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Gino Germani - Democracia y Autoritarismo

Democracia y autoritarismo en la sociedad moderna

Introducción

En este ensayo se consideran algunos de los problemas que debe enfrentar la


democracia en las sociedades modernas. Es posible que los países en desarrollo
tengan mejor oportunidad de hallar soluciones originales a las graves contradicciones
que encierra la sociedad industrial. La sociedad moderna, que ha ofrecido el marco
necesario para desarrollar las formas democráticas hasta sus últimas consecuencias
lógicas, encierra también, ciertas tensiones que llevan a la supresión de la democracia
misma, a menos que se puedan intentar nuevos caminos, que por ahora son utópicos.

Modernización, desarrollo y regímenes políticos

El desarrollo económico y social y la modernización han sido relacionados con la


democracia y la extensión de los derechos políticos. Cierto grado de modernización
representa una condición básica de la democracia y el pluralismo. La supervivencia
del mercado como mecanismo económico autorregulado es un elemento esencial
para el funcionamiento de la democracia. Otras características de la sociedad
moderna tienden a poner en peligro a la democracia: la creciente democratización que
conduce a la masificación, el pluralismo que conduce a la destrucción de todos los
sistemas de valores, la ruptura del consenso y la desintegración del orden social
podría resultar en el fracaso de la democracia y conducir al totalitarismo.

Otra manera de relacionar negativamente democracia y modernización es la de


considerar al autoritarismo como uno de los caminos para promover la transformación.
Por fin, muchos eruditos negaron la hipótesis del autoritarismo moderno como modo
intencionado de acelerar la modernización ya que, en los regímenes de derecha, la
solución autoritaria fue considerada como una tentativa deliberada de rechazar la
modernización. Hay que distinguir varios aspectos en el proceso de desarrollo y
modernización:

-Secularización e integración en la sociedad moderna

Si bien la democracia moderna halla su base teórica y práctica en la modernización y


el desarrollo económico, encierra contradicciones que pueden en algunos casos
impedir el surgimiento de regímenes democráticos.

La sociedad moderna tiende a eliminar completamente todo carácter “sagrado”.


Existen ciertos grados de secularización que son bastante comunes en todas las
civilizaciones. Un rasgo común en la “secularización” de las grandes civilizaciones es
el hecho de que permanece limitada a miembros de la elite. Las innovaciones tienden
a evitar la ruptura completa con el pasado tradicional e intentan parecer una
continuación de creencias institucionalizadas. Siempre hay un núcleo central de
valores y normas que permanece en teoría y en práctica más allá de las dudas y
negociaciones.

La noción de secularización que utilizamos abarca tres rasgos principales. La acción


electiva, la legitimación de cambio y la creciente especialización de roles. La acción
electiva se distingue de la acción prescriptiva ya que la primera presenta criterios de
elección u opción y no modelos de conducta atribuidos de modo rígido a cada
situación. Los criterios de elección pueden ser racionales o emocionales. Los
principios sintetizados aquí podrían crear propensiones para soluciones autoritarias
bajo ciertas condiciones.

Las características de la secularización son el resultado de la confluencia en cierto


punto en tiempo y espacio, de una serie de procesos distinguibles y a veces concreta
o históricamente identificables. La transición desde la llamada comunidad primitiva a
la llamada civilización supone la existencia de componentes que tienen mucha
relación con el tipo de secularización que puede ocurrir en el curso del proceso
evolutivo. El primero es la forma de disolución de la propiedad comunitaria. Se
entiende que el hombre “se individualiza solamente a través del proceso histórico y
originalmente aparece como un ser genérico”. El segundo componente es la
individualización. Con este termino se entiende la emergencia de la subjetividad de la
conciencia del “si mismo” y del “yo” como sujeto diferenciado de la naturaleza. En el
proceso de individuación la realidad “externa” es vista como algo conocible y
manipulable a través del conocimiento racional instrumental. Esto es opuesto al
“conocer” basado en la intuición y en otras formas más consideradas como religiosas
e irracionales. Esta individuación llegó al punto de las teorías contractualistas, en
virtud de un contrato o pacto social entre individuos autónomos, un acuerdo sobre los
principios fundamentales capaz de asegurar la convivencia. En la sociedad moderna
la elección individual y deliberada es elevada a valor central y máxima.

El rasgo más relevante de este análisis es que el componente prescriptivo de la


acción electiva puede convertirse en objeto de elección, puede ser cambiado. El
marco normativo proporciona los criterios según los cuales es preciso realizar las
elecciones. Cuando el marco normativo mismo llega a ser un objeto de deliberación y
elección, es ese núcleo común que se pone en duda directa o indirectamente. Este
proceso implica el tercer rasgo que define la secularización, la creciente diferenciación
de instituciones. La especialización aumenta el problema de la integración del sistema
social global.

Se podría sugerir para el desarrollo de la modernidad que la secularización se limitase


a algunas áreas del comportamiento, como el conocimiento científico y la economía,
mientras que la política podría mantenerse dentro de la forma prescriptiva de
integración. Sin embargo, la forma moderna de la secularización, por su propia
naturaleza, tiende a extenderse a toda la sociedad. Por otro lado, ninguna sociedad
puede prescindir de cierto núcleo central “prescriptivo” para asegurar la base
suficiente para la integración: un núcleo de valores y normas en que se arraigan los
criterios para las elecciones y que regulan el cambio sin rupturas catastróficas.
La sociedad moderna está caracterizada por una tensión intrínseca a su forma
particular de integración. Esta tensión es consecuencia de la contradicción entre el
carácter expansivo de la secularización y la necesidad de mantener un control
universalmente aceptado. En las sociedades, al desaparecer los principios religiosos,
la nación, los valores y símbolos correspondientes llegaron a constituir un
componente esencial del núcleo prescriptivo inmodificable. Es pertinente notar que la
“nación” es algo que no tiene que ver con elección individual. Un fenómeno
característico de la hora actual es el resurgimiento de grupos étnicos
prerrenacentistas, un nuevo regionalismo que puede ser otro síntoma de la búsqueda
de raíces.

-El totalitarismo como forma típica del autoritarismo moderno

La idea de secularización nos permite distinguir entre el autoritarismo tradicional y el


moderno. El autoritarismo esta implícito en la cultura y no es mirado como tal por los
sujetos, para quienes los modelos de comportamiento que siguen sus acciones queda
más allá de cualquier duda o discusión posible. Este tipo de autoritarismo fundado en
normas y valores socioculturales internalizados “espontáneamente” dentro de un
marco prescriptivo es el que denominamos tradicional. Donde la acción electiva
predomina, y el criterio de actuar según su propia determinación individual es válido,
cualquier acción que tienda a obstaculizar la voluntad individual es vivida como una
imposición y se considerara como una expresión de autoritarismo. En la situación
prescriptiva, el control social tiene lugar “naturalmente” por medio de modelos de
conducta internalizados. En la situación electiva el control interno se limita a los
criterios de opción. Lo que antes ocurría “naturalmente” llega a ser dejado en el
pasado. En esta situación se puede hablar de autoritarismo moderno, cuya forma
“pura” es el totalitarismo.

En los países con un amplio sector de la población en situación escasamente


secularizada, la crisis de la democracia toma a menudo forma de autoritarismo
tradicional. Lo que es necesario en el autoritarismo moderno es el hecho de que el fin
de la socialización planeada sea la transformación de toda la población en
participantes activos e ideológicamente militantes. En la sociedad moderna, la
secularización y la acción electiva tienen una fuerte tendencia a extenderse en la
política. El proceso de creciente individualización tiene una tendencia a extenderse a
todas las áreas de conducta. La historia de la extensión progresiva de los derechos
contribuyó al aumento de la participación política. El individuo en la sociedad moderna
tiene que tener opiniones basadas en decisiones propias y racionales, mientras que el
“súbdito” de la sociedad moderna tiene creencias, basadas en la “fe”.

Aquí hallamos uno de los aspectos más paradójicos del sistema totalitario. El
autoritarismo moderno en su forma “pura” no tiende a reducir a los individuos a
sujetos pasivos, sino la politización según cierta ideología específica. Hay una
elección pero está abiertamente manipulada. En algunos países, la forma política
debía ser totalitaria en algunos casos, y eso necesitó la adoctrinación de las clases
populares y su activación según una ideología diferente. Se puede hablar de
“fascismo”, en sentido estricto de la palabra, cualquier a sea la forma política en que la
desmovilización de las clases populares resulta ser el mejor medio de lograr los fines
básicos. En el caso del comunismo se movilizó a las grandes masas populares, pero
las elites que las dirigieron utilizaron prácticas opuestas a las del fascismo.

-Las consecuencias de la secularización en las instituciones, las actitudes, la


conducta, el control social y la estabilidad del orden social

Hay ciertos límites en las teorías fundadas en la sociedad de masa. Cuando las
hipótesis están acompañadas por una negación total del papel de las clases, su valor
explicativo queda considerablemente disminuido.

A menudo el efecto de la sociedad de masa no es considerada directamente


relacionada con las tensiones estructurales creadas por la dinámica de la
secularización moderna. El carácter de esos conflictos se halla determinado por las
tensiones inmediatas a las cuales está expuesto el orden social y político actual, y por
las situaciones sociales y culturales específicas de cada nación. Esto se debería
explicar en términos de los caracteres peculiares del país y de las condiciones
internas y externas bajo las cuales se dieron las primeras etapas de la transición. El
conflicto de clase constituye tan solo uno de los muchos conflictos al cual una
sociedad moderna se expone a causa de la peculiaridad de su forma de integración y
de sus necesidades estructurales mutuamente contradictorias. La democratización
fundamental se relaciona a una alta individuación y a la electividad de acción, es decir
los dos aspectos centrales de la secularización moderna. La extensión de los
derechos individuales y la erosión de principios aptos para proporcionar criterios
aceptados universalmente y capaces de armonizar las demandas de individuos
extremadamente diferenciados. Esta enorme variedad de actores sociales tan
heterogéneos en sus fines pone a severa prueba los órganos que pueden mediar en
términos de intereses globales de la sociedad, especialmente el Estado.

Cada contexto social y cultural y las condiciones históricas existentes originan sus
propias particulares versiones. Todavía se puede sugerir una proposición general que
abarca luchas de clase como categoría especial. Estas son las luchas originadas por
la marginalización, que puede resultar de dos categorías de causas. Como
consecuencia de la deprivación de ciertos derechos anteriormente reconocidos o
como consecuencia del hecho de que los individuos se dan cuenta de que ciertos
roles y status que les han sido negados. Ambos derivan de la lógica de la acción
electiva y de la extensión de derechos. Cuando estas demandas adquieren gran
intensidad dentro de un corto período de tiempo tienden a originar formas de rápida
movilización social y política, y ponen una fuerte presión en el orden social ya
existente y pueden producirse conflictos explosivos y un régimen totalitario tenderá a
aparecer.

Hay ciertas condiciones generales que podrían abarcar tanto a regímenes nacional
populistas como a substitutos funcionales del fascismo. Sociedades modernas en
diferentes estados de modernización y desarrollo. Ciertas debilidades en la estructura
social y cultural. Un número grande de habitantes no incorporados en la sociedad
nacional. Cuando un largo período de movilidad ascendente se ve bloqueado. La no
existencia o ineficiencia de mecanismos para resolución de conflictos.
Los fines de los regímenes autoritarios pueden ser muy distintos. Entre la variedad de
formas que puede tomar, se pueden dar soluciones populista-nacionales, que pueden
mantener elementos de tipo democrático. La naturaleza de las crisis es lo que
determina en forma preponderante el carácter de los fines básicos.

Un ejemplo es el de la época en que las clases medias se vieron desplazadas por el


creciente poder organizado del proletariado urbano y la necesidad de las clases
proletarias de defender sus posiciones. Esto originó el fascismo clásico. El problema
del desplazamiento fue resuelto por medio de lo que he denominado movilidad social
autosostenida. La polémica alrededor de la llamada “nueva clase obrera” y su
“aburguesamiento” giraba precisamente alrededor de este fenómeno de movilidad
social autosostenida, típica del neocapitalismo. Los mecanismos de resolución de
conflictos sindicales parecieron entrar en la normalidad. Esta fue la época en que fue
posible hablar del “fin de las ideologías” pues los conflictos ya no parecían poner en
peligro el orden social. Pero el fin del neocapitalismo ha puesto de nuevo en marcha
el proceso de marginalización de sectores hasta ahora incorporados en el sistema. En
países del Tercer Mundo se frena la incorporación del sector de la población que
permanece al margen y ha puesto término a la posibilidad de ascenso real. Como hay
una proporción de los todavía incorporados que probablemente va a ser expulsada del
sistema, se crean los ingredientes para explosiones catastróficas.

-Planificación y democracia

La sociedad moderna es esencialmente una sociedad planificada. La planificación es


inherente al principio esencial de la electividad. A medida que las fuerzas productivas
amplían el espacio necesario para desenvolverse, el área de la planificación debe
extenderse. La posibilidad de ajustes espontáneos disminuye y la planificación se
extiende a muchas otras esferas más allá de lo económico. La planificación
económica requiere la planificación social y ésta a su vez la planificación a nivel
psicológico. Hay dos aspectos centrales del problema: conciliar las elecciones
autónomas de los individuos y de los grupos dentro de la sociedad con las decisiones
de los planificadores y conservar para la ciudadanía el poder de control sobre los
planificadores mismos.

La extrema especialización del conocimiento hace imposible que el hombre común


pueda comprender el significado de las propuestas de los planificadores. Se debe,
necesariamente, confiar en los tecnócratas, quedando expuestos al engaño.
Situaciones de esta naturaleza despojan al ciudadano de sus poderes y constituyen
uno de los elementos de la concentración del poder.

Hay otro dos factores que deben recordarse. Los medios de comunicación de masa,
sobre cuya efectividad para la manipulación de la gente no hace falta hablar. La
ciencia está creando instrumentos de control del comportamiento que, quienes
detentan el poder, pueden utilizar para la creación del consenso.

Otro factor se relaciona con el problema de la preservación y el mejoramiento del


orden democrático. La planificación requiere un área cada vez más amplia de
aplicación tanto en sentido geográfico (a nivel planetario) como en la extensión
temporal (debe abarcar no ya años, sino décadas). Dentro de la actual distribución del
poder a nivel internacional, unos pocos países deciden para la enorme mayoría de los
hombres y las mujeres, para los que viven actualmente y para las generaciones
futuras. En una sociedad caracterizada por una alta individualización, y con una
ideología individualista predominante, es difícil ver que tipo de racionalidad de largo
alcance temporal sería la más adecuada.

-Interdependencia a nivel internacional y democracia

Con la sociedad moderna se inicia realmente la historia universal, es decir en escala


planetaria. Desde los problemas ecológicos, a los concernientes al sistema monetario
y el uso de las materias primas, todo esto y mucho más depende de la existencia de
una planificación internacional real y efectiva. Tal planificación no existe, ni podrá
existir mientras subsistan los estados nacionales u otras unidades supuestamente
“soberanas”. El “Estado mundial”, utópico desde el punto de vista histórico y político,
resulta inimaginable en términos operativos desde la perspectiva de su complejidad
organizacional.

La única experiencia del pasado que puede considerarse válida es el hecho de que
ninguna unificación de grandes regiones, o incluso de espacios limitados, se llevó a
cabo pacíficamente. Además, las ideologías del antiimperialismo han tenido el efecto
de reforzar un nacionalismo furioso en los países llamados “dependientes”. Estas han
contribuido poderosamente a dar apariencia democrática y progresista a toda clase de
movimientos socialistas o comunistas-nacionales, todos los cuales resultaron estar
entre los peores enemigos de la democracia y la libertad.

Volvamos a los interrogantes concernientes a la posibilidad de establecer, o en su


caso mantener, formas de efectiva democracia en el plano interno de cada estado
nacional y a nivel internacional. En la actualidad, la distinción entre política interior y
política internacional se ha vuelto obsoleta. Además, cualquier estado que por azar se
encuentre en condiciones de controlar ciertas materias primas puede incidir de
manera significativa en la vida interna de otros estados y originar procesos políticos
totalmente contrarios a la voluntad democráticamente expresada de sus ciudadanos.
Dentro de la lógica democrática, todo recurso de interés común para la población del
planeta debería ser controlado por autoridades sobre nacionales.

En el presente estado del “sistema internacional”, la situación de estrecha


interdependencia y la internacionalización de la política interior tienden a favorecer las
soluciones autoritarias, más que las democráticas. La razón es el alto grado de
inseguridad generada por el carácter errático e irracional de los procesos
internacionales. Las ideologías nacionalistas hallan en la amenaza exterior y en la
inseguridad su mayor refuerzo, y los nacionalismos tienden a ser autoritarios.

El tema de las propensiones antidemocráticas de los nacionalismos nos lleva a una


última consideración. La nación representa aún ahora el núcleo prescriptivo que hace
posible el funcionamiento de la sociedad. El pluralismo y el principio de la elección
individual deliberada cede frente a los imperativos de la “solidaridad nacional” con
consecuencias necesariamente autoritarias o totalitarias. Precisamente en el
momento en que las necesidades estructurales han hecho obsoleta la organización en
estados nacionales, las ideologías nacionalistas se intensifican creando nuevos
obstáculos a la creación de una comunidad internacional.

-Vulnerabilidad física y social de la sociedad moderna

La vulnerabilidad de la sociedad moderna depende de varios factores. Recordemos el


alto grado de interdependencia de todos los componentes de la estructura social. En
segundo lugar, el hecho de que en el funcionamiento de muchos aspectos de la vida
social debe intervenir un gran número de personas. A estos dos factores se los podría
denominar de orden estructural y se le agregan otros, los de orden cultural y
psicosocial. El tipo de integración y las características que la sociabilización adquiere
dentro de ese tipo de integración, conducen a la continua formación de grupos e
individuos que puede actuar en forma distinta de lo esperado. Ofrece la posibilidad a
individuos y grupos que desde el punto de vista de los valores y normas dominantes
podrían considerarse “desviados”, de realizar acciones violentas contra puntos
específicamente neurálgicos de la sociedad. Aquí el término “desviado” ofrece
dificultades insolubles en una sociedad que se basa sobre un sistema de normas y
valores en continuo cambio. Los más sangrientos actos de terrorismo pueden ser
justificados como un acto revolucionario en nombre de principios que no son sino la
aplicación en sus más extremas consecuencias lógicas, de ideales de libertad y de
igualdad. Las amenazas internas inducen la adopción de medidas restrictivas de la
libertad y los derechos individuales. La enorme mayoría de las personas de las
naciones con regímenes democráticos no parece tener propensiones para el
autoritarismo, pero frente al terrorismo y la amenaza que ellos significa para su vida
diaria, difícilmente podrán resistir la tentación de las promesas de gobiernos “fuertes”
y altamente represivos.

-Concentración y fragmentación del poder. Consecuencias para la democracia

En los Estados Unidos, algunos sostenían que en la sociedad capitalista avanzada el


poder tendía a concentrarse cada vez más. Otros, en cambio, opinaban que el poder
tendía a democratizarse. Ambos procesos existen. Ahora bien están las
peculiaridades estructurales de la sociedad industrial que originan estas dos
contradictorias tendencias: fragmentación del poder por un lado, concentración
máxima por el otro, constituyen en ambos casos una seria amenaza para la
democracia. Esta fragmentación fue observada en sus efectos destructivos de la
democracia en varios países. La participación de las decisiones de tantos grupos
determina en todos los países situaciones a veces insolubles que llevan a la parálisis
del poder. El veto reciproco produce la postergación indefinida de problemas que
reclaman soluciones urgentes. La incapacidad de tomar decisiones ha llevado de
manera directa a soluciones dictatoriales. El factor central es la dificultad de construir
las bases del consenso social.

Conclusiones

Desafortunadamente el análisis desarrollado en los apartados anteriores no sugiere


conclusiones optimistas, ni sobre el destino de la democracia, ni sobre el de la
sociedad moderna y del género humano en general. Parece sin embargo razonable
suponer que las potencialidades humanas son mucho mayores de lo que ha realizado
la cultura occidental y moderna. Lo que debe enfrentarse ahora no son las
limitaciones de la naturaleza humana en general, sino la del hombre tal como se ha
realizado históricamente.

ENFOQUES ALTERNATIVOS PARA EL ESTUDIO DEL


AUTORITARISMO EN AMERICA LATINA

Las teorías y el concepto mismo de desarrollo político nace en EE.UU. en un intento de


explicar y guiar el cambio político en los países subdesarrollados dentro del contexto de la
guerra fría, sus orígenes intelectuales se remontan mucho mas atrás. La aproximación de
los teóricos de la modernización al estudio del cambio social en estas sociedades estaba
profundamente imbuida de las concepciones desarrollistas occidentales que cobraron
auge a partir del siglo pasado, que tendían a hacer la analogía entre el cambio social y el
crecimiento biológico de los organismos individuales, y que prevalecieron en vertientes
muy distintas de las ciencias sociales contemporáneas
La modernización es concebida como un proceso multifacético que afecta a toda la
sociedad, en el campo político, ella supone una tendencia hacia la secularización, hacia la
diferenciación de estructuras y roles políticos y hacia la pluralización de las instituciones y
actores. La mayoría de los autores está de acuerdo en que se trata de un proceso
complejo y multidimensional, de carácter sistémico con respecto al resto de la sociedad,
global, divisible en etapas o secuencias, progresivo, y que tiende a un cierto grado de
homogeneización a nivel mundial que no es necesariamente equivalente a una fusión o
integración total. Sin embargo, hay discrepancias en torno a las características del
proceso, a la posibilidad de que sea repetible y recurrente. Tanto estas discrepancias
como la analogía que se ve con respecto al concepto de desarrollo económico llevan a un
autor como Huntington a postular la sustitución del concepto de desarrollo político por el
de cambio político, que aparece como menos teleológico y cargado de valores.
Los enfoques pertenecientes a esta escuela interpretativa del desarrollo o cambio
político puede agruparse en dos grandes vertientes: la primera, tiene especial fuerza en la
década de los 50, etnocentrica y con un inocultable optimismo; la segunda, recoge
experiencia de los años 60 y comienzos de los 70, con un carácter revisionista y un tono
pesimista.
La corriente optimista postula que el desarrollo económico, concebio como un
proceso universal y unilineal, traerá consigo el desarrollo de las instituciones políticas, el
pluralismo, la estabilidad y la desideologización de la política. El crecimiento económico
promoverá la diversificación y racionalización de las actividades políticas, fortaleciendo la
burocracia y los partidos políticos. Seymour Lipset (sociólogo norteamericano) sostiene
que el crecimiento económico autosostenido conducirá a los países subdesarrollados a la
estabilización democrática y a la atenuación de los extremismos ideológicos, proceso en el
cual las clases medias modernizadas e instruidas desempeñaran un papel protagónico.
Aun cuando es difícil encontrar en la actualidad enfoques tan optimistas en cuanto a la
relación entre modernización y desarrollo político, no cabe duda que esta visión se
encuentra muy arraigada en algunos medios políticos y en la misma opinión publica de los
norteamericanos y también latinoamericana. El autoritarismo es visto como un fenómeno
propio de la transición hacia la modernidad, o bien como una anomalía casi patológica en
un patrón de desarrollo democrático que tarde o temprano terminara por imponerse.
La evolución política de la mayoría de los países subdesarrollados durante la década del 60
pone en tela de juicio los postulados de la visión optimista, la que prontamente es
desplazada por una corriente pesimista en materia de desarrollo político. Según este
nuevo enfoque, el autoritarismo es engendrado por el mismo proceso de modernización.
La visión pesimista del desarrollo político estima que no es probable que se repita
en el Tercer Mundo el proceso gradual y progresivo mediante el cual las sociedades
europeas y norteamericana se transformaron en modernas democracias pluralistas. Entre
las razones que se invocan para explicar este relativismo de los procesos de desarrollo o
cambio político se señalan los diferentes estadios iniciales en que se encuentran los
países, las distintas épocas en que se desencadenan los fenómenos de modernización, las
secuencias en que estos se dividen, los ritmos y tasas mediante los cuales se desenvuelven
y el impacto cada vez mayor de los factores externos, que tienden a acelerar las tasas de
modernización y a favorecer ciertos modelos de desarrollo sobre otros. Entonces, en los
niveles intermedios de desarrollo el crecimiento económico puede llevar a un gran
aumento en la participación política que a su vez tiende a erosionar la estabilidad
democrática y constitucional de América Latina. En el análisis de Anderson se resalta la
evolución especial que ha caracterizado a la modernización en la región, en el sentido de
que a diferencia de otros casos ella o conocido grandes revoluciones históricas que
desplazaran a determinados sectores políticos, como, por ejemplo, los latifundistas o el
clero. El resultado de esta evolución especial, habría sido, según Anderson, una situación
de autoridad fragmentada caracterizada por la coexistencia de distintos contendientes y
recursos de poder y la carencia de algún criterio único de legitimación política en la
región. Dentro de este contexto el autoritarismo aparece como una manifestación mas del
carácter tentativo del proceso político latinoamericano orientado a llenar un vacío de
poder, meta que en última instancia tampoco podría llegar a obtener.
Para Germani, el exponente más notable del estudio de la modernización en
Latinoamérica, la modernización representaba un proceso global cuyas secuencias y
velocidad variaban de país a país, dependiendo de las circunstancias históricas nacionales
e internacionales.
Los enfoques de la modernización y del desarrollo político han sido objeto de una
crítica a veces implacable. Por lo pronto, se cuestiona la pretensión universalista y
generalizadora de algunas de sus versiones, en el sentido de que postulan la existencia de
procesos ascendentes y uniformes hacia ciertos tipos de democracia, sin reparar en la
singularidad histórica de cada experiencia concreta. Vinculado a lo recién mencionado, se
critica el poco disimulado etnocentrismo de alguno de sus exponentes norteamericanos.
Hay varios postulados generales de la teoría de la modernización que siguen pareciendo
válidos.
Primero, los países latinoamericanos, cual mas cual menos, han experimentado procesos
de cambio social, económico y también cultural que han involucrado la expansión de los
sectores urbanos, una tendencia variable hacia la industrialización, modificaciones en la
estructura del empleo, el crecimiento del sector terciario, etc. El hecho de que ellos se
están dando en una forma fundamentalmente diferente a la experiencia de los países
desarrollados y dentro de un contexto de alta dependencia de factores exógenos no
invalida el concepto de la modernización, sino que, por el contrario, hace necesario la
adopción de un enfoque que dé cuenta de la especifidad del caso latinoamericano.
Segundo, parece lógico suponer que, en razón de su naturaleza global, compleja y
sistémica, la modernización socioeconómica tiene consecuencias en el plano político que
inciden sobre todo en un aumento en las expectativos, en el surgimiento de nuevas
formas de movilización y activación política, en un aumento de las capacidades
regulatorias y extractivas del Estado y en la pluralización de las entidades políticas.
Tercero, también es razonable suponer que, por lo general, una aceleración de estos
procesos de cambio tiene efectos desestabilizadores y puede provocar como reacción la
emergencia de nuevos tipos de autoritarismo.
Después de todo, los mismos protagonistas de los golpes militares han tratado de
justificar sus acciones como respuestas a movilizaciones populares y espirales de
expectativas crecientes que habrían desbordados las capacidades del sistema político o
bien como intentos de llevar a cabo la modernización del país. En suma hay múltiples
simplificaciones y distorsiones, hay aspectos de la teoría de la modernización que siguen
siendo válidos y sugerentes, pero que requieren de una elaboración mucho mayor.

LA TRADICION POLITICA DE AMERICA LATINA


Si los enfoques anteriores pretenden explicar el cambio político y el autoritarismo
latinoamericano a la luz de procesos de modernización análogos aunque no
necesariamente idénticos a los de otras regiones, un segundo grupo de enfoques destaca
la singularidad de la experiencia historia, y sobre todo, de la cultura política y carácter
nacional de esa parte del mundo. Los latinoamericanos son diferentes por razones
históricas y culturales y en consecuencia los esquemas diseñados para entender las
políticas europeas o norteamericana no tienen mayor validez para nuestros propios
sistemas políticos.
El tema del corporativismo ha sido recogido por muchos académicos, algunos señalan la
necesidad de concebirlo como un determinado conjunto de estructuras que vinculan a la
sociedad civil con el Estado y que serán estetizantes o verticales cuando implican la
subordinación de las organizaciones al Estado, o bien privatistas u horizontales cuando
fluyen desde la sociedad hacia el Estado, abriendo áreas institucionales del aparato estatal
a la representación de los intereses organizados de la sociedad civil. En este caso el
corporativismo deja de ser un tipo de régimen y se transforma en una de las formas de
vinculación entre la sociedad y el Estado, que puede coexistir en regímenes diversos.
En la concepción inicial del corporativismo como una suerte de prototipo latinoamericano
está implícita la idea de que el autoritarismo es un producto casi natural de tradición
distintiva de la región. La democracia y sus instituciones típicas (elecciones libres,
separación de poderes, pesos y contrapesos, libertades básicas, etc.) son vistas, en
cambio, como productos importados, impuestos en un contexto histórico diferente por
una coalición que incluye tanto a agentes extranjeros norteamericanos y europeos como a
intelectuales y políticos extranjerizantes de América Latina.
Las críticas que se pueden formular a esta noción del corporativismo son múltiples. Su
conceptualización es ambigua y se inspira en una interpretación histórica profundamente
sesgada que se inscribe dentro del hispanismo tradicionalista.
Otra vertiente que destaca igualmente la singularidad política de américa latina
pone énfasis en la existencia de una tradición centralista en la región, tendencias como la
inexistencia de una experiencia feudal, la ausencia de un inconformismo religioso y la
consiguiente centralización provocada por la religión dominante, la ausencia de algún
suceso que pudiera ser considerado como contrapartida de la revolución industrial
europea contribuyeron a una tradición política singular y única que ha permeado a
regímenes de muy distinto cuño ideológico. Dentro de esa línea de análisis, la
proliferación del autoritarismo durante los últimos años no constituye una aberración o
retroceso político, sino “la manifestación de un estilo de comportamiento político, una
disposición secular de la sociedad latinoamericana que permanecerá con nosotros todavía
durante un tiempo, bajo diferentes formas, de las cuales la militar bien puede ser muy
transitoria”.
En esta misma categoría general de enfoques que destacan la singularidad política
de América Latina se pueden agrupar también aquellos que se centran en el plano
específicamente cultural. Las tesis centrales son bastantes simples en estos casos. Se
señala la presencia de ciertas tendencias subyacentes en la población que llevarían a un
comportamiento político marcado por el faccionalismo, la violencia, la anomia, el
machismo, etc. Que alimentan el autoritarismo. El predominio de una visión cultural
tradicionalista en la región haría muy difícil el desarrollo de instituciones y procedimientos
políticos más igualitarios, abiertos, democráticos y racionales. Según este enfoque,
actitudes como el personalismo, la dominación interpersonal y la jerarquía social unidos a
la vigencia de valores trascendentalistas, configurarían una personalidad modal autoritaria
conducente a relación de dominación-sumisión, que se distinguirían tanto de un modelo
democrático como de uno totalitario. Como lo observan destacados especialistas, la
presunción de que la cultura encierra la clave para explicar la evolución social, económica
y política de la región, que parece haber adquirido renovada popularidad en algunos
círculos representa en el fondo una variante más dentro de los enfoques la
modernización. En efecto lejos de rechazar la idea de una transición desde la sociedad
tradicional a la moderna, ella pretende revelar la fuerza que mantienen determinados
valores tradicionales que se erigen en obstáculos para el cambio en la región.
En general, nadie podría discutir la necesidad de interpretar el cambio político
latinoamericano, y en especial el fenómeno del autoritarismo, a la luz de la singularidad
histórica de la región.

EL AUTORITARISMO COMO NUEVA ETAPA DEL


CAPITALISMO DEPENDIENTE
De acuerdo a la visión marxista ortodoxa, hay una correspondencia clara entre el carácter
que asumen las relaciones sociales de producción y la naturaleza del Estado, entidad que
es considerada a la vez como un reflejo y un instrumento de la dominación que caracteriza
a la sociedad. Dentro de esta relación general de determinación entre la infraestructura y
el Estado, e plantea una diferencia crucial entre el tipo de Estado y las distintas formas de
gobierno que se pueden dar. El tipo, estará determinado por la estructura económica y
tendera a variar de acuerdo a una secuencia evolucionista y precisa en que las variables
fundamentales se sitúan a nivel de la infraestructura. La forma, puede presentar
importantes variaciones derivadas de factores históricos, culturales, económicos, externos
o de la misma dinámica del conflicto de clases al interior de la sociedad. Aun cuando no
hay consenso en la identificación de la forma de Estado característica del capitalismo, se
señala la existencia de una tendencia, no necesariamente inevitable según algunos
autores, a formas cada vez mas dictatoriales y represivas de gobierno. Dos factores
básicos son considerados responsables de esta tendencia.
Por una parte el mismo avance de las fuerzas revolucionarias comienza a dejar en
descubierto el carácter dictatorial y represivo, que, en última instancia, se imputa a todo
Estado burgués. Por la otra, se considera que el capitalismo, al ingresar a su fase
imperialista, tiene igualmente a acentuar el carácter represivo de los distintos órganos
estatales, engendrando formas políticas como el fascismo.
Las formas autoritarias en los países más avanzados de Sudamérica son un
fenómeno nuevo, distinto a las dictaduras preexistentes y corresponden a una etapa
diferente de su evolución económica, social y política. Ella estaría marcada por cambios
registrados en la evolución del capitalismo mundial y por la agudización de la lucha de
clases y de las contradicciones existentes al interior de la sociedad, separada o
conjuntamente, según el autor de que se trate. Según Briones y Caputo, seria justamente
esta característica la que presenta al nuevo autoritarismo <<como un esquema político
cuyo objetivo fundamental es garantizar la supervivencia del capitalismo en condiciones
de una crisis política que amenaza con la destrucción del sistema>>. Este rasgo permite
hacerlo equivalente a la forma fascista del Estado capitalista, ya que las mismas
condiciones generaron el nacimiento del fascismo en la Europa de entreguerras y ese
fascismo, como hoy los regímenes latinoamericanos, permitió la evolución del capitalismo
hacia formas económicas superiores. El capitalismo, según este enfoque, solo podría
sobrevivir en América Latina a través de gobiernos represivos conducidos por sectores de
la burguesía aliados con el gran capital internacional y apoyados en otras fracciones de la
burguesía y ciertos sectores medios.
El antagonismo de clases y la lucha política concreta serían los que explicarían el
nuevo autoritarios y estas variables dependen mas de factores históricos que de una
categoría tan general como la evolución del capitalismo mundial.

EL ESTADO BUROCRATICO AUTORITARIO


Guillermo O’Donnel es el politólogo argentino que en un intento por explicar el nuevo
autoritarismo de América Latina da emergencia a este enfoque. Contiene aspectos típicos
de la teoría de la modernización y una de sus principales características es su eclecticismo
teórico. Se refiere especialmente a la conceptualización misma del proceso de
modernización y a las tensiones que este provoca cuando surge de forma tardía. Las dos
vertientes mas clásicas y venerables de las ciencias sociales están presentes en el enfoque,
incluyendo las tesis marxista de que las estructuras socioeconómicas conducen a un cierto
tipo de organización política y que la agudización del antagonismo de clases puede llevar a
una reacción defensiva de los grupos hegemónicos, hasta categorías netamente
weberianas como las “afinidades electivas” y el predominio de los roles tecnocráticos.
O’Donnel critica a las teorías de desarrollo político que postulan que la
modernización conduce a la democracia, concluyendo que el resultado más probable es
un nuevo tipo de autoritarismo, distinto tanto respecto de los caudillismos y dictaduras
como de los militarismos populistas latinoamericanos y los fascismos europeos.
La emergencia del Estado Burocrático Autoritario (EBA) es explicada a la luz de
complejas constelaciones de factores económicos y políticos, variables en el tiempo y de
país a país. Desde el punto de vista histórico, la secuencia que lleva a este tipo especial de
Estado se inicia en el periodo de entreguerras, cuando el crecimiento industrial horizontal
de Argentina y Brasil, apoyado en la estrategia de sustitución de importación de bienes de
consumo, sentó las bases para la constitución de coaliciones populistas que alentaron el
aumento de la participación de los sectores populares. Las crecientes demandas de
consumo y de participación política por parte de los sectores urbano-populares son
percibidas como serias presiones y amenazas para la estabilidad de gobiernos civiles
controlados por los grupos dominantes, algunos de los cuales habían integrado las
coaliciones del periodo populista de entreguerras. El surgimiento del EBA se explica
entonces como una reacción de estos grupos sociales dominantes frente a un periodo
prolongado de activación popular y de crisis provocada por el agotamiento de la etapa
horizontal de sustitución de importaciones.
Sus características principales son, según este análisis: las posiciones de gobierno
son ocupadas por personas procedentes de organizaciones altamente complejas y
burocratizadas; se trata de sistemas de exclusión y desactivación política respecto de los
sectores populares y sus aliados, mediante la represión y el control vertical por parte del
Estado; son sistemas de exclusión económica, en el sentido que reducen y postergan las
aspiraciones del sector popular; son sistemas con pretensiones despolitizantes, en el
sentido que intentan reducir las cuestiones económicas y sociales a problemas técnicos, y
corresponden a una etapa de transformación de sus sociedades, las que a su vez son parte
de un proceso de profundización de un capitalismo periférico y dependiente, que ya está
dotado de una extensa industrialización.
Un punto que hay que subrayar en el enfoque del EBA es la relación de
correspondencia que establece entre cierta estructura económica y esta forma de Estado.
De ahí que este nuevo fenómeno no asume tan solo un carácter reactivo frente a una
fuerte movilización popular anterior, sino que además contiene un aspecto fundacional,
en el sentido de que pretende reorganizar a toda la sociedad de acuerdo a un modelo
económico, social y político que va mucho mas allá que la mera restauración de un orden
pretérito. El EBA es el resultado casi inevitable de la crisis y segundo que está asociado
estrechamente a un intento de profundización del capitalismo. El EBA debe ser
considerado como un régimen y no como un tipo específico de Estado.

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