Você está na página 1de 10

ESCUELA DE GOBIERNO Y GESTIÓN PÚBLICA

Electivo FILOSOFÍA POLÍTICA: FILOSOFÍA Y TEORÍA DE LA DEMOCRACIA


Profesor MARIO PÁEZ LANCHEROS
Ayudante ROLANDO LLANOVARCED KAWLES
Fecha AGOSTO 26, 2016

¿Cómo hacer más democrática


la democracia?
Una reflexión acerca de la participación ciudadana y el futuro de la democracia

BASTIÁN PÉREZ PAVEZ


Administración Pública, Universidad de Chile

«El hombre [está] a punto de evolucionar en esa


especie animal de la que, desde Darwin, imagina que procede»
HANNAH ARENDT (2003, p. 346)
Introducción
SI SE PIENSA en términos históricos la política en el mundo contemporáneo está muy
lejos de ser realmente política. La democracia, el sistema que impera en la mayor
parte de los regímenes políticos del mundo, ha desfigurado hasta volverse irreco-
nocible si es vista con el prisma de los antiguos griegos, quienes concibieron por
vez primera dicha forma de gobierno y le otorgaron su esencia y sentido. Las de-
mocracias contemporáneas, representativas, bajo este parangón lo son solo en sen-
tido lato. El sujeto democrático de hoy, de este modo, está muy lejos del ciudadano
de la antigua polis, para el cual los asuntos públicos eran el centro de la vida en
comunidad y el espacio en el que se era realmente libre y humano.
La ideología liberal ha construido un modelo de democracia que, con ciertos
bemoles, prescinde del ejercicio ciudadano participativo y deliberativo. La vincula-
ción del ciudadano con la política devino así en una mera relación esporádica, la
mayor parte de las veces con una periodicidad de años, vaciándose de sentido el
concepto de democracia como gobierno del pueblo, de todos o en el que la sobera-
nía reside en la comunidad humana que es la nación. Fenómenos como la absten-
ción electoral, la falta de credibilidad de que gozan los políticos, la incivilidad en el
espacio público, los reiterados casos de corrupción y el desinterés y la apatía de la
ciudadanía hacia la política caracterizan a grandes rasgos nuestra época. Como
señala Camps (2010), la democracia actual se ha convertido en una suerte de «de-
mocracia dirigida» debido al enorme poder de lo económico, la influencia de los
medios de comunicación en la construcción de opinión e imaginarios colectivos y
una ciudadanía ausente que delega en unos pocos, sus representantes, la misión
de gobernar.
Ciertamente este estado de cosas no es solo achacable a la filosofía política
liberal. El modelo económico, el capitalismo en cada una de sus denominaciones
epocales, juega un rol fundamental en este déficit ciudadano. El télos de la existen-
cia humana ha pasado a ser el consumo y la libertad se entiende en un sentido
puramente negativo, como ausencia de impedimentos y coacciones externas al su-
jeto en su quehacer diario. El individuo contemporáneo, socializado en una econo-
mía de mercado, es por ende egoísta, individualista y hedonista. Persigue su propio
bienestar, adolece de capital social, no forja comunidad ni piensa en términos de
«bien común». Es el animal laborans del que habla Hannah Arendt (2003), regido
por la necesidad y sometido al trabajo físico, y el «sujeto del rendimiento» sobre el
que reflexiona Byung-Chul Han (2014), que rompe con la dialéctica hegeliana del
amo y el esclavo pues se explota a sí mismo con el perpetuo afán de adquirir cada
vez más (en un régimen que este último filósofo denomina «psicopolítica»: la forma
de dominación del neoliberalismo sobre la psique de los sujetos, un poder imper-
ceptible encubierto en una aparente sensación de libertad y en la permanente pro-
ducción de deseo).
Las democracias actuales son, entonces, más herederas de la modernidad que
de la antigüedad. El homo economicus se impuso al zóon politikón aristotélico y la
«libertad de los modernos», en la célebre conceptualización de Benjamin Constant
(1998), hizo lo propio con la «libertad de los antiguos». La esfera pública y el com-
promiso cívico han pasado a ser una más de las múltiples dimensiones del sujeto
moderno, toda vez que se hayan relegados ante la primacía en importancia y dedi-
cación que este entrega a sus asuntos privados. Se produce, de esta manera, la
separación entre «sociedad política» y «sociedad civil», con el consiguiente dete-
rioro de la conciencia, los valores y la ética del «buen ciudadano». Este pasa a
comprenderse como sujeto de derechos y no de deberes.

~2~
Diversas corrientes de pensamiento abogan, a modo de respuesta, por una po-
litización de la vida. Sitúan en el centro a conceptos como virtud, solidaridad, frater-
nidad, responsabilidad, justicia, participación, diálogo y entendimiento. Para ello,
concluyen, es imperativo rescatar lo esencial de la «libertad de los antiguos», pro-
pugnando un nuevo éthos ciudadano con un fuerte cariz moral y formativo. La polí-
tica de este modo se reinterpreta como una actividad en que se desarrolla la exce-
lencia y se cultiva la condición humana. El espacio público, por su parte, es el lugar
en que todos son iguales y a la vez diferentes. La participación y la deliberación
como los mecanismos a través de los cuales debe gobernarse la comunidad. La
libertad o autonomía como un «estar entre otros» por medio de la acción y el dis-
curso, que a su vez se cimenta en un espíritu cívico materializado en la cooperación
y la compatibilización de la propia vida con la de los demás.
En un periodo de crisis para las democracias representativas a nivel mundial, la
democratización por medio de mecanismos de participación se convierte entonces
en una apertura necesaria para estos estáticos regímenes contemporáneos en su
lucha por sobrevivir en un mundo en vertiginoso cambio. La pregunta que cabe ha-
cerse entonces es cómo hacer más democrática la democracia, cómo conseguir
dicha participación.
Para responder a esta pregunta el trabajo se estructura en tres momentos: el
primero, en que se define más explícitamente el tipo de democracia que aquí se
entiende debe ser democratizado: el modelo del elitismo democrático; el segundo,
en que a partir de la reflexión de tres autores respecto de la democracia participativa
se esbozan a grandes rasgos las formas en que hipotéticamente puede ser demo-
cratizada la democracia elitista; y el tercero, en que se incluye una reflexión propia
respecto de esta temática.

Desarrollo
El modelo de democracia que impera en la actualidad comenzó a imponerse de
manera progresiva desde la primera mitad del siglo XX, inserto dentro del paradigma
liberal. Macpherson (1997) acuñó el concepto de «modelo del equilibrio» o «elitista
pluralista» para referirse a él. Otros politólogos o filósofos prefieren denominarlo
«modelo minimalista», «doctrina ortodoxa», «teoría contemporánea de la democra-
cia» (Pateman, 2014), «concepción hegemónica» (De Sousa, 2005), «democracia
débil o representativa» (Barber, 1998), «pseudo-democracia» (Castoriadis, 1995),
por mencionar solo algunas denominaciones. Para efectos de este trabajo hablare-
mos de «elitismo democrático», acepción utilizada por Peter Bachrach (1967).
El elitismo democrático surge de las reflexiones de una serie de pensadores, en
una línea argumentativa que se extiende desde los primigenios esbozos realizados
por Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, a comienzos del siglo XX, hasta nuestros días.

~3~
Se suele concordar en que recibe su formulación más detallada con la obra del
economista Joseph Schumpeter.
Esta formulación teórica liberal parte de la base de que la democracia no es más
que un método, un ordenamiento institucional mediante el cual se eligen y autorizan
gobiernos. Prescinde, entonces, de cualquier tipo de visión teleológica acerca de la
democracia y también del ejercicio ciudadano como participación deliberativa. Al
contrario, entiende a la democracia como un procedimiento y no como un régimen
orientado a un determinado fin trascendente o a la promoción de un propósito ge-
neral: «nada de tonterías de que la democracia es un vehículo para mejorar a la
humanidad» (Macpherson, 1997). El rol de los votantes en este modelo se remite
así a escoger de entre grupos auto-elegidos de políticos en competencia (las llama-
das «élites», organizadas como partidos políticos) a quienes tomarán las decisiones
y les representarán en el futuro. El ciudadano común, bajo esta premisa, no tiene
mayor injerencia que la de introducir una papeleta dentro de una urna cada cierta
cantidad de tiempo. El elitismo democrático, haciendo un símil, es la implantación a
la política de las lógicas que operan en el mercado pues entiende al ciudadano como
un consumidor de mercaderías políticas en libre competencia, las cuales «ad-
quiere» o valida a través del sufragio.
Ahora bien, la idea básica que guió la reflexión de estos precursores liberales
es básicamente la necesidad de poner frenos a la democracia en tanto sistema pro-
clive a generar inestabilidad, gobiernos demagógicos y con una tendencia a la emer-
gencia de formas revolucionarias, socialistas o tiránicas de organización. La situa-
ción, en pleno auge de regímenes fascistas y autoritarios, planteaba a la democracia
y al totalitarismo como las únicas dos alternativas posibles para el mundo moderno.
El gobierno representativo desde este punto de vista era entonces esencial para
alcanzar la estabilidad política y preservar la libertad.
El rol principal dentro de este proceso se adjudica a las élites al ser estas las
clases gobernantes. Estos grupos para el elitismo democrático son necesarios to-
mando en cuenta su superioridad moral, intelectual y material, y su dominio es con-
siderado inexorable si se piensa en la magnitud del Estado nación y en la falta de
sensatez de las masas, siempre susceptibles de ser manipuladas y en congruencia
peligrosas. La virtud de las élites consiste así en interpretar y reflejar los intereses
de la población, de manera unidimensional. Allí radica a su vez la fuente de equilibrio
del sistema y de la vitalidad o supervivencia de la minoría en el poder.
Se suele estar de acuerdo respecto de que el elitismo democrático surge como
respuesta a la denominada «teoría clásica de la democracia». Los teóricos liberales
ciñen esta filosofía al siglo XVIII, siendo su principal exponente Jean-Jacques Rous-
seau. Es esta doctrina democrática, basada en conceptos como «bien común», «vo-
luntad del pueblo», «participación», a la que Schumpeter (1983) critica con vehe-
mencia en su influyente obra Capitalismo, socialismo y democracia. Lo que este

~4~
autor propone es que los pilares de la teoría clásica son en realidad mitos, negando
de paso la factibilidad de lograr acuerdos racionales entre sujetos en general irra-
cionales y con intereses disímiles o en disputa. Propone por ello reemplazar la idea
de «gobierno por el pueblo» por la de «gobierno aprobado por el pueblo» (Bachrach,
1967, p. 45). A partir de la formulación schumpeteriana esta teoría se ensalza como
meramente descriptiva y desideologizada, con el supuesto único objetivo de explicar
cómo funcionan los regímenes políticos en la realidad.
Es este tipo de democracia en definitiva la que sido ha acusada como respon-
sable de la apatía política de los ciudadanos y que a su vez adolece de todos los
problemas consignados al principio de este trabajo. A raíz de ello desde la década
de 1960 una nueva oleada democratizadora comenzó a surgir de las consignas de
los movimientos estudiantiles y obreros. La participación política, ya sea en la forma
de un control obrero de las industrias o en la exigencia de una mayor incidencia en
la toma de decisiones políticas, comenzó a convertirse en un lugar común y en ob-
jeto de estudio para diversas disciplinas. Pasó a entenderse que «la poca participa-
ción y la desigualdad social están tan inextricablemente unidas que para que haya
una sociedad más equitativa y más humana hace falta un sistema político más par-
ticipativo» (Macpherson, 1997, p. 114). ¿Cómo habría de alcanzarse esta democra-
cia de cuño participativo? Macpherson, Bachrach y Pateman arrojan algunas luces
respecto de esta temática. Comenzaremos por Macpherson.
La pregunta que guía su reflexión es justamente cómo hacer que los gobiernos
elitistas democráticos sean más participativos. El autor parte del supuesto de que
es deseable un sistema más participativo que el hegemónico considerando las dife-
rencias de clase que propicia el elitismo democrático, sobre todo a la hora de que
los estratos inferiores expongan sus necesidades o impongan la satisfacción de sus
demandas. Un sistema anti-participativo como el elitista no está, según su punto de
vista, «a la altura de los requisitos éticos de la democracia» (p. 114).
El autor parte de la premisa de que no es posible prescindir de los políticos o de
cierto nivel de representación nacional si se considera la imposibilidad de llevar a
cabo mecanismos de democracia directa o plebiscitarios mediante el uso de tecno-
logías. Las preguntas a responder, dice, necesariamente deben ser fijadas por al-
gún órgano estatal y las grandes cuestiones a resolver revisten tal complejidad que
no son susceptibles de ser dirimidas con un sí o un no. La democracia indirecta es,
por tanto, necesaria. Esto no implica utilizarla en exclusiva como supone el elitismo
democrático y descartar distintos tipos de democracia.
Ahora bien, según él la cuestión no se remite a saber cómo funcionaría una
democracia participativa, sino que cómo se llega a ella o qué barreras habrían de
ser eliminadas para lograrla. Propone que hay dos requisitos: el primero es la con-
formación de un sentimiento de comunidad a través de la transformación de las
personas de consumidores aislados a sujetos con capacidades a desarrollar junto

~5~
a otros; el segundo consiste en una gran reducción de la desigualdad social y eco-
nómica imperante. Se provoca, sin embargo, un círculo vicioso, puesto que la única
forma de que estas dos condiciones se produzcan es mediante una acción demo-
crática fuerte, la misma que estos dos cambios propiciarían. ¿Cómo lograrlo enton-
ces?
Macpherson (1997) piensa que es posible una salida de tres maneras: una, me-
diante la toma de conciencia progresiva respecto de los costos y daños que genera
el crecimiento económico (contaminación del aire, el agua y la tierra, etc.), lo que
induciría a las personas a dejar de verse solo como consumidores incansables; dos,
que las personas asuman los costos de su apatía política, la misma que posibilita la
concentración del poder en manos de grupos empresariales y élites corruptas; y
tres, la incapacidad del capitalismo para satisfacer las expectativas de los consumi-
dores mientras perpetúa la desigualdad, paradoja que le arrastrará a una mejor dis-
tribución del ingreso para poder seguir expandiéndose. Esas son, por decir así, las
condiciones de posibilidad que el autor establece para la consecución de cualquier
democracia participativa.
Tras ello Macpherson (1997) reflexiona acerca de cómo podría organizarse una
democracia de este tipo si se cumplen los tres requisitos antes mencionados. Es-
boza para ello dos modelos abstractos, a saber: primero, un sistema piramidal con
democracia directa (a nivel del barrio y la fábrica) en la base y democracia delegada
(mediante representantes electos, mandatados y revocables) en los niveles supe-
riores; y, segundo, un sistema piramidal con partidos políticos competitivos; de dos
formas: la primera, sustituyendo la estructura parlamentaria occidental por una de
tipo soviet (asamblea de representantes locales) o, la segunda, que los mismos par-
tidos funcionen a través de un sistema piramidal. Se conseguiría de este modo in-
crustar determinados mecanismos de participación al interior de la democracia eli-
tista, en una especie de síntesis que incorpore mecanismos participativos y de au-
togobierno sobre todo a nivel local.
Una visión alternativa a la propuesta por Macpherson es la de Bachrach (1967).
En palabras simples lo que este autor propone es una nueva forma de entender lo
político, más amplia que la propugnada por el elitismo democrático que remite lo
político al ámbito estatal o gubernamental. Al contrario, según Bachrach debe asu-
mirse que las grandes organizaciones privadas influyen de manera significativa e
innegable en lo que denomina «la asignación autoritativa de valores». Es decir, las
decisiones que se toman a nivel de la gerencia de una empresa poderosa conllevan
consecuencias relevantes a nivel social. Esta comprensión más amplia de lo polí-
tico, que integra en su seno a ciertos espacios no-gubernamentales propios del sec-
tor privado, implicaría una expansión de los mecanismos participativos en la toma
de decisiones al interior de ellos. Este es un problema relevante más aún si se toma
en cuenta que las élites de las grandes compañías son responsables solo ante sí

~6~
mismas y no están compelidas a rendir cuentas de su gestión ante la ciudadanía.
Un modelo de democracia participativa, por ende, debería considerar la democrati-
zación de los grandes centros privados de poder.
Tomando en cuenta la apatía generalizada de las personas respecto del proceso
político, Bachrach señala que la participación puede tener mayor cabida si los es-
pacios a democratizar fueran la fábrica, la oficina o la empresa, por nombrar algu-
nos. La razón que esgrime es que, en su opinión, «es allí donde se revela plena-
mente, en todo su horror, la dominación del hombre por el hombre, y es allí, en
consecuencia, donde debe establecerse y llevarse a la práctica la democracia» (p.
160). En consecuencia, considera probable que el trabajador común se sienta mo-
vilizado a cooperar en pos de hallar soluciones a los problemas que le aquejan di-
rectamente.
Una visión similar a la de Bachrach es la propuesta por Pateman (2014). Esta
última no obstante difiere con los dos autores anteriores al considerar que la apatía
no es un hecho que se deba aceptar sin reparos o como una verdad absoluta. Al
contrario, sostiene que la gran virtud de la participación es su potencial educativo
en pos del objetivo de configurar una «sociedad participativa», elemento presente
en las teorías democráticas de Rousseau y John Stuart Mill, que a su vez le sirven
de base para su reflexión.
Para sostener esta afirmación detalla una serie de estudios empíricos que con-
firman el impacto positivo que genera la participación en la autoestima de los sujetos
y en su forma de vincularse con el sistema en general. Así como la participación
aumenta el valor que se asigna a la libertad también permite que las decisiones
sean más aceptadas por los individuos, dado que se influye en la gestación de ellas,
y finalmente que se incremente el sentimiento de pertenencia a la comunidad.
Para Pateman es mediante la participación a nivel local, en instituciones de pe-
queña escala, influyendo directamente en la toma de decisiones, en que el sujeto
aprende la democracia y se entiende a sí mismo como ente político. Rescata del
pensamiento de Mill su hipótesis de que el efecto educativo de la participación
puede gestarse en distintas áreas sociales, entre ellas, y con especial énfasis, la
industria. A este respecto dice Pateman (2014) que «de la misma forma que la par-
ticipación en el gobierno del interés colectivo en la política local educa al individuo
en la responsabilidad social, la participación en la gestión del interés colectivo de
toda organización industrial promueve y desarrolla las cualidades que el individuo
necesita para las actividades públicas» (p. 67). Cabe consignar que por «industria»
en este caso puede entenderse el ámbito laboral en general, que, dado su cariz
cooperativo, jerarquizado y en tanto lugar en que las personas pasan gran parte del
día puede convertirse en un espacio alternativo o adicional a la participación política
institucional. Concluye su argumentación señalando que además de la industria es

~7~
relevante considerar otros espacios dables de ser democratizados: la familia, la edu-
cación superior, los gobiernos locales, etc.; todos ellos campos de entrenamiento
para aprender a participar en política.

Conclusión
Concuerdo con Pateman (2014) cuando propone que no es posible considerar a la
apatía política del ciudadano común como un axioma de la naturaleza humana. Es
más, creo que debe acabarse este mito negativo respecto del sujeto democrático
pues este no es el resultado inevitable de la historia, sino tan solo el fruto de cir-
cunstancias enteramente específicas. Solo entendiendo que el fin de la historia es
la democracia liberal y el capitalismo habría de pensarse en la democracia elitista
como universal y la única democracia posible. Al contrario, esta responde a condi-
ciones particularísimas, como son la industrialización y la moderna sociedad de ma-
sas, entre otras.
El ser humano, pienso, es un constructo social y decir que naturalmente es in-
diferente a la política es un ejercicio ontológico insensato. Porque de lo contrario
¿cómo se explica la existencia del ciudadano de la antigua ciudad-Estado ate-
niense? Puede objetarse que la esclavitud que servía de base al régimen posibilitó
la ingente participación política de los ciudadanos griegos, pero ello sería explicar
tan solo una parte de su comportamiento. La paideia, el sistema educativo de la
Grecia clásica, explica en mayor medida su surgimiento y su mentalidad política. El
ciudadano ateniense era formado íntegramente y desde temprana edad para
desempeñar un rol en los asuntos públicos. Se educaba para ser ciudadano. ¿Ocu-
rre eso hoy? La respuesta sin duda es negativa. Por eso es relevante las formas de
aprendizaje político propuestas por estos autores. Con su reflexión es posible con-
cluir que no es imperativo que la participación sea a través de los canales formales
de la institucional para que se produzca un aprendizaje significativo. Al contrario,
sus ideas respecto a democratizar espacios considerados durante siglos como pro-
pios del mundo privado permiten pensar que la democracia participativa es después
de todo posible. A contrapelo de lo que defendido por los teóricos de la democracia
elitista estos autores, sobre todo Pateman, insisten en la necesidad de abrir espa-
cios participativos ante la dificultad inherente de democratizar las estructuras a nivel
gubernamental para así democratizar la democracia.
Por lo mismo, resulta sorprendente el reduccionismo en que caen los distintos
teóricos de la democracia cuando no son capaces de entender que los sujetos están
condenados a la apatía cuando se le ha arrastrado a ello y, además, no fueron edu-
cados para ser ciudadanos. ¿Por qué habría de ser de otra forma si el elitismo de-
mocrático prescinde del hombre común? ¿Por qué ha de ser comprometido políti-

~8~
camente si carga con toda una historia de despolitización y banalidad? Es compa-
rable esta situación a la formación que recibe un niño en un hogar violento y que
luego causa sorpresa y extrañeza que este replique dicho comportamiento. Peor
aún resulta la situación si se concluye o establece una comprensión determinada
de la naturaleza humana a partir de la experiencia particular de ese niño.
Debe quedar patente que la democracia liberal ha configurado un sujeto para
luego ensalzarlo a su antojo como modelo humano universal. Superada esta noción
del ser humano como intrínsecamente apolítico será tal vez posible concebir un
nuevo sujeto para un nuevo modelo de democracia. La educación en sentido amplio
juega un rol fundamental a este respecto.

~9~
BIBLIOGRAFÍA

Arendt, Hannah (2003). La condición humana. Buenos Aires: Ediciones Paidós.

Bachrach, Peter (1967). Crítica de la teoría elitista de la democracia. Buenos Aires: Amo-
rrortu editores.

Barber, Benjamin (1998). Un marco conceptual: política de la participación. En Rafael Del


Águila et. al., La democracia en sus textos, pp. 281-294. Madrid: Alianza Editorial.

Barber, Benjamin (2000). Un lugar para todos. Cómo fortalecer la democracia y la sociedad
civil. Barcelona: Ediciones Paidós.

Camps, Victoria (2010). El declive de la ciudadanía. La construcción de una ética pública.


Madrid: PPC.

Constant, Benjamin (1988). De la libertad de los antiguos comparada con la de los moder-
nos. En Benjamin Constant, Del espíritu de conquista, pp. 65-93. Madrid: Tecnos.

De Sousa, Boaventura (2005). Democratizar la democracia. México D.F.: Fondo de Cultura


Económica.

Han, Byung-Chul (2014). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barce-


lona: Herder Editorial.

Macpherson, C.B. (1997). La democracia liberal y su época. Madrid: Alianza Editorial.

Pateman, Carole (2014). Participación y teoría democrática. Buenos Aires: Prometeo Li-
bros.

Schumpeter, Joseph (1983). Capitalismo, socialismo y democracia. Barcelona: Ediciones


Orbis, S.A.

~ 10 ~

Você também pode gostar