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Experiencias humanas en el Jesús histórico

Los evangelistas notan con toda naturalidad que Jesús padecía hambre si no comía
(Lc. 5:2) y sed si no bebía (Jn. 4:7). Se nos dice además que: «Jesús, cansado del
camino, sentóse así jumo al pozo» (Jn. 4:6), lo que nos enseña que su cuerpo se
cansaba por el ejercicio prolongado, igual que el nuestro. De manera semejante
quedó dormido en la barca, con su cabeza sobre el cojín del timonel, después de un
día de duro trabajo (Mr. 4: 35a). Jesús andaba, se sentaba y se echaba a dormir, y
no hay nada que indique los movimientos ficticios de un “hombre-fantasma”. Su
cuerpo era real, derivado de madre humana, y el Señor tuvo especial empeño en
demostrar a los discípulos la realidad aun de su cuerpo de resurrección, que, a
pesar de los cambios que se derivaban del hecho mismo de la resurrección, era
cuerpo humano, y no un espíritu que había tomado la forma de un cuerpo (Lc.
24:36-43).

Se señalan con igual claridad las emociones de su alma, ya que se gozaba en la


amistad de sus amigos (Jn. 11: 1-5; 13:23) buscando su comunión en su hora de
dolor (Mt. 26:38). Se gozaba también en la obediencia de los «niños» (Mt. 11:25.
26) y en la revelación que iban recibiendo de Dios, y miró con ternura al joven rico
que le volvía las espaldas (Mr. 10:21). A menudo le oímos gemir (Mr. 7:34: 8:12) y le
vemos llorar, no sólo por las aflicciones de la familia de Betania (Jn. 11:35) sino
también por la suerte reservada para la ciudad rebelde, Jerusalén (Lc. 19:41).

En el huerto de Getsemaní, confrontado por la necesidad de tomar la amarga copa


de dolor, de aquel dolor de dimensiones infinitas, hasta la consumación de la
muerte. Jesús «comenzó a llenarse de asombro y a angustiarse mucho: y les dijo a
sus discípulos: Muy triste está mi alma hasta la muerte» (Mr. 14:3335). Su alma
humana fue terriblemente angustiada al adentrarse en la sombra de la cruz, con el
pleno conocimiento de cuánto había de significar el dolor agobiante de «ser hecho
pecado» en su sacrificio expiatorio a favor de los hombres. Sin las descripciones de
su agonía en Getsemaní nos sería difícil vislumbrar siquiera un poco de lo que
suponía aquella crisis al Hombre-Dios (comp. Jn. 12:27).
Suponemos que todo Él, cuerpo, alma y espíritu, fue entregado en sacrificio en la
cruz, y de lo más profundo de su ser desolado exclamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?» Referencias explícitas a su espíritu se hallan en Juan
11:33: 13:21: Lucas 10:21.

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