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Del proceso de la tradicion oral a los

evangelios canonicos
Escribiendo probablemente sobre los años 57 a 59, Lucas empieza su Evangelio
destinado, como veremos, a Teófilo y a un círculo de gentiles cultos, con palabras
que echan bastante luz sobre los comienzos de las narraciones evangélicas escritas:
«Habiendo emprendido muchos la coordinación de un relato de los hechos que
entre nosotros se han cumplido —se trata del ministerio del Señor— tal como nos
los transmitieron aquellos que desde el principio fueron testigos oculares de ellos y
ministros de la Palabra; hame parecido conveniente también a mí, después de
haberlo averiguado todo con exactitud, desde su principio, escribirte una narración
ordenada, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la certeza de las cosas
en las cuales has sido instruido» (Lc. 1:1-4). Aprendemos que por la época en que
Lucas empezó a redactar los resultados de sus investigaciones había muchas
narraciones que recogían las enseñanzas de los apóstoles que se explicaron al
principio por el método catequístico que hemos notado. A la sazón, ninguna de
aquellas narraciones había adquirido autoridad de «escrito inspirado», aprobado
por los apóstoles como el complemento de su misión de «recordar» y transmitir la
verdad sobre la persona y la obra del Maestro, pero se acercaba el momento de la
selección, por la providencia de Dios y bajo la vigilancia de los apóstoles, de cuatro
escritos que habían de transmitir a través de los siglos el retrato espiritual de Cristo
y el detalle necesario de su obra.

Según los datos que constan en la breve introducción al Evangelio de Marcos que se
hallará en la segunda sección, veremos que hay razones para creer que Juan Marcos
recogió en el Evangelio que lleva su nombre las enseñanzas del apóstol Pedro.
Constituye, pues, un ejemplo claro de cómo la enseñanza de un apóstol se cuaja en
forma literaria por la ayuda de un discípulo y amanuense. Mateo y Juan redactan
principalmente la sustancia de sus propios recuerdos, avivados éstos por el Espíritu
Santo. Ya hemos visto que Lucas, no siendo testigo ocular de los hechos, se dedicó a
una concienzuda labor de investigación, interrogando a testigos, y examinando
escritos anteriores, llegando por estos medios a la cima de su hermosa obra; el
auxilio del Espíritu Santo no sería menos necesario por tratarse de una labor de
paciente investigación. Sus estrechas relaciones con Pablo prestarían autoridad
apostólica a sus escritos (Lucas y Los Hechos).

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