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Los evangelistas notan con toda naturalidad que Jesús padecía hambre si no comía
(Lc. 5:2) y sed si no bebía (Jn. 4:7). Se nos dice además que: «Jesús, cansado del
camino, sentóse así jumo al pozo» (Jn. 4:6), lo que nos enseña que su cuerpo se
cansaba por el ejercicio prolongado, igual que el nuestro. De manera semejante
quedó dormido en la barca, con su cabeza sobre el cojín del timonel, después de un
día de duro trabajo (Mr. 4: 35a). Jesús andaba, se sentaba y se echaba a dormir, y
no hay nada que indique los movimientos ficticios de un “hombre-fantasma”. Su
cuerpo era real, derivado de madre humana, y el Señor tuvo especial empeño en
demostrar a los discípulos la realidad aun de su cuerpo de resurrección, que, a
pesar de los cambios que se derivaban del hecho mismo de la resurrección, era
cuerpo humano, y no un espíritu que había tomado la forma de un cuerpo (Lc.
24:36-43).