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La deshidratación es una seria y costosa condición médica que puede ser fácilmente
prevenida. Se trata de uno de los 10 diagnósticos más frecuentes que provocan la
hospitalización de los mayores de 65 años. Dependiendo del tipo de deshidratación
y del tratamiento, se ha podido constatar que la mortalidad asociada a trastornos
del balance hídrico en las personas mayores puede llegar al 40-70% si permanece
sin tratar.
Una de las consecuencias de la deshidratación es la hipernatremia, producida por
una ingesta insuficiente de agua, aunque ciertas condiciones fisiológicas pueden
aumentarla, como las existentes en las personas mayores frágiles. La hipernatremia
en las personas mayores no presenta unos síntomas y signos claros.
Disminución de la capacidad renal de concentración de la orina, la actividad de la
renina y la secreción de aldosterona, y la resistencia relativa del riñón a la
vasopresina.
las personas mayores son más vulnerables a la deshidratación atendiendo sobre
todo al deterioro del mecanismo de la sed, especialmente si concurren condiciones
como ambiente caluroso y húmedo, diarrea, vómitos, fiebre, etc. Otros factores
notables incluyen deterioros físicos y neurológicos como consecuencia de un
infarto, que es la principal causa de incapacidad de las personas mayores y que
suele forzarlas a ingresar en una residencia. El deterioro neurológico altera la
función del hipotálamo y la glándula pituitaria, lo cual afecta negativamente a la
sensación de la sed y la regulación de los fluidos. Pacientes con otro tipo de
deterioros neurológicos como demencia o depresión, presentan más riesgo de
deshidratación, dado que son incapaces de buscar agua.