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TUGENDHAT, Ernst. Propedêutica Lógico – Semântica

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Adalbert Stifter

El hombre sin posteridad (fragmento)

"El mundo se hacía cada vez más grande y luminoso, las miles de criaturas jubilosas estaban por
todas partes. Sin embargo, Víctor iba de montaña en montaña, de valle en valle con su gran tristeza
de niño en el corazón y los ojos llenos de frescura y asombro. Cada día que lo alejaba de su hogar lo
hacía más firme y valeroso. La inconmensurable vastedad del aire rozaba sus rizos castaños; las
nubes blancas, relucientes como la nieve, se elevaban en el cielo exactamente como en su valle
natal; sus hermosas mejillas ya estaban más morenas; con el saco de viaje a la espalda avanzaba con
el bastón en la mano. La única criatura que lo unía todavía a su tierra natal era el viejo Spitz, que
corría a su lado terriblemente flaco. Tres días después de su partida, sin saber cómo ni por qué, el
perro lo había alcanzado. Muy temprano en el frescor de una mañana, Víctor trepaba por un bosque
grande y húmedo; mientras lo cruzaba se detuvo para mirar a su alrededor -como lo hacía a menudo
para gozar del brillo de las ramas de pino húmedas- y vio algo que se movía, que incluso parecía
precipitarse hacia él. ¡Cuál no sería su asombro cuando la bola negra que había visto se acercó, se
puso a saltar contra él y resultó ser el viejo y fiel Spitz, el perro de su madre adoptiva! ¡Pero en qué
condiciones estaba! Tenía los pelos todos pegados por el barro y sucios hasta la piel debido al polvo
blancuzco del camino sus ojos estaban rojos e inflamados. Quería ladrar de alegría, pero no lo
lograba; su voz había enronquecido y a medida que intentaba saltar de alegría, tropezó con las patas
traseras y cayó en un foso.
-Mi pobre viejo, Spitz -dijo Víctor mientras se agachaba a su lado-, ¿te das cuenta, vieja carcasa, de
la locura que acabas de hacer?
Pero al oír esas palabras, el perro movió la cola como si acabara de recibir el más grande de los
elogios.
Lo primero que hizo Víctor fue limpiarlo con un trapo para que se viera mejor. Luego, tomó dos
panes que había echado a su saco en caso de encontrarse con un mendigo, se sentó en una piedra y
comenzó a dárselos a Spitz, trozo a trozo. El perro se los trababa de inmediato de hambriento que
estaba. Finalmente, se quedó mirando las manos del joven, pero éstas estaban vacías. "

Adalbert Stifter

Verano tardío (fragmento)

"He coleccionado esos libros -dijo- no porque los entienda todos; porque la lengua de muchos de
ellos me es perfectamente desconocida; pero en el transcurso de mi vida he aprendido que los
poetas, cuando lo son en el verdadero sentido de la palabra, deben ser incluidos entre los más
grandes benefactores de la humanidad. Son los sacerdotes de lo bello y, dado el cambio continuo de
opiniones sobre el mundo, sobre la vocación y el destino del hombre, e incluso sobre las cosas
divinas, ellos nos transmiten lo que permanece siempre en nosotros y lo que procura una felicidad
perenne. Nos lo dan revestido de ese encanto que nunca envejece, que se limita a estar ahí y que no
quiere juzgar ni condenar. Y aunque todos los artistas aportan el elemento divino en esa forma
exquisita, están ligados a una materia que ha de proporcionar esa forma: la música al sonido y al
timbre, la pintura a las líneas y al color, el arte escultórica a la piedra, al metal y cosas parejas, la
arquitectura a las grandes masas de elementos telúricos, todos han de bregar más o menos con esa
materia; sólo el arte de la poesía carece casi por completo de materia, su materia es el pensamiento
en su más amplia acepción, la palabra no es materia, es solo la transmisora del pensamiento, del
mismo modo que el aire lleva el sonido a nuestros oídos. Por eso, el arte de la poesía es la más pura
y excelsa de las artes. "

Franz Grillparzer

El pobre músico (fragmento)

"En Viena, después de la luna llena, en el mes de julio de cada año se celebra una verdadera fiesta,
en torno a Saturno, en el Práter. Una multitud de murmullos llena las calles de la ciudad de
aristocrática distinción, mientras a las puertas de la orbe clama la perentoria necesidad con el puente
del Danubio como silencioso testigo de ese estruendoso mar que derrama la larga inundación de la
efímera alegría. (...) Las horas de la mañana siempre han tenido para mí un valor particular. Durante
las primeras horas es como si me fuera necesario ocuparme en algo elevado, importante, a fin de
santificar así, en cierto modo, el resto del día. Por ello, me decido muy difícilmente a abandonar
temprano mi habitación, y cuando me veo instado a hacerlo sin un motivo perfectamente
justificado, durante el resto del día no puedo sino elegir entre la distracción irreflexiva o el
remordimiento mortificante. A esto se debe que postergara por algunos días la visita al viejo
músico, lo cual, de acuerdo con lo convenido, se realizaría en horas de la mañana. Finalmente me
dominó la impaciencia, y me decidí a ir. Encontré con facilidad la calle y la casa. Los sonidos del
violín también se hicieron oír esta vez, pero la ventana cerrada los sofocaba casi del todo. Entré en
la casa. La mujer de un jardinero, medio muda de asombro, me señaló una escalera que llevaba al
desván. Me detuve frente a una puerta baja y entreabierta, golpeé, y al no obtener respuesta, empujé
el picaporte y entré. Me encontré en un cuarto bastante espacioso, pero sumamente pobre, cuyas
paredes seguían en todas partes el contorno del tejado, rematado en punta. Junto a la puerta había
una cama sucia y en un desarreglo repugnante, rodeada por todos los elementos del desorden;
enfrente, y pegada a la angosta ventana, una segunda cama, pobre pero limpia, extendida y cubierta
con mucho cuidado por una colcha. Al lado de la ventana, una mesita con música y útiles de
escribir, y en la ventana, un par de tiestos. El medio de la habitación estaba indicado por un grueso
trazo de tiza que recorría el piso de pared a pared, y apenas puede concebirse un contraste más
llamativo entre suciedad y limpieza, como el que reinaba a ambos lados de la línea tendida, ese
ecuador en miniatura.
Sobre la misma había instalado el viejo su atril y de pie, frente a él, practicaba, completa y
cuidadosamente vestido. He hablado ya tanto acerca de la cacofonía producida por mi favorito —y
temo que sea solamente mío— que dispensaré al lector de la descripción de ese concierto infernal.
Como la ejercitación consistía en gran parte en arpegios, no había ni qué pensar en el
reconocimiento de la pieza interpretada, y de todos modos, ello tampoco hubiera sido fácil. La
audición durante un cierto tiempo me permitió finalmente reconocer el hilo que me podría conducir
a través del laberinto, y al mismo tiempo los métodos de su manía. El viejo disfrutaba con la
ejecución. Su interpretación distinguía con esto, aunque malamente, dos clases de cosas, la armonía
y la disonancia, de las cuales la primera lo alegraba y, en verdad, lo encantaba, mientras que la
segunda, aunque estuviera armónicamente fundada, era en lo posible evitada. En vez de hacer
hincapié en el carácter y el ritmo de una composición musical, hacía resaltar y alargaba los sonidos
e intervalos agradables, y no tenía reparos en repetirlos arbitrariamente, con lo que su rostro tomaba
a menudo una expresión extática. Mientras que concluía las disonancias tan brevemente como le era
posible, al par que interpretaba en un compás demasiado lento con relación al resto de la obra los
arpegios sumamente difíciles para él, en los que su escrupulosidad no le permitía excluir una sola
nota, puede fácilmente colegirse la confusión que de ello resultaba. Para mí, ya era demasiado. A fin
de hacerlo volver de su ausencia, dejé caer de propósito el sombrero, después de haber intentado sin
éxito otros medios. El viejo se sobresaltó, sus rodillas temblaron, y apenas pudo sostener el violín
que había inclinado hacia el suelo. Me acerqué. "

Elfriede Jelinek

La profesora de piano (fragmento)

"De camino a la escuela Erika ve inevitablemente por todos lados la destrucción de individuos y
comestibles, pocas veces ve que algo crece y florece. Tan sólo en el parque del ayuntamiento o en el
parque público, donde las rosas y los tulipanes brotan carnosos. Pero incluso éstos se precipitan,
porque llevan en sí mismos el proceso de descomposición. Es lo que piensa Erika. En sólo el arte
tiene una existencia más duradera. Erika lo cuida, lo poda, lo ata a una guía, lo desmaleza y
finalmente cosecha. Pero, ¿quién sabe todo lo que se ha perdido o ha sido acallado injustamente?
Cada día muere una pieza musical, una novela o un poema porque ya no posee razón de existencia
en nuestro tiempo. Y lo que parecía eterno ha perecido, ya nadie lo conoce. Aun cuando habría
merecido seguir existiendo. En el curso de piano de Erika ya hay niños que machacan a Mozart o a
Haydn, los más avanzados se deslizan sobre los patines de Brahms y Schumann, cubriendo el
bosque de la literatura musical con sus babas de caracol. "

Ingeborg Bachmann

Literatura como utopía (fragmento)

"Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta,
nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces
ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta. Lo inexpresable, ciertamente,
existe. Se muestra, es lo místico. Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las
reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas –sobre ellas– ha salido fuera de ellas.
Tiene, por decirlo así, que arrojar la escalera después de haber subido por ella. Tiene que superar
estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo.
El verdadero método de la filosofía sería propiamente éste:
no decir nada, sino aquello que se puede decir; esto es, las proposiciones de la ciencia natural. Algo
que no tiene nada que ver con la filosofía, y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter
metafísico, demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos de sus proposiciones. Este
método dejaría descontento al otro –ya que no tendría la sensación de que estuviéramos
enseñándole filosofía–, pero sería el único estrictamente correcto. "

Ingeborg Bachmann

Malina (fragmento)

"Malina puede preguntarme todo. Pero yo, sin ser interrogada, respondo: esta vez no es Viena el
lugar. Es un lugar llamado En todas partes y En ninguna. El tiempo no es hoy. El tiempo ya no es,
pues podría haber sido ayer, o hace mucho tiempo, podría volver a ser, ser siempre, y algunas cosas
no habrán sido nunca. No hay medida para las unidades de este tiempo en el cual se insertan otros
tiempos, ni tampoco lo hay para el no-tiempo, donde repercute lo que nunca ha sido en el tiempo.
Malina no puede saberlo todo. Pero yo decido: son los sueños de anoche.
Se abre una gran ventana, más grande que todas las que he visto, pero no da al patio de nuestra casa
de la Ungargasse, sino a un sombrío campo de nubes. Bajo esas nubes podría haber un lago.
Sospecho qué lago puede ser. Pero ya no está helado, ya pasó la noche de fiesta y han desaparecido
esos emotivos coros masculinos que antes actuaban sobre el hielo, en medio del lago. Gran número
de cementerios orillan sus invisibles aguas. No hay cruces en ellos, pero sobre cada tumba la
nubosidad es más densa y oscura; apenas se distinguen las tumbas y lápidas con sus inscripciones.
De pie a mi lado, mi padre retira su mano de mi hombro porque el sepulturero se acerca a nosotros.
Mi padre lanza al anciano una mirada imperiosa, y el sepulturero, intimidado por ella, se vuelve
hacia mí. Quiere hablar, pero se limita a mover un rato los labios, mudo, y yo no escucho más que
su última frase:
Éste es el cementerio de las hijas asesinadas.
No hubiera debido decírmelo; rompo a llorar amargamente. "

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