Você está na página 1de 3

! 16/05/2018 - 18:08 Ι Clarin.

com Ι Revista Ñ Ι Literatura Ι Reseñas

Sergio Chejfec x 2

El que apuesta por el desplazamiento


vertical
Dos nuevos libros del autor de Boca de lobo y Mis dos mundos, uno de ensayos y artículos, y
otro de luminosos apuntes dispersos.

Buenos Aires, Caracas, Nueva York. Ese ha sido el trayecto del escritor argentino.Foto: Hernán Rojas

Fermín A. Rodríguez Vida y obra tienden a fundirse cada vez más


en la experiencia literaria de Sergio Chejfec.
Con su inconclusión de siempre, su anclaje
en el presente de la escritura, su desconfianza por la ficción y su
afán documentalista, la prosa de Chejfec, desde los textos de Modo
linterna (2013), orbita en torno a una serie de núcleos que
desbordan la literatura reducida al libro: la vida pública del
escritor y sus performances autorales, el escritor documental que
no inventa nada, la obra montada con fragmentos de realidad, la
letra escrita devenida huella o marca impresa sobre el mundo. Sin
ir más lejos, la instalación montada por el propio Chejfec para la
3ra Bienal de Kochi, India (88 fragmentos de su novela Baroni, un
viaje ploteados sobre los muros de la ciudad), señala esta
orientación hacia la vida de una literatura que se vuelve
ocupación de un espacio más allá de la página, en disputa con
otros lenguajes y dispositivos de producción y reproducción de lo
público.

Escritos a lo largo de los años, los breves ensayos, reseñas


periodísticas, conferencias y textos sueltos de su blog que se
reúnen en Teoría del ascensor (Entropía) y El visitante
(Excursiones) son lo que Alejandra Laera, compiladora de éste
último, acierta en denominar “Partículas”, átomos textuales de
una obra que se fragmenta y se disuelve progresivamente en la
vida de un escritor que asume, contra toda imposición de sentido,
la misión de volver desconocido lo conocido; de documentar, a
partir de situaciones sin desenlace y anécdotas irrisorias la
extrañeza irreductible de un mundo para el que la literatura
como arte de escribir historias encadenando acciones ya no
cuenta para nada: “Me cuesta entender que alguien trate de
contar algo a través de un relato, dice con ese tono extrañado que
vuelve reconocible cualquiera de sus frases.

Así, los años de Chejfec manejando un taxi por Buenos Aires a


fines de los 80, cuando apenas había comenzado a publicar y
todavía no se había –como le gusta decir– “apartado” del país para
volverse, primero en Caracas y luego en Nueva York, lo que en
definitiva, como escritor, ya estaba empezando a ser, esto es, un
extranjero en su propia lengua; esos años como taxista, decíamos,
son precursores de los personajes dubitativos y desesperanzados
que circulan por su literatura, modelados por el ritmo perceptivo
de la caminata y el merodeo por lugares que no entienden del
todo.

Las vueltas vacías del taxista a la espera de un pasajero, mirando


y haciendo pasar el tiempo y las cosas a través del parabrisas en
modo zombi, son virtualmente, con el edificio retórico de sus
temas y recurrencias bien asentado, una plataforma de esas
miradas recurrentes en su literatura, que ven desplegarse la
ciudad como red de hechos fortuitos sincronizados por una
meditación de sonámbulo al volante de una máquina de ver y
escribir. La mano que conduce un taxi vacante es la misma que
trabaja sobre la página o la pantalla vacía.

¿Y los viajes en ascensor? Resulta que en Caracas, observa Chejfec


en posición de recién llegado, la gente se saluda en los ascensores.
Después de todo, tomar un ascensor no deja de ser un viaje: una
experiencia de la suspensión y del encapsulamiento del tiempo,
que vuelve a correr cuando se abre la puerta. Ese limbo en
movimiento, ese “tiempo fuera de todo lugar” que se experimenta
al viajar en ascensor (o al manejar un taxi), bien puede ser el
modelo del “ascensorismo” como experiencia estética, un
“formato de lectura y hasta de composición” a definir que
encontraría inspiración en el desplazamiento vertical o
eventualmente horizontal (como sueña el escritor) del ascensor.

En esta lógica de la suspensión del tiempo como sucesión de


acciones, hay lo que Chejfec denomina “libros-cápsula”, que no
son tanto un tipo de libro como un modo de leer propio de un
coleccionista que dejó de buscar historias en los libros para pasar
a atesorar situaciones o escenas minúsculas que le salen al
encuentro; señales oscuras de sentido por las que, por un breve
instante, la previsibilidad de las cosas se desajusta y la mirada
queda suspendida sobre la composición. “Algo así como una
literatura en tiempo real”, explica Chejfec, que se activa con la
lectura y que dura lo mismo que un viaje en ascensor.
El escritor vive de dejar marcas, según una economía de la
inscripción que incluye sus actos de lectura. Cada lectura de
Chejfec de obras de Arturo Carrera, Mercedes Roffé o Héctor Viel
Temperley; de Cortázar, Saer, Bellatin, Sebald, Di Benedetto,
Fogwill o Aira, es un encapsulamiento, un recorte de pequeñas
unidades intrascendentes que “no apuntan a la profundidad del
sentido” y en las que se estaría jugando la relación de la literatura
con la vida. Porque esas pequeñas cápsulas de referencialidad
flotando sueltas en la irrealidad de los relatos, sin un significado
preciso –objetos físicos, situaciones empíricas, imágenes de
archivo, que constituyen algo así como los puntos suspensivos del
texto–, son las que sostienen el registro de lo documental, “ecos o
reverberaciones, disfraces transitorios, formas abstrusas de lo
directo” indisociables de un narrador que atestigua no la realidad
sino el acto de representarla.

Puede parecer paradójico, pero el autor que documenta la


realidad se niega a ser testigo objetivo, puesto que documentar es
representar el acto de representar asumiendo las dificultades
para alcanzar aquello llamado real, “la única opción literaria
posible para que las experiencias asociadas a las primeras
personas mantengan una presencia no amenazada por la
irrelevancia”. De este modo, las vueltas del escritor que, con
cautela y desconfianza, toma su propia vida como la más atenta
de sus ficciones, se cruzan con la linealidad y la transparencia que
gobierna muchas de las llamadas escrituras del yo, para
excederlas y dejarlas muy atrás, al paso firme de quien no se
aparta de la idea de que de la literatura, se sale desde adentro.

El visitante, Sergio Chejfec. Excursiones, 168 págs.

Teoría del ascensor, Sergio Chejfec. Entropía, 222 págs.

Você também pode gostar