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EL TERCER OJO

Por Domingo Añó, Capuchino

Dicen que los seres humanos nos diferenciamos de los animales, además de
otros rasgos que resultan evidentes, por la mirada. Siro López, en un artículo
titulado “Nacidos para contemplar” hace este comentario: La mayor parte de los
animales tienen los ojos a ambos lados de la cabeza, proporcionándoles una
visión periférica que les facilita estar alerta ante el posible peligro y, al mismo
tiempo, poder localizar y perseguir a sus presas. La visión de estos animales les
posibilita sobrevivir porque su ángulo de visión es más amplio, abarcando su
entorno.

Los seres humanos tenemos los ojos frontalmente. Así podemos mirar más
lejos.

Ha habido una evolución a lo largo de los tiempos. Los ojos del hombre
prehistórico se fijaban en imágenes muy distantes. Nuestros ojos están hechos
para ver de lejos. Funcionan mejor cuando ampliamos nuestro campo de visión.

Los tiempos modernos nos obligan a modificar nuestros hábitos. Nuestro actual
estilo de vida ha cambiado, con respecto al hombre prehistórico. Nuestro campo
de visión se ha reducido. Leemos más; tenemos otros aparatos, como la
televisión, que nos hacen fijar la mirada. Al cabo de un rato de tener la mirada
fija en un objeto cercano, nuestra vista se cansa. Y es que los músculos de
nuestros ojos tienen que hacer más esfuerzo para enfocar un objeto cercano
que uno lejano. Logramos relajarlos cuando miramos el horizonte.

De ahí que Siro López concluya: aunque nos resistamos a ello, hemos
nacido para contemplar y ser contemplados.

Lo que ocurre es que hemos perdido visión. Así lo expresa el relato de


Natalia de la Parte y José Real:

Un hombre acudió al médico oculista muy preocupado porque había momentos


en que no veía nada por uno de sus ojos. El especialista, tras una exploración
inicial, le dijo:

- ¿Y cuándo nota usted que no puede ver?

- Pues cuando quiero ver a Dios, -contestó el hombre-. Por mucho que lo
intente y lo busque, no veo nada de nada.

-Ya entiendo -exclamó el médico. Tras largo rato de pruebas, el


diagnóstico era claro. Tenía cegado el ojo del corazón. Y así se lo comunicó.
Después de un breve silencio, preguntó al hombre, algo afectado:

-¿Tiene curación este mal, doctor, o quedaré ciego para siempre?


-Claro que tiene curación, -dijo con voz tranquilizadora el médico-. Por los
síntomas que presenta su caso, creo que llegará a ver con claridad. Pero todo
dependerá de lo fiel que sea al tratamiento y las ganas que tenga para ver.

El hombre, intrigado, le volvió a preguntar:

-¿Y qué síntomas son esos?

El médico contestó:

-Pues el hecho de que usted quiera ver a Dios demuestra que su corazón
no está del todo cegado. Esa necesidad es un síntoma esperanzador. No
querría buscarlo si no lo hubiera encontrado ya de alguna manera en su
corazón.

-¿Y cuál será su tratamiento? -dijo el hombre. A lo que respondió el


médico:

-Tendrá que seguir una estricta dieta. Su corazón deberá despegarse de


todo aquello que oculta el rostro de Dios en su interior y alimentarse,
únicamente, de las cosas esenciales de la vida.

Hugo de San Víctor, un teólogo medieval, afirmaba: Dios ha creado al


hombre con tres ojos: uno corporal, otro racional, y un tercero, el ojo de la
contemplación. Al salir del paraíso, el ojo corporal quedó debilitado; el racional
perturbado y el de la contemplación, ciego.

Pidámosle a Dios que active la agudeza de nuestra mirada para descubrir


su presencia en medio de nosotros.

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