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Entrevista a Almudena Hernando

POR PABLO BATALLA CUETO


SEPTIEMBRE, 2017
COMMENT 1

«La Ilustración idealizó la razón y despreció la


emoción, pero ambas son fundamentales»

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Hay libros imposibles de resumir cabalmente, y La fantasía de la individualidad(h!


/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwjn-7Lxo-7VAhVQahoKHQP6AHEQFggnMAA&url=h!p%3A%2F
%2Fwww.ka<editores.com%2FfichaLibro.asp%3FIDL%3D148&
usg=AFQjCNE0rBzKd7k64TITzmluYpTOVN9UyQ) es uno de ellos pese a tener
solo 188 páginas. El ensayo firmado por la prehistoriadora y arqueóloga española
Almudena Hernando (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&
source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwiRgYSbpO7VAhXCXBoKHbRKAboQFggnMAA&url=h!ps%3A%2F
%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FAlmudena_Hernando&
usg=AFQjCNGbUGwm_oqYU1Sa6bOdPRU9PxUVfQ) y publicado por la editorial
hispanoargentina KaF en 2012 hace verdadero honor al concepto de
multidisciplinariedad. Hernando amalgama filosofía, sociología, antropología,
psicoanálisis, zoología, historia y arqueología para dar forma a una tesis
fascinante: la individualidad, tal y como la entiende el ser humano moderno, no es
más que un deslumbrante espejismo. Hernando ha dedicado su vida académica a
hacer arqueología de la identidad, concepto que acuñó ella misma y que consiste en
rastrear de qué múltiples maneras se ha entendido y explicado el ser humano a sí
mismo a lo largo de los dos millones y medio de años transcurridos desde que una
afortunada mutación genética, la neotenia (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&
q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwi_rL3gpO7VAhWEXBoKHdFKDlcQFggnMAA&url=h!p%3A%2F
%2Fantroporama.net%2Fneotenia-el-defecto-que-nos-permitio-tener-un-encefalo-
mas-grande%2F&usg=AFQjCNHsxcbUk1VdVcw0xAoaEdJJABiktg), hizo a
nuestros ancestros remotos abandonar los dominios de lo simiesco para entrar de
lleno en los de lo humano. El subtítulo de La fantasía de la individualidad es
Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno, y cuatro conceptos
fundamentales —individualidad, identidad relacional, identidad dependiente e
identidad independiente— son los pilares de carga de un discurso
extraordinariamente sólido y que, pese a que comienza viajando a los albores de la
humanidad, no deja de asentar un pie en el más estricto presente. El último
capítulo tiene tanto de manifiesto como de texto académico y proclama que «hasta
que el discurso racional anti-dominación (sexual, político, social, personal) de los
hombres no se acompañe de relaciones igualitarias en su propia vida personal, sus
discursos, sus razones, no podrán ser eficaces, porque ellos seguirán cayendo en la
contradicción de impedir que suceda aquello por lo que, sin embargo, creen luchar».

Pregunta.- En La fantasía de la individualidad, usted comienza por hacer

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reivindicación de las virtudes de la arqueología frente a las de la historia. La


arqueología, dice, se fija en lo que la gente hace en lugar de en lo que la gente
cuenta de sí misma. De cuánta diferencia puede haber entre lo uno y lo otro pone
cierto ejemplo relacionado con la basura.

Respuesta.- El proyecto de la basura de William Rathje (h!ps://www.google.es


/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwie79eF0_DVAhUD1xQKHdQpAkwQFgguMAE&url=h!ps%3A%2F
%2Frevistas.ucm.es%2Findex.php%2FCMPL%2Farticle%2FviewFile%2F39596%2F38101&
usg=AFQjCNEjwCL840PDpX9_pBkj76INRMlteQ), sí. Se llevó a cabo a principios
de los setenta. Rathje analizaba los cubos de basura de varias familias californianas
de clase media y después les preguntaba cuáles eran sus hábitos de consumo. Por
ejemplo, les preguntaba: «¿Cuántas cervezas consumen a la semana?». Tal vez le
decían que dos o tres, pero él iba al cubo y comprobaba que el número de latas que
había era diez o quince. Y llegó a la conclusión de que no le mentían, sino que
muchas veces simplemente no somos conscientes de todo lo que hacemos e incluso
nos autoengañamos por las razones que sea. Por eso, si se quieren conocer de
verdad algunas dinámicas sociales, no hay que fiarse de lo que la gente dice, sino
observar lo que realmente hace. Ésta es la diferencia entre la arqueología y la
historia. Lo que hace la arqueología es analizar directamente los resultados
materiales de la gente, la materialidad de nuestra sociedad, entendiendo que la
cultura material arroja luz sobre aspectos fundamentales de la identidad humana
que no revela ninguna otra disciplina del estudio del pasado. El discurso de la
historia, en cambio, siempre es un discurso interesado: quien escribe las crónicas es
siempre alguien que toma partido por una ideología o por una visión del poder. La
arqueología, por el contrario, te cuenta la cotidianidad; la realidad simple, pura y
desnuda de la vida de la gente en el pasado. En ese sentido, yo creo que la
arqueología es una vía inigualable de conocimiento de la sociedad. Además, me
interesa porque se remonta al origen de las cosas. Yo ya no puedo pensar en nada
sin remontarme al origen, y me parece que no hacerlo así es un error.
Normalmente, se toma el presente y se lo analiza sin tener en cuenta cómo se
originaron los distintos procesos que se estudian. La prehistoria te enseña eso: que
el origen de los procesos explica claves fundamentales de los propios procesos.

P.- Usted reivindica mucho la importancia del objeto, de lo material; que las
humanidades, imbuidas de un idealismo mal entendido, tienden a despreciar.

R.- Sí. Descartes (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&


cd=1&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwih-

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sLF0_DVAhXBWxoKHeSiBxgQFggnMAA&url=h!ps%3A%2F
%2Fhistoriaybiografias.com%2Fhombres_ilustracion%2F&
usg=AFQjCNECij7QS03NupLaOxu577tp_fgi5A) y la Ilustración idealizaron la
razón y el pensamiento y desvalorizaron paralelamente el cuerpo y las emociones,
y todo lo que tiene que ver con la materialidad cayó también dentro de esa
desvalorización. Se generó la idea de que la cultura era sólo el lenguaje y lo
material un mero subproducto, lo cual se ve bien en muchos trabajos
antropológicos en los que lo material se reduce a un breve listado de resultados:
tantas cestas, tantas casas, etcétera. Lo que yo digo es que, si uno se mete a analizar
realmente los objetos y cómo los seres humanos interactuamos con la cultura
material, no tarda en darse cuenta de que la gente construye los objetos tanto como
los objetos construyen a la gente. Somos como somos entre otras cosas porque
utilizamos determinada cultura material. Yo, en el libro, pongo el ejemplo de cómo
nos han transformado subjetivamente los teléfonos móviles. Pensemos también en
el uso de los coches: ¿cuánto ha transformado por completo nuestra percepción del
espacio y de nuestro mundo?

P.- Otro ejemplo que pone también en el libro es la sustitución, en los aviones,de
las pantallas colectivas de entretenimiento por las individuales: hoy el pasajero
no sólo puede escoger lo que quiere ver, sino que tiene que hacerlo. Toda esa
eclosión de objetos individualizantes —el teléfono móvil personal frente al fijo
familiar, el coche frente al autobús, etcétera— no puede dejar de tener alguna
consecuencia sobre nuestra propia subjetividad.

R.- Parece evidente que sí, y sin embargo la arqueología tradicional considera que
la gente es igual siempre, por más que utilice objetos distintos. Muchas veces, el
arqueólogo reconstruye los procesos históricos poco menos que disfrazándose de
alguien de la Edad del Bronce o del Neolítico y poniéndose a utilizar los objetos de
esas épocas desde su propio sentido común. Consideramos que nuestro sentido
común es universal y en consecuencia proyectamos hacia atrás la subjetividad del
presente, y yo creo que cometemos un grave error al hacerlo. No se puede pensar
en el pasado como si hubiera estado protagonizado por gente como nosotros,
porque esa gente utilizaba otros objetos y otras tecnologías, y si la gente utiliza
otros objetos también es subjetivamente diferente. Los seres humanos nos
construimos como personas a través de aspectos mentales, por supuesto, pero
también a través de aspectos materiales. Yo siempre propongo a mis alumnos que
vayan a la puerta de distintas facultades —a derecho, a sociología, a historia…— y
se fijen en la gente que entra y sale y particularmente en la ropa que lleva y en
cómo va peinada. Los de derecho, generalmente, van siempre muy planchados y

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utilizan camisas. Sin embargo, en sociología no verás una camisa: son todo
camisetas y los peinados de las chicas suelen ser bastante alocados. ¿Qué nos dice
eso? Pues nos dice que el estudiante de derecho está interesado en la norma social,
mientras que el de sociología está en guerra con la norma social. Toda la
materialidad de la Facultad de Sociología te transmite una idea de resistencia. Y es
inconsciente: uno no sabe realmente por qué le gusta vestir vaqueros o por qué le
gusta el color rojo. No lo racionaliza, pero eso no quiere decir que uno no se
construya como persona a través de ello. Fíjate, Freud (h!ps://www.google.es
/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwizqpmU1PDVAhUMXBoKHUjNCqMQFggyMAE&url=h!ps
%3A%2F
%2Fwww.pagina12.com.ar%2F2001%2Fsuple%2FRadar%2F01-04%2F01-04-29%2Fnota2.
usg=AFQjCNGMgjd8PNAlVP5JR7-5Rj9XpZ3-Mg) tenía un gran interés en la
arqueología. El consultorio de Freud, que está conservado en su Casa Museo de
Londres tal cual era, estaba lleno de vitrinas con objetos arqueológicos egipcios,
griegos, romanos, orientales, etcétera, y en su propia mesa tenía varios. Él decía que
la arqueología tenía la misma función que el psicoanálisis: desenterrar etapas
ocultas e inconscientes de nuestro pasado.

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Consultorio de Sigmund Freud en su Casa Museo de Londres

P.- Su especialidad concreta es la arqueología de la identidad, concepto queacuñó


usted misma en un libro que tituló así, Arqueología de la identidad, y publicó en
2002 y que es una etiqueta sugerente, pero no autoexplicativa. ¿En qué consiste?

R.- La verdad es que escribí aquel libro sin pensar que estaba acuñando una
etiqueta. Todo mi trabajo ha ido surgiendo así: de forma no intencionada ni
planificada. La primera vez que me puse a estudiar cosas de identidad fue de
manera completamente improvisada. Me había ido con una ONG a Guatemala y
me habían mandado con un grupo indígena concreto: los q’eqchí de Alta Verapaz
(h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=6&cad=rja&
uact=8&ved=0ahUKEwjf1v3v1fDVAhWGxRQKHRjoA9gQFgg5MAU&url=h!ps
%3A%2F%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FKekch%25C3%25AD_(etnia)&
usg=AFQjCNHBUND1VzRV6tk40Z5m_4tbuACHGg). Aquello fue una revelación
para mí, me encantó, y entonces pedí un proyecto a la Universidad para ver si

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podía volver. El proyecto consistía en estudiar el ritmo de desplazamiento por el


territorio de un grupo de agricultura de roza que no intensifica la producción, lo
cual yo iba a utilizar después para hacer analogías con el Neolítico. Cuando llegué,
me di cuenta de que el proyecto era completamente infundado; de que las premisas
de las que yo partía eran completamente erróneas.

P.- ¿Por qué?

R.- Porque yo asumía que el territorio, el espacio, es una dimensión universal y


objetiva; que el espacio es lo que hay ahí fuera y que eso es igual para todo el
mundo. Cuando entré en contacto con los q’eqchí me di cuenta de que no era así,
porque los q’eqchí tienen una percepción del espacio completamente distinta de la
nuestra. Entonces empecé a estudiar qué es el espacio, y no tardé en reparar en que
no se puede entender lo que es el espacio sin entender también qué es el tiempo. Y
cuando ya estaba entendiendo cómo la gente puede construir el espacio y el tiempo
me di cuenta de que eso estaba indisolublemente vinculado a la idea que la gente se
construye de sí misma. Me di cuenta de que lo que estaba estudiando era la
identidad. La idea que cada uno de nosotros se hace de quién es no se puede
separar de la idea que nos hacemos de cómo es el mundo en el que vivimos.
Dependiendo de la idea que uno tiene de sí mismo, se hace una determinada idea
del mundo; y dependiendo de la idea del mundo que uno tenga, se hace una
determinada idea de sí mismo.

P.- La idea que nos hacemos de quiénes somos es esencialmente la idea que
tenemos de cuál es nuestro lugar en el mundo.

R.- Claro, claro. Pues bueno, yo empecé a investigar sobre todo eso, y lo hice
entendiendo que a lo largo de la historia los seres humanos hemos tenido distintas
maneras de entendernos como personas y de entender el mundo y que había que ir
destapando capas al modo de Foucault (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&
esrc=s&source=web&cd=12&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwirj6_Z1vDVAhXB5xoKHdxnCj4QFghKMAs&url=h!p%3A%2F
%2Fexordio.q\.umich.mx%2Farchivos%2520PDF%2520de%2520trabajo%2520UMSNH%
usg=AFQjCNF3mS0pUkVnRYZFySmQYBQ1Z_cnzA). Yo creo que no podemos
entender la identidad humana actual si no entendemos cómo arrancó la identidad
en los primeros cazadores-recolectores. La arqueología de la identidad es eso, y
también unas pautas de interpretación para cuando uno está excavando un
yacimiento y se encuentra una determinada complejidad sociocultural. Se trata de
poder interpretar los yacimientos arqueológicos teniendo en cuenta aspectos
estructurales de las personas que los protagonizaron.
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P.- Más tarde le preguntaré por sus fascinantes tesis sobre la historia de la
identidad humana y sus componentes de género. Antes, me gustaría que
abordáramos un marco más general. En el libro, usted sostiene que la aparición
del género Homo no fue el resultado de una evolución gradual del tamaño del
cerebro de los primates, sino el de una transformación brusca y radical: la
neotenia. ¿A qué hace referencia ese término?

R.- La neotenia es la prolongación de los tiempos de desarrollo de la descendencia,


es decir, los tiempos que tarda una determinada especie en cumplir su vida fetal, su
vida infantil y su vida juvenil. Hasta hace dos millones y medio de años, los
homínidos ya eran bípedos —lo somos desde hace siete millones de años, y ése es
otro de los grandes pasos evolutivos del ser humano—, pero tenían una
inteligencia y períodos de crecimiento temporales muy semejantes a los de los
chimpancés. La neotenia transformó eso. Fue un cambio genético efectivamente
radical y que no estuvo provocado por cambios medioambientales, sino que se
trató de un cambio aleatorio.

P.- Una mutación.

R.- Una mutación, eso es. De hecho, si uno compara los tiempos de desarrollo de
los chimpancés y los nuestros, se da cuenta de que hay un cambio grande: nosotros
somos niños durante mucho más tiempo, y también tardamos más en llegar a
adultos.

P.- ¿Cuáles son las cifras concretas?

Los chimpancés tienen una vida infantil que dura hasta los cuatro años y una vida
juvenil que finaliza a los once o doce, mientras que nosotros somos infantiles hasta
los diez o doce años y jóvenes hasta los dieciocho o veinte. Cuando uno de los tres
tiempos de desarrollo se prolonga, se prolongan también los otros dos: no se puede
prolongar la vida juvenil pero no la infantil ni la fetal. Bien, ¿qué es la vida fetal? La
vida fetal es el tiempo que tarda una especie en que el cerebro de sus crías alcance
la mitad del tamaño que va a tener en fase adulta. Ese momento suele coincidir con
el nacimiento. Un chimpancé nace con unos doscientos centímetros cúbicos de
capacidad craneal, que es casi la mitad de los cuatrocientos cincuenta que alcanzará
en la fase adulta.

P.- ¿Y un ser humano?

R.- Los seres humanos tenemos una capacidad craneal de unos mil trescientos

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cincuenta centímetros cúbicos, por lo que culminamos nuestra vida fetal cuando
alcanzamos los setecientos. Eso es una cabeza muy grande, y generó un problema
en aquellos homínidos que ya eran bípedos.

P.- La estrechez del canal del parto.

R.- Eso es. Tú no puedes tener un canal del parto muy grande si eres bípedo, y
setecientos centímetros cúbicos de capacidad craneal son los que tiene un bebé
nuestro cuando cumple un año. Esa cabeza no puede atravesar un canal del parto.
Si, como todas las demás especies, los Homo sapiens cubriéramos toda nuestra vida
fetal en el seno materno, sencillamente no podríamos nacer, porque no podríamos
atravesar la abertura del canal pélvico de nuestras hembras. Con esta capacidad
craneal, hay que elegir entre atravesar el canal del parto o ser bípedo, pero no se
pueden tener las dos cosas. Un feto no puede atravesar el canal del parto con ese
cabezón. La solución de la naturaleza a ese problema se produjo hace dos millones
y medio de años y consistió en que las crías de los Homo habilis y los Homo ergaster,
que todavía no tenían la capacidad tan grande que tendríamos los Homo sapiens
pero sí una mucho mayor que la de los anteriores homínidos, nacieran
prematuramente y desarrollaran parte de su vida fetal fuera del útero materno. Los
miembros del género Homo no nacen cuando acaba su período de vida fetal, sino
antes. Nuestras crías nacen con unos trescientos ochenta centímetros cúbicos de
capacidad craneal y concluyen su vida fetal a los veintiún meses. Nueve de ellos los
pasan dentro del útero materno y los siguientes doce meses, fuera. Durante este
tiempo, el organismo se dedica casi exclusivamente a que el cerebro alcance la
mitad del tamaño que va a tener en fase adulta, por lo que es tremendamente
pasivo y completamente dependiente de los cuidados paternos y de la comunidad
para sobrevivir. El género Homo tiene las crías más inteligentes de toda la
naturaleza, pero también las más frágiles y dependientes. Su vida fuera del útero
en los primeros meses no es muy diferente de la que tienen dentro, lo cual contrasta
vivamente con lo que vemos en otras especies. Los hipopótamos, las jirafas, los
caballos, etcétera, y también los primates, ya están poniéndose de pie en cuanto
nacen.

P.- Esa fragilidad de las crías Homo obligó a abordar cambios sociales profundos.
Había que ayudarse unos a otros para cuidar a esas crías desvalidas.

R.- Claro, hubo que modificar todos los sistemas y dinámicas de relación, de
cooperación y de comunicación internos del grupo, porque con los hábitos
anteriores las crías no hubieran sobrevivido. Hubo que aprovechar el aumento del
cerebro para estrechar los vínculos y agilizar el flujo de información dentro del
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grupo. El resultado fue un cambio cualitativo que se evidencia en la aparición de


los primeros yacimientos arqueológicos: empiezan a aparecer piedras talladas y
acumulaciones de huesos y piedras. Aquellos primeros Homos no consumían como
los chimpancés, que encuentran la comida y se la comen, sino que llevaban lo que
encontraban a un punto determinado y ahí lo compartían. Había lo que se llama
consumo pospuesto y reciprocidad en el alimento. Y también había fabricación de
instrumentos. Los chimpancés pueden utilizar un palo para sacar termitas de un
termitero o hacer una especie de esponja con hojas para sacar agua de sitios a los
que no pueden llegar con la boca, pero no tallan. Los Homo sí, y eso es resultado de
la neotenia.

P.- La aparición de la neotenia —también lo cuenta en el libro— coincidióademás


con un cambio climático en África, consistente en un fuerte resecamiento de la
sabana que complicó considerablemente la búsqueda de alimento. Y ello fue un
nuevo apremio a reforzar los lazos comunitarios.

R.- Exacto. Eso hizo que la neotenia resultara tremendamente adaptativa.

P.- Lo que se aprecia en conjunto es una especie de tormenta perfecta de


mutaciones y cambios medioambientales que convirtió a los seres humanos en
animales forzosamente sociales.

R.- Exacto, exacto, eso es. Es un proceso casi milagroso, y todavía hay más factores
que juegan un papel. La tormenta perfecta es una tormenta muy, muy perfecta. Por
ejemplo, mira: nuestro cerebro consume la quinta parte de la energía total del
organismo. Es un órgano muy complejo, pero muy delicado y al que no le puede
faltar riego sanguíneo. Hay que estar alimentándolo constantemente, y eso supone
una mayor exigencia de ingestión de proteínas. El problema es que, cuando un
órgano empieza a demandar más energía, para dársela hay que quitársela a otro.
¿A qué otro órgano le quitó el cerebro humano esa energía? Parece que al intestino.
El intestino Homo es más corto que el de los chimpancés. Si te fijas, nuestra caja
torácica es cilíndrica, mientras que la de los chimpancés es cónica a fin de albergar
ese tracto intestinal más largo. Ellos son herbívoros, mientras que nosotros somos
omnívoros, porque si tú tienes un intestino más corto, la proteína que consumas
también tiene que estar muy concentrada. Y eso sólo lo da la carne. Pero claro, para
comer carne tienes que matar animales. Y para matar animales necesitas
coordinación y fabricar instrumentos, lo cual fue posible porque aquellos
homínidos eran inteligentes. Hay una discusión grande sobre si aquellos
homínidos consumían carne de carroñeo o de caza, pero parece que hacían las dos
cosas.
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P.- A tenor de esto que cuenta sobre esas formas primigenias de cooperación, la
vieja teoría marxista, ¿tiene razón cuando habla del comunismo primitivo como
primero de los modos de producción de la historia humana?

R.- Sí y no. El problema de la teoría marxista es que, cuando habla del comunismo
primitivo, lo que está haciendo es una proyección de las categorías del presente, y
en ese sentido yo no puedo estar de acuerdo con ella. La teoría comunista no tuvo
en cuenta la identidad. Las sociedades comunistas actuales están integradas por
gente individualizada, y en el pasado, en el origen, no había individualidades.
Todas las sociedades cazadoras-recolectoras rechazan las diferencias entre sus
miembros. No hay diferencias de poder, no hay jefes y en muchas no hay ni
chamanes. Los hombres hacen unas cosas y las mujeres otras, pero más allá de eso
todos tienen una apariencia común: todos se visten igual o se ponen la misma cosa
en los labios, las orejas, etcétera.

P.- No hay individuos que comparten y de hecho no existe el concepto de


compartir, porque para compartir hay que partir y aquí no hay particiones, sino
una unidad indivisible, que es el grupo.

R.- Exacto. La unidad mínima de identidad es el grupo, no la persona. Tú no eres


una unidad en ti misma que comparte con otras unidades, sino una parte de la
unidad mínima.

P.- Ya hemos adelantado algo de la tesis central del libro: el paso de la identidad
relacional a la individual. Pero antes de meternos de lleno en ella, quisiera
abordar otra parte muy interesante de la obra: aquélla en la que usted expone
hasta qué punto la ciencia no es neutral, sino que puede estar, y de hecho
siempre está, impregnada de ideología. Pone al respecto un ejemplo muy
esclarecedor: el de cómo, dependiendo de la ideología del investigador, se
escogerá al chimpancé común o al bonobo como la especie más parecida al ser
humano.

R.- Sí. Es un ejemplo que tomo de un libro de Donna Haraway


(h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&
uact=8&ved=0ahUKEwjDtYq_6fDVAhUCshQKHdbDBDEQFggnMAA&url=h!ps
%3A%2F%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FDonna_Haraway&
usg=AFQjCNEd2iqRXaRPua7u8kij__XXxGB9Ug), una filósofa de la ciencia muy
interesante de la Universidad de Santa Cruz. El libro se llama Visiones primates
(h p://scholar.google.es/scholar?q=donna+haraway+primate+visions&hl=es&as_sdt=0&
as_vis=1&oi=scholart&sa=X&

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ved=0ahUKEwioh6SZ6vDVAhUHWRQKHaFhDmMQgQMIKDAA) (Primate visions), y


en él ella demuestra que el estudio de los chimpancés es un estudio completamente
interesado. La importancia de los chimpancés y de la visión que se tenga de los
chimpancés estriba en que el chimpancé es la especie genéticamente más cercana a
los seres humanos, y por lo tanto lo que se dice sobre ellos sirve para naturalizar el
punto de partida de lo humano. Haraway expone, por ejemplo, cómo en la época
de la guerra de Vietnam, dependiendo de si el investigador estaba a favor de la
guerra o la rechazaba, el chimpancé era presentado como un ser violento o como
un ser pacífico. La investigación se orientaba de forma inconsciente hacia aquellos
elementos que permitían legitimar o cuestionar el orden social. Por otro lado, hasta
prácticamente los años noventa sólo se conocía una especie de chimpancé: el Pan
troglodytes o chimpancé común, que es una especie muy territorial, de machos
dominantes y en la que las hembras, cuando llegan a la pubertad, salen de su
grupo, se trasladan a otro territorio y pasan a ser objeto de la atención de los
machos dominantes del nuevo grupo. Son sociedades muy violentas y en las que
llega a haber incluso guerras. Esto lo estudió Jane Goodall (h!ps://www.google.es
/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwjWiZbF6vDVAhWBvxQKHbh-ANIQFggyMAE&url=h!p%3A%2F
%2Fwww.janegoodall.es%2Fes%2Fbiografia.html&
usg=AFQjCNGxM5DBnxhcT61jHNUMNytu2QugVQ) en Gombe, en Tanzania: en
esas guerras, los chimpancés llegan a arrancarse la piel. Son muy violentos. Bien,
¿qué sucede a principios de los años noventa? Pues que se descubre claramente una
nueva especie de chimpancé.

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Un joven bonobo entre colegas en el zoo de San Diego, California

P.- El bonobo.

R.- Sí, el Pan paniscus, a la que también se llama bonobo, chimpancé pigmeo o
chimpancé enano aunque no sean más pequeños que los chimpancés comunes. De
esa nueva especie, se comprueba que tiene unas características completamente
diferentes. Las sociedades de Pan paniscus también son territoriales, pero las
hembras, cuando salen de su territorio de origen y pasan a otro, en lugar de ser
objeto de la dominación de los machos se hacen amigas de las hembras de nuevo
grupo. Y se hacen amigas, entre otras cosas, a través del principal mecanismo de
relación social que tienen los bonobos, que es el sexo. El bonobo es la única especie
que a diferencia del chimpancé común, pero igual que el ser humano, no tiene
período de celo: los bonobos y los seres humanos podemos tener relaciones
sexuales a lo largo de todo el año. Ellos tienen relaciones sexuales a todas horas y
por cualquier razón: porque se levantan, porque se van a acostar, porque están
nerviosos, porque están relajados… Cualquier excusa les sirve, y esas relaciones
sexuales que ellos tienen son heterosexuales, pero también homosexuales, e

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incluyen sexo oral, masturbación, etcétera. Y como las hembras hacen alianzas
fuertes entre ellas, quienes dirigen los grupos son indistintamente los machos o las
hembras. En cautividad, es más frecuente que sea una hembra la que encarne el
individuo alfa, pero también puede ser un macho.

P.- También son sociedades mucho más pacíficas, ¿no?

R.- Sí. Nunca se ha visto una guerra entre bonobos. En los reportajes y
documentales que hay sobre los bonobos se suele decir que los bonobos son una
sociedad que hace el amor y no la guerra. Es más: las hembras dejan a los machos
que acarreen las crías y los propios machos, cosa que jamás sucede con los
chimpancés comunes, quieren acarrear a las crías. Bien, ¿qué pasó con esta especie?
Pues que echó por tierra muchas de las naturalizaciones de lo humano que se
habían construido en torno al chimpancé común, y en particular las patriarcales.
No es verdad que sean los machos los que dirijan las sociedades desde la noche de
los tiempos, y tampoco lo es que seamos heterosexuales por naturaleza. Si en la
naturaleza la especie más cercana a nosotros, que no tiene período de celo, no tiene
esa norma de relación sexual, quizás nosotros tampoco tengamos por qué tenerla.
De hecho, yo creo que la norma heterosexual que ha regido nuestras sociedades
tiene que ver con la complementariedad de funciones y con el patriarcado y que no
es casual en el momento en que esa complementariedad de funciones y el
patriarcado han empezado a desmontarse —como sucede en la sociedad actual,
donde ya no son los hombres los únicos que trabajan ni las mujeres se dedican sólo
a ser madres y esposas, sino que tienen trabajos especializados—, hayamos pasado
a vivir una liberación total de las orientaciones sexuales.

P.- Usted sostiene en el libro que esa sexualidad recreativa y no sólo procreativa
contribuyó también a cohesionar las comunidades Homo. «La sexualidad
humana no está orientada sólo a la reproducción, porque si así fuera la
naturaleza no habría renunciado al mucho más eficaz sistema (heterosexual) de la
llamada del celo. Si lo hizo, debilitando la fuerza de esa llamada, debió de ser
porque lo que se ganaba compensaba el cambio», explica.

R.- Claro, claro. Nosotros tenemos una lógica sexual que no está limitada a la
procreación. Si nuestra sexualidad estuviera enfocada sólo a la reproducción
tendríamos período de celo, que es mucho más garantista de la reproducción que lo
que tenemos nosotros. Una mujer humana puede incluso elegir entre ser madre y
no serlo. Nuestra biología no garantiza la reproducción, mientras que el celo sí lo
hace. Y en efecto, si la naturaleza renunció a esa garantía tan potente y prefirió
dotarnos de una sexualidad que también se pudiera desarrollar en las fases en las
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que las mujeres no somos fértiles, algo importante debió de ganarse. Lo que se
ganó fue la comunicación, lo cual tiene que ver con la neotenia. La sexualidad, en
aquel contexto, era un instrumento de comunicación tan importante como el
lenguaje, que también aparece entonces.

P.- Todos estos descubrimientos sobre los bonobos deberían haber arruinado por
completo esas viejas naturalizaciones basadas en el chimpancé. Sin embargo,
siguen muy vivas. ¿Por qué?

R.- Pues porque no interesa. La ciencia no es objetiva, sino que está marcada por
mecanismos inconscientes —yo creo que son inconscientes en gran parte— de
selección ideológica. Estamos regidos por un determinado orden que nos construye
subjetivamente y determina lo que nos interesa contar y los que no. A los bonobos,
concretamente, se los oculta y no se les da ninguna importancia. La mayor parte de
la gente ni los conoce, y cuando salen a la luz se dice: «Bueno, sí, no tienen período
de celo, pero en realidad sí lo tienen, porque sólo son fértiles en determinados
momentos del año». Oiga, sí, pero también nosotros, y en todo caso ellos, fértiles o
no, tienen relaciones sexuales a lo largo de todo el año, igual que nosotros.

P.- Otra muestra de parcialidad ideológica por parte de la ciencia a la que usted
alude en el libro es la terminología linneana.

R.- El caso de Linneo (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&


source=web&cd=3&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwjU-
vHa7PDVAhUEuxQKHSbuDhIQFgg3MAI&url=h!ps%3A%2F
%2Fwww.uv.es%2F~jaguilar%2Fhistorias%2Flinneo.html&
usg=AFQjCNEEfT3vMNO9sim9h4sMh7cMaNrVRQ) es muy interesante, sí. Linneo
era creacionista, creía en Dios y lo que quería era demostrar la enorme sabiduría y
magnanimidad de Dios arrojando luz sobre la complejidad del plan divino de
creación de las especies; pero hizo un sistema de clasificación en géneros y especies
enormemente eficaz y operativo: tanto que los evolucionistas, a partir de Darwin
(h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&cad=rja&
uact=8&ved=0ahUKEwjEofP17PDVAhWHWhQKHQ84D7kQFggxMAE&url=h!p
%3A%2F
%2Fwww.nationalgeographic.com.es%2Fhistoria%2Factualidad%2Fcharles-
darwin-el-padre-de-la-teoria-da-la-evolucion_7971&
usg=AFQjCNFq8f1SZn4dGc76NtddJR-a7QXxSg), no tuvieron inconveniente en
tomarlo y seguir utilizándolo. Representa el paso del mito a la ciencia, pero su
sistema, siendo tan bueno, contribuyó sin embargo de forma inconsciente a
reafirmar el orden patriarcal. La décima edición de su Systema naturæ
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(h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&
uact=8&ved=0ahUKEwjm6PSM7fDVAhXKOxQKHVpZCe0QFggnMAA&url=h!ps
%3A%2F%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FSystema_natur%25C3%25A6&
usg=AFQjCNFyuon-EqJWrBuxnEgPL1_S9Bf5Rw), que es la que se considera el
punto de partida de la nomenclatura zoológica, es de 1758, y en 1758 uno no podía
no ser patriarcal, porque aquélla era una sociedad en la que los hombres
detentaban todo el poder. No se trata de criticar a Linneo, porque no tendría
ningún sentido, pero no por ello hay que dejar de señalar que su sistema está
lastrado por ese sesgo ideológico. Linneo idea un sistema de clasificación de los
seres vivos en los que a unos, los anfibios, los agrupa en base a su sistema de
respiración; a otros, los reptiles, en base a su forma de locomoción, etcétera; es
decir, a rasgos que comparten por igual los machos y las hembras de esas clases.
Sin embargo, ¿qué hace con el ser humano? Por un lado, pone como nombre de
nuestra especie, es decir, como aquello que nos diferencia de otras especies, el del
hombre: Homo. Somos el Homo sapiens, el hombre que sabe, el hombre que piensa,
el hombre que desarrolla la razón. Estamos en el siglo XVIII, que es el de la
Ilustración, cuando se considera que la razón, completamente idealizada, sólo la
encarnan los hombres, porque a las mujeres se les prohíbe leer y escribir. Si quieren
leer y escribir, sólo pueden hacerlo en los conventos; tienen que apartarse de la
sociedad para hacerlo. Las mujeres sólo pueden ser madres y esposas, y para
confirmar categorialmente esta función normativa de las mujeres Linneo elige el
término mamíferos cuando lo que toca no es distinguir a nuestra especie, sino
ponerla en relación con otras. Es decir, elige un rasgo que caracterizaba a los
hombres, la razón, para distinguirnos de las demás especies y uno que caracteriza a
las mujeres, las mamas, para ponernos en relación con los perros, los gatos, las
vacas, los cerdos, etcétera.

P.- Lo femenino es lo animal y lo masculino lo espiritual y divino.

R.- Eso es. El hombre es la razón y la mujer la reproducción; el hombre es el que


ejerce el poder y la mujer la que sigue conectada con la naturaleza. Eso es ideología
pura y dura por más que sea completamente inconsciente. De hecho, tú esto lo
explicas hoy y la gente no entiende dónde está el problema. El problema está en
que de ninguna especie Linneo toma un rasgo exclusivamente de machos para
distinguirla y uno de hembras para agruparla con otras: sólo lo hace con la nuestra.

P.- Usted comienza su libro explicando que no debemos fiarnos de las


apariencias. ¿Tampoco de la apariencia de objetividad de la ciencia?

R.- Tampoco, tampoco. Yo en el texto cito bastante a Mary Midgley


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(h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&
uact=8&ved=0ahUKEwifq87M7fDVAhWCuhQKHTHOA0sQFggnMAA&url=h!ps
%3A%2F%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FMary_Midgley&
usg=AFQjCNGsy2vctIlDq9Q56eUPcYpKJkw5rg), que es una filósofa inglesa que
tiene un libro muy interesante que se titula The myths we live by, «Los mitos por los
que vivimos». No está traducido al español. En él, ella desarrolla la idea de que
nosotros creemos en la ciencia con el valor de la creencia del mito; que idealizamos
la ciencia; que nos relacionamos con ella de la misma forma con que otras
sociedades se relacionan con la religión; que ponemos a la ciencia en el lugar que
antes ocupaba el mito.

P.- Creemos en la ciencia.

R.- Eso es. Creemos en esa pretensión de objetividad que la ciencia tiene, y eso nos
impide ver esos sesgos ideológicos de los que hablábamos antes. Yo, en particular,
soy muy crítica con la obsesión que la ciencia positivista ha tenido históricamente
de excluir del análisis de las sociedades todo lo que tiene que ver con subjetividad y
emocionalidad. La ciencia sólo tiene en cuenta los aspectos que se pueden
computar, que se pueden reproducir, que se pueden medir, y eso que tiene sentido
en las ciencias puras y naturales, que estudian objetos de conocimiento no
humanos, es muy pernicioso en las ciencias que estudian a los humanos. El ser
humano tiene una parte de desorden evidente, que son las emociones, pero eso la
ciencia lo obvia, y lo obvia porque el orden ideológico neoliberal en el que estamos
necesita considerar al ser humano un sujeto de consumo y de producción
controlable y medible. La complejidad del ser humano no le interesa, y lo que hace
complejo e incontrolable al ser humano se saca del estudio. Existe incluso la
absurda creencia, que comparte la mayoría de los arqueólogos y de los científicos
sociales, de que si tú estudias la subjetividad humana tu estudio será
inevitablemente subjetivo. Mary Midgley dice que esto es igual de disparatado que
pretender que si tú estudias la locura, tu estudio será un estudio loco; o que eres
malo si estudias la maldad.

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Mary Midgley (Londres, 1919)

P.- Pasemos ya de lleno a la tesis central de La fantasía de la individualidad. En él


son clave dos conceptos que usted ya había manejado en Arqueología de la
identidad, pero que ahora pasa a matizar y a enriquecer: identidad
individualizada e identidad relacional. ¿En qué consisten ambos tipos de
identidad?

R.- La identidad relacional es aquélla en la que uno sabe quién es sólo en tanto que
forma parte de una unidad mayor, que es el grupo, la comunidad. Es una identidad
que conecta al individuo con un grupo humano a través de mecanismos
inconscientes y no reflexivos, siendo fundamentales los vínculos que lo atraviesan:
uno es el padre de sus hijos, el hermano de su hermana, el esposo de su esposa,
etcétera; y sólo sabe quién es en función de su vinculación con alguien. No estás
solo frente al mundo, sino que te da potencia el hecho de tener una familia y un
grupo alrededor, lo cual se refuerza a través de una determinada apariencia
común: lo que comentábamos antes de esas sociedades de cazadores-recolectores
en las que todos, hombres y mujeres, se ponen un determinado objeto en las orejas,

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los labios, etcétera. Para la identidad relacional, lo importante es el grupo y lo que


uno quiere es ser igual a los demás, no ser diferente. Es una identidad asociada a la
impotencia: cuanto menor control se siente sobre las propias circunstancias de vida,
más se vincula uno a un grupo para sentir que lo hace en la medida suficiente. Y
también es una identidad ligada a la estabilidad: cuando uno siente impotencia
ante el mundo y por lo tanto tiene identidad relacional, no quiere que haya
cambios, sino que prefiere que las cosas se mantengan como están. Recordemos ese
refrán que dice aquello de que «más vale malo conocido que bueno por conocer».

P.- …que es la condensación proverbial de un pensamiento que usted expresaasí:


«En las condiciones que conozco sé que he sobrevivido y por tanto que seguiré
sobreviviendo, pero dada la inseguridad que tengo en el control de las
circunstancias que me rodean, tal vez no sobreviviré si las circunstancias
cambian».

R.- Sí. Ahí es donde aparece el mito: su función es legitimar ese miedo al cambio;
darle una fundamentación sagrada. Sólo la repetición eterna del comportamiento
que la divinidad transmitió garantiza la supervivencia.

P.- Se trata de compensar una enorme impotencia con una enorme gratificación
emocional.

R.- La gratificación de estar cumpliendo los deseos de la divinidad, sí. Bien, la


identidad relacional es una identidad imprescindible para todos los seres humanos,
porque uno sólo puede hacer frente a este universo tan complejo en el que vivimos
si siente que tiene el respaldo de un grupo mayor que uno mismo. Lo que pasa es
que esa necesidad no siempre se reconoce. La importancia del grupo se reconoce
tanto más cuanta menos capacidad de control tiene el grupo o la persona sobre el
mundo que los rodea. A medida que una sociedad va adquiriendo poder y control
tecnológico sobre la naturaleza, empieza a desarrollarse el otro tipo de identidad,
que es la individualizada. La individualidad pone el centro de la persona en su yo;
el individuo se considera una entidad aislada, autónoma del resto de las personas.

P.- Y en lugar de una identidad de la impotencia, es una identidad de la potencia.

R.- Exacto, una identidad de potencia en la que uno cree que tiene por sí mismo
capacidad de control y de explicación del mundo. Cuanta menor complejidad
socioeconómica tiene un grupo humano, cuanta menos tecnología y ciencia tiene,
más peso tiene la identidad relacional y menos la individual; y a medida que va
desarrollando control tecnológico, se invierten los términos y la identidad

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relacional va perdiendo peso en favor de la individual, que es, además, una


identidad asociada al cambio. La identidad relacional prefiere la estabilidad, pero la
individual busca los cambios, porque esa sensación de control del mundo se
refuerza cuando uno comprueba que es capaz de adaptarse a ellos. Con cada nueva
cosa que una sociedad dada pasa a controlar, su sensación de poder sobre la
naturaleza aumenta y eso refuerza la identidad individual. En este sentido, no es
casual que las primeras jerarquizaciones aparecieran con la agricultura, primero en
forma de consejos de ancianos y después en la de jefaturas más individualizadas. El
control de la naturaleza y la generación de posiciones de poder en la sociedad son
cosas paralelas.

P.- Pero ese aislamiento es una fantasía, y de ahí el título de su libro.

R.- Eso es. Lo que yo digo en el libro es que, si uno realmente se percibiera como
solo, como ajeno al grupo al que pertenece, si la individualidad fuera realmente lo
que dice que es, no podríamos hacerle frente al mundo, porque somos demasiado
pequeños, demasiado impotentes. La Ilustración pretendió hacernos creer que la
identidad relacional iba dando paso poco a poco a la individual. Lo que yo
sostengo en el libro es que eso no es posible y que la pérdida de la identidad
relacional no fue tal: lo que sucedió fue que los hombres individualizados fueron
ocultando que realmente necesitaban al grupo. ¿Cómo hicieron para ocultar que
necesitaban al grupo cuando seguían vinculados a él? A través de las mujeres:
impidiendo que las mujeres se individualizaran a su vez. ¿Cómo? Impidiéndoles la
movilidad —porque el espacio individualiza: luego lo explicamos si quieres— e
impidiéndoles leer y escribir.

P.- Las mujeres siguieron teniendo identidad relacional durante mucho más
tiempo, y en cierta medida continúan teniéndola hoy.

R.- Claro, sigue habiendo muchas mujeres con los rasgos característicos de la
identidad relacional: no querer cambios, no tener deseos para sí y que la única
identidad esté puesta en ser esposa y madre, es decir, en los vínculos.

P.- Y los hombres, explica usted en el libro, lo despreciamos tanto como lo


necesitamos.

R.- Eso es. Los hombres (siempre me refiero a los hombres patriarcales, claro; a la
llamada masculinidad hegemónica) necesitan que las mujeres mantengan la identidad
relacional para poder seguir engañándose pensando que ellos no la necesitan. El
discurso de la Ilustración convencía a la sociedad de que el progreso estaba en la

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individualidad y lo relacional era lo atrasado, lo de los indígenas, lo de los salvajes.


Mientras que los hombres habían desarrollado la razón y el control del mundo, las
mujeres se habían quedado en estado de naturaleza. De esta forma, dado que los
hombres no cultivaban ellos mismos sus vínculos ni daban valor a las actividades
recurrentes o al sentimiento de pertenencia (todo lo cual, sin embargo, seguían
necesitando), cuanto más desarrollaban la individualidad, más necesitaban que las
mujeres se ocuparan, en relaciones heterosexuales normativas, de garantizárselo.
Cuanto más lo necesitaban, paradójicamente, más despreciaban también ese tipo de
identidad de la que ellos consideraban que se habían alejado hacía muchísimo
tiempo y que quienes seguían teniéndola eran esas mujeres que no tenían control
tecnológico ni explicaciones científicas. Eso es el orden patriarcal para mí: la
necesidad no reconocida, y de hecho despreciada, de todo lo que tiene que ver con
la comunidad, los vínculos, las emociones, etcétera, y una idealización paralela de
la razón, de la individualidad, del yo, etcétera. Y también del cambio (actualmente
estamos sometidos a cambios incesantes y se desprecia a la gente que no cambia). Y
consecuentemente, un desprecio y desvalorización de las personas que se han
ocupado de garantizar la satisfacción de esa necesidad no reconocida, es decir, de
las mujeres.

P.- ¿Se puede decir que hay una parte de verdad en ese viejo refrán machista de
que detrás de un hombre siempre hay una gran mujer? Detrás de un gran
hombre, ¿tiene que haber necesariamente una mujer que lo cuide, lo limpie y lo
alimente?

R.- Sí, sí. Yo llamo a eso individualidad dependiente: el hombre tiene que tener detrás
una mujer que haga todo eso y que además le traduzca, por así decir, el mundo
emocional. En la masculinidad hegemónica, el hombre se especializa en la razón y
desconoce su propia subjetividad y sus propias emociones. Y las mujeres se
encargan de atender ese lado. Son ellas las que los calman, los protegen y los
orientan emocionalmente. Por eso hay mujeres de ambientes muy machistas que
sienten que tienen el poder, y por eso también hay hombres que dicen que son ellas
las que llevan los pantalones en casa. Claro, ese poder es un poder muy limitado,
porque sólo se ejerce con quien una está relacionada personalmente, no con un
número indefinido de personas no conocidas, con lo cual no afecta a los destinos
del grupo. Por otro lado, los hombres tienen otra manera de seguir construyendo la
fantasía de su individualidad, construyendo vínculos sin reconocerlos a través de
las relaciones entre pares masculinos, de la sociabilidad con otros hombres. Los
equipos de fútbol, los ejércitos…: hay todo un conjunto de asociaciones masculinas
que generan a los hombres sentimiento de pertenencia y en las que lo único que se

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juegan es emocional.

P.- En el libro, usted también explica que para las mujeres dotadas de identidad
relacional el espacio sigue primando sobre el tiempo como parámetro de orden y
la estabilidad sigue primando sobre el cambio como garantía de supervivencia,
tal y como era para todos los antiguos cazadores-recolectores.

R.- Sí, porque el tiempo no organiza cambios y por tanto no es percibido


linealmente, con pasados, presentes y futuros distintos, sino cíclicamente. Las
labores del hogar, como sabe cualquiera que las desempeñe, son cíclicas, no
lineales. Por eso el espacio suele ser el parámetro de orden más visible, más que el
tiempo. La identidad relacional rechaza el cambio, porque implica riesgo, y hace
que uno no tenga deseos para sí mismo, porque de lo que se trata es de averiguar el
deseo de la instancia sagrada protectora a fin de, reconociendo ser protegidos por
ella, cumplir su voluntad y garantizarse esa protección. Esa protección que las
sociedades de cazadores-recolectores buscaban en la instancia sagrada, las mujeres
—que no en vano han llenado siempre las iglesias mucho más que los hombres—
pasaron a buscarla también en los hombres individualizados. La mujer
característicamente dotada de identidad relacional no tiene deseos para sí misma,
sino que se preocupa de satisfacer los del hombre a fin de ser protegida por él. Lo
que entendemos por identidad de género femenina no es más que la vieja
identidad relacional, que pasó a encarnarse sólo en mujeres.

P.- Los hombres fuimos perdiendo la identidad relacional al movernos fuera de


los campamentos para cazar, ¿no es así?

R.- No exactamente, no. O sí, pero más matizado que eso. Lo que yo digo es que,
con la neotenia y la aparición de crías muy dependientes en el origen de las
comunidades humanas, parte de la reestructuración del grupo consistió en anular
el principal motivo de riesgo que existe para esas crías indefensas cuando nacen,
que es la movilidad. Cuanto más te mueves, más riesgos afrontas y más
comprometes a tu descendencia. En todos los estudios etnográficos hechos sobre
los cazadores-recolectores actuales se detecta una distribución de funciones en la
que los hombres adquieren unas y las mujeres otras. Pero no es que haya unas
funciones masculinas y otras femeninas: las funciones masculinas y femeninas
pueden ser unas en un grupo y otras en otro, y la caza no siempre es una función
masculina (aunque suele serlo). Las funciones masculinas son simplemente
aquéllas que requieren una mayor movilidad. Si un grupo tiene caza mayor y
recolección, lo habitual será que los hombres se encarguen de la caza mayor y las
mujeres de la recolección. Yo estuve trabajando con un grupo que tenía algo de caza
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pero también agricultura de palo cavador, y en él los hombres se encargaban de la


caza y las mujeres de la agricultura. Pero luego estuve con los q’eqchí, que no
tienen caza pero sí agricultura de palo cavador, y allí los hombres se encargaban de
la agricultura y las mujeres se quedaban en casa. Es decir, la caza o la agricultura de
palo cavador no son respectivamente una actividad masculina y una femenina: que
sean lo uno o lo otro dependerá de cuánta movilidad y riesgo signifique en
comparación con otras actividades. En las primeras sociedades Homo había caza
mayor, así que podemos suponer que serían los hombres los que la hicieran. Frente
a esto, hay quien dice: «Bueno, los hombres también se podían quedar cuidando a
las crías mientras las mujeres salían a cazar». Y sí, posible es, pero el hecho es que
los hombres no pueden amamantar a las crías: quienes amamantan a las crías son
las mujeres, y al principio hay que amamantar a las crías, no puedes dejarlas sin
amamantar. Además, los cazadores-recolectores siempre tienen control de
natalidad, porque la necesidad de movilidad los obliga a ello, y el principal
mecanismo que hay para controlar la natalidad es el amamantamiento. Si una
mujer amamanta a intervalos menores de cuatro horas no se queda embarazada,
porque no se produce una hormona responsable de la fertilidad. El hecho es que en
todas las sociedades conocidas de cazadores-recolectores actuales, las mujeres
realizan las actividades que implican menor movilidad entre las que tiene que
hacer el grupo.

P.- ¿Hay grupos en los que la caza sea una actividad femenina?

R.- Alguno hay, sí. De hecho, si uno ve las tablas etnográficas de lo que hacen todos
los grupos humanos que George Peter Murdock (h!ps://www.google.es/url?sa=t&
rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwiFitC98fDVAhXKOxQKHVpZCe0QFggnMAA&url=h!ps%3A%2F
%2Fes.wikipedia.org%2Fwiki%2FGeorge_Peter_Murdock&
usg=AFQjCNG5fwWTHLnqI5Er7iHNJLsgj1_7dw), un investigador
norteamericano, publicó en los sesenta, comprueba que sólo hay dos actividades
que en ningún grupo humano hacen las mujeres, que son la caza de grandes
mamíferos marinos y la fundición de mineral: lo más peligroso que hay. La caza
mayor de animales terrestres la hacen fundamentalmente los hombres, pero hay
alguna excepción en que la hacen también las mujeres.

P.- Sea como sea, los hombres siempre se mueven más.

R.- Sí. No es que los hombres se muevan y las mujeres no: un grupo de cazadores-
recolectores se está moviendo constantemente pero los hombres son los que salen a
hacer aquello que más movilidad o riesgo implica. Y ello los hace enfrentarse a un
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poquito más de variación de fenómenos y a un poquito más de toma de decisiones


que las mujeres, y por lo tanto adquirir un poquito más de control y de poder. Eso,
en principio, no implicaba nada de individualidad, sino que era pura identidad
relacional, pero sí que debió de poner las bases para que los hombres empezaran a
desarrollar algún rasgo de individualización, aunque al principio no se dieran
cuenta, y para que, si había que tomar alguna decisión, fueran ellos los que la
tomaran. Además, hay que tener en cuenta que cuando un grupo no tiene escritura
ni mapas el mundo tiene las dimensiones de lo que uno pueda recorrer; que no se
conocen otros espacios que los que se han visitado personalmente. Para nosotros, el
mundo tiene las dimensiones que alguien ha representado en un mapa, pero si no
tienes mapa ni escritura, como es el caso de todos los cazadores-recolectores y no
digamos el de las comunidades Homo originarias, el mundo sólo tiene las
dimensiones de lo que uno conoce. Más allá, se acaba el mundo. Para un awá
(h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=3&cad=rja&
uact=8&ved=0ahUKEwiNuOrs8fDVAhVC1xQKHfHqBrgQFgg_MAI&url=h!p
%3A%2F%2Fwww.survival.es%2Fawa&
usg=AFQjCNHdJO49ctd_03K6Tbxaa5i6VJsJxw), que es un grupo del Amazonas, no
existe España, ni existe el mar, ni existe siquiera Brasil; sólo existe la zona por la
que ellos se mueven. Y así era también para los Homo originarios.

P.- Del poder, además de que aumenta a medida que lo hace el control de la
naturaleza, usted explica que se asocia a una individualización de uno mismo y
una cosificación de los demás y que siempre tiene un precio emocional.

R.- Sí. Norbert Elias (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&


source=web&cd=2&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwiv-
72K8vDVAhXBzxQKHc8VAUwQFggyMAE&url=h!p%3A%2F
%2Fwww.uv.es%2Fjserna%2FNorbertElias.htm&
usg=AFQjCNHGRR1T6wjQ4cGzDibLgUxHlw7KHA) decía que el poder es la
capacidad de transformar el destino de los otros aunque los otros no quieran. El
poder siempre implica un alejamiento emocional de los otros, porque lo que haces
es imponer tu deseo sobre los de los demás. Esto implica dos cosas: primero, tú
tienes que conocer tu deseo, y para conocer tu deseo tienes que tener capacidad de
autorreflexión, que es un rasgo de individualidad. Por otro lado, el poder siempre
supone una objetivación del otro, una cosificación. Tú eres el sujeto y el otro es el
objeto de tu deseo; su deseo no tiene la importancia que tiene el tuyo. El precio
emocional que siempre tiene el poder es ése: para ejercer el poder, uno tiene que
desvincularse de los otros y por lo tanto perder identidad relacional. Sucede lo
mismo en la relación del ser humano con la tierra: cuando empieza a controlarse la

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tierra, también se pierde la relación emocional que con la tierra tienen las
sociedades de cazadores-recolectores, que es una relación de veneración para la que
la tierra es sagrada y es una madre que te da lo que ella quiere. Cuando el ser
humano descubre, a través de la razón, las mecánicas causales de la naturaleza, la
naturaleza pierde ese carácter sacro, porque ya no es una instancia divina que
decide qué crece y qué no crece, sino un objeto que los humanos pueden manejar a
su antojo. Entender a través de la razón es lo mismo que controlar.

P.- La naturaleza ya no es Dios, sino que el ser humano es Dios y la naturaleza su


criatura.

R.- Exacto. Yo soy el que tiene poder sobre la naturaleza, no la naturaleza sobre mí.
Yo soy sujeto y no objeto. No es casualidad que los primeros jefes aparezcan con la
agricultura y no antes.

P.- Estoy recordando un pasaje de Masa y poder en el que Elias Cane!i (h!ps://www.g
/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=5&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwjHv6uw8vDVAhXHtRQKHcFFAcoQFghHMAQ&url=h!ps
%3A%2F
%2Fwww.alianzaeditorial.es%2Flibro.php%3Fid%3D3247610%26id_col%3D100508%2
usg=AFQjCNHd14ngqoym7wpuA01RuCmJ89yz1A)reflexiona sobre la sensación
de poder que tuvo que embargar al ser humano cuando domesticó los cereales.
Un trigal, decía Cane!i, no deja de ser un pequeño bosque, pero un bosque
diseñado, creado y controlado por los humanos. El bosque, con sus alimañas
ocultas y sus peligros, siempre ha sido una parte de la naturaleza particularmente
aterradora para el ser humano, como bien reflejan cuentos tradicionales como el
de Caperucita roja, pero ahora a los humanos les era dado crear un bosque
propio en el que él era el dios. I am not in danger, I am the danger!, que dice
Walter White en Breaking bad (h!ps://www.google.es/search?source=hp&
q=breaking+bad&oq=Breaking+bad&gs_l=psy-
ab.1.0.0i67k1j0l3.3121.3121.0.5109.3.2.0.0.0.0.368.546.0j1j0j1.2.0....0...1..64.psy-
ab..1.2.544.6..35i39k1.6MFjdSgTy_c).

R.- Sí, sí, es así. El hombre, cuando se empieza a individualizar, pasa de ser el
objeto de los deseos de Dios a ser él mismo el sujeto que cosifica.

P.- En La fantasía de la individualidad, es muy interesante la parte en la que


explica cómo los seres humanos creamos a los dioses a nuestra imagen y
semejanza y después, cuando nos damos cuenta de que nos parecemos a esos
mismos dioses, deducimos que somos nosotros los creados a imagen y semejanza

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suya.

R.- Claro, esa es la dinámica de todos los mitos. Lo que hace el mito es explicar las
dinámicas de la naturaleza a través de la proyección de las únicas dinámicas que un
grupo sin control tecnológico ni conocimiento de las mecánicas causales conoce,
que son las dinámicas del propio grupo social. ¿Por qué cae un rayo? Porque la
nube se ha enfadado por una determinada cosa que a ti mismo te enfadaría. A mí
los q’eqchí, cuando iba andando con ellos por el monte y me tropezaba, me decían
que eso significaba que TzuulTaaq’a, que significa «el Valle y el Cerro sagrados», o
sea, la naturaleza convertida en instancia sagrada, me estaba diciendo que no
quería que pasara por ahí. Lo que se hace en el mito es proyectar el orden social a la
naturaleza, y como la naturaleza tiene más poder que el grupo y puede mandarle
un rayo, pero tú no puedes matar a la nube, lo que se hace es sacralizar a la nube,
darle más poder que al propio grupo social. Después de que has proyectado tu
propio comportamiento social a esa nube, que por tanto consideras que se
comporta como tú, miras a otros grupos y ves que se comportan de otra manera. Y
entonces deduces que, puesto que tu grupo es el único que se comporta como la
instancia sagrada, la instancia sagrada te ha elegido a ti entre todos los demás para
enseñarte cómo comportarse y sobrevivir.

P.- Y ahí es donde aparece el concepto, típicamente religioso, de pueblo elegido.

R.- Claro, claro. Los mitos siempre siguen ese mecanismo. Yo construyo a la
instancia sagrada a mi imagen y semejanza y luego la miro y digo: «¡Huy, yo soy el
único que se comporta como la instancia sagrada, luego la instancia sagrada me ha
construido a su imagen y semejanza!». De hecho, si tú traduces las denominaciones
que absolutamente todos los grupos de cazadores-recolectores se dan a sí mismos,
siempre significan «los humanos auténticos», «la gente verdadera», «las verdaderas
personas», «la gente»… Los autónimos de los awá, de los q’eqchí, etcétera, siempre
significan eso. Nosotros somos los verdaderos humanos porque hemos sido
elegidos por la instancia sagrada para enseñarnos cómo comportarnos y ella nos va
a proteger a nosotros y no a los demás. Es un mecanismo muy fuerte de
reafirmación.

P.- Paralelamente, la religión acaba convirtiéndose en creadora y guardiana del


orden social del que ella misma es creación. La Virgen María es la mujer con
identidad relacional por excelencia.

R.- Exactamente. El discurso de la Iglesia es completamente patriarcal, no creo que


lo dude nadie, ni siquiera los que pertenecen a la Iglesia. Y lo que hacen el

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patriarcado y la Iglesia para consolidar esa situación en la que los hombres se


individualizan y las mujeres, en cambio, mantienen una identidad relacional para
permitir a los hombres conservar la fantasía de su individualidad es idealizar a una
mujer reducida a la condición de madre y sin deseos para sí, ni tan siquiera
sexuales; a una mujer que es pura identidad relacional, sin deseos para sí, ni tan
siquiera sexuales.

P.- En el libro, usted también distingue entre individualidad dependiente e


independiente: ésta última correspondería a la de las mujeres que han ido
accediendo a la identidad individual pero sin tener el respaldo relacional que los
hombres sí tuvimos.

R.- Sí. Al llegar la modernidad, aparte de haber una lucha feminista que va dando
sus frutos, el sistema ya no es capaz de prolongar su lógica de crecimiento y
complejidad si no incorpora también a las mujeres, porque ya todos los hombres
están ocupando posiciones especializadas, pero surge un problema: si se incorpora
a las mujeres y por lo tanto comienzan a individualizarse, ¿quién les garantiza a
ellas el lado relacional? Los hombres no están socializados para que sirvan de
apoyo emocional a las mujeres, por lo que las mujeres se pueden individualizar
sólo a condición de que sigan encarnando ellas mismas la identidad relacional. A
eso es a lo que yo llamo individualidad independiente. Es una individualidad que se
construye de forma diferente a como los hombres han construido la suya a lo largo
de la historia y que hace a las mujeres tener que cultivar a la vez, poner el mismo
esfuerzo y energía, en su parte individual y en la relacional; ocuparse tanto de la
razón como de la emoción; tanto de sus proyectos vitales y profesionales como de
sus vínculos con amigos, parejas, hijos, etcétera. Las mujeres modernas tenemos
una identidad muy contradictoria, porque encarnamos a la vez dos identidades que
son contradictorias en su lógica estructural. Encarnamos la individualidad, y por lo
tanto somos conscientes de nuestros deseos para nosotras mismas, pero al mismo
tiempo tenemos una identidad relacional que no podemos (ni queremos)
abandonar. Muchas mujeres siguen necesitando la maternidad, porque sigue
siendo una reafirmación identitaria muy fuerte, y casi todas nos seguimos
colocando en posición de objeto del deseo de los hombres: seguimos pintándonos,
depilándonos, operándonos y en general queriendo ser jóvenes. Es decir, somos a
la vez sujeto de nuestros deseos y objeto de los deseos de otros. Y nos hacemos
mucho lío con nuestros deseos; con si es más importante cumplir nuestros deseos o
cumplir los de nuestras parejas o nuestros hijos si son contrarios a los nuestros. Nos
sentimos egoístas si priorizamos nuestros deseos, pero también nos sentimos mal si
renunciamos a nuestros deseos y priorizamos a los de los demás.

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P.- Y eso nunca le pasa a un hombre.

R.- Y eso nunca le pasa a un hombre con identidad dependiente, que siempre tiene
claro que su deseo es el importante. De todas maneras, yo digo que eso que llamo
individualidad independiente es una identidad muy contradictoria, pero al mismo
tiempo la más potente que existe, porque es una identidad que atiende a todos los
aspectos reales del ser humano. Atiende a la potencia y a la impotencia; reconoce
que podemos entendernos a través de la razón, y que eso nos da poder, pero
también que sin una comunidad, sin una pertenencia, sin emociones sanas, lo otro
no tendría sentido.

P.- Uno se cuida a uno mismo.

R.- Algo así, sí. Tu parte relacional cumple los deseos de tu parte individualizada.

P.- No sé si se enteró, porque probablemente quizás estuviera fuera de España


cuando sucedió, de la polémica que rodeó hace unos meses ciertas declaraciones
de la presentadora televisiva Samanta Villar (h!ps://www.google.es/url?sa=t&
rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwjHp-
nP8_DVAhWFWRQKHUXoDPIQFggnMAA&url=h!ps%3A%2F
%2Fwww.lavozdegalicia.es%2Fnoticia%2Fyes%2F2017%2F02%2F18%2Fsamantha-
villar-adoro-hijos-relacion-toxica%2F0003_201702SY18P2991.htm&
usg=AFQjCNHzTQpaVecgT4yFTnnWQBMkklzCTw).

R.- No, ni idea.

P.- Dijo humorísticamente que todas las madres han soñado alguna vez con tirara
sus hijos por la ventana y motivó con ello que otras mujeres manifestaran, más
en serio, su sensación de hartazgo o de decepción con respecto a su propia
maternidad. La virulencia con que se les afeó esa carencia de identidad
relacional, llamándoselas egoístas cuando no malas madres, mujeres
desnaturalizadas, etcétera, fue verdaderamente significativa de todo esto que
estamos hablando.

R.- Es que la maternidad, el lugar reproductivo, sigue siendo el principal deber de


toda mujer. A una mujer se le pueden perdonar otras cosas, pero no se le perdona
que no quiera ser madre.

P.- Otro de los factores que fueron ahondando la individualidad masculina fue la
escritura, que hizo que el saber no se transmitiera a través de la reunión con otros

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semejantes sino del recogimiento y la abstracción. Según explica en el libro, la


aparición de la escritura trajo consigo la de una intensa misoginia en la Grecia
clásica, algo que no sucedía antes.

R.- La escritura disparó la individualidad masculina, sí, porque la escritura te


permite ampliar muchísimo el número de fenómenos que entiendes a través de la
razón; mete muchos más fenómenos dentro de tu campo de comprensión. Es como
lo de los mapas: te mete todo un mundo en la cabeza a pesar de que no lo hayas
conocido en persona. Nosotros sabemos lo que pasó en el 500 antes de Cristo pese a
evidentemente no haber estado allí, y sabemos lo que pasa con los avestruces
aunque nunca hayamos visto un avestruz. El problema es que en la Grecia clásica,
la escritura era un instrumento que sólo utilizaban los hombres: a las mujeres se les
impedía que lo utilizaran precisamente para garantizar que siguieran en el lado
relacional. Los hombres se individualizaron muchísimo de golpe —pensemos en
todos los filósofos griegos—, pero sucedió lo que comentábamos antes: cuanto más
se individualizaban, más necesitaban que alguien les cubriera lo emocional, pero a
la vez más despreciaban aquello que se alejaba de eso que ellos valoraban ahora
más. Y sí, efectivamente, la literatura griega clásica desprende una misoginia muy
intensa.

P.- Ya adelantó algo de ello al principio de esta entrevista, pero no quisiera dejar
de abordar en profundidad la fuerte crítica de la Ilustración que La fantasía de la
individualidad también contiene. «La Ilustración se está desmoronando porque
fue diseñada conforme a la convicción falsa de que el individuo puede
concebirse al margen de la comunidad y que la razón puede existir al margen de
la emoción», dice.

R.- Sí, sí. Kant (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&


cd=2&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwjW9IbJ9PDVAhVHuBQKHS7LDTIQFggtMAE&url=h!ps%3A%2F
%2Fcomunitatvirtualdefilosofia.wordpress.com%2F2011%2F02%2F14%2Fatrevete-
a-saber-atrevete-a-pensar-2%2F&
usg=AFQjCNG30G3M_Yh6cL3lDMFLBF3TPMx_aA)decía «Sapere aude», «Atrévete
a saber». La Ilustración idealizó completamente la razón como instrumento que nos
permite controlar el mundo, y paralelamente consideró que todo lo que tiene que
ver con lo emocional es superchería, brujería o salvajismo. Y eso se sigue pensando
hoy. El hombre —el hombre varón— que es capaz de dirigir a la sociedad es aquél
que no se deja llevar por sus emociones; aquél en cuyas decisiones la
emocionalidad no juega un papel.

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P.- ¿La Ilustración no fue un corte, como nos ha solido gustar verla, sino la
culminación de todo ese proceso de varios milenios de duración del que hemos
venido hablando?

R.- Exactamente. Fue la puesta en el nivel del discurso de toda una ideología que
venía gestándose a través del desarrollo de la individualidad masculina
dependiente. Para mí, la Ilustración es la expresión del orden lógico que tenían
aquellos hombres. Yo soy muy crítica con la Ilustración, sí, y cuando lo digo la
gente me suele replicar que la Ilustración sacó a la sociedad de la manipulación de
lo mítico y lo religioso; que acabó con las supersticiones. Y sí, es verdad. En ese
sentido, viva la Ilustración. Viva esa individualidad que, conseguida a través de la
escritura fundamentalmente, te hace dejar de estar sometido y creer que eres el
dueño de tu destino. Viva esa forma de identidad. Lo que yo critico es que eso se
consiguió a costa de negar que necesitamos lo comunitario, lo vincular, lo
emocional; que también es imprescindible lo relacional. Yo no digo que la
individualidad sea mala, todo lo contrario: es imprescindible para no estar
subordinado a nadie. Lo que digo es que sin la identidad relacional no puede
sostenerse.

P.- Usted reivindica un feminismo postilustrado que, frente al de la diferencia,


pero también al de la igualdad, reivindique por igual razón y emoción, no sólo
una de las dos cosas.

R.- Exacto, porque creo que ambos feminismos han idealizado o se han basado en
sólo una parte de lo que nos hace humanos. El feminismo de la igualdad entiende
que las mujeres tienen que luchar por construir su yo individual siguiendo las
pautas de la Ilustración y el de la diferencia idealiza la parte relacional y esencializa
a una mujer madre y más apegada a la naturaleza. Yo creo que para que el
feminismo pueda realmente transformar la sociedad, tiene que juntar las dos cosas.

P.- Otro hijo indeseable de la Ilustración que usted señala en el libro es nuestra
creencia de que los elementos que conforman la realidad pueden desligarse unos
de otros, como las piezas de las máquinas. Contra esta idea suelen clamar los
ecologistas.

R.- Eso es lo que hace el pensamiento positivista, científico, cartesiano que tenemos,
sí. Lo explicaba muy bien Mary Midgley: nosotros hemos heredado un modo de
pensar la sociedad que viene de la mecánica de funcionamiento de los relojes del
siglo XVII y según el cual la sociedad consiste en una serie de elementos
engranados entre sí —cuando se mueve uno se mueven todos los demás— pero

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que no dejan de ser piezas separadas.

P.- Y reemplazables por nuevas piezas exactamente iguales.

R.- Exacto. Frente a eso, a mí me interesa mucho la teoría de la complejidad del


filósofo francés Edgar Morin (h!ps://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&
source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&
ved=0ahUKEwjMs66O9fDVAhXEQBQKHTN9BuoQFggnMAA&url=h!ps%3A%2F
%2Fes.slideshare.net%2F21733010%2Fla-teora-de-la-complejidad&
usg=AFQjCNHbrC6P33czCPrHr1xFT5_24_v0kA). Morin dice que la interrelación
entre las partes transforma a las propias partes; que el mundo no es un reloj en el
que cada pieza se mueve con las demás pero se mantiene siempre tal y como es. Es
algo difícil de explicar con los vocabularios y las lógicas al uso, pero pensemos, por
ejemplo, en la atmósfera y el océano y en que hay gente que se dedica a la
meteorología y gente que se dedica a la oceanografía. ¿Acaso se puede explicar la
atmósfera sin entender sus dinámicas de intercambio de energía, de calor, etcétera,
con el océano? Y al revés: ¿se puede explicar el océano sin entender la atmósfera?
No, todo es un mismo fenómeno que interacciona consigo mismo y en el que lo que
le pasa a una parte le pasa a la otra, y al transformarse la una se transforma la otra.
Con los seres humanos sucede lo mismo: estamos en constante interacción con
otros seres humanos, con la naturaleza e incluso con el aire que respiramos. La
teoría de la evolución de Darwin decía que la naturaleza selecciona al más apto, y
estamos acostumbrados a entender que los árboles con copas altas seleccionaron a
la jirafa, pero la cosa no funciona exactamente así. La naturaleza no es un marco
externo, sino que está creada por un montón de organismos vivos en constante
interacción y que se transforman mutuamente.

P.- La naturaleza no nos transforma, sino que nosotros transformamos a los


demás seres vivos en tanto parte de la naturaleza y somos a la vez transformados
por ellos.

R.- Claro, claro.

P.- Del libro también es muy interesante la parte en la que explica por qué los
conventos, frente a lo que solemos pensar, constituyeron durante mucho tiempo
espacios de libertad para muchas mujeres que se hacían monjas para huir del
obligado camino del matrimonio.

R.- Sí. En el Renacimiento, los conventos eran el único espacio en que se permitía a
las mujeres leer y escribir, y por lo tanto espacios de individualización. Sucede lo

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contrario de lo que pasa ahora: el convento era entonces para las mujeres un
espacio más individualizado que la sociedad, mientras que hoy la sociedad está
mucho más individualizada y los conventos representan pura identidad relacional.
Claro, esto tenía un inconveniente, que era que los conventos impedían la
reproducción biológica y social de ese tipo de mujeres. Se las encerraba y no sólo se
les impedía que tuvieran hijas que reprodujeran el modelo, sino también que se las
tuviera a ellas mismas como modelo social. También es interesante estudiar la
historia de la Iglesia y ver cómo los conventos acabaron teniendo que obedecer las
reglas y a las autoridades masculinas y cómo, cuando las mujeres empezaron a
entrar en masa en ellos —en muchos casos, mujeres viudas de familias ricas que se
trasladaban con sus trajes y sus criadas—, se les empezó a poner rejas, cosa que
nunca ha pasado con los conventos masculinos.

P.- Sostiene al final del libro que, cuando una mujer accede al poder sin poner en
cuestión la lógica que lo sostiene, no transforma, sino que refuerza el orden
social al que cree combatir, perpetuando la subordinación de las demás mujeres.

R.- El hecho de que haya más mujeres en el poder no acaba de por sí con el orden
patriarcal, no, porque en muchos casos esas mujeres aceptan la lógica del poder
masculino y de la individualidad dependiente y suscriben que lo único que
importa es la tecnología, el poder y el cambio en lugar de dar importancia a todo lo
que tiene que ver con lo relacional y lo comunitario. Y así lo único que hacen es
insistir en la lógica de lo patriarcal. No porque tengas un cuerpo de mujer vas a
hacer una política a favor de la igualdad. Para combatir de verdad el orden
patriarcal haciendo políticas distintas tienes que ser consciente de en qué consiste
ese orden y la lógica económica y social que lo rige, que es la capitalista.

P.- «Por más importante y necesaria que sea la lucha por cambiar las leyes y por
conseguir que un número creciente de mujeres accedan al poder, la desigualdad
se mantendrá con toda su vigencia si no se combate en otro nivel, intentando
sacar a la luz lo que el discurso social niega, aquello que las personas hacen sin
saber que lo hacen», dice.

R.- Eso es. Hay que sacar a la luz que lo comunitario, lo emocional, etcétera, es
fundamental para que se sostenga el orden actual. Mientras no saquemos eso a la
luz, mientras no digamos que eso es imprescindible para que se sostenga lo
individual, no le haremos ningún daño al patriarcado. De nada sirve una ley que
intente que haya más mujeres en los consejos de administración si no se promulga
otra que reduzca las jornadas de trabajo de los hombres de tal manera que las
mujeres no tengan que estar compaginando las dos cosas. Si seguimos obligando
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sólo a las mujeres a que se ocupen a la vez de lo individual y de lo relacional, de


nada va a servir esa ley de inclusión de mujeres en los consejos de administración,
porque no vamos a tener mujeres candidatas a entrar en ellos. A eso es a lo que yo
me refiero.

P.- Hablábamos al principio de esta entrevista del concepto de arqueología de la


identidad, pero no le pregunté qué métodos y técnicas sigue un arqueólogo de la
identidad. ¿Qué registro arqueológico deja algo tan evanescente como la
identidad?

R.- Alguno deja. Por ejemplo, hacia el 2500 antes de Cristo, el registro arqueológico
europeo nos muestra que algunos hombres se empiezan a vestir distinto de su
propia comunidad: ya no se ponen todos un identificador étnico en la oreja o en el
labio, como los cazadores-recolectores, sino que los hombres con poder empiezan a
tener una vestimenta propia. Pero también nos muestra que en todos los lugares de
Europa donde aparecen jefes, esos jefes se visten igual. Todos tienen la misma
apariencia; todos tienen un mismo ajuar de lujo, objetos de marfil, oro y cobre,
cerámica campaniforme…

P.- Había una Internacional de jefecillos.

R.- Algo así (risas). Bien, ¿qué está pasando aquí? Pues está pasando —y eso es lo
que permite detectar la arqueología de la identidad— que en la Edad de los Metales
los hombres se empiezan a diferenciar de su grupo sólo a condición de identificarse
con otros hombres de otros grupos. Palian un déficit de identidad relacional en su
propio grupo, del que intentan diferenciarse, con esa identificación con los jefes de
otros grupos. La arqueología tradicional sólo reconoce lo que tiene que ver con la
individualidad, mientras que la de la identidad pone peso también en lo que tiene
que ver con la relacionalidad, que es algo que no nos habían enseñado a mirar.

P.- En arqueología de la identidad, ¿primero se formula una teoría estudiando


comunidades prehistóricas actuales y luego se busca el registro arqueológico de
sociedades pasadas que la acredite?

R.- Antes de contestarte, permíteme que te haga una advertencia: nunca, nunca
hables de sociedades prehistóricas actuales (sonríe). Llamarlas prehistóricas, decir que
«están todavía en la prehistoria», es participar plenamente del pensamiento
evolucionista; de esa idea de que unos pueblos están más atrasados que otros. El
evolucionismo proyecta nuestra forma de entender el mundo a todos los grupos
humanos y dice: «Huy, si estos grupos no manejan metales, es que están más

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atrasados que yo». No es así. Los cazadores-recolectores son sociedades


absolutamente contemporáneas y tan complejas como las nuestras: simplemente se
organizan de otra manera. Lo digo en el libro: todas las formas de identidad son
igualmente operativas, porque todas tienen la función de darte la sensación de que
estás segura en el mundo y de que vas a sobrevivir. Pero bueno, dicho esto, sí, lo
que yo hago es observar sociedades de cazadores-recolectores actuales y, una vez
me han quedado claras las lógicas estructurales que las caracterizan a todas —por
ejemplo, la de que no entienden el espacio como lo entendemos nosotros, porque
no tienen mapas—, puedo pensar sin miedo a equivocarme que esas mismas
lógicas ya existían en las sociedades de cazadores-recolectores del pasado. Yo estoy
completamente segura de que los cazadores-recolectores del Paleolítico creían en
mitos, porque no tenían desarrollo de la razón y la ciencia. ¿En qué mitos creían?
Eso ya no lo sé.

P.- ¿Sucede con el evolucionismo algo parecido a lo que con ese Dios al que
creamos a nuestra imagen y semejanza para luego pasar a entender que había
sido él el que nos había creado a nosotros? ¿Desarrollamos una escala que nos
coloca en su cúspide sin darnos cuenta del sesgo autocelebratorio con el que la
creábamos?

R.- Exacto, exacto, así es.

P.- Volvemos a la lógica religiosa que hay detrás de la ciencia en muchas


ocasiones.

R.- Sí, sí.

P.- En el libro también sostiene que la historia no es un relato más complejo que
el mito, ni más objetivo.

R.- Sí. Yo, cuando hablo de mito, no hablo de una cosa que es mentira frente a la
ciencia que es verdad, sino de un conocimiento que se adquiere con la emoción en
lugar de con la razón y que está en relación con los fenómenos cuya dinámica no
podemos explicar a través de dinámicas causales. El mito es una forma de
conocimiento absolutamente poderosa, y ese conocimiento que proporciona es
incluso más verdadero que el que proporciona la historia, porque no se puede
falsear con datos empíricos y, además, dota de sentido y de seguridad a la persona
que cree en él. Es la verdad y el conocimiento de la fe. Si una persona deja de creer
en una verdad mítica, su vida cambia de sentido, mientras que no sucede lo mismo
con la verdad y el conocimiento científico, que es el de la historia. Son dos tipos de

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conocimiento que siguen pautas estructurales diferentes. El del mito se asocia a la


identidad relacional y el de la historia a la individualidad. Pero ambos se
construyen desde el presente y sirven para legitimar el presente. De hecho, cuando
se mira al pasado con una mirada que interroga de forma diferente (como sucede
con la historia feminista, que intenta visibilizar y entender el papel y la función de
las mujeres) se construye un pasado que tiene matices, dinámicas y realidades
también diferentes. Ambos, mito e historia, son los dos principales discursos de
legitimación que han tenido las sociedades humanas. Es necesario creer al menos en
uno de ellos, porque nos da razón de lo que somos y de cómo hemos llegado aquí.
Pero no dejan de ser mecanismos de identidad; maneras de neutralizar la angustia
y la desorientación que nos produce la constatación de nuestra esencial impotencia
y pequeñez en un universo que nos supera en todas sus dimensiones.

Almudena Hernando (Madrid, 1959)

ETIQUETAS • ALMUDENA HERNANDO • ARQUEOLOGÍA DE LA


IDENTIDAD • ARQUEOLOGÍA TRADICIONAL • BONOBO • CONSTRUCCIÓN
SOCIOHISTÓRICA DEL SUJETO MODERNO • DARWIN • DONNA HARAWAY

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• EDGAR MORIN • FEMINISMO POSTILUSTRADO • GEORGE PETER


MURDOCK • HOMO SAPIENS • IDENTIDAD DE GÉNERO FEMENINA •
IDENTIDAD DEPENDIENTE • IDENTIDAD INDEPENDIENTE • IDENTIDAD
RELACIONAL • ILUSTRACIÓN • INDIVIDUALIDAD • JANE GOODALL •
KATZ • LA FANTASÍA DE LA INDIVIDUALIDAD • LINNEO • MARY
MIDGLEY • MASCULINIDAD HEGEMÓNICA • NEOTENIA • NORBERT ELIAS
• ORDEN PATRIARCAL • PROYECTO DE LA BASURA • SYSTEMA NATURÆ •
VISIONES PRIMATES • WILLIAM RATHJE

Acerca de Pablo Batalla Cueto

Historiador de formación y periodista de profesión. Colabora con ʹLa Voz de


Asturiasʹ, ʹAtlántica XXIIʹ y ʹLa Sogaʹ y acaba de publicar su primer libro, ʹSi cantara
el gallo rojoʹ, una biografía social del dirigente comunista Jesús Montes Estrada,
ʹChurrucaʹ.

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