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DERECHOS DE LAS PLANTAS EN CONTEXTO:


DOS ONTOLOGÍAS LATINOAMERICANAS
Echazú-Böschemeier, A.G. y Flores, M.E. (2018). ANA GRETEL ECHAZÚ-BÖSCHEMEIER*
Derechos de las plantas en contexto: dos ontologías MARIA EUGENIA FLORES**
latinoamericanas. Revista Cultura y Droga, 23 (26),
49-66. DOI: 10.17151/culdr.2018.23.26.4. Recibido: 28 de febrero de 2018
Aprobado: 14 de abril de 2018

RESUMEN

Objetivos. Proponemos un ensayo sobre ontologías latinoamericanas basado en


informaciones etnográficas relativas a los derechos de las plantas en contexto.
Metodología. Observación y participación en rituales de cura y eventos públicos;
construcción de narrativas e itinerarios; entrevistas en profundidad con terapeutas
locales; trabajo de archivo con producción visual regional y consulta periódica en
sitios web. Todas estas técnicas fueron utilizadas en dos investigaciones de doctorado
sobre usos sociales de ayahuasca en Perú y la coca en Argentina. Resultados y
conclusiones. Colocamos en cuestión la elaboración europea sobre los derechos de
las plantas, de matriz capitalista y colonialista, que escinde lo humano respecto de
las otras manifestaciones de seres. En contrapartida, proponemos una aproximación
etnográfica a las miradas que relacionan lo humano con el resto de los seres,
considerando los vínculos multidimensionales, diversos y plurales que pueden nutrir
las prácticas políticas de los derechos comunitarios y difusos en América Latina.

Palabras clave: derechos difusos, plantas, ontologías, coca, ayahuasca.

*
PHD en Antropología (Universidade de Brasília), Post-doctora en Salud Colectiva (PPGSCol UFRN). Profesora
Adjunta del Departamento de Antropología de la Universidade Federal de Rio Grande do Norte. Natal, Brasil.
E-mail: gretigre@gmail.com.
orcid.org//0000-0003-0792-1307.
Google Scholar: https://scholar.google.com/citations?user=vsRPZqAAAAAJ&hl=pt-BR
**
Doctora en Antropología, Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades (ICSOH-CONICET).
Escuela de Antropología, Universidad Nacional de Salta, Argentina. E-mail: pankraleon@gmail.com,
orcid.org//0000-0003-3419-4731.
Google Scholar: https://scholar.google.com.ar/citations?hl=es&user=PwS-5u8AAAAJ

Cultura y Droga, 23, (26), julio-diciembre 2018, 49-66


ISSN: 0122-8455 (Impreso) ISSN: 2590-7840 (En línea)
Ana Gretel Echazú-Böschemeier, Maria Eugenia Flores
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PLANTS RIGHTS IN CONTEXT:


TWO LATIN AMERICAN ONTHOLOGIES
ABSTRACT

Objectives. We propose an essay about Latin-American ontologies based on


ethnographic information about plants rights in context. Methodology: Observation
and participation in healing rituals and public events; narratives and itineraries;
in-depth interviews with local therapists; archive research with regional visual
production and periodic query on web sites. These techniques were used in two PhD
researches about social uses of ayahuasca in Peru and coca in Argentina. Results and
conclusions. We question the European outlines related to plants rights, modelled
under a colonialist and capitalist matrix that set apart human beings from other
manifestations. As a counterpart, we propose an ethnographic approach to the views
that relate humans with the rest of beings, considering multidimensional, diverse and
plural bonds that can nourish the political practices on community and diffuse rights
in Latin America.
Keys words: diffuse rights, plants, ontologies, coca, ayahuasca.

INTRODUCCIÓN

Ampliando la discusión sobre derechos no humanos

Los derechos pueden ser comprendidos como libertades o prerrogativas legales y


morales que un/a sujetx1 puede reivindicar al respecto de la comunidad moral a la
que pertenece. Ahora bien, ¿pueden las plantas de poder ser consideradas sujetxs
de derecho? En este artículo exponemos algunos aspectos de las discusiones
elaboradas en el marco de la bioética y de la filosofía occidental sobre moralidad,
poder y autonomía relativa de las plantas y las contrastamos con nuestra propia
experiencia de investigación y pensamiento en el marco de lo que podemos

1
En lo que hace al género de nuestra escritura académica, optamos por el lenguaje inclusivo de los marcadores
de género en el texto, eligiendo el grafismo x en reemplazo de las desinencias masculinas o femeninas relativas a
artículos y sustantivos. Así, en vez de “humanos”, elegimos “humanxs”; en vez de “filósofos”, elegimos “filósofxs”
y así en adelante.

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denominar la incubadora teórica y política de las ontologías plurales y decoloniales


latinoamericanas. Al focalizar la mirada en un movimiento que va desde el espacio
de los derechos de la madre tierra para el territorio específico de los derechos de las
plantas, discutimos algunos aspectos claves de la relación entre seres humanos y
formas de vida no humanas a partir del peso ontológico, político y epistemológico
de la coca y la ayahuasca, como dos plantas de poder utilizadas tradicionalmente en
las tierras altas y bajas latinoamericanas.

Este artículo ha sido posible gracias a un trabajo de diálogo sostenido y conjunto


de co-escritura e intercambio de ideas entre las autoras a lo largo de siete años2. En
el mismo se materializan resultados de dos investigaciones en clave comparativa y
colaborativa, así como la inspiración y aporte de otras personas con las que tuvimos
la posibilidad de interactuar a lo largo de nuestro camino etnográfico y académico.
Especial mención merecen aquí las antropólogas Beatriz Labate (México), Lucrecia
Greco (Argentina) e Isabel de Rose (Brasil) y los antropólogos Roger Rengifo Ruiz
(Peru) y Maicon Fecher (Brasil).

A manera de introducción, haremos una breve incursión en la noción occidental de


‘recursos’ como concepto que viabilizó una escisión entre lo humano y la diversidad
que lo rodea y colocaremos la idea de “plantas como recursos” como el punto de
partida para la elaboración de nuestra crítica. En segundo lugar, presentaremos
algunos aspectos de la discusión acerca de los “derechos de las plantas” a partir de
la inscripción histórica de un documento europeo emitido en 2008 por el gobierno
suizo, llamado The Dignity of Living Beings with Regard to Plants, el cual proclama
que los seres humanos no pueden atribuirse una “propiedad absoluta” sobre las
plantas, planteando varios escenarios posibles en el marco de una reflexión sobre lo
que allí se ha denominado la “comunidad moral de las plantas”.

Enseguida, esbozaremos elementos para una genealogía latinoamericana de los


derechos de las plantas en contexto, discutiendo la contribución de autorxs que
comprenden, a partir de una aproximación ontológica, la dimensión de lo humano
como sujeto de derechos en coexistencia con los derechos de otros seres. Traeremos
a colación nuestras propias experiencias etnográficas en trabajo de campo con
curanderxs y plantas psicoactivas, teniendo en cuenta la agencia de la coca y la
2
Agradecemos a Lucrecia Greco, Natalia Cabanillas, Soraya Fleischer y Pablo Cosso por sus aportes críticos a
nuestro trabajo a lo largo de esta jornada. También destacamos nuestro agradecimiento a Nicole Wahsburn por su
revisión del resumen en inglés.

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ayahuasca, dos plantas concebidas como sujetxs de poder en los Andes de Argentina
y en la Amazonía del Perú. Propondremos, entonces, una comparación entre la visión
eurocentrada y la de las ontologías latinoamericanas para, finalmente, enfatizar
las posibilidades teóricas y políticas de las miradas indígenas y mestizas sobre las
“plantas de poder” hacia una integración de los derechos de las plantas con aquellos
pertenecientes al resto del mundo vivo.

MATERIAL Y MÉTODOS

Revisión bibliográfica y aproximaciones etnográficas

El presente artículo se sustenta en una discusión realizada sobre dos fuentes


principales: a) una revisión bibliográfica y documental sobre la discusión relativa a
los “derechos de las plantas” en Europa a partir de investigación de fuentes digitales
durante enero a diciembre de 2015, y b) la presentación de los resultados de un
diálogo entre ontologías plurales inspiradas en dos investigaciones etnográficas
de doctorado ya concluidas (Flores, 2018; Echazú Böschemeier, 2015); siendo la
primera relativa a un trabajo de campo con curanderxs que trabajan en consultas con
adivinación y cura con hojas de coca en el Noroeste argentino y, la segunda, relativa
a un trabajo de campo con curanderxs que transitan en los márgenes de los circuitos
del turismo chamánico y que trabajan con ayahuasca en el Noroeste del Perú.

La metodología utilizada en nuestras etnografías combinó distintas técnicas como


observación y participación en rituales de cura, participación de eventos públicos,
construcción de narrativas e itinerarios, entrevistas en profundidad con curanderxs
y otrxs terapeutas y referentes de las comunidades estudiadas, así como análisis de
libros locales, folletería, revistas y consulta periódica en sitios web.

DISCUSIÓN

Recursos y “derechos de las plantas” desde una mirada eurocéntrica

A inicios de la década de 1990, la ecofeminista hindú Vandana Shiva investigó la


genealogía de un concepto particularmente significativo para la sociedad capitalista:
la noción de recursos. Recurso es una palabra que proviene del latín recursus, se
teje alrededor de la idea de ‘vida’ y se vincula a la imagen de una fuente inagotable

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y abundante de agua que surge de las profundidades de la tierra. De acuerdo con la


autora, los elementos de nuestro entorno, hoy concebidos como recursos naturales –
las aguas, el aire, los glaciares, los animales y las plantas– participaron de un quiebre
conceptual con la llegada del colonialismo y del industrialismo. De ser considerados
agentes dinámicos en interacción, fueron escindidos de la esfera de lo humano –
representado en aquel entonces por el reducto conceptual hombre– y pasaron a ser
considerados insumos para la producción industrial y el comercio colonial.

De entidad generadora de vida para depósito de materias primas; de lugar de


producción de la existencia para lugar de atribución de la existencia; de ser una
relación de múltiples vías, una relación con lo que está alrededor de lo humano
se tornó unilateral: es lo humano que define, atribuye, distribuye, elige, desarrolla,
explora y explota a la naturaleza. De hecho, con el advenimiento del industrialismo
se deja notar una creciente percepción de que los “recursos naturales” precisan de la
acción humana para tornarse lo que estaban destinados a ser:

Los recursos naturales no pueden desarrollarse por sí mismos; es


solamente a través de la aplicación del conocimiento y la destreza
humanos que es posible hacer algo con ellos, y la mayor parte del
trabajo necesario requiere de una pericia de un nivel muy elevado.
(Shiva, 1996, p. 319).

De esa manera, de ser vida que brota, se transforma y fluye, la naturaleza se transforma
en una entidad muerta, dependiente de manos especializadas, cuyo control garantiza
su misma posibilidad de existencia: “su capacidad de renovarse y crecer ha sido
negada. Se ha tornado dependiente de los seres humanos” (Shiva, 1996, p. 319).
Fue en ese proceso que se generó y alimentó el dualismo entre naturaleza y seres
humanos. De esta forma, lo que fue una tela de relaciones en profunda interacción
se convirtió en un recurso para la tecnología, la industria y, en las últimas décadas,
la genética.

La planificación y el control capitalista transformaron a las plantas en potenciales


riquezas orientados hacia la generación de ingresos y el crecimiento del capital: “la
relación de los seres humanos con la naturaleza fue transformada, de una relación
basada en la responsabilidad, en el respeto y en la reciprocidad a una basada en la
explotación desenfrenada” (Shiva, 1996, p. 318). En este sentido, la cosificación de
la naturaleza afectó no sólo la industria sino la propia producción del conocimiento

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científico. Dentro del campo antropológico es posible observar una fehaciente historia
de escisión de la cultura humana a respecto de esa compleja tela de sujetxs que fue
conceptualizada como naturaleza. Las líneas teóricas de la antropología y múltiples
estudios etnográficos parten de esta separación apriorística entre naturaleza y cultura,
fomentando la proliferación de campos de saber desintegrados, constituidos por
miradas parciales y acortadas.

La relación entre los dominios de las plantas y de lo humano no escapa de esta


mirada. Ello es parte de una larga genealogía: desde la Scalae Naturae (Ariza y
Martins, 2010) de Aristóteles, se entiende que las plantas son seres inferiores a los
animales y a lxs humanxs, siendo superiores solamente respecto a los minerales.
La desacralización del entorno también afectó a las ciencias de las plantas, como la
taxonomía vegetal, la farmacognosia botánica, la botánica médica, la etnobotánica,
la botánica aplicada, la bioingeniería, la ingeniería genética vegetal y la genética
aplicada a los cultivos, las cuales representan un enorme esfuerzo de conocimiento
humano acumulado por colocar a las plantas en contenedores de saberes estanques
con aplicabilidad directa en las ramas de la industria médica, alimentaria, ornamental
y de materiales.

Inscribiremos esta discusión en la crítica al documento elaborado por el Comité


Federal de Ética en Tecnologías No Humanas de Suiza (ECNH, por sus siglas en
alemán), o “documento suizo”, como elegimos llamarlo para fines didácticos. En
el 2008, un grupo de filósofos, abogados, genetistas y teólogos se reunieron para
redactar este documento que versa en torno a la Wϋrde der Kreatur, “dignidad de
los seres vivos”, principio filosófico sintetizado en el marco de una discusión sobre
biotecnología y las posibilidades y límites de modificación genética de las plantas. El
texto se refiere a la cuestión general de “si, y porque, las plantas deben ser protegidas”
(ECNH, 2008, p. 4, traducción nuestra).

En el propio documento del ECNH se exploran las diferentes posturas éticas


posibles respecto a la “dignidad de las plantas” a partir de la perspectiva humana.
Allí se reconoce que hay un sector importante de la sociedad que considera que
cualquier tratamiento de las plantas se realiza, a priori, sobre un “piso moralmente
neutro” (ECNH, 2008, p. 4)3 y que las intervenciones destinadas a ellas no precisan
de ninguna justificación. Basándose en ciertos estudios del área de la biología y de

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la ecología que observan la multiplicidad de relaciones de comunidad entre plantas,


animales y humanxs a nivel molecular, celular y orgánico, el grupo propone incluir
a las plantas dentro de una “comunidad moral” cuyxs miembrxs ostenten dignidad
como sujetxs “en y por sí mismxs”. Así, “las plantas cuentan [como sujetxs morales]
porque ellas representan un bien para sí mismas y en consecuencia existen acciones
que pueden ser ‘en su propio interés’”. (ENCH, 2008, p. 2)4

El grupo de expertxs que redacta el documento asume que hay motivos que tornan
precisa la existencia de un marco reglamentador de la discusión ética para que lxs
sujetxs humanxs se aproximen a las plantas y las manipulen. Según el texto, aun
cuando haya acuerdo entre lxs redactorxs respecto a la necesidad de ese marco, bajo
ese aparente consenso existen posiciones muy diferentes. El grupo destaca que es
preciso realizar una “aproximación intuitiva” al asunto, para obtener los insights
correspondientes, sin comprender necesariamente todas las conexiones racionales.
Con ello, el documento suizo del ECNH deja abierta una puerta para una percepción
holística del medio ambiente, los recursos y la naturaleza, incluyendo a las plantas,
cuya potencia burla los cánones de la ciencia moderna y se presta a deconstruirla.

Una vez que este informe se dio a conocer en la población, la idea de instituir de
“derechos a las plantas” apareció en algunos artículos y manifestaciones virtuales
como una broma ridícula, cuando no peligrosa (Smith, 2008). En ese contexto,
aparecía como un hecho risible concebir a las plantas como sujetos morales, al
mismo tiempo en que se sustentaba que era peligrosa una consideración filosófica de
las plantas como sujetos de derechos: este movimiento expansivo podría implicar en
una ampliación indefinida de las esferas de derechos, cosa virtualmente imposible
para el pensamiento occidental:

La dignidad de las plantas es una enfermedad cultural que ha infectado


la civilización occidental, causándonos la pérdida de nuestra habilidad
de pensar críticamente y de distinguir preocupaciones éticas frívolas de
aquellas que son serias. También refleja el triunfo del antropomorfismo
radical que ve los elementos de la naturaleza como equivalentes
moralmente a las personas. (Smith, 2008, p. 1).

La preocupación, la mofa y la caricaturización de esta problemática aparecieron


en la pregunta acerca de “cuánto sufre un espárrago al ser cortado” (Smith, 2008):
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ello es analizado aquí como una estrategia discursiva reaccionaria que podría
contribuir a la debilitación de la legitimidad de las luchas a favor de los derechos
de los otros seres vivos, incluyendo los animales y la propia humanidad. En este
sentido, consideramos que la esfera de los derechos es un espacio a ser mantenido,
conquistado y problematizado en forma constante.

En 1962 Christopher Stone, profesor en leyes de la Universidad de Southern


California, escribió un texto pionero sobre la importancia de abogar por los árboles
y los “derechos legales de los objetos naturales”. El texto, que se publicó una
exactamente una década después, en 1972, analiza la manera en que la sociedad
como un todo, ha recibido la sucesiva ampliación de la esfera de derechos: así, el
Hombre “rey de la creación” capitalista y judeocristiana, dueño y señor de todo lo
demás, realizador por sobre lo inanimado (Zaffaroni, 2012) se ha visto obligado a
compartir el mismo suelo moral que las mujeres, lxs niñxs, lxs pueblos indígenas,
lxs afrodescendientes, las personas con capacidades físicas o mentales diferentes y
así en adelante.

Como observa Stone:

De hecho, cada vez que hay un movimiento para conferir derechos


a cierto nuevo tipo de ‘entidad’, la propuesta está destinada a sonar
extraña, o atemorizadora, o cómica. Ello se debe parcialmente a que,
hasta que la entidad sin derechos recibe sus derechos, no podemos verla
como algo diferente a una cosa para nuestro uso – el uso de aquellos que
ostentamos los derechos en ese momento. (1962, p. 455)

Y continúa: “esto, casi inevitablemente, sonará inconcebible para un gran número de


personas” (ídem, p. 456).

En el marco de las diversas formas de preocupación civilizatoria coexistentes en


la contemporaneidad, las manifestaciones a favor de los derechos de las plantas
como tales aún causan incomodidad en sectores de las sociedades europea y
norteamericana. En el caso del documento del ECNH, las críticas se focalizaron en
el hecho de que incluir la dignidad de las plantas dentro de reglamentaciones éticas,
significa la inclusión de una preocupación civilizatoria adicional: “la vida humana
se tornaría demasiado demandante y demasiado complicada si esa área de la acción

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humana también debiese ser justificada” (ECNH, 2008, p. 5)5. Por otro lado, se
proclama cierta preocupación sobre la manera en que se extienden los derechos a los
países “en vías de desarrollo” –del Tercer Mundo–: si allí no han sido garantizados
aún los derechos humanos fundamentales, ¿cómo es posible extender la esfera de
derechos para otros seres? (Pérez Tolentino, 2012). Según este prisma, sería preciso
dar atención a lo humano primero, para sólo abordar lxs otrxs potenciales sujetxs de
derechos después.

RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN ETNOGRÁFICA

Dos ontologías latinoamericanas

En este punto nos aproximaremos a algunas perspectivas indígenas y mestizas


latinoamericanas que poseen una concepción radicalmente diferente de la
eurocéntrica en lo que respecta a la noción de un/a sujetx y, particularmente, de un/a
sujetx de derechos. Presentamos las perspectivas sobre el mundo y prácticas sociales
leídas en clave de diferencia y de desigualdad: en este sentido, son particularmente
significativas para el campo de los derechos las posibilidades del abordaje de las
ontologías, no solo en América Latina sino también a lo largo de las expresiones
indígenas y mestizas de todo el continente americano (Flores y Echazú Böschemeier,
2016). Sustentamos el trabajo colectivo y las aproximaciones parciales de una
práctica antropológica comprometida, cuyo interés principal no es dar respuestas
definitivas a grandes preguntas, sino materializar ópticas sensibles, próximas y
fuertemente enraizadas en las realidades etnográficas descritas.

Sin embargo, no todos los abordajes sobre ontologías ponderan la importancia


de la dimensión etnográfica, ni hacen de las propias plantas sus protagonistas en
los estudios generados. La propuesta teórica del perspectivismo en antropología,
elaborada inicialmente por Eduardo Viveiros de Castro (1996) y Tânia S. Lima
(1996) de forma contemporánea, basa fuertemente su propuesta ontológica en el
carácter, reconocido como predatorio, de algunas sociedades indígenas amazónicas.
En otro lugar (Flores y Echazú Böschemeier, 2016), hemos destacado el impacto
social de este tipo de percepción en las propias políticas referentes a las comunidades
indígenas amazónicas contemporáneas. Lo que queremos destacar aquí es que, aun
cuando el perspectivismo consigue captar con maestría el carácter intersubstancial

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de diversas experiencias indígenas latinoamericanas –fomentando la fluidez de las


identidades más allá de la forma que asumen lxs sujetxs en el mundo material–,
el mismo ha restringido estos tránsitos a un tipo único de relación: la predación
entre humanxs y mamíferxs de medio/gran tamaño. En este esquema, las conexiones
entre lo que es humano con otras formas de vida, especialmente las plantas, ha sido
silenciada, menospreciada y situada fuera del interés teórico en boga.

Hay valiosas excepciones que abordan la riqueza teórica de una perspectiva


ontológica a la luz de etnografías con plantas. Trabajos como el de Laura Rival
(2012) sobre la mandioca entre el pueblo makushi de la Guayana, el de Joana Cabral
de Oliveira (2012) sobre la mandioca entre pueblos tupí del Brasil, el de Maria
Betânia Albuquerque (2009) sobre la ayahuasca entre pueblos mestizos del norte
de Brasil, así como nuestros propios trabajos sobre la coca en grupos indígenas y
mestizos del noroeste argentino (Flores, 2016 y 2018) y la ayahuasca en contexto
mestizo en el noreste peruano (Echazú Böschemeier, 2015); observan las múltiples
agencias encarnadas en las plantas. En todas estas etnografías, el compañerismo de
lo humano con las plantas llega al límite de lo orgánico cuando las propias plantas
se convierten en oráculo, bebida, remedio, herramienta o abrigo preparado por lxs
humanxs.

El trabajo de otras intelectuales indígenas y mestizxs latinoamericanxs como el de la


socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui (2015) y el de las antropólogas peruanas
Marisol de la Cadena (2008) y Luisa Elvira Belaúnde (2001) pondera concepciones
de la relación entre que es humano y el resto de las formas de existencia. Dentro de las
mismas, las plantas ocupan un lugar privilegiado: ellas son protagonistas del origen
mítico de lo humano en una diversidad de culturas y participan activamente en la
reproducción de la vida comunitaria. Aquí, el lugar de las plantas no es estático sino
intersubstancial: la planta puede tornarse y es a la vez vegetal, sujetx, herramienta y
ancestro. La apariencia física exterior, que podríamos denominar el “traje verde” de
la planta, es sólo la manifestación de una fuerza muy específica de la naturaleza que
se conecta, transversalmente, con otras manifestaciones del mundo animal, humano
y espiritual.

La propuesta de las ontologías plurales coloca a las plantas de poder como seres
específicos dentro del contexto más amplio de todo lo que respira y se transforma,
incluyendo el propio planeta tierra. De esta manera, no existe una concepción

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previa de lo que son los “derechos de las plantas” en sí, sino que ellas mismas son
consideradas como parte de un todo mayor, íntimamente entrelazado. La concepción
de derechos de las plantas no se entiende como algo posterior a los derechos de los
seres humanos, ni siquiera decorrente de los mismos derechos de la naturaleza: en
esta aproximación, es posible resaltar la simultaneidad y entretejido que se realiza
entre las diversas esferas de derechos.

Respecto a su transversalidad, la propuesta de las ontologías plurales no podría jamás


centrarse en “las plantas en sí”, como lo hace el documento suizo: las plantas son
asumidas como entidades dinámicas, en permanente transformación y conectadas
con una multiplicidad de dimensiones. Lo que para una visión eurocentrada es una
red de relaciones verticales y jerarquizadas, dividida en especies, taxonomías y
posiciones fijas, para las ontologías plurales de las que nos ocupamos es posible
observar un mundo múltiple donde una relación expansiva y transversal conecta
todas las formas de vida.

Como consecuencia de esta transversalidad, la relación de lo humano con las plantas


se establece de forma dialógica y se funda más en el intercambio entre posiciones
horizontales que en la apropiación de plantas por humanxs. Un ejemplo nodular de
este diálogo es el de la relación entre curanderxs y plantas de poder. En el siguiente
punto, observaremos etnográficamente estas particularidades, focalizando en la
ayahuasca y la coca, dos plantas de poder con gran capacidad de agencia para las
culturas latinoamericanas de las tierras altas (caso andino) y de las tierras bajas (caso
amazónico).

CONCLUSIONES

“Plantas de poder” como sujeto en el marco de derechos difusos y colectivos

Sin lugar a dudas, plantas de poder como la coca y la ayahuasca han sido colocadas
históricamente en un lugar de marginalidad, exclusión e invisibilización. Desde
las diversas apropiaciones coloniales, pasando por las extirpaciones de idolatría
y llegando a las burocracias antidrogas del siglo XXI, estas plantas han sido
perseguidas como la personificación de aquello que es visto como lo negativo en la
humanidad. Sin embargo, no ha sido esta la percepción de los pueblos indígenas y
mestizos latinoamericanos, para los cuales el lugar de las plantas de poder ha sido
radicalmente diferente. Consideramos que estudios etnográficos de las prácticas

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cotidianas de las comunidades en su interacción directa y mediada históricamente


con estas plantas puede colaborar para tornarlas visibles y pasibles de derechos,
devolviéndoles su necesaria dignidad.

Con la misma fuerza con la que impulsamos esta propuesta, queremos enfatizar
aquí nuestra postura crítica respecto al documento suizo como representante de
la particular mirada europea contemporánea sobre los derechos de las plantas. En
el texto en cuestión se destaca que la dignidad de los seres vivos “no es un valor
absoluto. El mismo se alcanza equilibrando intereses moralmente relevantes: el
bien, o los ‘intereses’ de las plantas en sí mismas deberían ser ponderados contra los
intereses de otros organismos” (ENCH, 2008, p. 5)6. Es esa dignidad como sujetxs
“en sí mismxs” y esa oposición a priori de “intereses entre organismos” que resultan,
a nuestro parecer, problemáticas.

Es posible constatar que allí no consta ninguna relación visible entre la comunidad
vegetal y las otras comunidades de seres posibles, a no ser la humana. En esta
“metafísica del ejercicio de la singularidad humana” (Fecher, 2016) es posible
observar que en la propia reflexión ética sobre las plantas presente en el mismo hay
un ejercicio de corte de realidades sustentado por trescientos años de modernidad
occidental: las plantas poseen existencia “en sí mismas”, son compartimientos de
vida estancos en las categorías que la ciencia moderna designó para ellas, basada en
el reconocimiento de taxonomías de familias, géneros y especies biológica, genética
y molecularmente diferenciables – como veremos más adelante, una relación
vertical. Cuando la perspectiva biocéntrica continúa apareciendo como una opción
frente a una perspectiva antropocéntrica, ¿será que así continuamos inmersos en la
falsa ‘elección’ entre lo humano y la naturaleza, sin alcanzar a ver sus intrínsecas
relaciones? Como observa Vandana Shiva en su análisis del concepto de ‘recursos’,
este razonamiento bipolar que escinde lo propiamente humano del resto del mundo
vivo es etnocéntrico, antropocéntrico y reproduce el mismo sistema de explotación
que se intenta diagnosticar o modificar.

En el documento se habla de una comunidad: la referencia que se hace allí es a la


comunidad de las plantas. Solamente a ella: desde esta perspectiva, ampliar la mirada
se limita a observar la comunidad de las ‘plantas’ en sí y su relación con “lo que es
humano” en sí. En esta certeza de una relación diádica entre categorías fijas, lo que

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sea extrínseco a la díada se torna un aspecto innecesario. Así es como no aparecen


ensayados ningún tipo de reflexión referente a la multiplicidad de lo que rodea a
esa relación humanxs-plantas: animales, espíritus, lugares, entidades, fantasmas,
divinidades. Sin embargo, todxs ellxs están interconectadxs y, de acuerdo con las
ontologías locales, poseen formas de vida que escapan al limitado entendimiento
eurocentrado.

Como mencionábamos, tanto la coca como la ayahuasca han sido situadas en el


capitalismo como problemas que aquejan a la humanidad, escapando de su control:
como ‘drogas’ criminalizantes, como narcóticos degenerantes, como monstruos
debilitantes. Además, el capitalismo eurocentrado ha retomado el control sobre ellas
colocándolas en territorios utópicos donde fueron y son cosificadas como “plantas-
emblema” y de esta forma apropiadas por diversas formas de biopoder.

La historia de estas dos plantas de poder muestra cómo ha sido realizada la reducción
de las mismas a sus principios activos, como los alcaloides en el caso de la coca
(cocaína, papaína, etc.) y el DMT, Dimetiltriptamina, en el caso de la ayahuasca.
La planta de la coca ha sido reducida a un producto químico derivado de uno de sus
alcaloides (clorhidrato de cocaína), mientras que la ayahuasca ha sido reducida a
una molécula espiritual. Y aun cuando existan importantes diferencias en los settings
que llevan al consumo de una u otra planta bajo esta forma, nosotras focalizamos en
la apropiación de las mismas, lo cual continúa siendo realizado bajo esquemas del
más salvaje capitalismo. Proponemos una mirada que no las reduzca a moléculas ni
a principios activos, y que no las considere como recursos. Anclamos el devenir de
este análisis comparativo en las pluralidades e intersubjetividades entre, con y para
con las plantas.

Situadas en el contexto del Sur político, vemos cómo la coca y la ayahuasca han
sido escindidas del espacio que configurado históricamente con sus memorias:
se las mira desde campos de saber parcializados; las interpretaciones sobre ellas
mismas se separan de las interpretaciones sobre las comunidades que las albergan y
honran. Su vínculo con lo que es humano se establece sin llevar en consideración la
complejidad y la multiplicidad de formas de relacionarse con ellas, que han tenido
históricamente estos grupos concretos de personas. La apropiación eurocentrada
minimiza las plantas como sujetos, las torna objetos de intervención. Al hacerlo,
permite que puedan concebirse políticas como la propia criminalización de los
cultivos de plantas y el reforzamiento de la penalización por el cultivo en países

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productores. Este movimiento acota los derechos tanto de las comunidades como de
las plantas, los cuales se han visto simultáneamente violentados. Todas las etapas de
este inmenso movimiento de apropiación, desde la tentativa de patentamientos, el
turismo chamánico o las guerras contra el narcotráfico, objetifican a las plantas y las
colocan en relación de exclusividad diádica con el mundo humano.

Es preciso introducir aquí un comentario respecto al caso del narcotráfico en


América Latina. Como hito histórico, la construcción en el siglo XX de lo que se
llamó la “lucha contra el narcotráfico” o “guerra a las drogas” tuvo mucho que ver
con el desarrollo y la intensificación de la visión de la filosofía occidental sobre las
plantas. Por ejemplo, en Europa se tomaba el vino Mariani que contenía cocaína a
principios de siglo XX, luego se pensó en combatir a los productores de coca. La
coca en Europa se conoció a través de la parafernalia alrededor de la cocaína, que
en aquella época representaba la niña mimada del consumo terapéutico y recreativo
de psicoactivos. Era como si se tratase de hoja de coca en su estado natural. En la
actualidad, nos encontramos en un contexto de defensa: desde las ontologías plurales,
ponderamos la reapropiación y desarrollo social de estas plantas de poder vinculadas
a la educación, a la medicina y al arte.

Una propuesta para enfrentar las visiones reduccionistas, aun las del propio pensamiento
eurocentrado, es pensar comparativamente la existencia de las comunidades entre
plantas, concibiendo esa relación como parte de un contexto mayor: epistemológico,
político, cósmico. Al poner en cuestión las miradas eurocentradas con las que nos
hemos acostumbrado a mirar, la propuesta de estas ontologías plurales con, para
y entre las plantas muestra múltiples dimensiones donde se activa la relación del
mundo humano con el de las plantas. Aquí se despliegan diversas formas y modos
de hacer que las involucran y develan el carácter transversal de las conexiones entre
lo que es humano y las otras formas de existencia.

Realizamos esta propuesta de lectura etnográfica de las plantas como sujetxs de


derecho en el marco de un enriquecimiento de perspectivas relativas a los derechos
difusos y comunitarios de los pueblos latinoamericanos, focalizados en la legitimación
activa de la ciudadanía a partir de la pertenencia de estos derechos a todxs y cada unx
de lxs seres. Proponemos una mirada que, al captar estas sensibilidades vegetales
latinoamericanas, observe el diálogo horizontal entre humanxs, plantas y otras
formas de existencia. Aquí cabe una especial mención el lugar de lxs curanderxs.

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El reconocimiento de las plantas como seres inteligentes, perceptivos, autónomos


se filtra en las relaciones entre curanderxs con el mundo de las plantas. La coca
y la ayahuasca, junto a otras plantas con las que lxs curanderxs de las diferentes
comunidades se han relacionado históricamente, son sujetxs activxs de la memoria y
de la vivencia de vida/muerte dentro de estas comunidades, cosa que puede afectar,
como el caso de Bolivia demuestra, las políticas de los estados nacionales.

Nuestro interés en las plantas, e inclusive la exploración de un potencial campo


de reflexión relativo a los “derechos de las plantas” propone dejar de lado la
perspectiva instrumental de “las plantas en sí” y recurrir a las cosmologías locales en
la búsqueda de vínculos más complejos con estas formas de vida –expresión viva de
los derechos difusos de un pueblo–, que se inscriben en los valores más amplios de
una comunidad: derecho a la tierra, a la cultura, a una vida digna. La parte más rica
y valiosa de la relación entre humanxs y plantas es la evidencia que tenemos de los
atributos, características e historias de interconexión entre vidas propiciadas por la
comprensión de las relaciones intersubstanciales.

En el marco de las ontologías plurales detectadas en nuestras etnografías vemos que


la relación humanxs y plantas es intrínseca y a la vez extrínseca: en este vínculo de
carácter intersubstancial, lxs sujetxs no están escindidxs unxs de lxs otrxs. Aquí,
los derechos de las plantas aparecen siendo indisociables de una comprensión más
amplia y antigua, aquella que tiene en cuenta los contextos, las memorias y las
narrativas orales de la relación entre plantas y las otras formas de existencia. Esto
puede observarse en los casos investigados, donde la relación con las plantas no
es vista como una transacción contractual entre sujetxs cristalizadxs, sino como un
vínculo de carácter multidimensional, diverso y plural ˗ como lo es el propio lazo
entre todas las formas de existencia que rodean lo que es humanx. En las ontologías
plurales son contempladas otras dimensiones existenciales como los animales, las
fuentes de agua, las montañas y las deidades elementales.

El objetivo de este trabajo ha sido no sólo el de ampliar, sino también el de repensar


la propia construcción de la noción de plantas como sujeto de derechos, observando
los límites de un abordaje eurocentrado y dando a conocer las miradas ontológicas,
políticas y jurídicas que están emergiendo como voces antiguas en los nuevos
espacios latinoamericanos de producción de saber-poder sobre las plantas.

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Ya sea como especies, como “seres con traje verde” o como vehículos portadores
de una deidad, hemos observado que para las comunidades estudiadas las plantas
ostentan una vida social innegable. De ahí que sea necesario concebirlas como
sujetxs múltiples, enraizadxs en complejas dimensiones históricas y políticas.
Es desde esta perspectiva que un modelo jurídico relativo a las plantas debe ser
elaborado: ellas precisan ser no sólo defendidas sino también escuchadas; no sólo
protegidas sino también promovidas. Se debe respetar el derecho a su existencia
como parte de la diversidad que las rodea y en la que las comunidades humanas con
las que interactuaron históricamente están sumergidas.

En esta experiencia de estudiar comparativamente la agencia de la coca y la ayahuasca


hemos tenido la posibilidad de observar que las plantas de poder representan
elementos sustanciales en las ontologías indígenas: ellas constituyen un verdadero
sujeto político, generando los más diversos movimientos de aceptación, rechazo y
reinvención de prácticas culturales. Consideramos que las plantas a lo largo y a lo
ancho de Latinoamérica han sido y son sujetxs de la historia, y que el primer error
al aproximarnos a ellas es intentar subsumir su enorme complejidad vital al “traje
verde” de su cosificación botánica, tornándolas objetos de consumo de la ciencia, la
medicina y la industria del esparcimiento humano.

Desde una perspectiva centrada en los saberes indígenas y mestizos latinoamericanos,


es posible ver cómo se constituyen las plantas como sujetos sociales observando el
lugar que ocupan en lo ritual, lo terapéutico y lo mágico. Considerar los movimientos
vitales de las plantas como seres con agencia puede colaborar inmensamente en el
entendimiento de los hechos sociales que las involucran: entenderlas en el marco
de un proyecto abierto, que permita el desarrollo de sus potencialidades junto a la
comunidad humana y la de otrxs sujetxs.

En este abordaje de la agencia de las plantas de poder en contexto como una


herramienta de conceptualización jurídica, materializamos un punto de inflexión
entre una percepción eurocentrada, por un lado, y una centrada en los saberes
latinoamericanos, por el otro: se torna necesaria una lectura paralela entre plantas
de poder, curanderxs y comunidades en la que nosotras mismas, como antropólogas
comprometidas en el campo de los derechos contemporáneos y el reconocimiento
de los saberes ancestrales situamos nuestra propuesta. Así, proponemos el caminar
hacia la descolonización de las prácticas humanas a partir de la integración de las

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plantas en una única esfera de derechos junto con lxs sujetxs humanxs y otras formas
de existencia. Con ello, pretendemos dar nuevo aliento a la contribución teórica,
metodológica y política de una antropología enraizada y encarnada en las ontologías
plurales en nuestra Latinoamérica.

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