y no tardaron
en avanzar a medios de transporte mucho más sofisticados, que
Más allá de las Puertas de Hércules • 115

sobrepasaban nuestros propios logros más sobresalientes. Fue bajo


Amilius que maestros atlantes descubrieron el principio del control
de lo que se denominó el «lado oscuro» o fuerzas negativas de la
naturaleza, que se oponen a las fuerzas positivas. Por ejemplo, al
conocer cómo es que las fuerzas de atracción y repulsión actúan
en todo el universo, gravedad y antigravedad se podían equilibrar
una con otra, lo que permitía levantar o bajar enormes pesos con
facilidad y absoluta precisión. De hecho, todos los actuales mis-
terios de la física de partículas, electromagnetismo, energía solar
y otras energías cósmicas, los resolvieron de manera intuitiva los
maestros atlantes de esa temprana época. Por consiguiente, con
aleaciones metálicas aún no descubiertas por el hombre moderno,
en combinación con algunos de los principios del lado oscuro que
dominaban, ellos pudieron construir naves espaciales sin alas que
se movilizaban a velocidades increíbles por todo el espacio sideral
y también bajo los mares. (No sólo las lecturas de Cayce nos cuen-
tan todo esto, está corroborado en las páginas del libro de Phylos,
escrito en el siglo diecinueve, mucho antes del advenimiento de la
navegación aérea, la fotografía con rayos infrarrojos, la televisión,
y otras innovaciones de los tiempos modernos, todas consideradas
comunes y corrientes en la sociedad atlante mucho antes de su fatal
desaparición).
¿Encierra esto una lección para nosotros? De cualquier manera,
fue hacia el final del reinado de Amilius, época en que los atlantes
se acercaban a pasos agigantados a una prosperidad jamás soñada
y una plétora de lujos y comodidades físicas, que en todo el reino
empezaron a resurgir desacuerdos y divisiones. Sus raíces, como es
de esperar, estaban en la creciente decadencia moral que acompaña
el ascenso al poder de toda sociedad que se vuelve permisiva y trai-
ciona los controles espirituales y éticos de sus valores tradicionales.
Entretanto, aquellos de puro linaje andrógino que se mantenían fieles
a las antiguas normas libraban una batalla perdida tratando por to-
dos los medios de persuadir a sus erráticos compatriotas atlantes de
116 • La Historia del Alma

que volvieran a las enseñanzas de la Ley del Uno. Pero estos últimos
continuaron su desenfrenada búsqueda de placeres y licenciosas
costumbres, que se volvieron cada vez más censurables.
Por último, los hijos de la Ley del Uno recurrieron al enve-
jecido Amilius. Su pena era enorme mientras los escuchaba. Sin
embargo, poco podía hacer, porque sabía que ya había llegado Su
hora. Sin embargo, antes de partir, ordenó establecer los primeros
altares para sacrificios en la nación, para recordar y honrar a Dios
en lo sucesivo con los primeros frutos de las cosechas. Quizás con
la esperanza de recordarle al pueblo que Dios siempre debería ir
antes que el pueblo. En lugar de eso, en una distorsión de propósitos
acorde con la situación de rápido deterioro moral, con el tiempo
los altares se usaron para sacrificios de sangre.

Esai, quien gobernaba la Atlántida en la época del primer gran


movimiento sísmico de la nación, que se dice ocurrió cerca del año
50700 a.C., sucedió a Amilius. No se conoce el gobernante durante
la segunda fase de la progresiva autodestrucción de la Atlántida,
que se cree ocurrió alrededor del año 28000 a.C. No obstante, se
menciona uno llamado Ani en relación con los días finales de la
Atlántida, del año 10600 a.C. en adelante, hasta que salió el último
de los evacuados y la cumbre más alta de la última isla se sumergió,
siglos más tarde…29
En cuanto a la época del dios Poseidón y la división de la
Atlántida en los diez reinos legendarios de sus diez principescos
hijos, con el primogénito Atlas como monarca reinante, podríamos
suponer un marco de tiempo muy antiguo dentro de los doscientos
mil años de existencia del legendario continente. De hecho parece
probable que Poseidón hubiera sido un temprano precursor de la
tercera raza madre, escogido por los dioses superiores para poblar la
prometedora tierra nueva preparada para su experimento evolutivo.
Si fue así, es posible que la civilización supuestamente fundada por
él, como mítico prototipo de la posterior Atlántida, hubiera tenido
Más allá de las Puertas de Hércules • 117

su auge y caída mucho antes de la llegada de Amilius hacia la mitad


de los tiempos.
Y en cuanto a éste último, como «Adán Superior» que de-
scendió a la tierra, cabe preguntarse si habría podido prever que
Su prolongado y cíclico papel como Salvador de las almas atadas a
la tierra apenas empezaba.

EL PRIMER MOVIMIENTO SÍSMICO: 50700 a.C.


Durante el reinado de Esai, la Atlántida evolucionaría hasta
llegar a ser una sociedad de tecnócratas asombrosamente rica y
poderosa. Pero mientras su progreso científico alcanzaba alturas
sin paralelo, su supremacía espiritual se reducía.
Los estados vecinos, mucho más débiles que la poderosa At-
lántida con su formidable arsenal de avanzado armamento, fueron
intimidados y fácilmente sometidos mientras los atlantes vagaban
libremente por todo el planeta como si fuera de su exclusiva
propiedad. Pero, como se ha visto, era una sociedad en incontenible
decadencia desde su interior. Veamos más en detalle lo que estaba
ocurriendo.
Algunos síntomas del deterioro eran más sutiles que otros, por
supuesto. Incluso las mentes sofisticadas podrían haberlos inter-
pretado como prueba de un mayor progreso. Y ese, precisamente,
era el problema.
Tomemos la navegación espacial, por ejemplo.
Mientras los iniciados de antaño habían podido transitar por
los tramos más cercanos del universo simplemente aplicando sus
capacidades psíquicas naturales, ahora solo unos cuantos escogidos
conservaban esos ocultos poderes. Por otra parte, la navegación
espacial en aeronaves que alguna vez Cayce comparara con las rue-
das volantes descritas por Ezequiel en una fecha muy posterior, era
común y corriente en esta época.30 (También Phylos pone de presente
el dominio tecnológico del espacio interestelar, que tenía la ciencia
de los atlantes). Y aunque esa navegación estaba bajo el control de
118 • La Historia del Alma

lo que hoy se denominaría la fuerza aérea, sorprendentemente la


energía que la impulsaba provenía de la antigua piedra Tuaoi.
El antiguo cristal todavía estaba bajo el exclusivo y sacrosanto
control del sacerdocio, como en el principio. Sin embargo, en esta
que se consideraba la edad del conocimiento científico, el común
del pueblo ridiculizaba o ignoraba su uso original como medio de
comunicación con las fuerzas de la Luz para recibir orientación
espiritual. La asombrosa energía de la piedra había sido modificada
y reorientada para servir a un propósito más práctico del diario
vivir de los cada vez más materialistas atlantes. Ahora conocida
como «Piedra de Fuego» (apropiada referencia a la espectacular
capacidad del poderoso cristal de recoger y almacenar ingentes
cantidades de energía solar), sus rayos multitudinarios se domina-
ban y canalizaban de tal manera que servía de propulsión a casi
todos los medios de transporte en toda la nación: flota aérea, flota
submarina, barcos de recreo, y las diferentes formas de transporte
terrestre entonces en uso. Es más, en la conversión de los antiguos
instrumentos espirituales para satisfacer las cambiantes necesidades
de una época más tecnológica, no olvidaron las esferas de granito
pulido de distintos tamaños que al parecer ahora proporcionaban
la conexión electromagnética necesaria entre la «central eléctrica»,
o Piedra de Fuego, y el elemento motor individual de los miles de
naves, trenes o lo que fuera, en los cuales se colocaban las esferas.
Al parecer, el mecanismo de propulsión era un simple asunto de
sintonía individual de un panel de control en el extremo receptor
para ajustar los requerimientos de energía entrante y velocidad,
según fuera necesario.
Si hubieran terminado aquí, aunque lamentables, los usos mate-
riales a los cuales se estaba sometiendo la piedra Tuaoi celestialmente
energizada, podrían considerarse relativamente inofensivos. Pero
hubo otro uso que no presagiaba nada bueno, uno de carácter mucho
más ignomioso. Aunque la energía de la piedra podía salvar vidas,
y a menudo la élite atlante la usaba para regenerar y rejuvenecer
Más allá de las Puertas de Hércules • 119

sus cuerpos, permitiendo así que algunos de ellos vivieran hasta


edad muy avanzada antes de partir al más allá, sus vibraciones más
altas podían causar muerte y devastación instantáneas a cualquier
objetivo material.
La característica básica del armamento que utilizaba esas fuer-
zas vibratorias más altas emanadas de la piedra se conocía como
rayo de la muerte.31 Similar en principio a un láser superpotente,
se podía configurar para que emitiera mortíferos rayos cósmicos
a distinta profundidad e intensidad, según fuera necesario. Creada
en un principio para asegurar la defensa de las playas de la Atlán-
tida de invasores extranjeros, los rumores de esta formidable arma
habían sido suficientes, por sí solos, para conjurar todos los posibles
invasores, cuyas tecnologías estaban mucho más atrasadas que la
de los atlantes en casi todos los aspectos.
Por lo tanto, el rayo de la muerte permaneció mucho tiempo
sin ponerse a prueba. Pero ahora la nación afrontaba una amenaza
completamente diferente y dentro de sus propias fronteras. Ciu-
dadanos de varias de las más lejanas provincias de la Atlántida, de
terreno más montañoso y menos cultivado, empezaron a reportar
crecientes amenazas a su ganado y a ellos mismos por parte de
manadas de temibles bestias de todo tipo que proliferaban rápida-
mente. Muchas constituían la grotesca prole del cruce de tempranas
creaciones de formas mentales con especies animales ya existentes
en la tierra. De hecho, en muchas partes del mundo mucho menos
desarrolladas que la Atlántida, esta amenaza de monstruosas cria-
turas de su propia creación32 crecía rápidamente y había alcanzado
proporciones críticas entre las atemorizadas y desorganizadas tribus
que entonces constituían las naciones en estado embrionario. (En
Egipto, sin embargo, un sabio líder llamado Asapha, apoyándose
todavía en primitivas aeronaves y atrasados centros de comunicación
que habían constituido la primera fase del desarrollo tecnológico
de la Atlántida, se esforzaba por integrar y convocar un consejo
mundial de líderes de los principales grupos tribales de todo el
120 • La Historia del Alma

asediado planeta para discutir la amenaza común que enfrentaban


y proponer una solución. El sorprendente resultado de los esfuerzos
de Asapha se verá en el próximo capítulo).
Entretanto, los mucho más avanzados atlantes estaban proce-
diendo a eliminar la amenaza de su nación por su propia cuenta.
Al principio no utilizaron el impresionante rayo de la muerte y pro-
baron otras técnicas menos peligrosas. Lanzaban explosivos desde
el aire sobre blancos visibles que se movían a campo abierto o en
la cima de las montañas, y ponían minas de tierra a la entrada de
guaridas sospechosas. Pero en la tierra había pozos profundos que
muchas de las bestias habitaban en gran número, y las explosiones
de superficie no las alcanzaban. Por consiguiente, algunos de los
asesores de Esai propusieron usar el terrible rayo de la muerte, que
penetraría con toda facilidad en los pozos y cavernas más profundos.
Pero durante algún tiempo Esai se negó a usar esa controvertida
arma que casi no se había probado. Los sacerdotes del templo de la
Ley del Uno lo exhortaron a valerse de medios menos drásticos, e
incluso recomendaron apelar en forma unificada ante las Fuerzas
Superiores en procura de su ayuda espiritual. En cuanto al cósmico
rayo de la muerte, los sacerdotes advirtieron a Esai que su uso
indiscriminado contra los animales merodeadores, con el tiempo
podía ser igualmente mortífero para su propia gente así como para
la futura ecología del planeta, inquietudes que en un principio los
creadores del arma no tuvieron muy en cuenta.
Era un consejo que valía la pena sopesar, y las cosas bien podían
haber quedado ahí. Sin embargo, por esos días surgió entre los at-
lantes una facción cada vez más dominante y belicosa. Criticando
duramente la timidez de Esai y los sacerdotes, reclamaban a gritos
una acción más vigorosa y decidida. Exigían que el rayo de la muerte
se utilizara sin más demora para erradicar del país y de una vez
por todas, la amenaza de las bestias que vivían en las profundas
cavernas de la pura entraña de la tierra, por así decirlo.
El jefe de este grupo de oposición fue un atrayente personaje
Más allá de las Puertas de Hércules • 121

llamado Belial. Astuto agitador, era hijo de una antigua sacerdo-


tisa de la Ley del Uno que había abandonado sus actividades en el
principal templo de Poseidia, para convertirse en amante y mecenas
de uno de los seductores hijos de los hombres.33 Con la ayuda de
su madre como sacerdotisa mayor y calculada insolencia para con
los hijos de la Ley del Uno, Belial construyó un magnífico templo
propio. Luego convenció a muchos ciudadanos de que se unieran a
él en un movimiento político contra Esai y el sacerdocio organizado,
para discutir un buen número de asuntos muy controvertidos, de
los cuales el rayo de la muerte era apenas uno.
El tema más polémico era tal vez la continuada progeneración
de las llamadas «cosas», a la cual la mayoría de los sacerdotes se
habían opuesto de tiempo atrás en razón del trato vergonzoso dado
a estas desventuradas criaturas como si se tratara de objetos sexuales
sin alma o peones encadenados y maneados en minas y campos,
en una clara violación de las sabias enseñanzas del desaparecido
Amilius. De hecho, algunos de los más influyentes hijos e hijas de
la Ley del Uno habían logrado convencer a Esai de la necesidad de
establecer centros de educación y clínicas especiales de electrotera-
pia por todo el país con el objeto de tratar tantas de esas criaturas
deformes como fuera posible, para acercarlas a niveles humanos
normales, espiritual, mental, y físicamente, con el fin de poder
liberarlos para unirse al resto de la sociedad.
Para Belial y sus seguidores, muchos de ellos dueños de grandes
cantidades de seres esclavizados, un programa así representaba una
doble amenaza. En primer lugar, no solo temían y les contrariaba
la posibilidad de verse obligados a renunciar a los trabajadores no
asalariados que producían buena parte de sus ingresos, y también
a los de formas más atractivas que en su condición de esclavos es-
taban obligados a satisfacer sus necesidades sexuales. Pero, además,
en el fondo temían que si alguna vez se liberaba a estas miserables
criaturas, se volvieran contra ellos y los mataran. Maneadas y
encadenadas, eran muy fáciles de controlar, y con sus facultades
122 • La Historia del Alma

mentales muy poco desarrolladas, en el momento no tenían la ca-


pacidad de razonar o desobedecer y se mantenían bastante dóciles.
En estatura, sin embargo, muchas eran verdaderos gigantes, en
tanto que otras tenían la apariencia de grotescas semi-bestias, con
cuernos y cola, patas peludas y filosas pezuñas hendidas, o pico y
garras de halcón, entre las innumerables variaciones ideadas por sus
creadores con caprichosa crueldad. Hasta qué punto, por medio de
electrocirugía en las clínicas o de capacitación mental y espiritual
en los centros de educación, los hijos de la Ley del Uno podrían
reformar los deformes cuerpos de las «cosas» aún era objeto de
especulación en esa etapa incipiente. Pero para Belial y los suyos,
que por mucho tiempo habían maltratado a las criaturas, no había
forma de eliminar el temor a su represalia si ellas se convertían en
individuos libres dentro de la sociedad atlante. Era muy probable
que sus recién despiertas mentes albergaran venganza. Por otra
parte, era bien sabido que un buen número de las «cosas» había
escapado tiempo atrás, y se suponía que ahora se encontraban entre
las bestias que tenían sus escondites en los sitios más profundos
de la tierra. Si se llegara a «liberar» otras en el futuro, sin importar
los cambios externos en su apariencia, bien podrían unirse a sus
hermanas en pozos y cavernas e incitarlas a actuar con una violencia
sin precedentes.
Así que, primero lo primero. Había que limpiar de monstruos
esos profundos escondites.
Con ese objetivo, Belial planteó un ultimátum a Esai, respal-
dado por su creciente cuadrilla de combativos seguidores. O bien
Esai ordenaba a los iniciados encargados de la Piedra de Fuego que
activaran los módulos de fuerza de las armas del rayo de la muerte
y se valieran de las desatadas energías cósmicas para erradicar las
bestias de las cavernas más profundas en todo el país, o el propio
Belial asumiría el control de la piedra en el templo principal de la
Ley del Uno. Se trataba de una amenaza que Esai no quería desafiar,
sabiendo que Belial ya contaba con el apoyo de fuerzas poderosas,
Más allá de las Puertas de Hércules • 123

y cedió. El tantas veces pospuesto bombardeo de cuevas y pozos


profundos con los rayos letales ya podía empezar.
Aunque al principio Asal-Sine, el iniciado que tenía el control
directo de la Piedra de Fuego, dudó en cuanto a usarla para energizar
el láser de alcance profundo, poco a poco sucumbió a la persuasiva
influencia del carismático Belial. La promesa de poder, en una etapa
de cambios radicales, fue su perdición.34
Por sugerencia de Belial, Asal-Sine elevó gradualmente el nivel
de energía de la sintonización prismática, para que los rayos de la
muerte tuvieran potencia suficiente para penetrar las propias en-
trañas de la tierra, donde Belial estaba convencido que algunos de
los monstruos más amenazantes debían estar ocultos.
Resultó más efectivo de lo que nadie hubiera imaginado
jamás.
No solo fueron eliminadas en todas sus guaridas las pobres
bestias aterradas, sino que todo el continente convulsionó presa
de los movimientos sísmicos y un fuego arrasador. Las erupciones
volcánicas llevaron muerte y destrucción a gran parte de la Atlántida
y convirtieron al poderoso continente en un fracturado paisaje de
islas separadas, cinco en total.
Podría pensarse que un holocausto tal habría enseñado a los
pares de Belial una lección de humildad, pero lamentablemente,
no sería así.
Con el tiempo, la Atlántida se recuperó y reanudó sus antiguas
costumbres. Pero si las bestias ya no constituían una amenaza, no
podía decirse lo mismo de los perversos hijos de Belial.
Su número siguió multiplicándose. Y a medida que su número
aumentaba, crecían las semillas de maldad que estaban sem-
brando.

EL SEGUNDO MOVIMIENTO SÍSMICO: 28000 a.C.


Belial. Baalilal. Baal.
¿Qué tienen en común esos nombres? Por una parte, todos
124 • La Historia del Alma

apestan a reencarnación del mal. Y por otra, lucen y suenan de-


masiado parecidos para no estar relacionados. De hecho, podemos
duplicar esa lista de nombres sospechosamente similares. Agre-
guemos Baal Zebub (o Beelzebú, su denominación más común
pero menos apropiada). Y Balaán. Y Baalbek.
Todos de la misma calaña, es obvio. Una calaña que de hecho
habría que evitar como al mismo diablo. Sin embargo, antes de
proseguir nuestro viaje, en este punto vale la pena hacer una pausa
para clasificarlos.
En las lecturas de Edgar Cayce sobre la Atlántida, encontramos
por igual los dos primeros nombres, Belial y Baalilal, utilizados para
identificar la misma entidad que ya tuvimos el dudoso placer de
conocer. Ahora, vamos a la conexión con Baal. En otra referencia
a ese período de la primera destrucción de la Atlántida, un joven
recibió una lectura del señor Cayce en la cual se le dijo que había
estado entre «los que adoraban a Belial», o la satisfacción de los
deseos físicos de todo tipo;35 en tanto que otro, que había ayudado
en la preparación de los explosivos, se enteró de que había «ob-
servado la ley de Baal» y no la Ley del Uno.36 Estas dos referencias
sirven para establecer con razonable certeza que Belial y Baal origi-
nalmente fueron sinónimos. Se dice que en hebreo Baal significa
«dueño» o «amo»; y en tiempos bíblicos, Baal fue adorado como
dios de la fertilidad por los cananeos. Los ritos del culto, como los
de la antigua Atlántida, eran orgiásticos y sensuales, y a menudo
incluían sacrificios de sangre. Todas las formas de «magia negra»
se practicaban en secreto.
Entretanto, en el Antiguo y Nuevo Testamento, así como en la
literatura apocalíptica judía, los términos «hijo de Belial» u «hombre
de Belial», denominan a un enconado oponente del Mesías. Y en
el Apocalipsis hay una referencia a aquellos que seguían la doc-
trina de Balaán, ofreciendo sacrificios a sus ídolos y fornicando.37
Aunque Balaán era un adivino madianita, es evidente su afinidad
con el antiguo Belial y el culto de Baal. En cuanto a Baal Zebub o
Más allá de las Puertas de Hércules • 125

Beelzebú, el bíblico «Señor de las Moscas», también podemos en-


contrar sus orígenes en la Atlántida. En una lectura de Cayce sobre
los últimos días del infortunado continente, se nos habla de «la
destructiva influencia» que seguían ejerciendo «los hijos de Belial a
través de las actividades de Beelzebub».38 Bien podemos interpretar
que ese pasaje implica que Beelzebú, como heredero forzoso de las
responsabilidades de Belial, fue descendiente o reencarnación del
fundador del culto de Baal, o tal vez ambas cosas.
¿Y de Baalbek qué?
Esto nos actualiza de manera inquietante. Es baalismo con
un giro moderno. En el muy conocido Valle de Bekka (beka, con
irónica precisión, significa «escisión» o «fracción») del Líbano, la
antiquísima ciudad de Baalbek alberga el Templo de Baal más anti-
guo que se conoce, que sufrió una serie de cambios en tiempos del
Imperio Romano, pero para los habitantes del lugar nunca perdió su
importancia original. Es en esta misma zona de infausta memoria
que actualmente el grupo terrorista Hezbollah de fundamentalis-
tas musulmanes chiitas apoyados por Irán realizan sus anárquicas
conspiraciones, pero todo en nombre de Alá, en lugar de Baal…Y
aunque estos fanáticos no practican ninguno de los antiguos ritos
orgiásticos de sus hedonistas predecesores, compensan esa omisión
con su desmedida voracidad por el derramamiento de sangre.
Pareciera que Satanás siempre ha podido identificar a los suyos,
en todas las épocas, y ha impuesto su marca sobre ellos.

En los días inmediatamente anteriores a la segunda división


del país, estalló una crisis. La Atlántida estaba al borde de la guerra
civil. Los rebeldes hijos de Belial, fieles a su incendiario homónimo
de una época anterior, buscaban derrocar el régimen de la Ley del
Uno y reemplazarlo con su propio régimen anárquico.
Su descontento se originaba en la fuerza laboral esclava, que
decrecía en la medida que los gobernantes permitían que la clase
sacerdotal redoblara esfuerzos para regenerar más y más de las
126 • La Historia del Alma

desventuradas «cosas», permitiéndoles un tranquilo evolucionar


para integrarse a la sociedad atlante como miembros con todas
las de la ley.
Al mismo tiempo, el número de seres espirituales andróginos
dotados de los poderes originales de progeneración que una vez
habían sido comunes a todos, había venido disminuyendo con
regularidad a lo largo de siglos y milenios de salidas y reingresos
de otros espíritus, en un entorno evolutivo siempre cambiante en
el que los lazos etéreos se debilitaban continuamente mientras los
átomos materiales se solidificaban y fortalecían aún más en un
mundo compuesto por la materia. Esto planteaba un dilema muy
particular para los hijos de Belial, quienes nunca tuvieron poderes
progenerativos pero siempre se habían valido de sus seductores
encantos tanto como fuera necesario para obtener el apoyo a sus
corruptas costumbres de seres espirituales andróginos que les
crearan reemplazos para sus fuerzas esclavas que morían o eran
«liberadas». Pero para su gran consternación, ya no encontraban
un número suficiente de aquellos.
En busca de alternativas, trataron de sonsacar a través de algu-
nos hijos de la Ley del Uno dispuestos a cooperar, los secretos de la
progeneración que creían poder obtener de la gran piedra blanca y
las esferas, a través de las cuales los iniciados se comunicaban con
las Fuerzas Superiores. Pero, habiendo fracasado rotundamente, se
apoderaron de armas y naves aéreas y, rompiendo la prolongada
historia de paz de la Atlántida con sus vecinos, empezaron sus beli-
cosas incursiones en las relativamente indefensas poblaciones de
las naciones vecinas, trayendo de regreso gran número de cautivos
encadenados, para servirles. Aquellos que se negaban a servir eran
entregados a los sacerdotes de Baal como ofrendas para sacrificios
de sangre. De hecho, esos sacrificios se consideraban necesarios.
Eran tiempos increíblemente duros, y la tierra trabajada en exceso
se volvía cada vez menos productiva. Las minas también producían
cada vez menos, aunque sus despiadados amos obligaban a los
Más allá de las Puertas de Hércules • 127

obreros a cavar más y más profundo. Y fue así como con el tiempo
los hijos de Belial llegaron a creer que la única manera de invertir
este ominoso estado de cosas sería comenzando a ofrecer sacrificios
humanos en los altares, lo que empezaron a hacer en cantidades
aterradoras. Las protestas y llamados de los gobernantes fueron en
vano. Los hijos de Belial, envalentonados por el creciente apoyo a
sus tácticas, hicieron lo que les vino en gana, con absoluto despre-
cio de cualquier tipo de autoridad. Además señalaron sutilmente
que los de la Ley del Uno ya no parecían ser más capaces que ellos
de satisfacer las necesidades de la gente. Los suministros de todo
tipo empezaron a escasear cada vez más. La codicia, tanto tiempo
irrestricta, cobraba su precio.
Inevitablemente empeoraron las tensiones. Sin embargo, el
consejo regente seguía vacilante, evitando toda acción decisiva.
No hubo entre ellos un Abraham Lincoln que agrupara las masas
alrededor de una causa justa y venciera las fuerzas de Baal. De
hecho, una de las lecturas de Cayce sobre esa aciaga época derro-
tista sugiere que un malestar espiritual se había apoderado de toda
la nación, permitiendo que elementos anárquicos predominaran
sobre las fuerzas del Uno.
Estas palabras sobre el asunto, que Cayce expresó en estado de
trance a un antiguo iniciado de la Atlántida, resumen la patética
situación en forma muy concisa: «La entidad cedió, no al pecado
sino… más bien a mantener la paz en lugar de valerse de la justicia
y el poder para destruir a esos malvados en carne y hueso».39
¿Una guerra «justa»? Lo cierto es que uno siempre debe poder
y estar dispuesto a ofrendar la vida en defensa de un principio justo
o de la salvaguardia de las libertades fundamentales.40
Los atlantes decidieron no actuar. Sin embargo, la naturaleza
tenía otros planes. Las fuerzas superiores entraron en acción y una
vez más la tierra tembló y se sacudió de un extremo al otro. Pasada
la conmoción, muchos vieron en lo sucedido una advertencia de
Dios. De las cinco islas de la Atlántida, sólo quedaron tres: Og,
128 • La Historia del Alma

Aryan y Poseidia.
Levantándose de entre los escombros, algunos siguieron con
sus asuntos. Otros rezaron, hubo quienes maldijeron y otros más
empacaron, preparándose para la primera de las evacuaciones a
tierras más seguras.

LOS ÚLTIMOS MOVIMIENTOS SÍSMICOS: 10600 á 9600 a.C.


El hundimiento final de la Atlántida se vio al principio de este
capítulo, como un hecho que probablemente ocurrió en varias
etapas que tomaron unos cuantos siglos.
Pero si los incrédulos hijos de Belial se quedaron hasta el fin, y
muchos perdieron la vida en el cataclismo final, hay pocas dudas
de que fue Iltar, un hijo de la Ley del Uno, quien lideró el primer
grupo de reasentamiento, que se dirigió a la península de Yucatán
en 10600 a.C., después de los iniciales temblores de advertencia.
(Lo seguiremos hasta allí en un capítulo posterior).
Algunos huyeron a los Pirineos, otros a lo que ahora es el Perú,
donde finalmente volveremos a encontrarnos con ellos y seguire-
mos las actividades de sus últimos tiempos. También Marruecos
se menciona como una de las tierras seguras escogida por los
emigrantes atlantes en esos últimos días. Y es posible que hubiera
otros lugares no registrados. Entretanto, muchos de los iniciados
partieron a las soleadas tierras de Egipto, guiados por un impulso
divino a ese lugar ideal, destinado a desempeñar un papel crucial
en la futura evolución de la humanidad.
Pero retrocedamos un poco en la historia tardía de la Atlántida
hasta el año 12000 a.C., que nos sitúa aproximadamente en la mitad
de la Edad de Virgo, signo de la Virgen.
Para esa época, una Entidad enviada de Dios encarnó en la
Atlántida, unos mil quinientos años antes de que empezara su des-
trucción final por etapas. Y es probable que viniera predestinada a
salvar la tierra y su gente de su inminente destino, señalándoles el
error de sus costumbres. Su punto de entrada fue el mismo idílico
Más allá de las Puertas de Hércules • 129

jardín en Poseidia en el que todos los grandes iniciados del pasado


habían decidido centrar su actividades y aún quedaban muchos de
los antiguos templos construidos para conmemorar y perpetuar las
enseñanzas de la Ley del Uno, como las estableciera allí Amilius,
el Adán Superior.
El lugar, claro, los sagrados bosquecillos que rodeaban la ciudad
de Edén. ¿Y la identidad el recién llegado? Era el Adán terrenal,
proyectado en la esfera tridimensional por su propio «Ser Supe-
rior», Amilius, a quien se había dado una forma en carne y hueso,
cuerpo andrógino en un principio, que en esta ocasión ocupó el
propio Ser Superior.
Se trataba de una comisión prometedora. Entonces, ¿por qué
fracasó en la misión salvadora escogida por Él mismo en ese primer
intento, causando así su expulsión de Edén? ¿Y a dónde se marchó,
este Adán arrepentido, con Eva, su compañera y alma gemela?
Lo sabremos a su debido tiempo, en el curso de nuestro viaje
evolutivo.

Integrantes de una raza orgullosa y sobresaliente, los atlantes


evolucionaron muy rápido, llegaron muy lejos y lograron mucho;
pero su gradual perdición quizá se pueda atribuir a la misma cuali-
dad que los hizo grandes: su extremismo.
Cayce ofreció algunas reveladoras apreciaciones de este rasgo
característico de los atlantes y sus implicaciones kármicas para
antiguas almas atlantes que reingresaron a la tierra durante nuestro
actual ciclo evolutivo. Porque muchos de ellos estarían de nuevo
destinados a ocupar altas posiciones, con renovadas oportunidades
y responsabilidades (como en los tiempos en que Jesús estuvo en
la tierra).41
Todos los atlantes reencarnados tienden a ser extremistas,
con extraordinarias capacidades para hacer el bien o el mal. O son
sobresalientes en lo bueno, o son los precisos para arruinarlo todo.
Dotados por regla general con notables poderes mentales, muchos
130 • La Historia del Alma

de ellos también llegan bajo la poderosa influencia del planeta


Urano, que gobierna las fuerzas psíquicas y los extremos. Por esto
hacen un uso poco común, en cualquier dirección que elijan, tanto
de las leyes espirituales como de las mentales.42
Sorprendentemente, en una de sus lecturas que tuvo lugar
durante la segunda Guerra Mundial, Cayce observó que no había
ni un líder de ningún país, ningún clima, amigo o enemigo, que no
hubiera sido entonces un atlante. En forma igualmente sorprendente,
e indicativa de la capacidad de autosacrificio de estos extremistas
por cualquier causa (correcta o equivocada) en la cual creyeran
firmemente, el psíquico de Virginia Beach observó a mediados
de 1943 que todavía no había habido un solo héroe de esa guerra,
vivo o muerto (de cualquiera de los bandos, es de suponer) que no
hubiera sido un antiguo atlante.43
Sin duda la Atlántida produjo muchos héroes, y también muchos
villanos, durante el prolongado período de su cíclica grandeza y
decadencia. Hacia el final los más grandes héroes fueron aquellos
hijos de la Ley del Uno que lograron salvar para la posteridad los
registros de la Atlántida. Esto incluía la historia completa de su
desventurado continente, con secretas revelaciones de la maestría
de fuerzas oscuras para construir el poderoso cristal, sus naves
espaciales que desafiaban la gravedad, y llevar a cabo tantas mara-
villas tecnológicas que aún hoy siguen estando fuera de nuestro
alcance.
Tales registros, se nos dice, fueron ocultados en lo profundo
de cámaras piramidales, en tres lugares distintos, y la forma en que
fueron escondidos al parecer ha podido garantizar su preservación
hasta que nuevamente puedan salir a la luz a manos de los iniciados
de la Nueva Era, cuando llegue el momento apropiado.44
En Egipto, bajo la planicie de Giza, está uno de los sitios escogi-
dos donde también se sepultaron reliquias y registros egipcios junto
con los de la Atlántida, para ser descubiertos en un futuro. Iltar
llevó otra colección de los registros a Yucatán, y la guardó en una
Más allá de las Puertas de Hércules • 131

pirámide aún no desenterrada que reposa bajo ruinas mayas más


recientes. Por último, en la pirámide de registros ahora sepultados
bajo el cieno del Mar de los Sargazos, en una parte de Poseidia que
se espera surja de nuevo cerca de Bimini, está la colección original
acompañada por numerosos artefactos y sellada por el gran sabio
atlante, Hept-supht.
Su nombre, muy a propósito, significaba «Help-keep-it-shut»
[En inglés: Ayuda a mantenerlo cerrado]. Más tarde, él mismo desem-
peñaría un papel similar en las ceremonias de sellado en Egipto.
Como atlante de regreso en la Nueva Era justamente anterior a
la nuestra, lleva el nombre de uno de tres antiguos iniciados que
participará personalmente en el develar de esos mismos registros
sellados.45

Es difícil encontrar una prueba científica de la existencia de


una gran civilización anterior a nuestros antepasados de la Edad
de Piedra. Sobre todo cuando buena parte de ese antiguo mundo
reposa sepultada bajo una profunda capa de cieno en el fondo del
océano…
Sin embargo, ahora, como entonces, salen a la luz extraños
recordatorios. Prueba suficiente y clara, si la aceptamos, de que
civilizaciones muy avanzadas nos precedieron aquí y siguieron su
camino.
En 1851, en un estrato de piedra maciza, apareció en Dorchester,
Massachusetts, una vasija de forma acampanada, fabricada en un
metal desconocido. Antes de volver de nuevo a la oscuridad, fue
objeto de una rápida referencia en Scientific American. En Austria,
en 1885, se encontró en una profunda capa de carbón del período
terciario, un bloque de metal antiguo en forma de cubo, con cu-
riosas incisiones. Después de algunas discusiones científicas, llegó
al museo de Salzburgo y se borró de la mente de científicos poco
curiosos. Entretanto, en California, un viajero recogió una pieza de
cuarzo aurífero que accidentalmente deja caer y se abre al partirse.
132 • La Historia del Alma

En su interior tenía un clavo de hierro de corte perfecto y ligera-


mente oxidado. No hubo científicos que lo acogieran, en 1851. En
Kingoodie Quarry, al norte de Bretaña, hubo un hallazgo similar
más o menos por la misma época. En esa ocasión el clavo, bastante
corroído por el óxido, se encontró sobresaliendo de un trozo de
piedra recién excavado a buena profundidad en la capa del fondo
de la cantera. Mucha especulación, pero nadie se puso de acuerdo.
Caso cerrado. Entonces, algo asombroso: una lente óptica del más
puro cristal aparece entre antiguas baratijas desenterradas en 1853,
en la casa-tesoro de Nínive. Sin explicación posible en Babilonia ni
en ninguna otra parte del mundo, llega al Museo Británico como
una curiosidad, pero como espécimen arqueológico de una cultura
desconocida no va a dar a ninguna parte…
Todos estos son apenas unos cuantos ejemplos de los muchos
objetos inexplicables que alguna vez en el pasado intrigaron tan
fugazmente a científicos del mundo, y fueron mencionados (por lo
menos algunos de ellos) muy de pasada en sus publicaciones más
prestigiosas, antes de barrerlos bajo la alfombra apresuradamente
y para siempre. A Charles Fort, infatigable excéntrico de vieja data,
debemos el haberlos reunido con todo cuidado para publicarlos
de nuevo y sazonados con algunos comentarios deliciosamente
irónicos, en su pequeña obra maestra de 1919, The Book of the
Damned [El libro de los condenados]. (De datos condenados. Con-
denados al olvido). Esta obra tan original fue seguida por varias del
mismo género que censuraban amablemente —aunque algunas no
tanto— a la comunidad científica por su notoria aversión a todos
los datos que queden más allá de su rango de referencia común-
mente acordado.46
No obstante, hoy, con cada vez más sofisticados instrumentos
para la observación aérea y submarina (aunque todavía rudimenta-
rios, nos atreveríamos a decir, según los estándares de la Atlántida),
hay lugar para nuevas esperanzas. Cualquier día, una ciencia física
mejor equipada y más ilustrada podría sorprenderse a sí misma, y
a nosotros, al confirmar lo que en el mundo de las ciencias ocultas
hace mucho tiempo se ha tenido por un hecho: que la Atlántida
sí existió.
Lo cierto es que la ciencia moderna ha dado un salto sor-
prendente en esa dirección con una nueva teoría sobre el cruce de
especies lejanas.
Muchas de estas criaturas híbridas de la mitología, como sátiros,
centauros y demás, que Cayce dice habitaron la tierra desde los
primeros tiempos de la progeneración en la Atlántida, donde se
les conoció como «cosas», ahora se consideran más que simples
quimeras. De hecho se nos ha dicho que quizás fueron bien reales.
Nuevos hallazgos investigativos, reportados en la edición de julio
de 1989 de Nature, sugieren que una excepcional forma de tener
sexo, la transferencia de genes dentro de un proceso identificado
como conjugación, podría ser posible entre organismos separados
por una enorme distancia evolutiva, y que hasta podría involucrar
lo que se ha denominado sexo «transgénico» (i.e., transferencia de
información genética animal-vegetal por vía de células bacterianas
y levadura, por ejemplo) para crear híbridos exóticos.
¡Y bien exóticos! Pero dejémoslos en paz. Hoy su único
lugar adecuado es donde todavía podemos encontrarlos: a
salvo y encerrados en nuestra extraño patrimonio de leyendas,
cuya «realidad» continuada ahora está limitada a los registros
akásicos...*

*En una actualización más reciente, Time (3/13/95) reporta antiguas pinturas
rupestres en Europa que datan de 22 000 años antes del Presente [a.P.]; «algunas
de ellas son realistas retratos de animales, otras muestran figuras mitad humanas,
mitad animales». [Cursivas del autor]. Esta extraña mezcla de mito y realismo
no tiene explicación. Ese arte rupestre, dice Time, «tuvo importancia hasta el
año 10 000 a.P., cuando junto con los glaciares de la última Edad de Hielo, [tales
expresiones] parecen haber desaparecido de la conciencia humana». (Datación
cambiada posteriormente a 30 000 años a.P., Time edición de 6/19/95).
134 • La Historia del Alma
El cambio polar • 135

9
EL CAMBIO POLAR

En 1981, una exploración del planeta Tierra efectuada por radar a


gran altura en uno de los vuelos del transbordador espacial de los
Estados Unidos, registró un curioso dibujo a su paso por el norte
de África.
La prueba del radar era inequívoca: sepultada bajo las arenas
del ahora desolado y árido Sahara, había una antigua y vasta red de
lechos de ríos secos de mucho tiempo atrás. Es más, rastreos pos-
teriores mostraron que esos «ríos de radar» que corren en sentido
contrario al del actual curso del Nilo y sus tributarios, debieron
tener sus inicios en las largamente desaparecidas tierras altas del
extremo nororiental del continente, de donde fluyeron en dirección
sudoeste en forma gradualmente convergente. Después de serpentear
a través de las antes fértiles planicies del vasto Sahara, este abuelo
del Nilo al fin vertía sus aguas en el lejano Atlántico.1
Siguiendo las imágenes de radar, los geólogos del U.S. Geologi-
cal Survey [Inspección Geológica de los Estados Unidos] localizaron sin
dificultad los antiguos lechos de los ríos, hasta con sus guijarros
desgastados por el agua, desde unas cuantas pulgadas hasta algu-
nos pies de profundidad bajo las arenas siempre cambiantes. A
medida que avanza su labor, asistidos por arqueólogos que se les
han unido, los investigadores han ido encontrando muchos tipos de
herramientas de piedra muy conocidas, que prueban la existencia
de una cultura que alguna vez floreció en el Sahara. Hasta ahora, los
últimos implementos descubiertos son hachas de mano que se cree
136 • La Historia del Alma

datan de unos cien mil años atrás, pero todavía no han aparecido
restos de sus fabricantes. Otras excavaciones podrían descubrir más
información con respecto a sus probables orígenes y especie, así
como aportar un conocimiento más concluyente de la naturaleza de
los cambios de la tierra que en forma gradual —o quizás abrupta—
alteraron el curso del río provocando su abandono.
Entretanto, podemos divulgar nuestras propias teorías, por
supuesto. Pero dado que las propuestas aquí dependen básica-
mente de pruebas psíquicas, se podría decir que su único peso es
el elemento de coincidencia que tienen en relación con los más
recientes datos científicos.
En 1932, casi medio centenar de años antes de esas imágenes
de radar de 1981, Edgar Cayce había dado la última de una serie de
trece lecturas psíquicas sobre la época de la Atlántida. Aprovechó
la ocasión para esbozar algunas de las principales características
generales durante el preadánico período de formación de los cinco
grupos raciales, que precedió la aparición del hombre a escala real
como especie multirracial inconfundible, ahora conocida técnica-
mente como Homo sapiens sapiens, u hombre moderno. («Homo
sapiens», en terminología no especializada). Eso tal vez fue unos
cincuenta mil años atrás, muy poco después de un catastrófico
cambio polar ocurrido en tiempos de Asapha, en Egipto.
Las actuales regiones polares de la tierra, explicó, cambiaron
entonces de posición y se alejaron unos cuantos grados del eje de
rotación norte-sur, dejando aquellas áreas en una zona más subtropi-
cal. Además, la polaridad geomagnética era exactamente contraria
a lo que es ahora, así que en términos del actual alineamiento polar
de la Tierra, las veríamos como «partes del extremo norte que en-
tonces estaban en el extremo sur», y viceversa. (Los marineros, en
busca de una estrella que los guiara, habrían mirado al camino de
precesión del polo en nuestro cielo del sur). Los océanos también
se voltearon, por así decirlo. En suma, era un mundo muy distinto
al que conocemos hoy. Para empezar, en su topografía había dos
El cambio polar • 137

continentes ahora sumergidos, Lemuria y Atlántida, en tanto que


buena parte del continente americano —particularmente la región
del Mississippi— se hallaba entonces completamente bajo el agua. En
Asia, el desierto de Gobi era una tierra fértil. Los Urales quedaban
en una zona tropical. Mientras tanto, en lo que ahora es África del
norte (esa parte del antiguo paisaje de la tierra de que se ocupa bási-
camente este capítulo), el vacío y extenso Sahara era entonces una
tierra habitada y muy fértil. ¿Y por qué eso? Gracias a un abundante
suministro de agua, por supuesto, que provenía probablemente más
que todo de su aún famoso río. Porque, al explicar su ruta alterada
de aquellos tiempos, en la cual se deslizaba cual letárgica serpiente
por las verdeantes planicies del Sahara, Cayce concluyó: «el Nilo
desembocaba en el Océano Atlántico».2
Hace cincuenta años, cuando pronunció esas palabras en estado
de trance, era poco probable que Edgar Cayce encontrara un solo
geólogo que estuviera de acuerdo con él, ni en teoría ni de ninguna
otra forma, sobre el antiguo curso del Nilo o sobre cualquier otra
cosa. (No obstante, poco después de su muerte, un solitario geólogo sí
ofreció su anónimo apoyo a buena parte de lo que el famoso vidente
había contado sobre los cambios pasados y futuros de la tierra). Y
ahora, con la verdad de la visión que Cayce tuvo del Nilo en 1932,
confirmada por el registro geológico, ¿cuántos científicos tendrán
la imparcialidad suficiente para dar al fallecido psíquico el crédito
debido a su notable clarividencia décadas antes de que el hecho se
hubiera proclamado científicamente? Y si fue cierta en ese caso,
¿por qué no se pone a prueba su «geología psíquica» en otras áreas
también abiertas a verificación? Así, sería posible determinar por
medios empíricos en casos probados especialmente, la existencia
de una genuina ciencia oculta o psíquica en acción, que se podría
suponer opera de acuerdo con ciertos principios y leyes universales
que desbordan los límites de las ciencias naturales.
De hecho, el tema del cambio de los polos, fenómeno ridiculi-
zado en tiempos de Cayce, y aún hoy sujeto a mucho escepticismo
138 • La Historia del Alma

científico, podría suministrar la prueba decisiva ideal. El vidente


de Virginia Beach no sólo miró hacia atrás en el tiempo, para «ver»
por lo menos un cambio de polos prehistórico, como ya se ha dicho,
sino que miró hacia delante a finales del siglo veinte y «vio» otro
programado para ocurrir,3 que marcará nuestro paso oficial de la
Era de Piscis a la de Acuario, y todo el comienzo de una nueva raza
madre, si Cayce tenía razón. Al mismo tiempo, estará acompañado
por la última etapa de una serie de catastróficos cambios de la tierra,
que dejará intactas muy pocas zonas del planeta.
¿Geología psíquica o tonterías psíquicas? En otra década,
conoceremos la respuesta a eso.

Necesariamente, el concepto científico del cambio polar es


polémico. Aunque ofrece una explicación lógica para muchos de
los más desconcertantes misterios geológicos del planeta, sus críti-
cos lo consideran demasiado extremo y totalmente catastrófico, si
se analizan las probables implicaciones de tan devastador evento,
como para que represente una hipótesis válida. Sin embargo, los
que lo apoyan, aunque reconocen una catástrofe generalizada, no
creen probable que la extinción total sea el inevitable resultado del
cambio de polos.
Quizás a lo que en realidad se reduce todo, es a la vieja rivali-
dad entre catastrofismo y uniformismo, donde la ciencia muestra
un natural prejuicio a favor del último, que sostiene un enfoque
gradual y evolutivo para todos los cambios planetarios. Pero a los
que desacreditarían cualquier teoría relacionada con el catastrofismo
hay que recordarles las palabras de Thomas H. Huxley, connotado
científico del siglo diecinueve, quien alguna vez observó que «las
catástrofes pueden ser parte de la uniformidad».4
Nosotros seguiremos ese punto de vista más liberal del asun-
to.
En 1958, después de algunos acercamientos tentativos al tema
por parte de un cierto número de mentes científicas no dispuestas o
El cambio polar • 139

quizás incapaces de comprometerse con una teoría sencilla y directa


sobre un cambio polar, no bloqueada por interrogantes técnicos,
apareció Charles H. Hapgood. Teórico audaz, con limitadas refe-
rencias científicas más que compensadas por, y esto era obvio, una
mente sumamente intuitiva y una perspectiva muy fresca, Hapgood
era dueño también de excelentes facultades para la observación,
investigación, y análisis. Los resultados serían impresionantes. Así,
cuando se publicó por primera vez la teoría del cambio polar de
Hapgood, con el título de Earth’s Shifting Crust [La cambiante corteza
terrestre] (que más tarde, en edición revisada de 1970, se cambió
por The Path of the Pole [El camino del polo]), tuvo el generoso aval
nada menos que de esa lumbrera científica que fue Albert Einstein,
quien dijo en su prólogo: «Su idea es original, muy sencilla y, si se
comprueba, de gran importancia para todo lo relacionado con la
historia de la superficie de la tierra».5
La mecánica de la teoría de Hapgood se puede encontrar en su
libro, junto con la evidencia física y geológica fundamental sobre
la cual ha basado sus conclusiones. A diferencia de algunos prede-
cesores, que habían previsto un periódico viraje en el espacio del
propio planeta, o un cambio en el eje de rotación de la tierra, para
rectificar el desequilibrio creado por una capa polar sobrecargada,
Hapgood adoptó un enfoque más lógico: para explicar la teoría
del cambio polar, observó el movimiento de la corteza exterior de
la tierra y no un giro del propio cuerpo planetario. De hecho, lo
que atrajo a Einstein fueron justamente la simplicidad y sentido
común de la hipótesis de Hapgood, que de ninguna manera viola
la bien establecida teoría de la isostasia o cuestiona otras leyes de
la física.
Además, las pruebas geológicas de todas partes del globo reu-
nidas meticulosamente por Hapgood no se ajustaban al concepto
de un completo y catastrófico viraje de 180 grados de la corteza, de
polo a polo, y ni siquiera al de un viraje de 90 grados hasta la pro-
trusión ecuatorial. (De acuerdo, existe amplia evidencia geológica
140 • La Historia del Alma

de periódicas inversiones de los polos geomagnéticos de la tierra


—fenómeno registrado también por Cayce— pero este es otro tema
aparte, al cual volveremos en su momento).
Después de analizar cuidadosamente su impresionante acervo
de pruebas geológicas recogidas de todas partes del globo, Hapgood
vio que su teoría empezaba a tomar forma. Llegó a la conclusión de
que los periódicos desplazamientos de la corteza terrestre sobre su
viscosa capa o manto inferior, habían sido acontecimientos plane-
tarios naturales ocurridos a intervalos muy espaciados desde que
las temperaturas polares fueron lo suficientemente frías para crear
grandes cubiertas de hielo acumulado. Al parecer, los deslizamientos
de la corteza empezaron por una acumulación de hielo levemente
descentrada en una o ambas cubiertas polares, en el lapso de muchos
milenios. (Inciso: cabe la posibilidad de que el desequilibrio de la
cubierta se deba al bien conocido efecto de «tambaleo» en el eje de
rotación de la Tierra. Ese mismo tambaleo nos permite experimentar
la muy importante precesión de los equinoccios, lo que nos lleva
a especular que podría ser una anomalía «programada», tal como
los demás acontecimientos planetarios que estamos estudiando
aquí. Para nosotros no debe tener mucha importancia el que la
ciencia moderna aún acate sus propias reglas y rechace el papel del
Coreógrafo divino en los asuntos humanos y planetarios, lo que la
lleva a etiquetar esos sucesos como arbitrarias casualidades y fallas
de la Naturaleza).
Sin embargo, volvamos a Hapgood y el desarrollo de su teoría. En
sus giros, el planeta reacciona ante su desequilibrada sobrecarga en
forma muy parecida a un giróscopo, buscando rectificar la variación
y restablecer su equilibrio. Empieza el proceso de deslizamiento de
la corteza. Cuando las cubiertas de hielo desplazadas desde los dos
extremos polares llegan sobre la deslizante corteza a latitudes más
cálidas, ocurren dos cosas. Primero, la creciente fricción interrumpe
el efecto deslizamiento de la litosfera al viajar sobre el manto que se
calienta rápidamente. Es como si se hubiera abierto una brecha en
El cambio polar • 141

su camino. Y eso es, en esencia, lo que ha pasado. (En este punto,


Hapgood nos presenta la teoría del «efecto cuña» desarrollada por
su difunto amigo y coteórico, James H. Campbell).
En realidad, la «cuña» es la gradual expansión del contorno del
diámetro del planeta a medida que uno se acerca a la protrusión
ecuatorial y se aleja de la expansión en menor proporción de los
achatados polos. Porque nuestra Tierra, por ser achatada en los polos,
no es una esfera perfecta. Para ser exactos, su diámetro ecuatorial
tiene 10,8 kilómetros de ancho adicionales. Por eso, para entender
el «efecto cuña » de Hapgood y Campbell, pensemos en lo que
pasaría si se metiera un balón de fútbol americano en una media
de malla. Aunque la analogía no es del todo precisa, se entiende:
la media se estiraría muy fácilmente en cada uno de los extremos
del balón, pero cuanto más se hale hacia la barriga en expansión
es más probable que el factor resistencia retarde el avance, y lo
detenga en forma gradual mientras la media empieza a presentar
carreras y rasgaduras. En forma parecida, del deslizamiento hacia
el ecuador de la corteza externa de la tierra podría esperarse que
vaya disminuyendo hasta hacer un alto escalofriante después de
un determinado intervalo de impulso inicial. Entretanto, al calor
por fricción generado en el manto, junto con las grietas y rajaduras
en la corteza en expansión, se podrían atribuir los violentos terre-
motos y volcanes que Hapgood descubrió habían contribuido
a los devastadores efectos observados por él en relación con el
registro geológico que dejaron los tres últimos cambios polares o
desplazamientos corticales. (El más temprano de estos, que tuvo
lugar entre los años 78000 y 73000 a.C., marca los límites exter-
nos de todas las pruebas geológicas que hay sobre el tema). En
últimas, la fractura de los continentes y la formación de las placas
tectónicas se podrían atribuir al efecto de estiramiento y tensión
sobre las porciones de corteza que se alejaban de las zonas polares
hacia la protrusión ecuatorial. En forma opuesta, las porciones de
corteza en movimiento hacia los polos experimentarían un efecto
142 • La Historia del Alma

de aflojamiento, que «formaría pliegues» en el revestimiento del


planeta, por así decirlo, creando nuevas cadenas montañosas y
otras características de la superficie. Así, con estas observaciones,
podemos empezar a captar la importancia de la teoría de Hapgood.
Sí se sigue sosteniendo (como Einstein parece haberlo esperado),
nos será muy útil para poder entender correctamente los cambios
de la tierra, pasados, presentes y futuros.
Un aspecto no resuelto de la teoría es el marco de tiempo de
un acontecimiento tan catastrófico como el del cambio polar. Y se
convierte en un interrogante crucial. Hapgood parece inclinarse
por un período de desplazamiento bastante corto que crea vientos
catastróficos y rápidos cambios de temperatura en algunas zonas
del planeta, de hecho confirmados por pruebas geológicas bastante
atemorizantes, como son los miles y miles de grandes animales
atrapados en capas de hielo que se formaron súbitamente mientras
se alimentaban en esos lugares con pastos que solo se dan en zonas
templadas. (Las lecturas de Cayce, como veremos muy pronto,
parecen sustentar esta idea de un realineamiento bastante rápido, y
no de varios siglos o milenios de duración, como lo han propuesto
algunos científicos). En todo caso, Hapgood concluye que las nue-
vas capas de hielo comenzarían a formarse de inmediato en las
regiones polares, después de cualquier realineamiento cortical, ya
que las antiguas cubiertas de hielo desaparecerían rápidamente con
ayuda de los fuertes vientos y más altas temperaturas a las cuales
quedarían expuestas.
En su seguimiento de los tres últimos cambios polares, Hapgood
calculó que el primero del que hay pruebas confiables ocurrió entre
los años 78000 y 73000 a.C., como ya mencionó. En esa ocasión, el
Polo Norte cambió de lo que ahora es el distrito de Yukón en Alaska
al mar de Groenlandia, en un punto dentro del círculo ártico. En
un efecto de zigzag, llegó luego a la bahía de Hudson, en algún mo-
mento entre los años 53000 y 48000 a.C., de hecho el mismo marco
de tiempo de los sucesos de este capítulo y la historia de Cayce de
El cambio polar • 143

un consejo prehistórico reunido en el antiguo Egipto, y al mismo


tiempo que los atlantes usaban el rayo de la muerte para erradicar
de su continente a los grandes animales que para entonces tenían
invadido el planeta. Por último, de acuerdo con el familiar movi-
miento en zigzag confirmado por las pruebas geológicas, Hapgood
encontró que el último cambio polar ocurrió a finales de la época
pleistocena, en algún momento entre los años 15000 y 10000 a.C.
Lo marcó un giro de la corteza de 30 grados, que reubicó la cubierta
polar desde la bahía de Hudson hasta su actual posición (nuestro
conocido polo norte).
¿Y el siguiente desplazamiento cortical, a fines de este siglo? Sólo
podemos especular que tomará el acostumbrado curso en zigzag, que
puede ser el medio del cual se vale la Naturaleza para distribuir la
presión polar en distintas zonas de la litosfera o corteza. Pero resulta
un poco alarmante observar la predicción de Cayce de un nuevo
cambio polar tan pronto, si los anteriores al parecer ocurrieron con
una diferencia de veinticinco a treinta y cinco milenios, en lugar
de solo unos doce o algo por el estilo. ¿Tendrán algo que ver las
pruebas nucleares realizadas bajo tierra por las grandes potencias
en las últimas décadas, que combinadas con el maltrato ecológico
que afecta adversamente las temperaturas globales y cubiertas de
hielo, llevarían a un desequilibrio del planeta mucho antes de la
«programación» normal de ese tipo de grandes cambios? Sea cual
fuere la respuesta, o sus implicaciones kármicas, al menos puede
animarnos el hecho de a que esta «limpieza planetaria», como
podríamos considerarla, no le faltarán sobrevivientes. Porque, de
las «tierras seguras», como denominó Cayce a las zonas protegidas
del planeta devastado, surgirá la quinta raza madre.6
Antes de proseguir nuestro viaje por el Egipto prehistórico,
en los tiempos de Asapha, debemos detenernos brevemente en las
inversiones geomagnéticas. (Porque el marco de tiempo de nuestra
historia se encuentra dentro de un período en que la polarización
norte-sur se invirtió de repente).
144 • La Historia del Alma

Cada once años, los astrónomos observan sobre la superficie


del sol una periódica inversión de la polarización de manchas
solares, por la que aquellas de carga negativa se vuelven de carga
positiva y viceversa, aunque nadie sabe por qué. Además, estudios
actuales muestran que la luna, ahora cuerpo muerto, una vez tuvo
su propio campo magnético —y de hecho, bien fuerte— que al
parecer se movía periódicamente con respecto a su eje de rota-
ción.7 En cuanto a nuestra tierra, se cree que ha habido frecuentes
realineamientos geomagnéticos, y que en los últimos 3,6 millones
de años han ocurrido no menos de nueve verdaderas inversiones
del campo geomagnético, más otra probablemente inminente,
con base en un debilitamiento observado en la actual fuerza del
campo.8 Entretanto, Robert D. Ballard, autor de Exploring Our
Living Planet [Explorando nuestro planeta viviente],9 nos habla de
partículas de hierro realineadas que se encontraron en Australia en
un asentamiento aborigen de hace treinta mil años, y permitieron
probar que el campo magnético de la tierra apuntaba al sur en esa
época; hecho interesante que parece confirmar el relato de Cayce
de la orientación geomagnética sur-norte de la tierra durante la
era de formación de los cinco grupos raciales, entre el segundo y
tercer cambio polar. Así que podría ser razonable concluir que al
cambio polar de fines del Pleistoceno lo acompañó otra inversión
geomagnética volviendo a dejar el planeta en su actual orientación
norte-sur. Pero sigue siendo discutible si más que un simple ajuste
magnético para coincidir con el grado de cambio de la deslizante
litosfera, la inversión geomagnética sea automáticamente un aspecto
de cualquier cambio de la corteza. En realidad, nadie lo sabe. De
todas maneras, debemos tener presente que el eje geomagnético
de la tierra, sea que su polo positivo quede de frente al norte o al
sur, siempre está bastante cercano al eje de rotación del planeta. Y
no importa cuánta corteza terrestre pueda cambiar de una a otra
posición zigzagueante en los polos, tenemos la seguridad de que el
eje de rotación no cambia. Sigue siendo siempre el mismo. Es una
El cambio polar • 145

de las leyes adoptadas por la teoría de la isostasia, relacionada con


la situación de equilibrio gravitacional o hidrostático con respecto
de la superficie de nuestro agradable pequeño planeta.

«¿Agradable pequeño planeta?»


En tiempos de Asapha, fue un poco diferente. De hecho, era
un planeta en crisis. A ninguno de sus atribulados habitantes se le
habría ocurrido calificarlo como un lugar «agradable» para vivir.
¿El problema? La tierra verde e inocente se había convertido de
repente en un paisaje de pesadilla, más parecido a un vasto coto de
caza, y las presas eran los humanos, no los animales.
¿Por qué se había llegado a tan alarmante proliferación de
enormes bestias voraces? En parte, porque era un planeta de clima
muy placentero, con grandes espacios para ocultarse y vagar. (Porque
el total de la población de la tierra para esa época, se nos dice, era
apenas de 133 millones de almas, dispersas por toda la superficie
del planeta, a menudo en tribus aisladas). Pero el problema se
relacionaba también con algo más ominoso: apetitos cambiantes.
Buena parte de la culpa, se decía, recaía en los atlantes. Los ani-
males que ya estaban en la tierra al momento de su llegada, tenían
su propia jerarquía. Eran presas unos de otros, o sucumbían ante
fuerzas naturales que tendían a mantener sus filas en un adecuado
equilibrio. Pero incluso los más feroces de ellos se mantenían a
distancia de dioses y hombres, a los que reconocían como amos.
Esto es, hasta que empezaron las «mezclas»…
Ah, sí. Esas extrañas mezclas por las cuales muchos atlantes
iniciaron su propia degradación al descender al nivel de las bestias,
por así decirlo, para satisfacer su concupiscencia. Porque todavía
no existía la prevención de esas abominaciones mediante controles
genéticos, como los que más tarde impondrían las Fuerzas Creativas
a todas las especies en evolución. Y puesto que los andróginos hijos
e hijas podían crear a voluntad propia, empezaron a multiplicarse los
resultados de su depravación, demostrados por la progeneración de
146 • La Historia del Alma

«cosas», que a menudo tenían más apariencia animal que humana.


Es más, dado que muchos de los primeros atlantes eran de estatura
gigantesca, algunas de las más monstruosas proyecciones mentales
a las que dieron origen fueron de proporciones igualmente desco-
munales. Muchas de ellas, con frecuencia transportadas en cadenas
a tierras extranjeras para laborar en minas y otros sitios controlados
por gente de la Atlántida, lograron escapar de sus creadores. Pronto
empezaron a recorrer el planeta en grandes manadas y a producir
horripilantes mutaciones con cruces entre ellos mismos o con ani-
males de campos y bosques, así como a copular en ocasiones con
grandes aves de presa y mamíferos voladores que aterrorizaban los
cielos día y noche.
Así, como era de esperarse, empezó la gradual invasión de todo
el planeta por cuenta de las incontrolables fuerzas predadoras del
reino animal. El elemento animal, que ya no acataba a dioses u
hombres como sus amos naturales, buscaba la supremacía física. Y
así había surgido la necesidad, en palabras de Cayce, de que la gente
se uniera para salvarse de «su propia creación material».10
Fue Asapha, joven gobernante andrógino proyectado en las
tierras egipcias como uno de los primeros antepasados enviados
para preparar el terreno de la gradual aparición de una nueva raza
de carne y hueso, quien se hizo cargo de la situación, siendo un líder
natural que por su sabiduría ya había adquirido renombre entre
los dispersos grupos tribales en tantos lugares del planeta que no
controlaban los atlantes.
Mientras Esai, el débil gobernante atlante durante ese período
de los primeros disturbios, estaba a punto de sucumbir a la creciente
presión de Belial y sus seguidores para que se combatiera una forma
del mal con otra, desobedeciendo aún más la Ley del Uno, Asapha
creía que la indiscriminada destrucción de las bestias con armas
mortales sólo serviría para agravar las consecuencias kármicas que
ya estaban tomando forma. En cambio, buscó una solución espiritual
para ese dilema. Había que convencer a los pueblos del planeta de
El cambio polar • 147

que desistieran de más abusos y desobediencia y recurrieran a las


Fuerzas Universales, o sea a Dios, para salvarse.
Con ese propósito, Asapha convocó un consejo mundial de
unos cuarenta y cuatro ancianos y sabios de las tribus de los más
apartados rincones de la tierra. Se reunieron en la relativa seguri-
dad de la sede del gobierno de Asapha, en el corazón del país del
Sahara, su pacífico reino en el que los desmandados animales jamás
habían incursionado, una señal, según muchos, de la naturaleza
protectora de los poderes espirituales que ahora él proponía que
todos los líderes tribales invocaran al unísono.
Fue en la primera luna del año 50722 a.C., que los cuarenta y
cuatro delegados escogidos se reunieron en tiendas montadas para
la ocasión. Casi todos llegaron en primitivas aeronaves hechas con
pieles de paquidermo y propulsadas a gas, porque los atlantes no
habían querido compartir con los demás pueblos del planeta su
tecnología tan avanzada gracias al uso de cristales y fuerzas oscuras.
Nunca antes se había visto nada igual a este acontecimiento que
acogió en un solo sitio las discordantes fuerzas humanas en pro de
una causa común que sirvió para unirlas. Sin duda cada uno de los
cuarenta y cuatro delegados debió experimentar la singularidad de
la situación y la formidable responsabilidad que recaía sobre sus
hombros.
Las reuniones continuaron durante nueve lunas, mientras
Asapha discurría con los más belicosos sobre la necesidad que el
hombre volviera a confiar plenamente en las leyes divinas establecidas
al principio para su desarrollo evolutivo en el plano terrenal.11
Mientras tanto, casi a diario llegaban noticias de acciones ya
muy avanzadas en la Atlántida con respecto a la destrucción de
los depredadores, con explosivos. Muchos de los delegados que
aprobaban en secreto este enfoque, se mostraban cada vez más
impacientes. Su deseo era que se tomaran medidas más perentorias
que los grupos de oración a las Fuerzas Invisibles, encabezados por
Asapha. También se supo que un carismático líder rebelde de Po-
148 • La Historia del Alma

seidia, llamado Belial, estaba promoviendo mucho el uso del temido


rayo de la muerte, en contra del mandato original de Esai y otras
fuerzas rectoras de los hijos de la Ley del Uno, en la Atlántida.
Por último, se supo que Belial y sus seguidores habían triun-
fado: después de todo, se iba a usar el rayo de la muerte. Esta arma
extrema contra los depredadores que quedaban en suelo atlante,
podría traspasar sus más remotos sitios de escondite en la profun-
didad de pozos y cavernas. Muchos de los miembros del consejo en
Egipto empezaron a discutir abiertamente con Asapha la inmediata
presentación ante los atlantes de urgentes peticiones de ayuda. Al-
gunos incluso estaban dispuestos a someterse al régimen atlante, de
ser necesario, para erradicar de sus naciones la que consideraban
una peor suerte representada por la rápida proliferación de las
desenfrenadas bestias.
Sin embargo Asapha los exhortaba a tener más paciencia. In-
sistía, con la seguridad del que sabe de qué está hablando, en que
la ayuda pronto llegaría de una fuente superior. Y así fue, en forma
por demás inesperada.
Mientras la tierra temblaba, convulsionando todo el desven-
turado continente atlante y fracturándolo en cinco islas separadas,
perdida su grandeza, en el planeta se desataban otros fenómenos.
Porque las Fuerzas Superiores habían provocado un repentino
cambio polar.12 Esta catástrofe de la naturaleza invirtió el clima
en todas las naciones más seriamente amenazadas por grandes
animales, exterminándolos prácticamente de un día para otro. Sin
embargo, la gente, más resistente e ingeniosa que los animales,
logró sobrevivir.
La fama de Asapha como profeta se expandió enormemente,
mientras los agradecidos cuarenta y cuatro miembros del consejo
regresaban a sus países ya depurados. Entretanto, muchos de los
escarmentados atlantes, conscientes de la perversión de sus cos-
tumbres al menos temporalmente, decidieron rehabilitar un gran
número de «cosas», las más parecidas a los humanos y aún bajo su
control, para liberarlas. Con el tiempo, eso se tradujo en un éxodo
masivo de estos anteriormente maltratados y patéticos seres a Egipto,
donde Asapha había hecho saber serían bienvenidos como hombres
libres y ciudadanos con todas las de la ley entre su gente.
En su nueva patria, ellos se construyeron una ciudad y erigieron
templos en los cuales Asapha fue honrado durante el resto de su
prolongada vida, como representante de Dios en la tierra. Después
de su muerte, se rindió culto al venerado gobernante como dios
Sol. Por fortuna, algunas de sus enseñanzas se preservaron para la
posteridad, contenidas en el «Libro de los Muertos». Y hasta el día
de hoy existen.
Muchos milenios más tarde, este mismo Asapha reencarnaría
en un papel parecido y se le conocería como Ra Ta, o Ra. De sus
orígenes en el Cáucaso, llevado por un impulso divino emigraría
con otros a Egipto, unos 10 500 años antes del Príncipe de Paz,
cuando el planeta enfrentaba un nuevo período de crisis. Lo vere-
mos desempeñando ese papel en un capítulo futuro. Pero antes
echemos un breve vistazo; porque una de las primeras actividades
del alto sacerdote Ra Ta, como reencarnación de Asapha, tendrá
un significado especial aquí.
Físicamente atraído al sitio de la ya largamente desaparecida
ciudad construida en el Alto Egipto por esa gran migración de
«cosas» provenientes de la Atlántida durante el reinado de Esai, el
alto sacerdote Ra Ta empezó a realizar excavaciones arqueológicas.
Como era de esperarse, no sólo desenterró reliquias de la antigua
ciudad sino que encontró los esqueletos de muchos de sus antiguos
súbditos adoradores del sol. Como otra prueba más de sus orígenes
como «cosas» en la Atlántida, y todavía no humanos del todo en
su apariencia, el sacerdote psíquico señaló a sus compañeros de
excavación las protuberancias prensiles de ellos. Porque, como
Cayce lo explicó en una de sus lecturas, la mayoría de las «cosas»
que emigraron, ¡tenían cola!13
Nadie, como se vería después, más capacitado para saberlo que
150 • La Historia del Alma

el señor Cayce. Porque era él mismo quien en esas dos reencarna-


ciones egipcias había sido Asapha y Ra Ta.14 Ambas apariciones
jugaron un papel crucial en la evolución de la raza humana.
Entretanto, dejemos que los evolucionistas darwinianos saquen
sus propias conclusiones si excavaciones contemporáneas de esos
antiguos lechos de ríos saharianos revelan más especimenes óseos
con las mismas protuberancias prensiles. Es probable que, como
ha sucedido tan a menudo en el pasado, celosos antropólogos se
apresuren a emitir juicios prematuros, proclamando haber encon-
trado al fin el verdadero «eslabón perdido». De hecho, ya podemos
escuchar grupos rivales compitiendo por dar a los hallazgos la de-
signación apropiada. ¿Será Homo habilis nilus? ¿O será Homo erectus
sahara? No importa. La verdad reposa en los registros akásicos.
Por otra parte, excavaciones futuras podrán descubrir un
túmulo funerario15 en las cercanías del Valle de las Tumbas, que
una vez se conoció como el Valle de la Sombra. Allí se encuentran
los restos de Asapha, el gobernante andrógino. Un estudio de sus
huesos bisexuales, si todavía están intactos, resultaría por demás
perturbador para toda la vasta colección de pruebas antropológicas
contradictorias en lo que respecta a nuestros orígenes evolutivos.
Acompañando la prehistórica osamenta, se nos ha dicho, en
un rincón de la tumba se encontrarán unas tablas de piedra. En
ellas aparecen escritas en antiguos jeroglíficos las primeras leyes
entregadas a los hijos e hijas de los hombres en relación con las
Fuerzas Superiores. Si los eruditos modernos consiguen interpre-
tarlas, ¿será que podrán comunicar algún conocimiento profundo
de nuestras conexiones celestiales?
La manzana de Adán • 151

10
LA MANZANA DE ADÁN

Vamos a estudiar un misterio.


En todas las enseñanzas esotéricas, encontramos el antiguo
símbolo del pentagrama que representa al hombre como micro-
cosmos. ¿Qué significa? Su ilustración gráfica es el conocido dibujo
que hizo Leonardo da Vinci de una figura humana de brazos y
piernas abiertos encerrada en un círculo: brazos y piernas exten-
didos tocan la circunferencia del círculo, así como la cabeza, en
una configuración casi paralela a las cinco salidas del pentagrama,
o estrella de cinco puntas.
Podría decirse que el círculo que la encierra representa el mundo
interior, o microcosmos, en el cual el hombre de carne y hueso se
encuentra actualmente. Allí está prisionero de sus cinco sentidos
físicos, de los cinco elementos visibles que lo componen y de las
cinco razas en las cuales puede elegir materializarse para cualquier
ciclo dado de desarrollo terrenal como ser de carne y hueso.
En primer lugar, veamos las cinco razas.1
En el período de su formación, se nos dice, éstas tuvieron sus
orígenes en cinco zonas generales de reunión de tribus con objetivos
comunes, que gradualmente tomaron características nacionales. Los
antecesores de la raza blanca ocuparon la región del Monte Ararat
y parte de lo que ahora es Irán, así como los Montes Cárpatos y
el Cáucaso, abarcando más adelante una parte de la India. La raza
roja tuvo sus primitivos orígenes en la Atlántida, y posteriormente,
con las últimas evacuaciones, completó su desarrollo en América.
152 • La Historia del Alma

La raza amarilla apareció en lo que entonces se conocía como la


región de Gobi, un remanente asiático de la largamente hundida
Lemuria, que comprendía gran parte de lo que ahora es Indochina,
hasta el norte del actual desierto de Gobi. ¿Y la raza cobriza? Se
formó básicamente en los Andes, entre los pueblos prehistóricos
conocidos como ohums, con una fuerte infusión lemuriana de
distintos elementos tribales evolucionados de las porciones central
y sur oriental extrema de ese continente perdido. En cuanto a la
raza negra, erróneamente considerada por muchos antropólogos
como la más antigua, debido a que sus esqueletos relativamente
intactos en todos los períodos de catastróficos cambios en la tierra,
permiten seguir sus orígenes hasta Sudán y lo que es ahora el Alto
Egipto y el Sahara Oriental.
Cada uno de estos cinco grupos raciales distintos, hay que re-
conocerlo, comenzó su desarrollo en un proceso evolutivo gradual
que requiere un «período de gestación» relativamente largo. Sin
embargo, al parecer hubo un patrón genético común en la cre-
ación, establecido por Amilius, el Creador, al modelar la forma
que finalmente aparecería. Es de suponer que en el plano terrenal
el proceso fue dirigido por los primeros antepasados de la nueva
raza madre en desarrollo de hombres de carne y hueso. (Asapha,
como sabemos, fue uno de esos antepasados, y entregó las primeras
leyes a los hijos e hijas de los hombres, hace más de cincuenta mil
años, en el Egipto prehistórico).
Se estima que la aparición «oficial» del hombre adánico ocu-
rrió hace unos catorce mil años, antes de la catástrofe final de la
Atlántida y en la mitad de la Era de Virgo. (Nuestra prueba de esta
fecha se presentará un poco más adelante). Ésta tuvo lugar, se nos
dice, con cinco proyecciones simultáneas que realizó Amilius de
prototipos de cada uno de los cinco grupos raciales en evolución
que para entonces se estaban acercando a su perfección como forma
ideal en carne y hueso del hombre. Amilius debió crear el vehículo
físico adecuado y depurarlo de sus muchas y antiguas debilidades
La manzana de Adán • 153

genéticas provocadas por los cruces, antes de que pudiera llevarse a


cabo lo que se denominó «segunda llegada» de las almas. Y ahora,
llegado el momento, el propio Amilius decidió formar parte de
uno de los cinco prototipos de lo que sería la cuarta raza madre,
pero primera apariencia totalmente humana de lo que ahora se
conoce como la «raza del hombre». Vino como Adán, en una parte
de la Atlántida conocida desde los tiempos antiguos como Edén,
una ciudad sagrada en Poseidia.2 En esa decisiva encarnación, Él
representaba la raza roja.
Entretanto, en su proyección inicial, a cada uno de los cinco
tipos raciales de la nueva raza madre se le asignó una correlación
específica con cada uno de los cinco sentidos. Esto marcó el atributo
particular de conciencia racial que se enfatizaría en su desarrollo
físico, como una clara fase de la experiencia evolutiva. A la raza
blanca se le dio la vista, o visión; a la roja, el tacto y la sensibilidad, o
sentimiento; a la amarilla, el oído; a la cobriza, el sentido del olfato;
a la negra, el sentido del gusto, o la satisfacción de los apetitos.
Además, encontramos al hombre adánico (nosotros) compuesto
por los cuatro elementos principales, más un quinto. (De hecho,
nuestra fuente psíquica nos informa que cada subelemento de la
tierra se encuentra representado en el cuerpo humano).3 El agua,
por supuesto, es el principal elemento de la composición física del
hombre. El fuego, o electricidad, también informa cada célula del
organismo. Ni para qué recordar el papel del aire, u oxígeno, en
el sostenimiento de la vida mortal. Pero además de estos cuatro
elementos básicos, hay un quinto: es el espíritu, por medio del cual
un hombre se convierte en un ser viviente al llegar a este mundo.
En total, cinco elementos. Y, si no fuera por un sexto, el hom-
bre como microcosmos estaría encarcelado por siempre dentro
del círculo de sus limitaciones mortales. Pues por medio de este
sexto elemento, es capaz de transformarse y trascender, a través
del crecimiento del alma, en un ser celestial que es uno con el
macrocosmos divino, o Dios. La entidad espiritual, o yo superior,
154 • La Historia del Alma

es ese «sexto elemento» para el cual se diseñó la casa de barro en


un principio como morada temporal, así como una semilla debe
reposar en la tierra en espera de la germinación que finalmente la
libere para que salude al sol.
El símbolo de este proceso de transformación es el hexagrama de
seis puntas, o «sello de Salomón». Está formado por dos triángulos
equiláteros que se cruzan —cada uno en posición invertida con
respecto al otro— y representan el Espíritu del Creador descendente
que se une al espíritu del hombre ascendente para formar una unión
perfecta, como la había en un principio. Se dice que este símbolo
sagrado, que tiene su paralelo en la simbología esotérica del árbol
de la vida y las diez sagradas Sefirot [senderos, en hebreo] de la
Cábala, representa la síntesis de todos los elementos y la unión de
los opuestos. En el misticismo hindú, el proceso de transformación
es equiparado con la práctica de yoga kundalini, pero en términos
cristianos, se considera el despertar del Cristo interior, o lo que
algunos han experimentado como conciencia cósmica. El gran
psicólogo suizo, Carl G. Jung, volvió al lenguaje de los alquimistas
medievales, que buscaban convertir el plomo base de la condición
humana en oro, para denominar ese mismo proceso de transfor-
mación Mysterium coniunctionis, un matrimonio, o síntesis de
opuestos radicales.
Otros sistemas de creencias, otros símbolos. Pero como quiera
que lo llamemos, bajo el manto religioso o filosófico que fuere, el
proceso sigue siendo el mismo para cada uno de nosotros como lo
fue para nuestro Guía por excelencia y Creador, del que somos sus
«yo individuales»4: Dios se hizo hombre, el hombre se debe hacer Dios.
O, para pensadores no cristianos: El Uno se convirtió en muchos,
los muchos se deben convertir nuevamente en Uno.
Y ese es, en pocas palabras, todo el secreto de la evolución.

Cayce fue muy explícito en cuanto a eso: el hombre no descendió


del mono, y de hecho tampoco evolucionó de ninguna de las otras
La manzana de Adán • 155

formas inferiores del plano terrenal.5 Pero cuando el planeta tierra


en su evolución finalmente estuvo listo para que el hombre llegara
y viviera aquí su experiencia, éste apareció como soberano de todo
cuanto le había precedido en los reinos animal, vegetal y mineral.
En el principio llegó como un ser celestial. Esos primeros
titanes de Lemuria y Atlántida eran realmente los hijos e hijas de
Dios, plenamente conscientes de su patrimonio divino y su calidad
de seres espirituales. Sin embargo, con el tiempo, a medida que la
separación fue más completa empezaron a perder contacto con la
Conciencia Universal, y hemos visto cómo al mezclar lo divino
con lo bestial, sus enredos carnales llevaron a que el alma quedara
atrapada en forma permanente en el plano material de los deseos
de la carne, sin escapatoria a la vista.
Fue por esta razón que Amilius, el Creador, vio la necesidad de
dar a las almas atrapadas un camino de escape del dilema creado
por ellas mismas. Aunque Él mismo ya no estaba en el plano terre-
nal, comprendió la necesidad de introducir una nueva forma racial
genéticamente incapaz de cruzarse con la población animal, como
había ocurrido en el pasado, y que llevara en sí misma la simiente,
por así decirlo, de su propia regeneración espiritual a través de un
proceso evolutivo de crecimiento del alma.
Se ha dicho que el viaje espiritual del hombre va de la planta
de sus pies a su coronilla. Esto implica que el Dios que buscamos
realmente está dentro de nosotros. ¿Pero, dónde? ¿Y cómo llegar
ahí? El camino, provisto por el Creador, es bien conocido en la
tradición esotérica, y también transitado por los místicos cristianos
desde los tiempos de San Juan, cuyo «Apocalipsis», se nos dice, es
en realidad una descripción simbólica del viaje interno del alma
por ese mismo camino, que lleva a la unión con Dios.6 El camino,
que sube en espiral a lo largo de la columna vertebral desde su base
hasta el centro del cerebro, está enlazado por afluentes con todo el
sistema endocrino, sus siete glándulas y centros espirituales aso-
ciados, denominados chakras en la literatura esotérica. Los cuatro
156 • La Historia del Alma

centros inferiores: gónadas, células de Leydig, suprarrenales o plexo


solar, y timo (también llamado «centro cardíaco»), comprenden el
ser inferior, o sea el hombre terrenal con sus deseos y tentaciones
materiales. Antes de llegar a los dos centros endocrinos más altos,
que son las glándulas pineal y pituitaria, equiparadas espiritualmente
con la conciencia superior y el «reino de los cielos» que residen en
nosotros, el camino del ascenso pasa por esa glándula situada en la
zona de la garganta, y conocida como tiroides. Las lecturas de Cayce
identifican este crucial centro glandular, a mitad de camino entre
«cielo y tierra», por así decirlo, como el asiento de la voluntad.
El alma, con su compañera la voluntad, gradualmente debe lle-
gar a dominar los cuatro centros inferiores para poder regenerar al
«hombre terrenal» y entrar en sintonía con el yo superior, el cual, en
palabras de Cayce, siempre está en presencia del Infinito.7 Abrir los
centros más altos, representados por las glándulas pineal y pituitaria,
implica entrar a lo que algunos llaman «dimensiones superiores»,
que tal vez se define mejor como elevar la conciencia a un ritmo de
vibración superior, más espiritual. La mejor forma de conseguirlo
es renunciar a uno mismo, centrarse en Dios y servir amablemente
a los demás, como lo ha demostrado el Gran Modelo. Se ha dicho
que reproducir Su victoria final sobre la carne y volver a ganar el
cuerpo celestial, puede tomar muchas vidas, por lo menos treinta o
más. Porque sólo cuando el hombre haya alineado voluntariamente
y por completo su voluntad con la voluntad divina —«¡Hágase tu
voluntad, Señor, y no la mía!»— podrán auto-regenerarse las célu-
las del cuerpo físico para reaparecer como luminosos átomos del
cuerpo celestial resucitados, tal como fue en el principio.
En el Oriente, donde la práctica de la meditación diaria ya es un
arte, muchos de los grandes sabios y yogas la han escogido exclusi-
vamente como camino para alcanzar la auto-iluminación, evitando
el camino del Cristo, cuya definición en términos orientales es el
Karma Yoga. Pero aunque se sabe que la meditación profunda de
veras eleva la corriente de energía creativa columna vertebral arriba,
La manzana de Adán • 157

abriendo los centros espirituales que encuentra por el camino, Cayce


advirtió muchas veces que no se «forzara la apertura» de esos centros,
lo que se podría equiparar con la bíblica advertencia de no tratar de
forzar las puertas del cielo, a la manera de un ladrón o atracador.
Más bien, la meditación se recomienda sólo como complemento
de una vida recta, dedicada a la oración y el servicio desinteresado
a Dios y al hombre. Es más, una precoz apertura de los centros
superiores puede llegar a ser físicamente perjudicial: la repentina
aparición de corrientes de alto nivel de energía positiva y negativa,
no equilibradas por falta de preparación espiritual, a menudo ha
provocado sufrimiento a aquellos que buscan el conocimiento sin
la sabiduría necesaria. (En su iluminadora autobiografía, Kundalini,
Gopi Krishna describe vívidamente esos peligros).8
Se dice, por cierto, que fue un tipo de conocimiento muy dis-
tinto, pero igualmente falto de sabiduría, el que provocó la caída
de Adán.

En el quinto capítulo del Génesis, a diferencia del segundo, se


nos presenta desde el principio a un ser andrógino, creado varón
y mujer, y llamado Adán.
No se menciona ningún «sueño profundo», o costilla extirpada
para crear la mujer. Ella ya existía como el «otro yo» o alma gemela de
Adán. Aparentemente, Eva hizo su aparición en el mismo proceso de
separación gradual de los tiempos de Amilius, entre los andróginos
hijos de Dios. Curiosamente, la confirmación indirecta de este acto
como de amebas, la autodivisión en polaridades masculino-feme-
ninas a nivel físico, se encuentra indirectamente en las palabras
atribuidas nada menos que a la autoridad suprema de Jesús, en un
logion del recientemente descubierto Evangelio según Tomás: «Dijo
Jesús: El día que ustedes fueron uno, se hicieron dos».9
Para la época de la aparición de Adán, la forma andrógina
ya se había convertido en una rareza entre la raza atlante de sus
últimos tiempos. Tan es así, de hecho, que se podría suponer con
158 • La Historia del Alma

toda lógica que esta proyección escogida del Ser Superior en aquella
forma marcó su terminación. No obstante, se dice que en el año
12800 a.C., unos 800 años antes de la fecha estimada de la llegada
de Adán (que se explicará un poco más adelante), Amilius proyectó
una entidad espiritual andrógina de nombre Aczine, o Asule, para
que gobernara Poseidia.10 Tomando la forma femenina, como Asule,
en lugar de la proyección masculina que era Aczine, gobernó bien
y con sabiduría, hasta que cedió a la tentación planteada por la in-
nata capacidad de crear «cosas» vivientes para su placer, a través
de la antigua práctica de la progeneración. Esa fue su perdición.
Pero antes de su prematura muerte, descrita como «karma ejercido
en coma», la entidad Asule se había convertido en la envidia de
muchos de los que la rodeaban debido a su naturaleza andrógina,
que una vez había sido común y corriente, por supuesto, entre los
hijos e hijas de la Ley del Uno. (La entidad espiritual andrógina
en cuestión, puede ser apropiado agregar aquí, no era otra que el
alma gemela de Edgar Cayce, Gladys Davis, entonces con Edgar
en forma no manifiesta).
Al explicar la naturaleza dual de Adán, fuentes esotéricas iden-
tifican al Hombre Arquetipo, o Adán Superior (que conocemos
como «Amilius»), con el Macrocosmos, del cual proviene el mi-
crocosmos, siendo este último simplemente una versión minúscula
del primero, como consecuencia inevitable de un estado «caído»
de conciencia, marcado por la separación terrenal de Adán de su
entidad espiritual. El viaje evolutivo del hombre adánico, pues,
implica un peregrinaje espiritual para despojarse de su dualismo y
convertirse en uno con el Macrocosmos. «Todas las criaturas que
han salido de Dios», nos dice Meister Eckhart, «se deben unir en
un solo Hombre, que regresa de nuevo a la unidad que Adán tenía
antes de su caída».11
Luego identifica claramente al «Hombre» como el Cristo, que
fue al mismo tiempo primer Adán y último Adán, o Jesús.
¿Pero cómo —y por qué— fue la caída?
La manzana de Adán • 159

Aquí me atrevo a sugerir que fue cuestión de inevitabilidad.


Amilius, o el Logos, cometió un acto de sacrificio voluntario cuando
decidió retornar a la tierra en carne y hueso como Adán, limitando
así intencionalmente Su naturaleza divina dentro de los confines
de la materia. Un aspecto de la condición humana que Él asumió
voluntariamente, es su tendencia a pecar. Si no hubiera cedido tarde
o temprano a esa debilidad, presentándose así con la misma serie
de condiciones que enfrenta el resto de la humanidad, Amilius
(o Adán, que es quien era ahora) difícilmente se hubiera podido
convertir en un Guía por excelencia para los demás, abordando la
rueda cíclica de la muerte y renacimiento de los mortales a través
de unas treinta reencarnaciones hasta perfeccionarse a Sí mismo
en carne y hueso como el «último Adán», o Jesús. En efecto, si la
«caída» de Adán no hubiera sido parte integral del plan divino
para la consumadora salvación de la humanidad, ¿cómo más se
podría explicar la referencia del Apocalipsis a «el Cordero que fue
sacrificado desde la creación del mundo»?
A este respecto, hay un ilustrativo intercambio en una de las
lecturas de Cayce. Habiéndole preguntado cuando supo Jesús por
primera vez que sería el Salvador del mundo, esta fue la asombrosa
respuesta: «Cuando Él cayó en Edén».12
Como Amilius, o Adán Superior, es de suponer que lo sabía
desde el principio de los tiempos. Pero en su calidad de ser de carne
y hueso, se necesitó la comisión de un pecado antes de que Adán
abriera los ojos a su papel en el mundo.
¿Y la naturaleza del pecado? «Contubernio con otros», fue la
explicación algo enigmática y sorprendente del señor Cayce, sin
referencia alguna a la pobre y vilipendiada Eva ni a la alegórica
manzana.13
¿A cuáles «otros» se refería Cayce?
Sólo podemos especular, por supuesto. Pero suponer que Adán
y Eva y la serpiente eran los únicos moradores de aquel paraíso te-
rrenal llamado el jardín de Edén sería engañoso. De hecho, en una
160 • La Historia del Alma

lectura psíquica sobre sus vidas pasadas, una joven y encantadora


ama de casa del siglo veinte debió quedar aterrada al enterarse por
medio de Cayce en estado de trance, que ella estaba presente mu-
chos milenios atrás en «el jardín llamado Edén», y que «era una de
las cosas» que habitaban ese lugar, cuando Adán y, más tarde, Eva,
aparecieron por primera vez.14 Se le dijo que aunque de naturaleza
relativamente no desarrollada en esa época, su espíritu había sido
tocado por lo que ella vio cuando esas dos almas inocentes moraban
juntas, y Adán asignaba nombres y significados a árboles, pájaros
y todo aquello que los rodeaba.
En su absoluta inocencia, ¿cuán fácilmente los habrían podido
seducir? Recordemos: la Atlántida, en los tiempos de Adán, se
encontraba en su período de descenso final, cuando los corruptos
hijos de Belial se disputaban de nuevo con los hijos de la Ley del
Uno el control de los consejos regentes. La guerra civil se cernía
sobre los habitantes de Poseidia. Aún en los bosquecillos sagrados
que rodeaban la bulliciosa ciudad de Edén, donde el Señor había
colocado a Adán para su seguridad inicial, probablemente acecha-
ban muchos maléficos disfrazados de ángeles. ¿Cuán tentadoras
lucirían algunas de las «cosas» para Adán y Eva, cuando las veían
cohabitar con placenteros retozos en los prados cercanos? «En ver-
dad te digo que morirás», se dice que su propio yo superior había
advertido a Adán al momento de su proyección inicial, «si cedes a
cualquiera de los placeres prohibidos que te rodeen. ¡Porque toda
la carne no es una sola carne!». Pero la misma lectura de Cayce
que había identificado el pecado de Adán como «contubernio»,
también aludía a actitudes de rebeldía y egoísmo, causantes de la
llegada de Satanás, o la serpiente, a Edén. «En verdad te digo que
no morirás», le tranquilizaba la voz arrulladora del Tentador en su
interior. Y de esta manera Adán cedió por fin a la tentación carnal
que lo rodeaba, tal vez a pedido de Eva, sí, aunque difícilmente se
puede culpar a ella por las acciones de él. En las escrituras apócrifas,
de hecho, se da a entender que tal vez Eva también fue culpable de
La manzana de Adán • 161

«contubernio», y Caín, su homicida primogénito, fue el fruto de esa


relación ilícita, posiblemente con uno de los hijos de Belial. Luego,
más tarde, después que Adán «conoció» a su mujer por primera
vez, ella dio luz al recto Abel, a quien Caín asesinó. (Según este
relato, Abel habría sido el «legítimo» heredero, lo que explica por
qué le dio muerte Caín. También resolvería el misterio del rechazo
de Dios a la ofrenda de Caín). Después del destierro de Caín, nació
Set. Y fue a través de Set, por supuesto, que se estableció la línea
generacional adecuada.
Entretanto, la proverbial «caída» de Adán produciría algunos
cambios notables.
No, por supuesto, él no «murió en verdad», todavía no. Pero se
nos ha dicho que la vida mortal de Adán fue acortada como con-
secuencia de su desobediencia. No se menciona cuánto más habría
vivido de no haber desobedecido, pero la lectura de Cayce en cuestión
agrega que sólo pudo postergar las inevitables consecuencias de su
pecaminoso comportamiento por otros 600 años.15 Puesto que el
tiempo de vida total de Adán, según el Génesis, fue de 930 años,
eso significa que debía tener 330 cuando perdió la gracia divina.
Perder la gracia divina parecería ser castigo suficiente; pero el
autor del Génesis agrega que además fue expulsado de Edén.
Tal vez. Sin embargo, según los datos de Cayce, se podría
tener en cuenta una versión algo diferente. Cualquiera que fuese
el pecado de Adán, él se había arrepentido. De hecho, sabemos que
su pecado hizo ver a Adán el propósito superior para el cual había
venido a una existencia de carne y hueso en la tierra. Entonces, si
el jardín de Edén, de la Atlántida, en la isla de Poseidia, todavía
era el mejor lugar para cumplir esa misión, en especial ahora que
ya era consciente del papel para el cual estaba predestinado, las
Fuerzas Universales no habrían hecho que ángeles y querubines
vengativos lo expulsaran. ¿Acaso podríamos suponer, en cambio,
que fue la cercana destrucción de Poseidia lo que causó que Adán
fuera reinstalado en un entorno más seguro —una «Edén reubi-
162 • La Historia del Alma

cada»— por así decirlo, donde pudiera cumplir la fase de crianza


de su destino? Porque para la aparición y posterior supervivencia
de la nueva raza madre era de importancia vital que cada uno de
sus cinco progenitores escogidos fuera ubicado en un entorno
prometedor. Y aun cuando en un principio Poseidia sí podía haber
tenido dicho entorno, pronto se conocerían sus pecados y serían
la causa de su desaparición. Si Adán habría podido o no salvarla,
de no haber pecado, es una duda que persiste. Pero a lo mejor no
habría podido. Porque, paradójicamente, ya hemos visto que fue
solo como consecuencia de su pecado, que Adán por fin descubrió
su misión divina.
En la tradición hindú, hay una historia parecida de un hombre
llamado Adi-ma (en sánscrito, Adi significa «primero») y su esposa
Heva, que una vez habitaron en una isla —localizada e identificada
con Ceilán [ahora Sri Lanka], como es típico en la mayoría de los
relatos tradicionales— de la que un buen día partieron. Ya en el
continente, quedaron incomunicados por un terrible cataclismo
y no pudieron regresar. Este relato tiene una curiosa relación con
la historia caldea de una raza oscura, llamada Ad-mi, o Ad-ami,
identificada como la raza «que había caído». (En cuanto al prefijo
Ad, que sugiere al «Adán» bíblico, también se asocia en muchos
textos antiguos con Adlántida o Atlántida.16 Es más, una fuente
más ortodoxa sigue el rastro del nombre del primer hombre hasta
adama, que quiere decir «la tierra roja».17 No obstante, también se
puede interpretar como una confirmación adicional de los orígenes
atlantes de Adán, dado que la raza roja, nacida de la «tierra roja»,
está enlazada por un número de perdurables leyendas al perdido
continente de Platón).
¿Pero qué fue de Adán y Eva, debemos preguntarnos, cuando
abandonaron Poseidia, y cómo afectó esto el destino de la raza roja
en evolución del hombre de carne y hueso?
Interesantes preguntas.
Aunque alguna vez se denominó a toda la Atlántida «Edén
La manzana de Adán • 163

del mundo», y la ciudad de Edén original quedaba en Poseidia, en


cuyas afueras supuestamente estaba localizado el legendario jardín
de Edén, Cayce nos sorprende al hablarnos de otra Edén más, una
posterior.18 Por estar situada lejos de la Atlántida, en la región de las
ondulantes estribaciones del Cáucaso y los montes Cárpatos —una
zona del planeta en realidad asociada a la emergente raza blanca
en tiempos del hombre adánico—, esta nos pone a pensar. ¿Acaso
los descendientes de Adán y Eva se mezclaron con los pueblos de
la raza blanca, abandonando a los atlantes de piel roja a sus propios
recursos evolutivos? Es una hipótesis bastante válida.
En primer lugar, los escasos atlantes que sobrevivieron al
cataclismo final, en su gran mayoría fueron absorbidos por otros
grupos raciales y perdieron su propia identidad. La excepción fue
en América, donde mayas e incas, de piel cobriza, cabellos negro
azabache y altivo semblante, tenían algunos de los rasgos de los
atlantes, como los tenían los prolíficos descendientes de los hijos
de Belial que huyeron al norte del continente y se convirtieron en
los indios norteamericanos. Y aunque la llegada de los atlantes al
antiguo Egipto, a los Montes Atlas de lo que ahora es Marruecos,
así como a otras partes de África y el País Vasco de España puede
haber dejado su impronta racial temporalmente, hoy apenas quedan
rastros de esta en esos lugares. En forma similar, las tribus semitas
nómadas del desierto y descendientes de Adán y Eva, aunque oscu-
recidas genéticamente por generaciones de gradual adaptación al sol
candente, muestran hoy una marcada afinidad con la raza blanca,
como la mayoría de los judíos europeos, y pocos o no visibles rastros
de la pigmentación roja de sus legendarios «progenitores».

Ahora vamos a investigar un poco.


Si aceptamos el relato de Cayce, Adán tenía 330 años de edad
cuando él y Eva abandonaron Poseidia rumbo a la región del Cáu-
caso. Como atlantes de una era de tecnología muy avanzada, es de
164 • La Historia del Alma

suponer que viajaron por vía aérea, aunque su nuevo entorno debía
ser mucho más primitivo que el que dejaron atrás.
Se supone que el mal concebido Caín, engendrado o no por
Adán, como dice la Biblia, nació en la «nueva Edén», y también
Abel. El cuarto capítulo del Génesis hace un recuento de las genera-
ciones de Caín, quien habría sido desterrado a la «región de Nod»,
un poco al este de la Edén caucásica, después de asesinar a Abel.
Pasan siete generaciones, hasta el nacimiento de Tubal Caín, antes
de que el autor del Génesis nos cuente que Adán conoció de nuevo
a su esposa, y el resultado fue un hijo «a su imagen y semejanza»,
llamado Set. En Génesis 5, se nos dice que Adán tenía entonces 130
años de edad, pero debemos suponer que esta afirmación excluye
inadvertidamente los 330 años de su anterior existencia atlante. Si
sumamos las dos cifras, la edad real de Adán para el nacimiento de
Set sería de 460 años. (Toda esta aritmética, como descubriremos
muy pronto, es de gran importancia para correlacionar los datos
de Cayce con la historia bíblica).
Pasan siete generaciones de Adán hasta el nacimiento de Enoc,
952 años después de la proyección original de Adán en la Atlántida
(según los cálculos anteriores más los intervalos generacionales
citados en Génesis 5). Esto sitúa el nacimiento de Enoc 22 años
después de la muerte de Adán, que el Génesis registra a sus 930
años de edad. Eso es muy significativo. Porque, sin tomar en cuenta
los 330 años pasados en la Atlántida, el nacimiento de Enoc habría
tenido lugar en vida de Adán, lo que supone un dilema para no-
sotros. ¿Por qué? Porque se cree que Adán y Enoc fueron una misma
entidad espiritual, en sucesivas encarnaciones. Este punto de vista
lo encontramos expresado no sólo en las Homilías clementinas y
otras escrituras apócrifas, sino también corroborado psíquicamente
por Edgar Cayce.19
Muy bien, pues. Si aceptamos como fecha aproximada de la
aparición de Adán alrededor del año 12000 a.C., o sea la mitad de
la Era de la Virgen, esto significa que la llegada de Enoc unos 952
La manzana de Adán • 165

años más tarde ha debido ocurrir hacia el año 11000 a.C. De Enoc
a Noé hubo otras tres generaciones, pero en esos tiempos de vida
tan prolongada, vemos que en total corresponden a 434 años. Y fue
en el año 600 de Noé, nos informa la Biblia, que ocurrió el Diluvio.
Así que hemos contado otro milenio más, lo que nos trae al año
10000 a.C. (más o menos un siglo, dependiendo de la fecha exacta
de la llegada de Adán).
Mucha atención, que ya vamos llegando al meollo del asunto.
Las lecturas de Edgar Cayce sitúan la construcción de la gran
pirámide de Giza en un período de cien años, 10490 á 10390 a.C.,
antes de la época del Diluvio.20 Y, sorprendentemente, el arquitecto en
jefe fue nada menos que el patriarca Enoc. De Enoc, quien dejó a sus
propios parientes cuando tenía 365 años, dice la tradición apócrifa
que viajó a los cuatro puntos cardinales de la tierra advirtiendo a la
gente de un cataclismo inminente. Este sería el hundimiento final
de la Atlántida, seguido más tarde por el Diluvio. No obstante, a
Enoc se le conoció por otro nombre en Egipto: Thoth-Hermes.21
Según mis cálculos, para entonces el patriarca debía tener unos 500
años, todavía en la flor de la vida podría decirse, comparado con
su hijo Matusalén, que vivió 969 años.
¿Y la fecha del Diluvio? Las lecturas de Cayce no son precisas.
Sin embargo, en este punto la ciencia moderna puede venir en
nuestro auxilio. En la edición de Science de septiembre 22, 1975, el
profesor de geología marina Cesare Emiliani reportó el hallazgo
de conchas marinas prueba de una antigua inundación causada al
parecer por el rápido derretimiento de glaciares de la última Edad
de Hielo que ocasionó la repentina creciente de los mares. Emiliani
estimó un marco de tiempo por los alrededores del año 9600 a.C.,
es decir hace11 600 años. Esta fecha se pudo confirmar con la sedi-
mentación marina del golfo de México que mostró claramente un
episodio de muy baja salinidad y temperaturas excepcionalmente
bajas del agua, factores que sin duda denotan un rápido derretimiento
glacial acompañado por la subida del nivel de los océanos. Otros
166 • La Historia del Alma

dos factores, no mencionados por Emiliani pero que obviamente


contribuyeron al fenómeno de la inundación, habrían sido el si-
multáneo hundimiento de la última isla que quedaba del continente
atlante y el cambio polar hacia el final del Pleistoceno.
En todo caso, los datos de Emiliani no sólo dan credibilidad
a la leyenda de Platón sobre la perdida Atlántida, sino al relato
bíblico de la primitiva arca de Noé, que encalló por último en las
alturas del Monte Ararat, en lo que hoy es parte de Turquía, cerca
de la frontera con Irán. Nos inclinaríamos a pensar que Noé habría
construido su voluminoso y sobrecargado navío en un punto no
muy distante de aquel donde finalmente encalló, unos siete meses
más tarde. En resumen, si podemos suponer que Cayce tenía razón
en cuanto al sitio de la «segunda Edén», podríamos estar hablando
de una región del Cáucaso que bordea el Mar Caspio.
Con base en la fecha de 9600 a.C. de Emiliani, y la fecha aproxi-
mada de 10000 a.C. de este autor para el Diluvio, se notará que la
diferencia es de apenas cuatro siglos (que permite una modesta
discrepancia de unos doscientos años). En términos de milenios,
sin duda resultan asombrosamente cercanas. Es más, la información
de Emiliani por más científicamente obtenida, sin duda está sujeta
a algunos ajustes, lo que dejaría la evidencia psíquica y la científica
en una sincronización casi perfecta.

En contraposición al concepto común entre los fundamenta-


listas judeocristianos de que Noé y sus parientes cercanos fueron
los únicos descendientes de Adán y Eva que escaparon al gran
Diluvio, tenemos una sorprendente lectura que Cayce realizó para
una pequeña de siete años.22
A esta niña se le dijo que ella había sido una de las compañeras
de Tubal Caín. Este último, por supuesto, era descendiente de sép-
tima generación del primogénito de Eva, Caín, quien había sido
desterrado a la «región de Nod». ¿Y dónde estaba situada Nod? Al
este de Edén, dice la Biblia, en términos por demás vagos. No ob-
La manzana de Adán • 167

stante, Cayce parece situar los primeros descendientes de Caín en


la zona del gran río Eufrates, tal vez cerca de su desembocadura en
el Golfo Pérsico, donde en tiempos antiguos se unía con el Tigris,
creando una vasta planicie aluvial conocida por su fertilidad. Pero
la zona también era conocida por algo más: estaba «al otro lado
del Diluvio». De hecho, allí estaba situada la ciudad de Ur, donde
Abraham recibió el llamado del Señor muchos siglos más tarde.
(En tiempos de Abraham habitaban allí los caldeos, reconocidos
adivinos y adoradores de ídolos).
En esa misma lectura para la compañera de Tubal Caín hubo
unas cuantas sorpresas más. Para empezar, se nos ha dicho que Tubal
Caín, nacido de Zila, segunda esposa de Lamec, fue «el primero de
los hijos [del linaje de Caín] que había sido hecho perfecto», lo que
sin duda es una nota redentora si se puede llamar así. Al mismo
tiempo, la poligamia que Lamec introdujo en su rama de la tribu
adánica trajo consigo discordia y tribulaciones. Y aquí, de repente
nos encontramos con una sorpresa enorme: la nueva esposa de Tubal
Caín, consternada y descontenta por ser solo una entre un buen
número de esposas, busca solaz y consuelo en la gran matriarca,
Eva, quien al parecer reside cerca de allí con sus hijas. Se nos ha
dicho que la entidad Eva iba entonces «por la décima generación»,
que era la generación de Noé, y significaría, por supuesto, que ella
había sobrevivido a Adán por varios siglos. ¿Será que al pasar Adán
a la zona intermedia, ella decidió reubicarse más cerca de los hijos
de su primogénito? A pesar del terrible pecado de Caín, sin duda la
«madre de la humanidad» como cualquier madre, en lo profundo
de su corazón lo había perdonado mucho tiempo atrás y en sus
últimos tiempos habría buscado a los hijos de los hijos de él. De
hecho puede haber sido una manera de expiar su propio pecado.
Además, por leve que hubiera sido su influencia sobre Lamec, es
probable que algo hubiera participado en la crianza de Tubal Caín,
lo que llevó a Cayce a denominarlo como «el primero de los hijos
que había sido hecho perfecto» en ese tiempo. Sin embargo, es
168 • La Historia del Alma

poco probable que ella hubiera podido alejarlo de la poligamia que


practicaba su padre Lamec, puesto que aquella llegaría a convertirse
en una forma de vida tradicional en esa parte del mundo. (En esta
coyuntura se debe hacer una aclaración: el Génesis nos presenta
no solo un Lamec, sino dos. El que hemos mencionado aquí, de
la línea de los descendientes de Caín, no debe confundirse con el
Lamec de la más virtuosa prole de Set, cuyo hijo más famoso fue
Noé, no Tubal Caín).
Entretanto, unos años antes de la aparición de Noé, la marcha
evolutiva de la humanidad avanzaba asistida por otra gran matriarca
de la línea adánica, además de Eva.
En 1932, una chica judía de 23 años se enteró por el señor
Cayce que en términos de experiencias terrenales era una verda-
dera «alma antigua», y una que había tomado forma corporal para
un propósito específico después de la muerte de Adán.23 A ella la
habían usado, se le dijo, «más bien como experimento» para la
expresión de las fuerzas espirituales. En suma, ella se convirtió en
el canal escogido, tal vez como compañera de Jared, para el regreso
de Adán al plano terrenal, en la que sería su primera aparición en
carne y hueso como un hijo del hombre nacido de una mujer. En
esa reencarnación preparada especialmente, vino como Enoc y
trajo consigo gran sabiduría para el desempeño de Su papel en el
mundo, superando en mucho Sus logros como Adán.
Esta lectura de vida en particular ha debido representar una ex-
periencia muy especial, por lo menos para Edgar Cayce. Al terminar,
y justo cuando Gertrude Cayce se disponía a hacer la acostumbrada
sugerencia a su marido para que despertara de su autoinducido
trance psíquico, de pronto él habló de sí mismo en tercera persona
y dijo a los allí presentes que miraran con detenimiento y podrían
ver esa entidad espiritual que regresaba y que esta vez había ido
tan lejos en su búsqueda fuera del cuerpo, sostenerse en el aire y
volver a entrar «como la luz del cuerpo». (Una vez que le pregunté
a su secretaria Gladys Davis, si ella había podido ver algo en esa
La manzana de Adán • 169

ocasión, dijo que se vio un punto de luz, muy brevemente).

Sea que los restos auténticos del arca de Noé todavía reposen en
alguna parte del Monte Ararat o no, como han tratado de probarlo
sin éxito diferentes expediciones, hay pocos motivos para dudar de
la leyenda del Diluvio. Perdura en casi todos los idiomas y culturas,
en tanto que los nuevos descubrimientos que sigue haciendo la
ciencia moderna, como ya hemos visto, tienden más a reforzar su
realidad que lo contrario.
El mayor de los hijos de Noé fue Sem, y uno de sus descen-
dientes fue Péleg, cuyo nombre significa «división», en referencia
a los tiempos después del Diluvio cuando la tierra se dividió y la
mayoría de los pueblos que habían sobrevivido quedaron separados
unos de otros o, como dice Cayce en una de sus lecturas «cuando
las aguas se dividieron y cambió la esfera terrestre»,24 relacionando
así el Diluvio con el cambio polar.
No es de extrañar, pues, que en los siglos y milenios que siguie-
ron a tan catastróficos acontecimientos, buena parte del registro
evolutivo de la humanidad hubiera quedado oculto o perdido para
siempre. Esto también aplica a mucha de la evidencia antediluviana,
que fue borrada o sepultada por los cambios de la tierra. Entretanto,
no es difícil imaginar la caótica situación general que seguramente
prevaleció en la época que siguió al Diluvio, dado que las dispersas
poblaciones que sobrevivieron por todo el planeta tan terriblemente
alterado, en muchos casos quedaron en circunstancias tan primitivas
que apenas permitían una precaria existencia.
Por eso cuando arqueólogos, paleontólogos y antropólogos estu-
dian la evidencia disponible, es casi seguro que llegarán a algunas
conclusiones por demás erróneas y contradictorias. Por una parte,
están las maravillas arquitectónicas como las pirámides de Egipto,
mientras por otra, uno mira las primitivas herramientas y armas
de los primeros indígenas americanos y quizás va a concluir que
la suya fue una raza de salvajes en lenta evolución, nunca lo con-
170 • La Historia del Alma

trario. Estos atlantes súbitamente trasplantados, que dejaron atrás


todas las comodidades de una civilización altamente evolucionada,
ahora se vieron forzados a convertirse en cazadores y sembradores,
debiendo atacarse e incluso matarse entre ellos para proteger sus
territorios, muy similar al comportamiento de los animales. Tam-
bién en cuevas por toda Europa, se encuentran desconcertantes
señales del gran sentido artístico y sensibilidad emocional de los
moradores de las cuevas en un pasado desconocido, junto con los
restos más primitivos de los Neanderthal. Y aunque alguna vez se
pensó que la cultura sumeria, que data de 3000 años a.C., fue la
más antigua del mundo, las recientes excavaciones de una ciudad
de 10 000 años al sur de Turquía, en un sitio llamado Cayonu, han
perturbado todos los antiguos supuestos.25 Sus sofisticados restos
arquitectónicos ofrecen un testimonio espectacular en favor del
punto de vista esotérico tanto tiempo sostenido, de que nuestra
civilización tiene raíces mucho más antiguas de lo que la mayoría
de nosotros podríamos imaginar jamás. (¿Y cuán grandiosa sería
Cayonu, nos preguntamos, comparada con las hundidas maravillas
de la infinitamente más antigua y espléndida Atlántida?).

Hace mucho que el darwinismo clásico se volvió obsoleto.


De hecho, un número de los más preciados puntos de vista de
Darwin han sido cuestionados e invalidados por sus sucesores, lo
cual, después de todo, es algo natural del progreso científico. Ni
siquiera su teoría fundamental de la selección natural ha escapado
a la nueva evaluación crítica, y son muchos los científicos dispues-
tos a aceptar que es más especulativa que cierta. Sin embargo, un
punto persistente, en el que todos los evolucionistas parecen estar
de acuerdo, no obstante la continuada falta de pruebas confiables
después de más de un siglo de investigación, es que Darwin estaba
en lo cierto en cuanto a la relación con los simios. La creencia en el
«eslabón perdido» entre el hombre y el mono (o más exactamente
el chimpancé) se ha convertido en artículo de fe, tan firme e in-
quebrantable como la fe del hombre religioso en los orígenes más
elevados y espirituales del hombre.
La primera esperanza de los antropólogos fue el descubrimiento
del hombre de Neanderthal, ya en 1856. Su esqueleto sugería una
encorvada figura, musculosa, de frente protuberante, pero poco
inteligente. Más tarde, cuando aparecieron más osamentas Nean-
derthal —no sólo en Europa, sino en todas partes— se determinó
que la postura «encorvada» del primer hallazgo al parecer se debía
a artritis, puesto que los otros caminaban erguidos. Pero a pesar de
lo prometedora que lucía su frente simiesca, solo hasta hace poco
se descartó Neanderthal como posibilidad. Lo cierto es que su can-
didatura dejó de serlo unos treinta y cinco mil años atrás, cuando
como ya sabemos, su especie desapareció repentinamente de la
tierra sin dejar rastro. Neanderthal desapareció tan misteriosamente
como había llegado, unos cuarenta milenios antes. (¿Una subraza
atlante, resultado tal vez de las mezclas con las «cosas», que acabó
consigo misma o pasó por una regeneración?). Entretanto, dado
que la ciencia ha determinado que el hombre moderno, denomi-
nado Homo sapiens, lleva aquí por lo menos doscientos mil años,
vale la pena anotar la correlación de esa datación general con el
aporte psíquico de Cayce sobre los orígenes de la cultura atlante y
la primera llegada de la tercera raza madre.
Repasemos la lista de candidatos ancestrales excavados por
los antropólogos, desde el engaño de Piltdown en 1912 y, más
tarde, el Hesperopithecus (que resultó ser un cerdo ya extinto), a
los relativamente respetables hallazgos como el del Homo erectus
y el Homo habilis (aunque el status ancestral de estos dos todavía
no se ha determinado), o el fósil homínido de 3,2 millones de años
que llamaron «Lucy», cuyo descubrimiento en 1979 en Etiopía
todavía tiene muchos problemas por resolver, se nos dice, antes
de que su identificación como especie ancestral se pueda confir-
mar positivamente.26 Hemos omitido más que unos cuantos, pero
172 • La Historia del Alma

la lista completa tiende a ser más bien improductiva y no ofrece


evidencia convincente alguna con respecto a nuestros supuestos
orígenes simiescos.
Entretanto, la búsqueda científica de las raíces evolutivas del
hombre ha dado un giro por un camino totalmente diferente al de
los «mercachifles de huesos». Los genetistas, armados de batas de
laboratorio en lugar de picos, esperan encontrar a Adán y Eva, así
como a Chita la chimpancé que crió a Tarzán, siguiendo las indi-
caciones del código del ADN humano. Vamos a desearles suerte.
Al menos en un sentido, ellos van por donde es: en lugar de pasar
por el tamiz la evidencia externa, han empezado a buscarla en el
interior.
Sin embargo, es la mente, no la materia la que contiene las pis-
tas acerca de nuestros orígenes. La mente, dijo Cayce, es siempre
el constructor; el cuerpo es solamente el resultado. ¿Y el origen de
la mente? El Creador.
La época del sol en Egipto • 173

11
LA ÉPOCA DEL SOL EN EGIPTO

La historia se repite. Se mueve en ciclos. A su vez, esos ciclos están


relacionados con el viaje cíclico a través de tiempo y espacio, de
las estrellas, el sol y nuestra propia tierra, que inexorablemente nos
lleva adelante en nuestra evolución. Porque de hecho, cada entidad,
cada alma, al volver una y otra vez a este plano de actividad, está
en el proceso de evolucionar hacia la Primera Causa. Sin embargo
cada una, con paciencia, debe repetir sus lecciones hasta aprenderlas
bien; y tomar nota de la naturaleza repetitiva de las cosas mientras
avanza lentamente, aunque a veces parezca dar esos pasos hacia
atrás, de una etapa a otra, de una edad a otra...
Acá nos asisten huestes angélicas. Y de vez en cuando, aparecen
mensajeros de Dios entre nosotros. Llegan en tiempos propicios
de la historia de la tierra, en respuesta a un llamado superior,
para cumplir ese papel adecuado a nuestro desarrollo y necesidad
particulares en ese momento. Nacidas en carne y hueso, con las
mismas cargas y debilidades mortales que el resto de nosotros, lo
único que diferencia a estas almas compañeras es su conciencia de
una misión espiritual. Su propósito es señalar siempre el camino
que nos lleve de vuelta al centro de nuestro ser, más allá de la red
de tiempo y espacio o de la oscura pesadilla de la separación de
nuestro Creador, cuya chispa divina permanece latente en nuestro
interior, un dios potencial en gestación.
El que nos ocupa ahora es uno de estos mensajeros escogidos,
porque suyo es el papel protagónico en la historia que se nos va a
174 • La Historia del Alma

revelar.

Cuando apenas empezaba la edad adánica, llegó al antiguo


Egipto una figura insólita. Alto y de apariencia sacerdotal, con
amables pero penetrantes ojos zarcos, de frente noble y boca
vagamente sensual, su rubia melena alborotada enmarcaba una
cara lampiña cuyo patricio perfil exquisitamente tallado y pálido
parecía esculpido en alabastro. Aunque su juventud era obvia, la
vestimenta y capucha de un gris azuloso le daban un aire de in-
discutible autoridad espiritual, complementado por el irresistible
magnetismo de su discurso. Mostrando un respeto reverencial, todos
se maravillaban de su peculiar apariencia y carismática actitud.
Pero el aspecto físico del recién llegado que más impresionó a los
reverentes egipcios fue la inmaculada blancura de su piel: nunca
antes habían visto a nadie igual.
Tampoco es de extrañar. Porque este era el legendario Ra, aunque
se nos ha dicho que su nombre original era Ra Ta. Se dice que sim-
bólicamente el nombre representaba la unión de los jeroglíficos de
«sol» y «tierra», y en las supersticiosas mentes de los adoradores
del sol que poblaban el Egipto de los primeros tiempos, significaba
«sol [traído a la] tierra». Nuestra fuente psíquica, sin embargo, en
una interpretación más literal del asunto, nos dice que el nombre
en realidad significaba «el primer blanco puro» sobre la tierra.1 En
suma, el sacerdotal Ra Ta marcó la aparición de la raza blanca en
desarrollo, en su forma final, purificada, entre los cinco grupos ra-
ciales iniciados por Amilius en tiempos de Adán, un poco antes.
Guía espiritual de su propio grupo tribal adoptado, que había
viajado al Egipto prehistórico desde las lejanas faldas del Monte
Ararat, en lo que ahora es Turquía, Ra Ta había venido en respuesta
a un llamado psíquico. Antes había estado aquí como el antiguo
gobernante Asapha, así que en cierto sentido podría decirse que
ahora volvía a los suyos. Aunque los primeros y débiles inicios del
La época del sol en Egipto • 175

hombre como tal se habían dado en la antigüedad, muchos mile-


nios antes del ideal adánico que ahora se encontraba en proceso
de establecerse como la cuarta raza madre.
Se nos dice que entre una y otra aparición terrenal, cada entidad
espiritual emprende una especie de proceso educativo en estadías
planetarias dentro del actual sistema solar. Estas «temporadas» son
semejantes a esferas de conciencia en las que el alma puede repasar
y asimilar su reciente experiencia adquirida en la tierra, y luego
prepararse para proseguir su desarrollo espiritual en el siguiente
recorrido terrenal. En este sentido, la nueva llegada de Asapha en
carne y hueso como Ra Ta había sido «desde las fuerzas del infinito,
o desde el sol»,12 algo tan inusual como para sugerir un ser terrenal
en visible sintonía con la propia Energía Creadora, contribuyendo
así a la leyenda del dios Sol que más adelante rodearía su nombre.
Además, la llegada de Ra Ta a Egipto había ocurrido durante la Era
de Leo, cuyo regente astrológico es el sol. Puesto que como es sabido
el regente de cualquier signo zodiacal ejerce su influencia en todo
su reino, era otra razón más para que un pueblo que rendía culto al
sol atribuyera un significado simbólico a la esplendorosa aparición
entre ellos de un extranjero rubio y de piel blanca, cuyo atuendo
sacerdotal los había convencido de sus orígenes divinos.
La verdad es que los orígenes de Ra Ta eran lo suficientemente
«inusitados» como para diferenciarlo también en otros sentidos.
Una lectura de Cayce sobre esa época de formación en la historia
de la humanidad nos dice que en su nacimiento influyeron fuerzas
celestiales, a las que se refiere en forma algo enigmática como «los
dioses de los montes Cáucasos y Cárpatos», y que él era «el hijo de
una hija de Zu no engendrada por un hombre».3
¿Una concepción inmaculada? Eso parecería, por la terminología
dada. Y nuestro primer impulso sería rechazar tal concepto por
mítico o por sacrílego, o por ambas cosas. Sin embargo, visto a la
luz de la lógica, es posible que esas concepciones guiadas espiritual-
mente estuvieran ocurriendo en esos tiempos en cada una de las
176 • La Historia del Alma

cinco ramas de la nueva raza madre. La concepción y nacimiento


de Enoc en un misterioso tipo de «experimentación», como se
menciona en el capítulo anterior, podría haber sido de naturaleza
parecida, lo que nos podría dar una idea de lo que estaba ocurriendo.
Porque en esa crucial etapa de su desarrollo, es posible que para la
supervivencia de la nueva raza fuera esencial la introducción de un
tipo de intervención superior que garantizara la pureza genética
de un cierto número de prototipos escogidos. Estos, como Ra y
Enoc, estaban destinados a desempeñar importantes funciones en
la puesta en marcha del plan divino para la consumadora salvación
y retorno de las almas atrapadas en el ciclo terrenal.
Además, se nos dice que el individuo de ese período de la
historia de la humanidad no estaba tan unido a la materia, por en-
contrarse aún en el área de influencia de sus orígenes espirituales.4
Es una distinción importante porque pone en correcta perspectiva
los casi milagrosos logros de Ra Ta y sus colegas en el sacerdocio
más adelante, con su trabajo en el Templo del Sacrificio y el Templo
Precioso, establecidos para conseguir la regeneración física, mental
y espiritual de los miles de egipcios aún atrapados como «cosas»
en un peldaño inferior de la escala evolutiva.
La historia personal de Ra Ta se puede narrar brevemente.
En otra parte hay un relato de la misma en detalle;5 pero aquí nos
interesa más que nada su papel en la evolución.
Rechazado en su niñez por sus propios parientes debido a
disputas entre los ancianos por su extraña apariencia y discutidos
orígenes, Ra Ta se las arregló para llegar a la tribu de Ararat, en la
falda de la gran montaña que más tarde llevaría el nombre de ese
líder, como hasta hoy. Allí fue objeto de un cálido recibimiento por
parte del sabio rey-pastor, y creció en compañía del hijo del rey,
Arart. Dado a sueños y visiones, un día Ra Ta recibió un mandato
del Espíritu para que se marchara al país ahora conocido como
Egipto, que quedaba muy lejos al sur, donde los dioses le dirían
qué hacer. Se marchó sin dudarlo. De la gente de Ararat se unieron
La época del sol en Egipto • 177

a él unos novecientos fuertes pioneros liderados por el hijo del


rey, Arart, quien se convertiría en el primero de los legendarios
«reyes-pastores del norte» de Egipto mientras Ra Ta asumiría las
funciones de sumo sacerdote de las fuerzas de Arart y los egipcios
pacíficamente conquistados.
Al principio todo marchó bien. Durante algunas décadas,
reinó la armonía entre invasores y población nativa, mientras Ra
Ta establecía el Templo del Sacrificio y el Templo Precioso para
llevar a cabo su revelada labor de limpiar y preparar mental y físi-
camente a los seres inferiores de la población local, para su plena
participación en la nueva raza madre. Pero algunas de las medidas
restrictivas instituidas por ambos, Ra Ta y Arart, al fin provocaron
malestar en una parte de la población, sobre todo entre la antigua
clase gobernante y el creciente número de inmigrantes atlantes,
entre ellos un puñado de agitadores hijos de Belial a los que el rey
había permitido immigrar.6 Los atlantes, salvados de un vaticinado
cataclismo universal que devastaría por completo las islas que
quedaban de su otrora poderoso continente, buscaban como siem-
pre imponer su voluntad a quienes los rodeaban. Sin embargo, su
limitado número imposibilitaba cualquier toma de poder, en tanto
que los miembros de su clase sacerdotal que trabajaban en estrecha
colaboración con Ra Ta, de hecho habían aportado mucho a las
actividades del templo a través de su óptimo conocimiento técnico
y capacitación espiritual.
No obstante, en una sagaz jugada para acabar con la creciente
fricción en todo el país, Arart dimitió y permitió que le sucediera
Araaraart, su hijo de 16 años nacido en Egipto. También nombró
para el cargo de primer consejero de su hijo a un joven escriba de
gran aceptación local, lo que aplacó a los disidentes por un tiem-
po. Y así, las cosas fueron dando tumbos hasta que el joven rey
cumplió treinta años, cuando elementos subversivos montaron un
complot para derrocar tanto al rey como al sumo sacerdote. En su
excesivo empeño por adelantar y expandir el desarrollo de la raza
178 • La Historia del Alma

blanca que él mismo personificaba, Ra Ta fue fácil presa de los


conspiradores. Persuadieron a la bailarina favorita del rey, Isris (o
Isis) de convencer al sacerdote de que ella era la compañera ideal
para engendrar con él la prole perfecta. Cuando Ra Ta accedió a la
sugerencia de Isis, no solo violó sus propias reglas con respecto a
las relaciones monógamas (para entonces él ya tenía una esposa y
varios hijos), sino que sin proponérselo provocó la ira del joven rey.
El funesto e inesperado resultado, para regocijo de los conspiradores,
fue el destierro del sacerdote, junto con Isis y un séquito de fieles
seguidores, a una de las más altas montañas nubias. Entretanto, el
rey retuvo como rehén a la niña nacida de Isis, que moriría víctima
de la desolación en su sexto año de vida.
Entonces los conspiradores intentaron derrocar al aislado rey,
pero sus astutas maquinaciones fracasaron. El tozudo gobernante,
consciente de su insensatez al aislarse del sacerdote y sus muchos
seguidores, sin embargo mantuvo a Ra Ta en el destierro durante
nueve turbulentos años antes de que sus sabios consejeros final-
mente lograran persuadirlo de que traerlo de regreso sería la única
forma de restablecer la paz, el orden y la prosperidad en un país
tan dividido.
No obstante, el exilio de Ra Ta no había sido del todo impro-
ductivo: en ese monte se le había unido ese gran Maestro al que
Cayce se refirió como Hermes7, conocido por los egipcios como
Thoth, o Thoth-Hermes, y que mucho más tarde sería identificado
por los griegos como Hermes Trimegisto, o «tres veces grande».
Sin embargo, como se reveló previamente y si damos por cierta
la antigua analogía legendaria, el sabio extranjero era en realidad
el patriarca Enoc, una reencarnación de Adán. Y había venido a
advertir a Ra Ta de la necesidad de preservar los registros de las
cosas pasadas y de las que estaban por venir, como testimonio para
una futura nueva era.
Entretanto, durante los largos años de exilio entre los nubios,
Ra Ta y sus seguidores se mantuvieron muy atareados, asistidos
La época del sol en Egipto • 179

por aquel gran Iniciado o Maestro, que un día apareciera tan mis-
teriosamente entre ellos. Había mucho por hacer. Con la ayuda de
los serviciales nubios, Ra Ta adelantaba lo que se podría llamar
una investigación arqueológica bajo orientación psíquica; además,
realizando excavaciones profundas en las colinas circundantes
empezó los primeros estudios de latitud y longitud, y se dedicó al
estudio astronómico de planetas y constelaciones, observando y
trazando su movimiento en los cielos. En cuanto a Hermes, siempre
se mantuvo en íntima comunión con las Fuerzas Creadoras. Porque
estaba formulando su plan maestro para la construcción del que se
conocería como el famoso «complejo de Giza» en un Egipto más
tardío (cuando su principal edificio sería confundido con una tumba
para el faraón Keops). Se edificaría para la esperada repatriación
de Ra Ta, con una elaborada construcción que tomaría todo un
siglo, el colosal trazado empezaría con una oculta Pirámide de los
Registros que debía quedar sepultada bajo la arena, donde aguar-
daría ser descubierta en la alborada de la próxima raza madre, por
iniciados designados para ello. A un lado quedaría el más visible
de todos los monumentos y maravillas terrenales, la propia Gran
Pirámide, dominando la planicie de Giza. Este imponente monolito
de dimensiones internas y externas increíblemente precisas, con sus
misteriosos pasadizos y cámaras, incluido el enigmático sarcófago
vacío para simbolizar la victoria sobre la muerte, debía ser ante
todo un templo de iniciación. Pero al mismo tiempo, Hermes había
planeado que fuera el prácticamente indestructible registro en
piedra (que solo los iniciados podrían interpretar) de eventos por
venir que precederían a su propia Segunda Venida como resucitado
Salvador de la humanidad, muchos milenios después. Por último,
por consejo de Ra Ta, se incluiría en el plan un monumento que en
realidad se había empezado antes de su exilio. Conmemoraría la
regeneración de las «cosas» mediante los procedimientos llevados
a cabo en el Templo del Sacrificio y el Templo Precioso; conocido
hoy como la Esfinge —figura mitad humana y mitad animal— aga-
180 • La Historia del Alma

zapada en la arena como una bestia, pero con la mirada fija como
los dioses hacia el Infinito: la paradoja por antonomasia. (Para sus
inspirados constructores y sucesivas generaciones de egipcios en
tiempos por venir, la enorme estatua simbólica debe haber consti-
tuido una poderosa declaración evolutiva; pero a los ojos perplejos
de edades futuras, estaba destinada a convertirse en ¿qué? ¡En el
supremo enigma!).

La sintonía de Ra Ta con las fuerzas solares que rigen nuestra


vida en el reino material, indicaba sin duda una muy cercana afini-
dad vibratoria con el Hijo divino, que se identifica también con el
fuego y la luz celestiales, y cuyo símbolo visible en la tierra es el
sol. (Una de las lecturas de Cayce, en una referencia metafórica a
«tu propio pequeño sistema solar» interno, que toma su modelo
del externo, alude a las diversas esferas de conciencia representadas
por el sol y los planetas, y pregunta: «¿Tienes tú, amor, el círculo,
el Hijo [Sol]?»8 —N.T.: Juego de palabras que en inglés se pronuncian de
forma similar: hijo-son, sol-sun). No debe sorprendernos entonces,
encontrar que el propio Hijo, en su caracterización como Hermes,
en últimas unió fuerzas con el desterrado sumo sacerdote y al apare-
cer trabajó en estrecha colaboración con él durante el período de
100 años en el que la Gran Pirámide y las estructuras relacionadas
con la misma se estaban construyendo, de 10490 a 10390 a.C. De
hecho, en antiguos relatos legendarios así como en las lecturas de
Cayce sobre la época egipcia, se identifica a Hermes específicamente
como maestro arquitecto de la pirámide.9
A continuación se presentan unas cuantas notas académicas.
Son relativamente breves, así que vamos a darles un vistazo, porque
a esta altura de nuestra historia resultan bastante instructivas. Y
además, suponen un importante refuerzo al punto de vista psíquico
presentado aquí, no solo de Hermes sino también de Ra.
El eminente egiptólogo Ernest A. Wallis Budge, en The Gods
La época del sol en Egipto • 181

of the Egyptians [Los dioses de los egipcios], nos cuenta que Ra era el
símbolo visible de Dios. Personificación de la Luz hecha hombre,
habitaba por igual en cielo y tierra. De todos los dioses conocidos
por los antiguos egipcios, sólo uno era más grande que Ra: Thoth,
o Thoth-Hermes, quien personificaba al Verbo. Thoth, llamado
«señor de las palabras divinas», y «tres veces grande», era el escriba
de los dioses y se le consideraba «corazón y lengua de Ra». Identi-
ficado como «vicario en la tierra» de Ra, a veces se le representaba
simbólicamente con la cabeza coronada de un ibis blanco y negro
(emblema de la unión de los opuestos).
Además, los anónimos autores de The Kybalion [El Kybalion]
afirman que este mismo escriba de los dioses también era llamado
«Maestro de maestros» y que estudiosos de todo el mundo antiguo
llegaban a Egipto para recibir las enseñanzas herméticas de sus pro-
pios labios. Esa legendaria información tiene un curioso corolario
en las lecturas de Cayce, las cuales nos enseñan que después del
regreso de Ra con Hermes desde el monte de su exilio, Egipto se
convirtió en un gran centro de aprendizaje espiritual, en el que se
reunían estudiosos de todas las razas humanas en desarrollo, que
más tarde enviaban emisarios para compartir con otros su recién
adquirido conocimiento de las leyes universales.
En una reafirmación de la identificación terrenal de Hermes
con Enoc, así como con el Verbo original, o Logos, vamos a varias
fuentes. En primer lugar, Manly P. Hall: «Algunos investigadores
creen que es Hermes el que los judíos conocían como “Enoc”. De
todas las criaturas Hermes era la más cercana a Dios».10 Luego,
citando una enseñanza de los Naasenos, una temprana secta gnós-
tica, C. G. Jung dice: «Porque ellos dicen que Hermes es el Logos,
el intérprete y creador de lo que ha sido, es y será».11 En forma
similar, Jean Doresse cita esta línea de un tratado gnóstico de los
manuscritos de la biblioteca de Chenoboskion [ahora denominada:
Naj Hammadi], atribuida a Hermes: «Te he dicho, hijo mío, que Yo
soy el Nous [el Verbo]».12
182 • La Historia del Alma

En el apócrifo Book of Enoch [Libro de Enoc] no sólo se cuentan


los viajes del patriarca a los cuatro puntos cardinales de la tierra y
a los cielos, sino que a Enoc se le atribuyen todo tipo de anuncios
y profecías que el ángel Uriel supuestamente le reveló. Esto incluía
el conocimiento previo del Diluvio, un acontecimiento al parecer
atribuido a un cambio polar, porque nuestra fuente dice que «la
tierra se inclinó».13 La historia, como ya los hemos observado, se
repite a sí misma...
También hemos dicho, al principio de este capítulo de nuestro
viaje, que las huestes angélicas nos asisten acá. (Es de suponer que
la afirmación bíblica, «Él ordenará que sus ángeles te cuiden»,
se pueda tomar bastante literalmente. De hecho, nuestra fuente
psíquica nos dice que es cierto que hay un guía o guarda para todas
y cada una de las almas en la tierra).14 Lo que nos trae de nuevo a
ese ángel llamado Uriel, que asistió e instruyó a Enoc en sus viajes
terrenales. En nuestra época moderna, nos inclinamos a mofarnos
de estos conceptos. Los llamamos supersticiones, con ese guiño
conocedor del sabelotodo. Sin embargo, el educado escepticismo
de nuestra época frente a fuerzas no visibles entre nosotros puede
ser no tanto un signo de nuestro avance intelectual, como un sín-
toma de nuestra conciencia espiritual debilitada por la meteórica
arremetida del materialismo, tendencia que hay que revertir, claro;
pero que probablemente requiera otro gran cataclismo, como el que
Cayce previó que ocurriría finalizado el siglo [20], como necesario
preludio de una nueva era y una nueva raza madre... y un nuevo
despertar.
En la tradición no canónica, Uriel es identificado como arcángel
de la salvación y mensajero enviado por Dios a Noé para advertirle
del inminente diluvio universal.15 Muy apropiadamente, pues, esa
misma fuerza angélica podía estar cuidando de Enoc, y al mismo
tiempo se dice que fue su homólogo, el oscuro ángel Ariel, quien
ocasionó que la misma entidad flaqueara en su anterior encarnación
como Adán. «¿Dónde está Ariel», preguntó una vez retóricamente
La época del sol en Egipto • 183

Cayce, «y quién fue él?». Y procedió a responder su propia pregunta:


«Fue compañero de Lucifer o Satanás, y quien contribuyó a la disputa
de las influencias en la experiencia de Adán en el jardín».16
Como podemos ver, hay voces angélicas a las que se debe
prestar atención y otras que se deben rechazar. Pero la seducción
que ejercen las últimas, siempre unidas a alguna forma sutil de au-
toengrandecimiento (así como Ra Ta escuchó a Isis, y Adán a Eva),
solo pueden controlar cuando se permite que sea el ser inferior, o
la voluntad humana, quien las escuche…

El Templo del Sacrificio y el Templo Precioso: ¿cómo definir


y diferenciar estos dos templos de servicio en el antiguo Egipto en
tiempos de Ra? Porque entre ambos personificaban la mayor parte,
ahora olvidada, de la misión terrenal del sacerdote, y junto con
la Gran Pirámide y otros perdurables monumentos más visibles,
marcaron la hora más gloriosa de Egipto en la historia, su eterno
día en la Luz.
En cuanto al Templo del Sacrificio, hasta cierto punto su equiva-
lente moderno podría ser cualquier hospital que cuente específica-
mente con el personal médico y los equipos más actualizados para
diagnóstico y tratamiento de los trastornos de salud. Pero habría
enormes diferencias, algunas de naturaleza genética y otras en
parte tecnológicas y psicológicas, que sitúan los servicios médicos
del Templo del Sacrificio muy lejos del alcance de nuestro actual
entendimiento. El éxito de la evolución de la nueva raza madre en
desarrollo requería la eliminación de todos los restantes impedimen-
tos para la total regeneración de esos infortunados seres que todavía
estaban en las más bajas etapas evolutivas. Por lo tanto, el primer
paso o etapa, era de sacrificio, en el sentido de eliminación de los
estorbos físicos. Las características o apéndices que los asemejaban
a animales eran demasiado variados y grotescos para enumerarlos
en detalle, y en muchos casos requerían cirugías de alta comple-
184 • La Historia del Alma

jidad y formas de electroterapia que aún hoy desconocemos. Los


principales colaboradores en estos campos, en particular después
de la reanudación de las actividades sanadoras en la fase posterior
al exilio del sacerdote, fueron equipos de experimentados cirujanos
y técnicos atlantes de los hijos de la Ley del Uno. Porque para esos
tiempos los atlantes estaban llegando a Egipto en números cada vez
mayores, toda vez que los sordos rugidos bajo su afligida tierra natal
ya presagiaban la inevitable cercanía del cataclismo final.
En cuanto al Templo Precioso, tal como su nombre lo impli-
caba, desarrollaba una serie de actividades muy diferentes a las del
Templo del Sacrificio.
Sobre la entrada se leían estas palabras: PARCO SO SUNO
CUM. Que significan: «Señor, muéstranos Tú el camino».17 Una
vez que el novicio (o novicia) traspasaba esas puertas sagradas, se
comprometía física, mental y espiritualmente con un escrupuloso
proceso de purificación interna y externa, cuando se sometía a cada
una de las diversas etapas de la iniciación. Una vez terminadas, se
dedicaba al servicio conforme a las enseñanzas recibidas, basadas
en la Ley del Uno.
De forma piramidal por fuera, el colorido interior del templo,
decorado con linos, sedas, piedras y metales preciosos de todas las
naciones conocidas, tenía la forma de un globo, que para visitantes
e iniciados simbolizaba el servicio al mundo. Su estructura era
algo abierta, no sólo por el efecto visual, sino para permitir que se
entrecruzaran pasadizos de subida y de bajada por toda su parte
media, llevando de una a otra estación —o escenario— de un total
de siete estaciones que representaban las siete etapas del desarrollo
del hombre, cada una con su sello y símbolo propios. El señor Cayce
las dio a conocer como sigue, sin más explicaciones: el mundo, es-
carabajo; el nacimiento, gallo joven; la mente, serpiente; la sabiduría,
halcón; la cruz; la corona; la puerta o entrada, el camino.18
En cuanto al primero de ellos, podemos suponer que el «es-
carabajo» era el muy conocido símbolo egipcio de la naturaleza
divina, que entra por lo bajo, de donde emerge después. Sabemos
que Epifanio dijo que Cristo era «el escarabajo de Dios». Y aquí no
podemos evitar preguntarnos si fue quizás el propio gran Iniciado,
como Hermes, el que presentó ese símbolo a los egipcios, a través
de Ra, quien en lo sucesivo lo incorporó como etapa introductoria
del proceso de iniciación.
Colores, auras, música, danza, vibraciones, todos tenían su
importancia en los servicios del templo, junto con cantos, plegarias
y meditación. Resulta obvio que era una experiencia para despertar
la conciencia, con el innato potencial de liberar de ataduras y gri-
lletes materiales a cualquier ser que estuviera atrapado.
La purificada cuarta raza madre ya había recorrido buena parte
de su camino.

Además del escarabajo, hay otro antiguo símbolo de conno-


tación esotérica que nos llega de los tiempos de Hermes. El ankh
egipcio. Originalmente un círculo celestial sobre una cruz tau, debía
representar la unión suspendida temporalmente de Dios y su Hijo
crucificado, o el Verbo, entonces conocido como Hermes, destinado
a morar en la tierra hasta su nueva ascensión. Sin embargo, con el
paso del tiempo, el ankh egipcio degeneró en un símbolo sexual,
al representar la fuerza de la vida en la tierra. Se trata de una per-
versión de sus orígenes espirituales y elevado significado, los cuales
deben reaparecer a medida que despierte la conciencia de la Nueva
Era. Porque el ankh, entendido como debe ser, representa la actual
condición humana y el necesario proceso de purificación que afron-
tan todas y cada una de las almas que se han apartado de su Creador.
Pero si la cruz es un símbolo de sufrimiento en la tierra, también
es un signo de júbilo, porque señala el camino a la experiencia de
la resurrección y la reunión del alma con su Fuente.
186 • La Historia del Alma
La Ciudad de Oro • 187

12
LA CIUDAD DE ORO

En verdad se podría decir que la Ciudad de Oro, como la fabulosa


ave fénix, surge de las cenizas de una Lemuria agonizante. Porque
sin la desaparición de Lemuria, no habría podido tener principio.
Cuando a consecuencia de fuegos internos el antiguo conti-
nente entró en erupción para finalmente hundirse en el Pacífico
en medio de esa furia volcánica que sus aterrorizados habitantes
debieron entender como castigo divino a sus costumbres impías,
unos lograron escapar en dirección al este y otros hacia el oeste.
Hacia el este estaba la primitiva América cubierta de hielo en
la mayor parte de su hemisferio norte. Algunos escogieron la árida
región de la altiplanicie situada al suroeste del mismo, mientras
otros eligieron partes del hemisferio sur y el cinturón central que
los conecta. Entretanto, aún despoblado en gran parte, al oeste de
la perdida Lemuria estaba el vasto continente de Asia. Hacia allá
se dirigieron las dispersas tribus lemurianas que se convertirían en
los pueblos unidos de la extensa región de Gobi, también conocida
por algunos como la región de Mu. Muchos se fueron al sur y se
establecieron en lo que hoy son Indochina y Tailandia, mientras
otros subieron y atravesaron la China hasta la entonces fértil región
que hoy conocemos como el desierto de Gobi y Mongolia. Aunque
separados por grandes distancias, todos ellos seguirían siendo un
solo pueblo durante muchas generaciones.
Sus líderes, sin embargo, se establecieron en un lugar llamado
la Ciudad de Oro, erigida en las fértiles planicies de Gobi. Porque
188 • La Historia del Alma

fue aquí que el gran líder Mu hizo su aparición en carne y hueso,


en los tiempos en que las cinco proyecciones adánicas estaban
empezando su experiencia como hijos de los hombres.
Se nos ha dicho que esas tribus reubicadas, que se extendieron
desde Indochina hasta Mongolia, eran clanes separados de «cosas»
en evolución ahora reunidas por un propósito común. Descritas
como «entidades o almas separadas que estaban liberándose» de
las asociaciones animales, eran proyecciones «provenientes de las
influencias denominadas lémures o lemurianas» que ahora deci-
dieron establecerse como sociedad libre y sin clases bajo Mu, su
sabio gobernante y legislador, a quien también veneraban como
profeta.1
En el curso de su evolución, aunque en un principio tendieron
a diferir bastante en cuanto a estatura y apariencia, las tribus unidas
bajo Mu y sus primeros sucesores fueron asumiendo gradualmente
las características físicas algo uniformes que han llegado a ser
comúnmente asociadas con la raza amarilla. Estas incluían, además
de la pigmentación distintiva, una cierta redondez del rostro, nariz
pequeña, achatada, cabellos negros, y una estatura relativamente
baja, comparada con la de las otras razas. Esas facciones típicas, de
hecho, las menciona el durmiente Cayce al describir un indochino
descendiente de los inmigrantes originales, en el año 9026 a.C.;2 en
tanto que Muzuen, hijo y sucesor de Mu, que vivió en el milenio
anterior en tiempos de Ra y Hermes, es descrito ¡con casi seis pies
[1,80 m] de estatura, ojos azules, cabello dorado oscuro y seis dedos
en cada mano!3 Esta última característica hereditaria originalmente
pudo haber sido común entre algunos de los lemurianos y más
tarde se modificó genéticamente para conformar el modelo adánico
de cinco dedos. (La eugenesia, se nos ha dicho, fue de uso común
entre los pueblos de la región de Gobi a lo largo del período de
formación de la nueva raza).
En los primeros tiempos del prolongado reinado de Mu, la región
de Gobi era boscosa e inexplorada. Debemos situar la llegada de Mu
La Ciudad de Oro • 189

a esa región en la misma época que la de Adán a Edén, a juzgar por


la simultaneidad que Cayce asignó a las cinco proyecciones iniciales
del prototipo de carne y hueso ideal, una de las cuales parece haber
sido Mu. Pero si los días de Adán se redujeron por su premeditada
desobediencia, podemos suponer que el caso de Mu no fue igual.
Seguramente Mu se mantuvo un poco más cercano a Dios. De to-
dos modos, sus días en la tierra parecen haberse prolongado varios
cientos de años después del total de 930 años de Adán.
La base de esta conclusión está en la supuesta fecha del reinado
de Muzuen, que empezó en su decimosexto verano, se nos ha
dicho, en vísperas de la era de Ra Ta en Egipto. Más adelante, en
los últimos tiempos de esa época, fue su destino participar como
uno de los dignatarios y eruditos que con Saneid de la India, Yak
de los Cárpatos, Ayax de la perdida Atlántida y muchos otros de
las diferentes naciones de los hijos de los hombres se reunieron en
la ciudad de Bethel en Egipto, para intercambiar conocimientos y
escuchar las elevadas enseñanzas directamente de labios de ese gran
Maestro de maestros, Hermes, junto con el sumo sacerdote Ra.
Siendo uno de los cinco prototipos de los tiempos de Adán, Mu
ya debía haber vivido bastante más de un milenio cuando nació
Muzuen, hacia el final de su largo reinado. Para fortuna nuestra, en
una encarnación de los tiempos modernos, este antiguo «príncipe
de la región de Gobi» consiguió llegar a Edgar Cayce y obtener un
número de lecturas de vida que tenían que ver con su antigua vida
como Muzuen. Porque a través de esas lecturas4 ahora podemos
reconstruir un cuadro bastante preciso y detallado de lo que ha
debido ser la vida en esa temprana época evolutiva para una de las
cinco ramas del hombre adánico entonces en desarrollo. Todo eso
sumado a lo que ya conocemos de la misma era, como existió en
Egipto y la Atlántida, nos permite realizar una útil comparación de
culturas que evolucionaron por separado y agrega muchas cosas
nuevas a los tempranos orígenes del Homo sapiens o sea nosotros
mismos, algún tiempo atrás.
190 • La Historia del Alma

Uno de los secretos del floreciente reinado de Mu sobre una


población tan dispersa desde sus inicios, fue el principio de armo-
nizar las necesidades del hombre con las leyes de la naturaleza,
que enseñó a toda su gente. De hecho, consideró al hombre como
administrador de la tierra que lo rodeaba y responsable de mantener
su productividad a través de un uso y conservación inteligentes. En
consecuencia, el pueblo siempre respetó sus recursos, sin agotarlos
jamás por descuido o codicia y sin exponerse a padecer hambrunas
por desperdiciarlos. Si se talaba un árbol para obtener madera, muy
cerca se sembraba una semilla de su misma especie, se cazaba para
curtir el cuero o las pieles para las prendas de vestir invernales, pero
nunca al extremo de llevar especies a su extinción y jamás en exceso
de las propias necesidades reales, y así era con todo.
Esto explicaría por qué en la región de Gobi los adornos para
el cuerpo elaborados con piedras o metales preciosos nunca fueron
tan generalizados como en las demás naciones. Pero al mismo tiem-
po, cualquier visitante de la afamada «Ciudad de Oro» durante el
reinado de Muzuen, maravillado por el esplendor del Templo de
Oro, su obra maestra arquitectónica, quedaría atónito ante esa
ostentosa excepción de la regla general. Sin duda la explicación
está en el hecho de que esta dorada estructura tenía el propósito
de honrar y glorificar al Creador y no al hombre. Aún así, obser-
vando los principios conservadores que le había inculcado su sabio
progenitor, Muzuen había ordenado enchapar las paredes y paneles
interiores con pulidas maderas multicolores, para evitar el exceso
de oro. (Cayce indicó, por cierto, que este magnífico modelo de
arquitectura oriental prehistórica, sepultado hace mucho tiempo
por un terremoto o algún otro desastre natural de una era pasada,
sigue intacto y cualquier día será descubierto, ¡incluso con ascen-
sores eléctricos!).
Muzuen adoptó como moneda del reino el oro, que tantos
arroyuelos de alta montaña que regaban las planicies de Gobi de-
bían contener en relativa abundancia, facilitando así su hallazgo.
Al principio las monedas se acuñaron en una forma suave, casi
cuadrada, con hueco en el centro para que se pudieran ensartar y
colgar del cuello o llevar alrededor de la cintura; pero más tarde,
cuando Muzuen supo que eran casi idénticas a sus homólogas at-
lantes, su diseño se modificó ligeramente y se les agregó un reborde
como distintivo. El pago por un día de trabajo, independientemente
de la naturaleza de la tarea, edad o sexo del trabajador, era igual
para todos: una sola moneda de oro. De esta manera, el precio de
cualquier producto tendía a mantenerse al alcance de todos.
La monogamia era la norma del país. Otra norma de estricto
cumplimiento, era: «El que no trabaja, no come». Por supuesto, había
excepciones, como los muy niños y los muy ancianos o enfermos.
Con respecto a estos últimos, sin embargo, la eutanasia era una
práctica común, pero de forma muy humanitaria e indolora, y sólo
después de tener la certeza de que no había cura posible y tampoco
podrían volver a ser miembros útiles de la comunidad.
En cuanto a la filosofía espiritual, se apoyaba en una temprana
versión de la Regla Dorada: «Trata a tu prójimo como desees que te
trate a ti». En los servicios del templo, no había sacerdotes, como
en otros países. Se realizaban a modo de foro abierto, muy similar
a la forma de los servicios cuáqueros de nuestros tiempos, en los
que cualquier miembro puede expresarse movido por su espíritu
meditativo.
La igualdad entre los sexos era otro aspecto admirable de la
vida en la región de Gobi. No había impuestos: todos trabajaban,
y en verdad era un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo. Tenían una bodega común, así como un banco común. En
resumen, era una forma muy utópica de comunismo.
Pero como todas las utopías, sólo podía sobrevivir en aislamiento.
En lo que respecta a defensa, Muzuen era «un pacifista preparado».
Un sistema de tambores de alerta y algunos explosivos bien colo-
cados, mantenían a raya los posibles enemigos. Fue solo en una era
192 • La Historia del Alma

mucho más tardía, con la gradual desintegración de la sociedad


constituida por Mu y Muzuen, que armar y entrenar guerreros llegó
a convertirse en una necesidad porque la intrusión de extranjeros
y de ideas foráneas, poco a poco generó divisiones en el país.
El inevitable ciclo de cambio y disolución, también presagio de
renovación, había puesto fin a una era para que naciera otra, con
su propia serie de lecciones para la humanidad que evolucionaba.
Un palimpsesto persa • 193

13
UN PALIMPSESTO PERSA

Fue una forma poco usual de empezar una lectura de vida. «Sí»,
dijo Cayce inconsciente, «el Libro está abierto aquí».1 (Se refería,
por supuesto, al registro akásico de la entidad, también llamado el
«Libro de los Recuerdos»).
El desarrollo de la lectura, fue como un palimpsesto persa. Un
palimpsesto, desde luego, es un antiguo rollo o pergamino del cual
se han borrado las primeras palabras escritas para dejar espacio a
una transcripción más moderna. Sin embargo, este caso era precisa-
mente lo contrario: al registro moderno de los orígenes de Persia lo
había reemplazado una versión de los acontecimientos sumamente
antigua, por demás desconocida en nuestros libros de historia.
De particular interés en esta lectura, situada en un marco de
unos 12 500 años atrás (simultáneamente con la época de Ra Ta en
Egipto), fue la aparente conexión del arco de 1448 kilómetros de los
montes Cárpatos, en lo que ahora es Europa Oriental y parte de la
Unión Soviética, con una Persia prehistórica. Se dijo a la entidad
que había sido una princesa en «la experiencia persa o cárpata».
Fue en esa época que «la región persa o aria», como la denominó
Cayce, se encontraba en sus primitivos inicios como una de las
cinco naciones del hombre adánico y sede de la emergente raza
blanca. Compuesto, suponemos, por una flexible federación de
tribus unidas por intereses comunes, su vasto dominio e influen-
cia al parecer llegaron en una época hasta la parte alta de la India,
formando el gran imperio indo-ario. (A modo de confirmación,
194 • La Historia del Alma

nuestra fuente nos cuenta en otra lectura aparte que «una parte» de
la raza blanca encontró su expresión en la región alta de la India,
aunque ese país no fue el sitio original de ninguna de las cinco
proyecciones raciales). 2
Si estudiamos un mapa, veremos que la región cárpata no se
conecta directamente con el Irán de los tiempos modernos, o Persia,
sino más bien con esa región de Asia Menor hoy identificada con
el Cáucaso y el oriente de Turquía, que queda entre ambas. Así, si
Persia y Carpatia en verdad eran como una sola, también han de-
bido abarcar este país medianero. De hecho, se nos recuerda que Ra
Ta, descrito en un capítulo anterior como «el primer blanco puro»
sobre la tierra, tuvo su origen en la región Caspia y el Cáucaso, y
después se unió al pueblo de Ararat, en lo que hoy es el extremo
más nororiental de Turquía, todo dentro de los hipotéticos límites
de la unificada región aria.
Pero volvamos a nuestro «palimpsesto».
En aquellos tiempos, India se conocía como el país de Said,
gobernado por el sabio Saneid. En ese entonces compartía una
frontera común con Persia (que, en el cambiante orden de la historia,
Irán comparte hoy con Paquistán). Y por esta frontera se habían
infiltrado tribus de Said que empezaban a invadir Persia, lo que
ocasionó disturbios. Por lo tanto se pidió ayuda a las más potentes
fuerzas cárpatas para contener la indeseada invasión. Cuando llegó
a este punto, Cayce le dijo a la entidad para la cual era la lectura que
ella personalmente había asumido el control de la situación, porque,
aun siendo mujer, era una figura de autoridad en la casa reinante. Al
principio las cosas fueron mal. Luego, en un extraño giro, la lectura
implica que ella encontró un «esposo» entre las tribus invasoras, y
así se estableció la paz con Said. Por lógica podríamos suponer que
la consecuencia de la unión de estos dos fue factor de la posterior
influencia de la emergente raza blanca en una parte de la India, así
como del establecimiento de la más bien corta e históricamente
oscura unificación indo-aria. En todo caso, los descendientes del
Un palimpsesto persa • 195

matrimonio de la entidad estuvieron entre «los primeros de pura


raza blanca del país cárpata», se le dijo a ella. (Al parecer la feliz
pareja había regresado a la región nativa de la joven esposa, y no a la
de su esposo). Más adelante, la monárquica entidad y es de suponer
que también su esposo, estuvieron entre los invitados del viaje a
Egipto para recibir directamente las enseñanzas de la Ley del Uno,
porque esto fue en tiempos de Ra y Hermes. A su regreso, después
de un tiempo de servicio en el Templo Precioso, se convirtieron en
emisarios para otros países. Allí, tal como los voluntarios del Cuerpo
de Paz ahora, ambos pusieron su elevada sabiduría al servicio de
esos hijos de los hombres en evolución que todavía se encontraban
en las más bajas etapas de desarrollo y oportunidad.

El término «ario»: ¿Cuál es su origen? ¿Qué significa?


Si recurrimos a nuestra fuente psíquica, es fácil encontrar las
respuestas. Primero, debemos recordar que el período de los se-
gundos movimientos sísmicos en Atlántida, hace unos treinta mil
años, redujo sus cinco grandes islas a sólo tres: Poseidia, Aryan
y Og. Fue una alarmante catástrofe que desató la primera ola de
evacuaciones, mucho antes del cataclismo final. En ese tiempo
algunos se marcharon a los Pirineos, otros colonizaron el suroeste
de Norteamérica, y otros más (nativos de Og, sería la deducción
lógica) establecieron una colonias de ese nombre en lo que hoy es
Perú. Lo más probable es que un grupo similar que huyó de Aryan
al Asia Menor haya formado el núcleo de lo que se convertiría en
un nuevo estado con el viejo nombre de «Aryan». (Es muy posible
que «Irán» sea una corrupción del término original,«Aryan»). En
cuanto al significado de la palabra, la opinión de los filólogos está
dividida; un grupo sostiene que tiene claras relaciones etnológicas
con la raza blanca (queriendo decir, desde el limitado punto de
vista de algunos, la indo-germánica) y otro grupo insiste en que
«ario» es simplemente un término para todo el cuerpo de idiomas
más comúnmente conocidos como indoeuropeos, cuyos hablantes
196 • La Historia del Alma

se deberían llamar «arios», sean indios, persas, griegos, germanos,


celtas, o lo que sea. El principal proponente de este último grupo
del siglo diecinueve fue el respetado Max Mueller, quien con-
vincentemente hizo notar a racistas voceros del otro grupo, que
incluso los más oscuros de los indios representan una etapa más
temprana del habla y el pensamiento ario. El suyo era un punto
contundente, pero no una respuesta total. Lo que Mueller no tenía
forma de saber, claro, y bien podría haber rechazado de todos
modos, aunque ciertamente eso habría tendido a reafirmar una
parte de su argumento, fue la revelación psíquica de Cayce acerca
de los pueblos arios «originales» que, como los atlantes, no fueron
blancos ni negros, sino la temprana raza roja en las etapas de su
formación. En todo caso, a la luz de los datos de Cayce, los derechos
teutónicos a la pura sangre aria parecerían menos válidos que los
de otros candidatos más factibles, y si tomamos en cuenta las casi
incesantes migraciones que han tenido lugar en todo el mundo
desde los tiempos prehistóricos hasta los actuales, posiblemente
ya no queden líneas «puras» de descendencia…
Por último, un aspecto útil de la investigación de Mueller fue
la revelación de claras conexiones indo-arias, corroborando así
indirectamente a nuestra fuente psíquica en esa materia. Él sacó a la
luz el poco conocido hecho de que «ario» se usaba como gentilicio
no sólo en Persia (el avéstico airya, o el persa antiguo ariya) sino
también en la India (donde el término en sánscrito era arya).3
¡Bravo, Herr Mueller! La filología puede no ser santo de nuestra
devoción, pero de todas maneras le estamos muy agradecidos.

Con la terminación de la Gran Pirámide, en el año 10390 a.C.,


el ciclo egipcio de Ra llegó a su fin. Su misión, bien hecha. En lo
que al parecer fue un abandono consciente de la carne, se nos ha
dicho que el anciano sumo sacerdote «subió a la montaña y de
allí se lo llevaron».14 La siguiente etapa del desarrollo en curso
de su alma trajo la entidad que conocemos como Edgar Cayce de
Un palimpsesto persa • 197

nuevo al plano terrenal en la antigua Persia, donde encarnó como


el gobernante nómada Uhjltd (se pronuncia Iu-ult). Se cree que su
aparición ocurrió en el año 8058 a.C.5
Su historia personal en esa encarnación, aunque plena de dra-
matismo y grandes logros, no requiere demasiados detalles aquí.
La narraré en forma muy breve. Desde un punto de vista evolutivo,
de fundamental importancia para esta narrativa, lo mejor será con-
centrarnos en su famosa progenie. Porque el nómada Uhjltd, que
llegó a ser rey de todo el país ario, fue también el padre de Zend.
Y fue Zend quien entregó a los hijos de los hombres la primera
filosofía religiosa completa, plasmada en el Zend-Avesta. Es más, el
insigne hijo de Zend fue el primero de los Zoroastros. ¿Y el propio
Zend? Nuestra fuente nos informa que él fue nada menos que otra
encarnación posterior de Adán, o Enoc-Hermes.6
Curiosamente, se dice que en el linaje de Uhjltd hubo sangre
egipcia e india, además de aquella de su nativa Persia. Su papel
histórico y evolutivo, después de poner fin al represivo reinado de
Creso II en Persia, fue el de establecer su propio gobierno progresista
en Is-Shlan-doen, llamada la «ciudad de las colinas y llanuras».
La cual llegó a ser conocida en todas partes no solo como gran
capital comercial abierta a todos, sino como centro de aprendizaje
espiritual. El propio Uhjltd alcanzó fama personal como sanador,
maestro y profeta, en tanto que su joven hijo Zend, apenas poco más
que un niño, mostraba fuertes inclinaciones religiosas y poderes
espirituales. Pero en la cúspide de su reinado, Uhjltd fue traicionado
y asesinado, e Is-Shlan-doen saqueada por infiltrados griegos que
se habían hecho pasar por amigos. Arrebatados de las manos de
la muerte por leales seguidores, Zend y el segundo hijo de Uhjltd
fueron llevados a distintos lugares más seguros del país, en los que
con el tiempo cada uno de ellos ocupó una posición de liderazgo
y poder, aunque de naturaleza y propósitos muy diferentes. Tal vez
fue en esta época de la historia de Persia, cuando desgarrado por
luchas intestinas mientras las facciones enfrentadas se dividían el
198 • La Historia del Alma

poder entre ellas, el antiguo imperio indo-ario se empezó a des-


moronar hasta desintegrarse. Es muy probable que para esa época
Carpatia, así como la región del Cáucaso, se hubieran replegado
cada cual dentro de sus propios límites, y que India también cerrara
sus fronteras, dejando a los persas abandonados a su suerte.

Si consultamos una enciclopedia, descubriremos que los tér-


minos «Avesta» y «Zend» son ambos oscuros; y una oscuridad
similar rodea la autenticidad histórica de Zoroastro.7 Él vivió, sí.
Pero nadie parece saber cuándo.
Es más, dado que no existe registro histórico alguno de una
entidad llamada Zend, algunos investigadores suponen que el tér-
mino Zend simplemente se refiere al antiguo lenguaje en el cual
está escrito el Avesta, aunque hay quienes discuten esto y tienen
sus propias teorías. En todo caso, el Zend-Avesta es importante hoy
por ser el único documento que queda, aunque incompleto, de la
religión que enseñara el Zoroastro original, porque se ha sabido
hasta de seis Zoroastros diferentes en un lapso de varios milenios.
Es más, encontramos esta pluralidad respaldada por las propias
lecturas de Cayce, de las cuales la 507-1 se refiere a «el primer
Zoroastro», en tanto que en la lectura 1219-1 hay una referencia
a «los primeros de los Zoroastros» (en plural). Si buscamos ayuda
en fuentes griegas, sólo conseguimos confundirnos más. Her-
modoro y Hermipo de Esmirna sitúan al Zoroastro original 5000
años antes de la guerra de Troya, que de por sí no tiene una fecha
precisa. Janto sugiere una fecha 6000 años antes de Jerjes, mientras
Eudoxus y Aristóteles dicen que el gran mago apareció 6000 años
antes de la muerte de Platón. Agatías, sin embargo, concluye con
perfecta verdad que no es posible determinar con certeza alguna
cuándo vivió y legisló Zoroastro, sino tan solo que él fue. (Eso dice
el historiador griego Plutarco).
De cualquier manera, todas esas distintas fechas griegas pare-
cen validar la antigüedad del primero, y original, Zoroastro. Una
Un palimpsesto persa • 199

fecha tentativa, basada en los datos de Cayce, sería alrededor del


año 7950 a.C.
Lo que queda del Zend-Avesta es una colección de simples
fragmentos. Está compuesta por cinco pequeños libros, o partes,
de los cincuenta o más atribuidos a la colección original de escritu-
ras sagradas, de la que se decía que Alejandro Magno la destruyó
cuando invadió Irán y ordenó quemar el palacio y los archivos de
Persépolis.
En el primer libro, el Yasna, tenemos los himnos de Zoroastro.
El segundo, el Visperad, es un trabajo litúrgico menor. El libro más
importante, para acercarse a entender las enseñanzas de Zoroastro
(y, al mismo tiempo, la enseñanzas de Zend, podría suponerse), es
el tercer texto, llamado Vendidad. Sus primeras páginas contienen
el códice sacerdotal, que comprende elaboradas ceremonias de
purificación y expiación. Luego sigue con un recuento dualista de
la creación, que recuerda al Génesis (aunque la Biblia, claro, todavía
no había aparecido). Su tema principal es la guerra contra Satanás
y la nefanda concupiscencia. El cuarto libro, los Yashts, contiene
cantos de alabanza y cierra con un profético presentimiento del
fin del mundo. Por último, el quinto libro, conocido como Khor-
dah Avesta o «Pequeño Avesta», contiene una colección de breves
plegarias.
Zoroastro, como fundador de la doctrina de los magos, ense-
ñaba un dualismo que es solo temporal, destinado a terminar en
el tiempo cuando el Espíritu del Mal, representado por el oscuro
hermano gemelo Ahrimán, sea vencido por su homólogo Ormuz,
el Buen Espíritu, cuyo símbolo es la luz. Guarda cierto parecido con
el tema fundamental de la mayoría de las principales religiones del
mundo, hasta las enseñanzas del Cristo.

Hasta hace muy poco, entre arqueólogos e historiadores


predominó la opinión de que la cultura sumeria de 5000 años de
antigüedad, en lo que hoy es Irak, representaba los más tempranos
200 • La Historia del Alma

inicios de nuestra civilización moderna. Sin embargo, a lo largo de


las páginas de este libro, hemos venido señalando una y otra vez la
evidencia de raíces mucho más antiguas.
Ahora es la propia ciencia, sin embargo, la que finalmente se
ha tropezado con la espectacular evidencia de una gran cultura
urbana que existió unos 5000 años antes de la civilización sumeria.
Que, en otras palabras le dobla la edad al datar del año 8000 a.C. En
un capítulo anterior ya había aludido a ese impresionante descu-
brimiento (publicado ampliamente por primera vez en 1985) pero
merece una mención más detallada aquí. Estas ruinas de diez mil
años desenterradas en Cayonu, en lo que ahora es el sur de Turquía,
ofrecen el asombroso testimonio de una avanzada civilización que no
solo fue contemporánea del gran imperio indo-ario de los tiempos
de Uhjtltd, sino probablemente parte del mismo. En suma, lo que
se desenterró en Cayonu se puede considerar típico de civilizadas
comunidades de toda la región aria en esos tiempos. Situada cerca
de la cabecera del río Eufrates, Cayonu es el emplazamiento de una
antigua ciudad de cierta importancia y evidente prosperidad. Allí
se encuentran los magníficos restos de docenas de casas de piedra
rectangulares, algunas con pisos en terrazo y decorativas pilastras,
que nos traen a la memoria la muy posterior arquitectura de los
inicios de Grecia, y tal vez por una buena razón: recordarnos que
la influencia griega, aunque de un tipo menos deseable, existió en
Is-Shlan-doen y demostró ser la perdición de Uhjltd...
A propósito, la investigación arqueológica en curso en las exca-
vaciones de Cayonu, es un proyecto bajo el control conjunto de la
Sección de Prehistoria de la Universidad de Estambul y el Instituto
Oriental de la Universidad de Chicago. Esto resulta intrigante, voy
a explicar por qué. En 1936, en una de sus lecturas psíquicas, Edgar
Cayce se refirió a «investigaciones en el actual país persa». Y pidió
al destinatario de la lectura, quien solicitaba más información,
«buscarla a través de la Universidad de Chicago».8 (¡Y cincuenta
años más tarde, este autor siguió la misma dirección para saber
acerca de Cayonu!).
Es concebible que algún día en el futuro, si es posible restablecer
pacíficamente las relaciones con Irán, otras investigaciones en el
país persa puedan descubrir los propios huesos de Cayce en una
cueva no lejos de Shushtar, cerca de la frontera iraquí. ¡Porque se
dice que es allí donde fueron sepultados los restos del asesinado
Uhjltd, su antiguo ser… además de que también yace con toda la
pompa y ceremonia debida a un jefe de estado, ¡en su encarnación
como Asapha, en algún lugar del Valle de las Tumbas!
202 • La Historia del Alma
Ayer en Yucatán • 203

14
AYER EN YUCATÁN

¿Literatura vanguardista? ¿Lunáticos desvaríos?


El lenguaje es un tanto extravagante. Sin duda, no el que se
esperaría de alguien capacitado por su profesión para ser objetivo.
No obstante, son las palabras de un escritor científico de algún
renombre, cuya especialidad es la arqueología popular.1 Receloso
de cualquiera cuyo terreno de investigación tenga elementos en
común con el suyo así como francamente hostil si el modo de
investigación del otro no satisface su definición de legitimidad,
desafortunadamente no es muy distinto a muchos otros profesio-
nales de la arqueología y la antropología. En este caso particular, ha
arremetido verbalmente contra todo el que divulgue la descabellada
idea de que los sobrevivientes de legendarios continentes hundidos,
como la Atlántida o Lemuria, de alguna manera participaron en el
antiguo poblamiento de América.
Aunque quizás nos deberíamos dar por bien reprendidos. Si no
fuera porque el crítico en cuestión sin querer atempera su ataque
al aludir, un poco más adelante, a «académicas peleas a gritos»
resultantes de la competencia entre hipótesis de científicos rivales.
Pues bien, si los científicos sostienen puntos de vista tan divergentes
sobre el origen poblacional de América, ¿pueden acaso esperar una
respetuosa y exclusiva atención por parte nuestra? Esta admitida
falta de unanimidad entre aquellos que cavan y tamizan la tierra en
busca de su única prueba, haciendo caso omiso de los abundantes
recursos disponibles en el mito y la leyenda que podrían ayudarlos,
204 • La Historia del Alma

por no mencionar la orientación psíquica, da bastante qué pensar


y resulta instructiva. Saquemos provecho de todo esto. Nos forta-
lece frente a otros ataques de sectores tan pendencieros. Al mismo
tiempo, debe inspirarnos para continuar imperturbables nuestra
muy fructífera investigación a nivel mítico y psíquico.
Entonces, sigamos. Retomemos nuestra familiar ruta al ayer
en Yucatán.
«Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en
calma, en silencio, todo inmóvil, quieto, y vacía la inmensidad del
cielo […]. Entonces vino la Palabra».
Así empieza el Popol Vuh, uno de los pocos escritos que quedan de
los antiguos mayas. Es una obra cuya antigüedad se desconoce.
La cosmología maya nos habla de otros mundos antes del
actual, cada uno de ellos destruido por el agua. Los del primer
mundo, dicen ellos, construyeron las grandes ciudades destruidas.
Sin embargo, con ese mundo acabó un diluvio universal, conocido
como el haiyococab o «agua sobre la tierra». Al segundo mundo,
habitado por un pueblo llamado dzolob u «ofensores», le puso fin el
segundo diluvio. (¿Ofensores de quién?, nos preguntamos. ¿Tal vez
de los dioses? Y si así fuera, ¿en qué forma?). Luego vino el tercer
mundo. Ocupado por los propios mayas, finalmente también fue
devastado por el agua, en un diluvio menor denominado la «in-
mersión». Eso al parecer llevó al abandono de los sitios existentes
y a un nuevo comienzo en algún otro lugar, reubicaciones que son
fuente de continua intriga para los arqueólogos, quienes al parecer
ignoran las leyendas locales. Después de este tercer diluvio, dice la
historia, el mundo actual de los mayas fue habitado por una mezcla
de pueblos de toda la región mesoamericana. Pero igual que a los
otros, creen ellos, también a este mundo finalmente lo destruirá
un diluvio.2
La arqueología maya apenas está llegando a su mayoría de edad.
Los conquistadores españoles llegaron por primera vez a Yucatán
en la década de 1530, con el explorador Montejo, y sin demora se
Ayer en Yucatán • 205

dedicaron a eliminar en vez de preservar todos los registros de cul-


tura e historia mayas. Solo hasta 1839, unos trescientos años más
tarde, los viajes de John L. Stephens y Frederic Catherwood a esta
zona, despertaron por primera vez el interés público en este sitio tan
largamente ignorado. Incluso entonces, los estudios arqueológicos
avanzaron lentamente y revelaron muy poco porque nadie podía
descifrar los jeroglíficos que quedaban en muchos de los templos
en ruinas, único rastro fidedigno, se creía, de los originales cons-
tructores de estos intrincados complejos de pirámides y palacios
misteriosamente abandonados en alguna fecha desconocida, y por
alguna razón desconocida, a la lenta voracidad de la selva.
Luego, en la década de 1970, llegaron Floyd Lounsbury y Linda
Schele, dos estadounidenses expertos en claves que habían logrado
descifrar muchas de las inscripciones. Ambos trabajan aún en una
compleja serie de 620 jeroglíficos (la más larga de la cultura maya)
del Templo de las Inscripciones. Pero en los jeroglíficos que descifró
en el Templo de la Cruz, Lounsbury encontró una fecha interesante:
el templo, dice la inscripción, fue dedicado al hijo del Señor Pacal
exactamente el mismo día del nacimiento de una ancestral figura
materna, 1 359 540 días (3724 años) antes. Se determinó que el
Señor Pacal fue un gobernante maya de Palenque, en el siglo siete.
Su abandonado palacio se encuentra en las húmedas selvas tropi-
cales de la península de Yucatán, en lo que es hoy el estado mexi-
cano de Chiapas. Desde su torre, en una época los antiguos mayas
estudiaron las estrellas, ya que al parecer fueron muy versados en
astronomía. Las construcciones religiosas de Palenque son tres
templos-pirámides similares, de los cuales el más conocido es el
Templo del Sol. Construido según parece sobre el emplazamiento de
un antiguo templo del mismo nombre, práctica ocasional entre los
mayas quizás por razones rituales, en las lecturas de Edgar Cayce el
original aparece relacionado con los primeros colonizadores atlantes
en el país de Yucatán (entonces llamado Yuk), liderados por Iltar,
de la cámara de Atlan en la isla de Poseidia.
206 • La Historia del Alma

Allí la fecha de llegada de Iltar es el año 10600 a.C., tal vez casi
todo un milenio antes del «diluvio universal» que la cosmología
maya dice destrozó el «primer mundo», el mundo de los que cons-
truyeron «las grandes ciudades destruidas». Tal como este autor lo
interpreta, esto no se refiere a las relativamente intactas estructuras
actuales, sino a las ruinas solo parcialmente reveladas que aún
yacen bajo ellas. La pirámide original que alberga los registros de
la Atlántida, erigida por Iltar en Yucatán, de hecho es sinónimo de
ese primer Templo del Sol, o Templo de la Luz, como también se le
denominaba. Se nos dice que tal como la Gran Pirámide en Egipto
y la largamente hundida Pirámide de los Registros abandonada
en Poseidia, fue construida por «fuerzas elevadoras de gases que
gradualmente se vienen usando en la civilización actual» así como
por las actividades espirituales de aquellos familiarizados con «la
Fuente de la cual proviene todo poder».3
El templo construido por Iltar, nos aseguran, se levantará de
nuevo. Entonces serán revelados los registros que contiene. Se nos
dice que esto tendrá lugar cuando se acerque el tiempo «en que
ocurrirán los cambios», en una referencia casi segura al cambio
polar vaticinado para finales del siglo veinte y los movimientos
sísmicos que lo acompañarán cuando la corteza terrestre se desplace
una vez más.
Sin duda fue debido a similares movimientos sísmicos de la
tierra, generados por el último cambio polar que puso fin a la edad
glacial y trajo el gran diluvio, que el infortunado templo quedó se-
pultado inicialmente con el resto de la cultura atlante trasplantada
a la península de Yucatán y anterior a los mayas. De hecho, toda
la topografía de Mesoamérica se alteró notablemente: asumió las
características que ahora conocemos y pasó de un clima templado
a uno subtropical.
Entretanto, en algún momento durante los siglos que pasaron
entre los tiempos de Iltar y la llegada del diluvio, Poseidia se hun-
dió en el mar seguida por Aryan, y se supone que solo quedó la
Ayer en Yucatán • 207

isla de Og, que sería destruida por el cataclismo provocado por el


cambio polar que afectó todo el planeta. Nuestra fuente nos dice
que Yucatán había tenido una considerable afluencia de atlantes
tanto de Poseidia como de Aryan; y aunque se mencionan sobre-
vivientes de Lemuria que habrían atravesado desde lo que ahora es
Baja California, así como desde Indochina, para entrar a Yucatán
junto con aquellos del Og colonial, o Perú, poco se habla de una
población «nativa». Por consiguiente, resulta lógico concluir que
para la llegada de Iltar, Yucatán debía ser un país relativamente
despoblado, o tal vez escasamente habitado por tribus errantes de
primitivos cazadores y recolectores que más tarde se convirtieron
en una población agrícola cuyos integrantes fueron producto de
una «mezcla». De sus entrañas surgieron los tempranos mayas
del período preclásico. No hay certeza de que también hubieran
integrado a los olmecas a su cultura y líneas de sangre, pero Cayce
habla de una segura infusión de sangre hebrea ocurrida alrededor
del año 3000 a.C., que correspondería a un remanente de las tribus
perdidas que cruzaron desde Asia huyendo de la dominación persa.
Sin embargo, trajeron consigo un atroz legado de los cananeos: los
sacrificios de sangre.
Una acotación: con tantas colonias atlantes diseminadas por
el devastado planeta, incluidas las de Yucatán y otros lugares de
América, no resulta difícil comprender por qué no revivió jamás la
que en un tiempo fuera una cultura floreciente. Enfrentada a cons-
tantes penurias, simplemente no debió tener oportunidad. Además,
en lo concerniente al área de transporte y comunicaciones globales,
preludio necesario de fundamentales trabajos de reconstrucción, el
hundimiento de Poseidia había privado a los atlantes de la Piedra
de Fuego, que era su central eléctrica. Este cristal acumulador de
energía suministraba la fuerza propulsora para su fuerza aérea y
naval, así como el elemento energético de su vasta red de comu-
nicaciones. Sin duda, en las décadas o siglos que pasaron entre el
hundimiento de Poseidia y la desaparición de lo que quedaba de la
208 • La Historia del Alma

Atlántida, hubo una rápida puesta en operación de una flota aérea


y naval improvisada para la cual se utilizaron mecanismos de pro-
pulsión mucho menos sofisticados, que habían sido abandonados
tiempo atrás. Pero también estos debieron volverse inútiles para los
emigrantes atlantes reubicados en zonas primitivas en las que no era
fácil conseguir gases u otros combustibles. Es posible que durante
algún tiempo hayan podido surtirse del combustible que hubieran
logrado almacenar, pero esos recursos también se agotaron. (Esto
surgió en una lectura de Cayce para un antiguo aviador y navegante
atlante, quien después del éxodo se dedicó a explorar las zonas de
Yucatán y Perú, e incluso de Norteamérica, que los desplazados
atlantes ya estaban poblando o aquellas a las que con el tiempo,
podrían decidir llegar a pie por rutas terrestres).4
De hecho, en el período posterior al cambio polar que trajo
grandes alteraciones de la tierra en Mesoamérica y un flujo de
lemurianos reubicados y grupos tribales desplazados de sus cam-
pamentos de la Costa Oeste, un grupo de atlantes descendientes del
pueblo de Iltar decidieron emigrar al norte, quizá confiando en la
información suministrada muchas décadas atrás por ese explorador
aéreo atlante. Ellos serían los antepasados de los norteamericanos
constructores de montículos.
En cuanto a los lemurianos que los desplazaron de Yucatán,
construyeron otros templos y adoraron otros dioses. ¿Serían ellos
los «ofensores», cuyos actos acabaron con el segundo diluvio? Si
fue así, a ellos los seguirían los mayas... y después las «mezclas».
Ahora encaramos un misterio.
En la década de 1930, uno de los grandes cultivadores de
banano en Centroamérica envió un grupo de reconocimiento a
buscar nuevas zonas apropiadas para plantar en el interior de Costa
Rica. Lo que encontraron, al abrirse paso entre la espesa maraña
de lianas, fue un pequeño claro en el cual una piedra enorme, lisa
y perfectamente redonda, de unos 180 centímetros de diámetro,
descansaba como una ofrenda sobre una plataforma ligeramente
Ayer en Yucatán • 209

elevada. La plataforma propiamente dicha estaba empedrada con


aplanados guijarros de río. Buscando un poco más, los perplejos
integrantes del equipo hallaron otras muchas de las curiosas esferas
de piedra, unas grandes, otras pequeñas, pero todas increíblemente
lisas y redondas, que como la primera descansaban sobre bases que
parecían altares. Cavaron bajo ellas pensando que señalaban tumbas
pero no encontraron absolutamente nada. Sin embargo, cerca de allí,
expertos arqueólogos convocados al lugar encontraron fragmentos
de cerámica burda cuya edad estimaron en cientos de años. En forma
incongruente se supuso, por simple asociación geográfica, que los
artesanos de la cerámica burda de épocas relativamente recientes
debían ser los mismos autores de las increíblemente perfectas y
pulidas esferas de piedra. (¡Algo así como suponer que la basura
de una excursión de tiempos modernos hallada al pie de la Esfinge
podría ser un medio aceptable para establecer la datación de ese
venerable objeto o identificar sus constructores!).
Por otro lado, nuestra fuente psíquica no deja dudas en cuanto
al antiguo origen o propósito de las esferas. (Ese no es el misterio
que encaramos, pronto nos ocuparemos de él). Sabemos, claro,
que las piedras se usaron al principio en las primeras ceremonias
religiosas atlantes para contactar las «fuentes de luz» a través de
su influencia magnética. Más adelante se adaptaron para un uso
más prosaico relacionado con la propulsión de naves aéreas y de
superficie impulsadas por la energía del cristal. Por último grandes
cantidades de esferas fueron transportadas a Mesoamérica, al
parecer por atlantes en fuga, entre ellos Iltar, antes del desastre de
su imperio insular. Hechas de un pulido granito, material que con-
tiene elementos cristalinos, Cayce había explicado que los iniciados
atlantes «escuchaban los oráculos que se trasmitían a través de las
piedras, los cristales, preparados para comunicaciones por lo que
hoy conocemos como la radio».5 (Para quien vivió la década de
1930 y recuerda el auge de las ventas de aparatos de radio operados
con cristales, esa referencia particular de Cayce debe evocar algo
210 • La Historia del Alma

familiar. Pero los oyentes atlantes sintonizaban una «onda» muy


diferente, por así decirlo, a frecuencias mucho más altas de las que
cualquier radio de la tierra podría procesar...).
Ahora sí nos vamos al anunciado misterio. En pocas palabras,
¿cuándo, y por qué, los atlantes decidieron retirar las esferas de
Yucatán y transportarlas al interior de Costa Rica? Aunque en
ninguna de las lecturas de Cayce se menciona la Costa Rica de
nuestros tiempos, debemos concluir que un número considerable
de atlantes, en un segundo traslado que probablemente coincidió
con el cambio polar y los trastornos posteriores, decidió reubicarse
en esa dirección al sur occidente en lugar de seguir la ruta al norte
como otros atlantes. Al parecer, llevaron consigo un buen número
de las esferas de piedra más que todo por razones religiosas. Esto
se deduce de las bases parecidas a altares sobre las cuales fueron
encontradas por sus descubridores del siglo veinte. También se han
encontrado unos cuantos objetos similares en Guatemala y México.
Entretanto, una esfera grande hallada en el sitio costarricense ya
mencionado se encuentra ahora en exhibición permanente en el
patio del Museo Nacional en San José, Costa Rica.6
Algunos arqueólogos, a falta de evidencia que pruebe lo con-
trario, han tratado de situar el período llamado «formativo temprano»
de la civilización maya dentro de un marco de tiempo del año 2500
a.C. al 300 A.D., durante el cual ellos creen se practicó un estilo de
vida de cacería y cosecha. Estiman que en últimas una existencia
aldeana establecida se dio solo después del año 300 A.D. Se cree
que esta fecha marca el principio de la época de mayores logros
culturales, por lo que se ha designado como el «período clásico».
Casi no necesitamos mencionar que esta secuencia de fechas ignora
por completo una cultura mucho más temprana, en tiempos de las
ocupaciones de la Atlántida y Lemuria respectivamente, de logros
mucho más notables, todavía por desenterrar.
No obstante, cerca de allí, en la costera Belice, las exploraciones
realizadas por un aventurero arqueólogo llamado Richard S. Mac-
Neish han revelado la existencia de sitios que prueban que en la
península de Yucatán se estableció una civilización desde el año
9000 a.C., en un período no muy posterior al diluvio universal.
Es el primer fragmento de evidencia aparecido en Yucatán,
que corrobora nuestra fuente psíquica. Con el tiempo, creemos,
podemos esperar más.
Con respecto a su cultura de tardío florecimiento, los mayas
sin duda deben mucho a los atlantes. No solo las destrezas arqui-
tectónicas reflejadas en templos y palacios del llamado período
clásico de los mayas, también su impresionante conocimiento de
numeración y astronomía, así como sus exquisitamente labrados
jeroglíficos que apenas ahora se están descifrando, dan fe de una
influencia heredada de la Atlántida. Lo que sea que más tarde los
mayas hubieran podido adquirir culturalmente de otros grupos
ocupantes como lemurianos, toltecas y olmecas, los errantes cana-
neos con su culto a Baal o las ocasionales e independientes bandas
invasoras de aztecas, difícilmente habría igualado el impacto inicial
causado por los altamente civilizados atlantes sobre un pueblo
primitivo y aislado.
A su llegada a Yucatán, dijo Cayce, la mayoría de los pioneros
de la Atlántida eran varones, no sólo los del grupo de Iltar, sino
las sucesivas olas de tempranas llegadas que vinieron a preparar el
camino para los que serían evacuados después. En consecuencia,
ellos buscaron compañeras femeninas entre la población nativa
relativamente atrasada. Para demostrar el impacto que esta infusión
de sangre tuvo sobre la evolución de los mayas, podemos recurrir a
una lectura que Cayce dio a una mujer que había estado «entre los
primeros en nacer de esa combinación». Al alcanzar la madurez,
ella se convirtió en sacerdotisa y «contribuyó al uso de símbolos y
signos... aprendiendo de las actividades en los cielos y también del
crecimiento de la vegetación».7
Fue así, con toda probabilidad, que se introdujo la primera
religión a los antepasados de los mayas, mucho antes de la corrup-
212 • La Historia del Alma

tora influencia lemuriana o la de los posteriores olmecas y toltecas;


y ciertamente muchos milenios antes de que los españoles y la
cristiandad entraran en escena con su paradójica mezcla de saqueo
y piedad...
De los Pirineos al Perú • 213

15
DE LOS PIRINEOS AL PERÚ

Tengo al frente una fotografía publicitaria de Hugh Lynn Cayce en


1970, en actitud contemplativa. No es de extrañar que el hijo del
difunto psíquico Edgar Cayce estuviera sumido en profundas re-
flexiones. Porque en los últimos minutos, había estado observando
en silencio un objeto absolutamente improbable que ahora reposaba
en una mesa a su derecha.
El objeto era un cráneo en tamaño natural de puro cristal de
roca, traído de Honduras Británica [ahora Belice] por el explorador
británico Frederick A. Mitchell-Hedges. Antigua obra maestra,
cada detalle del cráneo estaba esculpido tan exquisitamente, sin
rastros de herramientas de tipo conocido alguno, que sería prácti-
camente imposible reproducirlo hoy. Su creación sugiere una forma
desconocida de arte láser u otra técnica exótica.
Ajeno a la cámara en ese momento, Hugh Lynn bien ha podido
estar sopesando la probabilidad de que el objeto fuera de origen
atlante.
Sería lógico preguntar: «¿Por qué atlante?». Respondo con igual
lógica. En la década de 1930, en una serie de lecturas sobre la Atlán-
tida, el señor Cayce dijo que las pruebas de esa civilización perdida
se podían encontrar «por una parte en los Pirineos y Marruecos, y
por otra en Honduras Británica, Yucatán y Norteamérica».1
Esta es pues, una obra de arte en cristal proveniente de Hondu-
ras Británica, de otra manera inexplicable, que parecía cumplir al
menos una parte de esa profecía. Es más, su edad aproximada —cal-
214 • La Historia del Alma

culada en unos doce mil años por los científicos de los laboratorios
Hewlitt-Packard que lo examinaron— coincide misteriosamente con
las fechas que tanto Platón como Cayce han dado para los últimos
días de la legendaria Atlántida. Sin duda los atlantes, como nadie
lo ha hecho antes o después de ellos, han demostrado de muchas
maneras su magnífico dominio de los cristales.
En Yucatán, por otra parte, podemos buscar nuestra evidencia
en el futuro resurgir del original «Templo del Sol» de Iltar, con sus
sepultados registros del auge y caída de la Atlántida. En otros lugares
de América, aparte de las esferas de piedra en Costa Rica, al norte
tenemos los misteriosos constructores de montículos y otros, y al
sur los incas y los ohums. A medida que avanzamos en nuestro viaje,
analizaremos todas estas posibles conexiones con la Atlántida. En
cuanto a Marruecos, sospechamos que allí también haya pruebas
largamente ocultas de la gran migración atlante, esperando ser
descubiertas en los poco explorados Montes Atlas (aunque nuestra
fuente psíquica no nos dejó pistas que seguir). Pero en el caso de
los Pirineos, bien podría ser la propia gente o sea los actuales vas-
cos, enigmática y endogámica población de orgullosos pastores y
pescadores de costumbres únicas e incomprensible idioma, quienes
constituyan la «evidencia» atlante que buscamos.
Entretanto, una rápida regresión sobre ese cráneo de cristal. Si
no se ha hecho aún, para bien de la investigación psíquica, sería
deseable que se consiguiera un psicometrista capacitado para
examinar este antiguo tesoro y tratar de desentrañar los secretos
de su origen, propósito e historia. (¡La fascinante historia de ese
cráneo, y tantas manos por las que habrá pasado, sin duda darían
para escribir un libro!).

En realidad, el primer éxodo de atlantes a otras tierras ocurrió


desde el año 28000 a.C., después del segundo movimiento sísmico.
Inicialmente se establecieron colonias en lo que hoy es Perú, entonces
De los Pirineos al Perú • 215

conocido como Og por los colonizadores atlantes (algunos de los


cuales debían provenir de la isla atlante de ese nombre), y también
en las montañas de los Pirineos que hoy constituyen la escarpada
frontera entre España y Francia.2
A lo largo de los milenios transcurridos antes de los últimos
movimientos sísmicos, hay evidencia en las lecturas, aunque no en
el registro arqueológico actual, de que otros aguerridos pioneros de
la Atlántida viajaron por aire a las altas planicies del hoy suroeste
norteamericano. Allí probablemente encontraron lemurianos que
venían de la dirección opuesta. De hecho, como su vasto continente
del Pacífico había empezado a experimentar alarmantes erupciones
volcánicas, incluso anteriores a las de la Atlántida, parece que los
lemurianos evacuados llegaron a muchas regiones costeras de
América, en especial a la zona de baja California y un poco más
al sur, abriéndose paso gradualmente hasta el interior. Con toda
probabilidad, ellos formaron las primeras poblaciones humanas en
donde llegaron, una raza cobriza de mezclas en evolución, vástagos
homínidos de dioses caídos mucho tiempo atrás.
Hasta hace muy poco, la fecha más antigua de ocupación humana
del Nuevo Mundo científicamente aceptada eran los 11 500 años
de edad del sitio «Clovis», así llamado por la ciudad del estado de
Nuevo México [EE.UU.] donde una excavación de tiempos modernos
en la que se hallaron artefactos de pedernal, da fe de una población
de cazadores homínidos en una época que se cree coincide con el
final de la edad glacial. Sin embargo, no son solo otros hallazgos de
pedernal los que han corrido hasta unos 14 000 años atrás la fecha
norteamericana más temprana conocida, sino que fragmentos de
carbón vegetal hallados en una obra de arte garabateada sobre la
pared de una cueva del nordeste brasileño la han situado en unos
17 000 años, según la respetada publicación británica Nature; mien-
tras otros hallazgos que aún se están descubriendo sugieren que
los humanos posiblemente habitaron el continente suramericano
unos 32 000 años atrás.3
216 • La Historia del Alma

Muy interesante, por decir lo menos, y sigue la línea de nuestra


fuente psíquica. Aunque en realidad, según los registros de Cayce,
los primeros inmigrantes atlantes habrían descendido de los cie-
los peruanos no hace más de 30 000 años. Cualquier otra llegada
anterior, si cruzaron por tierra hasta Brasil o permanecieron en las
zonas costeras, es de suponer que se habría originado en Lemuria
y no en la Atlántida.
En cuanto a ese pedernal Clovis del continente norteamericano,
Science News ha reportado otro apasionante hallazgo (o, más bien,
una serie de hallazgos) en su número de abril 23 de 1988. En un
huerto de manzanas cerca de Wenatchee, Washington, apareció una
colección intacta de puntas de lanza maravillosamente ejecutadas,
más o menos de la misma antigüedad del pedernal Clovis, unos
11 500 años. ¿Artefactos abandonados por antiguos cazadores mon-
goles en su migración al sur? Eso dicen los arqueólogos. Pero igual
podría marcar el traslado al norte de colonizadores lemurianos o
atlantes que venían del suroeste en busca de nuevos cotos de caza
a medida que la capa de hielo retrocedía.

Por el momento, volvamos a los vascos.


Sin embargo, para entender a los vascos tal vez necesitemos
saber algo de los mucho más tardíos cartagineses. Originalmente
fenicios y establecidos en el siglo 9 a.C. en la costa norte de África
donde hoy es Túnez, con el tiempo fundaron un imperio que cubrió
buena parte del noroeste de África, España, Cerdeña, Córcega y
la mitad occidental de Sicilia. Pueblo semítico, los fenicios que se
establecieron en Cartago, o la «Ciudad Nueva», podían seguir sus
raíces ancestrales hasta Tiro y Sidón básicamente, y su líder original
fue Dido, una hija del rey de Tiro. No obstante, a través de muchos
matrimonios mixtos con libios de piel oscura, los cartagineses gra-
dualmente se convirtieron en un pueblo «mezcla». Fue su famoso
líder Aníbal, en el siglo 3 a.C., el que emprendió la campaña para
entrar a Hispania probablemente en busca de cobre y plata en los
De los Pirineos al Perú • 217

Pirineos. Allí encontraron una fiera resistencia de los valientes


vascos, aparentes descendientes de los originales atlantes, pero
muy escasos en número. La mayoría de los hombres sobrevivientes
que no consiguieron huir a las montañas, probablemente fueron
vendidos como esclavos, como era la costumbre cartaginesa. Pero
los vascos, pueblo independiente y profundamente religioso, de
alguna manera rescataron su patrimonio y sobrevivieron, sin duda
con alguna indeseada infusión de sangre extranjera por parte de los
conquistadores cartagineses, cuya estancia por fortuna fue limitada.
De hecho, ningún recién llegado había decidido quedarse mucho
con los pirineos, ni en sus duras y aisladas aldeas de montaña ni en
las sencillas chozas costeras que sus pescadores habitaban apartados
de los demás.
Si toda esta historia moderna luce como una desviación in-
necesaria, pronto se verá su relevancia cuando retomemos el hilo
de nuestra historia.
Las lecturas sugieren que a los emigrantes originales tanto al país
peruano, Og, como a los Pirineos, en el año 28000 a.C., no solo los
habría motivado la preocupación de su seguridad personal después
del segundo período de movimientos sísmicos. Igual importancia
revestía la urgencia de comenzar vidas más pacíficas para ellos
mismos en un lugar separado de la creciente degeneración de la
sociedad atlante, a la cual consideraban responsable de los desastres
y destrucción de la tierra.
En el Perú, los colonizadores fundaron el pacífico imperio de
los ohums, un nombre tribal probablemente derivado del nombre
de la familia atlante que los gobernaba. Por otra parte, es posible
que el nombre significara «Dios», puesto que encontramos una
extraña referencia de Dios hecha por Cayce como «el Padre, el
Espíritu, el Ohm».4 (De igual modo, los sucesores de los ohums
fueron los incas; o incals, sinónimo atlante para Dios, así como
para el sol, según Phylos).
Se nos ha dicho que fueron los ohums, en su doble deseo de
218 • La Historia del Alma

una existencia aislada y también segura, quienes «construyeron


las murallas de un lado a otro de las montañas en este período»,5
monolíticas barreras de piedra y ladrillo, de unos 450 centímetros
de altura y de espesor, con una longitud de más de 80 kilómetros,
que hasta hoy mantienen perplejos a los investigadores.
Entretanto, volviendo de nuevo a los vascos, es posible que para
su defensa los atlantes que huyeron a los Pirineos hayan confiado en
las barreras naturales constituidas por las escarpadas montañas que
los rodeaban. Se trataba de una defensa que probablemente resultó
eficaz hasta los tiempos de la brutal campaña de Aníbal en Hispania,
muchos milenios más tarde. Hasta entonces, había permitido que
los habitantes desarrollaran un estilo de vida propio, enraizado en la
religión y sus actividades pastoriles, sin tolerar interferencia externa
alguna. En 1938, durante la Guerra Civil española, aviones alemanes
de la Legión de los Cóndores de Hitler trataron en vano de acabar
con la independencia de los vascos con el terrible bombardeo de la
ciudad de Guernica, descarnado horror y brutalidad captados para
remorder la conciencia de toda la humanidad en el famoso mural
de Pablo Picasso que lleva ese nombre.
Este prolongado patrimonio de fiero «separatismo» que siempre
ha caracterizado a los vascos puede explicar la razón por la cual, en
varias de las lecturas de Cayce referentes a posteriores incursiones
en la región de los Pirineos por parte de atlantes que escapaban de
los movimientos sísmicos finales, muy pocos por no decir ninguno
de los grupos o individuos parecen haber permanecido allí por mu-
cho tiempo. En cambio, al parecer ese aislado puesto de avanzada
atlante fue considerado más que todo como punto de paso a Egipto
y otras tierras seguras.6
El origen de los vascos y su idioma aún es un desconcertante
misterio para eruditos conocedores del tema. Algunos especulan que
ambos provienen del Cáucaso, pero no existen pruebas fehacientes
de ello. De hecho el idioma de los vascos, que ellos denominan
euskara, no tiene afinidad aparente con otras lenguas europeas. Y
De los Pirineos al Perú • 219

aunque han adoptado la fe católica, los vascos siempre han man-


tenido su independencia de la dominación eclesiástica, tanto en el
nombramiento de sus sacerdotes como en la programación de sus
festividades religiosas.
De los atlantes de la última de las evacuaciones, Cayce se refirió
a uno llamado Armath, quien «permaneció en la zona de los Piri-
neos». Al parecer, como miembro de la comunidad sacerdotal de
la Ley del Uno, él ayudó a restablecer las casi olvidadas verdades y
principios de las enseñanzas atlantes originales. Ayudó mucho. Pero
se nos informa que, finalmente «hordas provenientes del continente
africano trajeron la destrucción a estos pueblos».7
¿Aludía Cayce a la invasión de las tropas de Aníbal en el siglo
3 antes de Cristo? Podría suponerse que así sea. En todo caso, no
tenemos registro, psíquico o de cualquier otra clase, de una intrusión
anterior proveniente del continente africano.
Por último, no podemos pasar por alto la aparente equivocación
en una de las lecturas de Cayce, en la que se refiere a los pirineos
como «los cartagineses como se les conoció más tarde, o los cárpa-
tos».8 Sin embargo no hay confusión histórica en cuanto al origen
fenicio de los cartagineses (que por supuesto no tienen nada que
ver con los cárpatos), ni parece probable que la naturaleza guerrera
de los aventureros cartagineses hubiera encontrado tan atrayente el
estilo de vida pastoril de los nativos pirineos como para adoptar una
residencia permanente… ¿Qué fue entonces, lo que el señor Cayce
realmente quiso decir? Nunca lo sabremos, claro. Pero es de esperar
que esta narrativa haya logrado reconstruir con precisión razonable
el interesante mosaico de referencias de Cayce a los Pirineos y sus
orgullosos habitantes en su evolución altamente individualista.

El gobierno peruano de los ohums, en sus últimos tiempos, se


extendía al norte en lo que ahora es Ecuador, y al sur hasta la fron-
tera de Chile, donde «se dividieron las profundidades y las tierras
desaparecieron y reaparecieron».9
220 • La Historia del Alma

Esto fue por la época del diluvio universal, cuando el destino de


la Atlántida ya no era muy afortunado: su desaparición fue total e
irreparable. (De hecho, mucho antes del diluvio había desaparecido
casi toda bajo el mar).
En cuanto al destino de los ohums, nuestra información psíquica
sugiere una división del gobierno entre dos fuerzas más poderosas
que surgieron.
Primero, sabemos de un sobreviviente masculino en el con-
vulsionado sector al sur del país. Fue «cuando la gente huía de las
aguas de las zonas sumergidas en la parte sur de lo que ahora es
el Perú, cuando la tierra se dividió, y la gente empezó a habitarla
de nuevo. La entidad se hallaba entre los que lograron alcanzar las
tierras más altas, y entonces bajo el nombre de Omrui». Destinado
a una posición de liderazgo en el cambiante orden de las cosas, se
nos dice que su nombre fue cambiado a Mosases. Nombre que debe
haber significado «líder», o su equivalente, «porque la entidad se
convirtió en el gobernante y guía o patriarca de esa era...».10
Mientras tanto, entre los atlantes que habían huido al país de
Og, o Perú, en la época de los últimos movimientos sísmicos, estaba
una destacada aristócrata de Poseidia, tal vez partidaria de la Ley
del Uno. En la lectura de vida de esa encarnación, se le informó que
ella «partió al que más tarde se conoció como el [país del] Inca».11
Luego, en una sorpresiva conexión personal con el nombre «Inca»,
se le dijo: «Porque en ese entonces la entidad estaba en la línea de
la casa Inca». Lo que se puede inferir de esa afirmación es que los
incas originales fueron los integrantes de una casa real atlante —tal
vez venerados como dioses, lo que explicaría la equivalencia de «Sol/
Dios» e «Inca/Incal» ya mencionada—, que finalmente derrocó a
los más débiles ohums. De hecho, confirmando las raíces atlantes
del nuevo linaje real del país, la lectura de la mujer agregó que ella
se convirtió en «la madre de un inca» en el país peruano.
En un buen número de lecturas tocantes a ese período, se dieron
indicaciones del doble gobierno que parecía estar surgiendo, por lo
De los Pirineos al Perú • 221

menos inicialmente. Aquí van unas cuantas. En una, nos enteramos


de que «los ohums venían siendo asediados por la gente del país de
Poseidia» durante la época de los últimos movimientos sísmicos, y de
que la entidad en cuestión «entonces gobernaba y fue derrocada».12
Encontramos otra lectura más para alguien emparentada con aquella
gobernante que «fue destronada debido a circunstancias originadas
en el país atlante», y que alcanzó ella misma una posición de poder
«a través del destronamiento de ese rey».13 ¿Acaso los atlantes antes
de establecer abiertamente la casa Inca como poder gobernante
trabajaron con los pueblos locales para establecer un gobierno
provisional? Ese parecería haber sido el caso. Es una conclusión
reforzada por una lectura que al parecer alude a ese «gobernante y
guía» del sur, llamado Mosases. La lectura en realidad se dio para
una persona que había sido escriba del último gobernante de los
ohums, pero en la región del sur, donde se describe a los ohums
como «pueblos sin inclinaciones guerreras, sometidos por pueblos
provenientes del lugar con muchas aguas en el país del sur», región
que posiblemente se llamó Oz u On.14 (En todo caso, además del
nombre dominante, Og, encontramos esos dos nombres tribales
en relación con el país peruano de aquellos tiempos).
Cualquiera que en un principio fuera su papel en el gobierno,
hay pocas dudas de que los atlantes, al parecer integrados por grupos
opuestos de los hijos de la Ley del Uno y los hijos de Belial, tuvie-
ron un papel preponderante en todos los acontecimientos futuros.
Esto, como siempre, fue para bien y para mal. Es probable que la
población local, aunque descendiente en su mayoría de antiguos
atlantes de una era mucho más temprana, en el milenio anterior
hubiera degenerado en una sociedad relativamente primitiva,
afectada por un medioambiente mucho más hostil y otros factores.
Pero se nos dice que entonces los atlantes empezaron a instruirlos en
temas como procedimientos rituales, adoración del sol y las fuerzas
solares y lamentablemente, «incluso sobre la ofrenda de sacrificios
humanos».15 Esta sangrienta obsesión, como sabemos, más adelante
222 • La Historia del Alma

se arraigaría en forma aterradora hasta alcanzar incontrolables


proporciones. No sólo la practicaban los incas, también los mayas
y más tarde, en el más espantoso de todos los excesos, los aztecas
en el Valle de México, donde en el siglo dieciséis los conquistadores
españoles liderados por Cortés pusieron fin a la atroz matanza con
su propia y espeluznante forma de carnicería. Ya era tiempo de que
Quetzalcóatl, el dios representado por la serpiente emplumada,
fuera reemplazado por el Dios cristiano.
Hoy la piel cobriza de los actuales descendientes de los incas
en las alturas de los Andes, o los típicos mayas que aún subsisten
en Yucatán, y esas caras asombrosamente aztecas que de vez en
cuando se alcanzan a ver en las calles de Ciudad de México, es
quizá lo más cerca que uno pueda llegar a conocer físicamente un
atlante. De altos pómulos, largas y aquilinas narices, oscuros ojos
almendrados y lustrosos cabellos negros, su porte es por naturaleza
altivo y digno.
Perú es el asiento de dos de las más antiguas maravillas y mis-
terios del mundo. Uno localizado a gran altura en los Andes, cerca
de Cusco; el otro más próximo a la costa, cerca de Nazca, sobre
una plana meseta sin vegetación en uno de los más secos parajes
desérticos de toda la tierra. Lo que preservó de la destrucción al
primer emplazamiento, fue lo absolutamente remoto e inaccesible
del lugar, en tanto que el segundo se ha salvado de la erosión del
tiempo por una relativa ausencia de lluvia que se cree ha persistido
durante casi diez mil años.
La fabulosa ciudadela inca de Machu Picchu, perdida para el
mundo hasta que en 1911 fue redescubierta por Hiram Bingham,
de la Universidad de Yale, es una ciudad amurallada de edificios y
templos de blanco granito, construida donde comienza la ladera
de una montaña de los Andes a 2100 metros de altura, a la cual
se sube por unas empinadas escaleras que se abren paso entre las
imponentes piedras. Cuándo fue construida, o por qué fue aban-
donada, siguen siendo hasta hoy preguntas sin respuesta. Para eru-
De los Pirineos al Perú • 223

ditos y científicos por igual resulta particularmente desconcertante


cómo es que los incas, de quienes se supone estaban tan atrasados
tecnológicamente que no tenían rueda ni bestias para ayudarse, se
las arreglaron para construir estas magníficas murallas y edificios.
Los enormes bloques de granito fueron tallados con gran destreza
e ingeniosamente unidos por ángulos que encajan de tal forma que
ni siquiera la hoja de una navaja se puede insertar entre sus junturas
sin argamasa. La explicación, por supuesto, es que Machu Picchu
tuvo que ser construida con una tecnología altamente sofisticada,
es decir la de los atlantes. Ninguna otra civilización de esa era, o
de la nuestra, podría haberlo hecho. Esa es la inevitable verdad del
asunto.
Fue necesaria una tecnología que no sólo conociera muy bien el
principio del rayo láser para cortar la piedra más dura como si fuera
mantequilla, sino que también estuviera en capacidad de transportar
enormes pesos (como en la Atlántida primero, y después en Egipto
y Yucatán) aplicando métodos de antigravedad aún desconocidos
para nosotros, pero a la sazón tan comunes para los atlantes como
el ágil recorrer del sol sobre sus cabezas. Ah, sí, ¡ese sol! Objeto de
perpetua adoración. Aquí en Og, como antiguamente en la Atlán-
tida, piedra angular de su vida y religión. Y es así como en Machu
Picchu no sólo se encontraba la familiar Torre del Sol, sino tam-
bién el excepcional y exquisitamente esculpido Intihuatana, pétreo
observatorio sagrado tallado en una sola formación rocosa, desde
donde los incas señalaron solsticios, equinoccios y movimientos
lunares. Pero su marcador vertical también servía de «poste de
enganche» para atar al errante sol y garantizar su regreso. (Entre
los pueblos nativos se conocía al sol como «Inti», más que como
«Incal», su superpuesto nombre atlante. De ahí el «Intihuatana»,
o atadura del sol).
En cuanto a esa antigua maravilla de la desértica meseta cerca de
Nazca, es de un tipo muy diferente, pero igualmente imponente.
Al observador que desde el aire ve líneas perfectamente derechas
224 • La Historia del Alma

y gigantescas formas artísticas extraídas de la naturaleza, trazadas


al remover toneladas de oscura pizarra de la superficie para dejar
al descubierto la clara tierra de la meseta en los diseños deseados,
al principio podría parecerle una especie de «libro de astronomía»
antiguo. Hay quienes sostienen eso, y a lo mejor así fue. Pero mi idea
es otra. Para empezar, las líneas parecen haber sido superpuestas, y
un cierto número de ellas va a dar intencionalmente a las montañas
como marcando la línea del horizonte. De hecho, si se mira un mapa,
parece que señalaran a cualquier aviador alerta precisamente en
dirección a Machu Picchu, justo ahí delante. ¿Fue este, entonces, el
propósito de esas gigantescas líneas y símbolos, marcadores aéreos
que sólo un piloto informado podría interpretar y usar correcta-
mente? Es una especulación lógica. Dos figuras en forma de flecha
en el extremo norte de la meseta refuerzan mi teoría.
Luego, hay otra cosa. Se ha señalado que las anchas líneas dere-
chas no debieron usarse para despegues y aterrizajes, pues habrían
quedado innumerables huellas en el blando suelo de la meseta (y no
hay ni una). De todas maneras, la mayoría de esos «expertos» que
se han dedicado al problema están de acuerdo en que algún tipo
de orientación aérea tuvo que haberse usado para trazar las líneas
meticulosamente derechas y los enormes símbolos estilizados, al-
gunos de ellos tan grandes como dos canchas de fútbol americano
[220 m]. Al mismo tiempo, se ha observado que al final de algunas
de las líneas derechas hay unos «huecos quemados». La hipótesis,
por consiguiente, es que los primitivos indios nazcas, de quienes se
cree fueron artífices de esta antigua obra maestra, navegaron por los
aires en globos de aire caliente de ingenioso diseño, para supervisar
los trabajos en tierra. (Semejante archihipótesis solo se puede recibir
con una sonrisa indulgente. A veces los científicos son como niños:
a falta de respuestas, no dudan en recurrir al ridículo para explicar
lo sublime. ¿Agrimensores que vuelan en globos contra el viento?
o ¿que siguen un curso rectilíneo en el vacío? ¡Por supuesto!).
Enfoquémoslo en forma más racional. Racional, al menos, desde
la perspectiva de cualquier persona dispuesta a aceptar la premisa
de que los fenómenos invisibles o inexplicables no necesariamente
son inexistentes por esa razón.
Volvamos a nuestra fuente psíquica. Allí leemos acerca de «la
visita de aquellos de las esferas externas», en el período del gran
éxodo atlante a otros países, incluida la región de Og.16 En cuanto
al tipo de aeronave utilizada por los propios atlantes (por lo menos
antes de la pérdida de la Piedra de Fuego o fuente de energía), se nos
dice que «las aeronaves de ese período eran como las que Ezequiel
describió de una fecha muy posterior».17 Para localizar la descripción,
sólo hay que abrir el primer capítulo del Libro de Ezequiel y leer
acerca de los encendidos «aros» o «ruedas», no muy distintos de los
numerosos ovnis avistados en el siglo veinte, sean realidad o ficción.
Dice el profeta, después de una visitación desde el cielo: «Cuando
los seres vivientes se levantaban del suelo, también se levantaban
las ruedas. Las ruedas se elevaban juntamente con ellos».
Por último, en otra lectura hay una enigmática referencia
a «aquellos que habían venido de visita desde otros mundos o
planetas» durante la experiencia de los últimos tiempos mayas en
Yucatán, poco antes de la llegada de los españoles a principios del
siglo dieciséis.18 Algo curioso. Pues por una extraña coincidencia,
el eminente psicólogo suizo C. G. Jung, escribe acerca de extraños
objetos aéreos avistados en gran número unas pocas décadas más
tarde en ese mismo siglo, en los cielos de Basilea y Nuremberg.19
(A ese respecto, parece haber sido un siglo muy parecido al veinte,
con avistamientos cíclicos de los llamados «platillos voladores»
aflorando por todo el planeta a intervalos específicos cada tantas
décadas, tal vez en respuesta a las ventanas de entrada del campo
magnético de la tierra).
Pero bueno, mi intención con toda esta información especu-
lativa no es proponer que los visitantes aéreos que pueden haber
usado las líneas y símbolos pictóricos del desierto de Nazca para
guiarlos al oculto santuario inca de Machu Picchu en las alturas
226 • La Historia del Alma

de los Andes fueran extraterrestres. No. Más bien opto por una
explicación atlante del asunto. Mi punto es simplemente que las
naves aéreas utilizadas por los atlantes, si Cayce tenía razón acerca
de ellos, eran asombrosamente similares en apariencia y tal vez en
el tipo de vuelo, a los objetos volantes no identificados reportados
con tanta frecuencia en las noticias mundiales, pasadas y presentes.
«Ruedas» volantes, al parecer. Inquietantes vehículos extraños que
se comportan como si no pesaran, son capaces de una súbita sus-
pensión en el espacio o de la más rápida aceleración y también de
aterrizar o despegar verticalmente, según el testimonio de aquellos
que afirman haberlos visto ejecutar esas operaciones. Además, los
lugares donde se dice se han posado, aún momentáneamente, según
cuentan quedan marcados después con parches circulares de tierra
chamuscada que emiten prolongadas señales radiactivas.
¿Cierto o falso? No formulo afirmaciones aquí. Pero uno sí tiende
a recordar aquellos curiosos «huecos quemados» en las arenas de
Nazca, donde terminan las líneas derechas. Todo lo cual nos deja
en el aire, bastante literalmente. Nada de trabajadores de base en
tierra, que retiraran las piedras. Todo operado por patrones de vuelo
computarizados de arriba, levantando y retirando los escombros
en rápidas y meticulosas franjas. Fuerzas de antigravedad, ya ven.
Los atlantes lo sabían todo acerca de esas cosas. O, por lo menos
eso nos dice nuestra fuente psíquica. Y lo encontramos más creíble
a él en estos asuntos que a los perplejos y dudosos forjadores de la
opinión científica, con sus desacertadas hipótesis...
¡Que tomen en cuenta la sabiduría psíquica antes de echar a
volar sus globos de aire caliente!
De Abraham al Cristo • 227

16
DE ABRAHAM AL CRISTO

Nuestro largo viaje nos ha traído ahora a los pies de Abraham.


Se nos dice que Abraham significa «llamado».1 Por consiguiente
su papel es simbólico. En la evolución en curso de la humanidad,
podemos considerar al antiguo patriarca una «figura paterna»
universal que trasciende cualquier connotación racial o religiosa
en particular.
Acudamos a él para una metáfora.
Se podría decir que la evolución del hombre adánico, hasta la
época de Abraham, ha comprendido etapas embrionarias o rudi-
mentarias del desarrollo, comparables a las del crecimiento físico
de un niño. Sin embargo, ese período de Abraham al Cristo marcó
el gradual desarrollo del cuerpo mental. «Porque lo que nos lleva
al Cristo es la mente», dijo el durmiente Cayce. «Y el desarrollo de
la mente puede ser aquel indicado de Abraham al Cristo».2
La promesa del Señor a Abraham fue que su semilla (refiriéndose
a todos los llamados) se multiplicaría y sería tan innumerable como
las estrellas. Pero los llamados no siempre responden a la primera
llamada. La etapa en que ahora se encuentra la humanidad en su
continua evolución, pues, se puede comparar con lo espiritual. Es la
era del buscador, en la medida que el alma responde a su Creador.
Hoy, dijo Cayce, todos aquellos que buscan ese despertar interior
a su ser verdadero son herederos espirituales de Abraham, y su
nombre colectivo es Israel.3 No constituyen una sola raza y tampoco
una nación específica. Ni siquiera están confinados a este planeta.
228 • La Historia del Alma

Porque en verdad ellos son tan innumerables como las estrellas.


El viaje del alma termina donde comenzó, en el cuerpo de
Dios. Ya no hay misterio alguno en las palabras del Maestro que
permanecen suspendidas en el Eterno Ahora: «Antes de que Abra-
ham naciera, Yo soy».
El llamado le llegó a Abraham en Ur.4
Ur de los caldeos, como se le conocería en una época más tardía,
estaba situada «al otro lado del Diluvio». Ciudad magnífica y próspera
ya en tiempos de Adán, su estratégica ubicación en el fértil delta del
gran río Eufrates cerca de la entrada del Golfo Pérsico reafirmaba su
destino como gran eje de intercambio comercial de todo el mundo
antiguo. Bajo el reinado de reyes sumerios, alcanzaría la cúspide de
su fama y poderío. Fue una época personificada por el imponente
zigurat, santuario erigido por el gobernante Ur-Nammu en honor
del dios de la luna. Porque los sumerios rendían culto a muchos
dioses extraños. Sin embargo, hoy la torre escalonada no es más
que un montón de escombros sobre las ardientes arenas. Reposa
en medio de otras ruinas de una ciudad desaparecida y una cultura
olvidada. También desaparecieron todas las legendarias riquezas
de Ur y sus muchos dioses, así como sus afamados hechiceros y
adivinos; todo quedó atrás cuando el impredecible río alteró su
curso y los sembrados no volvieron a crecer en ese lugar.
A la madre de Abraham, como sabemos, la trajeron cautiva
a Ur desde el país que ahora conocemos como India. Mujer de
gran inteligencia y talento, con el tiempo llegó a ser lo que Cayce
denominó «la verdadera empresaria» de ese grupo que más tarde
se conocería como los caldeos.5 Es de suponer que ella hizo todo lo
que pudo por convencer al tonto de su hijo de que no abandonara
la seguridad y obvias oportunidades que tenía a mano para irse en
busca de una desconocida «tierra prometida».
En cuanto al padre de Abraham, Téraj, era fabricante de ídolos.
Una pintoresca leyenda árabe, narrada por C. G. Jung, atribuye a Téraj
un doble talento: se le consideraba un maestro artesano que podía
De Abraham al Cristo • 229

«sacar una lanza de cualquier trozo de madera», lo que en la usanza


árabe también significaba «progenitor de excelentes hijos».6
La búsqueda de Dios le salía de adentro a Abraham. Es de
suponer que no era un ideal que ninguno de sus padres, que rendían
culto a otros dioses, le hubiera inculcado.
Entretanto, ¿qué hay de aquel llamado del Señor a Abraham?
Porque el mensaje del Señor había sido muy claro: «Deja tu tierra,
tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré».7
¿Pero acaso el llamado se originó en el interior del corazón de Abra-
ham como resultado de su fuerte anhelo espiritual? ¿O ese anhelo
solo creó una condición de receptividad psíquica, y el llamado en
sí vino de fuera?
Lo último, según nuestra fuente psíquica.
De hecho, el llamado provino de otra ciudad llamada Ur,
equivalente espiritual de la mundana Ur de los caldeos, donde
residía Abraham. Esta otra Ur, según lo interpreto, era Ur de Salén,
o «Uru-salim», como fue llamada originalmente la ciudad de Je-
rusalén.8 Para entonces un reino aparte. Su gobernante, supuesto
autor del llamado psíquico que dentro de su sintonía espiritual
escuchó Abraham, no era otro que aquella prefiguración del Cristo,
el rey-sacerdote Melquisedec.
Al decirnos que el llamado provino de Ur, Cayce identifica a
Ur como «un país, un lugar, una ciudad», desde donde la entidad
que hoy conocemos por Jesús (y que entonces se encontraba en
la tierra como Melquisedec) era «capaz de impulsar o guiar esos
pensamientos en aquel período o experiencia».9
Al nombrar las encarnaciones más importantes del Cristo a lo
largo de la historia del mundo, Cayce confirmó la antiguamente es-
tablecida tradición apócrifa al enumerar a Adán, Enoc, Melquisedec
y Jesús; también agregó Zend, José, Josué, Asaph y Jesúa.10 De las
treinta o más vidas terrenales atribuidas al Cristo, vale la pena ob-
servar que de las anteriores nueve, a todas menos una (Zend) se
les puede seguir el rastro en la Biblia, mientras las cinco últimas,
230 • La Historia del Alma

incluido Jesús, siguen el linaje de Abraham. Esto tendría que darnos


una idea de la enorme importancia del papel de Abraham, no sólo
en la evolución de las religiones judaica, cristiana e islámica, sino
en el desarrollo personal del alma de Aquel que en un principio
vino como Amilius y asumió Él mismo la experiencia en carne y
hueso. Esto creó la necesidad de trabajar por Su propia salvación,
así como por la nuestra. Alcanzar ese objetivo requería de un plan
divino. Y Abraham cabía en ese plan.
Basados en lo que las lecturas de Edgar Cayce revelan sobre la
naturaleza repetitiva de las relaciones del alma de una encarnación
a la próxima, y las estadías planetarias entre una y otra aparición
terrenal como medio de preparar el alma para la siguiente fase de
su desarrollo, podríamos atrevernos a sacar algunas conclusiones
tentativas en esta coyuntura. Jesús, por ejemplo, parecía conocer por
anticipado los «antecedentes espirituales» de cada uno de los doce
discípulos escogidos (incluido Judas, quien lo traicionó), quizás
como resultado de previas asociaciones en la tierra así como de
un plan preestablecido que se originó en la zona intermedia entre
encarnaciones. De igual forma, ¿acaso el Señor en su papel ante-
rior como Melquisedec escogió a Abraham a raíz de una relación
previamente probada en la tierra y en cumplimiento de un plan
estructurado a «nivel de alma» que precedió la venida terrenal de
cada uno? Tal como parece que los doce gravitaron naturalmente
hacia Jesús o se vieron a sí mismos aparecer como por casualidad
en Su camino cuando su misión terrena entró en la fatídica etapa
del plan divino que llevaría a su crucifixión y resurrección. Así
también Abraham se encontró inevitablemente atraído a entrar
en contacto físico con Melquisedec como por un arreglo previo.
Abraham además, parece haber reconocido al Señor de inmediato.
De hecho, Abraham le rindió pleitesía en su primer encuentro en
el valle de Save [valle del Rey], después de su victoria en la batalla
de los reyes, y Melquisedec le impartió la bendición.
No hay encuentros casuales, nos dice Cayce. Sin embargo, la
De Abraham al Cristo • 231

prueba crucial está en la naturaleza de nuestras propias y libres


decisiones cuando se dan las oportunidades, como en el caso de
Abraham, cuyas acciones a menudo fueron en contra de la voluntad
de Dios. No obstante, el Señor fue paciente con él todo el tiempo, al
parecer porque conocía el corazón de Abraham lo suficientemente
bien para confiar en un resultado favorable.
¿Y cómo se relacionaba el plan del Señor con Abraham? Esta
antigua y probada alma fundaría una nueva nación, cuya fe y
principios estarían basados en las más altas enseñanzas que se
dice Melquisedec impartió a Abraham, en la que fue la Cábala11
original, una versión esotérica de la Ley del Uno. Al mantener la
fe viva a través de las vicisitudes y periódicos deslices, así como un
linaje puro de conformidad con las leyes dadas por innumerables
generaciones, los descendientes de Abraham proveyeron los canales
necesarios de una a otra para que muchos grandes reyes y profetas
ingresaran al plano terrenal en cumplimiento del plan divino. Esto
aseguró la salvación de la humanidad, para llevar por último a la
venida del Rey de reyes.

En tiempos de Abraham, el Verbo habitaba en Melquisedec. El


nombre Melqui-Sedec, significa «Rey de Justicia» y, por supuesto,
el reino de Melquisedec era Ur de Salén (precursora de Jerusalén).
«Ur», del hebreo aur que significa «fuego» o «luz», en tanto que
«Salén» se traduce como «Paz». Lo apropiado del simbolismo en
todos los tiempos requiere poco énfasis, como no sea para agregar
que el futuro «Príncipe de Paz» de hecho fue completamente pre-
figurado en el rey-sacerdote Melquisedec.
En todas sus encarnaciones, desde el «primer Adán» hasta
«el último Adán», Jesús fue una personificación de la Conciencia
del Cristo universal, que llevó la Palabra de Dios al hombre. Pero
en Melquisedec —«sin padre ni madre ni genealogía; no tiene
comienzo ni fin, pero a semejanza del Hijo de Dios»12— se dio
el primer perfeccionamiento del ser inferior cuando se fusionó y
232 • La Historia del Alma

se volvió uno con el Ser Superior. Por esa razón, sin duda, Cayce
se refirió a «Melquisedec en la perfección».13 Desde un punto de
vista lógico, no parecería haber necesidad de que Él se sometiera
a ninguna otra encarnación por su propio bien, siguió volviendo
solo por nosotros.
Aunque se le ha descrito como un hombre de carne y hueso,
Melquisedec, cuyos días no habían tenido principio ni fin su vida,
obviamente trascendía las limitaciones humanas. Si intentáramos
definir su estado único, tendríamos que describirlo como un ser
tetradimensional que vivió por fuera de las restricciones físicas de
tiempo y espacio. Esto explicaría fácilmente sus varias apariciones
ante Abraham, como salido de la nada, igual que en aquel pasaje del
Génesis que describe el altar que Abraham construyó en Canaán
para el Señor, «que se le apareció».14 (¿En qué forma? ¿Y desde
dónde?).

Todo lo cual nos lleva, por una interesante e inesperada co-


nexión, al Libro de Job.
La mayoría de los eruditos bíblicos consideran el Libro de Job solo
una alegoría, de autor aún desconocido. Cayce disipa la ignorancia
común sobre ambos puntos: Job vivió, nos asegura.15 Su período en
la historia no está bien definido, «antes de que Moisés existiera».
Antes de Moisés, pero algunas generaciones después de Abraham,
como quedará demostrado muy pronto. Sin embargo, la verdadera
sorpresa es saber quién fue el autor de la historia de tentación y
perseverancia de Job ante la adversidad. Dijo el durmiente Cayce:
«¡Melquisedec escribió [el Libro de] Job!».16
Sin embargo, si reflexionamos un poco, esa revelación no debería
sorprendernos. ¿Porque quién sino un testigo de primera mano del
hecho, o mejor, quién sino el propio protagonista espiritual, me
permito sugerir, podría haber escrito ese relato profundamente
conmovedor del conflicto entre el Señor y Satanás en una contienda
por el alma de un hombre a la vez real y simbólico? Una alegoría,
De Abraham al Cristo • 233

por supuesto, en un sentido. Pero también más que una alegoría.


Porque la historia de Job fue cierta.
No podemos hablar de los tiempos de Melquisedec, que fue
alguien «sin comienzo ni fin». Pero podemos hablar de los tiempos
de Job. Job moraba en el país de Uz, al este de Palestina. Uz fue hijo
de Aram, uno de los hijos de Sem, hijo de Noé, y este fue al parecer
el país en el que Uz se estableció con sus parientes después del dilu-
vio universal. Eran buenas tierras de pastoreo, aunque bordeaban
el desierto, y bandas de sabeos y caldeos que merodeaban por allí,
de vez en cuando lo atravesaban y saqueaban la región. También
fue aquí en el país de Uz donde vivió la pecadora «hija de Edom»,
como se denominó a la descendencia de Esaú.
El tiempo de Job se podría establecer, entonces, al analizar estas
y otras trampas genealógicas de la historia, quizás colocadas ahí por
Melquisedec como pistas para ser corroboradas. Los antiguos amigos
de Job eran Bildad el suhita, Zofar el naamatita y Elifaz el temanita.
También estaba Eliú, hijo de Baraquel el buzita, de la familia de Ram.
Ram fue el segundo hijo de Jezrón, nacido del hijo de Tamar, Fares,
hijo de la extraña unión de Judá con su nuera. Esto sitúa a Ram
cinco generaciones después de Abraham, y probablemente en un
lapso de unos cien o más años después de la muerte del patriarca.
En forma similar, los temanitas se pueden seguir hasta el mismo
período general de la historia hebrea, porque Tema fue el noveno
hijo de Ismael, nacido de Abraham y la egipcia Agar, catorce años
antes de que Sara en su vejez concibiera a Isaac.
De los naamatitas no tenemos registros, aunque en realidad
debieron ser los naamanitas, familia descendiente de Naamán, nie-
to de Benjamín, último hijo de Israel. Llegamos por último a los
registros de Bildad el suhita, pero de su tribu no se sabe nada con
certeza, salvo que estaba localizada cerca de Uz y tal vez procedía
de Asiria.
Es así como, con base en estos datos genealógicos cuidadosa-
mente recojidos, hemos podido establecer con razonable precisión
234 • La Historia del Alma

los tiempos de Job.


En cuanto al papel de Melquisedec como autor y protagonista,
hay un factor extraño y tendremos que resolverlo. No será tan difícil.
Primero, el lector habrá notado que los tiempos de Job se situaron
en un marco de tiempo de cinco generaciones después de Abra-
ham, cuyo mentor espiritual fue el mismo de Job: a saber, aquella
encarnación del Señor identificada como Melquisedec. Esto, de por
sí, no plantea problema alguno en tiempo o espacio: sin duda un
ser especial como Melquisedec, de quien se ha dicho no tenía «ni
comienzo ni fin», habría podido aparecer tan fácilmente en tiempos
de Abraham como en los de Job, uno o dos siglos más tarde. Sin
embargo, surge una paradoja de tipo más complicado. Porque, si
Cayce estaba en lo cierto, una de las encarnaciones del Señor entre
«el primer Adán» y el «último Adán», fue José, el bienamado hijo
de Jacob (o «Israel», como fue rebautizado). La aparición en carne
y hueso de José, bisnieto de Abraham, precedió a la de Job. ¿Cómo
entonces, en su papel como Melquisedec pudo el Señor reingresar,
por así decirlo, después de su papel provisional en carne y hueso
como José, para estar presente en los difíciles tiempos de Job?
Pero recordemos: Melquisedec fue «creado a imagen del Hijo de
Dios», con una conciencia tetradimensional que trascendía tiempo
y espacio. Por eso fue tan fácil para Melquisedec entrar al
tiempo-conciencia de Job así como aparecer en el tiempo-conciencia
de Abraham.

El relato de las tribulaciones de Job también es el relato de su


victoria.
«Si un hombre muere», pregunta Job, «¿vivirá de nuevo?». Y
habla simbólicamente de un árbol: «Porque con un árbol está la
esperanza de que, si se tala, retoñará de nuevo y su tierna rama no
se acabará».
En cierto sentido, Job vive para siempre. Está inmortalizado
en la Palabra imperecedera de Melquisedec. Pero más que eso, sus
De Abraham al Cristo • 235

terrenales encuentros y conversaciones con el Señor (que en alguna


ocasión se le apareció «de un torbellino»), no sólo reconfortaron y
fortalecieron a Job en sus penurias sino que le trajeron lecciones de
vida eterna. Y si un hombre vive, podríamos reformular la pregunta
de Job, ¿morirá de nuevo alguna vez?
El Job mortal falleció a su tiempo, por supuesto, como lo hare-
mos todos nosotros. Pero como alma iluminada, la experiencia de
la muerte tendría que haber sido una transición esclarecedora.
Entretanto, aquí tenemos un concepto novedoso. Es posible que
en un principio sobresalte la mente, aunque su lógica es impecable,
pero después de la debida reflexión, la posibilidad de su realidad
aumenta cada vez más. Planteémonos la posibilidad de que Job
haya sido una reencarnación de Abraham; y que Melquisedec,
en su preocupación y amor por este elegido servidor del Señor,
se hubiera movilizado a través de tiempo y espacio para estar a
mano cuando el patriarca regresara a la tierra para recoger lo que
había sembrado, como debe hacerlo cada alma. En esta forma,
Melquisedec podría trabarse en combate personal con Satanás en
la tierra y prestar directa asistencia espiritual a Job a través de las
duras pruebas que habría de soportar como remanente kármico
de sus deficiencias como Abraham. (Porque Job, se nos ha dicho,
nació hombre perfecto, y no fue como Job que él pecó).
Como Abraham, el patriarca tenía una gran responsabilidad.
Sin embargo, no sólo hizo peligrar su sagrada misión en varias
ocasiones por su desobediencia y vacilación, sino que mostró im-
paciencia con el Señor cuando pensó que el cumplimiento de sus
promesas era demasiado lento.
La paciencia, como sabe todo lector del relato, es el meollo
de la historia de Job. Eso, y la constancia. Al final, no sólo le fue
devuelta a Job su salud, sino que todo aquello que él había dado
por «perdido» le fue devuelto en abundancia, de tal manera que los
últimos tiempos de Job fueron mejores que los primeros.
236 • La Historia del Alma

Ahora volvemos a nuestra fuente psíquica y su libro favorito,


la Biblia, para cerrar este capítulo de nuestro viaje con unas breves
percepciones y observaciones. Tienen que ver con las varias encar-
naciones del Cristo entre su mística aparición como Melquisedec
y su entrada triunfal como humilde nazareno.
Primero, veamos a José.
Vendido como esclavo por sus propios hermanos, mas tarde
aprovechó su alta posición en la corte del Faraón no para descargar
su venganza sobre ellos en su hora de extrema necesidad y humildes
súplicas, sino para salvar, no solo a sus hambrientos hermanos, sino
a todo Israel. Esa era la manera de ser del Cristo, opuesta al innoble
instinto humano. El amor desinteresado, que hace a un lado toda
respuesta negativa, le permitió a José cumplir su posible propósito
en esa encarnación. Por último, vemos que el tierno lazo de afecto
entre Jacob y su favorito hijo menor obtuvo su pago en especie en
la vida de Jesús. Porque Jacob reencarnó como el discípulo amado,
Juan, el más joven de los doce, que se reclinó sobre el pecho de Jesús
en la Última Cena.17
¿Y Josué? Cayce lo describe como profeta, músico y líder, así
como «el vocero de Moisés», con lo que desempeña un papel mucho
más crucial del que por lo general se le atribuye, un papel quizás
deliberadamente atenuado, típico del Cristo en sus estadías terre-
nales. Por otra parte, era temible el poder espiritual que en toda
rectitud Josué podía invocar. El ejemplo más poderoso está en la
versión bíblica del día que el sol se inmovilizó sobre Gabaón, y la
luna detuvo su curso en el valle de Ayalón, cuando Josué así se los
ordenó hasta que ganara la batalla con sus enemigos.18 A quienes
se inclinan a considerar ese incidente bíblico como una simple
metáfora se les recuerda un incidente posterior, algo parecido,
registrado en Isaías. Como una señal del Señor, la sombra de los
grados del reloj de sol de Acaz retrocedió diez grados y luego se
devolvió los mismos diez grados perdidos.19 En ambos casos, me
permito sugerir, ha podido tener lugar un cambio correlacionado
en la corteza de la tierra, que habría provisto una explicación cientí-
fica del fenómeno. Sin embargo, una explicación tal de ninguna
manera elimina la intervención divina como fuerza propulsora.
Es más, en varias de sus lecturas psíquicas20 Cayce menciona un
ejemplo similar de intervención divina para controlar la actividad
del sol y los elementos en tiempos de Jesús. Fue en el momento de
la crucifixión, descrito como un día en que un eclipse oscureció
el sol y la tierra tembló, mientras «el Hijo del Hombre, el Hijo de
Dios, estaba suspendido entre cielo y tierra».
En cuanto a Asaph, de ese esotérico personaje podría decirse
mucho. Pero eso requeriría una exposición más completa de la
que sería apropiada aquí.* En cambio, observemos simplemente
que Asaph, leal profeta y consejero tan caro al corazón de David
y músico eminente de su corte, fue el reconocido compositor de
algunos de los salmos más poéticos. Es probable que también haya
sido autor de ese místico trío de salmos, el 117, el 118 y el 119. El
primero de ellos es el capítulo más corto de la Biblia, mientras
el tercero es el más largo. Este último consta de 22 secciones,
basadas en las 22 letras del antiguo alfabeto hebreo, que se supone
Melquisedec entregó a Abraham. Cada una de las 22 secciones está
compuesta por 8 versículos. Si volvemos al Salmo 118, en curiosa
yuxtaposición entre sus vecinos largo-y-corto, es de esperar que
nuestra atención se centre en los versículos 8 y 22. El primero nos
cuenta, en forma muy simple, que es mejor confiar en el Señor que
depositar la confianza en el hombre. El 22, no obstante, parecería
llevar la impronta profética del propio Maestro, en su encarnación
como Asaph. A menudo se cita como una referencia al Cristo: «La
piedra que desecharon los constructores ha llegado a ser la piedra
angular».21
Por último, llegamos a Jesúa el escriba. Cayce dice de él que
«razonó» con los desencantados israelitas que volvían del cauti-

* Véase para información adicional la nota 21 del capítulo, en el Apéndice.


238 • La Historia del Alma

verio después que Ciro de Persia conquistó Babilonia en 539 a.C.,


buscando restablecer la maltrecha fe de ellos. En su papel como
escriba, Jesúa se ocupó de traducir aquellos libros de la Biblia que
habían sido escritos hasta esa época en particular.22
Un Cristo, muchas vidas. Pero siempre sirviendo a los demás,
enseñando y practicando los preceptos de la Ley del Uno. Un
Modelo para todos.
Los misteriosos constructores de montículos • 239

17
LOS MISTERIOSOS CONSTRUCTORES
DE MONTÍCULOS

De los muchos montículos efigie descubiertos en Norteamérica,


ninguno sobrepasa en simple tamaño, espectacular belleza o po-
deroso simbolismo, al túmulo de la Gran Serpiente, en Ohio.
Descubierto en 1848 por los arqueólogos estadounidenses
Ephraim Squier y Edwin Davis, desde entonces ha cautivado la
mente e imaginación de millones de personas. Estudiosos de la
cultura amerindia, en particular, han cavilado sobre este antiguo
enigma en busca de una explicación lógica. Sin duda, tiene víncu-
los más cercanos con la tradición egipcia, hebrea, o gnóstica, que
con ninguna leyenda indígena conocida. Ni siquiera la Serpiente
Emplumada de los aztecas en México, se acerca lo suficiente en
términos simbólicos, para relacionarla con esta gigantesca culebra
que se contorsiona en una serie de curvas como las de un látigo a lo
largo de un poco más de 400 metros a un lado del terraplén de un
riachuelo. (El propósito, sin duda, ¡era que la vieran desde arriba!
¿Pero quién? ¿Y por qué?).
Sostiene entre sus fauces abiertas una esfera achatada en los
polos que recuerda al Huevo de Seb, del cual salió el mundo según
la mitología egipcia.1 En la literatura hebrea, por supuesto, la
serpiente ha sido un ambivalente símbolo de sabiduría, desde los
tiempos de Adán y Moisés, mientras para los místicos de Alejandría
y los gnósticos, se convirtió en emblema del Cristo, el Logos. Y fue
240 • La Historia del Alma

del cuerpo del Cristo, a través de la Palabra hablada, que nació el


universo visible.
Otro factor que contribuye al misterio tan particular que rodea
al túmulo de la Gran Serpiente ha sido la ausencia de artefactos.
En la mayoría de los demás montículos, un rico acervo de obje-
tos funerarios u otras reliquias ha permitido determinar la fecha
aproximada de su construcción. Los montículos de la cultura adena,
por ejemplo, que son de los más famosos aunque no los más prolí-
ficos, al parecer datan del período comprendido entre el año 1000
a.C. y alrededor del 500 A.D., mientras los igualmente afamados
túmulos de la cultura hopewell probablemente tuvieron un inicio
algo más tardío y sobrepasan a los adenas por un pequeño margen.
Sin embargo, en el mejor de los casos, estas fechas aún son algo
especulativas. Para tener una idea de la típica imprecisión de los
métodos de datación con carbono 14, que nos han suministrado
fechas tentativas para las culturas adena y hopewell, la antigüedad
estimada del montículo Drake, en Kentucky, recientemente ha au-
mentado en mil años. Esto podría ocurrir en otros lugares puesto
que continuamente se están mejorando los métodos de datación y
reexaminando antiguas determinaciones.
Dado que un sitio funerario adena no lejos del montículo
de la Gran Serpiente ha tenido una datación con carbono 14 del
primer siglo a.C., algunos arqueólogos han concluido que el pro-
pio montículo de la Gran Serpiente data de la misma época y fue
producto de la cultura adena. Pero como sabiamente nos dice la
vieja tonada, no necesariamente tiene que ser así. En cualquier
caso, es solamente entre objetos hopewell que a veces encontra-
mos la serpiente tallada en piedra en forma totalmente enroscada,
sin «huevo-mundo» o ningún otro simbolismo aparente. Así que
nuestro asombro debe crecer...
De todas maneras, ya se ha abandonado la una vez popular
creencia, sostenida incluso por algunos de los primeros arqueólogos
que llegaron a la escena, de que muchos de los miles de túmulos
Los misteriosos constructores de montículos • 241

esparcidos por gran parte de norteamérica al este del Mississippi


algún día podrían suministrar evidencia de orígenes verdadera-
mente antiguos. Una meticulosa investigación arqueológica a lo
largo de muchas décadas ha establecido definitivamente que los
constructores de montículos, aunque al parecer de un orden social
más elevado y complejo que los demás ocupantes tribales del norte
del continente, hablando en términos relativos sin duda eran unos
«recién llegados».
Algunas de las características físicas de los pueblos Adena y
Hopewell (así llamados en honor de sus descubridores), no solo
tenían marcadas diferencias con las tribus indígenas que ya habi-
taban Norteamérica al momento de su llegada, sino que diferían
entre sí. El tipo adena era excepcionalmente alto, sus hombres eran
de huesos grandes y con frecuencia alcanzaban unos 214 centíme-
tros de estatura. Sus cráneos también eran característicos, grandes
y redondeados, de frente y arcos ciliares pronunciados y mentón
prominente; debían lucir imponentes. De los hopewell, quienes
rivalizaron con ellos e incluso los superaron en ciertos aspectos
artísticos y creativos, se nos dice que tenían los ágiles cuerpos y
cráneos estrechos más típicos de la población indígena existente
en los bosques del este, pero envueltos en cierta altivez y mística,
adornados como estaban con cobre y perlas, que los distinguía
de sus más salvajes vecinos que les habían precedido en aquellos
lugares.2
A otro grupo de constructores de montículos, que algunos creen
llegaron mucho más tarde desde México, se le ha identificado como
la cultura del Mississippi. Sin características tan marcadas como las
de los adena y los hopewell, ellos de todas formas construyeron sus
montículos a gran escala, probablemente imitando a los aztecas.
Pero como todos los constructores de montículos, ya construyeran
montículos efigie, túmulos funerarios o la más tardía variedad de
templos, sustituyeron la tierra por piedra.
Todos los constructores de montículos muestran una exquisita
242 • La Historia del Alma

apreciación de las formas geométricas. El diseño de sus complejos


de montículos, y las variaciones en la construcción de los propios
montículos, muestran su ferviente devoción por la forma y ritual,
así como un simbolismo diferente. Sin embargo, con la posible
excepción de la cultura del Mississippi, nos dejan con dos pregun-
tas sin respuesta: ¿De dónde vinieron? ¿Y cuál fue la causa de su
desaparición? En cuanto a la cultura del Mississippi, la llegada del
hombre blanco probablemente los llevó a abandonar sus complejos
de templos y granjas colindantes. Es de suponer que poblaciones
tribales ya existentes los absorbieron rápidamente. Pero ambos
pueblos, adena y hopewell, al parecer se perdieron de vista mucho
antes de la llegada del hombre blanco.
La población adena, alta y de poderosa contextura, con grandes
cráneos redondeados, parece haber sido arrasada totalmente, por
una plaga o por una guerra. Y no dejó rastros genéticos. En cuanto
a los hopewell, que para el año 550 A.D. o poco antes ya habían
dejado de construir sus centros ceremoniales, tal vez cayeron víc-
timas de enfermedades o guerras tribales, y su población restante
fue absorbida por tribus más modestas. Un vestigio que apunta a
la teoría de la «guerra» es el antiguo fuerte de murallas de tierra
construido sobre una larga y estrecha planicie unos cientos de pies
por encima del río Little Miami en el condado de Warren, Ohio.
Unos cuantos túmulos funerarios dentro del fuerte dan fe de los
caídos en combate. Entretanto, las empalizadas que empezaron a
aparecer rodeando muchas aldeas de las zonas más al norte, prueban
la intranquilidad que por esta época afectaba a las tribus indígenas
norteamericanas de la región este.

Pero alejémonos de esas barricadas por el momento. Tenemos


nuestro propio trabajo de construcción por hacer. A medida que
encajamos piezas sueltas del rompecabezas recogidas de las lectu-
Los misteriosos constructores de montículos • 243

ras psíquicas de Edgar Cayce, añadiendo aquí y allá una viga o un


ladrillo producto de otras fuentes, construiremos nuestro caso. Una
vez terminado, por lo menos reivindicará en parte a los largamente
ridiculizados creadores de mitos. Quienes captaron intuitivamente,
en la obra de los constructores de montículos, un antiguo patrimonio
cuyo rastro se puede seguir hasta la perdida Atlántida, y estaban
en lo cierto. Aunque a medias, pues al parecer se equivocaron en
cuanto a la antigüedad de los propios montículos. El reconstruido
panorama que surge a medida que vamos uniendo las piezas de
nuestro rompecabezas, es complejo: implica el tranquilo transcurrir
de varios milenios, seguidos en el tiempo por la entrada en escena
de unos cuantos actores inesperados.
El poblamiento de América, si aceptamos el consenso de la
ciencia en estos tiempos modernos (que en general rechaza la
controvertida aseveración del difunto Louis Leakey sobre una ocu-
pación homínida de Calico Hills, en California, hace unos cien mil
o doscientos mil años), se produjo con una migración proveniente
del sureste y originada en Siberia hace once mil quinientos años. Es
de suponer que este movimiento migratorio fue resultado del de-
rretimiento de la gran glaciación de Wisconsin, que volvió habitable
el continente norteamericano para las errantes bandas de cazadores
mongoles. En el término de otro milenio, la ola migratoria ya se
había extendido también por toda América Central y del Sur.
Apuntando a las vastas extensiones marítimas al este y oeste de
América, que se cree constituyeron una barrera infranqueable para
los navegantes prehistóricos, los expertos aducen con imperturbable
y tajante lógica que la ruta terrestre a través de «Beringia» (como
denominaban el estrecho de Bering o paso de Siberia a Alaska, por
el cual supuestamente entonces se podía caminar) es el único punto
verosímil de ingreso a las tierras antes deshabitadas. Ahora con
la aparición de otra evidencia diferente de los hallazgos bastante
endebles de Leakey, que sugieren una ocupación humana mucho
más temprana en partes de América, la respuesta poco imaginativa
244 • La Historia del Alma

es simplemente correr hacia atrás las fechas de los primeros cruces


por Beringia.
En cuanto a los orígenes de los constructores de montículos,
las opiniones de los científicos están divididas. Hay quienes argu-
mentan que se desarrollaron naturalmente, a medida que algunas
tribus provenientes del norte que bajaron hacia los bosques del
este empezaron a enterrar su basura bajo montículos de tierra, que
gradualmente los llevaron al culto del «túmulo funerario» en un
complicado ritual para honrar a los muertos, práctica que con el
tiempo dio paso a la construcción de templos. Otros piensan que
indígenas mesoamericanos con una tradición de construcción de
pirámides heredada de los mayas y provenientes del sur, emigraron
al norte.
Ahora llegamos al registro de Cayce sobre el tema.
Pero antes, demos otro vistazo al puente de tierra de Berin-
gia, de hace 11 500 años. Esa fecha coincide muy de cerca con
dos acontecimientos catastróficos: el cambio polar y el diluvio
universal. La subida de los niveles del mar en todo el mundo, nos
lleva a preguntarnos cuán transitable para viajeros sin barcos era
en realidad el llamado «puente de tierra». Pero sigamos adelante,
y dejémoslos a ellos en sus arduas travesías... (Uno puede estar
fácilmente de acuerdo con que los emigrantes de la región de Gobi
alguna vez hubieran llegado por esa vía, con su carga en botes
portátiles. Tal vez esquimales y aleutas, de facciones mongoloides,
sean sus herederos. Pero es obvio que ni una de sus anchas caras
chatas se ve entre los iroqueses con nariz de halcón, «descendientes
puros de los atlantes» como dijo Cayce, ni entre los otros hombres
rojos de las praderas o bosques del este de Norteamérica, o incluso
entre las mezclas mesoamericanas de piel cobriza o los imponentes
peruanos y otros de su mismo tipo).
Con respecto a un período de 3000 años a.C., en el que des-
cendientes atlantes de Iltar en Yucatán «se fueron perdiendo
gradualmente por sus hábitos» nos enteramos de la introducción
Los misteriosos constructores de montículos • 245

de influencias de «Baal o Baalilal» en la civilización maya. Esta


vino por una infusión de «aquellos pueblos de las tribus perdidas»,
que llegaron primero «entre los pueblos de Mu en la región más
al sur de lo que se llamó Norteamérica o Estados Unidos», de los
cuales una parte se mudó a Yucatán y otra a lo que hoy es Ciudad
de México, donde finalmente concentraron sus actividades, dando
vida, podemos suponer, a la última civilización azteca. Entretanto,
de su entrada a Yucatán se ha afirmado que trajo «una civilización
diferente, una nueva mezcla». Como resultado, los descendientes de
Iltar emigraron a Norteamérica, donde «llegaron a ser el pueblo que
se conoció como el de […] los constructores de montículos».3
Cuando se le preguntó en qué forma llegaron a las playas
de América los hijos de las «tribus perdidas» que se cree fueron
cananeos que huían de la dominación persa, Cayce respondió: «En
barcos».
Los cananeos (también conocidos en la historia como fenicios,
fundadores de Cartago) eran reconocidos por dos características,
una de ellas admirable mas no así la otra. Era admirable su destreza
para la navegación marítima; en ese aspecto eran igualados solo
por los vikingos, que habitaban mucho más al norte de sus playas
mediterráneas. La parte negativa, lástima, es la mala fama entre sus
congéneres israelitas por practicar el terrible culto de Baal. Pero
esta desagradable característica tal vez les proporcionó afinidad
espiritual con aquellas hordas sin Dios ni ley de hijos de Belial
que «habían sido arrojados de la Atlántida»14 en los últimos días
y forzados a buscar refugio del cataclismo que se acercaba, en las
primigenias playas americanas. Allí se convirtieron en el núcleo
de muchas tribus indígenas americanas que primero colonizaron
el norte del continente, salvo la región suroeste, donde colonias
mucho más anteriores de los hijos de la Ley del Uno se habían
unido a colonizadores de Mu que llegaron a fundar las pacíficas
tribus de esa zona.
La referencia de Cayce a navegantes cananeos que llegaron a
246 • La Historia del Alma

tierras americanas unos 5000 años atrás, o sea en el año 3000 a.C.,
encuentra eco en más recientes informes de fuentes científicas. En
el número del 18 de julio de 1970 de Saturday Review, el editor de
ciencias, John Lear, presenta evidencia de que antepasados de los
Yuchis, una de las tribus americanas sobrevivientes, llegaron al
Hemisferio Occidental desde la zona del Mediterráneo casi 3500
años atrás. También un documento brasileño dado a conocer por
el Profesor Jules Piccus de la Universidad de Massachussets, y
traducido posteriormente por el Profesor Cyrus H. Gordon, de
la Universidad de Brandeis, cuenta de otro grupo de hombres del
país de Canaán que llegaron a las playas de lo que ahora es Brasil
en el año 531 a.C. y se identificaron como cananeos sidonios; el
documento dice que «sacrificaron un joven a los dioses y diosas
celestes» cuando «embarcaron en Eziongeber a orillas del Mar Rojo».
El relato agrega que «fueron separados por la mano de Baal» de sus
compañeros y finalmente llegaron doce hombres y tres mujeres a
la «Nueva Playa».
Sin embargo otros indicios que sugieren una inyección cananea
en el torrente sanguíneo y la psiquis de la población indígena
americana, vieron la luz en 1885 en Bat Creek, Tennessee, donde
se encontró una tableta de piedra con la inscripción «Para Judá»,
junto con una antigua moneda cananea perteneciente al período
132-135 A.D. Estos tesoros acabaron en manos del Smithsonian
Institute, sin ser traducidos ni identificados, hasta que reciente-
mente atrajeron la atención del mismo profesor de la Universidad
de Brandeis, Cyrus H. Gordon.5 Además, Gordon ha afirmado que
hoy existe en la región este de Tennessee un grupo de personas
conocidas como melungeos, que podrían ser los descendientes de los
colonizadores cananeos. Parecen ser caucásicos más que indígenas,
pero probablemente son una mezcla.
A una mujer que en una encarnación vivió en lo que ahora es el
sur de la Florida «cuando lo habitaban los principiantes construc-
tores de montículos», se le dijo en su lectura psíquica que su nombre
Los misteriosos constructores de montículos • 247

había sido Alta, el cual claramente sugiere un ancestro atlante. Ella


también supo que sus estadías en ese tiempo «fueron entre aquellos
de una raza de altura y proporciones excepcionales», que podemos
identificar con bastante certeza como los constructores de montícu-
los adenas. ¿Entonces, fue este pueblo poco común descendiente de
Iltar? Porque la lectura los identifica como «los señores de la tierra»,
aunque la entidad en sí había estado entre «aquellos que fueron más
benévolos en medio de su prepotencia», buscando «un desarrollo
en el cual todos bajo el Señor —como ley— son uno».6
Otra lectura para un antiguo constructor de montículos, habla
de la lucha por llegar al norte desde Yucatán y establecerse en tie-
rras que hoy forman parte de Kentucky, Indiana y Ohio, «como uno
de los constructores de montículos del primer período». Lo que
resulta enigmático en el pasaje citado, claro, es la palabra primer.
De hecho, a la entidad también se le había dicho que estuvo «entre
aquellos de la segunda generación de atlantes».7 ¿Debemos tomar
esa «segunda generación» en un sentido literal o figurativo? Literal-
mente, significaría que los montículos de Norteamérica tienen una
historia mucho más antigua que cualquiera que pudieran indicar los
túmulos hoy existentes, con base en las dataciones de sus vestigios
con carbono 14. Sin embargo, tal conclusión, por emocionante que
resulte considerarla, en el mejor de los casos no pasa de ser muy
especulativa. No concuerda con la evidencia arqueológica obtenida
hasta ahora, ni coincide con la información dada en otras lecturas
sobre la época de la construcción de montículos.
Igualmente, en la turba de un pantano se han descubierto indi-
cios de que un pueblo de emigrantes desaparecido mucho tiempo
atrás, tal vez navegando desde Yucatán (¿quién sabe?), hubiera
llegado a los pantanosos bancos de arena del este de la Florida cerca
a Titusville o proveniente de otras partes hubiera atravesado a pie
ese terreno hostil. Es más, ellos seguramente enfrentaron alguna
resistencia de tribus rivales. En los últimos quince años, en lo que
ahora se conoce como el sitio Windover, los arqueólogos han exca-
248 • La Historia del Alma

vado cuidadosamente más de 125 esqueletos envueltos en telas, de


hombres, mujeres y niños muertos en condiciones adversas unos
8000 años atrás. Y más asombroso aún, en los bien conservados y
secos cerebros de nada menos que noventa y uno de esos cuerpos,
se han encontrado células intactas. Este descubrimiento de ADN
ha permitido a los científicos estudiar el origen genético de estas
personas, en formas nunca antes posibles en la historia de la ar-
queología. (Si como sospechamos, son descendientes directos de los
muy avanzados atlantes, ¡la codificación del ADN de esas células de
8000 años de edad, puede encerrar algunos emocionantes secretos
genéticos! Ya veremos). Hay evidentes indicios de antiguos com-
bates y actividades bélicas. Enterrada en el hueso de la cadera de
uno de esos cuerpos, se encontró la punta de una primitiva lanza
coronada por una cornamenta. Otros tenían huesos fracturados.8
Es factible, claro, que fueran residentes locales, descendientes
norteamericanos de los originales hijos de Belial llegados a esas
playas extranjeras unos 3000 años antes, pero la evidencia sugiere
con más fuerza que se trata de emigrantes recién llegados, tal vez
provenientes de Mesoamérica.
Pero no todos los atlantes que viajaron «al norte y oeste desde
Yucatán» acabaron entre los constructores de montículos. Parece
que algunos de ellos llegaron tan lejos como las antiguas colonias
atlantes y lemurianas localizadas en lo que ahora es Arizona. A una
mujer que fue integrante de ese grupo, sacerdotisa de los hijos de
la Ley del Uno, se le habló de intentos de establecer una actividad
unificada «con esos pueblos que habían formado parte de la tribu
perdida o descarriada» al parecer provenientes de asentamientos
insulares lemurianos del Pacífico; y también con «los que vinieron
de tierras esclavizadas por los persas», así como con colonizadores
lemurianos provenientes de lo que ahora es Indochina. Los esfuer-
zos armonizadores de la entidad debieron surtir efecto, porque de
su vida en esa experiencia se dijo que ella «ayudó a establecer un
nuevo unísono».
Sin embargo, no todos buscaban un «nuevo unísono». En otros
lugares de la nueva tierra, «se trabajaba para separar los pueblos
de las tierras del sur de los que llegaban de las tierras occidentales
o las islas del mar».10
Lo que nos trae de nuevo a aquellos fuertes y empalizadas.
Indígenas combatiendo a otros indígenas, en kármicos encuentros
entre antiguos adversarios: hijos de la Luz contra hijos de la oscu-
ridad, en los sombríos callejones de una historia remota. En forma
parecida, cuando los colonizadores blancos llegaron muchos siglos
más tarde, Cayce habló de «los hijos de la Ley del Uno que volvían
a estrechar relaciones» con «los hijos de Belial» que antes habían
escapado de las mismas tierras.11 Sin duda era una oportunidad
para encontrarse consigo, en un intento de establecer un «nuevo
unísono» y sanar antagonismos vividos mucho tiempo atrás. De
hecho, muchos de los antiguos «hijos de Belial» ahora estaban en
la primera fila de los conciliadores.
Desafortunadamente, en esta oportunidad las pipas de la paz
produjeron poco más que humo. Los encuentros kármicos entre
viejos antagonistas habrán de repetirse una y otra vez en vidas futu-
ras, hasta que todos los implicados hayan aprendido a resolver sus
antiguas diferencias dentro de un espíritu de perdón y verdadera
hermandad, bajo la Ley del Uno.
250 • La Historia del Alma
Esos valientes vikingos • 251

18
ESOS VALIENTES VIKINGOS

En 1969, un intrépido explorador llamado Thor Heyerdahl zarpó


del puerto de Safi, en Marruecos, en una embarcación de junco de
15 metros de largo, con una tripulación de siete hombres. Espe-
raba probar que antiguos navegantes sí fueron capaces de cruzar
el Atlántico desde el Mediterráneo, en barcas semejantes, hasta el
Nuevo Mundo.
Debido a fallas de diseño, la embarcación de juncos en forma
de cisne de Heyerdahl, bautizada Ra en honor al dios-Sol egipcio,
debió ser abandonada después de viajar 1700 millas náuticas [3148
km] estando apenas a una semana de navegación a vela de Barbados.
Pero a pesar del fracaso del valiente Heyerdahl (que a los ojos de
muchos en realidad fue un éxito parcial), este moderno descendiente
de los vikingos siguió convencido de que su teoría era sólida.
Nuestra fuente psíquica así lo confirma, por supuesto. En
los tiempos antiguos, América sin duda estuvo al alcance de los
marineros del Viejo Mundo, incluso antes de la desaparición de los
culturalmente avanzados atlantes con su asombrosa flota de naves
propulsadas por energía solar. Sin embargo, ni fenicios ni vikingos
confiaban en materiales de construcción tan frágiles como los que
Heyerdahl escogió. En lugar de juncos, los constructores navales
cananeos seleccionaban cedros del Líbano de primera calidad y sus
homólogos nórdicos deben haber confiado en maderas de similar
solidez para llevarlos por las heladas aguas del Atlántico hasta
Groenlandia, a lo largo de Terranova y el canal de San Lorenzo. Si
252 • La Historia del Alma

Cayce estaba en lo cierto, los vikingos también viajaron por tierra


llegando hasta Montana. Y viajaron a lo largo de la costa norteame-
ricana hasta «ese lugar conocido como la tierra de los viñedos,
o las costas alrededor de Rhode Island y parte de las tierras que
quedaban al norte, o Massachussetts, como se le denomina en la
actualidad».1
El fragmento citado es de una lectura de vida para una enti-
dad que había viajado con Eric el Rojo en el siglo 10 A.D., en una
encarnación nórdica, como Osolo Din.
Sin embargo, tuvo que haber llegadas de gente proveniente de
las tierras nórdicas, muy anteriores a la llegada de Eric el Rojo y
sus esforzados compañeros. De hecho, en dos ocasiones distintas
el durmiente Cayce se refirió a la presencia de escandinavos en el
Nuevo Mundo por la misma época de los primeros constructores
de montículos. Esto significaría el año 1000 a.C., o quizás mucho
antes, puesto que no tenemos una posición confiable sobre los reales
inicios de los constructores de montículos.
En una lectura de vida, por ejemplo, encontramos una integrante
femenina del pueblo llamado «adena» que llegó a la Florida desde
Yucatán «en esos períodos en que se estableció gente proveniente
de Yucatán, de las regiones de On o del Inca, de las tierras nórdi-
cas, en los inicios de los constructores de montículos…» (cursiva
del autor).2
Y aquí tenemos otro caso:
«La entidad llegó por la costa nororiental de este país, y formaba
parte de los descendientes del pueblo nórdico que llegaron primero
y se establecieron allí.
«Por su fortaleza física, la entidad prestó gran ayuda en el esta-
blecimiento de fuertes y puestos de avanzada de aquellos que más
tarde se unieron al pueblo, en ese país al sur de allí, conocido como
los constructores de montículos» (cursiva del autor).3
¡Una autenticidad histórica por demás interesante! Esa refe-
rencia a la «costa nororiental de este país» como punto de entrada
Esos valientes vikingos • 253

original de los ancestros nórdicos de la entidad, los «primeros» en


llegar y establecerse allí, sugiere una de dos cosas. O bien era un
punto tan al norte como la costa de Maine, que habría quedado
bien adentro en las inhóspitas garras de la Edad de Hielo cuando
los hijos de Belial colonizaron por primera vez el Nuevo Mundo
unos once mil seiscientos o más años atrás, lo que permitió a los
más resistentes navegantes nórdicos reclamarlo más adelante; o bien
se trataba de desplazados del país nórdico en busca de refugio a lo
largo de la costa norteamericana simultáneamente con los atlantes
que llegaban, y permanecieron en el congelado norte para evitar
conflictos territoriales en esos calamitosos tiempos.
Esta última es una posibilidad nada desdeñable. Su número
probablemente era bastante limitado en comparación con el de los
atlantes que se estaban reasentando. Sin embargo, es muy posible
que con el tiempo ellos se hubieran mezclado con la población
atlante y convertido en un solo pueblo que gradualmente se fue
separando en muchas tribus distintas por todo el país, las cuales
desarrollaron sus propias características distintivas.
Para respaldar esta teoría, encontramos una referencia a «los
nórdicos de la parte más alta de lo que hoy es Noruega» en una
lectura relacionada con el tiempo de «las primeras apariciones de la
influencia adánica»,4 en tiempos de Ra Ta. Esto por supuesto con-
firma la antigüedad de los pueblos nórdicos, obviamente presentes
en los tiempos de la catástrofe final de la Atlántida y los cambios de
la tierra que la acompañaron. Podemos suponer que ellos también
resultaron afectados. Lo concerniente a su linaje racial en desarrollo
en esa época, no está claro. Se nos dice que «para entonces Noruega
era algo muy diferente» (de hecho llamada «Auk», nombre que
suena bastante primitivo). Antecesores de los godos, los habitantes
de Auk posiblemente fueron un pueblo más parecido a la raza roja
que a la blanca. En todo caso, su robusta capacidad para vérselas
con la naturaleza virgen les habría dado una afinidad natural con
los presionados colonizadores atlantes de antaño al igual que con
254 • La Historia del Alma

los posteriores indígenas en tiempos de los vikingos. Tampoco


debería parecernos poco realista suponer que los evacuados de
Auk, en la época del cambio polar y la división de las aguas de la
tierra, hubieran buscado refugio en el continente norteamericano,
al mismo tiempo que los hijos de Belial.
Para mayor confirmación de la innata capacidad de los nórdi-
cos para establecer una afinidad con los indígenas, observamos
antes que Cayce habla de su exitosa penetración en territorio
indígena tan adentro en dirección oeste, como Montana. Uno de
esos vikingos integrante del grupo liderado por Eric el Rojo «se
quedó para convertirse en parte de los pueblos de ese país». Su
nombre era Olsen-Olsen. Su buena influencia entre los indígenas
debió ser considerable, porque Cayce explicó que cuando Lewis y
Clark realizaron sus expediciones a través del territorio noroeste
algunos siglos más tarde, no encontraron hostilidad ni resistencia
por parte de las tribus indígenas de esa zona. Esto, dijo Cayce, fue
el resultado del legendario impacto causado por Olsen-Olsen en
el patrón de memoria tribal de los indígenas como conciliador de
cierto renombre.5
Fue uno de esos pequeños giros hacia arriba del hilo de la espiral
evolutiva que nos lleva a todos un poco más adelante cada vez.

El rastro del patrimonio vikingo se puede seguir en el aspecto


étnico hasta los godos de Noruega y Suecia. Eric el Rojo, uno de
sus primeros líderes, fue el padre del famoso Leif Ericson, nacido
en Islandia en 970 A.D. Es él, por supuesto, a quien muchos his-
toriadores reconocen como verdadero descubridor de América,
por allá en el año 1003, varios siglos antes que Cristóbal Colón. Se
hizo a la vela desde Groenlandia, pero la exacta localización de su
«accidental» llegada después de haber sido desviado de su curso
por una tormenta, es muy discutida. Ericson llamó «Vinland» a la
nueva tierra. Que probablemente fue lo que hoy es Cape Cod, en
Massachussets.
Tanto en Ontario, Canadá, como en Minnesota, se encontró
evidencia arqueológica de que los vikingos penetraron al interior
del país. En la playa norte del Lago Superior, en territorio cana-
diense, el llamado hallazgo de Beardmore consistió en una espada
rota, una hoja de hacha y restos de un escudo vikingo. Mientras a
finales de siglo, en Minnesota, un granjero que cavaba alrededor de
las raíces de sus árboles frutales tropezó un objeto duro, de piedra.
Pensó que sería una roca común, pero lo que apareció para su gran
sorpresa fue una piedra plana, oblonga, con muchas inscripciones
extrañas. Resultaron ser gótico antiguo, y contaban la historia de
una partida de exploración integrada por treinta hombres, unos de
los cuales acamparon junto a un lago a un día de camino al norte
de donde dejaron la piedra con sus runas inscritas, en memoria
de su infortunio. Al parecer diez de los veinte hombres del cam-
pamento se fueron de pesca, y los otros diez permanecieron en el
mar cuidando sus naves. Cuando el grupo de pescadores volvió al
campamento, encontraron masacrados a los diez que habían per-
manecido allí. Según parece, fueron víctimas de una emboscada
a manos de indígenas hostiles, en una experiencia tristemente
diferente a la de su conciliador compatriota vikingo, Olsen-Olsen,
quien había logrado convencer a un enemigo potencial de que él
era su hermano y amigo.
La fecha inscrita en la piedra es 1362. El principal historiador
norteamericano de temas vikingos, el Dr. Ole G. Landsverk, certificó
la autenticidad de la piedra rúnica de Kensington, como se le llamó,
y lo propio hizo el director del Museo Nacional de Dinamarca. Sin
embargo quedan los inevitables escépticos, como siempre, porque
el escepticismo es muy fuerte entre los científicos. Ellos sostienen
imperturbables que la piedra es un fraude.
Es de suponer que ni si la propia piedra les hablara, se les podría
inducir a cambiar de opinión. Pero las piedras sí hablan, y el objeto
de la arqueología es prestar atención a lo que tienen para decirnos.
Desde la Gran Pirámide a Machu Picchu, desde Stonehenge a la
256 • La Historia del Alma

Acrópolis, desde una esfera de granito en las selvas de Costa Rica


a los jeroglíficos de un templo maya o a una piedra con runas ha-
llada en una granja de Minnesota, el pasado sigue hablándole al
presente.

Toda la historia de nuestro viaje evolutivo está escrita en pie-


dra. La tarea de este autor ha sido interpretarla en la medida de
lo posible, ayudado, por supuesto, por nuestro mentor psíquico.
Pero ahora, incluso cuando dejamos atrás las piedras y escombros
de la prehistoria, evitando los caminos más familiares del tiempo
registrado que llevan al presente, nos acercamos a otro tramo aún
inexplorado de la larga travesía del alma hacia su destino final.
Porque lo que ahora nos espera es el futuro desconocido. Es-
tamos en el umbral de una época hasta ahora ignota, no escrita.
¿Pero es así realmente? ¿Cuánto del desconocido destino del alma
puede estar ya descrito en la trama del tiempo y el espacio? Porque
se nos recuerda que en la Conciencia Universal, donde la entidad
espiritual tiene su verdadero ser, todo el tiempo es uno. Quizás es
por esa razón que el ojo adicional del profeta, en lugar de limitarse
a la lectura de acontecimientos pasados, se ha concentrado más
frecuente y apropiadamente en las cosas por venir.
No todos los acontecimientos se pueden dar, es obvio, solamente
los rasgos más escuetos del todo: el alma, imbuida del don del libre
albedrío y elección, todavía puede reescribir su propio libreto in-
dividual, y al hacerlo alterar en cierta medida el patrón colectivo,
incluida la programación del tiempo.
Pero en nuestro capítulo final veremos desde bambalinas ciertos
acontecimientos por venir, tal como Edgar Cayce los previó para
nosotros hace medio siglo o más, para poder saber no solo de dónde
venimos sino a dónde debemos ir…
Los gobernantes del Universo • 257

19
LOS GOBERNANTES DEL UNIVERSO

Nos espera una Nueva Era. Un nuevo orden de circunstancias, se


nos dice, está a punto de surgir.1
Algunos ya podemos sentir el avance de su presencia. Se hace
notar entre la agitación y confusión que actualmente nos rodean.
El antiguo orden de las cosas se ve amenazado por el acercamiento
del nuevo, y no debe sorprendernos que oponga una desesperada
y vociferante resistencia. No obstante, el cambio evolutivo está en
el aire y su venida es inevitable. Cuando llegue, recorrerá las altu-
ras con la súbita velocidad del águila que se desplaza en alas de la
mañana para bajar en picada sobre los enemigos de la esperanza y
la promesa espiritual dondequiera que se oculten.
Dios, dijo Cayce, ha sido excluido de los propósitos del hombre
y eso ha llevado a los actuales disturbios. La ética de la Nueva Era
constituirá un despertar espiritual en todo el mundo, marcado por
una mayor cooperación e igualdad entre pueblos y naciones, así
como por un ideal mutuamente compartido: «¡El Señor nuestro
Dios es Uno!».
Cuando se le preguntó si sería posible conocer la fecha de
inicio de la Nueva Era, identificada como Era de Acuario, Cayce
habló de algún lapso de coincidencia entre la vieja era y la nueva,
pero mencionó 1998 como año en que al parecer la influencia de
Acuario tendría una ascendencia reconocible sobre la de Piscis.
En ese tiempo, agregó, empezaremos a «entender del todo» su
importancia.2
258 • La Historia del Alma

Para ese mismo año se fijaron otros dos grandes acontecimien-


tos: «la llegada del Mesías en este período» en cumplimiento de la
profecía bíblica, seguida por un milenio de paz; y la reencarnación
de Edgar Cayce como un «liberador» de la Nueva Era.3 Por último,
1998 fue mencionado como el año que marcaría la culminación
de grandes cambios de naturaleza global en la tierra, de los cuales
el cambio polar será el último y más importante. Pero en una
ocasión posterior, cuando se le preguntó cuál gran cambio, si lo
hubiera, podría estar programado para el año 2000-2001 A.D., el
psíquico en trance pareció modificar sus anteriores predicciones
en dos puntos, al responder: «Cuando haya un nuevo cambio po-
lar; o empiece un nuevo ciclo [i.e., la Era de Acuario]».4 Por otra
parte, esa datación a fin de siglo para ambos acontecimientos, en
lugar de aquella de 1998 dada previamente, puede haber tenido un
sentido general, más que específico. Entretanto, la aparición de la
quinta raza madre se podría considerar como un acontecimiento
que empieza simultáneamente con el nuevo ciclo, por supuesto.
Sus antepasados ya se encuentran entre nosotros, ocupándose de
los preparativos necesarios. Es una tarea que Cayce nos encareció
a todos nosotros asumir, disfrutemos o no de los privilegios de un
papel paterno. La promisoria raza nueva, que marcará una etapa
más del desarrollo evolutivo de la humanidad hacia su Creador,
debe heredar un mundo donde haya igualdad de oportunidades
para todos, y donde el interés propio no prevalezca sobre el bien
común. Un orden social y un sistema educativo más idealistas, de-
ben sustituir a los actuales, que ensalzan valores materialistas que
corrompen a nuestros jóvenes. Cuerpo, mente y alma deben ser
nutridos por igual, en una forma que promueva la pureza de cada
uno. La paz y la hermandad universal deberán ser el objetivo de todas
las naciones. (De hecho, Cayce respaldó el concepto de «Naciones
Unidas» mucho antes de que llegara a ser una realidad).
En cuanto a la bíblica profecía del Armagedón cuya ocurren-
cia tantos profetas del desastre situaban a finales del siglo [20],
Los gobernantes del Universo • 259

Cayce una vez subrayó que en realidad la lucha sería básicamente


a nivel espiritual y se realizaría en el Más Allá, entre los espíritus
que entran y aquellos que salen del plano terrenal. En este mismo
contexto, reportó en cierta ocasión una extraña impresión psíquica
que había experimentado mientras se encontraba en trance durante
una lectura. Se le dio una visión futurista de «cosas que estaban
sucediendo arriba en el aire» nunca antes vistas o experimentadas,
con guerras y rumores de guerra, pero con las fuerzas del Arma-
gedón «detenidas por las fuerzas celestiales».5
Eso debería calmar nuestros temores, hasta que prestamos
atención a otro tema preocupante: el cambio polar.
¿Será que la predicción del cambio polar a finales del siglo veinte
sería de igual magnitud devastadora que la última, en tiempos de Noé,
cuando «la tierra se dividió»? Puede que no. Aquel fue un cambio
de 30 grados, después de muchos, muchos milenios de estabilidad
e inacción cortical. Aunque así fuera, es importante anotar que
Edgar Cayce señaló algunas zonas como «tierras seguras», entre
ellas el este del Canadá, partes del medio oeste estadounidense y la
zona de Tidewater en Virginia.6 Y en varias de sus lecturas subrayó
con considerable énfasis la necesidad de la autosuficiencia para los
años por venir. El valor de las pequeñas granjas operadas en familia,
fue particularmente recalcado. De forma algo inquietante, en una
lectura de vida para alguien nativo de Montana se afirmó que Sas-
katchewan, en el Canadá, así como las pampas argentinas y partes
de Sudáfrica, junto con algunas zonas cultivadoras de granos en
Montana y Nevada, un día deberán alimentar al mundo.7 En otra
lectura, Inglaterra, Francia y África se mencionaron como lugares
que un día significarían mucho en la rehabilitación del hombre en
relación con los acontecimientos por venir que tienen que ver con
«la reorganización del propósito del hombre en la tierra».8
En una advertencia sobre el alejamiento de los valores de la
raíz espiritual de la nación en los Estados Unidos y la adopción
de objetivos materiales centrados en cada quien, Cayce se refirió a
260 • La Historia del Alma

graves peligros en el futuro. El enemigo no está afuera, sino aden-


tro. Es obvio que se requiere un proceso de limpieza. Por una parte
debe haber una mayor nivelación de la riqueza y muchos de los
que ocupan altas posiciones que han abusado de la confianza y
poder recibidos, deben ser derrocados. (De hecho, vemos que eso
ya está ocurriendo en cierta medida, tanto en Wall Street como en
Washington). Por último, nuestro fracaso como nación en cuanto
a cumplir la promesa original de que Estados Unidos fuera refugio
espiritual de los oprimidos y protector de la libertad del hombre
en todas sus formas podría significar que la responsabilidad del
liderazgo espiritual algún día se mude en dirección al oeste, a la
China.9
Porque, después de todo, ¿qué es la «libertad»? Cayce explicó
claramente que a menudo malinterpretamos su significado. La
libertad de palabra, libertad de actuar, siempre debe ir ligada a lo
constructivo. La libertad que es licenciosa, la libertad que permite
excesos, la libertad que desdeña las leyes o no tiene en cuenta las
necesidades o legítimos deseos de los demás, es una corrupción del
verdadero significado de la libertad.10
La verdadera libertad empieza con el dominio de sí mismo, no
permitiendo que las propias e indómitas pasiones se desmanden en
un libertinaje, como el que hoy vemos a nuestro alrededor y como
fue la pecaminosa forma de vida de los proscritos hijos de Belial
en los días de la catástrofe final de la Atlántida.
Háganse a un lado, se nos advierte, y observen al yo pasar de
largo. Es el único camino a la liberación.

La tierra, dijo Cayce, es el banquito de los pies de Dios. Sin


embargo fue entregada para su custodia al hombre, con el man-
dato de «dominarla», que se refería a obtener el control sobre los
elementos de la materia. Podemos pararnos en ella para llegar a las
estrellas, en cumplimiento de nuestros sueños más ambiciosos; o
Los gobernantes del Universo • 261

podemos arar su suelo y recoger abundantes cosechas para saciar


nuestra hambre física, mientras satisfacemos con sus otros elementos
las demás necesidades. O con una pésima administración de sus
recursos podemos maltratar de tal manera este viviente planeta
nuestro hasta que al fin se rebele. Y que no solo empiece a perder
productividad, como está ocurriendo hoy, sino que gradualmente
vaya perdiendo su equilibrio en el espacio. La única forma en que
el planeta se puede purgar a sí mismo es a través de un periódico
cambio polar, que remodele gran parte de su superficie, cambiando
todos los climas y limpiando sus mares en el proceso.
Sigamos, pues, y reexaminemos este tema tan importante. Vamos
a estudiarlo con mayor detenimiento para saber en qué hemos fal-
lado y qué debemos hacer al respecto.
Si un cambio polar se da como consecuencia de un deslizamiento
repentino de la corteza terrestre debido al peso de la capa polar
superior, recordemos siempre que el hombre tiene en su mano la
capacidad para retrasar, detener, o por lo menos minimizar el efecto
de un fenómeno así, a través de su control del medioambiente. El
actual «efecto invernadero» que tanto aparece por estos días en las
noticias de todo el mundo, y que resulta tan alarmante para los cli-
matólogos, demuestra que hemos hecho exactamente lo contrario.
Tendiente al calentamiento gradual de la atmósfera de la tierra, el
efecto invernadero es consecuencia de la rápida y creciente con-
centración de contaminantes provenientes de la acción del hombre:
gases producidos por quema de combustibles de origen fósil, tala
indiscriminada de bosques, fertilización de los campos con quími-
cos, ineptitud en el manejo de desechos industriales y producción
en masa de una enorme cantidad de productos que contienen los
clorofluorocarburos que destruyen el ozono. Las moléculas de es-
tos gases al escapar se van concentrando en la atmósfera superior
sobrepasando en mucho sus niveles naturales, atrapan la radiación
infrarroja emitida por la superficie de la tierra y ocasionan el de-
sequilibrio del clima en todo el mundo. Es más, al erosionar la capa
262 • La Historia del Alma

de ozono que protege la tierra, permiten la entrada de peligrosos


niveles de radiación ultravioleta del sol. También hay que tener en
cuenta el daño adicional producido por las explosiones nucleares.
El efecto final ha sido la generación de olas de calor y sequías sin
precedentes en muchos lugares del planeta, ocasionando escasez de
alimentos y hambrunas masivas. En las regiones polares, se puede
esperar que la tendencia del calentamiento lleve a una anormal
precipitación de nieve, acumulando depósitos de hielo y nieve
en capas descentradas hasta un punto de peligro que augura una
catástrofe inevitable. La magnitud de la catástrofe, cuando ocurra,
será proporcional al tamaño y peso de la capa mientras el despren-
dimiento de la corteza adquiere velocidad, y también al aumento
de las temperaturas en todo el mundo, que acelerará el fenómeno
del desprendimiento.
Aquellos que fungiríamos como guardianes de la Nueva Era
debemos ocuparnos activamente y sin demora de estos y otros
asuntos que pesan no sólo sobre el actual bienestar de la humanidad
y de la nueva raza que está por llegar, sino sobre el bienestar del
mismo planeta como sistema propio de mantenimiento de nues-
tra vida. Pensemos, por ejemplo, en la introducción de bacterias
genéticamente alteradas para incrementar la producción de algunas
cosechas que son limitadas, sin la debida investigación sobre los
efectos colaterales que en general pueda ejercer sobre el sistema de
equilibrio propio de la Naturaleza. O la desmedida construcción
de represas que pueden destruir todo un ecosistema en un abrir y
cerrar de ojos. O la destrucción de las selvas tropicales húmedas
en soberbia indiferencia frente a su vital función en el control del
clima, así como el papel que juegan en la provisión de ingredientes
exóticos esenciales para un sinnúmero de importantes medicamen-
tos. Y la lista continúa…
Vivimos en una era de rápida transformación, a menudo arras-
trada vertiginosamente por una creciente oleada materialista.
La biotecnología, cuyos científicos se han dedicado a jugar a
Los gobernantes del Universo • 263

ser Dios, es tal vez el ejemplo más alarmante. La escasez de órganos


humanos se ha presentado como excusa para proponer de nuevo
el implante de órganos animales en seres humanos, después de
un fallido intento en 1984. La más reciente propuesta científica,
quizás para probar la actual reacción pública como para cualquier
otra cosa, ha sido la sugerencia de usar el corazón de un babuino
para complementar la función de un corazón humano que no esté
funcionando debidamente. Pero si el experimento se suspendió
prudentemente, los rumores se vuelven todavía más atrevidos. Más
recientemente, se ha citado al director del programa de trasplantes
de corazón de la Universidad de Columbia, Dr. Eric Rose, diciendo:
«Creo que el implante de corazones de chimpancés en [seres] hu-
manos es inevitable; la cuestión es cuándo».11
Lástima, los atlantes podrían haberle aclarado al buen doctor
ese concepto lamentablemente erróneo. Volvamos a las palabras de
advertencia de Cayce, citadas en otro capítulo de este libro: «¡Toda
la carne no es una sola carne!». Al hombre le tomó muchos milenios
deshacerse por completo de las mezclas bestiales, y pobre de aquel
que vuelva a introducirlas deliberadamente...
Obviamente, la ingeniería genética es un área en la que ciencia
y tecnología corren a toda prisa y ciegamente sin consideraciones
espirituales o restricciones morales. De entrada, el ajuste, combi-
nación, adición y eliminación de genes parece ser demasiado pe-
ligroso para que se justifique. Pero cuando se llega al intercambio
de genes entre especies, violando la integridad natural de cada una
de ellas y resucitando una vez más el oscuro espectro de los errores
cometidos por los atlantes, tenemos que estar absolutamente de
acuerdo con el principal crítico de los biotecnólogos, quien opina
que la ingeniería genética «es una idea monstruosa que nunca
debió surgir».12 Su nombre es Jeremy Rifkin y es conocido como el
«tábano de la biotécnología». Esperamos que sus picaduras sigan
siendo igualmente irritantes hasta que todo este abominable asunto
sea desechado. Pero, ¿será desechado?
264 • La Historia del Alma

Desde la perspectiva de Cayce, el ingreso de un alma al plano


terrenal por medio de un cuerpo dado es cuestión únicamente del
alma, sea ese cuerpo defectuoso o perfecto, masculino o femenino,
negro o blanco, sano o enfermo, todo ello relacionado con el mejor
medio para que la entidad se encuentre consigo misma en esa encar-
nación específica. Además, la mente es la constructora del templo
del alma, y cualquier cambio o reconstrucción del edificio inducidos
desde afuera, que no ocurran en coordinación con el constructor
y el ocupante como participantes por derecho y voluntad propios,
se convierte en una violación de la ley espiritual. A la luz de esa
interpretación de los hechos, la manipulación genética incluso si se
tiene la más benévola de las intenciones bordea la intrusión criminal
en los derechos divinamente otorgados a la persona, en particular
si se practica en un feto o en un niño. Y si significa implantar genes
de ratón o de mono en un cuerpo humano por la razón que sea,
es absolutamente perverso. Es de suponer que un acto así conlleva
terribles consecuencias kármicas para su bien intencionado autor.
Incluso con fines terapéuticos, es ilegítimo, y puede interrumpir y
retardar de manera grave el progreso del alma. La búsqueda de la
sanación es por supuesto conveniente y correcta, pero sólo a través
de medios apropiados. El mejor medio es un enfoque holístico, como
el recomendado por Cayce, simplemente porque cumple con las
leyes superiores, y ofrece la mayor esperanza de permanencia. No
puede haber desequilibrio en los resultados cuando cuerpo, mente
y alma son tratados como uno solo, en un proceso de sanación
coordinada. Cayce trató con éxito en esta forma muchas dolencias
heredadas, e insistió en que no hay enfermedades incurables.13
La ciencia, en su respaldo al controvertido tema de la ingeniería
genética, busca justificarse volviendo a los términos darwinianos,
con argumentos en favor de la supervivencia del más fuerte. Pero
reconociendo la validez de ese concepto con respecto al reino animal,
Cayce dejó muy en claro que no aplica para el hombre. «Repasemos
toda la historia», dijo. «¿Qué es lo que ha sobrevivido, la fuerza bruta
Los gobernantes del Universo • 265

o el desarrollo hacia Dios?». La pregunta era estrictamente retórica.


Como él mismo lo anotó, se responde por sí misma.
Los adelantos de la alta tecnología están reestructurando nues-
tro estilo de vida y no necesariamente para mejor. Ya asoma en el
horizonte un supercomputador que responde 1000 veces más rápido
que los modelos actuales. ¿Pero con qué fin? ¿Vamos a convertir-
nos en víctimas de nuestra propia tecnología enloquecida en una
especie de deshumanizante «computopía» del mañana? Shakuntala
Devi, una de esas «calculadoras humanas» que puede producir en
su cabeza en 50 segundos la raíz 23.ª de una cifra de 201 dígitos,
dice que «es terrible la forma en que permitimos que las máquinas
hagan por nosotros todo el trabajo nuestro que implica memoria».
En una charla sobre niños prodigio, David Feldman un psicólogo
de la Tufts University, se refirió a un bebé de diez meses llamado
Adam que sobresaltó a sus padres un día al pedirles: «Por favor
enséñenme logaritmos. Entiendo la característica, pero no entiendo
la mantisa…».15 En el caso de esos prodigios se supone que debe
involucrar algún tipo de procesamiento afín al cálculo. Pero Devi,
por lo pronto, insiste en que los números simplemente brotan de
su cabeza. Es claro que se trata de un fenómeno psíquico. Que es
precisamente el punto. Recordemos la habilidad de Edgar Cayce
en su juventud de dormir con un libro de texto bajo su almohada
y despertar a la mañana siguiente con todo su contenido en la
memoria, ¡sin haber dado vuelta a una sola página! Dijo el Cayce
adulto: Todo el conocimiento está al alcance de cada individuo.16
(Para aprovecharlo, se nos encarece recurrir a lo divino en nuestro
interior). ¿Será que la gente de la nueva raza madre estará mucho
mejor dotada físicamente que nosotros, de tal manera que consi-
derará obsoletos nuestros supercomputadores? Me inclino a pensar
eso. Tiendo a creer que sus generaciones con mayor sintonía es-
piritual verán la mayoría de nuestras actuales maravillas de la alta
tecnología y se burlarán de ellas, por considerarlas simples artefactos
obsoletos utilizados por sus antepasados aún no conscientes de su
266 • La Historia del Alma

ilimitado potencial espiritual. En cuanto a ellos, sin dudar jamás de


su verdadera identidad como hijos de Dios, no vacilarán en buscar
su patrimonio como coherederos con el Cristo y cogobernantes, con
Él, del universo. De hecho, cuando Él aparezca en medio de ellos,
andarán y hablarán con Él en toda libertad, abriendo el corazón a
sus promesas. Incluso ahora, como personas, nosotros podemos
regocijarnos con ellos. Porque, ¿quiénes van a ser ellos, esas almas
iluminadas del mañana, si no nosotros mismos que volvemos dentro
de una espiral evolutiva superior?

La conmoción reina hoy entre los observadores oficiales de


estrellas de este mundo. Por primera vez en la historia, los astróno-
mos han podido reportar evidencia visual de «objetos parecidos a
planetas» en órbita alrededor de distantes estrellas dentro de nuestra
galaxia. Lo que anteriormente no había pasado de ser imaginativa
especulación, ahora ha pasado a ocupar un lugar en el terreno de
los hechos científicos.
El 3 de agosto de 1988, en distintos informes a la Unión As-
tronómica Internacional,17 astrónomos estadounidenses y cana-
dienses anunciaron sus hallazgos independientes basados en avan-
zadas técnicas de observación en el campo del análisis del cambio
de colores. Un total combinado de diez avistamientos planetarios
de diez estrellas en estudio, llevaron al jefe del equipo canadiense
a sugerir que la mayoría de las estrellas podrían tener compañeros
planetarios, agregando que eso podía interpretarse como una señal
de que en el universo existen otras tierras habitables además de la
nuestra.
Una vez más, la ciencia está empezando a ponerse a nivel con
la sabiduría psíquica.
Ya en el siglo dieciocho, en un pequeño tratado titulado Earths
in the Universe [Tierras en el universo], el connotado científico sueco
que se volvió psíquico, Emmanuel Swedenborg, incomodó a sus
Los gobernantes del Universo • 267

excolegas de la comunidad científica al declarar de manera in-


equívoca su convicción de que ¡«existe una pluralidad de mundos»
y «que la raza humana no es sólo de la tierra, sino de un sinnúmero
de tie-rras»! Después respaldó esa convicción con su testimonio
personal de visitas psíquicas en estado etérico a un número de
planetas de nuestro sistema solar, a los cuales pudo llegar y pen-
etrar mediante la modificación, en cada caso, del ritmo vibratorio
de su propia forma etérica para que coincidiera con el del planeta
específico que estuviera visitando. En cada uno encontró espíritus
habitantes parecidos a los humanos, y se comunicó con ellos. De
estas experiencias, pudo establecer a su entera satisfacción que
tiempo y espacio son conceptos relativos que cobran realidad solo
en la mente sensitiva del hombre, y son de escaso significado, si es
que tienen alguno, en el terreno espiritual.
En otra parte del mismo libro, en un pasaje místico, Sweden-
borg nos dice que «todo el cielo es semejante a un hombre», o sea
al Cristo. Este concepto esotérico también se encuentra, con alguna
elaboración, en los escritos del filósofo suizo Paracelso, del siglo
dieciséis. «El cielo es hombre, y el hombre es cielo», escribió, «y
todos los hombres juntos son el cielo, y el cielo no es otra cosa que
el hombre». Luego, en otra observación, Paracelso se las arregla
para entregarnos una llave astrológica que nos conecta maravi-
llosamente con las revelaciones psíquicas de Edgar Cayce: «Por lo
tanto», agrega misteriosamente, «la bóveda estrellada se imprime
en el cielo interior de cada hombre».19
Una completa interpretación de los pasajes anteriores, a la luz
de las lecturas de Cayce, debe empezar con nuestro entendimiento
de que cada uno de nosotros es parte integral de la Conciencia
Universal o Dios. Esto incluye, se nos dice, las estrellas, los planetas,
el sol y la luna.20
Aunque conservamos nuestra individualidad, también tenemos
nuestra unicidad entre nosotros y con la Mente Creadora o el Cristo,
de quien somos seres individuales, «corpúsculos del flujo vital del
268 • La Historia del Alma

Redentor», como lo expresa Cayce metafóricamente.21


En cuanto a los compañeros planetarios de la Tierra, nuestra
fuente psíquica dice de ellos que representan «fases de nuestra
conciencia», y cada uno en su ámbito individual está relacionado
con nosotros.22 Esa relación se vuelve específica en una maravillosa
lectura psíquica que habla del pasaje de nuestro Guía a través de esas
distintas fases o etapas de conciencia en el desarrollo de Su propia
alma, como también se tornan necesarias en el nuestro.23 (Porque, si
no pasa por cada una de esas etapas del desarrollo, la entidad-alma
en evolución no puede alcanzar la vibración apropiada u obtener el
dominio de las leyes universales suficiente para avanzar y finalmente
pasar de este sistema solar a las esferas exteriores).24 Entonces, en
el desarrollo de un plano a otro, como lo ha demostrado la expe-
riencia de nuestro Guía, la carne provee la «parte que prueba» el
alma. Porque la trasgresión original del espíritu fue el descenso a la
forma carnal en el principio, lo que se le había ordenado no hacer;25
y es la carne, en últimas, lo que se debe dominar.
En el medioambiente de Mercurio, la entidad-espíritu aprende a
dominar aquellas fuerzas mentales que el alma en evolución necesita
en sus recorridos terrenales, para bien o para mal. Las lecciones de
Venus aplican al principio de amor. Cayce llamó al amor «el aceite
de salvación»; porque posibilita la naturaleza misericordiosa, lo
cual permite al alma salir más pronto de la rueda kármica para
ser cubierta por la protectora ley de la gracia. (El karma, para
quienes no están familiarizados con el término, es simplemente
la ley de causa y efecto, llevada de una encarnación a otra). En las
fuerzas de Marte, el duro campo de estudio inculca el coraje ante
la adversidad, así como a superar la ira. En Júpiter se encuentra la
fortaleza, unida a las fuerzas ennoblecedoras. Saturno es esa esfera a
la cual es desterrada la entidad-espíritu cuando el alma no aprende
sus lecciones, y debe empezar una vez más, borrando el pasado.
En Urano tiene lugar el desarrollo psíquico, mientras en Neptuno
las fuerzas místicas revelan sus secretos al alma. Plutón (llamado
Septimus en lecturas que Cayce dio antes de que en 1930 la ciencia
moderna redescubriera a Plutón) parece estar relacionado con la
evolución de la más elevada o cósmica conciencia de una entidad.
Se le nombra como punto de salida de este sistema solar.
En cuanto a la salida de nuestro Guía, se nos dice que Él se fue
a Arcturus después de Su Ascensión. Curiosamente, el renombrado
místico y erudito de la Biblia, E. W. Bullinger, nos dice que «Arcturus
significaba Él vino».26 Es una estrella mencionada dos veces en el Libro
de Job, del cual, como ya se ha observado, fue autor Melquisedec.
Cayce identifica a Arcturus —«esa luz gloriosa»— como la estrella
del Cristo-niño, que guió a los Reyes Magos en su viaje a Belén.27
La lectura 5749-14 lo llama sol central de nuestro universo.
¿Será que cada alma, como el Cristo, tiene una estrella con la cual
identificarse? Esta sorprendente posibilidad se insinúa en una lectura
de vida que dio Cayce, en la cual habla de «las propias actividades
de la entidad como una nueva estrella en el universo...».28
En nuestra tridimensional Tierra, encontramos que tiempo,
espacio y paciencia son la «utilería» de nuestro desarrollo en curso.
Otros mundos, otras dimensiones. Pero percibidas desde el espíritu,
se nos dice, esas diferentes dimensiones sirven solo como instru-
mentos para educar al alma en evolución con miras a su completa
conciencia espiritual propia. (En la conciencia interior del Eterno
Ahora, todas las dimensiones son una sola).
Entretanto, ¿a dónde nos lleva el próximo recodo del río antes
de que nuestro viaje evolutivo nos lleve a Casa? El hombre, está
claro, no fue hecho solo para este mundo. Todos los mundos, se
nos asegura, son obra de la mano del Señor, y son nuestros para
poseerlos y nuestros para usarlos como uno con Él. Porque el Crea-
dor ha dado a las almas de los hombres —y mujeres (porque con
ellos son como uno)— la capacidad de dominar no solo la tierra
sino el universo.29
En cuanto a nuestro destino final, ese es seguro. El final está
donde estuvo el principio. Está más allá de los límites del universo
270 • La Historia del Alma

visible que nos rodea. En ese lugar, en ese reino, no se necesita el


sol, ni la luna, ni las estrellas. Porque el Señor es la Luz de allí.
Cristo es la última palabra de la evolución, como una vez dijo
alguien, porque Él fue el primero. Alfa es también Omega. Su Palabra
hizo nacer a todos y guía a todos de regreso al Uno.
Notas • 271

NOTAS

PRÓLOGO
1. Véase Edgar Cayce, lectura 5023-2.
2. v. The Complete Prophecies of Nostradamus, Traducido y editado por
Henry C. Roberts; Nostradamus, Inc.: Jericho, NY, 1978; Centuria I,
Cuarteta 87.
3. v. Meister Eckhart, A Modern Translation by Raymond B. Blakney;
Harper & Bros., New York, 1941; pág. 233.
4. v. Cayce, 364-9. (Reformulado en 364-10 como simplemente «estar
cerca de la naturaleza»).
5. v. Walden and Other Writings, por Henry David Thoreau; Modern
Library; Random House: New York, 1950; pág. 275.
6. v. Cayce, 2072-10.
7. v. The Universe and Dr. Einstein, por Lincoln Barnett; William Sloan,
Associates: New York, 1957; pág. 105
8. v. Cosmic Religion, with Other Aphorisms and Opinions, por Albert
Einstein; Covici Friede: New York, 1931; pág. 98.
9. v. Cayce, 2630-1.
CAPÍTULO 2
1. Véase Cayce, 3508-1.
2. Ibid., 1770-2.
3. Ibid., 262-52.
4. Ibid., 2872-3.
5. Ibid., 5756-10.
6. v. «Introduction», The Secret Doctrine, por H. P. Blavatsky; Theo-
sophical University Press: Pasadena, California, 1963; vol. l, pág. Xli.
7. v. Cayce, 364-9.
8. Ibid., 5681-1 y 281-9.
9. v. Isaías 14:12,13 (NVI).
272 • La Historia del Alma

10. v. Isis Unveiled, por H. P. Blavatsky; Theosophical University Press:


Pasadena, Calif., 1960; pág. 299.
11. v. Cayce, serie 443. También 440-13.
12. v. The Apocryphal New Testament, Traducido por M. R. James; Ox-
ford University Press: London, ed. 1975; págs. 174-178,
13. v. «The Forgotten Books of Eden», The Lost Books of the Bible and
the Forgotten Books of Eden;The World Publishing Co.: Cleveland,
Ohio, ed.1962; pág. 91.
14. v. Lucas 10:18 (NVI).
15. v. Apocalipsis 12:7-9 (NVI).
16. v. Cayce, 3037-1.
17. v. Isaías 45:6,7 (NVI).
18. v. Cayce, 412-9.
19. Ibid., 524-2.
20. Ibid., 900-16.
21. Ibid., 900-70.
22. Ibid., 262-89.
CAPÍTULO 3
1. Véase The Secret Doctrine, Blavatsky; vol. 1, pág. 98.
2. v. The Symbiotic Universe, por George Greenstein; William Morrow
& Co., Inc.: New York, 1988; pág. 191.
3. v. Juan 12:32 (NVI).
4. v. Cayce, 5757-1.
5. v. Isis Unveiled, Blavatsky; vol. 1, pág. 429.
6. v. The Symbiotic Universe, por Greenstein.
7. v. Cayce, 262-52.
8. v. «Cosmic Strings», por Alexander Vilenkin; Physical Review,
American Physical Society. Octubre, 1981; págs. 2082-2089
CAPÍTULO 4
1. Véase Cayce, 262-57.
2. Ibid., 2072-8.
3. v. Lucas 21:19 (NVI).
Notas • 273

4. v. «Two Primeval Galaxies Believed Detected»; The Washington Post,


Enero 14, 1988.
5. v. «Universe Is Over 70 Billion Years Old»; San Francisco Sunday
Examiner & Chronicle, Diciembre 24, 1972.
6. v. Cayce, 254-67 y 5749-5.
7. Ibid., 900-422.
8. Ibid., 699-1.
9. Ibid., 900-70.
10. Ibid., 3384-2. También v. Cayce, 137-81 (sobre: «la mente de cada
átomo»).

CAPÍTULO 5
1. Véase Cayce, 3491-1.
2. Ibid., 262-114.
3. Ibid., 3744-4.
4. Ibid., 262-80 y 900-31.
5. Ibid., 262-88.
6. Ibid., 262-52, 262-119, y 254-67.
7. Ibid., 262-99.
8. Ibid., 262-56.
9. Ibid., 262-99.
CAPÍTULO 6
1. Véase Cayce, 1554-6.
2. Ibid., 5749-14.
3. Ibid., 3660-1.
4. Ibid., 5755-2.
5. Ibid., 900-348.
6. Ibid., 699-1.
7. v. The Secret Doctrine; vol. 2, pág. 190.
8. v. A Treasury of Traditional Wisdom, Editado por Whitall N. Perry;
Simon & Shuster: New York, 1971; pág. 750.
9. v. Cayce, 900-89 (también 699-1, sobre: «dioses en ciernes»).
10. Ibid., 1201-1.
274 • La Historia del Alma

11. Ibid., 689-1.


CAPÍTULO 7
1. Véase Cayce, 364-13. (También v. 364-4, sobre: desaparición pre-atlante).
2. v. The Lost Continent of Mu, por Cnel. James Churchward; William
Edwin Rudge: New York, 1926.
3. Publicado por la Theosophical Publishing Society, London, 1904.
4. v. Cayce, 2665-2.
5. Ibid., 364-13.
6. Ibid., 281-25.
7. Ibid., 5748-6.
CAPÍTULO 8
1.Véase The Collected Dialogues of Plato, Editado por Edith Hamilton
y Huntington Cairns; Bollingen Series LXXI, Bollingen Foundation;
Pantheon Books: New York, 4.a ed. 1966.
2. v. Atlantis, The Eighth Continent, por Charles Berlitz; G. P. Putnam’s
Sons: New York, 1984; pág. 171.
3. v. Cayce, 364-4, 364-6, 262-39 y 470-22.
4. Ibid., 958-3.
5. Ibid., 5750-1.
6. v. The Books of Charles Fort, Publicado para la Fortean Society, con
Introducción de Tiffany Thayer; Henry Holt & Co.: New York, 1959;
págs. 172-174.
7. v. Cayce, 1219-1 y 884-1.
8. v. Eclesiastés 1:10 (NVI).
9. v. Cayce, 364-1. (También v. Génesis 10:25, NVI).
10. v. A Dweller on Two Planets, por Phylos el Tibetano; Harper &
Row: San Francisco, 1987.
11. v. Cayce, 364-4.
12. Ibid., 364-10 y 364-11.
13. Ibid., 364-4 y 364-10.
14. v. The Secret Doctrine; vol. 2, págs. 284-285.
15. Ibid., 262-3.
Notas • 275

16. v. Cayce, 2390-1 y 364-7.


17. Ibid., 364-7.
18. Ibid.
19. Ibid., 364-4.
20. v. A Dweller on Two Planets; Borden ed., 1952; pág. 221.
21. v. Cayce, 2072-10.
22. Ibid., 5750-1.
23. Ibid., 440-5.
24. Ibid.
25. Ibid., 2072-10.
26. Ibid., 5755-1.
27. Ibid., 364-3.
28. v. Isis Unveiled; vol. 1, pág. 278.
29. v. Cayce, 364-4.
30. Ibid., 1859-1.
31. Ibid., 364-11 y 262-39.
32. Ibid., 364-8.
33. Ibid., 263-4.
34. Ibid., 440-5.
35. Ibid., 640-1.
36. Ibid., 621-1.
37. v. Apocalipsis 2:14 (NVI).
38. v. Cayce, 823-1.
39. Ibid., 3271-1.
40. Ibid., 602-7.
41. Ibid., 2794-3.
42. Ibid., 3184-1, 3031-1, 3069-1, 3029-1 y 2850-1.
43. Ibid., 2794-3 y 3029-1.
44. Ibid., 440-5.
45. Ibid., 378-16 y 3976-15; también 958-3.
46. v. The Books of Charles Fort, con Introducción de Tiffany Thayer;
Publicado para la Fortean Society por Henry Holt & Co.: New York,
1959 ed.
276 • La Historia del Alma

CAPÍTULO 9
1. Véase «Did Stone Age Hunters Know a Wet Sahara?»; The Washing-
ton Post, Abril 30, 1988.
2. v. Cayce, 364-13.
3. Ibid., 5249-1, 3976-15 y 826-8.
4. v. The Path of the Pole, por Charles H. Hapgood; Chilton Book Co.:
Philadelphia, 1970; pág. 294.
5. Extraido del Prólogo a la primera edición, por Albert Einstein, The
Path of the Pole (citado arriba); pág. xiv.
6. v. Cayce, 5748-6.
7. v. «The Moon’s Ancient Magnetism», por S. K. Runcorn; Scientific
American, Diciembre 1987.
8. v. «Ancient Magnetic Reversals: Clues to the Geodynamo», por Ken-
neth A. Hoffman; Scientific American, Mayo 1988.
9. v. Exploring Our Living Planet, por Robert D. Ballard; National Geo-
graphic Society: Washington, D.C., 1983; pág. 31.
10. v. Cayce, 364-8.
11. Ibid., 5748-4. (Véase toda la serie 5748 para información detallada sobre
el Consejo de los 44, con corrección de fecha dada en lectura 262-39).
12. Ibid., 5249-1
13. Ibid., 5748-6.
14. Ibid., 294-142.
15. Ibid., 5748-4.
CAPÍTULO 10
1. Véase Cayce, 364-13, para presentación detallada de los cinco gru-
pos raciales y su importancia.
2. v. Cayce, 390-2.
3. Ibid., 3121-1.
4. Ibid., 1391-1 y 254-91.
5. Ibid., 3744-4.
6. v. A Commentary on the Revelation, basado en 24 discursos psíquicos
de Edgar Cayce; A.R.E. Press: Virginia Beach, Va., (sin fecha).
7. v. Cayce, 338-3.
Notas • 277

8. Shambhala Publications, Inc., Berkeley, Calif., 1971.


9. Extraído de edición publicada por Harper & Bros., New York, 1959,
basada en una traducción de grupo del texto copto original. (Logion
11).
10. v. Cayce, 288-29.
11. v. «Adam (Higher Aspect)», Dictionary of All Scriptures and Myths,
by G. A. Gaskell; The Julian Press, Inc.: New York, ed.1969; págs. 23-24.
12. Cayce, 2067-7.
13. Ibid., 3976-9.
14. Ibid., 5373-1.
15. Ibid., 3188-1.
16. v. Atlantis: The Antediluvian World, por Ignatius Donnelly; Harper
& Brothers: New York, 1949, ed. Revisada; págs. 177-179.
17. v. «Adam», The New Smith’s Bible Dictionary; Doubleday & Co.:
New York, 1966.
18. v. Cayce, 364-13.
19. Ibid., 5023-2. (v. también: Mysterium coniunctionis, por C. G. Jung;
pág. 399).
20. Ibid., 5748-5 y 281-42.
21. Ibid., 294-151, y el artículo en dos partes: «As Above, So Below»,
por W. H. Church, The A.R.E. Journal, Virginia Beach, Va., Vol. IX,
Nos. 3 y 4, que cita a Jung y otras Fuentes para corroborar la conexión
Enoc-Hermes y la atribución de la Gran Pirámide a Hermes.
22. v. Cayce, 1179-2.
23. Ibid., 2126-1.
24. Ibid., 2481-1.
25. v. «The Istanbul-Chicago Universities’ Joint Prehistoric Proj-
ect–1980 and 1981», Research Reports, Vol. 21, The National Geo-
graphic Society, y posteriores publicaciones de prensa sobre el proyecto
Cayonu por la Universidad de Chicago (1986, 1987).
26. v. «The Lucy Caper», The Bone Peddlers, por Wm. R. Fix; Mac-
millan Publishing Co.: New York, 1984. Capítulo 6.
CAPÍTULO 11
278 • La Historia del Alma

1. Véase Cayce, 294-147.


2. Ibid., 5755-1.
3. Ibid., 294-147 y 294-151.
4. Ibid., 281-42.
5. v. The Lives of Edgar Cayce, por W. H. Church (Harper & Row: San
Francisco, 1984). Capítulo 5.
6. v. Cayce, 1021-3.
7. v. The Lives of Edgar Cayce (Datos documentales que relacionan a
Hermes con Enoc); págs. 78-79.
8. v. Cayce, 5755-1.
9. v. Cayce 294-151, y Secrets of the Great Pyramid, por Peter Tomp-
kins; Harper & Row: New York, 1971; pág. 218.
10. v. The Secret Teachings of All Ages, por Manly P. Hall (Philosophical
Research Society: Los Angeles, 1972. Capítulo XXXVII.
11. v. Aion, by C. G. Jung; «Collected Works», Vol. 9, Bollingen Series
XX; Princeton University Press: Princeton, N.J., 1959; págs. 201-202.
12. v. The Secret Books of the Egyptian Gnostics, por Jean Doresse; The
Viking Press: New York, 1960; pág. 243.
13. v. The Secret Doctrine; vol. 2, pág. 534.
14. v. Cayce, 1662-2.
15. v. «Uriel», A Dictionary of Angels, por Gustav Davidson; The Free
Press: New York, 1967.
16. v. Cayce, 262-57.
17. Ibid., 281-25.
18. Ibid.
CAPÍTULO 12
1. Véase Cayce, 877-10.
2. Ibid., 2067-4.
3. Ibid., 877-10.
4. Ibid., 877-10 hasta 877-12.
CAPÍTULO 13
1. Véase Cayce, 1472-10.
Notas • 279

2. Ibid., 364-13.
3. v. «Arya», The Encyclopaedia Britannica; 11.a ed. (1910-1911).
4. v. Cayce, 294-152.
5. Ibid., 870-1. (Nota: Gladys Davis, secretaria de Edgar Cayce, inicialmente
registró en esta lectura la fecha de 858 a.C., pero en una nota a pie de página
posterior ella modificó la fecha a 8058 a.C. Cuando el autor le preguntó al
respecto, ella explicó que solo había caído en cuenta más tarde, con base en
los datos contenidos en otras lecturas de vida sobre el período persa, que el
señor Cayce seguramente dijo «ochenta cincuenta y ocho» en esa ocasión y
no «ocho cincuenta y ocho» como ella anotó en su libreta de taquigrafía de
ese momento. Esta fecha modificada no solo coincide con la información de
varias lecturas de vida que implican un regreso bastante rápido del período
egipcio a la experiencia persa, sino que en términos más generales se con-
firmó en la lectura 962-1, en la cual se dice que el reino de Creso II, conquis-
tado por Uhjltd, tuvo lugar «de siete a diez mil años a.C.»).
6. v. Cayce, 364-7. (Véase también 288-6 y 288-48).
7. The Encyclopaedia Britannica; 11.ª ed.
8. v. Cayce, 1258-1.
CAPÍTULO 14
1. Véase «Introducción», The Great Journey: The Peopling of Ancient
America, por Brian M. Fagan; Thames & Hudson, Inc.: New York,
1987.
2. v. The Ancient Maya, por Sylvanus G. Morley y George W. Brainerd;
Revisado por Robert J. Sharer; Stanford University Press: Stanford,
Calif., 4.a ed. 1983; págs. 465-467.
3. v. Cayce, 5750-1.
4. Ibid., 1215-4.
5. Ibid., 3253-2.
6. v. «Riddle of Costa Rica’s Jungle Spheres», por James O. Harrison;
Science Digest, Junio 1967.
7. v. Cayce, 2438-1.
CAPÍTULO 15
280 • La Historia del Alma

1. Véase Cayce, 364-3.


2. Ibid., 470-22 y 364-4.
3. v. «Science Notebook», The Washington Post, Junio 16, 1986. (Artícu-
lo resumido en Junio 23, 1986).
4. v. Cayce, 262-55.
5. Ibid., 364-4.
6. Ibid., 1998-1, 315-4, y 1681-1.
7. Ibid., 3541-1.
8. Ibid., 1489-1.
9. Ibid., 2365-2.
10. Ibid., 470-2.
11. Ibid., 3611-1.
12. Ibid., 1909-1.
13. Ibid., 2686-1.
14. Ibid., 4713-1.
15. Ibid., 2887-1.
16. Ibid., 1681-1.
17. Ibid., 1859-1.
18. Ibid., 1616-1.
19. v. Flying Saucers: A Modern Myth of Things Seen in the Skies, por C.
G. Jung; Routledge & Kegan Paul: London, 1959; págs. 128-131.
CAPÍTULO 16
1. Véase Cayce, 262-28.
2. Ibid., 281-63.
3. Ibid., 262-28.
4. Ibid., 364-9.
5. Ibid., 115-1.
6. v. Symbols of Transformation, Collected Works; vol. 5, pág. 333.
7. v. Génesis 12:1 (NVI).
8. v. «Jerusalem», The New Smith’s Bible Dictionary.
9. v. Cayce, 364-9.
10. Ibid., 364-749, 5023-2, 362-1 y 5749-14.
11. v. An Introduction to the Cabala, por Z’ev ben Shimon Halevi;
Notas • 281

Samuel Weiser, Inc.: New York, 1972; pág. 17


12. v. Hebreos 7:3 (NVI).
13. v. Cayce, 5749-14.
14. v. Génesis 12:7 (NVI).
15. v. Cayce, 3744-3.
16. Ibid., 262-55.
17. Ibid., 3976-15.
18. v. Josué 10:12-14 (NVI). (Nota: Procedentes de China, los antiguos
Anales de Bambú hablan de un día hace unos 3000 años «en que amaneció
dos veces en un lugar llamado Zheng». ¿Un dato basado en conjeturas, tal vez?
De todos modos, pensamos en el reloj de sol de Acaz... ¿O podría haber sido,
de hecho, un acontecimiento que históricamente coincidió con la detención
que Josué hizo del sol en Gabaón? En la lectura 470-22, la fecha del éxodo se
sitúa en 5500 a.C., lo que significaría, de ser correcto, que la batalla de Josué
en Gabaón medio siglo más tarde fue mucho antes de aquel fenómeno solar
en Zheng hace unos 3000 años. Pero en una aparente corrección, la lectura
3976-26 se refiere a la época de Josué como «hace 3200 años». Esa datación
modificada también concuerda con las fuentes de referencia bíblicas. Lo sufi-
cientemente cercana a los Anales de Bambú como para que amerite ser tenida
en cuenta).
19. v. Isaías 38:7,8 (NVI).
20. v. Cayce, 1929-1, 333-2, y 518-1.
21. v. Salmos 118:22 (NVI). (Nota: El salmo 117, en la versión del Rey
Jaime, no sólo es el más corto, sino también el capítulo central de esa traduc-
ción en particular de la Biblia, por cualquier importancia esotérica que eso
pueda tener para algunos. Constituye el capítulo 595, con exactamente 594
capítulos a cada lado, para un total de 1188 capítulos entre ellos. Otra forma
de expresar el salmo 118, versículo 8, podría ser 118:8. ¿Significativo? Tal vez.
Entretanto, si tenemos en cuenta, como lo hemos hecho, el versículo 22 del
salmo 88, que se identifica con el Cristo, cualquier estudiante de numerología
sabe que el 22 es un número maestro asociado específicamente al Cristo. Para
verificar este punto, consulte las págs. 176-177, Numerology and The Divine
Triangle, por Javane and Bunker. Por último, la investigación muestra que
282 • La Historia del Alma

el Apocalipsis comprende exactamente 22 capítulos y 404 versículos (404


se puede reducir al número maestro 44). El versículo 8, del capítulo inicial,
tiene al Señor identificándose a Sí mismo como «Alfa y Omega, el principio
y el fin». Esta identificación también es reiterada en el capítulo final, que es
el capítulo 22. Si volvemos brevemente al 595 antes mencionado, en nume-
rología es un número reducible a Uno. Y también lo es el 118. Y también lo es
el 1189, que representa el total combinado de los capítulos de la Versión del
Rey Jaime, incluido el 595. ¿Pura coincidencia? Es muy posible. Pero también
es posible que represente la maestría esotérica de algún traductor de la Biblia
conocedor del simbolismo del Uno).
22. v. Cayce, 5023-2.
CAPÍTULO 17
1. Véase The Secret Doctrine; vol. 1, pág. 364.
2. v. The Mound Builders, por Robert Silverberg; Ohio University Press:
Athens, Ohio, ed. 1986; pág. 199.
3. v. Cayce, 5750-1.
4. Ibid., 3528-1.
5. v. «Jews May Have Beat Columbus»; San Francisco Chronicle, Octu-
bre 19, 1970.
6. v. Cayce, 1298-1.
7. Ibid., 3528-1.
8. v. «8,000-Year-Old Genetic Link Found»; The Washington Post,
Mayo 6, 1988.
9. v. Cayce, 1434-1.
10. Ibid., 3179-1.
11. Ibid., 884-1.
CAPÍTULO 18
1. Véase Cayce, 438-1.
2. Ibid., 1298-1.
3. Ibid., 583-3.
4. Ibid., 1210-1.
5. Ibid., 3651-1.
CAPÍTULO 19
1. Véase Cayce, 3976-18.
2. Ibid., 1602-3.
3. Ibid., 5748-5 y 294-151.
4. Ibid., 826-8.
5. Ibid. 3976-15 (v. nota a pie de página de GD 12/20/34).
6. v. Cayce, 1152-11.
7. Ibid., 470-35.
8. Ibid., 3420-1.
9. Ibid, 3976-29 y 900-272.
10. Ibid., 1352-4.
11. v. «Animals as Donors», por Robin Marantz Henig; The Washington
Post («Ethics» Supplement), Enero 26, 1988.
12. v. «Jeremy Rifkin Is a Little Worried About Your Future», por David
Van Biema; The Washington Post Magazine, Enero 17, 1988.
13. v. Cayce, 3744-1.
14. Ibid., 900-340.
15. v. «Prodigies and the Arithmetic of Genius», por Michael Kernan;
The Washington Post, Diciembre 13, 1987.
16. v. Cayce, 333-6.
17. v. «Scientists Report 10 Planet-like Objects Circling Distant Stars»;
The Washington Post, Agosto 4, 1988.
18. v. Earths in the Universe, por Emanuel Swedenborg; The Sweden-
borg Society: London, ed. 1970; párrafo 2.
19. v., Paracelsus: Selected Writings, Editado por Jolande Jacobi; Bol-
lingen Series XXVIII, Princeton University Press: Princeton, N.J., 1969;
págs. 39-40.
20. v. Cayce, 2794-3.
21. Ibid., 1391-1.
22. Ibid., 1567-2.
23. Ibid., 900-10.
24. Ibid., 900-16.
25. Ibid., 262-99.
284 • La Historia del Alma

26. v. The Witness of the Stars, por E. W. Bullinger; Kregel Publications:


Grand Rapids, Michigan, ed. 1981; pág. 42.
27. v. Cayce, 827-1.
28. Ibid., 1695-1.
29. Ibid., 4082-1, 5755-2 y 1486-1.
Bibliografía • 285

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290 • La Historia del Alma

Wood, Robert Muir. The Dark Side of the Earth;


London: George Allen & Unwin, 1985.
ACERCA DEL AUTOR

W. H. Church (1917-2006) fue autor de muchos artículos muy bien


investigados y exitosos, publicados en el A.R.E. Journal en un lapso
de más de dos décadas. Escribió libros sobre diversos aspectos del
fenómeno de Edgar Cayce. Uno de los más conocidos es una biografía
de reencarnaciones, The Lives of Edgar Cayce; así como Edgar Cayce’s
Astrology for the Soul, del que fue coautor con Margaret Gammon.
Church fue miembro vitalicio de la Asociación fundada por Edgar
Cayce. Su carrera literaria se inició como escritor con un premio
obtenido por sus libros de ficción para niños y más tarde como
periodista independiente en diversas publicaciones, entre ellas el
principal periódico en inglés de Tokio, The Asahi Evening News.
292 • La Historia del Alma

Descubra el legado de Edgar Cayce

A.R.E.®, Association for Research and Enlightenment*, Inc., es


la organización sin fines lucrativos que fue fundada en 1931
por Edgar Cayce (1877-1945). La ARE conserva, investiga y
difunde las lecturas psíquicas de Edgar Cayce: una amplia fuente
de información que atrae a personas, de diversas culturas y
tradiciones espirituales, quienes en ella encuentran principios y
consejos que transforman su vida beneficiosamente.
La obra de la ARE se extiende desde su sede en Virginia Beach
a muchos lugares del mundo; donde socios y amigos demuestran
su amor por Dios y la humanidad realizando seminarios, charlas
y otras actividades edificantes. Toda persona interesada es
animada a participar en programas sobre diversos temas, como:
medicina holística, sueños, reencarnación, facultades psíquicas,
oración, meditación y desarrollo espiritual.
La ARE fomenta la creación de grupos de estudio para el
desarrollo espiritual; organiza conferencias y encuentros para
jóvenes; publica una revista bimestral y numerosos libros cada
año; dirige un grupo de oración localmente y vía internet; cuenta
con un centro educativo de masaje holístico y un centro de salud
que ofrece terapias naturales. Además, está asociada con Atlantic
University, la cual ofrece un plan de estudios holísticos que
conduce a una maestría en Estudios Transpersonales.

* Traducción: Asociación para la Investigación y la Iluminación.


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LUZ Espiritualidad Personal
Misterios Antiguos
Salud Integral
Primavera 2008

Karma y Gracia La Búsqueda Holística Las Estrellas del Alba


por John Van Auken por David McMillin por John Van Auken
H oy, quienes estamos L a búsqueda holística se basa en la premisa E dgar Cayce comentó
en búsqueda de nuestra de que la salud verdadera integra los aspectos al leer los registros
propia espiritualidad físicos, mentales y espirituales de la vida. Es akáshicos que nuestras
personal, reconocemos una aventura del alma. almas fueron concebidas
la influencia del karma Por un lado, ciertas personas se preo- por una “Conciencia
y la gracia. Vamos a cupan casi exclusivamente de los asuntos Universal” y que tenemos un rol eterno ante
investigar estas dos fu- materiales. Luchan por ganarse la vida o este Creador. Los antiguos Egipcios nos
erzas, y para hacerlo cumplir con sus responsabilidades diarias, de denominaban “pequeños dioses”, y nos con-
debemos comenzar por modo que les queda poco tiempo o energía sideraban estrellas en los cielos de la mente de
el principio. para satisfacer sus necesidades mentales y Dios. En una ocasión Cayce citó un versículo
Al concebirnos, Dios nos otorgó los dones espirituales. Tal vez hasta nieguen la reali- del Libro de Job: “...cuando alababan todas
de la conciencia individual y el libre albedrío. dad de estas necesidades. Después de todo, las estrellas del alba y se regocijaban todos
A través de estos dones, seríamos capaces de algunos científicos sostienen que sólo somos los hijos de Dios”. Al hacerlo, Cayce afirmó
reconocernos a nosotros mismos como tales y animales complejos. Desde esta perspectiva, que esta cita se refería a una experiencia real
sin embargo elegir ser uno con el Todo (Dios, lo que experimentamos como pensamientos, de nuestras almas en tiempos primitivos.
los otros y nosotros mismos). Sólo con una sentimientos y espiritualidad no son sino in- En los versículos cercanos, Dios demanda
conciencia independiente y el libre albedrío teracciones químicas en el cerebro. ¡La ilusión que Job busque en su corazón las respuestas
podríamos optar por ser compañeros de materialista es realmente poderosa! de algunas preguntas muy extrañas, como:
Dios y sus co-creadores. Sin Por otro lado, hay personas que están tan ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la
embargo, a menudo estos desconectadas de la vida material que llegan Tierra? Tanto para Job como para cada uno
poderes se comparan con a descuidar aun su cuerpo físico. Es como si de nosotros hoy, esta pregunta es realmente
una espada de doble filo, no estuvieran completamente encarnadas rara. Nos sentimos tan conectados a la vida
porque nos pueden llevar en este mundo. Para ellas, las cuestiones física... ¿cómo podríamos haber estado en
hacia la unidad celestial o materiales pueden representar obstáculos algún sitio cuando se pusieron los cimientos
hacia el egoísmo infernal. insuperables. de la Tierra? Sin embargo, estábamos. Allí
Cada uno de nosotros debe La mayoría de la gente se halla en algún estaba nuestra parte divina, hecha a la imagen
aprender cómo poner nues- punto entre estos dos extremos, haciendo lo del Creador.
tra mente y voluntad en armonía más cercana que puede para mantener el equilibrio en su Según esta leyenda, en esa primera
con Dios. Pero el aprendizaje implica errores, existencia y cuidar todo su ser. La vida es un mañana, cuando la vida comenzaba a asomar
y los errores de la mente y la voluntad pueden viaje misterioso. En cierto modo, las diversas y nuestras mentes jóvenes se encendían con
ser muy dañinos. religiones y filosofías son como mapas de la sus maravillas, nosotros los pequeños dioses
Por lo tanto, antes de que estos dos realidad. Probamos diferentes itinerarios comenzamos a explorar el cosmos. Como
grandes dones (conciencia y libre albedrío) con la esperanza de que las cosas salgan lo niños exploramos las numerosas mansiones
nos fueran dados, Dios estableció una ley mejor posible. de morada de nuestro Padre y descubrimos
sencilla pero universal: todo lo que hagamos A mi parecer, el itinerario holístico maravilla tras maravilla. A su debido tiempo
con nuestra mente y voluntad regresa a tiene mucho sentido. Nos permite progresar algunos de nosotros arribamos a este sistema
nosotros, no como castigo o represalia y realizarnos; sin embargo, no es ni simple solar actual, con su hermosa estrella y sus
sino como educación y esclarecimiento. La ni fácil. Primero debemos entender qué es nueve planetas. Sin dudas, nuestra primera
finalidad de esta ley es que apreciemos los la filosofía holística. Sólo entonces podemos aparición no fue como encarnación, ya que en
efectos de nuestros pensamientos, palabras adoptarla como estilo de vida y utilizarla para ese entonces no existían los cuerpos humanos.
y acciones individuales en Dios, en las demás curarnos cuando nos enfermamos. En los albores nosotros éramos mentes en la
personas e inclusive en nosotros mismos. ¿Qué es el holismo? brisa, voces en el viento... voces proclamando
Reconocemos esta ley al decir, “Lo que damos Los que defienden la medicina alternativa la futura irrupción de la humanidad. Con gozo
es lo que recibimos”. Así está escrito en las a menudo usan la palabra “holístico” con de- juvenil, deseábamos ingresar a este nuevo
escrituras: “Cosecharás lo que siembras”; masiada libertad. Para ellos, el holismo puede reino y explorar sus maravillas.
“Con la misma vara que mides serás medido”. referirse a cualquier cosa distinta de La Tierra no era el único planeta que
— Continúa en pág. 3, Karma y Gracia — Continúa en pág. 2, La Búsqueda Holística — Continúa en pág. 3, Las Estrellas del Alba

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