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Concepciones teóricas de la personalidad Modelos teóricos y definiciones

La personalidad implica el estudio sistemático de las diferencias individuales en tanto patrones de comportamiento,
emociones y pensamiento que los seres humanos poseen. Diferentes autores han dado peso a uno u otro componente,
según la tradición de investigación en la que se hayan situado. Según Pervin (2000), podemos ubicar tres tipos de abordaje
de este constructo: el clínico, el correlacional y el experimental. Describiremos a continuación, en forma sucinta, cada una
de estas tradiciones, sus metodologías y conceptualizaciones.

El abordaje clínico

Los primeros teóricos que evidenciaron la importancia de las diferencias individuales entre las personas fueron, sin lugar a
dudas, los psicólogos clínicos. Durante la primera mitad del siglo XX tuvo su auge el estudio de las grandes teorías de la
personalidad. Estos psicólogos eran partidarios de una concepción holística u organísmica y estaban preocupados por
entender los principios de funcionamiento que son comunes a todas las personas, en especial aquellos que hacen a la
singularidad propia de cada sujeto. Estas diferentes líneas teóricas consideraban que cada individuo es singular, único e
irrepetible. Los autores basaban sus afirmaciones en el estudio clínico de algunos pocos sujetos (pacientes) que estaban
realizando tratamiento psicoterapéutico. En esta línea cobraba importancia el poder comprender las causas del
funcionamiento psicológico individual. Dentro de esta tradición, personalidad era un sinónimo de psiquismo

El abordaje correlacional

Si bien los seres humanos difieren en sus comportamientos, no difieren al azar ni de modo incoherente. Los autores de
esta línea se preocuparon por identificar en las personas patrones o pautas comunes que fueran la razón de determinados
estilos de comportamiento. Estos psicólogos fueron denominados “rasguistas” porque intentaron aislar un conjunto de
rasgos o dimensiones que diferenciaban a los individuos. Se basaron en el análisis de las respuestas dadas por los sujetos a
inventarios de personalidad, que eran posteriormente analizados mediante la metodología del análisis factorial. De este
modo, se identificaba la estructura subyacente a la organización comportamental y se establecían las regularidades del
comportamiento tomando como unidad de análisis los rasgos psicológicos. Los rasgos se definen como tendencias
latentes que predisponen a los seres humanos a comportarse de determinado modo; son los responsables de las
diferencias individuales y predicen la conducta humana en diferentes situaciones.

Esta aproximación también se denominó nomotética (nomos = ley). La consideración de los rasgos psicológicos supone
consistencia y estabilidad. La consistencia se refiere a cierta regularidad de la conducta en situaciones diferentes y la
estabilidad hace alusión a la perdurabilidad temporal de las conductas de un individuo.

El abordaje experimental

Esta escuela, a diferencia de la anterior, hace hincapié en las leyes generales que rigen la conducta humana y que resultan
aplicables a todos los individuos. Si comparamos la tradición correlacional con la experimental, la primera hace foco en las
diferencias individuales, y la segunda enfatiza más los universales que rigen los comportamientos humanos. En síntesis,
para la tradición clínica (idiográfica), la personalidad es sinónimo de singularidad; para la tradición correlacional, el origen
de las diferencias individuales entre los seres humanos se debe a ciertas disposiciones básicas –los rasgos psicológicos–, y
para el enfoque experimental, importan las leyes generales (procesos básicos) que rigen los comportamientos humanos.

El problema de las unidades de análisis

El gran problema de la conceptualización de la personalidad es el tipo de unidades de análisis que debemos tomar en
cuenta para su estudio. Este fue un tema de preocupación de los teóricos de principios del siglo XX y no ha sido resuelto a
la fecha.

Principales unidades de análisis consideradas para los teóricos de la personalidad:

Rasgos y tipos psicológicos: los rasgos son una de las unidades de análisis mas estudiadas. Se trata de tendencias latentes
que predisponen a los individuos a comportarse de determinado modo, son los responsables de las diferencias
individuales entre unos y otros, y predicen la conducta humana en diferentes situaciones. Son de naturaleza inferencial, y
por lo tanto, no observables. Los principios fundamentales que distinguen a los rasgos son la consistencia y la estabilidad,
y son el presupuesto básico de que existe algo que se mantiene más allá de las diferentes situaciones y a lo largo del
tiempo.

La agrupación de varios rasgos distintos se denomina tipo. La consideración del tipo hace alusión a un perfil y es
categorial. Esta conceptualización fue tomada por Millon.

Constructos motivacionales: la motivación es el determinante que activa la conducta efectiva de los seres humanos. Las
modernas teorías cognitivas enfatizan el papel de la motivación a través del concepto de metas u objetivos. Estos pueden
definirse como representaciones internas de estados ideales a ser alcanzados. Estos resultados pueden ser resultados,
eventos o procesos. Todas las aproximaciones tienen en común el presupuesto de que la conducta del sujeto estaba
organizada alrededor del concepto de objetivo o meta. El objetivo es una representación mental (cognitiva) de un
resultado a alcanzar alrededor del cual se organizan las acciones de la persona. Asi, cada persona es caracterizadora por
un conjunto de metas personales, que integra el sistema personal de objetivos de su vida.

Cogniciones: la teoría de los estilos cognitivos de Witkin postula la existencia de importantes diferencias individuales en la
forma en que los sujetos procesan la información. A las personas que confiaban mas en sus referencias internas que a las
claves que proporciona el objeto, se los llamó independientes del campo. Estas personas eran flexibles, autónomas y
tendían a imponer su estructura personal a los problemas, comparados con los dependientes de campo. Estos últimos
dependían del ambiente. La forma de captar y procesas la información según estos modelos forma parte de la
personalidad, siendo una fuente importante de diferencias individuales.

Estilos de afrontamiento: se consignan las acciones que implementan las personas para hacer frente al estrés.

Temperamento: son los aspectos “más biológicos” de la personalidad, es decir, aquellos menos influidos por el ambiente y
por lo tanto, de naturaleza mas hereditaria. El temperamento aparece de forma muy temprana en los niños, y es la base
sobre la cual se modela la personalidad adulta. Los tres atributos temperamentales son: el nivel de actividad, sociabilidad
y emocionalidad.
Enfoques teóricos.

Existen diferentes modelos y enfoques para el estudio de la personalidad. Para el planteamiento de las diferentes teorías
de la personalidad seguiremos la sistematización propuesta por Millon. El autor propone diferenciar los enfoques
monotaxonómicos y politaxonómicos, empíricos y explicativos, respectivamente.

Los enfoques monotaxonómicos están orientados hacia el tratamiento de pocas unidades de análisis, ya sean categorías,
dimensiones o propósitos. Están limitados a áreas circunscriptas y no pretenden explicar todo el campo de la
personalidad, sino que están interesados por determinadas áreas o procesos. Los enfoques politaxonómicos, en cambio,
se dirigen hacia la búsqueda depilares teóricos que den una explicación de las entidades latentes. El intento de este
enfoque es explicar las múltiples variaciones observadas en las conductas, emociones y pensamientos de las personas
mediante un número menor de variables o principios teóricos explicativos. Estas dos líneas pueden estar orientadas hacia
la explicación teórica de los constructos o simplemente hacia la descripción y sistematización de las variables.

Enfoques empíricos Monotaxonómicos

Estas aproximaciones postulan que es posible entender la estructura de la personalidad mediante el análisis empírico de
los datos obtenidos con instrumentos de medida ya existentes y no a través de la exploración de nuevos conceptos y
teorías. Los enfoques del rasgo comentados se ubican dentro de estos modelos. Las diferencias individuales entre las
personas son explicadas por un puñado de rasgos o dimensiones psicológicas. Dentro de estos modelos tenemos las
aproximaciones de Cattel, quien fuera uno de los pioneros de la aproximación analítico-factorial para establecer las
dimensiones de la personalidad.

Enfoques empíricos politaxonómicos

Similar al Enfoque empírico Monotaxonómico, este abordaje trabaja mediante el refinamiento de instrumentos de
medida, dependiendo del isomorfismo entre realidad e instrumentos. Consiste en un refinamiento psicométrico e
instrumental. Este enfoque no toma los componentes inferenciales o no observables. El modelo más representativo de
este enfoque es la teoría de los Cinco Factores de la Personalidad (Big Five).

Enfoques teóricos Monotaxonómicos.

Son enfoques teóricos que tratan con conceptos de naturaleza inferencial (no observables). Allí se intenta utilizar pocas
unidades de análisis que den cuenta del fenómeno objeto de estudio.

Enfoques teóricos politaxonómicos

Este tipo de enfoque está basado en la construcción de un edificio taxonómico teórico que nos permite clasificar los
diferentes tipos o estilos de personalidad y sus desórdenes en una misma teoría que provea una explicación acabada del
fenómeno objeto de estudio. El poder explicativo de este sistema deriva de generar una taxonomía que reemplace la
primitiva agregación de elementos jerárquicos, organizando un esquema diagnostico real. Se avanza así hacia la
explicación de las relaciones entre los constructos y hacia la explicación de las relaciones entre los constructos y hacia la
conceptualización de las categorías empleadas en su estudio. Por lo tanto, este enfoque intenta la generación de un marco
teórico nuevo para explicar la personalidad.

Dentro de este enfoque merece destacarse el modelo de Millon (1969, 1981, 1996, 1997) que propone un continuo entre
la personalidad normal y la patológica. El autor afirma que la personalidad tiene aspectos manifiestos y latentes y se
deben tomar en cuenta ambos aspectos para la construcción de una taxonomía. Millon propone que la personalidad
puede representarse mediante dos dimensiones ortogonales (4x2) en su primer modelo y mediante tres dimensiones
(5x2) en su segundo modelo. Estas dimensiones (actividad/pasividad; fuente de refuerzo instrumental y placer/dolor) dan
lugar a tipos básicos de personalidad, también llamados prototipos o estilos. Los prototipos son teóricos y difícilmente
pueda ubicarse a una persona en un prototipo. Los estilos de personalidad son el resultado de disposiciones biológicas
que traen los sujetos, en combinación con experiencias de aprendizaje que se desarrollan en diferentes contextos
familiares y educativos. Esta teoría permite entender tanto los estilos sanos como los patológicos. Las personas no se
patologizan al azar, sino que los estilos tienen una función esencialmente adaptativa en relación con el contexto y serían el
equivalente del sistema inmunológico en el plano psicológico. Este modelo derivó en instrumentos para la evaluación de
la personalidad tanto normal como patológica.

La aproximación analítico-factorial: el modelo de los cinco factores

En el estudio con inventarios de personalidad mediante análisis factoriales se han encontrado con frecuencia que los
ítems se agrupan en cinco grandes factores o dimensiones integrantes de ese constructo a las que los investigadores
coincidieron en denominar Neuroticismo, Extroversión, Apertura, Afabilidad y Responsabilidad.

Neurotisismo: se relaciona con la inestabilidad emocional y la experiencia de malestar.

Extraversión: se refiere a aspectos tales como la asertividad y el dinamismo.

Apertura a la experiencia: se caracteriza por la presencia de valores e ideas no convencionales, amplitud de intereses
tanto relativos al ambiente exterior cuanto al mundo interno, apertura mental y vidas enriquecidas por la experiencia.

Afabilidad: son altruistas, compasivas, confiadas, francas y sensibles.

Responsabilidad: tienen la tendencia hacia el sentido del deber, el esmero, el orden.

Instrumentos de evaluación de la personalidad.

Históricamente, más allá de que la entrevista clínica sea la herramienta de introducción a las problemáticas personales,
mucho se ha escrito y discutido acerca de las limitaciones de validez y de confiabilidad implicadas en la concreción de
diagnósticos de la personalidad por medio de aquella. Todo ello se ha debatido en virtud de dificultades en cuanto a
acuerdos teóricos y metodológicos. Entre las primeras podemos ubicar, por caso, la falta de consenso que se advierte en
las definiciones de los distintos trastornos que manejan los clínicos o la influencia de sesgos culturales para decidir qué
constituye un diagnóstico de trastorno en determinado grupo cultural.

Clasificación metodológica: proyectivos vs. Psicométricos


Con el fin de morigerar estos obstáculos la Psicología ha desarrollado, de cara a complementar la información brindada
por las entrevistas, dos metodologías de evaluación de -la personalidad fundamentales, conocidas como métodos
proyectivos y métodos psicométricos. Los primeros se basan en los postulados psicoanalíticos, valiéndose del mecanismo
defensivo de la proyección que, utilizado en combinación con estímulos y consignas poco estructurados, supone una
respuesta que se asume como indicador de la dinámica de la personalidad profunda.

Las técnicas proyectivas se basan en varios supuestos (Murstein, 1961). Además de la determinación inconsciente del
comportamiento, se asume que cuanto menos estructurada resulte la tarea, menor control habrá en las respuestas por
parte del entrevistado, y por ende, menor distorsión en ellas. Por supuesto que estas aseveraciones tienen sus defensores
y detractores, discutiéndose evidencia a favor y en contra de tales postulados. El mismo debate existe en cuanto a la
validez de los indicadores, en relación a la pertinencia situacional de las interpretaciones, a su posible generalización, a
variaciones no controladas introducidas por la longitud y carácter abierto de los protocolos, así como a la discutida
univocidad interpretativa y posibles efectos de la subjetividad del evaluador en la significación otorgada a los indicadores.

Los métodos psicométricos para evaluar la personalidad, en cambio, se distinguen porque pueden basarse en diversos
modelos y no solamente en el psicoanalítico, además de ser altamente estructurados, con respuestas cerradas y
preestablecidas. Suelen también denominarse métodos objetivos, aunque más actualmente se ha preferido abandonar
esta homologación, dado que su estructuración y los estudios de validez y calidad psicométrica que implican no los
despoja de componentes subjetivos del evaluador, del evaluado y tampoco de los teóricos que formularon la descripción
de los conceptos que en cada caso se operacionalizan. Dadas estas limitaciones, se ha aceptado que no es posible trabajar
con indicadores de la personalidad objetiva del examinado, sino con autoinformes sobre su personalidad percibida. Esto
significa por un lado, que es el propio sujeto quien responde sobre cómo él mismo cree que es o se comporta
habitualmente, antes que sobre cómo realmente es o se conduce. Estos autoinfomes pueden adquirir un formato de
inventarios, cuestionarios o checklists. Clásicamente es posible localizar autores que utilizan técnicamente los términos
inventario y cuestionario como sinónimos", aunque otros los diferencian, definiendo los inventarios como listados de
afirmaciones a las que se debe responder verdadero o falso -· alternativamente sí o no- o mediante alguna escala ordinal
graduada, comúnmente una likert -de acuerdo-ni de acuerdo ni en desacuerdo-en desacuerdo, o variantes similares-
según el grado de acuerdo del examinado con tales proposiciones. El término cuestionario suele reservarse, entonces,
para aquellos instrumentos cuyos ítems consistan en preguntas que también impliquen una respuesta ce1Tada (V-F/sí-
no/de acuerdo/likert u otras variantes), Los checklists, como su nombre lo indica, comúnmente son listados de adjetivos
que, según el evaluado, definen su personalidad, su estilo o sus comportamientos habituales, preferencias, o síntomas,
entre otras posibilidades, y que también prevén una respuesta cerrada. Como puede advertirse, en virtud del carácter
estructurado de la tarea planteada, las respuestas pueden ser dicotómicas o politómicas -dos alternativas o más-, pero
nunca abiertas. Ello va en la misma dirección que la ya referida estructuración que caracteriza las escalas psicométricas. En
todos los casos es obligatoria la consecución de estudios que pongan a prueba las propiedades psicométricas de la
herramienta, tales como análisis de evidencias de validez aparente, de contenido, empírica y de constructo, así como
estudios de confiabilidad en términos de consistencia interna y de estabilidad temporal, junto con estudios sobre la
capacidad discriminativa de los reactivos (Fernández Liporace, Cayssials & Pérez (2009). A pesar de que esta categoría no
siempre se contempla en las clasificaciones metodológicas de los instrumentos de personalidad, algunos autores añaden a
la dicotomía proyectívos/psicométricos un tercer tipo de abordaje: los métodos de evaluación conductual (Cone, 1987).
Ellos se sustentan en un enfoque que pretende simplificar el problema de si un indicador dado -p.ej., una afirmación en el
autoinforme o una característica formal en el dibujo proyectivo- puede tomarse como representativo de un constructo
intangible que no tiene existencia real sino ideal, tal como es la personalidad - y todas las variables psicológicas en sentido
estricto-. De este modo, intentando evitar asumir que existen rasgos latentes subyacentes a los indicadores - atributos
estables de personalidad que se corresponden con alguna característica del dibujo o alguna afirmación que represente el
rasgo que está detrás de él-, se busca hacer foco en el comportamiento en sí, suponiendo que ese comportamiento
relevado en cada caso es una muestra del repertorio habitual de comportamientos en un sujeto dado en situaciones
similares.

Es decir, lo que una persona haga en una circunstancia determinada estará relacionado con ciertas condiciones
antecedentes, prescindiendo del supuesto de que exista un rasgo psicológico de base que lo fundamente -- si es que
puede hablarse de existencia en el caso de los entes ideales, tal es el caso de los constructos psicológicos-. El énfasis se
ubica en el comportamiento en sí mismo. Sin embargo, este abordaje ha sido objeto de una fuerte discusión y puesto que
a pesar de estos esfuerzos el concepto de rasgo pareciera, de todos modos, estar sustentando muchas medidas
conductuales, su empleo no se encuentra tan generalizado (Mischel, 1968; Zuckerman, 1979). Otra de sus dificultades
consiste en su aplicabilidad, ya que la puesta en práctica de comportamientos que involucren algo más que el uso de
papel y lápiz, la simple conversación o cualquier otra coordenada por fuera de una situación de evaluación clásica resulta
mucho más costosa y engorrosa desde el punto de vista pragmático. Imagínese por ejemplo un test situacional donde se
ubica al examinado ante una circunstancia laboral dada, recreada exactamente en tiempo y espacio para evaluar su
aptitud para el trabajo en equipo. Ello implicaría contar con condiciones edilicias, recursos humanos y temporales
equivalentes a una situación laboral real. Ello claramente implica otros costos y otra infraestructura de varios tipos, que
exceden en mucho los procesos de evaluación a los que estamos habituados (Smith & lwata, 1997).

Además de caracterizarse ·metodológicamente como proyectivos, psicométricos o conductuales, es factible efectuar


algunas otras distinciones para comprender más acabadamente la estructura, basamento y propósitos de los
instrumentos ·de evaluación de la personalidad. Así, pueden proponerse varios criterios clasificatorios adicionales, que se
desarrollarán en los próximos apartados.

Clasificación según base de diseño: clave empírica de criterio vs criterio racional

Según la manera en que los diseñadores de un instrumento hayan generado ideas para redactar los ítems que suponen
indicadores del constructo evaluado, es frecuente categorizar los inventarios como basados en un diseño racional o en
uno empírico también conocido como clave empírica de criterio (Anastasi & Urbina, 1998)- .

El diseño racional encuentra su apoyo en la literatura científica disponible, redactándose entonces el contenido de los
ítems a partir de determinadas propuestas teóricas vinculadas a cierto modelo que intente explicar la personalidad
humana, complementariamente integradas con hallazgos recientes en relación a. la puesta a prueba de tales postulados
mediante investigaciones debidamente documentadas en publicaciones de actualización científica en el área, avaladas en
metodologías precisas y actualizadas.

Un diseño de clave empírica, en cambio, hace foco en el ámbito de aplicación de la psicología y buscar generar los ítems a
partir de los vectores que los actores del fenómeno en estudio, o bien los expertos en tal fenómeno consideran relevantes
a la luz de la práctica profesional cotidiana. Así, este tipo de instrumentos recoge ideas para formular reactivos
interrogando en profundidad a potenciales evaluados (pacientes que padezcan determinado trastorno de personalidad si
se trata de psicopatologías, por ejemplo) sobre sus principales características, síntomas, hábitos, preferencias, temores,
malestares, entre otros. Alternativamente, esta información puede ser brindada por expertos (psicólogos clínicos o
investigadores que estudian la personalidad "normal" o patológica) o incluso a partir de historias clínicas o infom1es de
familiares o allegados a pacientes con determinados diagnósticos. Y es a partir de este criterio empírico que las
puntuaciones a los ítems se asignarán de acuerdo con la concordancia entre las respuestas brindadas por el sujeto según
indique el criterio empírico consensuado para la redacción de los elementos acordados.

En ambos casos los métodos de análisis psicométrico más comúnmente empleados para analizar evidencias de validez de
constructo son el análisis factorial y estudios de grupos contrastados (p.ej., de pacientes vs no-pacientes, o de
extrovertidos vs introvertidos, o de psicóticos vs neuróticos). Se sugiere a los alumnos revisar la bibliografía de la Unidad I
para repasar tales conceptos e intentar comprenderlos aplicados a las situaciones que aquí se refieren.

Clasificación según sus objetivos: screening vs. Diagnóstico

Según sus propósitos los inventarios o cuestionarios de personalidad pueden perseguir el fin de evaluar la personalidad
"normal" o patológica. Esta decisión dependerá, naturalmente del enfoque teórico empleado, centrándose en si se trata
de una descripción de estilos o de repertorios de compo1iamientos habituales en la mayoría de las situaciones cotidianas
(este enfoque no hace hincapié en aspectos patológicos sino en descripción del funcionamiento habitual), o de si se busca
distinguir la presencia e importancia de cierta configuración sintomática o disfuncionaL No obstante ello, la clasificación
más extendida suele circunscribirse a !os instrumentos que evalúan psicopatología, que se dividen en escalas de
diagnóstico vs. Escalas de screening --también llamados de cribado, rastrillaje o despistaje- (Pedreira Massa & Sánchez
Gimeno, 1992).

Las herramientas de diagnóstico apuntan a la identificación y descripción de un cuadro clínico en su fase aguda o en
cuanto a su cronicidad, mediante la identificación de síntomas con significación clínica, esto es que su frecuencia de
aparición o bien su intensidad impliquen en el sujeto o en su alrededor algún grado de malestar apreciable, o importen
algún tipo o grado de invalidación considerable en el desarrollo de sus actividades habituales. Las puntuaciones aportadas
por las diferentes subescalas deberán interpretarse en el sentido de arribar a dirimir la presencia-ausencia del trastorno, o
bien a un diagnóstico diferencial sobre el tipo de desorden presente, por supuesto en el marco gestáltico de la
información brindada por el instrumento junto con la entrevista y el resto de la batería diagnóstica.

Los instrumentos de screening, en cambio, se dirigen a la detección de indicadores de riesgo psicopatológico, como por
ejemplo, sintomatología leve o moderada, que no implique ningún grado de invalidación del sujeto en su vida cotidiana:
como una fobia a los espacios cerrados en una persona que vive y trabaja en el campo, siempre en espacios abiertos-, o
sintomatología significativa aún no detectada por otros medios. Fuera del ámbito psicológico, es muy frecuente que los
servicios de salud pública o privada organicen screenings con propósitos similares, como la semana de los lunares, la de
los exámenes ginecológicos, semana de la diabetes, entre otros. En todos esos casos se utilizan tests de cribado para la
detección de riesgo o posible trastorno aún sin diagnóstico. Obtener una evaluación de riesgo en esta instancia no
necesariamente implica que el sujeto padezca o tenga la patología. Si una persona concurre a examinarse sus lunares y el
dermatólogo detecta uno o dos que considera riesgosos, ello no significa que esa persona presente una patología
cancerosa -p.ej., un melanoma-. Significa que hay un motivo de riesgo para evaluar. Cuando los lunares se extraen y la
biopsia brinda el resultado positivo o negativo se está en presencia de una evaluación diagnóstica, pero la fase de examen
ocular que hace el dem1atólogo para detem1inar qué lunares deben biopsiarse - si es necesario-, es la de screening. Un
screening positivo no necesariamente sugiere un diagnóstico positivo. Eso se dirime en la siguiente fase, de diagnóstico.

Instrumentos de evaluación de la personalidad "normal" y patológica

En consonancia con lo detallado en los apartados anteriores sobre los modelos vigentes en cuanto a la personalidad
normal y patológica, resulta sencillo inferir que actualmente existen varios instrumentos en el mercado local que
representan las diferentes posturas teóricas mencionadas. Para la evaluación de la personalidad normal en términos de
estilos se destaca el Millon Inventory of Personality Styles (Millon, 1997), que operacionaliza el constructo en términos en
24 dimensiones que se agrupan en pares psicométricos complementarios, distribuidos en tres grandes áreas definidas
como Metas Motivacionales, Modos Cognitivos y Conductas Interpersonales. Estos vectores permiten caracterizar la
personalidad en términos no psicopatológicos según la manera en que cada individuo persigue metas eludiendo el
displacer y la frustración, cómo interactúa con su entorno en cuanto a toma de decisiones, construcción de conocimientos
y. creencias, elaboración de juicios y conclusiones, y cómo establece relación con otras personas en términos simétricos o
asimétricos (pares, pareja, figuras de autoridad, subalternos, etc.). Puesto que se trata de una herramienta de diagnóstico
porque si bien no pretende evaluar patologías sí busca una descripción exhaustiva del estilo predominante, incorpora
escalas de validez (impresión positiva, impresión negativa y consistencia) en pos de contemplar posibles sesgos o
peculiaridades en las respuestas. Trabaja con puntuaciones de prevalencia y es ampliamente usado en el ámbito laboral,
ya que está diseñado para población adulta y hace foco en los prototipos de funcionamiento habitual. Por su parte, el NEO
PI-R (Costa & McCrae, 1992), adaptado al español por Cordero, Pamos & Seisdedos (1999) se basa en el modelo de los
Cinco Grandes Factores de la personalidad antes detallados - Neuroticismo, Extroversión, Apertura, Afabilidad,
Responsabilidad - siendo factible descomponer cada uno en seis facetas, que resultan en 35 puntuaciones para interpretar
los resultados con mayor precisión. La adaptación disponible, de 240 elementos, cuenta con análisis de calidad técnica y
un baremo español obtenido a partir de 12000 casos, pero esta versión no sido adaptada en el país.

En el grupo de las escalas de diagnóstico psicopatológico más difundidas en nuestro medio podemos citar el MMPI-2-R-F
(Ben-Porath & Tellegen, 2009) y el PAI (Morey, 199 l /2007), adaptado al español por Ortiz-Tallo, Santamaría, Cardenal y
Sanchez (2011), de reciente publicación en nuestro medio. El MMPI-2-RF basa su tradición en los conocidos MMPI y
MMPI-2 (Hathaway & McKinley, 1942, 1999), de extendido uso en nuestro país pero actualmente ya superados por la
versión RF y por otras escalas que cuentan con revisiones más actualizadas. El MMPT-2-RF, surgido como instancia
superadora de las limitaciones del MMPI-2, consiste en un conjunto menor de elementos que sus antecesores, 338 en
total, compuesto por escalas sustantivas estructuradas en tres niveles que implican visiones más globales o más
particulares o específicas. Sus tres escalas de segundo orden circunscriben grandes áreas problemáticas, en tanto que las
nueve escalas clínicas re-estructuradas describen las esferas que suelen mostrarse más afectadas en las consultas de una
gran mayoría de pacientes. Por otro lado, las escalas de problemas específicos, que brindan información sumamente fina y
desagregada del caso, se dividen en escalas somáticas/cognitivas y de internalización. Se agregan dos escalas de intereses
y cinco de personalidad psicopatológica. Finalmente sus nueve escalas de validez pretenden constituirse en un punto
fuerte de la herramienta, siendo capaces de detectar ausencia· de respuesta al contenido, exageración y minimización. Si
bien sus virtudes son reconocidas, no se dispone aún de una versión adaptada a la Argentina. EL PAI contabiliza una
versión recientemente adaptada a nuestro medio, con un baremo de 1000 casos adultos recogido por la Cátedra en
colaboración con estudiantes de la cohorte 2012. Los análisis de calidad psicométrica se encuentran en proceso, de modo
que será posible en el corto lapso emplearlo para el diagnóstico psicopatológico en población adulta local. Consta de
cuatro escalas de validez, once clínicas, cinco de consideraciones para el tratamiento y dos de relaciones interpersonales.
Ello significa que a la par del diagnóstico brinda la posibilidad de diseñar intervenciones terapéuticas personalizadas e
informadas. Su uso es admisible en situaciones clínicas, forenses y laborales, además de ser aplicable en determinadas
circunstancias educativas que requieran una comprensión psicopatológica de la problemática en análisis. Su interpretación
resulta muy sencilla y su aplicación, breve (344 ítems), Existe una versión adolescente que está siendo adaptada también a
nuestro medio para su empleo en el ámbito de aplicación en un futuro próximo.

Por el lado del screening, el SCL-R-90 (Derogatis, 1977, 1983, 1994) se conoce como una alternativa tradicional con 90
ítems, 9 escalas, ítems adicionales e índices globales. Más actualmente el LSB-50 (Rivera & Abuin, 2012) añade brevedad,
simplicidad y actualización con sólo 50 reactivos y una interpretación sumamente sencilla, Su aplicación tarda entre 5 y l O
minutos e identifica síntomas psicológicos y psicosomáticos con propósitos de rastrillaje de riesgo. Sus baremos locales y
estudios de calidad psicométrica en esta población están siendo elaborados por la Cátedra en colaboración por alumnos
de la cohorte 2013. Su uso puede extenderse a adultos y adolescentes. Distingue síntomas de primer rango, que resultan
más discriminativos desde el punto de vista crítico, generando un índice de riesgo psicopatológico y tres índices generales.
Cuenta con nueve escalas clínicas y, a pesar de apuntar al rastrillaje de riesgo, añade dos escalas de validez - minimización
y magnificación- que aportan una primera impresión sobre el estilo de respuesta del examinado.

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