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ANTONIO MACHADO

LOS
COMPLEMENTARIOS

IDITORIAL LOSADA. S. l.
1.1.0. 11I11
AN 'TONIO MACHADO
En 1917, al frente de una selección de poesías escogidas,
escribió Antonio Machado los siguientes datos autobio- .
gráficos : "Nací en Sevilla una noche de julio de 1875 ,
en el célebre palacio de las Dueñas, sito en la calle
del mismo nombre . Mis recuerdos de la ciudad natal
son todos infantiles , porque a los ocho años pasé a
Madrid , adonde mis padres se trasladaron, y me eduqué
en la . Institución Libre de Enseñanza . A sus maestros
guardo v ivo afecto y profunda gratitud . Mi adolescencis
y mi juventud son madrileñas . He viajado algo por
Francia y por Esp:-..ña . En 1907 obtuve cátedra de lengua
francesa, que profesé durante cinco años en Soria . Allí
me casé ; allí murió mi esposa, cuyo recuerdo me acom-
paña siempre . Me trasladé a Baeza , donde hoy resido.
Mis aficiones son pC.sear y leer ." Complementariamente
agregar emos que Antonio Machado cursó filosofía en la
Universidad de Madrid , hasta el doctorado ; en 1919 fué
trasladado al Instituto de Segovia, y pasó, en 1932, al
Instituto Calderón de la Barca de Madrid . Fué elegido
miembro de la Academia Española. En colaboración
con su hermano Manuel escribió varias obras de tea-
tro . Al estallar la guerra, se puso al lado de la
República ; al terminar la lucha, cruzó la frontera y
murió en Collioure, pueblecito del ¡nediodía de Francia,
a comienzos de 1939. Tras los cuatro tomos de sus
Obras completas, aparecidas en esta "Biblioteca Con-
temporánea", incluímos ahora uno nuevo, LOS COM-
PLEMENTARIOS Y OTRAS PROSAS PóSTUMAS, donde
se reúnen por vez primera diversas páginas suyas, todas
ellas poseedoras del más subido interés, tales como las
reflexiones sobre poesía, la primera versión en prosa
de La tierra de Alvargonzález, el discurso de ingreso
en la Academia de la Lengua, nueve cartas a Unamu-
no, etcétera.

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LOS COMPLE~ENTARIOS
y OTRAS PROSAS PÓSTUMAS
ANTONIO- MACHADQ

-L OS COMPLEMEN-T ARIOS
y
OTRAS PROSAS PÓSTUMAS
Ordenación y nota preliminar de

GUI LLERMO DE TORRE

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': ,1 1; \ ': ~.

EDITORIAL LOSADA, S. A.
BUENOS AIRES
Edición expresamente autorizada para la
BIBLIOTECA CONTEMPORÁNEA
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
J,,1arcas y características gráficas registradas en
la Oficina de Patentes y ¡11arcas de la Nación
Copyright by Editorial Losada, S. A.
Buenos Aires, 1957

FRlJLM
868 1046771
M28
Ej.1 111111111111111111111111111111111111111111111
J LM

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PRINTED IN ARGENTINE
Se terminó de imprimir el día 31 de octubre de 1957 en
ARTES GRÁFICAS BODONI, S. A. 1. C. - Herrera 527 - Buenos Aires
NóTA PRELIMINAR

La pervivencia de Antonio Machado, el interés que


su obra poética suscita en las nuevas generaciones de
lectores, crece de día en día. Aquí y allá, con poste-
rioridad a la primera publicación conjunta de sus obras
en la edición mexicana y a la subsiguiente, más COrrlw

pleta, de los cuatro tomos en nuestra "Biblioteca


Contemporánea", vienen apareciendo páginas reen-
contradas en distintas revístas, trozos inéditos, apun~
tes, cartas .. -. Muy lejos nos hallamos, sin embargo,
todavía de una edición acabada, con las debidas
anotaciones y variantes, ,que pueda cpnsiderarse
definitiva o satisfactoria. Entretanto -yen el supuesto
d~ ,que tal meta sea asequible- creemos imposterga . . ,
ble articular en forma de libro un conjunto de escri-
tos sueltos que completen los ya incluídos en la últüna ,
parte, Prosas varias, del volun1en ' Abel Martín . y en
Juan de Mairena, publicado en 1943 y formando el "
tomo IV de las Obras de Antonio Machado ~ (Biblioteca
Contemporánea, núm. 20). Aunque estas nuevas pági-
nas lleven al pie la indicación de sus respectivas fuen ~
tes, traigamos también aquí otros datos y precisiones.
Hemos elegido como título general del presente
conjunto el _de Los complementarios no por estimar'
que la parte así rotulada sea la lnás significativa, sino
por.q ue ése es precisamente el n1ismo título del libro
que Antonio. Machado atribuye a su "poeta apócrifo"
8

Abel Martín, conteniendo primitivas redacciones y va-


. riaciones -desechadas, rehechas u olvidadas- mas, con
la primera intención de formar efectivamente un vo-
lumen. Ese texto se hallaba contenido en tres cua-
dernos; del primero se han dado a conocer algunas
páginas (insertas originalmente en 'Cuadernos Hispa-
noamericanos, Madrid, números 11, 12, 20, 22 Y 24,
años 1949 y 1950) Y en Clavileño (número 33, 1955);
los dos restantes parecen haberse extraviado definiti-
vamente, con una valija que guardaba los manuscri-
tos de Antonio Machado, al pasar éste la frontera, du-
rante los trágicos días de la salida de España, antes
de llegar a Collioure, el pueblecito francés donde el
poeta murió pocos días después, el 22 de febrero de
1939.
Por nuestra parte incorporamos casi todas las demás
páginas de este volumen, algunas de las cuales habían
aparecido antes en revistas, pero permanecían inédi-
tas en libro. Entre ellas se qdvertirán varias de im-
portancia capital, conlO '~La tierra de Alvargonzález"
(primera versión en prosa del famoso romance del
mismo tema y título) y el "Discurso de ingreso en la
Academia Española". En la sección "Artículos, con-
ferencias y cartas", y con excepción del texto refe-
rente a "El condenado por desconfiado", todos los de-
más han sido exhumados por nosotros directamente de
las revistas y diarios donde yacían olvidados. Llama-
mos la atención de modo particular sobre las cartas
referentes a la nueva juventud española y al proyecto
de un tercer "poeta apócrifo", Pedro de Zúñiga, que
habría venido a suceder a Abel Martín y a Juan de
Mairena, pero que se quedó nonato. De positivo y
trascendental interés son asimismo las cartas privadas
a don Miguel' de Unamuno, merced a las opiniones
que contienen sobre aspectos capitales de la vida y del
9

pensamiento español. Su publicación original se debe


al benemérito y probo Manuel García Blanco, posee-
dor del archivo unamuniano y devoto conocedor e in-
térprete como ningún otro de su obra. En ·estos do-
minios del epistolario machadesco, casi desconocido
hasta la fecha -pero que verosímilmente, a diferencia
_ del de Unamuno, no debe de ser muy. copioso-, deja-
mos pulcramente de lado ciertas cartas a "Guiomar",
transcritas de modo irrespetuoso y trunco en un libro
de Concha Espina, titulado De Antonio Machado a su
grande y secreto amor (Madrid, 1950). Mientras no
se posea una copia rigurosamente completa de ese
epistolario, es preferible soslayarlo, rechazando la pro-'
fanación que supone la novelización del episodio, no
obstante la luz que su conocimiento pueda arrojar
sobre ·la vida íntima del poeta en relación con su
literatura.
Omitimos asimismo en el presente conjunto ciertas
páginas tituladas "Cuaderno de Literatura" y publica-
das por Enrique Casamayor en un folleto (Bogotá,
1952). Lamentando contrariar la opinión del prologuis-
ta, estimamos que dichas páginas son perfectamente
prescindibles y no poseen la importancia que un jac-
tancioso afán "descubridor" o supervalorizador de lo
nimio pretende atribuirlas. Trátase, en efecto, de una ·
serie de apuntes elémentales, casi siempre delibera~
damente impersonales, redactados seguramente para
dar algunas clases de historia de la literatura espa-
ñola a alumnos de corta edad, durante alguna tem-
porada en .que Antonio Machado fué ·profesor agre-
gado o suplente de esa dis~iplina en cualquiera de
los Institutos provincianos donde ej€?rció. Seguramente
el propio autor no les atribuyó nunca otra importancia
que la de una memoranda, con el registro de algunas
fechas, títulos y rasgos someros de los principales es-
10

critores; por lo tanto, es correcto suponer que nunca


estuvo , én su mente publicar tales apuntaciones ni
hacer de ellas base para ningún estudio ulterior más
personal o , elaborado. Sospechar lo contrario supone
casi ignorar cu~les eran las verdaderas devociones y
preocupaciones ' de Antonio Machado, que él mani- -
festó sin ambages en toda su obra destinada a la pu-
blicidad y de modo irrefutablemente sincero en unos
párrafos del Discurso ~que no llegó a leer- de ingreso
en la Academia de la Lengua: "Si algo estudié con
ahinco -nos dice allí- fué más de filosofía que de
amena literatura. Y confesaros he que, con excepción
de algunos poetas, las bellas letras nunca me apasio-
naron". De suerte que al dejar de lado ese "Cuaderno
de Literatura" no creemos dislninuirle, sino antes al
contrario, engrandecerle. No todo lo ,que un autor
manuscribe suele representarle cabalmente. El prurito
exhumador debe tener sus límites. Una cosa es alum-,
brar escritos inéditos o póstumos de suficiente entidad
y cosa muy distinta es atribuir méritos superlativos a
lo nimio u ocasional.
No aludimos con las anteriores reservas a otra suer-
te de escritos, que aun por íntimos y confidenciales,
y nunca compuestos para la publicidad, contribuyen
valiosamente a iluminar la intimidad me~1tal o espi-
ritual de un escritor; por ejemplo, las cartas de porte
literario. ~n este sentido las nueve misivas de Antonio
Machado a Miguel de Unamuno que reproducimos
en este tomo, asumen una importancia reveladora y
valen por muchas páginas, autobiográficas. A ellas de-
berá acudir quien pretenda reconstruir e interpretar
verazmente la atmósfera que rodeó 'al primero, cuan-
do superando los análisis exteriores y formales, se
quiera situarle en su medio y en su circunstancia his-
tórica. El poeta se expresa en ellas sin rodeos ni cor-
11

tapisas, exhibiendo sus verdaderos sentires y pensares,


como nunca lo hubiera hecho ante el lector ~ "yo no
me atrevo a decir en público ciertas cosas"); opina
libérrimamente sobre España como problema de cultu-
ra, sobre la cue~tión religiosa, sobre la primera guerra
mundial; contrasta sus puntos de vista con los de Una-
muna, en torno a cuestiones capitales, tomando conlO
base algunos libros del último.
Unamuno-Machado ... ¡Qué extraordinaria, qué apa:
sionante confrontación de dos grandes espíritps! ¿Era
tan grande su identidad, tan estrecha su sintonía
espiritual o acaso Antonio Machado se unamuniza un
poco al dialogar con don Miguel? He ahí un ten1a
fértil, pero que exigiría un largo desarrollo. Limité-
monos a apuntarlo -para no rebasar los límites de
una escueta advertencia editorial-o Unificaba a en-
trambos no solamente una común preocupación meta-
física, una insólita -por poco frecuente y nada com-
partida- atención hacia las cuestiones religiosas, sino
-asimismo comunes experiencias españolas, puesto que
. su punto de mira de la dura realidad anlbiental, ob-
servada desde el fondo provinciano, era muy seme-
jante, por no decir idéntico. Sin · necesidad de apelar
al trujamán de ningún poeta apócrifo, Antonio~1a­
chado se desnuda aquí con absoluta sineeridad ante
su maestro y corresponsal. Según se advertirá en va-
rios pasajes, las "gotas de sangre jacobina" -de que
hablaba el poeta en su autorreh-ato- conviértense
ahora en torrentes.
U na vez leídas estas cartas nadie podrá acusar a
Machado de "impresionabilidad", calificando de mi-
mética o accidental la actitud -humana, no sólo polí-
tica- de sus años postreros ni tratar de "rescatarle"
con ciertos fines banderizos. Mas con la misma objeti-
vidad, afirmamos que , tampoco, con fines adversos,
12

deberán intentarse sobrevalorizar ciertos escritos últi-


mos de Antonio Machado; por ejemplo, los agrupados
bajo el título "Desde el mirador de la 'guerra", cuya
copia nos ha facilitado el único hermano sobreviviente
del poeta, José Machado, hoy residente en Chile e
insertos originalmente en ' un diario . de Barcelona. De
ahí que hayamos procedido a una selección de los
mismos, acogiendo sólo los más importantes y descar-·
tando algunos orros que únicamente vienen a ser rei-
teraciones o glosas de una actualidad demasiado so-
brepasada. En cualquier caso, si se confronta lo esen-
cial de dichos artículos con anteriores opiniones de
c'Juan de Mairena", podrá advertirse cómo no existe
ninguna ruptura o inconsecuencia; al contrario, una
clara línea de continuidad entre el meditador que, en
la década del 20, desde el dormido marco provincia-
no, _confiaba a Unamuno sus angustiadas opiniones
sobre la vida española, y lel polemista vehemente que,
en 1938, desde una Barcelona bombardeada, clamaba
ante el mundo hostil admoniciones y protestas ...

GUILLERMO DE TORRE
1 .

LOS COMPLEM.B NTARIOS


APUNTES

j Quédifícil es
cuando todo baja
no bajar talnbién!

Empleo a veces las palabras fuera de su recto sen-


tido, a conciencia de mi error.
Las aliteraciones de que mis versos están llenos son
inconscientes; no responden al trivial propósito de pro-
ducir un efecto musical, que sería, por lo demás, en
mi caso, siempre negativo. Pero · no he querido nunca
corregirlas, pues donde hay aliteraciones suele haber
también riqueza de imágenes. Sólo recomiendo no
leer nunca mis verSos en alta voz. N o están hechos
para r.ecitados, sino para que las palabras creen re-
presentaciones.
En mis libros suelen ir las composiciones en su pri-
mera forma, y las composiciones corregidas están, a
veces, publicadas antes en periódicos o revistas. .
Sólo inconsecuen~ias y errores superficiales pueden
corregirse.
Lo esencial en arte es ,siempre incorregible.
Un defecto no es un des'cuido, sino una limitación.
La mayor tortura a que sé me puede someter es
la. de escuchar mis versos recitados por otro.
16

Hay dos maneras de corregir: una es borrar; otra,


hacer de nuevo.
S610 publico para librarme del maleficio de lo
inédito.
y para no volver a acordarme de lo escrito.
Nunca estoy más cerca de pensar una cosa que
cuando he escrito la contraria.
Toda composición requiere, por lo menos, diez años
para producirse.
Cuando un poeta teoriza sobre poesía, puede decir
cosas muy verdaderas, pero nunca dirá nada justo
de sí mismo.
Hay dos modos de crítica: la inventiva y creadora,
que ve lo que hay, y la negativa, que ve bien lo
que falta.
Arte es realización. Por eso la buena intenci6n fra-
Qasada, el propósito no logrado, puede condenarse.
Pero el poeta puede reírse de la crítica, cuando señala
fracasos con relación a propósitos que ella inventa o
supone.
Los espíritus malévolos hacen siempre crítica mez-
quina, calumniosa.

RUEGO a Dios nos, traiga pronto a don Miguel,


antes de que en París nos lo crucifiquen.
Temp mucho -joialá me equivoque!- que Una-
muno encuentre París más desierto que Fuerte-
ventura.
Que el Señor lo acompañe.
Que el Señor lo acompañe.
Que el Señor lo acompañe.
De franceses y de Chiriguos libra, Señor, a nues-
tro don Miguel.
17

DESORIENTACIÓN

¿Hacia dónde caminamos? Tal vez sea, ésta una


pregunta que el hombre haya podido hacerse en toda
época -digámoslo para prevenir fáciles objeciones-:,
pero reconozcamos su valor de actualidad, de expre-
sión abreviada de un estado de conciencia que pre-
pondera en nuestros días. Cierto que las inmutables
estrellas que orientan el ahp.a humana: amor,' jU,sticia,
conocimiento, libertad, no han desaparecido. Se pre-
gunta nó más por la validez de las cartas marinas
que el hombre había trazado para su propio navegar,
bajo el impasible esplendor de ' esas inasequibles cons-
telaciones. Todas las enseñanzas de la guerra tienen
hasta la fecha un marcado valor negativo. Por de
pronto, aparece claro el mayor fracaso, los más trági-
cos acentos de la catástrofe coincidiendo ,con la mayor
concentración de vida y con las más hondas convic-
ciones de -la Europa culta. En primer término, la gue-
rra fué perdida por Alemania. Alemania era la síntesis
de Europa. Esperamos que la reducción de Alemania
a despotismo ori~ntal, es ya una inepta e innecesaria'
simplificación que nadie se atreverá hoy a tomar
en serio.
Segovia, 1919.

EL AMOR TUERTO Y "WERTHER" EN ESPAÑ"A

C'Allí -dice Pío Baraja, refiriéndose a un pueblo


español- al joven Werther, con su álbum bajo el brazo,
le hubieran pegado una pedrada en un ojo sin hacer
caso de su sentimentalismo ni de sus ideas poéticas".
No elijo este trozo en la novela La sensualidad perver-
18

tida, sino que lo encuentro al abrir distraídamepte las


hojas del libro. Leo, después, toda la obra -admirable
documento de psicología sexual--:- y creo hallar al
párrafo. transcrito una cierta castiza significación.
Sabíamos de un Eros ciego y de un amor vidente o
intelletto d' amore, y no poco de un amor bizco, que
anda por todas partes. Pensemos ahora en un amor
tuerto, con su negro parche en el ojo .huero, en un
amor lisjado por accidente, el de una malaventura d~
Don Juan, o de un paseo solítario del cuitado Werther
por las riberas del Ebro. Recordemos que el amor de
Don Quijote por Dulcinea, tan noble y apartado del
cauce de la pura animalidad, fué el amor descalabrado
por excelencia. Lo castizo -en verdad"7"" hemos de bus-
carlo -y que me perdonen los casticistas- en esª,
piedra arrojadiza que con tanta abundancia nos sumi-
nistra la índole rocosa de nuestro suelo.

ALBORADAS

En San Millán
a nl,Ísa . de alba
tocando están.
Escuchad, señora,
los campaniles del alba,
los _faisanes de la ·"aurora.
Mal dice el negro atavío,
negro manto y negra toca,
con el carmín de esa boca.
N unqa se viera
de misa, tan de 1nañana,
viudita más casadera.
19

Todo poeta tiene dos musas:


Lo ético y lo patológico. ,
Cuidado con dar al espíritu la voz del cuerpo. No
se confundan esas ' hondas resonancias. .

EL PINTOR SOLANA '

Este Goya necrómano o, lo que es igual, este antí-


poda de Goya, pinta con insana voluptuosidad lo vivo
como muerto, y lo -muerto como vivo. Mas hemos de
perdonarle su insania en gracia a lo . valiente de su
pincel. Ese realismo de pesadilla que anima trapos,
calaveras y maniquíes y .amortigua los rostros huma-
nos, exaltando 'cuanto hay en ellos de terroso e inerte,
es el sueño malo del arte español, tal vez la visión
complementaria de nuestra vigilia estética. Añadamos
un poco de fiebre al ingenuo naturalismo que pasa,
con '-planta segura, de la materia vista ala materia
\ soñada, sin pisar un momento en lo ideal, y tendremos
~se equívoco expoliario de la pintura de Solana.

EL YO. -Aquello de que nQ sé n1ás que esto: que es


una actividad pura y nunca reflexiva. Lo que nunca
es objeto de conocimiento. El ojo que ve y que
nunca se ve a sí 11lislnO.
EL_ MUNDO NOUMÉNICO. - Aquello de que tan1poco sé
nada. 11ero supuesto lógico- de cosas que estarán
en relación unas con otras, s~n mantener ninguna
relación conmigo.
EL MUNDO OBJETIVO DE ' LA CIENCIA. - El mundo de
objetos descoloridos, des cualificados, producto del
trabajo de la ' desubjetivación del pensamiento.
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Mundo de las relaciones cuantitativas. No tiene de


objetivo sino la pretensión de serlo.

EL MUNDO DE MI REPRESENTACIÓN COMO SER VIVO. - Es


el mundo de las cualidades, el mundo fenoménico
propiamente dicho, producto de la reacción del su-
jeto consciente ante lo real, o de la respuesta de lo
real al chocar con el sujeto consciente.

EL MUNDO DE LA REPRESENTACIÓN DE LOS OTROS SUJETOS


CONSCIENTES. - Éste aparece, en verdad, englobado
en el mundo de mi representación; pero dentro de
él, se le reconoce por una vibración propia; son vo-
ces que distingo de la mía y del ruido que hacen las
cosas entre sí. Estos dos mundos, que nosotros ten-
demos a unificar en una representación homogénea,
el niño los distingue muy bien, aun antes de poseer
el lenguaje. El rostro que-se inclina hacia él sonriente
y la voz de su madre son para él muy otra cosa que
los objetos que pretende alcanzar con la mano.

Sólo recuerdo · la emoción de las cosas,


y se me olvida todo lo demás;
muchas son las lagunas de mi memoria.

EL SIGLO XIX

El racionalismo cartesiano tuvo, en las postrimerías


del siglo XVIII, su conversión popular al -absurdo en el
culto de la diosa Razón. Esta guerra europea es
el fruto maduro de la superstición ochocentista. El
siglo XIX, bajo sus dos modos ideológicos: romanticismo
y positivismo, ha sido esencialmente un siglo activista,
21

pragmático. La razón se hace mística o agnóstica,


todo menos racional, y ya no vuelve a levantar cabeza.
El culto · de la razón crece como un gran río, hasta
salirse de madre. Goethe formuló, con la anticipación
propia del genio, la fe de nuestros días: en el principio
era la acción. ' El homúnculo activo salido de las re-
domas de Wagn~r, el estudiantón, es el soldado de
esta guerra grande; un creyente en la diosa Acción y
en la radical acefalía del mundo.
Algunos pretendidos filósofos se jactan hoy de nove-
centistas, y pretenden haber superado el ochocientos,
profesando esa filosofía de mercaderes que llaman prag-
matismo. Pero el pragmatismo es lo que llevaba en
el vientre el siglo XIX, lo específicamente ochocentista.

APUNTES

¿Faltarán los lirios


a la primavera,
el .canto a la moza
y el cuento a la abuela,
y al llanto del niño
la ubre materna?

¿Los encinares del 1nonte


son de retórica vieja?
Nunca desdeñéis las cópulas
fatales, clásicas, bellas,
de~ potro con la llanura,
del mar con la nave hueca,
del viento con el molino,
la tQrre con la cigüeña.
22

Rin~an la sed con el agua,


el fuelle con la candela,
la . bruja con el rosario,
la jarra con la moneda.
,L os cántaros con las fuent es
y las graciosas caderas,
y con los finos tobillos
la danza y la adolescencia.
El escudo con el brazo,
la mano con la herramienta,
y los músculos de H eracles
con .el león de N enLea .

. Mas si digo: hay coplas


que huelen a pesca,
o el mar huele a rosas,
sus gafqs 1nás negras
se calan los doctos
y me latinean:
¿Risum teneatis?
con gran suficiencia.

y las nueve 1nusas


se ríen de veras.

Segovia, 1919.

Al crítico corresponde señalár todo fracaso de un


propósito como defecto artístico. En efecto, en arte
no salva la intención; el arte es el reino de las reali-
zaciones. Pero el crítico tiene el deber de señalar. el
fracaso con relación al propósito del artista, y está
obligado a descubrirlo. Cuando ni por casualidad
acierta a señalarlo, es el crítico quien fracasa. Se dirá
23
que el crítico tiene derecho a censurar también el pro-
pósito del artista, cuando éste rebasa las fronteras del
arte. También es cierto. Pero tendrá también la obli-
gación de descubrir este propósito antiestético, y de
ningún modo podrá achacar al artista el propósito que
no tuvo. (Entre algunos espíritus cultos y compren-
sivos, bien dotados para la crítica, cuyos nombres todos
conocemos, se han deslizado muchos pedantuelos ma-
Jévolos _e incomprensivos que cultivan, acaso sin sa-
berlo, la calumnia literaria. Los directores de perió-
dicos deberían ejercer una cierta censura, para no
dejar paso a los ineptos.)

"Tenemos favor, y estamos perdidos", dijo don


Francisco Giner.

De tanto y tanto soplar


su flauta no suena ni
por casualidad.

Conocí en Soria (1908) a un señor Noya, que fué


segundo marido de la madre de la mujer de ,Bécquer.
Este señor Noya me regaló, como presente de bodas,
dos autógrafos de Bécquer, dos composiciones inéditas
que seguramente Bécquer no hubiera publicado. Yo
las quemé en memoria y en honor del divino Gustavo
Adolfo. Este señor Noya, suegrastro de Bécquer, era
viejísimo y debe haber muerto ya.
24

A JUAN RAMóN JIMÉNEZ

LOS JARDINES DEL POETA

El poeta es jardinero. E1J, sus jardines


corre sutil la br(sa -
con livianos acordes de violines,
llanto ,de ruiseñores,
ecos de voz lejana y clara risa
de jóvenes amantes habladores.
Y, otros jardines tiene. Allí la fuente
le dice: Te conózco y te esperaba.
Y él, al verse en la onda transparente:
jApenas soy aquel que ayer soñaba!
Y otros jardines tiene. Los jazmines
añoran ya verbenas del estío,
y son liras de aroma estos jardines,
dulces liras que tañe el viento frío.
Y van pasando solitarias horas,
y ya las fuentes, a la luna llena,
suspiran en los mármoles, cantoras,
y en todo el aire s610 el agua suena.

SOBRE LA OBJETIVIDAD

Si s~ acepta nuestra hipótesis, la radical heteroge-


neidad del ser, tal -como nos es revelada en nuestro
mundo interior, en el fluir de nuestra conciencia surge
el problema de la racionalidad, que se nos presenta
con un carácter negativo. Objetividad no es ya nada
positivo, es simplemente el reverso borroso y deste-
ñido del ser. Sólo existen, realmente, conciencias in-
25
dividuales, conciencias varias y únicas, integrales e
inconmensurables entre sÍ. Sólo es común a todas las
conciencias el trabajo de desubjetivación, la actividad
homogeneizadora, creadora, de esas dos negaciones en
que las conciencias coinciden: "tiempo y espacio, bases
del lenguaje y del pens"amiento racional: del pensar
cuantitativo. .

Estoy en Madrid dispuesto a tornar a Segovia. He


pasado algunos días enfermo con fiebres " gástricas,
con lo cual he aligerado un poco esta too solid flesh.
Siempre que se pierde en peso, se gana en energía y
en propósitos de porvenir. Nunca me siento peor que
cuando estoy saludable y robusto; aunque comprendo "
que esta salud y robustez no pasa de apariencia *.

La poesía occidental tiene en Rimbaud su extrema


expresión - dinám~ca. Después de Rimbaud la poesía
. francesa entra en un período de desintegración.

En un retrato el parecido debe ser tal, que no ten-


gamos que preocuparnos de él. ASÍ, cuando contem-
plamos estéticamente la naturalezª" lo hacemos con
toda libertad, porque el parecido no nos preocupa,
pues no dudamos de que una cosa real se parezca a
sí misma. Del mismo modo, ante el retrato de MartÍnez
Montañés, de Velázquez, la cuestión del parecido no
nos distrae de la contemplación estética, porque ni un
momento se nos ocurre dudar de él.
CONSECUENCIA: La belleza de un retrato /no estriba
en el parecido, pero un retrato sin parecido es malo.

* Frase incluída también en una de las cartas .a U namuno


que :podrá leerse páginas más adelante. (N. E.) "
26

EL ~ULAGRO

En Segovia, una tarde, de paseo


por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia,
eché mano al estuche de las gafas,
en busca de ese anda1nio de mis ojos,
mi volado balcón de la nürada. -
Abrí el estuche con el gesto firme
y doqtoral de quien se dice: aguarda,
y ahora verás si veo . . .
Abrí el estuche, pero ,dentro, nada;
. , ~~point de lunettes" . .. ¿Iluyeron? Juraría
que algo brilló ,cuando la negra tapa
abrí del di1ninuto
ataúd de bolsillo, y que volaban,
huyendo de su enc(erro,
cual nlariposa de cristal, n1is gafas.
El libro bajo el brazo,
la orfandad de 1nis ojos paseaba,
pensando: hasta las cosas que dejanl0s
nluertas de risa en casa;
tienen su doble donde estar debieran,
o es un acto" de fe toda l1ürada .

. LEIBNIZ Y SCHOPENHAUER

Son dos poetas, autoí'es de dos poemas de gran estilo.


De filósofos ti~nen los dos muy poco; ni uno . ni otro
tuvieron la severidad del pensar, ni en la lectura de
sus obras encontramos la emoción de lo verdadero,
porque pensamos al leerlos que la verdad pu~iera ser
27

lo contrario de lo que cada uno de ellos afirma. Y es


que la verdad de estas metafísicas no es -filosófica, sino
poética, es la expresión integral del alma de dos épocas.
Estos dos hombres, jocundos y creadores, rebosantes
de vitalidad, han sido dos antípodas del pensamiento . .
Para Leibniz el ser pensante, ente de razón, está es-
parcido por todo el universo; no hay un rincón del
mundo que no albergue una conciencia. En ' Schopen-
hauer el mundo alcanza la máxima opacidad, es todo
él ceguera, acefalía, impulso ciego. Para Leibniz lo
elemental es el espíritu, su átolTIO es un ojo que ve
y aspira a ver más: la mónada que se basta a sí misma,
ojo, luz e imagen en una misma realidad integral.
Para 'Schopenhauer la esencial realidad es la voluntad,
de la cual nada podrelTIos decir, porque esta voluntad
. es en principio, no hay categoría intelectiva que le
apliquemos para definirla, ni posición teórica desde
_ donde podamos intuirla; de ella ha brotado el mundo
d~ la representación, el sueño búdico, la vanaapa-
riencia en que se ahoga la c~nciencia humana. Si de
algún modo se nos revela -en nuestro yo, donde el
velo de Maya alcanza alguna transparencia- es como
dolor, ansia de no ser, apetencia de nirvana y de ani-
quilamiento de la pe~sonalidad. El ser y el pensar
llegan en Schopenhauer al más completo divorcio; en
Leibniz y Spinoza habían celebrado sus bodas de oro.
En corto 'espacio de tiempo se dan ' dos metafísicas,
que suponen dos creencias de raíz opuesta: la fe en
la iluminación del mundo, en total concientización
del universo, y la fe, no nlenos arbitraria, en su total
acefalía.
N os otros hemos vivido el poema de Schopenhauer
con música de Wagner -y Nietzsche, "claqueur" pri-
mero, y luego reventador-, y envidiamos a nuestros
abuelos que vivieron el poema de Leibniz con música"
28

algo tardía, de Mozart. N o hemos de lamentarlo de-


masiado. También nuestro siglo alcanzará el prestigio
de lo pasado, el que hoy tiene para nosotros . el siglo
de las pelucas, las casacas y las cornucopias.

Es evidente que la o~ra dé arte aspira a un presente


ideal, es decir, a lo intemporal. Pero esto de ninguna
manera quiere decir que pueda excluirse el senti-
miento de lo temporal en el arte. La lírica, por ejem-
plo, sin renunciar a su pretensión a lo intemporal,
d~be darnos la sensación estética del fluir del tiempo.
Es precisamente el flujo del tiempo uno de los motivos
líricos que la poesía trata de salvar del tiempo, que la
poesía pretende intemporalizar.
Porque esto no se comprende, se han hecho obje-
ciones un poco inocentes a mi estética de la lírica.

Schopenhauer o Nietzsche, filósofos del siglo XIX.


Leibniz, filósofo del porvenir.

EL TABú

Solución de todo pro.blema


La cuestión religiosa es el gran tabú de nuestros
indígenas. Todos han llegado a persuadirse de que tal
cuestión no debe mentarse. La cuestión de régimen
político, de forma de gobierno, es otro tabú, aunque
de menor cuantía, desde que unos cuantos pedantones
la declararon inesencial. -Nuestra posición ante la gue-
rra europea es ya otro tabú. La cuestión social lleva
el mismo camino. No está lejano el día en que con
un ¡lagarto, lagarto! en boca de nuestros hombres de
buen tono, la conciencia española (porque hay una
29
conciencia española castiza) sacuda esta pesadilla. El
#

problema de Marruecos dejará de ser problema muy


en breve. Es el tabú en puerta. Cuando el cólera,
que hace estragos en Rusia, llegue, si llega, a este gran
. promontorio de Occidente, tampoco habrá problema
de higiene. El cólera será tabú, y nuestras autori-
dades inventarán un talismán o una simple palabra
de conjuro para librarnos de esta preocupación.

TIERRA BAJA

P01' estas tierras de Andalucía,


¿no arrancan 'rejas los caballeros;
como Paredes, el gran forzudo,
dicen que hacía?
¿N,o hay bandoleros?
¿Diego Corrientes, Jaime el Barbudo,
José María,
cqn sus cuadrillas de escopeteros?
jOh, enjauladitas hembras hispanas,
desde que os ponen el traje largo,
cuán agria espera, qué tedio amargo
para . vosotras, entre las rejas
de las ventanas,
de estas morunas ciudades viejas,
de estas celosas urbes gitanas!
1919.

La nature que nous fawons paraitre dans


la seconde partie de notre vie n'est pas
toujours, si elle r est souvent, notre nature
premiere développée ou flétrie, grossie ou
atténuée; elle est quelquefois une nature
inverse, un veritable vétement retourné.
MARCEL ,P ROUST.
30

Esta observación de Proust le acredita de fino psicó-


logo. (Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que
el revés del vestido que ' parecé mostrarnos alguna
personalidad al fin de su vida} es, frecuentemente, el
revés del vestido con que nosotros lo habíamos cu-
bierto y que él se empeña en llevar del revés. Es un
envés para nuestra apreciación de su carácter, segu-
raIn ente no para la suya.)
N o conviene olvidar tampoco que nuestro espíritu
contiene elementos para la construcción de muchas
personalidades,' todas ellas tan ricas, coherentes y aca-
badas como aquella -elegida o impuesta-----: que se llama
nuestro carácter. Lo que se suele entender por perso-
nalidad 110 es sino el supuesto personaje que a lo largo
. del tiempo parece llevar la voz cantante. Pero este
personaje ¿está a cargo siempre del mismo actor?

EXTENSIÓN UNIVERSITARIA

Volete divulgare davero la filosofia? Pensate alla


filosofía, e non a divulgarla. Son palabras de Bene-
uetto Croce, que pueden hacerse extensivas a otros
órdenes de actividad espiritual. No soy yo partidario
del aristocratismo de la cultura, en el sentido de hacer
de ésta un privilegio de casta. La cultura debe ser
para los más, debe llegar a todos; pero antes de pro-
pagarla será preciso hacerla. N o pretendamos que ' el
vaso rebose antes de llenarse. La pedagogía de rega-
dera quiebra indefectiblemente cuando la ' regadera
está vacía. Sobre todo, no olvidemos que la ' cultura
es intensidad, concentración, labor heroica, callada y
solitaria; pudor, recogimiento antes, mucho antes, que
extensión y propaganda.
(~1adrid-Baeza, 1912; Segovia-Madrid, 1919-1924.)
NOTAS SOBRE LA POESÍA

ADVERTENCIA AL LECTOR

, En las notas sobre la poesía que publico en este


cuaderno respondo, acaso, a objeciones que algunos
críticos hicieron a mi obra o, más bien, a 1nis inten-
ciones, a mi ideario estético, latente o implícito en
mis libros algunas veces; expreso, otras. Pero no es
tanto mi propósito el respond:er a estos reparos, ep
ejercicio de abogado de 'mi propia causa, como el
exponer algunas ideas generales sobre la lírica, que
me acompañaron en los períodos de nltás . intensa
producción.
Pláceme haqpr constar -par~ evitar suspicaciaS del
la crítica profesional- que al mundo ljterario de 1ni
tiempo debo elogios que exceden en mucho a mis me-
recimientos, y ' que no creo haber sido nunca blanco
de crítica malévola, sino, por el contrario, objeto de
amorosidad y simpatía. Por cuanto alcanzo a ver en
mí mismo, pienso que mis palabras han de estar lim-
pias de todo rencor a mi prójimo literario, de todo
resentimiento D despecho, si no hay en mi espíritu
zonas de insatisfacción tan hondas que escapan a un'
sincero examen de conciencia. -
Tampoco encontraréis en mis notas esa firmeza y
segurjdad 'en el tono de quien, al pensar, piensa de
paso que piensa la verdad. Sospecho, por el contrario,
que si dispusiera de un cerebro más vigoroso, . dotado
32

de más circunvoluciones y vías asociativas, con mayor


cultura asimilada y hábitos de mayor continuidad en
el discurso, hubiera llegado a conclusiones muy distin-
tas de las que en este folleto os ofrezco. La evidencia
que de esto tengo pone un poco de timidez y de flo-
jedad en mi estilo. No soy lo que se llama un COllven-
cido. No aspiro demasiado -tampoco- a convencer.
¿Y entonces? -se me dirá-o Comprendo bien que
mis notas pudieran que,dar inéditas. Mas todo artista,
mejor diré, todo trabajador tiene una filosofía de -su
trabajo, reflexiones sobre la totalidad de aquella labor
a que -como maestro o aprendiz- se consagra. ¿Por '
qué hU1tarla a los ojos del vecino? Esta filosofía,
como aquel trabajo, se debe también a los demás.
Segovia, 1Q de agosto de 1924.

VIRGILIO

Si me obligaran a elegir un poeta, elegiría a Virgilio.


¿Por sus ÉGLOGAS? No. ¿Por sus GEÓRGICAS? No. ¿Por
su ENEIDA? No.
19 Porque dió asilo en sus poemas a ~uchos v,ersos
bellos de otros poetas, sin tomarse el trabajo de des-
figurarlos.
29 Porque quiso destruir su ENEIDA, - i tan mara-
villosa!
39 Por su gran amor a la naturaleza.
49 Por su gran amor a los libros.
33

SOBRE LAS· IMÁGENES EN LA LíRICA

(Al margen de un libro de Vicente Huidobro)

Son tantas y tan fáciles las objeciones que pudiéra-


mos hacer a una lírica que sólo se _cura de crear imá--
genes, que casi me inclino a prescindir de todas ellas,
a renunciar a su exposición, pensando que de puro
obvias se habrán presentado con sobrada frecuencia a
la reflexión de los nuevos poetas. Y siendo esto aSÍ,
lo honrado, en crítica, es buscar las nuevas razones
que justifiquen esta pertinaz - manera de ver, tan en
pugna con la mía, antes de ejercer el poco airoso
oficio de repetidor de viejos tópicos, que los novísi-
mos poetas conocen y desdeñan.
Sin embargo, las nuevas razones no han de ser, si
algo son, una creación ex nihilo de la razón pura,sino
una superación de las viejas. ¿Por qué, pues, no re-
cordar, sin pesadez, lo que hace veinticinco años pen-
saba yo sobre el uso de las metáforas? ASÍ, acaso
veamos las nuevas razones surgir de las viejas, merced
a la dialéctica inmanente a todo pensar.
Mi opinión era ésta: las metáforas no son nada por
sí mismas. No tienen otro valor que el de un medio
, de expresión indirecto de lo que carece en el lenguaje
omnibus de expresión indirecta. Si entre el hablar y
el sentir hubiera perfecta comensurabilidad, el empleo
de las metáforas sería no sólo superfluo, sino perjudi-
cial a la expresión. Mallarmé vió a medias esta verdad . .
Él ha visto bien claro, y lo dice en términos expresos:
a
parler n'(1 trait la réalité des choses que commer-
cialement; pero en su lírica, y aun- [en] su preceptiva,
se advierte la creencia supersticiosa en la virtu~ má-
gica del enigma. Ésta es la ?arte realmente débil
34

de su obra. Crear enigmas artificialmente es algo tan


imposible como alcanzar las verdades absolutas: Pue-
den, sí, fabricarse misteriosas baratijas, figurillas de
bazar que lleven en el hueco vientre algo que, al agi-
tarse, suene; · pero los enigmas no son de confección
humé1;na; la realidad los pone y, allí donde están, los
buscará la mente reflexiva con el ánimo de penetrar-
los, no de recrearse en ellos. Sólo un espíritu tri'vial,
, una inteligencia limitada al radio de la sensación, pue-
de recrearse enturbiando conceptos con metáforas,
creando oscuridades por la supresión de los nexos ló-
gicos, trasegando el pensamiento vulgar para cambiarle
los odres sin mejorarle de contenido. Silenciar los nom-
bres directos de las cosas, cuando las cosas tienen
nombres directos, i qué estupidez! Pero Mallarmé sabía
también -y éste es su fuerte- que hay hondas lealida-
des que carecen de nombre y que el lenguaje que
empleamos para entendernos unos hombres con otros
sólo expresa lo convencional, 10 objetivo ~entendiendo .
aquí por objetivo lo vacío de subjetividad, es decir,
los términos abstractos en que los hombres pueden
convenir por eliminación de todo contenido psíquico
individual-o En la lírica, imágenes y metáforas son,
pues, de buena ley cuando se emplean para suplir la
falta de nombres propios y de conceptos únicos que
requiere la expresión de lo intuitivo, nunca .para re-
vestir lo genérico y convencional. Los buenos poetas
son parcos en el empleo de metáforas; pero sus metá-
foras, a veces, son yerdaderas creaciones.
En San Juan de la Cruz -acaso el más hondo lírico
español- la metáfora nunca aparece sino cuando el
sentir rebosa del cauce lógico, en momentos profunda-
mente emotivos. Ejemplo:
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
35.

ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.

La imagen aparece por un súbito incremento del


caudal del sentir -apasionado, y una vez creada, es ella
a su vez creadora, y engendra, por su contenido emo-
tivo, la estrofa .siguiente:
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía ...

j Cuán lejos estamos aquÍ de la abigarrada imagine-


ría de los poetas conceptuales y barrocos, que apare-
cen más tarde, cuando en realidad la lírica ha muer-
to ya!

Todos creerán que mis epigramas están escritos con-


tra ~lguien. Tras ellos se pondrá un nombre ¿quién
sabe de quién? Tal vez de aquel a quien menos haya
yo querido aludir. Nadie comprenderá que estos epi-
gramas están escritos contra mí mismo. ¿Y por qué
no? Yo soy Tartarín, yo soy el grillo, el burro de la
, flauta ronca, y el caracol, y todo lo demás. ¿Por qué
no ha de sorprender el hombre su triste figura? ¿He-
mos de escribir para exaltarnos y jalearnos? O lo con-
traItÍo.
12 de febrero de 1916.

SOBRE EL EMPLEO DE LAS INIÁGENES EN LA LtRICA

En apariencia, al menos, el arte nuevo, en casi todas


sus manifestaciones, parece haber perdido la fe en su
irnportancia, que tuvo en. centurias anteriores. Es éste,
36
en verdad, un fenómeno que tuvo su iniciación al
o

principio de la Edad lvloderna (Ariosto en Italia, Cer-


vantes en España y en el mundo entero). Pero en el
siglo XIX, con los románticos y después con la lírica
simbolista y, sobre todo, con la música de Wagner,
llegó el arte, acaso, a la máxima ilusión de su impor-
tancia. Pero se diría que hoy el arte busca, por sí
mismo, un lugar subalterno; que hoy no pretende ser
tomado demasiado en serio. -Acaso es ésta una incolls-
ciente habilidad, una astucia que pretende conseguir
la conservación a costa de su preponderancia. Convie-
ne, ante todo, anotar el hecho.
Este fenómeno, que se observa en autores novísimos, '
es en la lírica de una gran trascendencia. Cuando el
poeta duda de que el centro del universo está en su
propio corazón, de que su espíritu es fuente que mana,
foco que irradia energía creadora capaz de informar y
aun de deformar el mundo en torno, entonces, el espí-
ritu del poeta vaga desconcertado nuevamente en torno '
a los objetos. El poeta duda ya de sus valores emoti-
vos, y ante está desestima del sujeto cae en el fetichis-
mo de las cosas. Las ilnágenes no pretenden ya ex-
presar el íntimo -sentir del poeta, porque ~l mismo
poeta lo desestima, casi se avergüenza de él. Las imá-
genes pretenden ser transubjetivas, tener valor de co-
o sas. Pero si a este hecho de la desvalorización de 10
interno acompaña un poco de conciencia, el poeta
comprende que, concomitantemente, el Inundo de las
cosas se há desvalorizado también, porque eran esos
mismos sentimientos~ ya ausentes o declinantes, los que
prestaban toda su magia al mundo extei"no. Las cosas
se materializan, se dispersan, se emancipan del ' lazo
cordial que antes las domeñaba, y ahora parecen inva-
dir y acorralar al poeta, perderle el respeto, reírsele en
las barbas. En medio de una im~ginería de bazar, el
37
poeta siente su Íntimo -fracaso, se ríe de sÍmistno y,
en consecuencia, tampoco prestará a sus creaciones .
otro valor que el de jugúetes mecánicos, buenos, cuan-
do más, para curar el tedio infantil.
El hecho profundo que conviene anotar, y del cual
I la novísima literatura es sólo un signo externo, es sim-
plemente la evolución de los valores cordiales. Vivi-
mos una época de honda crisis. Los corazones están
desorientados; lo que quiere decir que buscan otro
oriente. El arte de esta época, su lírica sobre todo, será,
en apariencia al menos, una actividad subalterna o
retardada.

Va el soneto de lo escolástico a lo barroco . . De Dante


. a Góngora, pasando por Ronsard. No es composición
moderna, a pesar de Heredia . . La emoción del soneto
se ha perdido. Queda sólo el esqueleto, demasiado
sólido y pesado par?- la forma lírica actual. Toda vía
se encuentran algunos buenos ' sonetos en los poetas
portugueses. En España son .bellísimos los de Manuel
Machado. Rubén D·arÍo no hizo ninguno digno de
mención.

'SOBRE LA POESíA

Cuando Homero dice la nave hueca, no describe


nave alguna, sino que, sencillamente, nos da una- de-
finición de la nave y un punto de vista al par para
ver naves, ya se muevan éstas por remo, por vapor o
-rayos ultravioletas. ¿Está la nave homérica fuera del
tiempo y del espacio? Como queráis. Sólo importa a
mi propósito hacer constar que todo navegante la re-
conocerá por suya. Fenicios, griegos, normandos, ve-
38

necianos, portugueses o españoles han navegado en esa


nave hueca a que aludía Homero, y en ella seguirán
navegando todos los pueblos del planeta.
Cuando el arte moderno prescinde del adjetivo de-
finidor o del esquema genérico, para darnos la sensa-
ción viva de un objeto único o el temblor momentáneo
de un .alma singular, hace un sacrificio excesivo. Sacri-
ficio excesivo, por realizar .empresa destinada al fraca-
so. No olvidemos que la imagen genérica tiene un
valor estético. Por el mero hecho de ser una imagen",
su aspecto lógico, de definición abreviada, no es un
obstáculo para que hable a nuestro sentir, si bien no
t_~n agudamente como la visión dIrecta de un objeto
único.
Lo inmediato psíquico, la intuición, cuya expresión
tienta al poeta lírico de todos los tiempos, es algo,
ciertamente, singular que vaga azorado mientras no
encuentra un cuadro lógico en nuestro espíritu donde
inscribir~e. Pero esta nota sine qua non de todo poema
necesita, para ser reconocida como tal, el fondo espec-
tral de imágenes genéricas y familiares sobre el que
destaque su singularidad.
y no se tomen estas palabras como precepto de ha-
bilidad efectista. Que nuestro mundo interior con-
tenga algunas flores vivas entre muchas flores diseca-
das no pasa de ser una metáfora de filósofo tan impre-
cisa como una teoría de poeta. Imprecisa y, en parte, -
errónea, porque nada en nuestra psique recuerda a un
herbario. Pero aceptemos su parte 'd e verdad. No pre-
tendamos ser más originales de lo que somos ni de-
lnasiado niños.

candidior postquam tondendi barba cadebat.


39

PARA UN ESTUDIO DE LA LITERATURA ESPAÑOLA

La lírica

Tránsi to de lo popular a lo , barroco: Lope y Gón-


gora.
Tránsito de lo místico a lo barroco.
Tránsito de lo clásico 'a lo barroco.
Tránsito de la intuición al concepto.
Tránsito -de la expresión directa a la lnetáfora.
Tránsito de la línea pura y severa al escorzo difícil
y forzado.
La metáfora como expresión de lo intuitivo.
La' metáfora como cobertura de conceptos .
. Lo neoclásico como tregua del barroco agotado y
decadente.
El ' entusiasmo retórico.
Lo romántico.
Los líricos puros: Bécquer. Juan R. Ji1néne z.
Neobarroquismo: Rubén Daría.
El modernismo: Manuel Machado.
El impresionismo lírico: Manuel Machado.
El intimismo: Antonio Machado.
La poesía integral y la desintegración de la poesía.
, (Estudio hecho y conservado en el cuaderno 3 9 ).

Lo anecdótico, lo documental humano, no es poé-


tico por sí mismo. Tal era exactamente mi parecer
de hace veinte años. En mi composición "Los cantos
de los niños", escrita el año 98 (publicada en 1904:
Soledades), se proclama el derecho de la lírica a con-
, tar la pura emoción, borrando la totalidad de la histo-
ria humana. El libro Soledades fué el primer libro
40

español del cual estaba íntegramente proscrito lo anec-


dótico. Coincidía yo anticipadamente co'n la estética
novísima. Pero la coincidencia de mi propósito de
entonces no iba más allá de esta abolición de lo anec-
dótico.
Disto mucho de estos poetas que pretenden manejar
imágenes puras (limpias de ~oncepto (!) Y también de
emoción), sometiéndolas a un trajín mecánico y ca-
prichoso, sin que intervenga para nada la emoción.

Bajo la abigarrada imaginería de los poetas noví-


simos se adivina un juego arbitrario de conceptos, no
de intuiciones. Todo eso será muy nuevo ,( si lo es)
y muy ingenioso, pero no es lírica. El más aosurdo
fetichismo en que puede incurrir un poeta es el culto
de las metáforas.

El adjetivo y el nombre,
remansos del agua limpia,
son accidentes del verbo
en la gramática lírica,
del Hoy que será l'J!.añana,
y el Ayer que es Todavía.

Tal era mi estética en 1902. Nada tiene que ver con


la poética de Verlaine. Se trataba sencillan1ente de
-poner la lírica dentro del tiempo y, en lo posible, fuera
de lo espacial.

Del pretérito imperfecto


brotó el romance en Castilla.

La poesía clásica en eterno presente, es decir, fuera


del tiempo, es esencialmente sustantiva y adjetiva . .
,Las imágenes clásicas son definiciones, conceptos. Pe-
- • I
41

ro el verso helénico, siempre definidor, nada tiene que


ver tampoco, como piensan muchos gansos, con lo
académico y neoclásico. -
El diamante es frío, pero es obra _del fuego, y de
su avenfura habría n1ucho que hablar. -
15 de junio de 1914.

PROBLEMAS DE LA LIRICA

No decimos gran cosa ni decimos siquiera [lo] su-


ficiente cuando afirmamos que al poeta le basta con
sentir honda y fuertemente y con expresar claramente
su sentimiento. Al hacer esta afirmación damos por
resueltos, _sin siquiera enunciarlos, muchos problemas.
I El sentimiento no es una creación del sujeto indi-
vidual, una elaboración cordial del YO con materiales
del mundo externo. Hay siempre en él una colabora-
ción del r¡:ú, es decir, de -otros sujetos. No se puede
llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente
del paisaje, produce el sentimiento. Una vez produ-
cido, por medio del lenguaje 10 ~omunico a mi prójimo.
Mi corazón, enfrente, del paisaje, apenas sería capaz
de sentir el terror cósiirico, porque aun este senti-
miento elemental -necesita, para producirse, la congoja
de otros corazones enteleridos en medio de la natu-
raleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo '
exterior, -que aquí llamo paisaje, no surge sin una
atmósfera cordial. Mi sentimiento no es, en suma,
exclusivamente~;'mío, sino más bien NUESTRO. Sin salir .
de mí mismo, noto que en mi sentir vibran otros sen-
tires y que mi corazón canta siempre en coro, aunque
su voz sea para mí la voz mejor timbrada. Que lo sea
también para los demás, éste es el problema de la ex-
presión lírica.
42

Un segundo problema: Para expresar mi sentir tengo


el lenguaje. Pero el lenguaje es ya mucho MENOS Mío
que mi sentimiento. Por de pronto, he tenido que ad-
quirirlo, aprenderlo de los demás. Antes de ser ,NuEsTRO
-porque Mío exclusivamente no lo será nunca- era
,de ellos, de ese mundo que no es ni objetivo ni subje-
tivo, de ese tercer mundo en que todavía no ha repá-
rado suficientemente la psicología, del mundo DE LOS
OTROS YOS.
Juan Ramón Jiménez, este gran poeta andaluz, sigue
a mi juicio un camino que ha de enajenarle el fervor
de sus primeros devotos. Su lírica -de Juan Ramón---
es cada vez más barroca, es decir, más conceptual y
al par menos intuitiva. La crítica no ha señalado esto.
En su último libro: Estío, las imágenes sobreabun-
dan, pero son cobertura de conceptos.
Madrid, 19 de 'mayo de 1917.

DE LA POESíA

Todo poeta debe crearse una metafísica que no nece-


sita exponer, pero que ha de hallarse implícita en su -
obra. Esta metafísica no ha de ser necesariamente la
que expresa el fondo de su pensamiento, sino aquella
que cuadre a su poesía. N o por -esto su metafísica de
poeta ha de ser falsa y, mucho menos, arbitraria. "El
pensar metafísico especulativo es por su natu,raleza
antiqÓmico; pero la acción -y l~ poesía lo ·es- obliga
a elegir provisionalm,e nte uno de los télminos de la an'"
tinomia. Sobre uno de estos términos -más que ele-
gido, impuesto- construye el poeta su metafísica.
En una filosofía no hay derecho a postular ni la
homogeneidad ni la heterogeneidad del ser, sino que
se impone el reconocimiento de la antinomia kantiana.
43
Pero el poeta, cuyo pensar es más hondo que el del
mero filósofo especulativo, no puede ver en lo que lógi-
camente es pura antinomia solamente el juego de ra-
zones, por necesidad contradictorias, al funcionar en
un vacío de intuiciones, sino que descubre en sí miSlno
la fe cordial, la honda creencia, la cual no es nunca
una balanza en 'el fiel, en cuyos platillos se equiponde-
ran tesis y antítesis, sino vencida al mayor peso de
uno de los lados. [El poeta] comprende que, por
debajo de la antinomia lógica, el corazón ha tomado su
partido. Una vez que esto sabe, le 'es lícito elegir la
tesis o la antítesis, según que una u otra convengan o
no con la orientación cordial, para hacer de la elegida
el postulado de S1}. metafísica.
Segovia, 1923.
DIVAGACIONES y APUNTES
SOBRE LA CULTURA

¿A qué debe tender el Estado futuro -dice Baroja-


con más fervor? ¿A la producción de la alta cultu~a o
a la difusión de la , cultura Inedia? Acaso el deber del
Estado sea, en primer término, velar por la cultura de
las masas, y esto, también, en beneficio de la cultura
superior. N o puede atenderse con preferencia a la for-
mación de una casta de sabios, sin que la alta cultura
degenere y palidezca como una planta que se seca por
la .raíz. Pero los partidarios de un aristocratismo cul-
tural piensan que mientras menor sea el número de los
aspirantes a una cultura superior, más seguros estarán
ellos de poseerla como un privilegio. Arriba, los hom-
bres capaces de conocer el sánscrito y el cálculo infini-
tesimal; abajo, una turba de gañanes que adore al
, sabio como a un animal sagrado. Por lo demás, tiene
razón Baraja 'cuando afirma que el sabio y el artista, -
aunque parezcan revolucionarios, son por su instinto -"
conservadores. Pero el Estado debe sentirse revolucio-
nario atendiendo a la educación del pueblo, de donde
salen los sabios ·Y- los artistas.

~vladrid, 1922.
45

APUNTES SOBRE DON JUAN

Don Juan no ha nacido por accidente en España.


Cualesquiera que sean las complicaciones 'que al tema
castizo añadirá la fantasía e:r:ótica y el arte de otros
pueblos, lo específicamente donjuanesco nos pertenece.
Es Don Juan una figura extraña de puro nuestra y,
tal vez por ello mismo, refractaria al análisis. Alguien
pretenderá explicarla como producto del medio social.
Pero es tan elemental que escapa a toda definición.
No hay en Don Juan tendencia erótica alguna de
hombre civilizado, a -no ser que exista -cosa que yo
no creo- una civilización española.
No tiene Don Juan el sentido mosaico del amor,
puramente genésico, patriarcal. Don Juan tiene del
semita el desprecio a la mujer, pero no el bíblico des-
precio a la mujer estéril, sino a la mujer. La mujer
no es para Don Juan ni siquiera un objeto de placer
erótico, sino (ya lo apunta Stendhal) cinegético.
~ Lo específicamente cristiano, el amor fraterno, reve-
lado al mundo {3n la tregua del Eros genesíaco, es
igualmente ajeno a Don Juan. Cristianismo es casti-
dad, superación de la corriente genésica. Don Juan
está fuera del Viejo y del Nuevo Testamento.
¿Ex!ste en Don Juan el sentido pagano, _helénico, del
amor? Menos que- nada. N o ya Eros ni Afrodita, el
mismo Príapo desdeñaría a este amador de tapadillo
y ~ncontron<l:zo, como al más ramplón calumniador de
la naturaleza impregnado de lo divino.
No ,parece Don Juan tampoco un hombre del Rena-
cimiento. Hay en Don Juan un gran desdeño de cuan-
to ~en la Edad Media y albores del Renacimiento su-
pone culto. a la mujer (cabal~ería, cortes de _amor,
46
ttecento), pero nada cultural renace en Don Juan. Lo
moderno en amor es cortesanía, reconocimiento en lo
erótico ,de la persona fe~enina, respeto o beligerancia
entre los sexos. Don Juan nada tiene que hacer en las
ciudades antes de la hora de queda. Allí donde no
haya hembras esclavas y espesas celosías, Don Juan
se entrega a los azares del juego y a los embates del
vino y la camorra.
Tampoco hay en Don Juan la más leve vislumbre
de aquella compleja enfermedad del gran ginebrino ni
cruspa de la llama que abrasará más tarde el corazón
de Werther. Don Juan .no es clásico ni romántico.
¿Es Don Juan un refinado, un perverso, un deca-
dente de una civilización sensual y epicúrea? Don
Juan es, por el contrario, el mozo crudo de normalidad
sexual nunca desmentida, caballo de buena boca, que
ni conoce el fiasco ni necesita de estímulos afrodisíacos.
¿Qué es, entonces, Don Juan? Porque hasta ahora
sólo vamos reparando en lo que no es.
Si dijéramos que Don Juan es -como nosotros cree-
mos- un español, incurriríamos en las iras de mu~hos
casticistas y de no pocos jaleadores de la patria. Por-
que ya, implícitamente, hemos establecido la igualdad
de estas dos razones: Don Juan es al an10r lo que el.
español es a la cultura, a saber: un bárbaro, una X
preñada de misterioso porvenir.
Octubre, 1922.

EL GRECO

El Greco no tiene, en el fondo, afinidad, alguna con


los venecianos. En cambio, es un continuador de Mi-
guel Angel. La fuerza que padecen los cuerpds migue-
47
langelinos, dominada por 'el ideal clásico renacentista.
hace explosión en el Greco. Véase la Resurrección en
el Museo del Prado. Es . pintura explosiva. Pero el
barreno lo puso Miguel Ángel.

EL SIGLO XIX

.A medida que el siglo XIX se aleja de nosotros ireInos


viendo, con creciente evidencia; que su propio trabajo,
su labor específica, fué esencialmente anti-intelectua-
.lista. Kant, con su crítica de la razón teórica, corta las
alas al pensar metafísico, mostrando la incapacidad de
la mente humana para toda construcción ideológica
que· no sea n1era estructuración y ordenamiento de la
experiencia sensible. De los epigonos de Kant, sólo
uno, Schopenhauer, continúa su obra creando un nuevo
tipo de metafísica. Lo decisivo en Schopenhauer es
su concepción del ser como voluntad, en completo di-
vórcio ~on todas las categorías del pensar. Aquí apa-
rece ya desembozadamente la nueva fe del siglo, la
nueva metafísica, puesto que toda metafísica es la
expresión de una honda creencia. Reparemos que entre
Kant y Schopenhauer la distancia es mayor, la dife-
rencia es más honda de lo que suele afirmarse. Aunque
toda la filosofía de Schopenhauer pudiera, por su con-
tenido conceptual, considerarse como una consecuencia
dialéctica del pensar kantiano, hay algo nuevo en ella
que acusa la aportación de un muy otro espíritu: la
fe en un ciego dinamismo, en una potencia oscura,
acéfala, que constituye lo real mismo, la esencia meta-
física de nuestro ser, y cuya expresión simbólica -ya
que directa no la tiene- no puede hacerse en términos
de razón, sino de voluntad. Ya no es el hombre un
ente de razón, sino un ser volente; la nueva fe en una ,
48
realidad distinta empieza a revelarse al ho~bre del
ochocientos con un latido nuevo que le llega de las
raíces del ser. Allí, en esas raíces, siente o cree sentir
que no está la razón, ,sino la ciega voluntad cósmica
de que es parcial manifestación su querer individual.
Para Kant es todavía la razón -no obstante su críticá
limitativa- el más hondo cimiento de lo real.

MI CAt'lA DULCE

No recuerdo bien en qué época del año se acostum-


bra en Sevilla comprar a los niños cañas de azúcar,
cañas dulces, que dicen mis paisanos. Mas sí ~¡'ecuerdo
que, siendo yo niño, a mis seis o siete años, estábame
una mañana de sol sentado, en compañía de lui abuela,
en un banco de la plaza de la Magdalena, y que tenía
una caña dulce en la mano. No lejos de nosotros pa-
) saba otro niño con su madre . . Llevaba también una
r caña de azúcar. Yo pensaba: "La mía es mucho ma-
yor". Recuerdo bien cuán seguro estaba yo de esto.
Sin embargo, pregunté a mi abuela: "¿No es verdad
que 'mi caña es mayor que la de ese niño?" Yo no
dudaba de una contestación afirmativa. Pero mi abue-
la no tardó en responder, con un acento de verdad y
de cariño que no olvidaré nunca: "Al contrario, hijo
mío; la de ese niño es mücho mayor que la tuya". Pa-
rece imposible que este trivial suceso haya tenido tanta
influencia en mi vida. Todo lo que soy -bueno y
malo-, cuanto· hay en mí de reflexión y de fracaso,
lo debo al recuerdo de mi caña dulce.
Escrita est~ nota, pregunto a mi madre por la época
del año en que los niños de Sevilla chupan la caña de
azúcar. "Es en Pascua -me dijo-, en la época de las
batatas y los peros". También caigo ahora en que las
49
cañas de azúcar deben venderse y chuparse en mu-
chas localidades de España: Pero la Sevilla de mis
recuerdos estaba fuera del mapa y del caléndario.
" .
Madrid. 12 de lunio de 1914.

EL HIJO DE BÉCQUER

El señor Noya me habló del hijo de Gustavo Adolfo


Bécquer y me ensenó una carta suya, escrita en Fez,
en que se decía jefe de la- caballería de Nluley Hafid.
Según Noya, en efecto, el hijo de Bécquer había huído
de España, y en Marruecos, donde hizo vida aventu-
rera, llevaba ya muchos años.

COCHEROS LOCOS

¿Fué Alfredo de Vigny quien dijo de los políticos


q!le no merecían, por el hecho de gobernar bien o lnal,
mayor loa o censura que los cocheros por conducir
hábil ozurdan1ente sus carruajes? Tal vez fué De
Vigny, aunque no lo recuerdo bien. Descartemos cuan-
to haya en estas palabras de excesivo menosprecio para
los políticos y para los cocheros, segúQ. casos y pueblos,
Reeonozcamos una parte de razón en la boutade del
poeta, y olvidemos cuanto ella supone de incompren-
sión de la vida política. Basta de elogios descomedi~
dos y de censuras melancólicas para gentes tan de
escaleras abajo en el orden espiritual como políticos y
cocheros. Si el auriga sabe su oficio, sigamos con Id
y paguémosle puntualmente su salario. Si guía mé)
habrá"que despedirlo. Porque dentro de su coche Vf-.
n10S todos. Mas ¿qué haremos con un cochero loco o
50

borracho que nos lleva a galope y alegremente al pre-


cipicio? Habrá que arrojarlo a la cuneta del camino,
después de arrancarle por la fuerza las riendas de la
mano. Revolución se llama a está fulminante jubila-
ción de cocheros borrachos. Palabra demasiado fuerte.
No tan fuerte, sin embargo, como romperse el bautismo.
Madrid, 19 de enero de 1915.

HETEROGENEID~D DEL SER

Apuntes pa1'a una teoría del conocimiento

ESPACIO y TIEMPO

El espacio considerado como medio vacío, homo-


géneo, en el cual se dan las cosas, es una seudo-repre-
sentación. Si suprimiéramos de nuestra representación
todas las imágenes y todos los recuerdos de objetos
exteriores, suprimiríamos -al par el espacio. Es falsa
la suposición de un espacio sin cuerpos. La noción de
espacio es abstraída de los objetos, de los cuerpos ex-
tensos. Kant se equivoca cuando en su Estética tras-
cendental sostiene que podemos representarnos un es-
pacio sin objetos. Pero aunque esto fuera cierto, esa
representación no sería nunca una representación ne-
cesaria a priori. '
Un tiempo sin hechos, sin acontecimientos, sin his-
toria, es inconcebible. Sin sucesión de movimientos,
sin vicisitudes, casos, sucesos, no hubiéramos nunca
podido hablar de tiempo:· Ni el' tiempo ni el espacio
son nociones que puedan formarse apriorísticamente.
Desde el punto de vista psicológico, el propio .Kant
no lo hubiera sostenido nunca. Creemos que aun desde
el punto de vista lógico es también insostenible. Tiem-
51
po y espacio, formados a posteriori, carecen de sentido
cuando se les considera en abstracto; son seudo-repre-
sentaciones; no se refieren a objeto alguno; son nega-
ciones de obj etos.
Pero estas dos nociones negativas, seudo-representa-
ciones, tiempo y espacio, sop propias (¿necesarias?)
del mecanismo de nuestro pensar. Tiempo y espacio,
como medios vacíos de cuerpos o de acontecimientos,
tienen un valor negativo o, como veremos, limitativo,
y provienen de la radical heterogeneidad del ser. Sien-
do el ser vario (no uno), cualitativamente distinto, re-
quiere del sujeto, para ·ser pensado, un frecuente des-
plazamiento de la atención y una interrupción brusca
del trabajo que supone la formación de un precepto
para la formación de oUo. Las nociones correlativas
_ de cambio y de límite engendran las seudo-represen-
taciones de espacio y tiempo. Tiempo y espacio como
seudo-representaciones, es decir, como hechos de con-
ciencia sin objeto exterior, son privilegio de los más
altos grados de conciencia, gonces sobre los cuales gira
el pensamiento, y merced al cual tiene éste la necesaria
independencia para poder actuar sobre las -cosas.
Mediante la seudo~representación espacio-hom~gé­
neo podemos inhibirnos de la intuición externa, supri-
miendo los objetos corpóreos. Mediante la seudo-re-
presentación tiempo-homogéneo reposa nuestra yida
psíquica de su devenir, suprimiendo el continuo acae-
cer (esta supresión ha de entenderse como inhibición).
Tiempo y espacio son dos instrumentos de objetivi-
dad. ¿En qué sentido? Entendemos por objetividad
los puntos de coincidencia del pensar individual (del .
múltiple ¡pensar individual) que forman el pensar
genérico, la racionalidad. La objetividad . supone una
constante desubjetivación, porque las conciencias indi-
viduales no pueden coincidir en el ser, esenciarmente
.52

vario, sino en el no ser. Llamamos no ser al mundo de


las formas, de los límites, de las ideas genéricas y a
los conceptos vaciados de su núcleo intuitivo, al mundo
cuantitativo, limpio de toda cualidad. Sin el tiempo y
el espacio, el mundo ideal, 4echo de puras negaciones,
sería inconcebible o, como dice Kant, sería imposible
la ciencia matemática.
Baeza. 4 de diciembre de 1915.

¿Pintar de memoria? Desatino. Ningún pintor lo


ha hecho . .¿Pintar del natural? Menos aún. El modelo
es necesario. ¿Para copiarlo? No; para pensar en éL

APUNTES SOBRE PIO BAROJA

Goethe definía el caso de Werther como el de un


hombre ingenuo y apasionado que no puede adaptarse
a las estrechas normas de un inundo anticuado. El
Luis Murguía de Pío Ba~oja es -según él mismo nos
declara- un hombre ingenuo cuyos ensayos eróticos
fra.casan en una época de apocamiento y ' decadencia.
Entre Werther, suicida por amor, y Luis Murguía,
el resignado por reflexión y vegetarianismo, está el
protagonista de las novelas de Stendhal, el sádico mo-
zalbete, el chulo afortunado, nexo erótico entre una
aristocracia diezmada por la guillotina y socialmente
decaída y la burguesía con zapatos nuevos, emancipa-
da y ascendente. El Luis Murguía de Baroja tiene, a mi
juicio, una secreta vocación stendhaliana; el impulso
erótico de la burguesía post-revolucionaria no se ha
extinguido en él, 'pero le falta alegría fisiológica, le
sobra reflexión y desconfianza de sí mismo. Ha nacido
al declinar el mundo burgués, en época de cansancio
53
y agotamiento de una clase que vive ya en actitud
defensiva y en la cual todo napoleonismo -aun el
simplemente erótico- se hace imposible.
La última promoción literaria señala en las novelas
de Baroja algo de lo que le falta: invencIón, esmero
en la forma, ingenio para combinar efectos y aventu-
ras, etc. Pero nadie, que yo sepa, ha señalado lo que
Baroja tiene sobre todos sus contemporáneos españo-
les. Con Baroja el hombre europeo del siglo XIX es,
por vez primera, héroe de novela española. Por eso
las novelas de Baroja son las únicas que no se nos caen
de las manos.
En él' encontramos el culto de la acción, no exento
de sup~rstición, y, como problema dilecto de sus medi-
taci,ones, el conflicto entre el pensar y el querer. El
personaje central de las novelas de Baroja suele ser
un intelectual decididamente anti-intelectualista, que
achaca su fracaso en la vida, su insuficiencia biológica
y aun su propia inexistencia, a sus hábitos de reflexión. '
El hombre de las novelas de Baroja piensa con su
siglo. ¿Es un romántico? Si por romanticismo enten-
demos aquella corriente sentimental que reacciona con-
tra el racionalismo cartesiano, seguramente Baroja es
_ un romántico. Su ' filosofía dista mucho de concebir
al hombre como ente de razón.
~ La filosofía moderna ,ha ido progresivamente, desde
Rousseau a nuestros días, mermando los fueros de la
racionalidad hasta constituir en centro de nuestto uni-
verso a una potencia mística -sentimiento, voluntad,
vitalidad, acción-. La influencia de Schopenhauer y
la interpretación schopenhaueriana de Kant parece de-
cisiva en Baroja. Lo real es la voluntad, una potencia
ciega, inasequible .al conocimiento, que se crea una
representación, no sabemos por qué ni para qué. Esta
representaci6n es apariencia ilusoria y está divorciada
54

de lo real, por cuanto el ser la cosa en sí es, por defi-


nición, otra cosa que conciencia; es VOLUNTAD. La fi-
losofía kantiana toma en Schopenhauer un rumbo deci-
didamente irracionalista. Kant nos da -aunque en
verdad de una manera equÍvoca- una limitación de lo
real al campo de lo fenoménico y a las formas y cate~ .
gorías subjetivas, ' sin pretender por ello hacer del cono-
cimiento una apariencia vana. Pero en Schopenhauer, '
tiempo, espacio y causalidad estarán necesariamente
divorciados de lo real. El equÍvoco kantiano, que pre- '
tende superar Hegel con su panlogismo, crea el irra-
cionalismo y aun el absurdo latente en la metafísica
de Schopenhauer.
La realidad es una potencia ciega, acéfala; poco
podríamos con fundamento decir de ella, por cuanto
ella es LO PRIMERO, lo elemental e indefinible, LO CREA-
DOR del mundo de la representación, del sueño lúdico \
. en que vivimos sumergidos. N uestra representación
no podrá servirnos -si pensamos lógicamente- para
penetrar en lo real. Nuestra coincidencia con lo real
no puede expresarse en términos de conciencia. Ser
es querer, ser parte de la voluntad cósmica. La filo-
sofía de Schopenhauer nos llevaría lógicamente a su-
poner la divergencia y heterogeneidad esencial entre
el pensar y el querer, entre realidad y apariencia, entre
fenómeno y nóumeno. Un paso_más, y el hombre se
sentirá desintegradQ del mundo real, con las raíces al
aÍ1:'~ y tanto más sumergido en un vano sueño cuanto
mayores sean sus hábitos de pensamiento, cuanto más
espeso sea el velo de Maya. de su conciencia. El hom-
bre real será un ser volente y acéfalo, y el hombre pen- ,
sante, [el ser] que lleva a remolque un vano soñador.
Que la vida sea valorada negativa o positivamente,
con Schopenhauer o con Nietzsche; la fe en un vivir
acéfalo, ajeno a todo equil.i brio viril Y' a toda dignidad
55
clásica, no ha cesado de acompañar al hombre moder-
no. Este . ser valen te, sensible o simplemente activo,
mira a la inteligencia como un mero a~cidente que, en
suma, es un estorbo,9 bien, al uso americano, como
humilde ancilla voluntp,tis; mero instrumento de una
actividad. de negociante. Por fortuna, al homúnculo
activo -no al romántico, precisamente- parece que-
darle ya muy poco para ganarse la ciencia absoluta.
Entre tanto, los héroes de Baroja decoran, con su in-
telectualismo convicto de fracaso, un despecho de
aventureros malogrados o -como o en el caso de La sen-
sualidad pervertida- de Don Juanes pochos y, natu-
ralmente, poco afortunados. o
Madrid, 1922.

REVISIÓN DE TÓPICOS AL USO

Se dice que nuestros sentidos son órganos de selec-


ción . . Nuestros sentidos eligen -se dice- entre los
infinitos estímulos del mundo externo, aquellos en que
nuestra propia vida se interesa. La palabra elegir ~
selección es impropia y no~ lleva a graves errores. La
selección supone conciencia de lo que retorna y de lo
que se deja. Mis ojos no eligen las vibraciones etéreas
qué van del rojo al violeta, sino que son las únicas que
percibo. Así, pues, no son elegidas, sino impuestas.
Conviene deshacer este equívoco, porque en él se basa
gran parte de la psicología moderna. La imagen de
la criba o del cedazo, aunque grosera, puede aceptarse,
siempre que a este instrumento no se le conceda más
significación que la que por su estructura material
tiene. Tampoco la criba elige el grano, sino que, por
su estructura, es lo único que retiene. La selección,
58
ciertamente, la hace el cribador merced a un utensilio
construído ad hoc, pero no la criba.
Nuestros ojos reaccionan ante vibraciones etéreas
de determinada frecuencia; -ante ésas y no otras. La
resultante son los colores del iris en el campo de nues-
tra visión. Todas las demás vibraciones del éter. de que
nosotros no tenemos percepción no son, ni mucho me-
nos, el residuo de nuestra selección. Nada hemos ele-
gido. La palabra seleCCIón envuelve un error; es
desorientadora; debe borrarse del vocabulario psíquico
en este caso. -
28 de julio de 1924.

LA REACCIÓN
La actual reacción -muy semejante' a la fernandina-
es perfectamente explicable si se tiene en cuenta que
toda la Europa occidental está hoy en actitud defen-
siva contra la revolución rusa. N o es menos cierto que
nuestra posición marca -como siempre- la extrema
incomprensión. Seguimos guardando, fieles a nuestras
tradiciones, nuestro puesto de furgón de cola-.
Sin embargo, ·nuestros hombres de la izquierda no
parecen inquietos. Han puesto de moda un cierto opti-
mismo, una cierta fe en no sabemos qué entidad :rpÍs-
tica que ha de renovarnos a nosotros también. Creen,
o aparentan creer, que nuestra regeneración puede -
operarse por presión externa. Seremos remolcados
hacia el porvenir. ¿Y por qué no hundidos como boya
inútil?
Fué Kant el último filósofo de gran estilo. Para
encontrarle su igual es preciso recordar a Platón. Pero
ni Platón ni Kant crearon nin~ún tema esencial de la
filosofía. Platón reasume la tIlosofía helénica, dp.~de
los jonios a los sofistas; Kant reasume la filosofía rena-
centista. N o .nos asusten los nombres de estos dos '
gigantes. Ni uno ni otro vinieron al mundo a poner
fin a las disputas filosóficas, sino a _enseñarnos a filo-
sofar. Después de leer a Platón no disminuye nuestra
admiración por Protágoras; después de leer a Kant,
aumenta nuestra afición a Hume .
. En el siglo XIX ha habido una tendencia a la cobardía
y a la inmunidad filosófica. Llamémosle positivismo,
aceptando el término en su acepción más generalizada.
El mismo nombre de Kant -de cuya cosmocopia to-
davía inexacta proviene toda la filosofía ochocentista-
se quiso empujar hacia el olvido o se le invocó como
una autoridad contra la metafísica.
En España -que miró siempre de través a la cul-
tura-, el positivismo tuvQ sólo una influencia negativa,
que no fué compensada por el entusiasta apego al
estudio de las ciencias particulares.
Refutado el positivismo, la filosofía recobra su vuelo
y parte nuevamente de Kant; se recuerda la reflexión
filosófica en aquel punto en que quedó interrumpida.
Todos los filósofos modernos que merecen el nombre
de tales parten de Kant, confesado o no. Pero la
vuelta a Kant no puede ser la resurrección de un
sistema, sino de un método de severo pensar sobre el
estado actual del conocimiento. N o olvidemos nosotros
que ese mismo positivismo, a que hoy se empieza a
volver la espalda en Europa, es en · España una gran
laguna, y fuera fué un trozo de fecunda cultura, de
gran pasión por el estudio de los hechos.
11adrid, 12 de julio de 1916.
58

SOBRE ORTEGA Y GASSET

¿Qué representa en la España actual el joven maes-


tro Ortega y Gasset? ¿Cuál es la causa de su prestigio
entre .la juventud ' progresiva española? ~.Por qué sus
libros se esperan con impaciencia y se leen con avi-
dez? ¿Por qué esta voluntad de artista y de pensador
~a acompañada y como. amorüsamente reforzada por ·
otras buenas voluntades que pretengeri crearle un am-
biente de espera impregnada de simpatía en el cual.
pueda aquélla alcanzar su máxima atención?
Sumariamente se podría respünder: porque vemos
que Ortega y Gasset tiene talento. Pero con esto las -
preguntas quedarían incontestadas. Muchos talentos
se han producido en el yermo de la indiferencia am- .
biente y aun en la hostilidad. A nadie importaba hace
veinte años que Ganivet o Unamuno, que Baraja,
Azorín o Valle-Inclán tuvieran mucho nuevo que re-
velarnos; eran ellos mismos cosa nueva, y su obra tuvo
mucho de agresiva porque reaccionaban contra un
medio enemigo, y algo de violenta porque pretendían
hacerse oír de oídos sordos o, más ·bien, distraídos.
Ahora podemos intentar nueva réplica. El triunfo de
estos veteranos es, en gran parte, la creación de ese
ambiente propicio al desarrollo y expansión de nuevas
personalidades. Conforme; pero con esto no contes-
tamos suficientemente. Estos mismos autores han pro-
ducido sus obras mejores, algunas insuperables, des-
pués de su época de combate; nuevos valores se han
revelado. El reciente libro de Ayala, El sendero innu-
merable, es el fruto de la lírica moderna. Supera en
mucho todo lo intentado; su valor es definitivo, tal
es al menos mi humilde opinión. Y, sin embargo ...
Estas obr~s se gustan y se admiran, p.ero denb'o de
59
un núcleo reducido, aunque selecto. Intentaremos otra
contestación. Ortega y Gasset fué revelado al público
en trabajos que parec~~n interesados en influir en la
política española, y la política es cosa que interesa a
más gente. Pero no nos engañemos: lo que interesa a
los más, en política, es la perspectiva de un acta o de
un destino, precisamente lo que nadie puede esperar
de Ortega. No es por aquí.
Ortega y Gasset representa, a mi entender, en pri-
mer término o en prin1er plano, un gesto nuevo: el
gesto meditativo; es el hombre que hace ademán . de
meditar. Éste es un estilo, y el estilo es el ademán
del hombre. No confundamos el ademán con lo que
los franceses llaman pose, y ahorreITIos definiciones.

NIÑAS EN LA CATEDRAL

El escultor de Segovia

En estas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por


la tradición, con una catedral gótica y .veinte iglesias
románicas, donde apenas encontráis rincón sin leyenda
. ni una casa sin escudo, lo bello es siempre y no obs-
tante -joh, poetas, hermanos míos!- lo vivo actual,
lo que no está escrito ni ha de escribirse nunca en
piedra: desde los niños que juegan en las calles -niños
del pueblo, dos veces infantiles- y las golondrinas que
yuelan en torno de las torr~s, hasta las hierbas de las
plazas y los musgos de los tejados.

Si dijéra¡pos que nadie ha escrito en castellano hasta


nuestros días de modo tan perfecto y acabado como
don Ramón del Valle-Inclán, sentaríamos una afirma-
60

ción sobrado rotunda y diríamos, no obstante, una gran


verdad. Don Ramón del Valle-Inclán se planteó, cuan-
do comenzó a escribir para el público, el problema de
la forma literaria como un problema qUf¡ rebasaba los
límites del arte. '
CANCIONERO APóCRIFO

Doce ~ poetas
que
pudieron existir

1. Jorge Menéndez. Nació en Chipiona, en 1828.


j\lIurÍó en Madrid, en 1904. Empleado de Hacienda y
autor dramático. Colaboró con Retes. Murió de apo-
plejía.La composición que se copia fué enviada como
anónimo a Francisct> · Villaespesa y se atribuyó a don
I\1anuel Valcárcel. Su verdadero autor fué · descubierto
por Nilo Fabra. Don Jorge Menéndez acabó cultivan-
do el alejandrino. .

SALUTACIÓN A LOS MODERNISTAS '

Los del semblante amarillo


y pelo largo lacio,
que hoy tocan el caramillo,
son flores de patinillo,
lombrices de caño sucio.

2. Víctor Acucroni. De origen italiano. Nació en Má-


laga, en 1879. Murió en Montevideo, en 1902.

~ (Así dice el título, aunque de hecho son catorce.)


02

Esta bolita de marfil sonora


que late d,entro de la encina vieja
me hace dormir . ..
, En sueño,
un ave de cristal-jmlil- en el olmo suena.

3. José María Torres. Nació en Puerto Real en


1838. Murió en Manila en 1898. Fué gran amigo de
Nlanuel Larra (?).

MAR

A -la hora de la tarde


viene un gigante a pensar.
Junto al mar, que nlucho suena,
medita, sordo a la mar.
En el fondo de sus ojos
las naves huyendo están,
entre delfines de bruma,
sobre el bermejo del mar.
Él no ve ni el mar ni el cielo,
él sólo ve su pe1Mar.
jGigante meditabundo
a la vera de la n~ar!

4. lvlanuel Cifuentes Fandanguillo. Nació en Cádiz


en 1876. Murió en Sevilla en 1899 de un ataque de
alcoholismo agudo.

Las cañas de Sanlúcar


me gustan 'a mí .
porque me quitan las penas.
~chame un ferrocarril
63

M anzanilla en el barco
fugo de la tierra,
que van mareando.
En Jerez de la Frontera,
tormentas de vino blanco.
, Para Narcisos, tu calle,
donde al que pasa le dicen:
suba un ratito, Don Nadie.

5. Antonio Machado. Nació en Sevilla, en 1895. Fué


profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en
Huesca, en fecha no precisada. Algunos lo han con-
fundido con el célebre poeta del mismo nombre, autor
de Soledades, Campos de Castilla, etcétera.

ALBORADA

C amo lágrimas de plomo


en mi oído dan,
y en tu sueño, niña, como
copos de nieve serán.
A la hora del rocío
sonando están
las campanitas del alba.
¡Tin tan, tin tan!
¡Quién oyera
las campanitas del alba
sentado a tu cabecera!
¡Tin tan, tin tan!
Las campanitas. del alba
sonando están.
Nunca un amor sin venda ni aventura;
huye del triste amor" de amor pacato
que espera del amor prenda segura
, sin locura de amor, ¡el insensato!
64

Ese que el pecho esquiva al niño ciego,


y blasfema del fuego de la vida,
quiere ceniza que le guarde el fuego
de una brasa pensada y no encendida.
y ceniza hallará, no de su llama,
cuando descubra el torpe el desvarío
que pedía sin flol' fruto a la rama.
. Con negra llave el aposento frío
de su cuarto abrirá. Oh, desierta ca1na
y turbio espejo. jY corazón vacío! *
6. Lope Robledo. Nació en Segovia, en 1812. Murió
en Sepúlveda, 1860.

Tiene el pueblo siete llaves


para siete puertas.
Son siete puertas al campo,
las siete abiertas . .

7. Tiburcio Rodrigálvarez. Nació en Almazán en


1838. Vivió en Soda en 1908. Fué amigo de Gustavo
Adolfo Bécquer, de quien conservó siempre grato. y
vivo recuerdo.

Era la mayor Clotilde,


rubia como la candela;
era la mas pequeñita
1nés, como el pan, morena.

*(Soneto incluído luego, COI1 variantes, en la obr~ de An-


tonio Machado) ~ . '
65
Una tarde de verano
se partieron de la aldea:
salieron a un prado verde,
posaron sobre la hierba .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .....
'

Nota marginal: No he podido recordar el texto .del


romance en que se describe una tormenta de verano.
Sólo recúerdo los versos:
... el viento · húnledo sopla;
los m.ontes relampaguean.

Fué leÍ.q a .por su autor, que poseía también algunos


~utógrafos de Bécquer.
\

8. Pedro Carfanca. Nació en Valladolid en 1878 .


.Sube y sube, pero ten
cuidado, N efelibata, , (

que entre las nubes también


se puede meter la pata.

9. Abel Infanzón. Nació en Sevilla en 1825. Murió


en París en 1867.
¡Oh maravilla,
Sevilla sin sevillanos,
la gran Sevilla!
Dadme una Sevilla vieja
donde se dormía el tiempo
con palacios con jardines,
bajo un azul de ,convento.
Salud, oh sonrisa clara
del sol en el limonero
de mi rincón de Sevilla,
66
¡ oh alegre canto un pandero,
luna redonda y beata
sobre el tapial de m,i huerto!
Sevilla y su verde orilla,
sin toreros ni gitanos,
Sevilla sin sevillanos,
¡oh maravilla!

10. Andrés Santayana. Nació en Madrid, en 1899.

EL MILAGRO

En Segovia, una tarde, de paseo


por la alameda que el Eres1na baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de las gafas
en bu.'1ca de ese andamio de mis ojos,
mi volado balcón de la mirada.
Abrí. el estuche con el gesto firme
y doctoral de quien se dice: Aguarda,
y ahora verás si veo . . ~
Abrí el estuche, pero dentro: nada; '
CCpoint de lunettes"... ¿Huyeron? luraríq,
qU€! algo brilló cuando la negra tapa
abrí del diminuto
ataúd de bolsillo, y que volaban
huyendo de su encierro,
cual mariposas de cristal, mis gafas.
El libro bajo el brazo, '
la orfandad de mis ojos paseaba
pensando: hasta las cosas que dejamos
muertas de risa en casa,
tienen su doble donde estar debieran
o es un acto de fe toda mirada.
67

11. José Mantecón del Palacio: Nació en Almería,


en 1874. Murió en 1902.
El aire por donde pasas,
niña, se incendia,
y a la altura de tus ojos
relampaguea.
Guarde Dios mi barco
de la nube negra
y guarde mi corazón
del aire de mi morena.
N o me mires más
y si me miras avisa
cuando me vas a mirar.
¡Dios mío, si no llegara! . .'.
Llevando el viento de cara,
yo iba de Argel a Almería.
Quizá lo mejor sería. .
Quien ve el faro de su puerto
de lejos relampaguear, '
piensa en tormentas peores
que las tormentas del mar.

12. Froilán Meneses. Nació en León. Murió en 1893.


Aunque tú no lo confieses,
alguien verá de seguro,
lo que hay de romance puro
en tu romance, ~1 eneses.
(A. M.)

En Zamora hay una torre,


en la torre hay un balcón,
,en el balcón- una niña:
su madre la peina al sol.
68

Ha pasado un caballero
( ¡quién· sabe por qué pas6!)
y al ver a la blanca niña,
volver de noche pensó.
Embozado en negra capa
el caballero volvió,
y antes de salir la luna,
la niña se apareció.
Desde el balcón a la calle,
desde la calle al balcón; .
si palabras de amor suben,
bajan palabras de amor.
Pasada la medianoche,
cuando quebraba el albor,
el conde vuelve de caza
de los rnontes de León.
Salióle al paso la niña:
-Por aqttÍ paséis, señor.
Tengo en mi lecho un hermano
que maherido cayó.
N o, entréis en la alcoba, conde . ..
-Dejadme pasar, por Dios,
que yerbas traigo del monte
y habré de sanarle yo.

13. Adrián Macizo. Traducción de Shakespeare.


Mi vida, ¡cuánto te quiero!,
dijo mi amada y mentía.
Yo también mentí: Te creo.
Te ,creo, dije, pensando:
así me tendrá por niño.
"Alas ella sabe mis años.
69
Si dos mentirosos hablan,
ya es mentira inocente;
se mienten, mas no se engañan.

N o es exactamente esto lo que dice Shakespeare;


pero léase atentamente el soneto y se verá que es esto
lo que debiera decir.

14. Manuel Espejo.


Oí decir a un gitano:
-Se miente mas no se engaña
. y se gasta mas saliva
de la necesaria.
(Variante)

Cuando dos gitanos hablan,


es la mentira inocente:
~e mienten y no se engañan.
11

FABULACIONES
FRAGMENTO DE PESADILLA :~

Sonaron unos golpecitos en la puerta.


Me d~sperté sobresaltado.
-¿Quién es?
-Soy yo: el verdugo.
Por un alto ventanuco entraba la luz clara y fría
del amanecer .
. Apareció un hombrecillo viejo y jovial, con un pa-
quete bajo el brazo.
-Puede usted, si quiere, dormir un poquito más;
todavía no es hora. . . Pero si le es a usted lo mismo . ..
Yo estoy a su disposición. Ahorco a domicilio y traigo
conmigo todo lo necesario.
El hombrecillo tenía aspecto de barbero.
Yo me sentí sobre un lecho duro. Miré en torno mío.
¡Qué extraña habitación!
-¿A domiéilio? .. Ésta no es mi casa.
-El domicilio del preso es la celda de la cárcel.
y el viejo sonreía afablemente.
-Pero ¿es cierto que es usted el verdugo? ¿Y me
va usted a ahorcar?
-Sí; pero eso no tiene importancia; se hace todos
los días. Además, hoy por ti y m.añana por-mí.
-Eso es lo que ya no comprendo. .
-Sí; que hoy viene por usted el verdugo y mañana
por mí. El verdugo es la muerte.

* (Confróntese con "Recuerdos de sueño, fiebre y duer-


mevela", incluído en Abel Martín (Biblioteca Contemporánea,
núm. 20).
74
Me golpeé el pecho con ambas manos, para ver si
estaba despierto o si soñaba. Después grité:
-¡ ¡Soy inocente!!
-Oh amigo, compañero (porque yo también soy
compañero de usted; fig'lfro en el escalafón de emplea-
dos, aunque cobro por nómina aparte), procure repor-
tarse. Yo ahorco por las buenas. Nada de violencia ... .
Pero póngase usted en mi caso. Si no le ahorco_ a
usted, me ahorcan a mí. Además, tengo mujer e hi-
jos . .. Usted se hará cargo. ,
. En efecto -pensaba yo-: los verdugos son hombres
finos, que procuran no molestar demasiado a ' sus' vÍc-
timas y aun captarse su benevolencia, pidiéndoles per-
dón anticipado por la ejecución. Esto va de veras ...
. ¡Dios mío! .
-¿Se decide usted? Verá qué cosa tan sencilla -dijo
el hombrecillo sonriente, mientras depositaba en el
suelo algo envuelto en un paño negro.
Yo miraba a las paredes de la celda, húmedas y mu-
grientas, pintarrajeadas con almazarrón. Y leí -ya sin
extrañeza- algunos letreros: "¡Mírate en ese espejol",
"El verdadero ahorcado huele a pescado", "Toribio:
¡saca la lengua!"
El viejecillo levantó el paño negro, y descubrió un
artefacto, algo así como una horma de sombrerero,
colocada ~obre un mástil que iba poco a poco levan-
tándose ...
Comencé a sentir un vago malestar en el estómago,
que~ poco a poco, se iba adueñando de todo mi cuerpo.
(¡Qué desagradable es todo esto!)
-Un metro ochenta ... Basta ... ¿Ve usted? -aña-
dió-. ¡Animo! En un periquete despachamos -y el
viejecillo me miraba sonriente, cariñoso ... Yo pensa-
ba: (Este tío es un farsante.)
Mientras contemplaba el extraño aparato, mi me-
75
moria se iluminaba. Empecé a recordar. .. Sí; se lne
había acusado de un crimen. Yo arrojé a la vía -según
se me dijo- al revisor del expreso de Barcelona. Un
juez me interrogó; después quedé procesado y preso.
Cuando se vió la causa, los jurados contestaron sí a
tres preguntas y NO a otras tres. Se me condenó a
pena capital. ~o gdté: ¡Soy inocente! . Los jueces me
mandaron callar con malos modos. Mientras me reti-
raba de la sala, conducido por dos guardias civiles,
observé que los jueces conversaban de buen humor
con mi abogado. Uno dijo:
-y todo por viajar gratis, como si fuera un senador
-del reino.
Mi abogado hizo un chiste:
-Para el viaje que le espera, ya no necesita billete ...
Lo recordaba todo, todo, menos -mi viaje en ' el ex-
pr~so de Barcelona.
-Levántese, amiguito, y procederemos a la ejecu-
ción. Si _aguardanl,os a la hora señalada, tendré que
ahorcarle a usted en el teatro, con todas las de la ley.
- j j ... !!
-Sí. .. y el público es exigente; las entradas son
caras -dijo el verdugo. Y añadió con malicia y mis-
terio-: LO's curas las revenden.
i Los' curas las revenden! . .. En esta frase absurda
latía algo h~rrible. En ella culminaba mi pesadilla.
-Sí -pens'é -; estoy perdido . ..
Fuera de la celda sonaron pasos, voces) bullicio de
gente que se aproximaba.
Se oyó una vocecilla femenina, casi infantil:
, -¿Es aqJ,lí donde se va a ahorcar a un inocente?
Otra vocecita, no ménos doncellil:
- Y_si es inocente, ¿por qué lo ahorcan?
La primera vocecilla:
-Calla, boba, que ésa es la gracia.
76

El verdugo exclamó entonces con voz tonante, que


no le había sonado hasta entonces:
-Aquí se ahorca, y nada más . .. Pase el que quiera.
Y, volviéndose hacia mí, añadió en voz baja:
-¿Lo ve usted? Ya no hay 601nbinación. (Alto.)
¡ Adelante, adelante!
Yo sudaba como un pollo y repetía maquinalmente:
-:-Ya no hay combinación. ¡Adelante, adelante!
El verdugo abrió el pesado portón. Una n1ultitud
abigarrada llen6, en desorden, la prisión. Burgueses,
obreros, golfos, mujeres, soldados, chiquillos... Mu-
chos arrash'aban sillas, bancos y taburetes ... Algunos
traían canastos y tarteras con meriendas. Un naran-
jero pregonaba su mercancía.
EL HOMBRE DE LA PERILLA DE ALABARDERO (al cura,
sentado a su derecha): Verá usted cómo nos deja mal
este verdugo.
EL CURA: ¿Qué se puede esperar de un peluquero?
EL HOMBRE ... : En otro tiempo los verdugos eran
hom,bres que sabían su oficio; ellos tejían y trenzaban
la cuerda; levantaban el tablado. Algunos habían he-
cho largo aprendizaje en el matadero. ' Éstos eran los
que degollaban a los hidalgos.
EL CURA: Sí; era gente ruda, pero seria. Los de hoy
serán más científicos, pero... ,
-Señores -gritó el verdugo) dirigiéndose a -la con-
currencia-, va a comenzar' la ejecución. ¡Arriba el.
sambenitado!
¡El sambenitado!... Nunca me había oído lla-
mar así.
-Se .trata, señores -continuó el verdugo-, de dar
una solución científica, elegante y perfectamente laica
al últÍ1no problema. '}yf i modesto aparato . ..
Rumores contradictorios; palmadas, silbidos. AIgu':'
nos golfos, pateando a compás:
77
-jCamelos, no; camelos, no!
. UNA voz: jViva la ciencia!
OTRA VOZ: jViva Cristo!
EL HOMBRE .•• (con voz tonante): ¡Fuera gentuzat ...
y silencio, en nombre del rey. (Pausado.) El señor
verdugo tiene un privilegio real para ensayar ·un apa-
rato de su invención. Al reo asiste el derecho de recla-
mar los auxilios de nuestra santa religión, antes, natu-
ralmente, de que se le ejecute; pero puede prescindir
de ellos, si ésta es su voluntad. Nuestro augusto mo-
narca quiere mostrar a su amado pueblo su tolerancia,
su sentimiento del nuevo ritmo de los tiempos . ..
VOCES: jCamelos, no! ...
EL HOMBRE ... : ¡Fuera gentuza! Y silencio, en nom-
bre del rey. -
EL CURA (aparte): ¡Vivir para ver!
EL VERDUGO: Mi modesto aparato . ..
LA JOVENCITA: Mira qué cara tiene el sarnbenitado.
Se comprende que lo ahorquen.

A LA ORILLA DEL AGUA IRREBOGABLE:


-Esa barba verdosa... Sí, usted es Caronte.
CARONTE: ¿Quién te trajo, infeliz, a esta ribera?
-Ahorcóme un peluquero; no sé por qué razón.
CARONTE: ¡La de todos! Aguarda y embarcarás.
- j La de todos! . .. y yo que creí haber muerto de
una manera original . ..
Baeza, 3 de mayo de 1914.
GENTES .DE MI TIERRA
Durante el tiempo que he vivido en París, más de
dos años, por mi cuenta, he tratado pocos franceses,
pero en cambio he podido observar alg~nos caracteres
de mi tierra.
La mayoría de los espáñoles que' he conocido en
Francia son gentes para quienes se cerró la frontera
española. Algunos abandonaron la patria perseguidos .
por delitos políticos, los más son desertores del ejér- .
cito; no faltan golfos, que se dicen bohemios y, entre
ellos, espíritus inquietos y hombres de fantasía para
quienes la 'suerte de vivir en París compensa de no
pocas fatigas. Generalme?te, estos emigrados .españo,;.
les vienen de las grandes ciudades: Madrid) Barcelona,
Valencia ... Pero también he conocido en París gen-
tes provincianas, de capitales de tercer 'orden, cuyas
vidas 'me interesaron mucho por 10 . castizas.
Una tarde que conversaba en un café del Quartier
., ,. .
con un arrugo mIO, se me acerco un Joven a qUIen yo
no acertaba a reconocer, pero a quien sin duda había
visto en alguna parte.
-¿No se acuerda de lní?.. Casares.
Era un hombre alto, delgado, de rostro imberbe,
con ojos verdes inquietos y sin pestañas. Llevaba un
sombrero hongo y abollado y un gabán bastante raído .
. En efecto, yo había conocido a Casares en una pe-
queña capital de provincia hacía ya ocho o diez años.
Casares entonces era un jovenzuelo bastante presu-
mido, que dirigía un periódico titulado El Eco de X,
que sostenía el cacique de la comarca. Casares se pe-
leó con el cacique y fundó entonces El Desmoche,
furibundo defensor de los intereses del pueblo'.
El Desmoche fué el · terror de la ciudad. En él
79

arremetía ICasares contra el alcalde, el gobernador, los


concejales, los magistrados; den~nciaba el juego del
Casino, los chanchullos de la Hacienda" las piraterías
de la usura y sacaba todo lo feo escondido a la ver-
güenza pública. En los priD?eros números Casares res-
pet~ba a los curas, temeroso de una excomunión del
obispo, que le privase de lectores, pero los curas, que
redactaban otro periodiquillo titulado El Triunfo de
la Fe, se metieron con El Desmoche, y Casares en-
tonces embistió fieramente contra El -Triunfo de la Fe.
Entre ambos papeles se entabló una lucha enconada.
El Triunfo de la Fe encabezaba su editorial con
palabras de este jaez: "Cu~ndo una repugnante larva,
un sucio gusarapo entre la baba infecta y el inmundo
lodo ...". y El Desmoche respondía: "Si en la sa-
, grada cátedra viérais aparecer una mula sarnosa, llena
de esparavanes ... " La mula a que El De$11U)che
aludía' era canónigo, director y. redactor de El Triun-
fo, y la repugnante larva de que hablaba El Triunfo,
mi amigo Casares. N o se citaban nombres para eludir
querellas criminales y, de este modo, el rojo y el negro
se machacaban a su sabor. Pero al pobre Casares se
le fué un día la pluma y estampó en El Desmoche
el nombre del canónigo, acompañado de unos cuantos
piropos. El canónigo entonces le llevó a los tribunales;
y Casares fué condenado por injuria y calumnia y des-
terrado de la' provincia.
Los curas quedaron dueños del campo. Casares
lanzó -el último número dé su Desmoche y desapare-
ció de la capital con las palabras que puso Zorrilla en-
boca de Don Pedro el Cruel:

... Volveré algún día


y Iay del que entonces a aparecer se atreva!
80
y éste era el hOlTIQ.re que tenía delante de mÍ. Pero
Casares no era ya el joven presumido y decidor que
yo había conocido. El tiempo hizo de él un hombre
reservado y sombrío. Al descubrirse para saludar noté
que tenía la cabeza calva.
-Siéntese y tome algo" amigo Casares -le dije.
Casares sentóse a nuestra mesa y pidió café.
-Cuénteme de su vida.
-Muchas calamidades -me respondió-o Los hom-
bres como yo no pueden medrar. Para hacer fortuna
es preciso doblarse y arrastrarse, y Casares ni se dobla
ni se arrastra.
Sus' hábitos de periodista provinciano le hacían ha-
blar de sí mismo en tercera persona. Y cuando decía:
"C asares no h ara es ~lO .•. , no pensara C asares...,
I , " era
como si dijese: "Nuestro digno director ... " Casares
me-contó las peripecia~ de ' su vida que precedieron a
su . expulsión definitiva del territorio español. En la '
capital de un distr~to minero fundó un periódico titu-
lado El Zurriago, y la emprendió con patrones y ca-
pitalistas. El resultado de esta campaña fué dar con
sus huesos en , la cárcel. Cuando recobró la libertad,
ofreció su pluma a un periódico de una capital anda-
luza, y fué su redactor en jefe durante algunas sema-
nas. Pronto se declaró independiente y fundó El
Vergajo, periódico comunista donde Casares aconse-
. jaba a los trabajadores del campo que se comieran
crudos a los propietarios rurales. Los propietarios ru-
rales le propinaron una enorme paliza por mediación
de los trabajadores del campo, y Casares , huyó a Va-
lencia donde hizo campaña antimilitarista, y después
a Barcelona, donde fué perseguido a raíz de la "Se-
mana Sangrienta" y tuvo que pasar la frontera. Su
vida en Francia había sido también lamentable. Tuvo
que pedir trabajo en fábricas y almacenes y fué em-
81
balador de botellas, barrendero, cargador y hasta bes-
tia de tiro, pues durante algún tiempo anduvo por las
calles de París arrastrando un carricoche, con grave
.riesgo de morir aplastado por tranvías y ómnibus.
Por fin, había conseguido algunas lecciones de espa-
ñol que le permitían vivir, aunque con mil apuros.
Pero como asistía a mítines ya asambleas anarquistas
y la policía fr~ncesa tenía malos informes suyos, pen-
saba que pronto le expulsarían de Francia y se vería
obligado a pasar la frontera de Bélgica. A España
no podía volver.
Los hombres ·como Casares' tienen un billete circular
para andar por el_mundo, que no les permite parar
dos veces en la misma estación.
Yo no sé si los hombres como Casares, de rígida
mentalidad y. tan definitivos que en nada los modifica
su propia vida, hombres batalladores y románticos,
siempre dispuestos a tomatse, como Don Quijote, con
Satanás en persona, son los rezagados de una raza in-
capaz y absurda o, por el contrario, los .supervivientes
de un gran pueblo desaparecido y que pudieran con-
vertirse, acaso, -en precursores y progenitores de oh"o
gran pueblo del porvenir. Lo cierto es que me inspi-
ran profunda simpatía. En Cuenca o en Soria, en
Segovia o en Albacete, en Jerez de la Frontera o en
Fregenal de la Sierra, no falta nunca un Casares dis-
puesto a fundar un . periódico para defender la idea
y pelearse con su propia sombra. Bajo una apariencia
vulgar, humilde y trasnochada, persiste en este hom-
bre el fiero individualismo de nuestra raza. N o pre-
veía Casares que el medio haya de ser necesariamente
más fuerte que el ind~viduo. Allí donde la uniformidad
mental ejerce la presión más formidable, y donde un
elemento de rebeldía se encuentra en el más absoluto
I desamparo, el hombre casares · lucha solo, arreme-
82

ti~ndo valientemente contra todos. Yo he presenciado


esta épica lucha durante años enteros, y hasta en oca- '
siones me parecía la victoria indecisa. Al fin, un
puntapié unánime, al que concurren los que parecían
indiferentes y aun los benéyolos, da con Casares en
tierra. Pero, a los pocos meses de la desaparición de-
finitiva de Casares y de la muerte de El Desmoche,
veréis a un joven mal vestido y con cara de pocos
amigos que se pasea por las calles · con un grueso bas-
tón ,en la mano. Es el fundador, director, redactor y
repartidor de El Alacrán o de La Esco~a, periódico
radical, digno sucesor de El Desmoche ...

Pasados algunos ~-!lleses volví a ver a Casáres en la


terraza de otro café del :Barrio Latino. Tenía el rostro
más pálido y el gabán más raído. Tomaba cerveza
en compañía de un joven andaluz picado de viruelas,
de ojos saltones, de una movilidad inquietante, que
accionaba con ademanes descompuestos y cuyo rostro
expresaba tan pronto odio agresivo como burla y me-
nosprecio. Ambos discutían; pero Casares . parecfa
acorralado por el andaluz.
-A la horca os mandaba yo.
-¿Por qué? -preguntaba Casares con expresión in-
genua mientras se limpiaba el sudor de la calva con
el pañuelo. .
-Porque sois fieras -respondía el andaluz con voz _
tonante, mirando a Casares fijamente con los ojos
inyectados en sangre-'-. ¡Fieraaas! -y después de una
larga pausa, añadía: - Pero ven acá, pedazo de alcor-
noque; ¿vosotros no predicáis la violencia y el crimen
. contra la sociedad constituída?
-Sí -contestaba Casares-o Contra una sociedad in-
fame.
83

-y vosotros, angelitos patudos; ¿qué esperáis de esa


sociedad? ¿Queréis que os convide a merengues?
y el andaluz dió a Casares una palmada en la calva.
Casares, ¡algo corrido, sonreía bondadosamente.
-Bueno -añadió el andaluz-; si me pagas otro bock,
cuenta conmigo para ponerle un petardo al propio
Maura en el trasero.
Yo conocía también~ de antiguo, al joven andaluz
interlocu.tor de Casares. Perico Lija era hoy un perdis,
bohemio, si queréis; pero había sido un chico apro-
vechado. No es extraño que los chicos aprovechados
acaben en golfos; lo contrario, sÍ, aunque también hay
. casos. Nos conocimos siendo niños en un colegio de
Sevilla, donde es_tudiábamos el último año del bachi-
llerato. Perico era el mas aventajado alumno de la
clase. Yo era entonces un estudiante menos que me-
diano. De aquí el aire de superioridad con que siem-
pre me trató. La vanidad escolar no se cura nunca.
Después Perico Lija pasó a estudiar leyes en el Sacro-
monte de Granada, donde obhlvo una beca o pensión
para .1talia. Esto era lo que por mí mismo y por
informes fidedignos sabía yo de Perico Lija. Después
he sabido otras cosas que no le favorecen, y él me
contó ' mil historias, en las cuales no creo.
Perico Lija es embustero, charlatán y polemista.
Tiene, sobre todo, fantasía, lo que llaman10s fantasía
los andaluces. La fantasía andaluza es única en el
mundo. No sirve para reproducir ni para crear; es
algo que tiende a deslumbrar y a aturdir; es una
alarma moruna, combinada con fuegos de artificio y
que termina siempre con un golpe al candil para lle-'
varse algo. La inconsistencia mental de Perico Lija
le permite discutirlo todo, tomando siempre el punto
de vista contrario de su interlocutor. Frente a Casares,
Perico defiende el orden y la religión; frente a gentes
84

tímidas o aburguesadas se muestra anárquico, sub-


versivo, partidario, sobre todo, del an10r libre. Dis-
. pone de gran cantidad de lugares comunes, que con1-
bina con chistes de almanaque; es un formidable po-
lemista de café. No obstante su afán de pelea, acaba
diciendo sien1pre lo que le conviene decir, y procura
no indisponerse con nadie antes de obtener alguna
ventaja o utilidad.
El hombre lija, tan1bién frecuente en nuestra tierra,
es un emancipado por egoísmo de trabas y obligacio-
nes. - Perico tenía a sus padres en España. Sus padres
-ricos ayer, hoy viejos y pobres- habían hecho por
él toda suerte de sacrificios para educarle y atender a
sus necesidades y a sus caprichos. Perico Lija no se
acordaba de sus padres.
Perico Lija había abandonado a su .mujer y a dos .
niños en España y vivía en París amancebado con una
joven, de la cual tenía un hijo. Según confesión pro-
pia, pronto rompería este últÍlno lazo, porque -lo que
él decÍa- el hombre debe ser libre.
Perico Lija era uno de estos hombres desdichados
por un exceso de egoísmo, unido a una sensualidad
bestial, y a quienes muchas veces falta para comer
y rara vez para emborracharse; de esos hombres que
explotan la miseria accidental a que les llevan sus
vicios, acudiendo a la benevolencia del prójimo y pen-
sando que la humanidad entera no tiene otra misión
que ayudarles y sostenerles.
Estos hOlnbres sienten un gran desdeño por los in-
. genuos del tipo Casares, entes sencillos, de escasas
necesidades y sin vicios, que luchan sin embustes y
sin ventajas, y a quienes la vida trata muy duramente.
Lija, pues, dice que Casares es un burgués en el
fondo, con lo cual cree haber dicho bastante contra
su an1igo. Casares, en cambio, dice de Perico Lija
85
que es un chico muy instruÍdo y de muy buena ima-
• • I .
glnaclon.
Casares, después de pagar ótra consumición a su
an1igo, le propuso fundar un periódico .e n París para
hacer la revolución en España. Lija trataba de disua-
dirle. Lo que convenía era fundar una revista para
explotar la vanidad de los americanos, poniendo al
frente de cada número el retrato de un general o de
un doctor. La idea era excelente y él contaba ya con
el caballo blanco. A Casares no le entusiasmaba la
proposición, y Lija, después de mirarlo con desprecio,
pasó a otro tema.
-Como comprenderás -dijo Perico Lija-, tenemos
que asistir mañana' al baile de Quat'Z-arts.
En París celebran los artistas todos los años un baile
monstruo, al que asisten los hombres disfrazados y
las mujeres desnudas. Es una fiesta llena de preten-
siones paganas, que admira a los rastacueros.
Casares no estaba muy persuadido de la necesidad
de asistir a aquella bacanat Lija insistía:
-Es necesario que me procures cuarenta o cincuenta
francos. Yo me encargo de conseguir billetes gratis.
Por ' los disfraces, no te apures. Yo tengo el mío de
higorrote, y a ti te disfrazo de- piel roja por luenos de
dos francos . ...Tú sabes que dentro de unos días tengo
guita: conque apoquina. .
Ignoro si consiguió Lija sacar al pobre Casares su
menguado caudal, ganado con lecciones de español
a franco l~ hora, y si a la siguiente , noche asistieron
al baile.

Pasados algunos meses volví a ver a Casares y le


pregunté por Lija.
-Le tenía por persona decente; pero es un canalla
86
-me dijo muy serio-o Sí, es un canalla, no lo dude.
Ya sabe usted que Lija vivía con una pobre muchacha,
de quien tiene un hijo de algunos meses. Muchas
veces me dijo que pensaba abandonar a la mujer y al
niño. Yo no lo creía. Pues bien; ayer se me presentó
en casa la pobre muchacha con la criatura en brazos,
diciéndome que Lija la había abandonado y que no
sabía su paradero. A mí me consta que Lija había
, cobrado una cantidad hace unos días. ¿Qué le parece
a usted? Es un malvado. En mi casa tengo a la mujer
y al niño y ando buscando a Lija por todo París, y si
lo encuentro le juro a usted qU,e le rompo la crisma.
Después no he vuelto a tener. noticias de Casares.
¿Lo habrán expulsado de Francia? ¿Estará en la
cárcel? ¿Habrá vuelto a España para fundar El
Zurriago en Mataporquera? No sé ... Acaso ha muer-
to en la cárcel o en el hospital. A Perico Lija lo
vi algunos años más tarde en una barraca de Mont-
martre. Sí, aquel Jonás que salía del vientre de úna
ballena de cartón tocando la guitarra, era Perico Lija.
LA TIERRA DE AL VARGONZÁLEZ *

Una mañana de los primeros días de octubre, decidí


visitar la fuente del Duero y tomé en SOTia el coche de
Burgos que había de llevarme hasta Cidones. Me acO-
modé en la delantera cerca del mayoral y entre d.os
viajero's: un indiano que tornaba de Méjico a su aldea
natal, escondida en tierra qe pinares, y un viejo cam-
pesino que venía de Barcelona donde embarcara a dos
de -sus hijos para el Plata. No cruzaréis la alta estepa
de .Castilla sin encontrar gentes que os hablen de Ul-
tramar. -
Tomamos la ancha carretera de Burgos, dejando a
nuestra izquierda el camino de Osma, bordeado de
chopos que el otoño comenzaba' a dorar. Soria quedaba
a nuestra espalda entre grises colinas y cerros pelados.
Soria mística y guerrera, guardaba antaño la puerta
de Castilla, como una barba cana hacia los reinos mo-
ros que cruzó el Cid. en su destierro. El Duero, en
torno a Soria, forma una curva de ballesta. Nosotros .
llevábamos la dirección del venablo. -
El indiano me hablaba de Veracruz, mas yo escu-
chaba al campesino que discutía con el mayoral sobre
un crimen reciente. · En los pinares de Duruelo, una
joven vaquera había aparecido cosida a puñaladas y .
violada después de muerta. El campesino acusaba a
un rico ganadero de Valdeavellano, preso por indi~ios

~ Publicado originalmente en la revista Mundial, de París,


núm. 9, enero de 1912. Este cuento-leyenda desarrolla antici-
padamente el tema del romance del mismo nombre.
\
88

en la cárcel de Soria, con10 autor indudable de tan bár-


bara fechoría, y desconfiaba de la justicia porque la
víctima era pobre. En las pequeñas ciudades, las gen-
tes se apasionan del juego y. de la política, como en
las grandes, del arte ·y de la pornografía -ocios de
mercaderes-, pero en los campos sólo interesan las
labores que reclaman la tierra y los crímenes de los
hombres.
-¿Va usted muy lejos? -pregunté ál campesino.
-A Covaleda, señor -me respondió-o ¿Y usted?
-El mismo camino llevo, porque pienso subir a
Urbión y tomaré el valle del Duero. A la vuelta bajaré
a Vinuesa por el puerto de Santa Inés.
-Mal tiempo para subir a Urbión. Dios le libre de
una tormenta por aquella sierra.
Llegados a Cidones, 110S · apeamos el campesino y
yo, despidiéndonos del indiano que continuaba su viaje
en la diligencia hasta San Leonardo, y elnprendimos en
sendas ' caballerías el camino de Vinuesa.
Siempre que trato con hombres del campo, pienso en\
lo mucho que ellos saben y nosotros ignoramos, 'yen
lo poco que a ellos importa conocer cuanto nosotros
sabemos.
El campesino cabalgaba delante de mí silencioso. El
hombre de aquellas tierras, serio y taciturno, habla
cuando se le interroga, y es sobrio en la respuesta.
Cuando la pregunta es tal que pudiera excusarse, ape-
nas se digna contestar. · Sólo se extiende en adverten-
cias inútiles sobre las cosas que conoce bien, o cuando
narra historias de la tierra.
Volví los ojos al pueblecillo que dejábamos a nues-
tra espalda. La iglesi~ con su alto campanario coro-
nado por un hermoso nido de cigüeñas, descuella sobre
unas cuantas casuchas de tierra. Hacia el camino real
destácase la casa ·de un indiano, contrastando con el
89
sórdido caserío. Es un hotelito moderno y mundano,
rodeado de jardín y verja. Frente al pueblo se extiende
una calva serrezuela de rocas grises surcadas de grietas
rojizas. _
Después de cabalgar dos horas, llegamos a la .Mue-
dra, una aldea a medio camino entre Cidones y Vi-
nuesa, y a pocos pasos cruzan10S un puente de madera
sobre el Duero. .
-Por aquel sendero -me dijo el campesino, señalan-
do a su diestra-, se va a las tierras de Alvargonzález;
campos malditos hoy; los n1ejores, antaño, de esta co-
marca.
-¿Alvargonzález .es el nombre de sli dueño? -le
pregunté.
-Alvargonzález -n1e respondió- fué un .rico labra-
do~; mas nadie lleva ese nombre por estos contornos.
La aldea dónde vivió se llama como él se llamaba:
Alvargonzález, y tierras de Alvargonzález a los pára-
mos que la rodean; Tomando esa vereda llegaríamos
allá antes que a Vinuesa por este camino. Los lobos,
en invierno, cuando elhambre les echa de los bosques,
- cruzan esa aldea y se les , oye aullar al pasar por las
majadas que fueron de Alvargonzález, hoy vacías y
arruinadas.
Siendo niño, oí contar a un pastor la historia de AI-
vargonzález, y sé que anda inscrita en papeles y que
los ciegos la cantan por tierras de Berlanga.
Roguéle que me narrase aquella historia, y el cam-
pesino con1enzó así su relato: '
Siendo Alvargonzález mozo, heredó de sus padres
rica hacienda. Tenía casa con huerta y colmenar, dos
prados de fina hierba, campos de trigo y de cent~no,
un trozo de encinar no lejos· de la aldea, algunas yun-
tas para el arado, cien ovejas, un mastín y n1uchos
lebreles de caza.
90

Prendóse de una linda moza en tierras del Burgo, no


lejos de Berlanga, y al año de conocerla la tomó pot
mujer. ,Era Polonia, de tres hermanas, la mayor y la
más hermosa, hija de labradores que llaman los Peri-
báñez, ricos en otros tiempos, entonces dueños de men-
guada fortuna.
Famosas fueron las bodas que se hicieron en el pue-
blo de la novia, y las tornabodas que celebró en su
aldea Alvargonzález. Hubo vihuelas, rabeles, flautas
y tamboriles, danza aragone~a y fuegos al uso valen-
ciano. De la comarca que riega el Duero, desde Urbión
donde nace, hasta que se aleja por tierras de Burgos,
se habla ,de las bodas de Alvargonzález, y se recuer-
dan las fiestas de aquellos días, porque el pueblo no
olvida nunca lo que brilla y truena.
Vivió feliz Alvargonzález con el amor de S11 esposa
yel medro de sus tierras y ganados. Tres hijos tuvo, y,
'ya cre9idos, puso el mayor a cuidar huerta y abejar,
otro. al ganado, y mandó al menor a estudiar en Osma,
porque lo d~stinaba a la iglesia.
Mucha sangre de Caín tiene la gente .labradora,. La
envidia armó pelea en el hogar de Alvargonzález.
Casáronse los mayores, y el buen padre tuvo nueras
que antes de darle nietos, le trajeron cizaña. Malas
hembras y tan codiciosas para sus casas, que sólo pen-
saban en la herencia que les 'cabría a la muerte de Al-
vargonzález, y por ansia de lo qu~ esperaban no goza-
ban lo que tenían.
El menor, a quien los padres pusieron en el semi-
nariq, prefería las lindas mozas a rezos y latines, y
colgó un día la sotana, dispuesto a no vestirse más
por la cabeza. Declaró que estaba dispuesto a emba~­
carse para las Américas. Soñaba con correr' -tierras y
pasar los mares, y ver el , mundo entero.
91

Mucho lloró la madre, Alvargonzález vendió el enci-


nar, y dió a su hijo cuanto había de heredar.
-Toma lo tuyo, hijo mío, y que Dios te acompañe.
Sigue tu idea y sabe que mientras tu padre viva, pan
y techo tienes en esta casa; pero, a mi muerte, todo
será de tus hermanos.
Ya tenía Alvargonzález la frente arrugada, y por la
barba le plateaba el bozo azul de la cara. Eran sus
hOlnbros. todavía robustos y erguida la cabeza, que
sólo blanqueaba en las sienes.
Una mañana de otoño salió solo de su casa; no iba
como otras veces, entre sus finos galgos, terciada a la
espalda la escopeta. No llevaba arreo de cazador ni
pensaba en cazar. Largo camino anduvo bajo los ála-
mos amarillos de la ribera, cruzó el encinar y, ju~to a
una fuente que un olmo gigantesco sombreaba, detú-
vose fatigado. Enjug6 el sudor de su frente, bebió
algunos sorbos de agua y acostóse en la tierra.
Y a solas hablaba con Dios Alvargonzález diciendo:
"Dios, mi s~ñor, que colmaste las tierras que labran
mis manos, a quien debo pan en mi mesa, mujer en
mi ' lecho y por quien crecieron robustos los hijos que
engendré, por , quien mis majadas rebosan de blancas
merinas y se cargan de fruto los árboles de mi huerto
y tienen miel las colmenas de mi abejar; sabe, Dios
mío, que sé cuanto me has dado, antes que me 10
.quites». _
Se fué quedando dormido mientras así rezaba; por-
que la sombra de las ramas y el agua que brotaba la
piedra, parecían decirle: Duerme y descansa.
- Y durmió Alvargonzález, pero su ánimo no había de
reposar porque los sueños aborrascan el dormir del
hombre.
Y Alvargonzález s'oñó que una voz le hablaba, y
_veía como Jacob u:na esc;ala de luz que iba del cielo
92
a la tierra. Sería tal vez la franja del sol que filtraban
las ramas del olmo.
Difícil es interpretar los sueños , que desatan el haz
de nuestros propósitos para mezclarlos con recuerdos
y temores. Muchos creen adivinar lo que ha de venir _
estudiando los sueños. Casi siempre yerran, pero al-
guna vez aciertan. En los sueños malos, que apesadum-
bran el corazón del durmiente, no es difícil acertar.
Son estos sueños memorias de lo pasado, que teje y
confunde la mano torpe y temblorosa de un persona-
je invisible: el miedo.
Soñaba Alvargonzález en su niñez. La alegre fogata
del hogar, bajo la ancha y negra campana de la cocina
y en torno al fuego, sus padres y sus hermanos. La~ '
nudosas manos del viejo acariciaban la rubia candela.
La madre pasaba las cuentas de u~ negro rosario. En
la pared ahumada; colgaba .el hacha reluciente, con ~
que el viejo hacía leña de las ramas de roble.
Seguía soñando Alvargonzález, y era en sus me-
jores días de mozo., Una tarde de verano y un prado
verde ' tras de los muros de una huerta. A la sombra,
, y sobre la hierba, cuando el s<?l caía, tiñendo de luz
, anaranjada las copas de los castaños, Alvargonzález
levantaba el odre de cuero y el vino rojo caía en su
boca, refrescándole la seca garganta. En torno suyo
estaba la familia de Peribáñez: los padres y las tres
lindas hermanas. De las ramas de la huerta y de la
hierba del prado se elevaba una armonía de oro y
cristal, como si las estrellas cantasen en la tierra antes
de aparecer dispersas en el cielo silencioso. Caía la
tai'de y sobre el pinar obscuro, aparecía, dorada y
jadeante, la luna llena, hermosa luna del amor, sobre
el campo tranquilo.
COlTIO si las hadas que hilan y tejen los sueños,
93

hubiesen puesto en sus ruecas un mechón de negra


lana, ensombrecióse el soñar de Alvargonzález, y una
puerta dorada abrióse lastimando el corazón del dur-
miente.
y apareció un hueco sombrío y al fondo, por tenue
claridad iluminada, el hogar desierto y sin leña. En la
pared colgaba de una escarpia el hacha bruñida y
reluciente.
El sueño abrióse al claro día. Tres niños juegan a la
puerta de la casa. La mujer vigila, cose, y a ratos
sonríe. Entre los, mayores brinca un cuervo negro y
lustroso de ojo acerado.
-Hijos, ¿qué haceis? -les pregunta. /
Los niños se miran y callan.
-Subid al monte, hijos míos, y antes que caiga la
noche, traedme un brazado de leña.
Los tres niños se alejan. El menor, que ha quedado
atrás, vuelve la cara y su madre lo llama. El niño vuel-
ve hacia la casa Y ,los hermanos siguen su camino hacia
el encinar.
y es otra vez el hogar, el hogar apagado y desierto,
y en el muro colgaba el -hacha reluciente.
Los mayores de Alvargonzález vuelven del monte
con la tarde, cargados de estepas. La madre enciende
el candil y el mayor arroja astillas y jaras sobre el
tronco de roble, y quiere hacer el fuego en el hogar,
cruje la leña y los tuer,os, apenas encendidos, se apa-
gan. N o brota la llama en el lar de Alvargonzález, A
la luz del candil brilla el hacha en el mu~o, y esta vez
parece que gotea sangre.
-Padre, la hoguera no prende; está la leña moja~a.
Acude el segundo y también se afana por hacer
lumbre. Pero el fuego no quiere brotar.
El más pequeño-echa sobre el hogar un puñado de
estepas, y una roja llama alumbra la cocina. La madre
94

sonríe, y Alvargonzález coge en brazos al nlno y lo


sienta en sus rodillas, a la diestra del fuego.
-Aunque último has nacido, tú ~res el primero en
. mi corazón y el mejor de mi casta; porque tus manos
hacen el fuego.
Los hermanos, pálidos como la muerte, se alejan por
los rincones del sueño. En la diestra del mayor brilla
el hacha de hierro.
Junto a la fuente dormía Alvargonzález, cuando el
primer lucero brillaba en el azul, y una enorme luna
teñida de púrpura se asomaba al campo ensombrecido.
El agua que brotaba en la piedra parecía relatar una
historia vieja y triste: la historia del crimen del campo.
Los hijos de Alvargonzález caminaban silenciosos, y
vieron al padre dormido junto a la fuente. Las sombras
que alargaban la tarde llegaron al durmiente antes que
los asesinos. ;La frente de Alvargonzález tenía un ta- -
chón sombrío entre las cejas, como la huella de una
segur sobre -el tronco de un roble. Soñaba Alvargon-
zález qu~ sus hijos venían a matarle, yal abrir los
ojos -vió que era cierto lo que soñaba.
Mala muerte dieron al labrador, los malos hijos, a
la vera de la fuente. Un hachazo en el cuello y cuatro
0,

1, puñaladas en el pecho pusieron fin al sueño de Alvar-


gonzález. El hacha que tenían de sus abuelos y que
tanta leña cortó para el hogar, tajó el robusto cuello
que los años no habían doblado todavía~ y el cuchillo
con que el buen padre cortaba el pan moreno que
repartía a los suyos en torno a la mesa, hendido había
el más noble corazón de aquella tierra. Porque Alvar-
gonzález era bueno para su casa, ' pero era también
mucha su caridad en la casa del pobre. Como padre
habían de llorarle cuantos alguna vez llamaron a su
puerta, o alguna vez le vieron en los un1 brales de "las
suyas.
95

Los hijos de Alvargonzález no saben lo que han he-


cho. Al padre muerto arrastran hacia un barranco, por
donde corre un río que busca al Duero. Es un valle
sombrío lleno de helechos, hayedos y pinares.
y lo llevan a la Laguna Negra, que no tiene fondo, y
allí lo arrojan con una piedra atada a los pies. La lagu-
na está rodeada de una muralla gigantesca de rocas
grises y verdosas, donde anidan las águilas y l,?s bui-
tr.es. Las gentes de la sierra en aquellos tiempos no
osaban acercarse a la lagun~ ni aun en los días claros.
Los viajeros que como usted, visitan hoy estos lugares,
han hecho que se les pierda el miedo.
Los hijos de Alvargonzález tornaban por el valle,
entre los pinos gigantescos y las hayas decrépitas. No
oían el agua que sonaba en el fondo del barranco. Dos
lobos ' asomaron, al verles pasar. Los lobos huyeron
espantados. Fueron a cruzar el' río, y el río tomó por
otro cauce, y en seco lo pasaron. Caminaban por el
bosqUe para tornar a su aldea con la noche cerrada,
y los pinos, las rocas y los helechos por todas partes
les dejaban vereda como si huyesen de los asesinos.
Pasaron otra vez junto a la fuente, y la fuente, que
contaba su vieja historia, calló mientras pasaban; y '
aguardó a que se alejasen para seguir contándola.
Así heredaron los malos hijos la hacienda del buen
labrador que una mañana de otoño salió de su casa,
y no volvió ni podía volver. Al 'otro día se enconh'ó su
manta cerca de la fuente y un reguero de sangre ca-
mino del barranco. Nadie osó acusar del crimen a los
hijos de Alvargonzález, porque el hombre del campo
teme al .poderoso, y nadie se atrevió a sondar la lagu-
na, porque hubiera sido inútil. La laguna jamás ' de-
vuelve lo que se traga. Un buhonero que erraba por
aquellas tierras fué preso y ahorcado en Soria, a los
dos meses, porque los hijos de ' Alvargonzález le enh'e- ,
96

garon a la justicia, y con testigos pagados lograrpn


perderle. .
La n?aldad de los hOlnbres es como la Laguna N e-
gra, que no tiené fondo.
,La madre murió a los pocos meses. Los que la vieron
muerta una mañana, dicen que tenía cubierto el ros-
tro entre las manos frías y agarrotadas.

El sol de primavera ilun1inaba el campo verde, y las


cigüeñas sacaban a volar a sus hijuelos en el azul de
los prüneros días de mayo. Crotoraban las codornices
entre los trigos jóvenes; verdeaban los tálamos del '
camino y de las riberas, y los ciruelos del huerto se
llenaban de blancas flores. Sonreían las tierras de AI-
vargonzález a sus .nuevos amos, y prometían cuanto
habían rendido al viejo labrador.
Fué un año de abundancia en aquellos campos. Los
hijos de Alvargonzález comenzaron a descargarse del
peso de su crimen, porque a los malvados muerde la
culpa cuando temen el castigo de Dios o de los hom-
bres; pero si la fortuna ayuda y huye el temor,comen
. su pan alegremente, como si estuviera bendito.
Mas la codicia tiene garras para coger, pero no tiene
manos para labrar. Cuando llegó el verano siguiente,
la tierra, eInpobrecida, parecía fruncir el ceño a sus
señores. Entre los trigos había más amapolas y hierba-
jos, que rubias espigas. Heladas tardes habían mata- .
do en flor los frutos de la huerta. Las ovejas morían
por docenas porque una vieja, a quien se tenía por
bruja, les hizo n1ala hechicería. Y si un año era malo,
otro peor le s,eguía. Aquellos campos estaban malditos,
y los Alvargonzález venían tan a menos, como iban a
más querellas y enconos entre las mujeres. Cada uno
de los hermanos tuvo dos hijos que no pudieron lQ ..
97 -

grarse, porque el odio había envenenado la leche de


las madres.
Una noche de invierno, ambos hermanos y sus mu-
jeres rodeaban el hogar, donde ardía un fuego mezqui-
no que se iba extinguiendo poco a poco. N o, tenían
leña, ni podían buscarla a aquellas horas. Un viento
helado penetraba por las rendijas del postigo, y se le
oía bramar en la chimenea. Fuera, caía la nieve en
torbellinos. Todos miraban silenciosos las ascuas mor-
tecinas, cuando llamaron a la puerta.
-¿Quién será a estas horas? -dijo el rnayor-.
Abre tú.
Todos permanecieron inmóviles sin atreverse a abrir.
Sonó otro golpe en la puerta y una voz que decía: ,.
-Abrid, hermanos.
-¡Es Miguel! Abrámosle.
Cuando abrieron la puerta, cubierto de nieve y em-'
bozado en un largo capote entró Miguel, el menor de
Alvargonzález, que volvía de las Indias. '
Abrazó a sus hermanos, y se sentó con ellos cerca
del hogar. Todos quedarón silenciosos. Miguel tenía
los ojos llenos de lágrimas, y nadie le miraba frente a
frente. Miguel, que abandonó su casa siendo niño, tor-
naba hombre y rico. Sabía las desgracias de su hogar,
mas no sospechaba de sus hermanos. Era su porte, ca-
ballero. La tez morena algo quemada, y el rostro en-
juta, . porque las tierras de Ultramar dejan siempre
huella, pero en la mirada de sus grandes ojos brillaba
la juventud. Sobre la frente, ancha y tersa, su cabello I

castaño caía en finos bucles. Era el más bello de los


tres hermanos, porque al mayor le afeaba el rostro lo
espeso de las cejas velludas, y al segundo, .los ojos pe-
queños, inquietos y cobardes, de hombre astuto y
crueL -
Mientras Miguel permanecía mudo y abstraído, su~
98
hermanos le miraban al pecho,. donde brillaba una
gruesa cadena de oro.
El mayor rompió el silencio, y dijo:
-¿Vivirás con nosotros?
-Si queréis -contestó Miguel-~ Mi equipaje llegará
mañana.
-Unos suben y otros bajan -añadió el segundo-.
Tú traes oro y- nosotros, ya ves, ni leña tenemos para
calentarnos.
El viento batía la puerta y el .postigo, y aullaba en
la chimenea. El frío era tan grande, que estremecía
los huesos.
Miguel iba a hablar cuando llamaron otra vez a la
puerta. Miró a sus hermanos como . preguntándoles
quién podría ser a aquellas horas. Sus hermanos tem-
blaron de espanto.
Llamaron otra vez, y Miguel abrió.
Apareció el hueco sombrío de la noche, y una racha
de viento le salpicó de nieve el rostro. N ó vió a nadie
en la puerta, más divisó una figura que se alejaba
bajo los copos blancos. Cuando volvió a cerrar, notó
que en el umbral había un montón de leña. Aquella
noche ardió una hermosa llama en el hogar de Alvar-
gonza'1 ez. ~

Fortuna traía Miguel de las Américas, aunque no


tanta como soñara la codicia de sus hermanos. Oecidió
afincar en aquella aldea donde había nacido, mas
como sabía que toda la hacienda era de sus hermanos,
les compró una parte, dándoles por ella mucho más
oro del que nunca había valido. Cerróse el trato, y
. Miguel comenzó a labrar en las tierras malditas.
El oro devolvió la alegría al corazón de los malva-
dos. Gastaron sin tino en el regalo y el vicio y tanto
mermaron su ganancia, que al año volvieron a culti-
var la tierra abandonada.
99
Miguel trabajaba de sol a -sol. Removió la . tierra
con el arado, limpióla de malas hierbas, sembró trigo
y centeno, y mientras los campos de sus hermanos pa-
recían desmedrados y secos, los suyos se colmaron de
rubias y n1acizas espigas. Sus hermanos le miraban con
odio y con envidia. Miguel les ofreció el oro que le
quedaba a cambio de las tierras malditas.
Las tierras de Alvargonzález eran ya de Miguel, y
a ellas tornaba la abundancia de los tiempos del viejo
labrador. Los mayores gastaban su dinero en locas
francachelas. El juego y el vino llevábanles otra vez a
la ruina.
U na noche volvían borrachos a su aldea, porque
habían pasado el día bebiendo y festejando en una
feria cercana. Llevaba el mayor el ceño fruncido y un
pensamiento feroz bajo la frente. .
-¿Cómo te explicas tú la suerte de Miguel? -dijo a
su hermano. .
"La tierra le colma de riquezas, y a nosotros nos
niega un pedazo de pan".
-Brujería y artes de Satanás -contestó el segundo.
Pasaban cerca de lel huerta, y se les ocurrió asomarse
a la tapia. La huerta estaba cuajada de frutos. Bajo
los árboles, y entre los rosales, divisaron un hombre
encorvado hacia la tierra.
-Mírale -dijo el mayor-o Hasta de noche trabaja.
-¡Eh! Miguel -le gritaron.
Pero el hombre aquel no volvía la cara. Seguía tra-
bajando en la tierra, cortando ramas o arrancando hier-
bas. Los dos atónitos borrachos, achacaron al vino que
les aborrascaba la cabeza, el cerco de luz que parecía
rodear la figura del hortelano. Después, el hombre se
levantó y avanzó hacia ellos sin mirarles, como .si
buscase otro rincón del huerto para seguir trabajando.
Aquel hombre tenía el rostro del viejo labrador. ¡De
100
la laguna sin fondo había salido Alvargonzález para
lab~ar el huerto de l\lIiguel! .
Al día siguiente, ambos hermanos recordaban haber
bebido mucho vino y visto cosas raras en su borrache-
ra. y siguieron gastando su dinero hasta perder la últi-
ma moneda. ~1iguellabraba sus tierras, y Dios le col-
maba de riqueza.
Los mayores volvieron tr'sentir en sus venas la san-
gre de Caín, .y el recuerdo del crimen les azuzaba al
crimen.
Decidieron matar a su hermano, y así lo hicieron. -
Ahogáronle en la presa del molino, y una mañana
apareció flotando sobre el agua.
. Los malvados lloraron aquella muerte con lágrimas
fingidas, para alejar sospechas en la aldea donde nadie
los quería. No faltaba quien los acusase del crimen en
voz baja, aunque ninguno osó llevar pruebas a la jus-
ticia. .
y otra vez volvió a los malvados ·la tierra de Alvar-
gonzález.
y el primer año tuvieron abundancia porque cose-
charon la labor de Miguel, pero al segundo, la tierra
se empobreció. ~
Un día seguía el mayor encorvado sobre la reja del
arado que abría penosamente un surco en la tierra.
Cua~do volvió los ojos, reparó que la tierra se cerraba
y el surco desaparecía.
Su hermano cavaba 'en la huerta, donde sólo megra-
ban las malas hierbas, y vió que de la tierra brotaba
sangre. Apoyado en la azada contemplaba la huerta, y
" un frío sudor corría por su frente.
Otro día los hijos de Alvargonzález tomaron silen-
ciosos el camino de la Laguna Negra.
Cuando caía la tarde~ cruzaban por entre las hayas y
los pinos.
101

Dos lobos se asomaron a verles, huyeron espantados.


¡Padre!, gritaron, y cuando en los huecos de las rocas
el eco repetía: ¡padre! ¡padre! ¡padre!, ya ~e los había
tragado el ag~a de la laguna sin fondo.
111

UN DISCURSO
DISCURSO DE INGRESO EN LA
ACADEMIA DE LA LENGUA:¡'

Señores académicos:
Perdonadme que haya tardado más de cuatro años
en presentarme ante vosotros. Todo ese tiempo ha
sido necesario para que venza yo ciertos escrúpulos
de conciencia. Tengo muy alta idea de la Academia
Española, por lo que ha sido, por ló que es, por lo que
puede ser. Me habéis honrado mucho, demasiado, al
elegirme académico, y los honores desmedidos per-
turban siempre el equilibrio psíquico de todo hombre
medianamente reflexivo. Cuando nos alejamos de la
juventud, que es casi toda ella anhelo de porvenir y,
por ende, ansia de todo lo posible, limitamos el campo
de nuestras aspiraciones; creemos conocer ya, no sólo
el ritmo, sino la ley que ha de regir . la totalidad de
nuestra vida, y renunciamos a hacernos ilusiones, quiero
decir que aspiramos a vivir de realidades. Pensamos
entonces que lo real de nuestra vida es solamente
aquello que no pugna con la norma ideal que había-
mos sacado, por abstracción, de nuestra experiéncia.
Es la edad en que, fatalmente, desconfiamos de me-

~ :Manuscrito inédito qu.e posee su hermano José. Es una pri-


mera redacción inacab~da (1931) del discurso que el poeta
preparaba para su ingreso en la Academia Española. Se pu-
blicó en la Revista Hispánica Aloderna de Nueva York, corres-
pondiente al año 1951. Hasta ahora permanecía inédito en libro.
106

recer todo honor y toda ventura que no esperábamos.


Así, el hombre que en plena juventud no logró inquie-
tar demasiado el corazón femenino, y ya en sú madu-
rez vió claro que los caminos de Don Juan no eran los
suyos, se siente algo desconcertado y perplejo . si,
candidior postquam tondendi barba cadet, alguna
bella dama le brinda sus favores. Y pongo este ejem-
plo, aparentemente inadecuado, para demostraros que
no es menosprecio del honor que no se espeta o de la
dicha inopinada la causa de nuestro desconcierto y
perplejidad, porque ¿quién habrá que desdene el amor,
aunque le llegue cuando el sueño perdurable comienza
a enturbiarle los ojos? Es que, en verdad, lo que no
estaba ya en el campo de nuestras esperanzas, si por
azar nos aparece, no logra convencernos de su reali-
dad. Por eso habéis de perdonarme, señores, este ru-
bor y esta timidez con que llego ante vosotros y el
que yo, académico electo desde el día, ya lejano, en
que vertisteis sobre mí la cornucopia de vuéstras bon-
dades, me haya preguntado muchas veces y me pre-
gunte todavía, s,i merezco serlo, si, en realidad, lo soy.
N o creo poseer las dotes específicas del académico.
N o soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy
flojo de latín, porque me lo hizo aborrecer un mal
maestro. Estu~lié el griego con amor, por ansia de
leer a Platón, pero tardíamente y, tal vez por ello,
con escaso aprovechamiento. ' Pobres son mis letras en
suma, pues aunque he leído mucho, mi memoria es
débil y he retenido muy poco. Si algo estudié con
ahinco fué más de filosofía que de amena literatura.
y confesaros he que con excepción de algunos poetas,
las bellas letras nunca me apasionaron. Quiero deci-
ros más: "soy poco sensible a los primores de la, forma,
a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto
en literatura no se recomienda por su contenido. Lo
107
bien dicho me seduce sólo cuando dice algo intere-
sante, y la palabra escrita me fatiga cuando no me
recuerda la espontaneidad de la palabra hablada.
Amo a la naturaleza, y al arte sólo cuando me la re-
presenta o evoca, y no siempre encontré la belleza
allí donde literalmente se guisa.
Pero vosotros me hicisteis académico y no debo yo
insistir sobre el tema de mi ineptitud para . serlo. Algo
habrá en mí que a vuestra dilección me recomienda.
Además, yo acepto el honor que me habéis conferido
como un crédito que generosamente me otorgáis sobre
mi obra futura. A reconocer esta deuda vengo a vues-
tra casa, confiado en que, al lado vuestro, podré mos-
traros al menos cuánto es sincera mi voluntad de
pagarla.
y ahora quisiera hablaros algo de poesía. ¿Qué
es la poesía? Pregunta es ésta que yo muy rara vez
me he formulado. Sin el examen de conciencia a que
el acto de presentarme ante vosotros me obliga, la
poesía no hubiera sido nunca para mí un tema de
reflexión. Para los franceses lo ha sido, recientemente,
de úna crítica y de una controversia que no lograron
ni convencerme ni apasionarme. Allá, como siempre,
10 más sensato lo ha dicho Monsieur de la Palice. Un
poeta español lo tradujo a lengua de Pero Grullo en
estos o parecidos términos: "Si eliminamos de cuanto
pretende ser poesía todo lo que, en realidad, no lo es,
obtendremos como \residuo una poesía limpia de toda
impureza, la poesía pura que buscamos". El experi-
mento sería decisivo, pero difícil de realizar. Repa-
remos en que esta prueba eliminatoria supone una
clara noción de cuanto no es poesía, 10 cual implica,
a su vez, un previo conocimiento de lo que ella sea.
No hemos de asombrarnos de estos resultados eviden-
temente tautológicos de la crítica. Ella es, sin duda,
108

el más alto depor'te de la inteligencia, pero -acaso


también el más superfluo, el más pobre en conclu-
siones positivas. Cuando es dogmática, parte de una
definición para tornar a ella; y cuando ~o lo es, sólo
nos descubre su propio problema: la dificultad de
definir eludiendo definiciones.
Anotemos, sin embargo, el intento plausible, muy
de nuesh'o tiempo, de purificar los géneros. El si-
glo X;IX, sobre todo en sus postrimerías, fué muy incli..:
nado a toda suerte de impurezas y confusiones. Las
artes no tuvieron clara noción de sus límites. Se diría
que cada una de ellas se buscaba en las otras. Para
evitar conflictos de frontera, quisiéramos hoy que las
artes recobrasen conciencia de sus fines y de sus
medios.
Pero la empresa es más ambiciosa de lo que a pri-
mera vista parece. Ella nos plantea todos los proble-
mas de la filosofía del arte. Otros, mejores que yo,
pueden y deben acometerla. Los filósofos, es decir,
los hombres capaces de meditar sobre aspectos totales
de la cultura, nos dirán un día si existe, de hecho o
de derecho, una poesía absoluta, y cuáles son las
condiciones sine qua non de ella. Sólo entonces po-
dremos responder a esta pregunta: ¿Qué es poesía?
Yo, por de pronto, quiero hacer constar que la poe-
sía, y' especialmente' la lírica, se ha convertido para
nosotros en problema. ¿Es esto un bien o un mal?
Desde luego, es un hecho. Y no olvidemos que son
los poetas mismos aquellos en quienes la actitud crí-
tica, reflexiva y escéptica, frente a su propia labor,
más señaladamente se acusa. No es éste un fenómeno
insólito en la historia de la literatura, pero tampoco
demasiado frecuente. Una cierta fe en la esencia in-
conmovible del arte cultivado,· suele acompañar al ·
artista en los períodos más fecundos. N o es, en suma
109
una actitud poética la de -preguntarse qué sea la poe-
sía y si, a fin de cuentas, la poesía' es algo, porque
ello es prueba de escasa confianza en la propia acti-
vidad, la sospecha, al menos, de vivir en clima espi-
ritual que le es hostil. Acaso los poetas, que no son
siempre los últimos en intuir las más hondas corrientes
de la cultura, uabajan con una vaga conciencia de la
extemporaneidad de su labor. Y apenas si hay alguno
-digámoslo de pasaaa- que no ejerza una afanosa
abogacía por su propia obra, para defenderla contra
ataques no siempre visibles, que no revele, en suma,
turbia conciencia de lo que hace, o sospecha de que
su arte ha pasado a ser, en opinión de muchos, acti-
vidad subalterna. A veces esta actitud inquieta, cavi-
losa y descontentadiza adopta formas desconcertantes
y equívocas. El poeta niega calidad estética a cuanto
se ha producido con anterioridad a sú obra; tal ouo
define el poema como milagro verbal, creación arbi-
traria y_ sin precedentes, recusando aSÍ, para no ser
juzgado, las más elementales normas del juicio; ni
falta quien adopte la actitud cínica, en el peor sentido
de la palabra, ni quien se entregue a un ejercicio
de meras cabriolas.
Alguien ha dicho que no son líricos los tiempos que
corren, porque estamos de vuelta del siglo -el XIX-
que lo fué con exceso. Difícil es juzgar todo un siglo
- por lo específicamente suyo, envuelto siempre en la '
aportación de s,iglos anteriores. ASÍ, juzgando al XIX,
los más sagaces yerran, ' aunque acierten ,a señalar
algo de lo que contiene. No es extraño. Por mucho
que el siglo XIX deba a los hombres que durante él
vivieron, debe más al siglo de la iluminación, más
aún al siglo barroco, mucho más al ingente hecho -
renacentista, enormemente más al saber antiguo. Muy
pocos son capaces de ' señalar la labor realizada y
110

los acentos que pone un siglo en el volumen total de


la cultura.
Yo, sin embargo, no vacilo en -afirmar que el si-
glo XIX fué, entre otras cosas, propicio a la lírica y,
en general, a las formas subjetivas del arte. En el
movimiento pendular que va, en las artes como en el
pensar especulativo, del objeto -al sujeto, y viceversa,
el ochocientos marca una extrema posición subjetiva.
Casi todo él milita contra el objeto. ' Kant lo elimina
en su ingente tautología, que estQ significa la llamada
revolución copernicana que se le atribuye. Su aná-
lisis de la razón sólo revela la estructura ideal del
sujeto cognoscente. Los desmesurados edificios de las
. metafísicas postkantianas son obra _de la razón racio-
cinante, de la razón que ha eliminado su objeto.
Fichte, Shelling, Hegel, los románticos de la filosofía,
son autores de grandes poemas lógicos en los cuales
resuena constantemente una emoción sui generis: la
emoción de los superlativos del pensamiento humano
frente a los románticos. El positivismo es una conse-
cuencia agnóstica de la eliminación del objeto abso-
luto y del descrédito inevitable de la metafísica. A
él acompaña una emoción de signo contrario, humana,
demasiado humana, pero no menos subjetiva que la
romántica: la del hombre como sujeto empírico de
una vida sin trascendencia posible, mero accidente
cósmico, efímero episodio en el ciego curso de la na-
turaleza. Todo cuanto en el siglo -ensalza o empeque-
ñece al hombre, refuerza y afirma al sujeto. Indivi-
dualismo se llama, en lo social y político, la nota
específicq. del siglo XIX. La corriente individualista
es un nuevo incremento de la subjetividad. El sujeto
kantiano es todavía el hombre genérico : razón, en-
tendimiento, formas de lo sensible, son nonnas obje-
tivas en cuanto trascienden del sujeto individual. Del
111

hombre kantiano no sabemos cómo sea el rostro, ni


el carácter, ni el humor, ni sabemos cómo siente ni
siquiera cómo piensa, sólo sabemos cuál es -el rígido
esquema de su razón en el espejo de la ciencia físico-
matemática. El hombre del ochocientos conserva
cuanto hay de limitativo en el idealismo kantiano,
de la filosofía romántica, en general, la exaltación del
devenir sobre el ser, la conversión del hecho del espí-
ritu en pura acción, transformación constante; evo-
lución, que tal es el concepto esencial del siglo. Pero,
al mismo tiempo, como filosofía para andar por casa,
mejor diré como una religión no confesada, va acen-
tuando el culto del yo sensible, de su individualidad
psicológica. L'individualité enveloppe l'infini, había
dicho Leibniz, y el siglo xx repite en varios tonos la
vieja sentencia .
. Si pensamos que es la lírica expresión en palabras
de lo subjetivo individual, actividad en el tiempo
psíquico, no en el .estadio impersonal de la lógica,
pensamiento heraclidio más que eleático, fué el si-
glo XIX el más propicio a la -lírica. El hombre del
ochocientos, la gran centuria de Carnot en que la
ciencia misma pone en el tiempo la ley más general
de la naturaleza, tiene la preocupación de su siglo,
cree sentirlo, escucharlo; lo ama y lo padece, el siglo
es un fantasma en el fluir de su propia conciencia,
de su íntima temporalidad. Sólo el hombre del ocho-
. cientos se confiesa enfant du siecle, padece un mal
del siglo, abriga la ilusión de un siglo sin génesis,
especialmente cualificado que vive y envejece con él.
Fué el hombre menos clásico de todos los siglos, el
menos capaz de crear bajo normas objetivas, porque
vive encerrado en su conciencia individual. Mas sólo
para él -yen esto consiste su profunda originalidad-
alcanza el tiempo un supremo valor emotivo. Su me-
112

tafísica ha sido formulada, aunque tardíamente, por


Henri Bergson: du vécu de rabsolu. La vida es el ser
en e.l tiempo, y sólo lo que vive es. Con Bergson y
. algunos de sus epigonos, ya en pleno siglo xx, el pen-
samiento del gran siglo romántico alcanza una con-
ciencia total de sí mismo.
N o despreciemos a los poetas del siglo XIX, desde
los románticos hasta los simboIlstas, porque nada hay
en ellos .que sea trivial. Cierto que, al alejarse de
nosotros pierden, a nuestros ojos, su tercera dimen-
sión, nos aparecen como estampas descoloridas del
pasado. Pero reparemos en que la desvalorización
de un· tiempo según la perspectiva de otro; no es
siempre justa y está sometida a múltiples rectificacio-
nes. Es muy posible que la fatua declamación que
\ hoy nos parece advertir en la lírica de los románticos
sea un espejismo de nuestras horas y acuse un empo-
brecimiento . de nuestra psique, una incapacidad de
sentir con ellos. Si El . lago, de Lamartine, no nos
conmueve hoy, la culpa pudiera no ser del poeta
. elegíaco. Acaso la ausencia de esa tercera dimensión
que señalábamos en él, provenga de una planificación
de nuestro espíritu. El arte no cambia siempre por
superación · de formas a~teriores sino, muchas veces,
por disminución de nuestra capacidad receptiva, y
por debilitación y cansancio del esfuerzo creador.

Nueva sensibilidad es una expresión que he visto


escrita muchas veces y que, acaso, yo mismo he em-
plead? alguna vez. Confieso que no sé, realmente, lo
que puede significar. Una nueva sensibilidad sería un
hecho biológico muy difícil de observar y que, tal vez,
no sea apreciable durante la vida de una especie zoo-
lógica. Nu~va sentimentalidad suena peor y, sin em-
113

bargo, no me parece un desatino. Los sentimientos


cambian a través de la historia, y aun durante la
vida individual del hombre. En cuanto resonancias
cordiales de los valores en boga, los sentimientos va·
rían cuando estos valores se desdoran, enmohecen o
son sustituÍdos por otros. ¿Cuántos siglos durará el
sentimiento de la patria? Y aun dentro de un mismo
ambiente sentimental i qué variedad de grados y de
matices! Hay quien \ llora al paso de una bandera;
quien se descubre con respeto; quien la mira pasar
indiferente; quien siente hacia ella antipatía, aver-
sión. Nada tan voluble y tan vario como el senti-
miento. Esto debieran aprender los poetas, que pien-
san que les basta sentir para ser eternos [falta algo]
algunos sentimientos perduran a través de los siglos,
mas no por eso han de ser eternos.

La lírica fallece, se ha dicho, porque nuestro mun-


do interior se ha empobrecido. Y se dice con alguna
verdad, aunque no siempre sabiendo lo que se dice.
Porque no olvidemos que nuestro mundo interior,.
la intimidad de la con~iencia individual es, en parte,
inve-nción moderna, laboriosa creación del siglo XIX.
Los griegos no conocieron el mundo interior, aunque
en Su umbral pusieron la famosa sentencia délfica;
los hombres del Renacimiento tampoco. No por eso
dejaron de ser humanos y profundos. Lo que en ver-
dad declina es . una lírica magnífica e insuperable,
mejor diré incapaz de superarse a sí misma: la del
hombre romántico -aceptemos el mote en su acep-
ción más amplia- del ochocientos. Esta lírica tuvo,
como .toda manifestación de cultura, su reducción al
absurdo en su propia exaltación. Sus extravíos pue ..
den estudiarse en su decadencia y en la obra de sus
114

epigonos que alcanzan hasta nuestros días, como los


procesos de nuestra psique se revelan a veces más
claramente en los estados patológicos que en los nor-
males.
Cuantos seguimos con alguna curiosidad el movi-
miento literario moderno, pudiéramos señalar la eclo-
sión de múltiples escuelas aparentemente arbitra-
rias y absurdas, pero que todas ellas tuvieron, al fin,
un denominador común: guerra a la razón y al sen-
timiento, es decir, a las dos formas de comunión hu-
mana. El individualismo rOluántico no excluía la
universalidad, antes por el contrario aspiraba siempre
a ella. Se pensaba que lo más individual es lo más
universal y que en el corazón de cada hombre canta
la humanidad entera. Sí, el individualismo romántico
es idealista y cordial, desmesura la razón, pero cree
en ella, 'exalta el sentimiento hasta agotarlo al pre-
tender darle el radio infinito de las ideas. Sin em-
bargo, ha perdido definitivamente el canon, la me-
dida, el equilibrio clásico, porque, en el fondo, sólo
cree en el sujeto, sus grandes poemas son ingentes
rascacielos de las metafísicas postkantianas. Cuando
el espíritu romántico desfallece como un atleta que
agota su energía ' en la mera tensión de sus músculos,
sólo se salva el culto al yo, a la pura intimidad del
suj~to individual. Y una nueva fe, un tanto perversa"
se inserta en la fe romántica en la soledad del sujeto.
Se piensa que lo individual humano, el yo propia-
mente dicho, el sí mismo es lo diferencial entre hom-
bre y hombre y que carece de formas de expresión
genéricas. Razón y sentimiento son cosa de todos,
instrumentos ómnibus que el poeta desdeña en su
afán de cantarse a sí mismo, no responden a la Íntima
realidad psíquica. Y el problema de la lírica, en su
relación con el lenguaje, se complica. Porque el len-
115

guaje humano se ha formado en diálogo y polémica


con el mundo exterior, y es ya inadecuado para intro-
versión romántica. En la lírica de los. románticos el
lenguaje tiene todavía una función universal que cum-
plir: la expresión de la gran nostalgia de todas las
almas. Pero, más tarde, en la época post-romántica,
trasfa ruina del idealismo metafísico, lo que el poeta
llama su mundo interior no trasciende de los estre-!'
chos límites de su condencia psicológica (deamblJ.-;
landa por sus más intrincadas callejuelas cree encon~
trar su musa). ~~Eo~ta , explora la ciudad más o meno~
sup~e~ránea de ~us sueños y aspira a la expresIón d~\
J~ inefable, sin que le asuste el contradictio in adjectdl
que su expresión implica. ~s el momento literalmente¡
p~~f?f'!l.do, qe _la . lírica., en qüe el poeta, desciende : ai ",
sus propios infiernos, renunciando a todo vuelo de \
altura. '
"Mi corazón, anticipa Heine, se parece al hondo
mar: el huracán y la marea lo agitan; pero en su arena
oscura bellas perlas se esconden; cavando en sí mis-
mo hasta alcanzar los más hondos estratos de la sub-
conciencia, buceando sus más turbios mares, encon-
trará el poeta su tesoro". Y fueron, las bellas perlas
heinianas, asombro y encanto de la luz, cuando autén-
ticas, las que al fin, se habían de fabricar artificial-
mente a bajo precio. El momento profundo de la
lírica que coincide ·con el culto un tanto supersti-
cioso de lo subconciente, dejó algunas obras inmor-
tales, entre ellas las de toda una escuela perfectamente
lograda: el simbolismo francés. Es evidente que en
la poesía de los sin1bolistas el largo radio de los sen- .
timientos se ha acortado hasta coincidir con el radio,
mucho más breve, de la sensación; y que las ideas
,propiamente dichas, esas luminarias de horizonte, ina-
sequibles constelacion~s de la mente, se han eclip-
·116 .

sado. Pronto no, serán las ideas, sino todo elemento


conceptual lo que el poeta tienda a eliminar; pronto,
el poeta creerá expresar el fluir de su conciencia
horro en absoluto del tamiz de la lógica. De la mu-
sique avant toute chose, decía Verlaine. Y no olvide-
mos que la musique de Verlaine no era ya la pura
aritmética sonora de los clavicémbalos setecentistas,
sino algo más y algo menos, la caótica melodía infí-
nita wagneriana del orgue de Barbarie.
Tras el simbolismo francés, .comienza el período de
la franca desintegración, la reducción al absurdo del
subjetivismo romántico. En los años de la guerra y
en los que inmediatamente la siguieron, entre múl- .
tiples _escuelas literarias que duran unos días, efímera
producción de grupos de vociferadores que aspiran a
. la abigarrada y absoluta novedad, aparecen dos fru-
tos maduros y tardíos -mejor diré rezagados- del
espíritu ochocentista. Me refiero a la obra de Marcel
Proust en Francia y de James Joyce en Inglaterra.
Ni Proust ni Joyce pueden llamarse poetas, en el sen-
tido estricto de la palabra, pero los poemas esenciales
de cada época no siempre son la producción de los
cultivadores del verso.
A la recherche du temps perdu, se llama la ' inter-
minable novela de Marcel Proust, cuyas últimas co-
piosas páginas apareciei'on después de muerto su autor.
En ella vemos cerrado con llave de oro, el ámbito de
la novela burguesa del ochocientos francés. Es el
poema donde resuenan los últimos compases de la
melodía de un siglo. El poeta analiza su propia his- .
toria, una existencia vulgar sin ideales ni heroísmos,
y en cada momento de ella nos revela un haz de
inquietudes y esperanzas intrascendentes. Para Proust,
este gran epigono del siglo rom'ántico, el poema o la
novela ':""'¿no es la novela un poema degenerado?-
117

surge del recuerdo, no de la fantasía creadora, por-


que su telna es el pasado que se aculrlula en la melno-
ria, un pasado destinado a perderse', si no se reme-
mora, por su incapacidad de convertirse en porvenir.
Si examinalnos sin prejuicios literarios la novela prous-
tiana, veremos claramente que su protagonista es el
tiempo, marcado con el signo ochocentista, del -siglo
. ya decrépito que se escucha a sí mismo. El personaje
que habla y cuenta su pobre vida de snob dista mu-
cho, en verdad, del héroe de las novelas de Stendhal,
viva estampa de la blu"guesía recién emancipada, en
su período napoleónico; mucho, es cierto, de aquel
Julián Sorel cínico y sádico, cuya alegría vital lo con-
vierte en ídolo de las damas y en fácil castigador de
duquesas. No tanto, sin embargo, que sea otro, por-
que es él mismo, envejecido y pocho, vitalmente dis-
minuído, que ha ganado en reflexión cuanto ha per-
dido en confianza de sí mismo" en ímpetu acometedor
. y en voluntad creadora. La burguesía con zapatos
nuevos que nos pinta Balzac aparece en el alma de '"
Proust en su período declinante y defensivo, madura
de nostalgia, horra de idealidad, ansiosa de crear su
propia tradición, de convertirse a su vez en aristocra-
cia. Proust es un gran psicólogo, fino, sutil y auto-
inspectivo, y un gran poeta de la mem.oria, que evoca,
con una panorámica visión de agonizante, toda una
.f,e necida prim.a vera social. Proust es el autor de un
monumento literario que es, a su vez, un punto final;
Proust acaba literariamente un siglo y ·se aleja de
nosotros luciendo, como los gentileshombres palati-
nos, una llave dorada en el trasero.
El Ulises del irlandés James Joyce. és a su manera
-manera, en verdad, demonÍaca- obra también de
poeta. Si la considero fruto rezagado del ochocientos
es porque me parece que sin haber seguido con aten-
118

Clon la más turbia corriente del siglo romántico, no


acertaríamos a comprender de ella una sola página.
¿Es la obra de un loco? La locura es una enfermedad
de la razón y este monólogo de Joyce está fría, sabia
y sistemáticamente desracionalizado. No hay razón
que pueda enfermar en todo el libro, porque el pen-
samiento genérico ha sido, valientemente, arrojado
por el autor al cesto de la basura. No puede ser pro-
ducto de un débil mental cuya conciencia fragmenta- J

ria se vierte al fin alguna vez en moldes racionales,


sino de una robusta inteligencia, capaz de someter
muchos cientos de páginas a un completo expurgo de
toda lógica externa. Si la obra de Proust es el poema
de la memoria, la obra de Joyce pretende ser el poema
de la percepci6n; horra de lógico esquematismo, mejor
diré de la expresión directa del embrollo sensible, la
~aótica algarabía .en que colahoran, con la hetero-
geneidad de las sensaciones, toda suerte de resonan-
cias viscerales. · Exigir inteligibilidad a esta obra ca-
rece de sentido, porque el lenguaje no tiene en ella
nada que comunicar. Las palabras,- a veces, se reú-
nen en frases que parecen significar lógicamente algo,
pero pronto observamos que se asocian al azar o por
virtud de un mecanismo diabólico. El lenguaje es un
elemento más del caos mental, un ingrediente del bo-
drio psíquico que el poeta nos sirve.
Si la obra de Proust es literariamente un punto
final, n1ejor diré un canto epilogal, en tono menor,
de todo un siglo de novelas, la obra de Joyce es Qna
vía muerta, un c~llejón sin salida del solipsismo lírico
del mil ochocientos. La extrema individuación de las
almas, su monadismo hermético y auto suficiente, sin
posible annonía preestablecida, es la gran choche~
del sujeto consciente que termina en un canto de
dsne que es, a su vez '-:'¿por qué no decirlo?-, un
119

canto de grajo. Obra del anticristo ha llamado al


Ulises el alemán Curtius. y en verdad que este libro
sin lógica es también un libro sin ética y, en este
sentido,' satánico. Pero no hay que asombrarse por
ello: los valores morales tienen el n1ismó radio que
las ideas, el eclipse de los unos y de las otras son
fenómenos necesariamente concomitantes. .
En el Ulises de Joyce, en un solo momento literario,
podemos estudiar todo lo que hoy se llama, con equí-
voca y desorientadora denominación, superrealismo:
una definitiva desintegración de la personalidad indi-
vidual por acortamiento progresivo del horizonte men-
tal. El sujeto se fragmenta, se corrompe y se agota
por empacho de subjetivismo. El desfile vertiginoso
de sus imágenes no · es ya el afluir de una conciencia,
porque estas imágenes, que unas parecen brotar de
lo hondo y otras venir de fuera, pretenden valer por
'si mísmas, no pertenecer a nadie, no guardar rela-
ción entre sÍ; no constituyen de ningún modo un ob-
jeto mental que pueda contemplarse, conservando, no
obstante, la antipática frialdad de lo objetivo.
Continuar a Joyce, tomar como punto de partida
'su obra, parece, a primera vista, empresa más ardua
que escribir novelas después de haber leído A la
recherche du temps perdu. Algo hay, sin embargo,
en el libro del irlandés, no obstante lo absurdo y ex-
tremado de su contenido y, acaso por ello mismo, que
mira al porvenir. Dicho de otro modo: criando una
pesadilla estética se hace insoportable, el despertar
se anuncia como cercano. Cuando el poeta ha explo-
rado todo su infierno, tornará, como el Dante, a
rivedere le stelle, descubrirá, eterno descubridor de
mediterráneos, la maravilla de las cosas y el milagro
, de la razón.
120

y ahora qUIsIera decir algo de 10 que a mí me


parece actual en poesía, por si pudiera alcanzar un
poco de lo que pueda ser su porvenir. Comprendo
que el oficio de profeta es, como se dice, arduo de
suyo, y en nuestros días más que nunca aventurado
y expuesto al error. Sin embargo, hoy como ayer, la
misión de los ojos -los ojos de la cara y los del espí-
ritu- es ver. Mas como toda visión requiere distan-
cia, lo verdaderamente difícil no es distinguir lo que
viene hacia nosotros o' aquello que de nosotros se
aleja, sino precisamente lo que se nos echa encima'
y nos · e1).vuelve. El gran problema de la crítica es
siempre el análisis de lo presente y de lo cercano.
No es extraño. Lo actual es el momento en que las '
cosas carecen para nosotros de contornos ' precisos, y
en que, obligados a vivirlas, no podemos juzgarlas.
Todas las ép-ocas, aun las más creadoras" han sido
torpes para juzgarse a sí mismas, y no siempre infe-
cundas en previsiones de lo futuro. Por esta misma
razón la ,crítica' suele manejar conceptos atinados
cuando señala lo que falta en' las ,obras de arte y rara
vez acierta a señalar lo que tienen. Dicho sea todo
esto en desc~rgo anticipado de la conciencia, por
errores probables en cuanto voy a decir.

¿Qué es lo actual en poesía? ' Ya no es el fugit


'irreparabile tempus del pensamiento más o menos
estrópico del siglo romántico ' de Carnot y Lamartine.
Parece 'como si la lírica se hubiera emancipado del
tiempo. Los poemas están excesivamente lastrados
de pensamiento conceptual, lo que quiere decir que
las imágenes no navegan, como antaño, en el fluir de
la conciencia psicológica. N unca, en verdad, la lírica
ha sido más fecunda en imágenes; pero estas imáge-
121

nes, que revisten conceptos y no señalan intuiciones,


que nunca reflejan experiencias vitales, carecen de
raíz emotiva, de savia cordial. El nuevo barroco lite-
rario, como el de ayer mal interpretado por la crítica,
nos dá. una abigarrada y profusa imaginería concep-
tual. Hoy como ayer conceptistas y culteranos tienen
el concepto, no la intuición, por denominador común.
Cuando leemos a algún poeta de nuestros días
-recordemos a Paul Válery entre los franceses, a Jorge
Guillén entre los españoles- buscamos en su obra la
. línea melódica trazada sobre el sentir individual. No
la encontramos. Su frigidez nos desconcierta y, ' en
parte, nos repele. ¿Son poe~ás sin alma ? Yo no vaci-
1aría en afirmarlo, si por alma entendemos aquella
cálida zona de nuestra psique que constituye nuestra
intimidad, el húmedo rincón de nuestros sueños huma-
nos, demasiado humanos, donde cada hombre cree
encontrarse a sí mismo al margen de la vida cósmica
y universal. Esta zona media que fué mucho, si no
todo, para el poeta de ayer, tiende ' a ser el campo
.vedado para el poeta de hoy. En ella queda lo esen-
cialmente anímico: lo afectivo, lo emotivo, lo pasio-
nal, lo concupiscente, los amores, no el amor in gener,
los deseos y apetitos de cada ' hombre, su Íntimo y
único paisaje, su historia tejida de anécdotas singula-
res. A todo ello siente el poeta .actual una invencible
repugnaricia, de todo ello quisiera el poeta purificar-
se para elevarse mejor a las regiones del espíritu.
Porque este poeta sin alma no es, necesariamente, un
poeta sin espiritualidad, antes aspira a ella . con la ma-
yor vehemenci~. .
y ahora podemos emplear la expresión poesía pura,
conscientes, al · menos, de una marcada atención en
el poeta: empleo de las imágenes como puro juego
del intelecto. Bajo múltiple y enmarañada apariencia
122
es esto lo que se descubre en la poesía actual. El
poeta tiende a emanciparse del hic et nunc, del tiempo
psíquico y el espacio concreto en que se produce su
vida individual; pretende que sus imágenes alcancen
un valor , algebraico como símbolos conceptuales de
un arte combinatoria más o menos ingeniosa y sutil.
Esta lírica des~bjetivizada, des temporalizada, deshu-
manizada, para emplear la certera expresión de nues-
b·o Ortega y Gasset, es producto de una actividad
más lógica que estética y sólo una crítica superficial
no atinará a descubrir en ella la madeja de conceptos
que encierra su laberinto de imágenes. Porque hoy
como ayer las imágenes señalan intuiciones o revisten
conceptos tertium non datur; pero toda intuición es
imposible al margen de la experiencia vital de cada
hombre. A los poetas de hoy pudiéramos aplicar
mutatis mutandis, los argumentos de Kant contra la
metafísica de escuela y recordarles la parábola de
aquella paloma que al sentir en sus alas la resistencia
del aire, sueña que podría volar mejor en el vacío;
porque también hay una paloma lírica que pretende
eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno
que, como la kant~ana, ignora la ley de su propio
vuelo ...

EL MAÑANA

Triste cosa es ir para viejo y haber por ello echado


la !lave de nuestras simpatías -nuestra capacidad
afectiva es mucho más limitada que la de nuestra
comprensión- y esto en tiempos de tónica juvenil,
cuando el mundo se esfuerza en ir para joven y se
empeña en las más atrevidas experiencias. Por todas
partes las cosas parecen bruscamente cambiar, como
123
si el árbol total de la cultura se renovase por sus más
ocultas raíces. Fuerzas poderosas militan hoy contra
los que suponíamos más firmes cimientos y más altos
objetivos; los postulados de la ciencia, del arte, de la
moral, aparecen inopinadamente removidos por nue-
vas concepciones del espacio, de la materia, de la
economía, del Estado, de la familia. Trasmutación
de valores, para emplear la expresión nietzschiana y,
al par, no lo dudamos, creación de otra nueva que
han de revelarnos los poetas de mañana. Los valores
de cada tiempo tienen uno de sus polos en los topos
uranios de las ideas trascendentes, y otro en el cora-
zón del hombre.
Yo no creo en una próxima edad frígida que ex-
cluya la actividad del poeta. Que el mundo venidero
haya de ser, como supone Spengler, el de una civi-
lización fría, puramente intelectualista y técnica, me
parece una afirmación temeraria. Tampoco la aspi-
ración de las masas hacia el poder y hacia el disfrute
de los bienes del espíritu ha de ser, necesariamente, ·
como muchos suponen, una ola de barbarie que ane-
gue)~ cultura y la arruine. No está probado que el
principio de Claucios rija en lo espiritual como en el
mundo de la materia, y que una difusión de la cultura
suponga una ineluctable degradación de la misma.
Difundir la cultura no es repartir un caudal limit~do
entre los muchos, para que nadie lo goce por entero,
sino despertar las almas dormidas y acrecentar el nú-
mero de los capaces de espiritualidad.
Por lo demás, la defensa de la cultura como privi-
legio de clase, implica, a mi juicio, defensa incons-
ciente dé lo ruinoso y muerto y, más que de valores
actuales, defensa de prestigios caducados.
Es cierto que una marcadísima apariencia nos mues-
tra un mundo desencantado por el súbito despertar
124

de la razón. Cabe pensar, sin frivolidad excesiva, que


caminamos hada una nueva ilunlÍnación, hacia un
anglarum nuevo, y que nuestro siglo milita casi todo
él contra las energías .ocultas de los oscuros rincones
de nuestra psique. Porque no se nos tache de reao-
cionarios apenas mentamos y menos endiosamos, como
nuestros abuelos, a la razón. Pero, contra apariencias
aún lnás superficiales, tal vez no ha conocido la his-
toria un hombre tan racionalizador, en todos los sen-
tidos de la palabra, como el hombre de nuestros días.
Cabe pensar, sin demasiada inepcia, que asistimos al
triunfo del : animal humano, que en plena posesión
del mundo material aún aspira a regirse por normas
estrictamente genéricas. Que los viejos fantasmas no
huyen sin resistencia: muchos llevan el escudo al
.b razo y se defienden con denuedo y heroísmo. Mas
parece que todos caminan en retirada. Si alguien
fuera capaz de escribir la epopeya aparente de nues-
tra época, nos daría -el gran poema de la racionaliza-
ción del mundo, nos narraría el gran Anábasis de las
sombras románticas. Sería éste un tema épico tan a
la altura de los tiempos como difícil para el débil
estro de nuestros bardos. Yo, no obstante, si tuviera
autoridad literaria, lo aconsejaría a los jóvenes, desa-
consejándoles, al par, el superfluo manejo de elemen-
tos átonos e inertes rebuscados en una vaéía intimidad.

Cabe pensar esto porque al hombre le es dado, regis-


tI"ando apariencias, pensar en lnuchas cosas, sin creer
demasiado en ninguna de ellas. Por lo demás, los perío-
dos revolucionarios, como el ,nuestro, son, contra lo que
generalmente se afirma, los más insignificantes y los
más equívocos de la historia, porque en ellos lo inte-
_ res ante ha pasado ya o no ha llegado todavía. Desde
125
la toma de la Bastilla hasta los últimos días del Terror,
nada aconteció en Francia que pueda compararse en
importancia y trascendencia a una página de Rousseau;
y cuando el diluvio universal, señores -para usar ejem-
plos del mayor bulto- ¿qué poca .cosa fueron los cua-
renta días ' con sus cuarenta noches de aguacero ante la
previa decisión del Altísimo de destruir el linaje húma-
no o ante aquel arrepentirse la divinidad que les subsi-
guió? Digo todo esto para mostrar íni escasa inclina-
ción a sacar 'consecuencias inmediatas de ciertas premi -.
sas catastróficas (guerra europea, conmociones sociales
y políticas) que no son, a mi juicio, sino fenómenos de
superficie. Los 'alemanes, que se prometían dominar
el mundo, aspiración muy grande -en verdad, cuando
fueron vencidos, porque el mundo prefirió ser libre,
aspiración más grande todavía-, han ejercitado su
despecho, decretando el próximo acabamiento de la
cultura occidental. No es cosa de tomar en serio el
humor de estos hombres -tipo Spengler- de induda-
ble genio, pero que -nada,.profundo' y original repre-.
sentan en su misma pah·ia. Son los epigonos de aque-
llos jaleadores del germanismo -Gobineau, Chamber-
lain-, cuyas ideas, moneda ya de cuño borroso y
difícil curso, se pretende hoy sobredorar . .

Dejemos aun lado toda esta apresurada y tenden-


ciosa prognosis de postguerra, nada ' propicia a la 1í-
rica ni, en general, a ninguna actividad estétic_a. Y
tornemos a donde antes habíamos llegado: al fin de
aquella corriente subjetivista, y a la fe metafísica,
más o menos consciente o confesada, en el solus ipse,
que tuvo el hombre del ochocientos, que expresó su
arte y, muy especialmente, la lírica. El poeta can-
taba su soledad , porque creía en ella. A través de
126

todo el siglo romántico resuena un tema negativo: el


de la irrealidad de cuanto trasciende del sujeto indi-
vidual. Nunca se insistirá demasiado sobre el escepti-
cismo -(o fe agnóstica, puesto que en el fondo' el
alma humana sólo contiene esencias) - y el solipsismo
del ochocientos: Todo el siglo fué, en lo profundo,
una reacción monstruosa contra los dos temas esencia-
les de la cultura occidental que son -¿quién puede
dudarlo?--:- el de la dialéctica socrática, que inventa
la razón humana, la comunión mental de una plura-
lidad de sujetos en las ideas trascendentales', y el de
la otra más sutil dialéctica del Cristo que revela el
objeto cordial y funda la fraternidad de los hombres
emancipada de los vínculos de la sangre. Sólo Platón
y el Cristo supieron ,dialogar, porque ellos más que
nadie, creyeron en la realidad espiritual de su prójimo.
El ochocientos, en cambio, se mostró, ~n lo pr~fundo,
incapaz para el diálogo, lo que explica el carácter
egolátrico de su lírica. Su pensamiento parte siem-
pre del yo para tornar a él. Ninguna de sus metafí-
sicas implica la realidad irreductible y absoluta del tú.
Esto es lo que quería decir mi apócrifo Juan de Mai-
rena cuando afirmaba que el hombr~ .del ochocientos
no creyó seriamente en la existencia de su vecino.
Pero del mañana, se dirá, del nuevo siglo, que para
muchos comienza después de la gu~rra y para algunos
apenas si ha comenzado todavía, del mañana y de su
poeta, de su hombre, ¿quién se atreve a vati9inar?
¡Bah!, cualquiera que no padezca del miedo pueril a
equivocarse que es, en el fondo, el fatuo anhelo de
sentar plaza de infalible.
El mañana, señores, bien pudiera ser un retorno
-nada enteramente nuevo bajo el sol- a la objetivi-
dad, por un lado, y a la fraternidad, por el otro. Una
nueva fe -porque es en el campo de las -creencias
127

donde se plantean los problemas esenciales del espí-


ritu- se ha iniciado ya. Comienza el hombre nuevo
a desconfiar de aquella soledad que fué causa de su
desesperanza y motivo de su orgullo. Ya no es el
mundo mi representación, como era en lo más popular,
la única verdad metafísica popular del ochocientos.
Se tornó a creer en lo otro y en el otro;, en la esencia
' heterogeneidad del ser. El yo egolátrico del ayer '
aparece hoy más humilde ante las cosas. Ellas están
.ahí y nadie ha probado que las engendre yo cuando
las veo, enfrente de mí hay ojos que me miran y que,
probablemente, me ven, y no serían ojos si no me
viesen.
La poesía, para resumir mi pensamiento en pocas
. palabras, no ha superado aún el momento barroco que,
mutatis mutandis, se da en los períodos de honda
transformación, el momento equívoco en que el arte
patina en la frontera de una época nueva, sin poder
ser clásico, sin atreverse a ser plenamente moderno.
Hoy como ayer el barroco es más gesto que acción,
y como siempre, gesto híbrido que dibuja una fuerza
que se padece más que una fuerza creadora que se
aplica a un objeto. Literalmente es todavía ingenio
y retórica, laberinto de imágenes, maraña 'de concep-
tos, actividad estéticamente perversa, que no excluye
la moral, pero sí la naturaleza y la vida. . El genio
calla porque nada tiene que decir cuando el arte
vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida, los
ingenios invaden el estadio y se entregan a toda suerte
de ejerci~ios superfluos.

[A lápiz]. Si la poesía renace se hablará de una


restauración, de una vuelta a las antiguas [hay tres
palabras ilegibles] se parezca a nada. Y esto explica
128
-añadía Mairena- y aun disculpa la tr,adicional flo-
jera de nuestra crítica.

El momento ~reador en arte, el de las grandes fic-


ciones -todo lo contrario del discurso Íntimo- es el
mOlnento de nuestra verdad, el momento de modes-
tia [hay doce palabras ilegibles].

(A pluma). Extraño y maravilloso mundo ese de la


ficción cervantina con su doble espacio y doble tiem-
po, con sus [palabra ilegible] series de figuras, las
reales y las alucinatorias, el de esas dos conciencias,
esas dos mónadas de ventanas abiertas, que cam}nan
y que dialogan. Buscadle precedentes. .. En cuanto
al diálogo, sÍ; el de Sócrates en Platón y el de Cristo
en los evangelios. Contra el solus ipse de la inerra-
ble sofística de - la razón humana, militan [seis pala-
bras ilegibles].

[A lápiz]. El Don Juan Tenorio de Zorrilla es, hasta


la fecha, el más desacreditado de todos los Don Jua-
nes. Los doctos lo desprecian. El pueblo, en cam-
bio, lo ha hecho suyo y lo defiende de los ataques de
los doctos y de los pedantes. Lo defiende a su ma-
nera, yendo al teatro a verlo y admirarlo.
Yo quisiera que dejásemos a un lado la literatura,
que importa mucho menos de lo que vosotros creéis,
y viéramos qué elementos estéticos contiene esa obra
tan amada del pueblo y tan despreciada por los doc-
tos. Porque es posible que descubriéramos tales be-
llezas en esa obra, que nos pudiéramos permitir el
lujo de arrojar al cesto de la basura cuanto dicen los
doctos contra ella.
129

[A pluma]. Lo primero, en el orden estético, es


hacer las cosas bien.
Lo segundo no hacerlas.
Lo tercero y último, reahnente abominable, es ha-
cerlas mal.
Don Miguel de los Santos Álvarez no perdonaba al
autor de un drama trágico malo en cinco actos. ¡Es
tan fácil -decía él- no escribir un drama trágico en
cinco actos!
Tan fácil como no hacer una tesis doctoral, un dis-
curso académico, ° un nuevo plan de enseñanza.
Pero el grito de una república de trabajadores será
siempre: H omo faber, antes que holgazán.
y en el pecado lleva la pen,itencia.
IV

ARTÍCULOS, CONFERENC' IAS


y CARTAS
LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

POR EQUIVOCACIÓN

Dos pobres hombres que comían en la venta de un


can1ino de España fueron muertos a tiros por la Guar-
dia civil. Fué un error, un tanto irreparable, que has-
ta las personas de orden lamentaron. Pero los muertos
nq han debido quedar muy satisfechos de la memoria
de los vivos; porque esta noche -noche de luna clara-
llamaron · a la puerta de mi casa. Y a otras muchas
debieron llamar ~ntes. Tal vez no 'se les oyó. De otro
modo, ¿cómo hubieran ellos pensado en despertar a
un pobre modernista del año tres? El caso .es que los
dos muertos -fantasmas, si queréis- subieron a mi
cuarto y allí pude verlos de cerca. Eran dos figuras,
un tanto rígidas, que parecían arrancadas a un lienzo
de ciego romancero. Se inclinaron. Acaso pretendían
excusarse por lo intempestivo de la hora. "Oh, no -les
dije-; toda hora es buena para recibiros; porque sé a
lo que venís. Vosotros queréis un poco de piedad
para vuestra memoria". Ellos movieron la cabeza de
derecha a izquierda. "¿No? Entonces es que tenéis
hijos y queréis que esa piedad sea para ellos". AP1bas
cabezas espectrales quedaron inclinadas, oblicuas. Era
como si quisierari decir: "Sí. .. pero tampoco es eso".
Yo comericé a inquietarme, porque el diálogo iba a ser
in1posible. "Entonces -añadí- vosotros deseáis algo
más. .. Por ejemplo: justicia". Mis dos fantasmas ~o-
134

vieron la c~beza de arriba abajo. ·"Mucho pedís -les


dije- o quizá demasiado "poco; porque la justicia es,
en España, un simple lema de Ironía". Tomé la pluma
y les escribí esta copla:
Dice el burgués: Al pobre,
la caridad, y gracias.
¿Justicia? No; justicias,
para guardar mi casa. -

y añadí: "Tomad, lújos míos, y que os publiquen


eso en los papeles".

NATURALEZA Y ARTE

- Si vino la primavera,
volad - a las flores;
no chupéis cera.

El artista no copia la naturaleza; pero liba en ella.


Llamo naturaleza a todo lo que no es arte; y en ella
incluyo al corazón del hombre. El arte decadente no
es subjetivo ...!...como pensaba Goe~e- ni _objetivotam-
poco; es un arte de segunda elaboración, que pretende
endulzar la miel, o, como decía Shakespeare: "
Añadir un perfume a la violeta.

Que se me perdone el decir cosas demasiado sabidas.


Hace días leí unos versos de Pérez de Ayala, donde
había trozos sencillamente homéricos. Pero también,
en cierta zona literaria, noto un cierto hedor de cosmé-
tico que me recuerda los "ca~arets;' de ' Montmartre,
los cuadros de Anglada y los versos de"Rubén Darío~
aquel gran poeta y gt;an corruptor. Un arte recargado
de sensación me parece hoy un tanto inoportuno. -Todo
135
tiene su época. Necesitamos finos aires de sierra; no
perfumes narcóticos. Porque es preciso madrugar para
el trabajo y para la caza.

EL - MUNDO INTERIOR Y LA BUENA SALUD

En el Glosari de "Xenius" (año de 1911) leo unas


cosas harto ingeniosas a propósito del mundo interior.
Por ejemplo: "Un hombre en perfecto estado de salud
moral no se dará cuenta de que pueda tener una vida
independiente de la del cuerpo". Sin embargo, me di-
suena un poco la palabra "moral", -y, sobre todo, la
palabra "hombre", ' No me atrevería yo a suprimir el
adjetivo y a sustituir "hombre'> por "anima}'>, "Xenius"
tiene razón, tal vez, desde su punto de vista. Pero
pudo decir: "Un dios, en perfecto estado de divini-
dad ... " Pero entonces hubiéramos perdido el final de
la glosa, que dice así: "Alma sana será aquella que, al
llegar a la hora de la muerte, se sorprendiera de su
propia inmortalidad'>, Para un dios pagano sería im-
posible esta sorpresa. Mas la preocupación de la in~
mortalidad no es completamente ajena a los dioses
homéricos. Ya que no de la propia -pues de ella esta-
ban bien seguros- se preocuparon alguna vez de la
inmortalidad de los mortales.-Así Deméter, la diosa dé
IQs frutos; después de dar la salud física al encanijado
vástago de Keleo, quiso hacerlo inmora1. Si no 10 con-
siguió no fué por culya suya. Cuando Metanisa, de la
bella cintura, vió -a su tierno Demofoon envuelto en la
llama divina, aunó como una loba, y Deméter renunció
a su empresa. Que me perdone el maestro "Xenius'>; yo
creo que había ya demasiada salud en aquella casa.
136

MÁS SOBRE EL "GLOSARI" DE "XENIUS"

En el Glosari de Eugenio d'Ors, el gran pensador


catalán, está patente la lucha entre el filósofo y el hom-
bre . de acción, con marcada ventaja pata el primero.
Alguna vez siente "Xenius" deseos de ceñirse una filo-
sQfía como armadura · de combate; pero otras veces, '
las más, "Xenius" comprende que le sienta mejor el
traje amplio y suelto de andar por casa. El gran mé-
rito de "Xenitis" consiste, a mi juicio, en haber sus-
tituído en sus hábitos mentales el afán polémico, que
se acerca a las ~osas con una previa antipatía, por el
diálogo platónico y la mayéutica socrática. En esto
no es "Xenfus", en efec~o, un hombre del siglo XIX.
Una abusiva extensión del ','struggle-for-life" darwi-
niano al campo de lo espiritual fué la gran plebeyez
del pasado siglo. En España, la ausencia de toda cul-
tura renacentista, el fondo escolástico de nuestra edu-
cación y la acritud de nuestra vida social nos han lle:
vado, por otros caminos, al matonismo intelectual, o,
mejor, chulería ilustrada que distinguió a gran parte
de nuestro' mundo literario. En este rabo por' .desollar
de la vieja Europa son muchas las cabezas que embis-
ten y pocas las que piensan. Entre estas últimas des-
cuella, prócer, la de "Xenius", el autor de La bien
plantada y gran definidor de la futura Cataluña.

INTELECTUALES Y OBREROS

, Es probable que la inteligencia haya dirigido siem-


pre el mundo de los negocios humanos; mas no parece
tan claro que el intelectual, el hombre consagrado a
actividades diagógicas, haya podido, a título de tal,
137
. jactarse alguna vez de formar en una casta dominado-
ra, como el sacerdote, el guerrero, el mercader, el ban-
dido, el simple trepador y aun el esclavo recién liberto .
.Hoy se anuncia la dictadura del proletariado, y el inte-
lectual piensa: tampoco ahora há llegado la mía. Y no
siempre disimula bien su despecho. El · obrero lo mira
con · justo recelo, porque sospecha que hay en él un
descontento. Además, ¡son tantos los polizontes y tan-
tos los maquinistas, faroleros y apagaluces honorarios y
tantos los palafreneros y lacayos de vocación en la cla-
se que pretende el privilegio de la culturaL .. No es
fácil una inteligen~ia de clases. Pero un verdadero inte-
lectual y un hombre capaz de reflexión saben muy bien
que las altas actividades del espíritu son esenciahnen-
. te creadoras de libertad, y que no podrán nunca apli-
carse a esclavizar las voluntades ajenas. En cambio,
· l~s fuerzas que llevan a la dominación y al mando se
condensaron siempre en largos períodos de servidum-
bre. El imperio es una satisfacción que se debe pre-
ferentemente a los esclavos. .
(El Sol, Madrid, septiembre de 1920.)
SOBRE LITERATURA RUSA

En el ' siglo XIX la literatura rusa influye en todas las


literaturas europeas, sin excluir a la española. Las
I obras de Turguénev, de Dostoievsky, de Tolstóy ~ci­
to no más los nombres más egregios- serán para mu-
. chos de vosotros, no sólo conocidas, sino familiares.
Podemos preguntarnos: ¿Qué debe la moderna litera-
tura europea, y dentro de ella la española, aJ genio
creador de Rusia? ¿Qué es en literatura lo específica-
mente ruso?
Las lenguas eslavas -perfectamente ignoradas en
España- no son todavía de uso corriente en la Europa
culta. La producción literaria rusa nos es conocida por
traducciones no siempre directas, frecuentemente in-
completas, defectuosas muchas veces. Anotemos este
hecho. Porque todos s~béis que traducir una obra es
someterla a una dura prueba, y traducirla mal es casi
borrarla. Al pasar de una lengua a otra sólo se salvan
los más altos valores literarios. De toda la rica pro-
ducción española ¿cuántas obras han logrado la' esti-
mación universal? Las Coplas) de don Jorge Manri-
que; La Celestina, El Quijote, La vida es sueño y El
burlador de Sevilla; acaso la poesía de Góngora; segu-
ramente la obra de nuestros místicos más excelsos.
Todo 10 demás es literatura para andar por casa; no-
puede pasar la frontera-, Y es que los a~ornos, gracias
, y matices que pone en su obra el habla del poeta se
amenguan, marchitan y corrompen cuando se les tra-
139
liega y vierte en otros moldes lingüísticos. Sólo si una
obra contiene valores esenciales hondamente humanos
y una sólida estructura interna, puede -aun disminuÍ-
da por la traducción- ser admirada en lengua extran-
jera. Tal calidad pudiera tener la novela rusa. Tra-
ducida, y mal traducida, ha llegado a nosotros. Sin
embargo, decidme los que hayáis leído una obra de
Turguénev -Nido de hidalgos-, o de Tolstóy -Re-
,surrección-, o de Dostoievsky -=-Crimen y castigo-, si
habéis podido olvidar la emoción que esas lecturas
produjeron en vuestras almas. Yo os daría por docenas
novelas de ilustres autores contemporáneos, muchas
de españoles, seguro de que habríais de devolvérmelas
después de hojear sus páginas con hastío. Y si todo
cuanto hay en vosotros de humano vibra hasta la raíz
y se conmueve por la magia de una obra que fué,
acaso, vertida del ruso al alemán, del alemán al fran-
cés y del francés al misérrimo español de un traductor
catalán, que trabajó a peseta por página (y no creáis
que exagero al. mostraros ' esta escala de degradaciones
literarias, porque hasta nace muy pocos años no han
circulado entre nosotros sino versiones de esta índole),
decidme: ¿qué riqueza estética no hemos de asignar
a esta obra en su fuente originaria, en la lengua rusa
en que ' fué pensada y escrita?
U niversalidad, creo yo, es la primera excelencia que
hemos de señalar en la literatura rusa, sentido de 10
íntegramente humano, porque sólo este valor esencial
puede sufrir la ruda prueba que hemos descrito.
Pero al decir univerfalidad hemos dicho demasiado
y no suficiente. ¿Qué suerte de universalidad es ésta
que asignamos a los libros rusos? Por la razón se define
al hombre; ente de razón le diputan las escuelas filo-
sóficas intelectualistas desde Platón a Descartes. Es la
razón la facultad de los conceptos generales, de las
140
ideas; en ellas hay una forma de universalidad. Pero
no es ésta la que descubrimos en los li1?ros rusos, mu- "
chos de los cuales nos parecen a veces frutos de la
misma locura.
La razón humana será un don divino -yo no lo du-
do-, pero tuvo que ser inventada" descubierta por el "
hombre mismo; ser el fruto bien maduro de una expe-
riencia, que "algunos pueblos "no han realizado plena-
mente todavía. Fué en Grecia, y en la divina Atenas,
cien veces sagrada, donde el hombre descubre y se
adueña de su propia racionalidad por " el hábito de
pensar en común: al amparo de las democracias helé- -
nicas, los hombres libres, los ciudadanos convierten el
pensamiento en un hábito social, en una actividad de
ágora, de plaza pública. El hombre libre opina, discute,
polemiza, conyersa, dialoga, contrasta su propio pensár
con el de su prójimo y averigua por sí mismo -no
acepta como dogma- .q ue las normas y categorías "de
su entendimiento no son individuales, sino específicas,
que revelan la común estructura del espíritu humano y
que, por ello, hay verdades a que todos los hombres
pueden elevarse porque son el frut() del pensar "de
todos: que existe una objetividad. Tal fué el resultado,
más tarde, de la mayéutica socrática, del arte de par-
tear espíritus, la gran conquista del genio helénico
realizada plenamente cuando la actividad ,d el ágora
pasó al jardín de Akademos, donde disertaba el divino
Platón. - .
Pero el pueblo ruso, son1etido "hace años al iMperio
despótico de los zares, sin hábitos de ciudadanía, sin
libertad política, no ha conocido aún, como tal pueblo,
esta forma de eucaristía; la comunión en las ideas no
ha socializado aún su pensamiento, ni alcanzó la dia-
I{~ctica, cuyo fruto tardío es la pura especulación
filosófica. Buscaréis en vano un gran nombre ruso en
141
la historia de los grandes sistemas de ideas. Falta hoy
a Rusia metafísica propia, y una de las causas del
fracaso de su gran revolución a~aso sea el desmedido
tributo que las mentalidades directoras . de Rusia rin-
den necesariamente al pensamiento alemán, al deter-
minismo económico de Carlos Marx.
Pero hay otra forma de universalidad que no la
expresa el pensamiento abstracto, que I!0 es- hija de
la dialéctica" sino del amor, que no es de fuente helé-
nica, sino cristiana; se llama fraternidad humana, y
fué la gran revelación de Cristo.
El Viejo Testamento no es todavía un libro Íntegra-
mente humano y mucho ' menos divino; Javeh es , un
Dios guerrero y nacional, tutor o guía de un pueblo
elegido a través de la historia. Este pueblo apenas
conoce otro valor que el genésico. Para el hebreo la
castidad es sólo virtud en cuanto encauza el impulso
genésico y asegura la prole. El hebreo repudia la mu-
jer e,stéril y exalta al patriarca, al semental humano.
N o ya en el sentido trascendente ni aun siquiera en
el familiar es el amor fraterno una exigencia ética. El .
amor no rebasa apenas las fronteras de la ' animalidad,
caba,Iga sobre el eros genesiaco y nQ ha tomado aún la '
línea transversal, no es de hermano a hermano, sino
de padre' a hijo. El imperátivo de la castidad aparece
en el Evangelio con una significación completamente
distinta. Castidad es ya superación, no aniquilamiento
del sentido biológico del amor. Tregua de la sexuali- ~
dad prolífica que haga posible la honda revelación
del amor fraterno y la comunión cordial y el reconoci-
miento de un padre común supremo garantizador de la
hermandad humana.
En la idea, dice el pensamiento platónico, hay siem-
pre un punto de vista y al 'par un límite del pensar
humano. Donde haya un hombre, nos dice el Cristo,
142
allí está la humanidad entera. El pensamiento del hom-
bre pretende vanamente anclar en lo absoluto, mas las
ideas trascendentes, inaseqQibles como las estr~llas-que
nunca podremos alcanzar, las ideas nunca realizadas .
orientan la mente humana, sirven también como las
estrellas para navegar, nos guían en la ruta nunca ter-
minada del conocer. El corazón del hombre, nos dice
el Cristo con su ansia de inmortalidad, con su anhelo .-
de perfección moral, con su sed de amor nunca saciada,.
tiene ante sí también un camino infinito hacia la supre-
ma inasequible perfección del Padre. Y esta ansia, esta
sed que tú, hombre, descubres con sólo mirar a tu
propio corazón, es la de todos los hombres. Los que
ayer comulgasteis con las' ideas bajo los pórticos de
Atenas, los ciudadanos libres, cuya vida entera repo-
sab,a sobre el trabajo de los esclavos, no habéis c<?-
- mulgado aún coh los corazones. Lo que vosotros lla-
máis simpatía -recordemos la bella fase de Eurípides ,
en su Antígona-, es, cuando más, compasión, sufri-
miento comúl), dolor pasivo, fatal, impuesto por los
dioses; no es todavía libre tarea de los corazones,
fraternidad humana.
Los, pueblos de cultura integr~l, los herederos de la
civilización heleno-cristiana, saben de ambas formas de
universalidad, porque pasaron por la doble experiencia
histórica de las luchas políticas y religiosas. De entre
ellos no podemos excluir a Rusia, pero el más super-
fioial conocimiento de su historia nos muestra su enor-
me atraso político y social. Mas su literatura, en cam-
bio, nos revela cuán profundamente ha penetrado el
Evangelio en el alma rusa. El despotismo oriental de
sus emperadores, desde Juan el Terrible hasta nues-
tros días, condenó a la incultura y al sufrimiento a casi
toda la población eslava, al pobre campesino, al mujik
triste, vacío de ideas y lleno de supersticiones, al mujik
143
que no conoce aún la vida social y cuyo corazón, como
la tierra empedernida por el hielo en que sufra y tra-
baja, es el fru~o de esta misma cruel tiranía, y sólo
encierra el odio, el miedo y la desesperanza. Y los
poetas rusos, los novelistas, los pensadores, la aristo-
cracia intelectual nacida casi toda ella en la clase
noble, al mirar a su patria sólo encontró un tema real-
mente ruso: el dolor humano. Un sentimiento de pie-
dad impregna toda la moderna literatura rusa. Desde '
Pushkin y Lérmontov, muertos trágicamente en .10s
primeros años del siglo XIX, hasta Chéjov y Gorky,
nuestros contemporáneos, los libros rusos contienen
estas dos notas esenciales: léil Una falta de coherencia
lógica, y, si queréis, una lógica extraña al genio de
Occidente, sobre tod<?, al genio latino. El vizconde
Melchor de Vogüe, en un reciente trabajo sobre la
obra inmortal de Fedor Dostoievsky, El ·idiota, dice
estas o parecidas palabras (cito de memoria): "El
rasgo dominante que diferencia los personajes de esta
obra, de aquellos a que estamos habituados en nuestra
novela, es su falta de disciplina men~al. Un buen
latino domina, o cree dominar su razón; no duda del
poder que posee para dirigirla, encauzarla ,y conver-
tirla en una fuerza siempre sumisa. Entre los rusos de
Dostoievsky 'esta fuerza aparece indisciplinada, su pen-
samiento es como un resorte que no obedece a la
voluntad del mecánico, procede' por saltos bruscos con
súbitas transiciones del llanto a la risa. Y este pensa-
miento -es además complicado y sutil; algunas frases -
sencillas en apariencia, ocultan una docena de inten-
ciones equívocas". Y es natural, el pensamiento ruso
no es pensamiento de polemistas, de dialécticos, de
razonadores ni de filósofos especulativos; es pensa-
miento ascético, místico, solitario; no es lógica, ¡ino
intuición.
144

2<;1. Esta tendencia colectiva, marcadamente irracio-


nalista o insuficientemente racional, que nos descon-
cierta en la novela rusa, creadora de tantos extraños
personajes, que viven y se agitan como en un mundó
de pesadilla, se compensa ampliamente con esa otra
tendencia hacia los universales del sentimiento; ansia
de inmortalidad, piedad hacia los humildes, amor fra-
terno, deseo de perfección moral, anhelo de suprem'a
justicia, cristianismo~ en suma. Se diría que el ruso ha
elegido un libro, el Evangelio, lo ha puesto so bre su
corazón y con él y sólo con él pretende atravesar la
historia.
¿Recordáis alguna novela de León Tolstóy? Es Tols-
tóy, sin duda, la síntesis del alma rusa. Su obra es
además la que mejor conocemos en España. Traed a
la memoria alguna página del Príncipe Delhi, de La
guerra y la paz, de Resurrección, y evocad sus perso-
najes centrales. Son hombres y mujeres siempre en
pugna con las normas del mundo, siempre inquietos y
descontentos de sí mismos, pero siempre, también,
buscando a su prójimo para curarle de sus dolores,
para aliyiat su miseria. Les preocupa -como a nuestro
egregioUn-amuno- el problema esencial, el del último
destino del hombre (recordad' la hermosa muerte del
príncipe Andrés en La guerra y la paz); dudan, ' vaci-
lan, como dudan y vacilan las almas sinceras y pro-
fundas, siempre divididas en sus entrañas; perosiem': -
pre se diría que alcanzan a ver una luz interior reve-
ladora de la suprema esperanza. Su religiosidad es
mística, porque busca a Dios por el camino del amor. '
/Su misticismo es cristiano, de cqmbate íntimo, activo,
dinámico ... , no pasivo, contemplativo y 'panteístico a
la manera oriental. Estos , hombres y estas mujeres,
estos personajes de la obra de Tolstóy, se aman y ,se
desean con amor humano, apasionado, violento a veces.
145

Las pasiones desenfrenadas _son frecuentes en las no-


velas rusas. Muchos de estos personajes s9n entes cra-
pulosos y degradados. Pero yo os desafío a que me
citéis una sola página rusa en que el amor carnal no
esté superado por el amor íntegramente humano, en
que la mujer sea exaltada únicamente como medio de
placer. Lo que llamamos pornografía, esa baja lite-
ratura que halaga no más la parte inferior del centau-
ro humano, es algo muy ajeno al alma rusa. Cuando
pasamos de la novela francesa -más o menos refinada-
mente sensual- a la novela rusa, estamos en otro clima
espiritual. De Tolstóy a Ana tole France -os cito al
más ilustre nombre francés- hay más distancia que
de la estepa rusa al Jardín de Epicuro.
y ahora podemos repetirnos la pregunta con que
comenzamos esta conferencia: ¿Qué debe la moderna
literatura occidental a las . letras rusas? Los pueblos
que alcanzaron un alto grado de prosperidad material
-Francia, Alemania, Inglaterra, Italia~ y también un
alto grado de cultura (lo uno no va sin lo otro) tienen
un momento de gran peligro en su historia, peligro que
sólo la cuJhira misma puede remediar. Estos pueblos
llegan a padecer una grave amnesia, olvidan el dolor
humano, su civilización se superficializa, toma el sen-
tido de la 'u tilidad y del placer, olvidan esa tercera
dimensión del alma humana: el fondo religioso de la
vida, el sentimiento trágico de ella que dice el gran
Unamuno; dejan a un lado los problemas esenciales y
paralizan sin saberlo los íntimos resortes de su misma
civilización. La literatura rusa ha sido un enérgico y
vibrante despertador que nos desvela y ahuyenta de
nosotros el sueño epicúreo.

(Conferencia pronunciada en la "Casa de los Picos". Segov,ia,


6 de abril de 1922).
SOBRE UNA LÍRICA COMUNISTA QUE .
PUDIERA VENIR DE RUSIA

¿Cabe una comunión ' cordial entre hombres, que


nos permita cantar en coro, animados de un mismo
sentir? Con esta pregunta se inicia -según Juan de
Mairena- el problema de una lírica comunista. Para
resolverlo es preciso buscar un fundamento metafísico
.en que esta lírica se asiente, una creencia filosófica,
ya que una fe religiosa parece cosa difícil en nuestro
tiempo. Sería necesario creer: primero, que existe un .
prójimo, una pluralidad de espíritus, otras puras inti-
midades semejantes a la nuestra; segundo, que estos
espíritus no son mónadas cerradas, incomunicables y
autosuficientes, múltiples soledades, que ,se cantan y
escuchan a si mismas; tercero, que existe una realidad
espiritual, trascendente a las almas individuales, en ·la
cual éstas pudieran comulgar.
Esta lírica comunista, de comunidad humana o de
comunión cordial entre hombres, parecía latente en
la literatura rusa prerrevolucionaria, de inspiración
evangélica. Porque lo ruso, lo específicamente -ruso,
era la interpretación exaóta del sentido fraterno del
cristiani~mo, que es a su vez lo específicamente cris-
.tiano. "Moscú · contra Roma" quería decir entonces
muy otra cosa de lo que hoy significa. El ruso" genui-
namente cristiano, creía en la fraternidad humana,
147

emancipada de los vínculos de la sangre. El corazón


del hombre' era para él la mónada fraterna, que por
esencia no puede cantar sola, ni bastarse a sí misma,
ni afirmarse sin afirmar a su prójimo. El espíritu ro-
mano era su antagonista. Sobre la mezcla híbrida de
intelectualismo pagano y orgullo patricio erige ,Roma
_ su baluarte contra el espíritu evangélicó, Moscú era
un alma; Roma, como siempre, un poder, -que habí~
tomado del Cristo lo imprescindible para defender-
se de él. '
Hoy, Busia abandona los ,Evangelios, profesa a Car-
los Marx y habla de un arte proletario. Con ello retro-
cede del Nuevo al Viejo Testamento. La visión profé-
_ tica ,d e Carlos Marx es esencialmente mosaica ~ la prole
de Adá.n repartiéndose los bienes de la tierra. "¡Justi-
cia para el gran rebaño de los hombres! No hay re-
nuncia posible a acomodarse en el tiempo. Las virtudes
castas que reveló el Cristo son enemigas de la especie.
Sois esenciálmente prole, y como tal habéis de afron-
tar vuestro destino". La Rusia marxista ha SIdo una
sorpresa para cuantos pensaban que el ruso empieza
precisamente donde acaba el marxista, como -empieza
el cristiano donde acaba el sentido patriarcal de la
Historia, el dominio del bíblico sentimental humano.

II
Hay razones acaso suficientes para no esperar de
la Rusia actual el arte comunista de inspiración cris-
tiana, la poesía de comunión fraterna a que aludíamos.
Pero hay razones más hondas para no creer demasiado
en el marxismo ruso y para esperar ese arte y esa
poesía de la Rusia de mañana, que será la de ayer y
acaso- la de siempre. N o vayamos demasiado de prisa.
Es posible que el marxismo no sea un elemento tan
148

heterogéneo con el espíritu ruso como algunos pensa:-


mos. Es posible también que ignoremos todavía cuál
es la honda y popular interpretación rusa -del marxis-
mo. y lo probable, lo casi seguro, es que Rusia no sea
tan infiel a sí misma que renuncie a su misión históri-
ca, esencialmente cristianizadora.

nI
Hasta aquí lo que hubiera pensado Juan de Mai-
.rena si hubiese vivido en nuestro tiempo con la menta-
lidad del suyo. Y probablemente hubiera · añadido:
"Con todo, de cuanto se hace hoy en el mundo, lo más
grande es el trabajo de Rusia. Porque Rusia trabaja
para emancipar al' hombre, a todos los hombres, de
cuanto es servidumbre en el trabajo.
Para triunfar del ~~solus ipse" (una fe metafísica
como otra cualquiera, y precisamente la propia de la
sociedad individualista, que vive hoy con ~lescudo al
brazo enfrente d~ ~a Rusia soviética) será necesaria
una fe comunista -no nos asusten las palabras-, que
puede engendrarse en el seno de una fraternidad la-
boriosa .
. ¡Fraternidad! He aquí la palabra rusa por excelen-
cia. Cuando se lee lo que nos cuentan de Lenin, del
modesto y gigantesco Lenin, y se recuerdan sus pala-
bras (muchas que pronunció y muchas que supo ca-
llar) se comprende cuánto supera el corazón del eslavo
a la inteligencia del pensador alemán. Y se presiente
una reacuñación cordial del marxismo por el alma
rusa, que puede ser cantora lírica y comunista en el
sentido humano y profundo de que antes hablamos.
,( Revista Octubre, Madrid, 1934).
EL CONDENADO POR DESCONFIADO ~~

Va para cuatro siglos que un fraile de la Merced,


, el maestro Tirso de Molina, dió a la escena patria la
,obra que, con muy escasas supresiones y ningún aña-
dido, ha de representarse mañana en el Teatro Español.
El condenado por desconfiado es un drama religioso,
del cual ha podido decir don Marcelino Menéndez y
Pelayo: ~'De la rara conjunción de un gran teólogo y
de un gran poeta en la misma persona pudo nacer
este drama único, en que ni la libertad poética em-
pece a la severa precisión dogmática, ni el rigor de
la doctrina produce aridez y corta ' las alas a la inspi-
ración, sino que el conjunto dramático y el concepto
trascendental parece que se funden en uno solo, de ,
tal modo que ni queda nada en la doctrina que no se
transforme, en poesía, ni queda nada en la poesía que
no esté orgánicamente informado por la doctrina".
Reparemos en que el drama religioso -a la espa-
ñola, católico a machamartillo- es, acaso, la creación
más representativa de ' nuestro teatro nacional. Tal es,
al menos, la opinión más autorizada. Reparemos tam-
bién en que este género de drama, _tan profundamente

* Este artículo fué escrito el día 11 de octubre de 1924,


vísperas del estreno, en el Teatro Español de , Madrid, de la
refundición del drama El Gondenado por descónfiado, de Tirso
de Malina, realizada por Antonio Machado en colaboración
con su hermano Manuel y J. López. Por causas desconocidas
el trabJljo no llegó a publicarse entonces.
ISO
\
español, ya ni se escribe ni se representa en España.
¿Será' porque heITIOS perdido, o vamos perdiendo, nues- .
tra españolidad? ¿Será porque, aun conservándola', no .
gustamos de verla reflejada en escena? Esto equival-
dría a haber perdido nuestro teatro. Cabe también que
sea equivocado el supuesto' de que hemos partido y
que yerre la crítica más venerable cuando diputa el
teatro religioso creación esencial de nuestra dramá-
, tica. Todo ello podría averiguarse si la crítica históri-
co-literaria, que ya tenemos -léase el admirable estu-
. dio que al Condenado por desconfiado dedicó don
Ramón Menéndez Pidal-, trabajase de acuerdo y al ·
servicio de una crítica filosófica, que: ya entre nosotros
alborea. Mientras llega el día~ más o menos remoto,
. en que esta labor se realice, cabe intentar una modesta
y útil experiencia. Por ella, a nuestro juicio, ' debe
comenzarse. Averigüemos si la obra que apasionó a
nuesb~os abuelos del siglo XVII, en sus comienzos, COR- ,
serva para nosotros, hombres del siglo XX, algún valor
emotivo, si es capaz todavía de cautivar nuestra aten-
/ ción y de movernos al aplauso.
Esta experiencia que los actores del Teatro Español,
los insignes Calvo 'y Ñluñoz y los refundidores inten-
tarán mañana, ' es, en cierto modo, una aventura no
'3xenta de peligro. La obra será representada sin aña-
didos, ornatos ni rellenos. Se respeta el original del
maestro Tirso y se preteJ?de de él que cautive al pú-
blico actual, cuyos hábitos sentimentales siguen los
cauces de la dramática moderna, muy apartados de
nuestra dramática del Siglo de Oro. Si El condenado
por desconfiado, el drama del hombre que se condena,
que se hunde, literalmel?te, en el infierno, fuese no
más que el fruto venerable de una ,sensibilidad ente-
ramente proscrita, de la experiencia de mañana, _sólo
podrá esperarse un resul~ado negativo. No es obra
151

viva, sino mero -documento Iiterar'io, la obra dramá-


tica que ha perdido su público. N o estaba iríjusta~ente
proscrita de la escena: .bien yacía en el libro aguar-
dando la curiosidad del erudito, del investigador his-
tórico, del lec~or paciente y reflexivo.
Pero si, como nosotros sospechaIPos, Tirso de Molina,
poeta y teólogo, era, más que teólogo, poeta, segura-
mente no sacó el drama de su teología,. sino del senti-
miento religioso, vivo en el alma de su pueblo y sin
el cual ni se hubieran encen¡dido las disputas doctora-
les que dividieron a jesuítas y dominicos, ni hubiera
él mismo -Fray Gabriel Téllez- aprendido teología.
En este caso, El condenado por desconfiado, drama
religioso a la española, no puede haber perdido actua-
, lidad. No se extingue ni cambia de orientación en
cuatro siglos el sentir religioso de un pueblo. Ahon-
dando en nosotros mismos, encontraremos la fuente de
donde brotó la obra del poeta.
Tal pudiera ser el resultado más feliz de l~ experien-
cia que ha de realizarse mañana. No era el teatro
religioso ' el que había perdido su público, sino el pú-~
blico el que había, en parte, perdido su teatro. Y
entonces no se trataría ya de resucitar lo muerto, sino
-¡atención, autores!- de continuar lo vivo.
¿CÓMO VEO LA NUEVA JUVENTUD
"ESPAÑOLA?

Sr. D. Ernesto Giménez Caballero.


¿Me pregunta usted, dilecto amigo, qué es lo que
pienso de la actual juventud literaria? Le contestaré
muy gustoso. Pienso lo mejor que se puede pensar de
ella: que es realmente joven. \
Hay algo verdaderamente juvenil en esa juventud
literaria.
19 Esa juventud es benévola. Benevolencia no quiere
decir blanda transigencia con lo ruin y apicarado, sino
voluntad del bien, ferviente anhelo de que lo bueno
se realice. Es alta virtud humana y propia de jóvenes,
como el resentimiento y el rencor hacia personas y
cosas, la vejez misma.
29 Esa Juventud no es sistemáticamente batallona.
Es más inclinada al juego que a la lucha. También
esto es virtud juvenil. Porque, aun en el supuesto de
que la vida sea más lucha que juego, el verlo al revés
es lujo que sólo los jóvenes, nunca los viejos, pueden
permitirse. Los jóvenes de mi tiempo se jaleaban a sí
mismos, llamándose luchadores, y venían de la provin-
cia dispuestos a pelearse con s:u propia sombra. Los
jóvenes actuales gustan del deporte que es, en cierto
modo, lucha, pero ennoblecida y desubjetivada. Aco-
cean, ciertamente, el balón; pero no, con fruición exce-
siva, la espinilla de su prójimo.
153
39 Esa juventud me parece menos palurda y más
educada -o' más susceptible de educarse- que las ,de
su,s padres y sus abuelos; porque hay en ella, acaso,
más curiosidad por lo extraño, más afición a la activi-
dad en común y menos jactancia de lo individual que
hubo en aquéllas. Es, en cambio, pobre en promesas
de personalidades ingentes. N o parece que de toda
, ella pueda salir un don Miguel de Unamuno, un Bena-
vente, un Pío Baroja, un Valle-Inc1án, un Ortega Gas-
seto Pero esto es también juvenil: no prometer dem'a-
siado, ni 'destacar prematuJ;amente lo individual sobre /
lo genérico. El joven es grupo, cuando no rebaño,
antes que persona.
y ahora: ¿qué me parece la obra literaria de esta
juventud? Muy juvenil, tal vez demasiado, y desde
lúego, mucho más actual que fué la nuestra. Quiero
decir que está en la corriente general del arte más
que lo estuvo la de sus predecesores. Ninguno de nues-
tros jóvenes representativos parece haber puesto su
reloj por el meridiano de su pueblo. Su hora aspira a
ser mundial. Carece de la superstición de lo castizo
y buena parte de su producción pudiera, sin mengua,
traducirse al esperanto.
Los jóvenes que hacen en España amena literatura
-poetas, glosadores, novelistas- juegan a la poesía, a
la glosa, al ensayo y a la novela con la alegría no '
exenta de disciplina, de equipos deportivos que aspi-
rari a actuar en amplios estadios. Tal vez caminan,
sin saberlo demasiado, hacia un arte para multitudes,
esencialmente democrático. No ignoro que la aparien-
cia es precisamente la contraria; porque nunca hubo en
nuestras letras tanto coto vedado, ni tanto desdeño al
filisteo, ni tanta afición a lo hermético. Pero ésta es
la gran paradoja de la democracia: aue asnira sierrinre
154

a lo distinguido, porque, en el fondo, no es sino una


progresiva aristocratización de la masa.
En la gran corriente del arte moderno hacia la obje-
tividad, hacia lo que Ortega Gasset, desde otro punto
de mira ,Y con certero tino llamó deshumanización "del
arte, el esfuerzo de una juventud realmente juvenil
puede ser decisivo. Porque el alma joven es todavía
plana, carece de la tercera dimensión, no existe en ella
el cúmulo de experiencias vitales que;,"a fin de cuentas,
constituye lo que se ha llamado el mundo interior.
Contra el subjetivismo desmesurado del arte burgués
en sus postrimerías, militan el fascio y el soviet de la
juventud, dispuestos a eliminar alegrementé, con su
mera actuaciól?- deportiva, los cuatro quintos del teso-
ro sentimental de sus mayores. Tal vez es esto lo que
explica la p.oca simpatía de los viejos, y, sobre todo,
de los maduros, hacia la juventud actual. Pero esa
juventud está -con más o menos conciencia de elIo-
en la gran corriente del arte moderno hacia un arte
futuro -el que esto escribe aspira a morirse antes de
verlo-o pobre de intimidad, pero rico en acentos ex-
presivos de lo común y genérico, un arte para multi-'
tudes urbanas, de ágora, de estadium, de cinema mo-
numental, de plaza ce toros. "
Bien sé que los poetas líripos, mis buenos y admira-
dos amigos, dirán que ellos pretenden hacer todo 10-
contrario. Ni un Pedro Salinas, ni un Jorge Guillén
cuyos recientes libros admirables saludo, han de aspi-
rar a ser populares, sino leídos en la intimidad, por
los más capaces de atención reflexiva. Sin embargo,
esos mismos poetas, que nó son, como los simbolistas
hondos y turbios, sino, a la manera de su 'maestro Va:-
léry, claros y difíciles~ tienden también a saltarse a la
torera -acaso Guillén. más qu~ Sa1inas~ aquella zona
.:::entral de nuestra psique donde fué siempre en gen-
155
drada la lírica. N o están fuera de la gran corriente
planificadora del arte. Son más ricos de conceptos que
de intuiciones, y con sus imágenes no aspiran · a suge-
rir 10 inefable, sino a expresar términos de procesos
lógicos más o ,menos complicados. Nns dan, en cada
imagen, el último eslabón de una cadena de conceptos.
De aquí su aparente oscuridad y su dificultad efectiva.
Cuando 'esos poetas nos den, por separado, como su
cofrade Valéry, el mapa' total de sus ideas, veremos
claramente la razón de esas insólitas combinaciones de
imágenes, que a muchos parecen juego tri vial, más o
menos ingenioso, de conceptos asociados mecánica-
mente. Entonces veremos también cómo esta lírica -si
así puede llamarse- a nada debe aspirar tanto como a
ser comprendida, porque, engendrada en la zona del
puro intelecto, se dirige más a la facultad de compren-
der que a la de sentir. El elemento estético que la
acompaña no puede ser otro. que el de la emoción o
entusiasJJlo por las ideas. Pero siempre -claro es- en
el caso de que éstas existan y sean de alguna manera
expresadas. En suma, esa lírica artificialmente hermé-
tica, es una forma barroca del viejo arte burgués que
aguarda piétinant su place en las fronteras del futuro
arte comunista -no nos asuste la palabra- a que le
-sea impuesto el imperativo de la racionalidad, las nor-
mas ineludibles del pensamiento genérico.
A mi juicio, los poetas jóvenes, entre los cuales hay
muchos portentosam'ente dotados -Guillén, Salinas,
Larca, Diego, Alonso, Chabás, Alberti, Garfias- están
más o menos contaminados del barroco francés -car-
tesianismo rezagado-,-, que representa el susodicho
Valéry. De este poeta no han de aprender mucho.
Cuanto hay ' de esencial en su lírica es una metafísica
tan vieja como Parménides de Elea, y todo lo demás
pura algarabía. La influencia qe Juan Ramón Jiménez,
156
patente en algunos de ellos, es más sana y fecunda.
Pero mejor harán en seguirse a sí mismos, po tomando
nuestra, crítica demasiado en serio. · Es casi seguro que
lo mejor de estos nuevos poetas ha de ser aquello que
a nosotros nos disguste más en su obrá. Nuestro elogio,
como nuestra censura, puede ser desorientadora y des-
caminante. Yo sólo me atrevo a aconsejarles un poco
de severidad para sí mismos. Que se planteen aguda y
claramente los problemas propios de su arte. Por ejem-
plo: si la lírica es actividad estética, ¿puede haber
lírica puramente intelectual? Si existe o puede existir
una lírica intelectual, cómo, sin forzarla artificialmen-
te, puede escapar a la cOlnprensión de los más? ¿Sirven
las imágenes para expresar intuiciones o para enturbiar
conceptos? Les aconsejo más orgullo, menos docilidad
a la moda y, en suma, más originalidad.
'A usted, amigo Caballero, gran estandarte, cartelista
y jaleador de un ejército juvenil, mi saludo militar, y
un cordial apretón de manos. -
(La Gaceta Literaria, Madrid, 1Q de marzo de 1929).
PEDRO DE ZÚÑIGA, POETA . APóCRIFO

'Sr. D. E. Giménez Caballero:


Querido amigo: Recibí su amable tarjeta. Mucho
deploro no tener nada inédito. Lo poco que ha que-
dado fuera del libro está publicado en periódicos y
revistas. Imposible para mí, en tan corto plazo, escribir
algo digno de ustedes. Porque, esa Gaceta Literaria,
que usted pilotea, honra a una generación de artistas.
Contra lo que algunos creen, nadie más entusiasta que
yo de la gente nueva y de usted, cuya cultura -asÍll1i-
lada y no exhibida- me asombra. Yo le prometo que
lo primero que escriba -verso o prosa- será para '
ustedes.
Entre nlanos tengo mi tercer poeta apócrifo: Pedro
de Zúñiga, poeta actual nacido en 1900. Acaso encuen-
tre en la ideología de este poeta motivos de simpatía. '
Abel Martín y Juan de Mairena son dos poetas del
siglo XIX que no existieron, pero que debieron existir,
y hubieran existido si la lírica española hubiera vivido
su tiempo. Como nuestra misión 'es hacer posible el
surgimiento de un nuevo poeta, hemos de crearle una
tradición de donde arranque y él pueda continuar.
Además, esa nueva objetividad a que hoy se endereza
el arte, y que yo persigo hace veinte años, no puede
consistir en la lírica -ahora lo veo muy claro-, sino
en la creación de nuevos poetas -no nuevas poesías-,
que canten por sí mismos. El verdadero sermón poé-
, tico, a la española, . ha de engendrarse en el espíritu
158

como se engendra en la carpe y, por ende, impugnar


a la musa para nuevos, poeta que, a su vez, nos ' den
en el porvenir las nuevas canciones.
Mucho me agrada el número dedicado a Alemania.
Ustedes, con el bendito Ortega, contribuyen a liber-
tarnos del aparato francés que, como único alimento,
venimos chupando hace dos siglos. ¡Ya era tiempo!
Y ahora, un ruego en nombre de mis amigos de Se-
gavia: ¿Podría enviarnos algo para la revista Manan-
tial? Con el alma se lo agradeceríamos todos.
Siempre suyo buen amigo.
(La Gaceta Literaria, Machid, 15 de mayo de 1928).
UNAMUNO, POLÍTICO

Es don Miguel de Unamuno la figura más alta de


la actual política española .. Él ha iniciado la fecunda
guerra civil de los espíritu's, de la cual ha de surgir
-acaso surja- una España nueva. Yo le llamaría el
vitalizador, mejor diré, el humanizador de nuestra
vida pública. El más personal de nuestros . políticos,
ha dicho Luis Araquistain en un libro reciente y admi-
rable. Cónforme. Unamuno es ante todo persona} pero
no en el sentido etimológico de la palabra, porque es,
acaso, el únicó político que no usa máscara. En esto,
a mi juicio, estriba su, enorme fuerza. N o será nunca
un jefe de partido. o partida, ni un caudi1l9 de masas.
Para Unamuno no hay partidos, ni mucho menos
masas, dóci~es o rebeldes, en espera de cómitre o pas-
tor. Unamuno es un hombre, orgulloso de serlo, que
habra a otros hombres' en lenguaje esencialmente hu-
mano. Se dirá que esto no es política. Yo creo que es
la más honda, la más original y de mayor fundamento.
Porque ¿puede haber política fecunda sin amor al
pueblo? ¿Y amor al pueblo sin amor al hombre, y, por
ende, respeto a los valores del espíritu que son sus
únicos privilegiados?
No basta invocar la ciudadanía. Es un concepto pa-
gano y superado ya 'por la historia. Un ciudadano
puede ser un hombre libre que viva sobre una masa
de esclavos. La última gran revolución política no in-
vocó los derechos del ciudadano, ~ proclamó los dere-
160

chos del hombre. ¿Por qué se olvida esto tan frecuente-


mente? Unamuno no lo ha olvidado nunca. Pero Una-
muno piensa que mal puede el hombre invocar sus
derechos sin una previa conciencia de su hombría.
La ingente labor política de Unamuno consiste en
alumbrar esta conciencia, con su palabra y con su
ejemplo, en las entrañas de su pueblo.

(La Gaceta Literaria, Madrid, 1Q de abril de- 1930).


v

CARTAS A UNAMUNO
CARTAS A UNAMUNO

(Sin fecha: ¿1913?)

Sr. D. Miguel de Unamuno:


Querido, admirado maestro: Acabo de recibir su
hermosa carta tan llena de bondad para mí y su com-
posición "Bienaventurados los pobres" que me ha he-
cho llorar. Ésta es la verdad española que debiera
levantar a las piedras. N o sé si habrá sensibilidad para
estas cosas, pero si no la hay, estamos perdidos. Tenía
intención de escribirle cuando leí su soberbia compo-
sición sobre el Cristo de Pálencia, que encierra tanta
belleza y tanta verdad como esta del éxodo del campo.
En esta tierra -una de las más fé~tiles de España- el
hombre de campo emigra con las manos libres a bus-
carse el pan, en condiciones trágicas, en América y en
África. También aquí el Cristo precristiano y post-
cristiano milagrea por los cabellos y las uñas, y en
cuanto al Cristo del cielo de que usted habla, no hay
cuestión todavía.
Con toda el alma agradezco a usted ' el trabajo que
piensa dedicarme. Publíquelo usted en la Hispania, de
Londres, pues de este modo con tan espléndida reco-
mendación podré yo algún día trabajar en esa -revista.
En el próximo número de La Lectura verá usted mi
artículo dedicado a su libro Contra esto y aquello,
muy e~pecialmente a los capítulos sobre las conferen-
cias de Lemaitre, y preparo otro' sobre sus ideas de
pedagogía y educación nacional. Como casi todo el
contenido de ese libro son crónicas publicadas por
164

usted en La N ación, de Buenos Aires, conviene que


nuestros indígenas se enteren ' de lo más sustancioso
que, a mi juicio, se ha dicho sobre estos temas. En
sus artículos so bre el Rousseau de Lemaltre está, en
mi opinión, calado hasta el fondo el espíritu del neo-
catolicismo francés que ya empieza a sentirse en Es-
paña, como usted profetiza. He dedicado lTIucho tiem-
po a leer_y comentar sus libros. Toda propaganda de
ellos me parece poca. En Soria fundamos un periodi-
quilla para aficionar a las gentes a la lectura y allí
tiene usted algunos lectores. Aquí no se puede hacer
nada. Las gentes de esta tierra -lo digo con tristeza
porque, al fin, son de mi familia- tienen el alma abso-
lutamente i,mpermeable.
Tengo motivos que usted conoce para un gran amor
a la tierra de Soria; pero tampoco me faltan para amar
a esta Andalucía donde he nacido. Sin embargo, reco-
nozco la superioridad espiritual de las tierras pobres
.del alto Duero. En lo bueno y en lo malo supera
aquella gente. Esta Baeza, que llaman Salamanca an-
daluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela
de Artes, varios colegios de segunda enseñanza, y ape- .
nas sabe leer un 30 por ciento de la población. No hay
más que una librería donde se venden tarjetas posta-
les, devocionarios y periódicos clericales y pornográfi-
cos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está
poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la
ruleta. La profesión de jugador de monte se considera
muy honroso. Es infinitamente más levítica y no hay
un átomo de religiosidad. Se habla de política -todo
el mundo es conservador- y se discute con pasión
cuando la Audiencia de Jaén viene a celebrar algún
juicio por jurados. Una población rural, encanallada
por la Iglesia y completamente huera. Por 10 demás,
el hombre del campo trabaja y sufre resignado o emi~
165_

gra en condiciones tan lamentables que equivalen al


suicidio.
A primera vista parece esta ciudad mucho más culta
que Soria, porque la gente acomodada es infinitamente
discreta, amante del orden, -de la moralidad adminis-
trativa y no faltan gentes leídas y coleccionistas de mo-
nedas antiguas. En el -fondo no hay nada. Cuando se
vive en estos páramos espirituales, no se puede escri-
bir nada nuevo, porque necesita uno la indignación
para no helarse también. Además, esto es España más
que el Ateneo de Madrid. Yo desde aquí comprendo
cuán a tono está con la realidad esa desgarrada y so-
berbia composición de usted y comprendo también su
repulsión por esas mandangas y garliborleos de los
modernistas cortesanos. A esos jóvenes los llevaría yo
a la Alpujarra y los dejaría un par de años allí. Creo
que esto sería más útil que pensionarlos_ para estudiar
en la Sorbona. Muchos seguramente desaparecerían
del mundo de las letras, pero acaso alguno encontraría
acentos más hondos y verdaderos.
Yo no me atrevo a decir en público ciertas cosas,
por miedo a que se me crea defensor de la barbarie
nacional, pero temo también que se forme en España
cierta superstición de la' cultura que puede ser fun~sta.
Me parece muy bien que se mande a los grandes cen-
tros de cultura a la juventud estudiosa, pero me parece
muchísimo mejor la labor de usted cuando nos aconse-
ja sacar con nuestras propias uñas algo- de nuestras
mismas entrañas. Esto, que no excluye lo otro, me
parece lo esencial. Yo he vivido cuatro años en París y
algo, aunque poco, he aprendido allí. En seis años
rodando por poblachones de quinto orden, he apren-
dido infinitamente más. N o sé si esto es para todos,
pero cada cual es hijo de su experiencia.
Además, estoy convencido de que los hombres que
166

van dejando huella en el alma nacional como usted y


Costa en nuestra época, son aquellos que más desafi-
nan. en el concierto cortesano y los que no han ' busca-
do la cultura hecha, como el escobero del cuento de
las escobas. Su voz parece ruda y extemporánea pero,
al fin, comprendemos que estaban a tono con realida-
des más hondas y verdaderas. Si a Cervantes lo hubie-
ran protegido los magnates de su tiempo, es posible
que no hubiera pasado de autor de La Galatea .
. Leí también su artículo sobre la cuestión del cate-
cismo. Es verdad que este asunto ha 'revelado también
cuánta tierra hay en el alma de nuestra tierra. Mucha
hipocresía hay y una falta absoluta de virilidad espi-
ritual. Las señoras declaran que aquí todos .somos cató-
licos, es decir, que aquí todos somos señoras. Yo creo
que, en efecto, la mentalidad española es femenina,
puesto que nadie protesta de la afirmación de las seño-
ras. Después de todo, un cambio de sexo en la
mentalidad española dominante a ' partir de nuestra
expansión conquistadora en Alnérica, podría expli-
carnos este eterno batallar, no por la cuestión re-
.ligiosa, sino contra ella, porque no haya cuestión. La
Inquisición pudo muy bien ser cosa de señoras y
las guerras civiles un levantamiento del campo azu-
zado por las señoras. Comprendo que esto es . una
interpretación caprichosa de la historia; pero en ver-
dad extraña que en este país de los pantalones apenas
haya negocio de alguna trascendencia que no resuel-
van las mujeres ' a escobazos. Empiezo a creer que la
cuestión religiosa sólo preocupa en España a usted
y a los pocos que sentimos con usted. Ya oiría usted
al doctor Simarro, hombre de gran talento y de
gran cultura, felicitarse de que el sentimiento religio-
so estuviera muerto en España. Si esto es verdad, me-
drados estamos, porque ¿cómo vamos a sacudir el lazo
167

de hierro de la Iglesia católica que nos asfixia? Esta


Iglesia espiritualmente huera, pero de organización for-
midable, sólo puede ceder al embate de un impulso
realmente religioso. El clericalismo español sólo puede
indignar seriamente al que tenga un fondo cristiano.
Todo lo demás es política y sectarismo, juego de iz-
quierdas y derechas. La . cuestión centrales la religio-
sa y ésa es la que tenemos que plantear de una vez.
U sted lo ha dicho hace mucho tiempo y los hechos de
día en día vienen a darle a usted plena razón. Por eso .
me entusiasma su "Cristo de Palencia" que dice m~s
del estado actual religioso del alma española que
todos los discursos de tradicionalistas y futuristas. Ha-
- bla~ de una España cafólica es decir algo bastante
vago. A las .señoras puede parecerles' de buen tono no
disgustar al Santo Padre yeso se puede ll~mar vati-
canismo; y la religión del pueblo es un estado de su-
perstición milagrera que nO conocerán nunca esos pe-
dantones incapaces de estudiar nada vivo. Es evidente
que el Evangelio no vive en el alma española, al menos
no se le ve en ninguna parte. Pero los ~antones de la
tradición española dirán que somos unos bárbaros los
que proclamamos nuestro derecho a ignorar práctica-
lnente unos cuantos libracos de historia para uso de
predicadores y profesionales de la oratoria. Pronto ten-
dremos otro pozo de ciencia donde acudan a llenar sus
cubos los defensores de la España católica. Con la
muerte de Menéndez Pelayo se quedaron en seco.
Ahora acudirán al padre Calpena. Lo mismo da Julio
César que Julián Cerezas; para estas gentes lo esencial
es que haya un señor con autoridad suficiente para
defender el tesoro de la tradición. Cultura, sabiduría,
ciencia, palabras son éstas que empiezan a molestarme.
Si nuestra alma es incapaz de luz propia, si no quere-
mos -iluminarla por dentro, la barbarie y la iniquidad
168

perdurarán. Ni Atenas, ni Koenisberg, ni París nos


salvarán, si no nos proponemos salvarnos. Cada día
estoy · más seguro de esta verdad.
Envío a usted lo que tengo publicado. Planeo varios
poemitas y tengo muchas cosas empezadas. Nada· de-
finitivo. Mi obra esbozada en Campos de Castilla
continuará si Dios quiere. La muerte de lui mujer
dejó mi espíritu desgarrado.' Mi mujer era· una criatu-
ra ange!ical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía
adoración por ella; pero por sobre el amor está la pie-
dad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla
lnorir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo
que haya nada de extraordinario en este sentimiento
mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir
con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al
mundo. Pensando en esto, me consuelo algo. Tengo a
veces esperanza. Una fe negativa es también absurda.
Sin embargo el golpe fué terrible y no. creo haberme
repuesto. :NIienrras luché a su lado contra lo irreme-
diable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más
que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y
su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy, vive en
mí más que nunca y algunas veces creo firnlemente
que la he de recobrar. Paciencia y humildad.
En fin, querido don Migúel, quería usted carta mía
y acaso le he complacido hasta el abuso.
Mándeme su próximo libro. Aquí apen~s llegan pe-
riódicos y muchas veces no me entero siqu.i era de que
publica. Su Cristo de Velázquez saldrá, supongo, en
El Imparcial.
Algún día le visitaré en esa Baeza castellana. Tuve
intención de ir con mi mujer a verlo el año después de
mi matrimonio.
Le .desea toda felicidad que usted merece su siém-
pre .admirador y alnigo.
169

Baeza, 31 de diciembre de 1914.

Querido y admirado maestro : Ya hacía tiempo de-


seaba escribirle; pero he preferido aguardar a tener
noticia de su regreso a Salan1anca para hacerlo. La
noticia me llega por usted mismo, en sus artículos de
Nuevo Mundo. Desde esta Baeza, donde siempre me
tiene a su_devoción, he seguido con gran interés su
asunto del Rectorado, de que tan indignamente fué
usted despojado por una política vil. He escrito mu-
chas cartas a muchos amigos, p~ocurando contrastar
mi in~lignación por el hecho con la de mis prójimos,
y he sacado en consecuencia que, no solamente la
España intelectual, sino toda la España honrada está
de su parte. Leí su terrible discurso del Ateneo. Dice
usted muchas verdades de -esas que no pueden decirse.
Su -intervención personal ha sido valiente y noble,
humilde y santa.
Ya .veo lo que plensa usted de la -guerra y de nos-
-otros ante ella. En efecto, nuestra actitud no es muy
digna. Acaso deberíamos ayudar a nuestros hermanos,
olvidando el poco amor que éstos nos profesan. En
caso de vida o muerte se debe estar siempre con el
más prójimo. Pero no sentimos la guerra, como tam-
poco sentimos la paz. No es cobardía en este caso
nuestra actitud, aunque por otros conceptos somos
cobardes.
N o creo demasiado en la reacción francesa que el
simpático Ózorín profetiza. Está reacción se incub~ba
en Francia, como usted sabe muy bien, mucho antes
de la guerra; pero la guerra, a mi entender, la malo-
grará. No creo -yen esto tal vez ~ea demasiado bené-
volo- con nuestros vecinos- que pretendan sacar con-
170
secuencias de las' falsas premisas asentadas antes de la
guerra, cuando la guerra habrá evidenciado, con el
triunfo de Fraricia -la Francia laica y religiosa, no la
Francia vaticanista y rencorosa- la falsedad de estas
mismas premisas. Por otra parte, no v~o muy claro el
triunfo francés, aunque me inclino a sospecharlo.
Esta guerra me parece tan trágica y terrible como
falta de nobleza y de belleza ideal. Después de ella
tendremos que rectificar algo más que conceptos; sen-
timientos, que nos parecían santos y que son, en reali-
dad, criminales, inhumanos. Yo empiezo a dudar de
la santidad del patriotismo.
Yo sigo en este poblachón moruno, sin esperanzas
de salir de él, es decir, resignado, aunque no satisfe-
cho. Para salir de aquí tendría que intrigar, gestionar,
mendigar, cosa incompatible, no sé si con mi orgullo o
con mi vanidad. En los concursos saltan por encima
de mí, aun aquellos que son más jóvenes en el profe-
sorado y no precisamente a causa de su juventud, sino
por ser doctores, licenciados, i qué sé yo cuántas co-
sas! ... Yo, por lo visto, no soy nada oficialmente. Es-
to, en cierto modo, me consuela.
i Cuántas veces he leído su soberbio libro Del sen-
timiento trágico en los hombres y en los pueblos! Por'
cierto que los filósofos de profesión, parece que no han
reparado en él. Es, no obstante, una obra fundamen-
tal, tan española, tan nuestra ·que, a partir de ella, se
puede hablar de una filosofía española, de esa filosofía
tan arbitrariamente afirmada como negada, antes de
su libro. Negada arbitr,arianlente, digo, porque ¿no es
La vida es sueño obra tan filosófica como las Críticas
de Kant? Y Teresa de Jesús, como usted dice, ha visto
en su alma tan hondo como quien más. Filosofía, en
efecto, difusa en nuestras literaturas, pero viva en el
. alma española y que usted, un vasco del siglo xx,
171

realiza, sacándola, a su vez, del fondo de su alma.


Usted, que tantas cosas bellas ha escrito, nos ha dado
en ésa, su obra más íntima, más suya -cierto- pero
al mismo tiempo más nuestra.
y esta ocasión se elige para despojarle a usted del
Rectorado de Salamanca, de esa Universidad donde
Fray Luis profesó teología, aunque, si no. recuerdo
mal, también sufrió persecuciones por sospechoso de
heterodoxia. Pero la Inquisición de hoyes infinita-
mente más repugnante que aq1}-élla. Malos tiempos co-
rremos; de infinita vulgaridad .
. En fin, querido rector -no ya de Salamanca sino
de la poca España que aÚl1 nos queda-, quede con
pios, y reciba el buen afecto de ...

Baeza, 16 de enero de 1915.

Querido y admirado maestro: Acabo de- recibir su


generosa carta. Con el ahna agradezco a usted estos
ratos que 'm e dedica. La primera vez que estuvo usted
en Madrid, le busqué en la Residencia de Estudiantes.
No lo encontré, pero asistí a su lectura de poesías en
el Ateneo, el día antes de mi visita. Estuve en el galli-
nero de aquella casa, con mi hermano Pepe. Ya aguar-
do con impaciencia su nuevo tomo de poesías, con el
poema Cristo de Velázquez, cuyos soberbios fragmen..
tos conozco, y tantas otras composiciones soberanas
como leyó usted aquella tarde, la de su primera lec-
tura. En él irá "El Cristo de Palencia" y aquel "Éxodo
de campesinos". Bien hace usted en no titular "Último
canto" a ese nuevo que añade una perla más a su
cancionero místico; porque quien canta tan hondo y
tan fuerte, mucho aún tiene que cantar.
172

Sus salidas donquijotescas no son estériles, que


sielnpre queda huella de su fecundo paso por ese em-
pedernido Madrid, y bien comprendo que jamás pensó
usted en su reposición de rector, sino en hacer una
alta justicia a valores espirituales que usted representa
y defiende y que en su persona de usted fueron atro-
pellados. Sí, hay que seguir diciendo lo que no puede
decirse y atizando el sagrado fuego bajo la helada.
Para mí sería una inmensa satisfacción el ir a Sala-
manca de profesor, y sj ese buen señor Laserna piensa
en su retiro y antes quiere hacer uúa obra de caridad
bien entendida, colmaría n1is aspiraciones con esa per-
muta. Ahí está usted y la tierra castellana que tanto
amo. Con el alma agradecería cuanto haga, y, siem-
pre, su buen deseo. .
Yo también, en el fondo, acaso sea francófilo. Mi
antipatía a Francia se ha moderado mucho con eso
que usted llama estallido de barbarie de las derechas,
y además fuí siempre [falta algo] por la Francia reac-
cionaria y, sobre todo, farsante, la Francia que, triunfa-
dora, nos había de agobiar con la divinidad de Racine,
cosa más lamentable que la guerra misma. La otra
Francia es de mi familia y aun ' de mi casa, es la de
mi padre y de mi ' abuelo y mi bisabuelo; que todos
pasaron la frontera y amaron la Francia de la libertad
y el laicismo, la Francia religiosa del affaire y de la
separación de Roma, en nuestros días. Y ésa será la
que triunfe, si triunfa, de Alemania. La otra, vestida
de pavo real, hubiera sido hace años barrida del mapa
por el empuje teutónico. ¡Lástima que tan noble espí-
ritu como Azorín se deje engatusar por esos agentes
de L>Action franr;aise!
Ya veo que se adelanta usted en sus artículos a
consecuencias' probables de la actual contienda. Nues-
tro peligro P?lítico, a mi entender, estriba en continuar
173

con el torpe juego de izquierdas y derechas, sin plan-


tear la cuestión central, la religiosa y de conciencia.
Encadenada va el alma española en cuerda de presos,
conducida no sabemos a dónde. Nuestra neutralidad
hoy consiste, como me dice Manuel en carta que hoy
lne escribe, en no querer nada, en no entender nada.
Lo verdaderamente repugnante es nuestra actitud
ante el conflicto actual y épico, nuestra conciencia,
~ nuestra mezquindad, nuestra cominería. Hemos toma- '
do en espectáculo la guerra, como si fuese una corrida
de toros, y en los tendidos se discute y se grita. Se
nos arrojará un día a puntapiés de la plaza, si Dios
no lo remedia. Los elementos reaccionarios, sin em-
bargo, aprovechan la atonía y la imbecilidad ambiente
para cometer a su sombra indignidades COlno la que
usted fué víctima. Si no se enciende dentro la guerra,
perdidos estamos. La juventud que hoy quiere inter-
venir en la política debe, a lni entender, hablar al pue-
blo y proclamar el derecho del pueblo a la . conciencia
y el pan, promover la revolución, no desde arriba, ni
desde abajo, sino desde todas partes. Gentes de buen
talento hay entre ellos y de noble intención, pero me
parecen todos tocados de un mal disimulado aristo-
cratismo que malogrará su obra. Importa, sobre todo,
que el empujón que vendrá de fuera no nos coja
dormidos.
Mucho me alegra que su libro Del sentimiento trá-
gico de la vida se haya traducido y vaya a traducirse
a otras lenguas. Su interés es universal. Un patriotismo
mezquino y literario es siempre fecundo en señalar
diferencias de pueblo a pueblo.
Pero ¿qué razón hay para que lo muy español y
hondamente nuestro sea aquello que -más nos separe
de los franceses o los germanos.?
174
Los jóvenes turcos de que usted habla y ha visto
con su mucha pupila de lo porvenir, serán los más
funestos enemigos de España: la ferocidad de guante
blanco y la pillería de casa grande, he ahí los futuros
'enterradores de nuestra patria.
Con impaciencia aguardo su A lógica; por ella me
enteraré yo de qué sea eso de la lógica, que siempre
me ha parecido algo así como una teoría del oficio
de aguador del pensamiento, o un álgebra del modo
de andar para uso de tullidos.
En fin, querido don Miguel, perdone por la largura
de mis cartas. Ya sé que usted trabaja mucho; pero
yo no téngo ni aun la pretensión de que me lea por
entero. Yo trabajo algo y, en breve, publicaré un nuevo
tomo de versos.
Mis bendiciones anticipadas al señor Laserna.
Siempre suyo muy amigo.

Baeza, 21 de marzo de 1915.

Querido y admirado maestro: Mil gracias por . su


Niebla, que leí de un tirón con deleite y la avidez
con que leo cuanto usted escribe. Portentosa me parece
de honda realidad su nivola y de humorismo, aunque
desoladora. Fraternalmente simpatizó con su Augusto
Pérez, ente de ficción y acaso por ello mismo ente en
realidad. Volveré a leerla y a releerla.
Lo que no veo claro es si nos aconseja usted la nie- :.
bla o la luz, aunque comprendo que todo es niebla, es
decir, que no vemos con nuestra luz y que, acaso-aquí
del riesgo socrático- veamos el azar. ¿Qué es lo terri-
ble de la muerte? ¿Morir o seguir viviendo como
hasta aquí, sin ver? Si no nos nacen otros ojos cuando
éstos se nos cierren, que éstos se los lleve el diablo,
175
poco importa. Tal vez no sea esto lo humano. Sócrates '
decía, no recuerdo dónde, que le 'Sería muy grato em-
plear su vida en el infierno como la empleaba aquí,
conversando, charlando.y convenciendo a los sabios de
que nada sabían; don Félii de Montemar pasó de las
callejas de Salamanca, sin darse cuenta, al otro mundo;
persiguiendo una linda dama. Para ese viaje. .. Cabe
otra esperanza, que no es la de conservar nuestra per-
sonalidad, sino la de ganarla. Que se nos quite la ca-
reta, que sepamos a qué vino esta carnavalada que
juega el universo en nosotros o nosotros en él, y esta
inquietud del corazón para qué y po:r qué y qué es.
En fin, yo creo que el autor de esa Niebla no está
hechp de la sustancia de- sus sueños, sino de otra más
sustancial. ¿Que dormimos? Muy bien. ¿Que soñamos?
Conforme. Pero cabe despertar. Cabe esperanza, du ~
dar en fe. '
Leí su "Noluntad nacional". Nlucha razón tiene usted.
España no sabe lo que quiere y, acaso, no , quiere
querer. A veces, sin embargo, pienso si lo que llama-
mos falta de voluntad, no será una voluntad que quie-
r~ otra cosa distinta a la que nosotros queremos. Algo
así como si nadásemos contra corriente. Pienso esto
como consuelo a la tristeza de ver qué poco ascen-
diente alcanza sobre las multitudes el esfuerzo de al-
gunas nobles y fuertes voluntades. Lo cierto es que
no se ve inquietud por ninguna parte. Y coincide nues-
tra máxima apatía con la terrible guerra. Si, al menos,
tuviéramos el valor, de nosotros mismos, de poner un
alma desdeñosa -aunque parezca grotesco- a esos
pueblos que hoy guerrean y preparar una guerra nues-
. tra-. .. Pero esto es una quimera. Si carecemos de una
voluntad creadora de una finalidad, ¿en qué basar
nuestro orgullo? Eso de que nos dejen en paz, no 'puede
ser nunca, ciertamente, un ideal, ni menos una realidad.
176
En 'fin, querido don Miguel, vuelvo a su Niebla.
Ahí se ve luz.
oLe quiere y admira mucho, cada día más, su siem-
pre suyo.
P. D .. Ahora sale a concurso el Instituto de Alicante.
No me atrae mucho el mar interno, pero en la espe-
ranza de ca,m biar más tarde Alicante por otro lugar,
voy a concursarlo. Esto no es óbice para que aguarde
lleno de esperanza la jubilación del señor Laserna.

Baeza, 16 de enero de 1918.

Queridísimo don Miguel: De vuelta en Baeza, quie-


' ro consignar por escrito, nuevamente, mi sentimiento
cada vez más hondo, de adlniración y afecto hacia
usted y su obra. Empiezo a comprender el valor de
las cartas: en ellas se dice lo que se siente, fuera del
ambiente social, donde ni el hombre se oye a sí miSlno
ni oye a su prójimo.
Recibí su Abel Sánchez, su agrio y terrible Caín,
más fuerte a mis ojos que el de Byron, porque está
sacado de las entrañas de nuestra raza, que son las
nuestras y habla nuestra lengua materna. Bien hace
usted en sacar al sol las hondas raíces del erial hu-
mano; ellas son un índice de la vitalidad de la tierra /y,
además, es justo que se pudran al aire, si es que ha de
darse la segunda labor, la del surco para la semilla.
Caín, hijo del pecado de Adán, desterronó el páramo
virgen; por él se convirtió el paraíso en tierra de la-
branza. La segunda vuelta de arado la dió Jesús, el
sembrador. Apre~damos no obstante, a respetar a Caín,
porque sin él Jesús no hubiera tenido tierra en que
sembrar .. Encuentro muy justificado que usted, tan
177
evangélico, torne a menudo al Viejo Testamento, y
que un humanist.a, como usted, encuentre inspiraciones
en el libro humano por excelencia. Su Abel Sánchei
es libro precristiano que usted -el hombre de Cristo
en el pecho- tenía q!le escribir para invitarnos a ex-
pulsar de nuestras almas al hombre precristiaJlo, al
gorila genesíaco que todos llevamos dentro.
Su Caín de usted es, cü;~rtamente, la envidia: el ~odio
a nuestro .prójimo por amor de nosotros mismos. Es un
capítulo del libro de las generaciones, o sea del libro
del amor del hombre a sí mismo y a su prole, del amor
que va de generación en generación, por línea directa,
de padres a hijos, sin regresión apenas de los hijos a
los padres y sin fraternidad, es el libro de la. envidia:
Caín y Abel, Jacob y Esaú, José y sus herm.anos, etc.
'Yo no veo en este libro fundamental sino la gran
lucha del hombre para crear el sentimiento de la fra-
ternidad, que culmina en Jesús. Caín sacrifica a Abel,
que era bueno con la bondad de un pastor; Jacob
suplanta a su hermano que era un bárbaro; José no
pudo ser sacrificado porque tenía virtudes superiores
y estaba destinado a empresas más altas. José, perdo-
nando y amando a sus hermanos, que quisieron per-
derle, n1uestra ya cómo el amor ha de tomar un día
la línea transversal. La historia de José es lo más poé-
tico y delicado de la Biblia precristiana. José, el casto
José, deja su capa en manos de la hembra lujuriosa.
Jacob hubiera aprovechado la ocasión, no por el pla-
cer, sino por el ciego instinto genésico. Pero José tü~ne
más conciencia, es más fino, no es semental, ·es un
hombre. Su castidad no es impotencia ni hennafrodis-
mo, puesto que luego le vemos casado y. con hijos;
su honestidad inaugura la historia humana, que no
marcha de generación en generación, sino de virtud
en virtud. Y en José aparece la virtud elemental, en
178

frente de la pasión elemental: la castidad frente a la


envidia, la cual, en un principio, se confundiría con
el celo por la hembra. La fraternidad es un amor casto
que no puede aparecer sino cuando el hombre es capaz
de superar el ciego impulso de la generación. Su Caín
de usted es también un semental, padre en potencia
de futuras generaciones, quien por haber marrado en
su amor a Elena, aborrece a Abel Sánchez.
Ahora tiene usted que escribir su novela cristiana,
que es la suya, para curarnos de esa acritud de que
usted se ha curado al escribir su libro, tan fuerte y tan
imperecedero como su mismo tema. Porque el cainis-
mo perdura, a pesar de Cristo; pasa del individualismo
a la familia, a la casta, a la clase, y hoy lo _vemos
extendido a las naciones, en ese sentimiento tan fuerte
y tan vil que se llama patriotismo. Sólo los rusos
- j bendito pueblo!- me parecen capaces de superarlo
por un sentimiento más noble y :universal. El tolstois-
mo salvará a ~uropa, si es que ésta tiene salvación.
Vengamos al Cristo. Si la envidia es el odio al pró~
jimo por amor de nosotros mismos, ¿qué será la fra-
ternidad? Si dijéramos que es el amor al prójimo por
amor de nosotros mismos, no interpretaríamos, a mi
juicio, el espíritu cristiano; sería entonces la fraternidad
una forma indirecta de amarse cada cual a sí mismo.
Me parece, más bien, la fraternidad el amor al próji-
n10 por amor al padre común. Mi hermano no es una
creación mía ni trozo alguno de mí mismo; para amarlo
he de poner mi amor en él y no en mí; él es igual a
mí, ,p ero es otro que yo, la semejanza no proviene de
nosotros sino del padre que nos engendró. Yo no tengo
derecho a convertir a mi prójimo en un espejo para
verme y adorarme a mi mismo, este narcisismo es anti-
cristiano; mi hermano es un espejo, es una realidad
tan plena como la mía, pero que 110 soy yo y a la cual
179

debo .a mar con- olvido de mí miSlllO. Amar no es de-


leite sino sacrificio. Nq hubiera Cristo ordenado el
amor como tarea infin,i ta si hubiese creído que podía
el hombre hacerse la barb:l y aglJ.zarse el bigote mi-
rándose · en el .alma de su prójimo. Con el inmenso
amor que sientes por ti mismo -creo yo leer en . Je-
sús- ama a tu hermano, que es igual a ti, pero que
no eres tú; reconocerán en él a un hermano; pero lo
que hay de Gomún entre nosotros es la sangre de Dios
mismo, vuestro padre.
Tal me parece a mí el sentido del Evangelio y . la
gran revelación de Cristo, el verdadero b'ansmutador
de valores. La humildad es un sentimiento cristiano,
porque el amor que Cristo ordena es un amor sin orgu-
llo, sin deleite en nosotros ni en nuestra obra; nosoh'os
no podríamos engendrar el objeto de nuestro amor, a
nuestro hermano, obra de Dios. El amor fraternal nos ,
saca de nuestra soledad y nos lleva a Dios. Cuando
reconozco gue hay otro yo, que no soy yo mismo ni es
obra mía, caigo en la cuenta de que Dios existe y de .
que debo creer en él como en un padre. Siempre me
pareció que la filosofía moderna, habiendo instituído
en dogma la necesidad de separar la razón de la fe,
olvida demasiado la profunda significación del cris-
tianismo. Hace de la filosofía una reflexión sobre la
\ciencia, sobre el pensamiento mismo, lo que, en resu-
midas cuentas, es una reacción hacia la superstición
eleática que identiza el ser con el pensar. -Pero, enton-
ces, ¿a qué vino Cristo al' mundo? Él nos reveló valo-
res universales que no son de naturalez(\ lógica, los
nuevo.s caminos de corazón a corazón por donde se
marcha tan seguro como de un entendimiento a otro,
y la verdadera realidad de las ideas, su contenido cor-
dial, su vitalidad.
Guerra a la naturaleza, éste es el mandato de Cristo,
180
a la naturaleza en sentido material, a la suma de ele-
mentos y de fuerzas ciegas que constituyen nuestro
mundo, y a la naturaleza lógica, que excluye por
definición la realidad de las ideas últimas: la inmor-
talidad, la libertad, Dios, el fondo mismo de nuestras
almas.
Confiantos
en que no se~'á verdad
nada de lo que pensamos
creo haber dicho en una copla; pero me refería al -
pensar desustanciado y frío, al pensar que se mueve
entre relaciones, entre límites, entre negaciones, al
pensar por conceptos vacíos que no puede probar
nada de cuanto alienta en nuestro corazón. El corazón
yla cabeza no se aViene'n, pero nosotros hemos de
tomar partido. Yo me quedo con el piso de abajo.
¡Guerra a Caín y viva el Cristo!
Le admira y quiere y aguarda siempre sus obras ...

Le aplaudí a usted con entusiasmo en su conferen-


cia de la Casa del Pueblo.

~1adrid, 24 de septiembre de 1921.

Querido maestro: Tiempo hace que deseaba escri-


birle. N o achaque mis largos silencios a mengua de
mi afecto hacia usted. Éste siempre crece. Es desafecto
o descontento de nosotros mismos lo que, a veces, nos
aleja de nuestros altos y nobles amigos.
Estoy en Madrid, dispuesto a tornar a Segovia. ·He
pasado varios días de fiebre gástrica, con lo cual he
aligerado un poco esta too salid flesh. Siempre que se
pierde en peso se gana en energía y propósitos de
181

porvenir. Confieso que nunca me siento peor que .


-cuandó estoy saludable y robusto, aunque bien com-
prendo que esta salud es sólo apariencia.
Leo _cuanto escribe usted en El Liberal, tan amargo
y verdadero y, en medio de esta gener~l abyección y
cobardía, tan heroico y temerario. Se diría que España
entera se ha embrutecido hasta convertirse en piedra
y que usted golpea sobre ella como un titán .
. Mi proximidad a Madrid y más frecuente residen-
cia en la corte me ha dado, a cambio de algunas ven-
tajas, una mayor desconfianza del porvenir en -España.
Es mucha Beocia esta villa coronada. La guerra trajo
un Cierto incremento de riqueza (hija -del robo, no de
la industria) y esta riqueza se manifiesta, hasta ahora,
en un aumento de bestialidad, de egoísmo, de mate·-
rialidad. Domina la satisfacción y el relincho que alaba
al dios de . las buenas digestiones. En medio de esta
- orgía de paletos, no faltan melancólicos, en los cuales
empiezo a sospechar cierto fariseísmo. Algunos m'ere-
cerán el in eterno faticoso manto con que Dante abru-
ma en su infierno a los hipócritas. Falta de energía
moral, de virilidad, sobra de resignación cobarde, que
se disfraza de superioridad compasiva y aun de hu-
mildad cristiana. Cuando pasa algo grave, como esto
de Marruecos, se ve que .ni un solo hombre de nuestra
política conoce su deber. Sobre todo, esas repugnantes
zurdas españolas, siempre con la escudilla a la puerta
de Palacio... Lacayería y mendicidad, como usted
tantas veces ha dicho.
Aparte de esta vileza de fondo que usted señala con
tan profundo tino, hay una desorientación grande y
una falta de visión clara del problema político entre
los que más se precian de comprensivos y aun, tal vez,
no, faltan hombres de buena voluntad descaminados y
descaminantes. Yo tengo buenos amigos, personas digo:.
182

nas de apre~io por muchos conceptos entre los llama-


dos reformistas. Creo, sin elnbargo, que, como políti-
cos han hecho una labor ,negativa, porque son los sabo-
teurs más o menos conscientes de una revolución inex-
cusable. Comenzaron proclamando 'la accidentalidad
de la forma de gobierno, muy a destiempo y en prove-
cho inmediato de la superstición monárquica y del ser-
vilismo palatino. Con ello han conseguido anular la
única noble, aunque de . corta fecha, tradición política
que teníamos, y la labor educadora de Pi y Margall y .
Salmerón y otros dignos repúblicos, que emplearon
cuarenta años de su vida en convencer al pueblo de
todo lo contrario. Abandonaron el republicanismo; al-
gunos . fueron más allá sin vocación suficiente para
ello; otros, los más, quedaro!,! en actitud torpemente,
pragmática, sin dignidad ideal y sin alcanzar tampoco
el precio y la eficacia. Hicieron algo peor. Cuando yo
era niño había una emoción republicana . .Recuerdo
haber llorado de entusiasmo ·en medio de un pueblo
que cantaba "La Marsellesa" y vitoreaba a Salmerón
que volvía de Barcelona. El pueblo hablaba _de una
idea republicana y esta idea era, por lo menos, una
emoción, IY muy noble, a fe mía! ¿Por qué matarla?
En vez de ahondar el foso donde se hundiese la abo-
minable España de la Regencia y de este reyezuelo,
afirmando al par republicanismo y acrecentándolo, de-
. puréindolo, enriqueciéndole de nueva savia, decidieron
echar un puente levadizo hasta la antesala de las mer-
cedes. Pecaron de inocentes y también, quizás, de -fa-
tuos y engreídos, porque pensaron, acaso, qu~ ellos po-
drían, una vez dentro' de la olla grande, dar un tono
de salud al conjunto pútrido del cual iban a formar
parte. 1Gran error! Creo que es preciso resucitar "el
republicanismo meneando las ascuas de la ceniza y
hacer . hoguera con leña nueva.
183
Leo cuanto usted escribe: su hermoso Cristo de Ve-
lázquez, del cual tengo comprados más de cuatro ejem-
plares. Lo presto, no_ me lo devuelven, y yo no me
resigno a perderlo. Leí trozos de su Vida de Don Qui-
jote a los niños de Segovia.
Escribo poco y aun esto no muy de gusto. Espero
trabajar con más fruto este año. Tengo de compañero
a un simpático salmantino, Leonardo Echevarría, con
quien hablo de usted a toda hora.
Reciba el progresivo afecto y admiración sin lími-
tes de ...

(Sin fecha: 1922 )

Querido maestro: Mil gracias por sus nuevas V isio-


nes de España, su bello libro donde continúa usted sus
Por tierras de Portugal y de España, que yo leí en
París hace ya doce años. Su obra me tiene compañía
y le llevo conmigo a estos viejos cafés de Segovia
donde logro un poco de aislamiento para la lectura y
el trabajo. Leo también cuanto escribe usted en El Li-
beral, su implacable campaña por cuya eficacia ruego
a Dios, y sus trabajos de Nuevo Mundo. Unos cuantos
hombres como usted -si ello fuese posible-, y la
España que tan rápidamente se deshace se iría, al par,
haciendo, fundiendo en nuevo molde. Siempre al leerle
encuentro consuelo y pienso que acaso España tiene
todavía · un porvenir. ¿De dónde saca usted tanta ju-
ventud, tanta energía espiritual? Aquí, donde todo se
viene abajo, todas las almas se caen, literalmente, a -
los pies, sólo usted se mantiene enhiesto . .. Esto quie-
re decir que no está .usted solo, sino que Dios pelea de
su parte.
184

Ya.' sé 'de memoria su maravillosa composición a


Gredas.
Aquí hemos orga1)izado una Liga provincial de los
Derechos del Hombre y asistiremos a la sesión de la
Junta Nacional para escuchar su mensaje.Procurare-
mas organizar un acto en' demanda de las responsa-
bilidades, aunque el ambiente no es muy propicio por
la influencia militar.
El amigo Calvo marchó a Sevilla, y lleva, según me
dijo, el decidido propósito de estrenar su Soledad. Me
consta que tiene aprendido el papel y que lo ha estu-
diado con verdadero empeño. .
En breve le enviaré a usted un trabajo que publicaré
en La V oz de Soria sobre su libro, y otro que remitiré
a la revista España.
Siempre ·suyo admirador y amigo ...

Madrid, ,12 de junio de 1927.

Querido y admirado maestro: Recibé su amable car-


ta, fechada en Hendaya 29~ 111 27. Mucho le agradezco
su recuerdo desde su retiro -¡destierro!- y las poesías
que en la carta me incluy~. Coincidió su carta con
una invitación de amigos de ir a Salamanca; pero~
usted ausente, preferí quedarme en Segovia, y aplazar
la excursión para mejores días. Si este verano dispongo
de algún tiempo y de algunos cuartos, pasaría la fron-
tera para saludarle.
Aquí se padece -no lo achaque usted a la adula-
ción- la ausencia de Unamuno, de sus artículos, de
sus poesías, de su espíritu vigilante por la espirituali-
dad española.' Una oleada de pedantería y de ñoñez
nos invade en literatura. De política entiendo poco,
cada día menos. ¡Era tan menguada en verdad, la gente
185
que barrió el golpe de estado, y su descrédito tan
abrumador! Es triste pensar que no han dejado siquie-
ra un vacío. Quizás no sea generoso decirlo, pero
-entre nosotros- estaban destinados a caer en la es-
puerta de la basura. Todos sin excepción, esperan pa-
cientemente que vuelva a tallarse con la baraja de que
son naipes más o menos gastados. Ni un solo rasgo
de dignidad, de virilidad, de amor propio herido. Son
los mismos mendigos que antes eran, soñando ahora
con un nuevo acceso a la antesala de las mercedes.
Asistí al estreno de su drama. Es lo más bello que
se ha hecho en el teatro dur~nte estos años. Y leí su
Agonía del Cristianismo traducida por el amigo Cas-
sou. Sé el enorme éxito de su obra en Europa. No me
extraña. Unamuno salva a España del olvidó, mien-
tras España. .. N o, España talnpoco lo olvida.
Le agradezco su felicitación por mi nombramiento
de académico. Es un honor al cual no aspiré nunca;
casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca.
; Pero Dios da pañuelo al que no tiene narices. Manuel
y yo hacemos teatro. Le enviamos nuestro Juan de
Mañara y le enviaremos pronto nuestras Adelfas.
De él y mío un fue~te abrazo y el cariño entrañable
y la admiración sin límites de sü ne varietur . ..

Segovia, 15 de enero de 1929.

Hace tiempo, querido m.aestro, que deseaba escri- .


birle. Pero no estoy seguro si todas las cartas que se
le envían llegan a su poder. Yo recibí la suya en que
me incluía algunas de sus poesías. Somos muchos ya
en España los que sentimos el enorme vacío espiritual
que ha dejado su apartamiento de la prensa española.
Leí en francés su admirable Agonía del Cristianismo.
186
I-Ioy veo en Segovia una reedición de su Abel Sánchez,
su portentosa nivola. Las últin1as noticias que' tuve de
usted me llegaron por conducto de Mr. Gilbert, el
pintor norteamericano i por don Juan Echeverría, su
paisano. Ambos lo describen a usted fuerte y lleno de
ánimo. No sabe usted cuánto me alegró escucharlos.
En una crónica de Azorín, publicada en La Prensa de
Buenos Aires, se dice que usted es lo más joven de
España. Así lo creo yo también.
Hace unos días envié a usted con nuestro Juan de
Mañara, el libro Huerto e errado de Pilar Valderrama.
Esta señora, a quien conocí en Segovia, mujer muy
inteligente y muy buena, es una ferviente admiradora
de usted. Me envió su libro para que yo se lo remi-
tiese a usted, pues ignoraba sus señas. En esa obra
encontrará usted acaso algo de su gusto, sobre todo,
una cierta verdad cordial que ya no se estila.
Estrenamos con éxito, ~1anuel y yo, nuestras Adel-
fas. Cuando vaya a MadriJ. le enviaré un ejemplar. Lo
terrible del teab'o es la lal- or de los cómicos. Ellos
traducen lo que usted hacE' a sus tópicos declamato-
rios y apenas hay obra, cor.10 no sea una ñoñez de los
Quintero, que no desh~> gan.
Su obra de usted Todo un hombre, sin embargo tuvo
unos intérpretes estimables en Ernesto Vilches y en
Irene López Heredia. Por cierto que esta obra -digá-
lTIoslo en honor (le tan calumniado público- tiene un
gran éxito dondequiera que se representa. - N o sé si
habrá usted ~ ('parado que en España, es el público,
-y no la crítiLa - el defensor de las obras buenas.
Aquí e:1 Scgovia hemos recordado muchas veces
aquella predos;.l ~'olTIe~ia que nos leyó usted la noche
de su coriferencia y el argumento de otra que nos con-
tó. ¿No las dará usted al teatro?
De políticJ., acaso sepa usted desde ahí, más que
187
nosotros, los que VIVImos en España. Aquí, en apa-
riencia al menos, no pasa nada. Y lo más triste es que
, no hay inquietud ni rebeldía contra el estado actual
de cosas. Las gentes parecen satisfechas de haber na-
cido. Nadie piensa en el n1añana. Para ·muchos una
caída en cuatro pies tiene el grave peligro de encon-
trar demasiado cómoda la postura. Yo, sin embargo,
quiero pensar que tanta calma y tanta conformidad,
son un sueño malo, del cual despertaremos algún
día ...
Reciba el afecto y la admiración de su buen amigo ...
, (Revista Hispánica f..,l odel'na, Nueva York, números 2 y 3-4, abril
y julio-octubre de 1956). .
VI

DESDE EL MIRADOR DE LA GUERRA


NOTA~ INACTUALES, A LA MANERA DE
,JUAN DE MAIRENA

Si tenemos en cuenta la irreversibilidad ideal de lo


pasado y la plasticidad de lo futuro, no hay inconve-
niente en convertir la historia en novela, sin que, por
ello, pierda la historia nada esencial, como espejo
más o menos limpio de la vida humana. Sólo así po-
dremos sacudir la tiranía de lo anecdótico y de lo cir-
cunstanc~al.
Creemos que no h§lY suficientes razones para acep-
tar la fatalidad de lo pasado.
Reconocen10s, sin embargo, que los deterministas
nunca han de concedernos que lo pasado debió ser de
otro modo, ni siquiera que pudo ser de muchos. Por-
que ellos no admiten libertad para lo futuro, y con
doble razón han de negárselo a lo pretérito. Y para
no entrar en discusiones, que nos llevarían más allá
de nuestro propósito, nos declaramos al margen-de la
historia y de la novela, meros hombres de fantasía,
como Juan de Mairena, cuando decía a sus alumnos:
"Tenéis unos padres excelentes, a quienes debéis ca-
riño y respeto; pero, ¿por qué no inventáis otro,s más
excelentes todavía?'>
192

11

Nada os importe -decía Juan de Mairena- ser inac-


tuales, ni decir lo que vosotros pensáis que debió
decirse hace veinte años; porque eso será, acaso, lo que
puede decirse dentro de otros veinte. Y si aspiráis a
la originalidad, huid de los novedosos, de los novele-
-ros y de los arbitristas de toda laya. De cada diez
novedades que pretenden descubrirnos, nueve son ton-
terías. La décima y última, que no es una necedad,
resulta a última hora que tampoco es nueva.

111

Quien avanza hacia atrás, huye hacia adelante. Que


las espantadas de los reaccionarios no nos cojan des-
prevenidos, dijo Juan de Mairena hace ya " mucho
I

tiempo.

IV
Una mala lectura de Nietzsche fué causa del impe-
rialismo d'annunziano; una mala lectura de D'Annun-
zio ha hecho posible la Italia de Mussolini, de ese
faquín endi9sado.

v
Hemos de reconocer que los libros más influyentes
en los Estados totalitarios no suelen ser los últimos ,
. ni, casi nunca, los mejores. Tal vez por eso, Cervantes
embistió contra los libros de caballerías, cuando éstos
ya no se escribían en el mundo, porque acaso era
entonces cuando producían mayores estragos. El filó-
193
sofo de la abominable Alemania hitleriana es el Nietzs-
che malo, borracho de darwinismo, un Nietzsche que
ni siquiera es alemán. El último gran filósofo de Ale-
mania, el más escuchado por los doctos, es el casi
antípoda de Nietzsche, Martin Heidegger, un metafí-
sico de la humildad. Quienes, como Heidegger, creen
en la profunda dignidad del hombre, no piensan me-
jorarlo exaltando su animalidad. El hombre heidegge-
riano es el antipolo del germano de Hitler.

VI
Alemania, la Alemania prusianizada de nuestros días
-habla Mairena en 1909- tiene el don de crearse mu-
chos más enemigos de los que necesita para guerrear.
Mientras aumenta su fuerza en proporción aritmética,
crece en proporción geoI?étrica el número y la fuerza
de sus adversarios. En este sentido, es Alemania la
gran maestra de la guerra, la creadora de la tensión
polémica que hará imposible la paz en el mundo en-
tero. Y el mundo · entero decidirá ingratamente, exter-
minar a su maestra, cuando ésta ya sólo aspire a una
decorosa jubilaciÓ'n.

VII
Mientras los hombres -decía Juan de Mairena- no
sean capaces de querer la paz, es decir, el imperio
de la justicia (la que supone una orientación metafí-
sica y .un clima moral que todavía n"o existen y que,
acaso, no existan nunca en Occidente), una liga entre
naciones para defende~ la paz a todo trance, es una
entidad perfectamente hueca y que carece de todo
sentido. Es algo peor. Es el equívoco criminal que
mantienen los poderosos, armados hasta los dientes,
194

para conservar la injusticia y acelerar la 'ruina -de los


inermes o insuficientemente armados. Cuando alguno
de ellos grite: "¡Justicia!", se le contestará con un enco-
gimiento de hombros; y si añade: "Pedimos armas
para defendernos de la iniquidad", se le dirá cariño-
samente: "Paz, hermano. Nuestra misión es asegurar
la paz que tú perturbas, reducir la guerra a un mÍni-
mum en el mundo. Nosotros no daremos nunca armas
a los débiles ; procuraremos que los exterminen cuanto
antes".

VIII

Aludiendo a la cuestión española, ha dicho Chan1-


berlain: "No seré yo quien se queme los dedos en
esa hoguera". Es una frase perfectamente cínica y
perversa. Por fortuna., Inglaterra, un gran pueblo de
varones, no puede hacer suya una frase que está pi-
diendo a gritos el pueblo que abrasó a Sodoma. Por-
que con ella se quiere dar a entender que Inglaterra
no guerreará nunca por la Justicia. Son much<?s los
ingles'es que saben n1uy bien que eso no es verdad,
y que si lo fuera -como indudablemente no lo es-
convendría a los ingleses que no lo supiera nadie.
La frase es inmoral y torpe, verdaderamente in-
digna de un, inglés.

(La Va ngtt atdia, Barcelona, 27 de marzo de 1938).


195

MAIRENA PÓSTUMO

Algunas consideraciones sobre la política conservadora


de las grandes potencias
-¿Qué diríais vosotros -amigos queridos- de unos
gobernantes que, invocando la necesidad de asegurar
a todo trance la paz de sus pueblos respectivos, se
apercibiesen a una guerra que ellos mismos conside-
raban inevitable, fatal? Diríais _de ellos que carecían
de la lógica más elemental, o que pretendían hacer-
nos comulgar con ruedas de molino; que eran hipó-
critas, dotados de -una inocente hipocresía de gato
escondido con el rabo fuera. Porque ellos proclama-
ban la necesidad de la paz, convencidos de que 10
verdaderamente necesario era la guerra, para la cual
abiertamente se preparaban.
Observad, sin emb<;trgo -añadía Juan de Mairena-,
que estos gobernantes suelen ser considerados como
,políticos hábiles y razonables. Y, en verdad, no les
faltan razones aparentes. Ellos no quieren la guerra,
y de_ningún modo la provocarían. Convencidos, em-
pero, de que la guerra es lo inelu<;table, lo indefec-
tible, a ella se aperciben. Cuando la guerra llegue,
lucharán con entera tranquilidad de conciencia: ten-
drán todas las simpatías de su parte, por no haber
sido ellos los provocadores de la contienda, por ser,
en cierto modo, los menos responsables de sus estra-
gos. No olvidéis que a la hora de la paz, si se gana
la guerra, se cotiza muy alto el no haber sido provo-
cador. Los políticos hábiles, piensan que esta razón
reforzará, a su tielnpo, el peso de la espada de Breno,
en cuya forja y en cuyo temple se ejercitan. -
Í96

Pero vosotros podéis hacerme una pregunta que, en


vuestro caso, hubiera formulado Don Quijote: "Yesos
hombres tan razonables COlno pacíficos, tan aferrados
a la paz como convencidos -y aun convictos- de ~a
fatalidad de la guerra, ¿cuándo creerán que ha lle-
gado para ellos el momento de guerrear?". Yo os
contestaría sin titubear: "Cuando sean agredidos, o
para repeler una agresión inminente". Porque de ese
n10do, serán los últimos en abrir el templo de Jano,
los más tenaces en ofrendar toda suerte de sacrificios
a la paz. La humanidad tendrá que agradecerles si no
la paz, el haber, al menos, rétrasado la guerra. ' A todo
lo cual vosotros podréis replicarme: "Pero esos hom-
bres irán a la guerra tristes y solos (con la soledad
de los gallegos del cuento), después de haberlo sa-
crificado inútilmente todo a la paz, y nada a la jus-
ticia, horro s de los motivos bélicos que pueden enno-
blecer e idealizar una guerra, los cuales son -no hay
que dudarlo- de Índole altruÍsta. Ellos exclamarán
en mil tonos -porque no hay guerra posible sin retó-.
rica-: "Luchamos por la libertad del mundo". Habrá
que responderles: "Antes de que os pisaran un pie,
la libertad del mundo os importaba muy poco. Ho-,
lIada y escarnecida la visteis en los pueólos vecinos,
y os cruzasteis d~ brazos". Ellos añadirán: "Lucha-
mos por socorrer a los débiles, por defenderlos de la ,
inicua opresión del poder ar bitrario y de la fuerza
bruta". Habrá que responderles: cCNo es cierto eso
que' decís. Cuando los fuertes -tan fuertes como ab-
yectos- asesinaban vilmente a los inermes -los enfer-
mos, las mujeres, los niños-, vosotros apartabais la
vista, no por piedad de las víctimas, sino para dejar
hacer a los verdugos". ¿No era ése el camino más
corto -para la paz? "Luchalnos por la cultura" -segui-
rán gritando-; y habrá que responderles: CCEn mal
191

hora pronunciais esta palabra. Tan cultos sois voso-


tros como vuestros adversarios. Tan cultos y tan fie-
ros. ¿Qúién sabe si esa cultura, que recabáis come;>
un privilegio, es, en gran parte, lo primero que debie-
rais arroj ar al cesto de la basura?
No sigamos, amigos míos. Porque no conviene abu-
sar de la retórica. El abuso de la retórica consiste en
predicar superfluamente al , convencido. Dejémoslo
aquí. Algún día os demostraré -o pretenderé demos-
traros- que la paz a ultranza, es una falacia burguesa,
hija del miedo, del egoísmo y de la estupidez. Ella
no evitará la guer~a grande: hará que ésta sea más
grave, cuando llegue, porque habrá despojado a los
contendientes de todos los motivos generosos para
guerrear, y la guerra entre hombres se convertirá en
lucha de fieras. Acaso también veamos claramente que
no es la paz un ideal inasequible, pero que nunca 10
alc~nzaremos si no aprendemos antes a guerrear por
el amor y por la justicia. Y que todo 10 . demás es ...
política conservadora.
(La Vanguardia, 13 de abril de ' 1938).

DESDE EL ·MIRADOR DE LA GUERRA

Algunas veces os he dicho -así hablaría hoy Juan


de Mairena a sus alumnos- que, en tiempo de guerra,
es difícil pensar; porque el pensamiento es esencial-
mente amoroso y no polémico. Mas tampoco dejé de
advertiros que la guerra es, a veces, un gran avivador
de conciencias adormiladas, y que aun los despiertos
pueden encontrar en ella algunos nuevos motivos de
reflexión. Cierto que la guerra reduce el campo de
198

nuestras razones, nos alnputa violentamente todas


aquellas en que se afincan nuesh'os adversarios, pero
nos obliga a ahondar en las nuestras, no sólo a pulir-
las y aguzarlas para convertirlas en proyectiles efica-
ces. De otro modo, ¿qué razón habría para que los
llamados intelectuales tuvieran una labor específica-
mente suya que realizar en tiempos de guerra?
La gran ventaja que proporciona la guerra al hom..;
bre reflexivo es ésta: COlTIO toda visión requiere dis- .
tancia, la hoguera de la guerra nos ilumina y nos
ayuda a ver la paz, la paz que hemos perdido o que
nos han arrebatado y que es la misma, aproximada-
mente, que conservan las naciones vecinas. Y vemos
que la paz es algo terrible, monstruoso y tan hueco
de virtudes humanas como repleto de los más feroces
motivos polémicos. _Y ello hasta tal punto -que no
habría excesiva paradoja en afirmar: lo que llamamos
guerra es, para muchos hombres, un mal menor, una
guerra menor, una tregua de esa monstruosa contienda
que llamamos la paz. Os pondré un ejemplo impre-
sionante para ilustrar mi tesis y elevarla al alcance de .
vuestras .cortas luces. En los países más prósperos
-no hablo de España-, grandes potencias financie-
ras, comerciales, fabriles, etc., hay millones de obre-
ros sin trabajo que se mueren literalmente de ham-
bre o arrastran una existencia tan mísera como las
pensiones que les asignan sus gobiernos. En el seno
de una paz ubérrima, de una paz que se dice consa-
grada a sostener y aumentar el bienestar del pueblo,
que permite a esas naCiones llamarse a sí mismas
potencias de primer orden, hay muchos hombres que
carecen de pan. Mas si la guerra estalla, esos mismos
hombres tendrán muy pronto pan, carne, vino y hasta.
café y tabaco. No ahondemos por de pronto en el
hecho; formulemos esta pregunta: ¿no es extraño que
199

sea precisamente la guerra, la guerra infecunda y


destructora la que eche de comer a¡ hambriento, vista
. y calce al desnudo, y hasta enseñe al que no sabe,
porque la guerra no se hace sin un mÍnimun de téc- '
:q.ica, que es fuerza aprender al son de los tambores?
Colocados en este 'mirador -el que nos proporciona
la guerra-, claramente vemos que lo terriblemente
monstruoso es lo que llamamos paz. El mero hecho
de que haya trabajadores parados en la paz, que en-
cuentran, a cambio de sus vidas -claro está- trabajo
y sustento en la guerra, en el fondo de las trincheras,
en el manejo de los cañones, y en la producción a
destajo de máquinas destructoras y gases homicidas,
. es un lindo tema de reflexión para los pacifistas. Por-
que esto quiere decir que toda la actividad creadora
de la: paz tenía -vista a grandes rasgos- una finalidad
guerrera y acumulaba recursos cuantiosÍsimos e in-
sospechados para poderse permitir el lujo terrible de
la guerra infecunda, destructora, etc., etc. Ni una
palabra más sobre este tema, porque ello sería abusar 1,

de la retórica, ' es decir, de la predicación , al con-


vencido. .: !
Vean10s otro aspecto de la cuestión.
~ Seguimos en el mirador de la guerra. Veamos el
'caso de una nación como la nuestra, pobre y honrada
(unamos estas dos palabras por diezmillonésima vez
con perdón de la memoria de Valle-Inclán y olvidando
la amarga ironía cervantina), una nación donde las
cosas suelen estar algo mejor por dentro que por
fuera. En ella unos cuantos hombres de buena fe,
nada extremistas, nada revolucionarios, tuvieron la in-
sólita ocurrencia, en las esferas del gobierno, de go-
bernar con un sentido de porvenir, aceptando, since-
ramente, como bases de sus programas políticos, ' un
mÍnimun de las más justas asriraciones populares?
200
entre otras la usuraria pretensión de que el pan y la
cultura estuvieran un poco al alcance del pueblo. Se
pretendía gobernar no' sólo en el sentido de la justicia,
sino en provecho de la mayoría de nuestros indígenas.
Inmediatamente vimos que la paz era el feudo de los .
injustos, de los crueles y de los menos. Y sucedió lo que
todos sabemos: primero, la calumnia insidiosa y el
odio implacable a aquellos honrados políticos, des-
pués la rebelión hipócrita de los militares, luego la
rebelión descarnada, la traición y la venta de la pa-
tria de todós para salvar los intereses de unos cuantos .
. y vosotros me diréis: ¿cómo es esto posible? Yo os
contestaré: el porqué de esa monstruosidad se ve muy
claro desde el mirador de la guerra. La paz circun-
. dante es un equilibric entre fieras y un cOlnpromiso
entre gitanos (perdón, ¡pobres gitanos!), llamémosle
mejor un gentLcm en agreelnent. La corriente beli':'
cista es la más profunda en todo el Occidente -acep-
temos la palabra en el sentido germánico- porque su
cultura es preponderantemente polémica. Esta co-
rriente arrastra a todas las grandes naciones que se
definen como grandes potencias. Todas están con~
vencidas -con razón o sin ella- de la fatalidad de la
guerra y a ella se nperciben. Pero los unos afectan
creer en la posibilidad de la p~z, los otros el) la ale-
gría de guerrear. La guerra -en el sentido militar
d~ la palabra- se cotiza COlTIO amenaza y como me-
dio de chantaje antes de ser un hecho irremediable.
España es una pieza en el tablero para la bélica par-
tida, sin gran importancia por sí misma, importantí-
sima, no obstante, por el lugar que ocupa. ¡Que
nadie toque a ese peón! Dicho de otro modo: la
ind~pendencia de España es sagrada. Tal era la voz
de nuestros amigos, convencidos de que ese peón
guarda la. llave de un Imperio, la frontera terrestre
201
y las rutas marítimas de otro. Era un poco inocente
pensar que ese peón iba a ser intangible. Ningún
español había tan imbécil que lo pensara. Y ocu-
rrió lo inevitable. Dos grandes potencias lo ame-
nazaron, primero; se propusieron eliminarlo, después.
Con la noble España quedan condenados a muerte
dos grandes imperios. Los españoles pensamos inge-
nuamente qu~ la España propiamente , dicha, no la
que s~ vendía y se entregaba a la codicia extranjera,
tendría de su parte a esos' dos grandes imperios, puesto
que los altos intereses de éstos cúincidían con los
hispánicos. No fué así. La lógica de los hechos era
otra. Ambos concertaron la fórmula de no interven-
ción con ' permiso y participación de sus- adversarios.
"Que la guerra. se detenga en las fronteras de España,
que no surja de ella, antes de tiempo, la gran con-
flagración universal; que nuestros enemigos esperen
hasta que nosotros podamos aniquilarlos. ¿Algo tan
lógico como ingenuo? ¿Ingepuo? No 'es demasiado. Por-
que ellos supieron muy pronto que sus enemigos no
esperaban. La guerra iba decididamente contra ellos.
y entonces los pobres españoles pensamos q~e el pa-
triotismo nacionalista estaría de nuestra parte. Pero
el patriotismo no era ya nacionalista; en esos dos
grandes imperios, vulgo grandes democracias, es hoy
lo que, en el fondo, había sido sien1pre: un senti-
miento popular y una ' palabra en labios de los aca-
paradores de la riqueza y del piJder. El patriotismo
verdadero de esas dos grandes c:emocracias, que es
el del pueblo, está decididamente con nosotros, pero
quienes disponen aún de los destinos nacionales están
en contra nuestra. Ellos conservan todavía sus anti-
faces, superfluos de puro transparentes, y pretenden
engañar a sus pueblos y engañarnos a nosotros. En
verdad no engañan ' a nadie. Ellos, los ·acaparadores
202

del poder y la riqueza, los dueños de una paz que


quisieran conservar á outrance, han concedido dema-
siado a sus adversarios para que sus pueblos no lo
adviertan, y hoy están a dos pasos de ser dentro de
casa n10tejados de traidol·es. El juego, por lo demás,
era harto burdo para engañar un solo momento a
quienes lo veían desde fuera. Ya es voz unánime de
la conciencia universal que el pacto de no interven-
ción en España constituye una de las iniquidades lnás
grandes que registra la historia.
Desde el mirador de la guerra se ven otras muchas
iniquidades. De la mayor de todas hablaremos otro día.
(La Vanguardia, 3 de mayo de 1938).

11

Cuando vemos desde el mirador de la guerra la lla-


mada política conservadora que domina hoy los Esta-
dos, no las naciones, de las llamadas democracias,
advertimos claralnente toda su ceguera, toda su insu-
perable estolidez. Los hombres que representan esta
política (poned aquí los nombres que queráis sin
reparar en su filiación de partido) no vacilan en di-
vorciarse de sus pueblos, en pern1itir que sean éstos
amenazados, lesionados y hasta invadidos, con tal de
poner a salvo los intereses de una clase privilegiada.
La posición es un poco absurda, porque una clase
privilegiada no puede llegar hasta el sacrificio ... de
todas las delnás; pero, al fin, no es tan nueva en el
m,~ndo, que sea para 'nosotros motivo de escándalo.
Lo verdaderamente lnonstruoso es- que esos hombres
sigan simulando echar sus viejas cuentas , como si en-
tre el año 14 y el año 38 de nuestro siglo no hubiese
pasado nada sobre el mísero planeta que habitamos.
203
Su actitud ante una posible (para ellos inevitable)
guerra grande es, agravada por el tiempo, aproxima-
damente la misma que tuvieron en vísperas de la
guerra europea. Ellos nos hablan, como entonces ha-
blaban, en non1brede sus resp,ectivos países, como si
ellos fueran los répresentantes legítimos de entidades
compactas, suficientemente unificadas para ser arras-
tradas a una guerra mortífera, bajo el mismo uniforme
y la misma denominación (franceses, ingleses, etc.),
sin cambio alguno de la estructura social, en el mo-
mento de ser atacados por otras naciones no menos
compactas, no menos unificadas, donde las discordias
interiores se apagan al sonar los primeros tambores.
En el año 14 la guerra, con todos sus horrores, fué
una admirable simplificación de las contiendas ínti:-
mas; una tregua sangrienta de la paz. El mismo crimen
que eliminó á. Jaurés se silbó por superfluo. Jaurés
era -¡cuántas veces se dijo!- francés antes que so-
cialista, y nada había que ten1er de su influencia sobre
las masas proletarias. Pero los políticos conservadores
de nuestros días saben muy bien que esto ya no es
posible. Lo saben y ni siquiera tienen el pudor de
ocultarlo. Siguen, no obstante, y seguirán ahuecando
la voz para hablar como antaño: "En los momentos
decisivos, para los cuales activamente nos apercibi-
mos, contamos con enorme provisión de materias pri-
mas destinadas a industrias de guerra, con fábricas
cuyo trabajo para la guerra será incesante, el enorme
poder de nuestras escuadras, la fecundidad de nues-
tras mujeres y el material humano difícil de mantener
en la paz, pero de oportuno empleo y fácil consumo en
las horas marciales. Y todo ello arderá en la gran ho-
guera cuando' llegue su día. Que nadie atente a la inte-
gridad de nuestro territorio, a la independencia de
nuestra nación, a la intangibilidad de nuestro Imperio
204

colol1ialo sea obstáculo a su futuro €ngrandecimiento".


Todas estas palabras suenan hoy a retóri~a hueca,
Fuesto que no contienen ya un átomo de verdad en
labios de quienes las pronuncian. Porque sus pueblos
saben, y ellos mismos no ignoran, lo siguiente:
Prinlero: Que estos políticos conservadores sólo re-
presentan a una clase que lleva el escudo al brazo,
una plutocracia en posición defensiva cuyo cimiento
no tiene la firmeza que tuvo en otros días.
Segundo: Que sus adversarios, los políticos que de-
finen, alientan o impulsan una política amenazadora
(un Mussolini, un Hitler) ,' son algo más cínicos que
ellos, pero acaso menos estúpidos ~ y que les asiste en
sus pueblos una corriente de opinión más considerable.
Son hombres, también, con el escudo al brazo, pero
representan el momento de la suprema tensión defen-
siva de la burguesía (fascio) que se permite el lujo
de la agresión. Espíritu de miedo envuelto en ira,
CJ.ue di.jo nuestro Herrera.
Tercero: Que ellos, los políticos conservadores de
las' grandes democracias, tienden a sÍlnpatizar, nece-
sariamente, con los jefes francamente imperialistas de
los países adversarios, porque son lobos de la misma
camada; dicho de btro modo, defensores de una misma
causa: el apuntalamiento del edificio burgués, minado
en sus cimientos.
. Cuarto: Que el pacto a que ellos tienden es un
pacto' entre entidades polémicas, un pacto enh'e fie-
ras, y las fieras sólo pueden ponerse .de acuerdo en
dos cosas: o para devorar al débil o para devorarse
entre sÍ.
Quinto: Que ellos, dadas su ideología y su estruc-
tura moral y dado el ambiente en que operan, no
pueden escaparse de esta terrible alternativa.
Sexto: Que su posición es hoy más falsa que nunca, ·
205
más falsa y más débil que las de sus antagonistas,
los jefes , de las naciones desvergonzadainente impe-
riales, porque carecen de milicias voluntarias que los
amparen. Representan plutocracias engastadas en pue-
blos de tendencia realmente liberal y democrática y
no , pueden aspirar a cambiar el sentido de lá corriente
más impetuosa y profunda de sus pueblos.
Séptimo: Que su actuación política es, no ya super-
flua, sino perjudicial a sus naciones, porque · ella oscila
necesariamente enh'e la amenaza y la claudicación; la
amenaza que irrita al enemigo y refuerza sus resortes
polémicos, y la claudicación que deshonra a los pue-
blos y los entrega moralmente vencidos al adversario.
Octavo: Que ellos no pueden responder a estas pre-
guntas: ¿Adónde vamos? ¿Qué camino es el nuestro
en el futuro histórico? Que ellos contribuyen a poner
un tupido velo de mentiras ante los ojos de sus pueblos.
Porque ellos ignoran -o aparentan ignorar- el hecho
ingente de la Revolución Rusa y pretenden que se vea .
en ella un poder demoníaco y un foco de infección
que puede contaminar a sus pueblos,en lo cual están de '
perfecto acuerdo con los llamados fascistas. )7 preten-
den, sobre todo, que nadie vea en Moscú, el aborre-
cido ~10scú, el faro único de la historia que hoy puede
iluminar el camino futuro. Les aterra sobre todo -re-
paradlo bien- que la gran Revolución Rusa haya
pasado de su período demoledor al creador y cons-
tructivo, y que lo que allí se hace sea la experien-
cia maravillosa de ' una nueva forrna de convivencia
humana.
Noveno: Que, honradamente, sólo pueden hacer una
cosa: retirarse a su vida privada de cazadores aristo-
cráticos o de no menos distinguidos pescadores de caña,
y dejar los puestos de pilotos que hoy ocupan a los
hombres que tengan la conciencia integral de sus pue-
206

blos, de su ruta y de su porvenir, porque sólo a éstos


incumbe la heroica faena y la t~rrible responsa~ili­
dad del timón.
y no sigo, por ahora, enumerando, porque no as-
piro a los trece puntos~ número sagrado para nosotros,
después del insuperable lnanifiesto del doctor Negrín.
DejeInos para otro día el tratar de la diplomacia
conservadora, que tanto hubiera hecho reír a un
Maquiavelo, y que tanto nos recuerda los versos del
coplero español:
Cuando los gitanos tratan,
es la mentira inocente:
se miente 1) no se engañan.

(La Vanguardia, 14 de mayo de 1938).

111
Uno de los errores más graves de la política con-
servadora de las llan1adas grandes democracias (en-
tran en ella todos cuantos la hacen cualquiera sea su
denominación de partido) consiste en creer que puede
perqlitirse el ser infiel a su máscara y el lujo de pua
iniquidad desvergonzada sin que la Historia, en
plazo más o menos breve, le pida estrecha cuent~ de
su-conducta. Confía delnasiado en sus recursos luate-
riales -los que posee y los que procura agenciarse-
y se entrega a la gran corriente -de cinismo que invade
el mundo, alardeando, como sus adversarios, de una
actuación realista, y reconociendo, implícitamente,
que una política cimentada en principios éticos sería
una política de ilusiones.
Las grandes democracias para quienes la guerra es
lo indefectible, se preparan mal -para la guerra. Los
207

hombres que las representan de;;cuidan, malgastan o


anulan anticipadamente su retórica (entiendo por re-
tórica el empleo de la palabra para convencer al
prójimo y persuadirle de las propias razones), des-
cuidan, digo, su retórica y la despojan de toda virtud
suasoria al ajustar su conducta burdamente a normas
dictadas por la retórica del adversario.
Cuando Álvarez del Vayo, nuestro representante en
Ginebra, -pronuncia ante la Sociedad de las Naciones
un alegato repleto de dignidad y de lógica, todo él
conducido a probar de un modo perfecto la actuación \
hipócrit~ y perversa de quienes, habiendo propuesto
la no intervención en España, ayudan a los agresores
intervencionistas y privan al agredido de su derecho
incontestable, el de procurarse los medios para su
defensa, los representantes de Inglaterra y de Fran-
cia, Lord Halifax y su compadre M. Bonnet, respon-
den co~ sendos discursos, escritos de . antemano, en
que ni se intenta una refutación, ,con dos piezas de
vulgarísima oratoria piplomática, que ni siquierapre-
tende convencer a nadie. ¿Qué importan las razones
ante los hechos que consuma la fuerza? N o perdamos
el tiempo. Porque no es éste el único hecho mons-
truoso a que hemos de dar nuestra aquiescencia. Mas
ahí queda, hincado en el blanco, sin agotar su impul-
so, el discurso de nuestro compatriota, como flecha
trémula y vibrante para inquietud y escápdalo de con-
ciencias adormiladas; ahí quedan, también, las dos
ineptas oraciones de sus colegas, para vergüenza de
sus pueblos respectivos y prueba de la nociva inuti-
lidad -casi todo lo inútil es nocivo- de una institu-
ción que, fundada para sustituir la.. fuerza material
por la justicia y amparar el derecho de los débiles,
mira con indiferencia la ruina de éstos, cuando no
contribuye a acelerarla. La voz de España ha sonado
208
seren3-~ cortés y varonil en boca de Alvarez del Vayo.
Por fortuna la voz de FranCia 'y de Inglaterra, dos
grandes pueblos orgullo de la Historia, no es la que
ha sonado en labios de los homúnculos que preten-
den representarlos.
Pero nosotros nos preguntamos si el desprecio de
las razones y de los principios morales pueden de
algún modo contribuir a fortalecer a los pueblos, si
aun ·desde un punto de vista pragmático -que nunca .
será el nuesh'o-, quienes amenguan el valor ético-- de
sus pueblos no amenguan talllbién la fuerza de sus
resortes polémicos si en una gran _contienda puede,
a la larga, recaer el triunfo sobre quienes ahincada-
mente se obstinaron en no merecerlo, en pueblos pre-
viamente deshonrados por la abyección de sus hábi-
tos políticos.
Vista panorámicamente, la guerra europea que es-
talló en 1914, nos parecía a muchos que los recursos
marciales, técnicamente organizados, asistían a los
imperios teutónicos; pero que algo más fuerte, una
superioridad ética basada, cuando menos, en su ma-
yor fidelidad a los tratados convenidos durante la paz
y a las normas del derecho de gentes militaba en
favor de los aliados. Era una cierta confianza en el
triunfo de la justicia lo que mantuvo enhiesto el áni-
mo de los franco-ingleses en las horas más amargas,
una cierta fe en el triunfo del más noble, lo que
parecía concitar contra la invasora Germania, deshon-
rada por su propiá conducta, los enemigos más terri-
bles. ¿La simplificación era un poco burda? Acaso.
Ya hubo entonces algüien que se preguntó si era la
máscara o el rostro de los que . se jactaban de com-
batir por la libertad y por el derecho lo que tan fuerte
sugestión ejercía sobre nosotros. Pero no sutilicemos
demasiado. Entre la máscara y el rostro hay menos
o
209

diferencia y por descontado, menos distanci~ de lo


que pensamos. Mucho se ha hablado de la hipocresía
de los ingleses. No los midamos con ese metro; bus-
quemos en ellos los valores reales a que esa hipocresía
consagra un culto más o menos directo, las firmes .
inevitables virtudes a que esa hipocresía rinde tributo
más o m~nos forzado. Mucho se ha dicho de la pedan-
tería de los alemanes. Cuando Alemania ' deje de ser
pedante -y parece que lleva ,camino de ello- la turba
filistea lapidará sañosamente a sus verdaderos sabios
y caerá en cuatro pies, y encontrará demasiado có-
moda la postura.
y volviendo al grano de nuestro cuento, añadire-
mos, para que todos nos_oigan: mal paso ha sido el
de la política conservadora de las grandes democra-
,cias en Ginebra, como nos muestran el copioso abu-
cheo de la opinión y la agria crítica con que la
prensa de todos los matices (sin excluir a la retarda-
, taria) la señala y comenta. El sarcástico refrendo
de la no intervención en España, precisamente allí
donde se aportan pruebas abrumadoras de su falsía,
ante conciencias saturadas de este amargo convenci-
miento, es ·un acto de cínica inverecundia que, a nues-
tro juicio, no puede realizarse impunemente. Con-
tribuyen esos hombres a degradar a sus pueblos, pre-
sentándolos ante el mundo entero,. desde la alta tri-
buna de Ginebra, como cómplices de una probada
injusticia; como torpes disimuladores de una iniqui-
dad sin ejemplo en la Historia. (De algo había de
servir -digámoslo de pasada- la Sociedad de las
Naciones, y ho sólo como púlpito donde alguna vez
se encarame la hombría <;le bien para hablar al mundo,
sino como luga.r donde se pongan de resalto por su
propia inepcia cuantas ruines maquinaciones ocultaba
el secreto de las cancillerías). Contribuyen estos hom-
210

bres, tan incapaces de prever y cautelar lo futuro


como ingenuos creyentes en la fatalidad de la guerra,
a que ésta sea realmente ineluctable, porque allí,
donde a la razón y a la moral se jubila) sólo la bestia-
lidad conserva su enlpleo. Y por el hecho de haber
demorado la inevitable guerra, serán ellos los culpa-
bles de su terrible agravamiento.
Por fortuna, aún será tiempo de evitar los daños
más irreparables, porque contra la política conserva-
dora de las grandes . democracias milita el instinto de
conservación de los pueblos:
(La Vanguardia, 22 de mayo de 1938).

IV
Parece evidente que la política conservadora de
Inglaterra y, en cierto modo, la francesa que le es tri-
butaria y por ella conducida a remolque, es una polí-
tica de clase, en pugna con la totalidad de los inte-
reses nacionales, los de an1bos in1perios (el inglés y
el francés), pero que, no obstante, se presenta ante
el mundo y ante sus pueblos respectivos como polí-
tica nacional. Es esto lo que vengo diciendo desde
hace varios meses. Soy yo el prilner convencido de
lni insignificancia como escritor político, y no ignoro
que mi opinión carece de toda importancia. . Ni si-
quiera contaría con mi adhesión decidida, si algo
muy parecido no lo hubiera sostenido, hace muy pocos
días, nada menos que sir Norman Angell, un "premio
Nobel <;le la Paz" y una autoridad suprema como tra-
ta~ista de política internacional. Mas no me complace
tanto el éxito de una coincidencia a que nunca aspiré
como el haber, merced a ella, encontrado quien car-
gue, por su mayor solvencia, con la responsabilidad
211

de una opinión tan rotunda. Pero dejemos a un lado


todo criterio basado en la autoridad, no sin antes
recordar la frase de ~.fairena: "La verdad es la verdad,
dígala Agamenón o su porquero". Parece cierto que
la política conservadora de las grandes democracias
perjudica a sus pueblos. Por su torpeza, cuando no
por su perversidad, esta política ha consentido y aun
coadyuvado a que dos grandes naciones, dos grandes
imperios, hayan perdid() ante sus adversarios ventajas
que su posición geográfica y su historia les habían
deparado. Es evidente que una España sometida a la
influencia, cuando no al completo dominio, de Ale-
mania y de Italia, supone, para Francia, una frontera
más que defender y una esencialísima vía marítima
perdida o interceptada a sus tropas coloniales, im-
prescindible en el caso de una guerra que obligue a
. la defensa de la metrópolis; supone, para Inglaterra,
por lo menos, la puesta en litigio de su hegemonía
en el Mediterráneo, la pérdida probable de la más
importante llave de su Imperio.
El gobierno inglés, no obstante, y obligado acólito,
el de la República Francesa, no sólo no han hecho
nada para evitar estos peligros, sino que han con-
tribuído con la llamada no intervención en la guerra
de España (que es una decidida y obstinada interven-
ción en favor de los invasores de nuestra península) ·
a su más terrible agravamiento. Tal es la abomi-
nable guerra que brindan a sus pueblos respectivos,
n1ientras, por otro lado, fuerzan el ritmo de los pre-
parativos bélicos en proporciones vertiginosas. Nor-
man Angell ha señalado agudalnente esta contradic-
ción. "Inglaterra, viene a decir, se arma hasta los
dientes contra Alemania, convencida de que no otro
puede ser su enemigo; Inglaterra aplaudE(, alienta y
ayuda a Alemania en su tarea para adquirir ventajas
212
para una próxima, acaso inminente contienda contra
la Gran Bretaña". Para una mentalidad ' alemana
-habla Juan de Mairena,- la contradicción sería más
aparente que real; todo se explicaría fácilmente con
sólo reparar en que la "voluntad de poderío" no puede
ejercitarse contra pign1eos ni contra enemigos des-
cuidados, insuficientemente apercibidos o desventajo-
samente colocados para una gran refriega. En pue-
blos como Inglaterra y Francia, abrumados de sen-
tido común, esta explicación no puede ser válida.
Queda la que Norman Angell y otros como él, tam-
bién muy autorizados, se inclina"n a aceptar. Indeci-
sos los gobiernos conservadores entre dos pavuras y
dos imanes, germanismo y comunismo, su línea de
conducta política es una resultante, no menos inde-
cisa y temblorosa, de su posición de clase, ya que no
personal. En ella decide, a última hora, la simpatía
por la posición socialmente defensiva, su honda fas-
cistofilia, el poderoso atractivo que ejercen los "tota-
litarios" sobre las conciencias burguesas. Y- esta expli-
cación puede ser, en efecto, la buena, pero hemos de
reconocer que ella sólo explica los hechos más o me-
nos lamentables de la turbia actuación conservadora;
los explica sin cohonestar los~ porque de ningún modo
pueden ellos inspirar normas para una conducta polí-
tica de porvenir, ni conservadora ni progresista.
Ingla terra y Francia podrán ser o no ser comunistas
\ en un futuro remoto o inmediato; el comunismo po-
drá ser para ellas un peligro grave, como piensan algu-
nos, o una solución conservadora del problema social
como piensan en la misma Inglaterra otros que ni
siquiera son comunistas; pero hay algo que Inglaterra
y Francia no podrán ser nunca: amigos de la Alema-
nia hitleriana y de la Italia de Mussolini, sin antes
vomitar hasta la última miga del festín de Versalles
213

y, lo que es más grave, sin renunciar a gran parte /de


sus vastos dominios coloniales. De modo que la con-
tradictoria conducta conservadora, que Angell señala
y pretende explicar, arguye en sus mantenedores u,n a
torpe visión del porvenir y una absoluta incapacidad
política. Porque ellos, los políticos conservadores,
deben saber que la Alen1ania del "führer" y la Italia
del Duce son la hostilidad misma contra Inglaterra y
Francia, y que sin duda el eje Roma-Berlín y el mismo
Berlín y la misma Roma, en cuanto' focos de ambi-
ción imperial no tiene otra ra,zón de' existencia que la
aspiración al aniquilamiento de sus rivales. Si se hos
rearguye que esos políticos conservadores de Inglaterra
y Francia sólo aspiran a hacerse respetar y temer,
como lo muestra la cuantía de sus aprestos marciales
para mantener la paz como equilibrio de tensiones
polémicas -una práctica política del siglo XIX hoy en
descrédito--, contestaremos que este mismo equilibrio
de fuerzas y esta misma paz de fieras prevenidas y
en acecho constante; tampoco puede conseguirse sin
el concurso de las energías que dominan en sus pue-
blos, los cuales no han de inclinarse, por instinto de
conservación~ a conceder ventajas a sus enemigos ni
a cambiar la dirección de sus corrientes políticas n1ás
impetuosas: las democracias. En suma, esa política
contradictoria a que alude Norman Angell, atenta a
los intereses de clase que cede, contemporiza, pacta
con el enemigo o ante él claudica, acaso merece me-
n9s que nada desde el punto de vista nacional, el
nombre de política conservs dora, porque nada puede
conservar como no sea el f! ombre que mereció an-
taño, cuando en verdad conservaba las conquistas del
. espíritu liberal y progresivo de sus pueblos. Hoy re-
presenta una rémora en su camino, la reacción des-
medida, que sólo puede conducir, dentro de casa, a
214
la guerra qivil; fuera de ella, a la pérdida o al apar-
tamiento de sus aliados naturales, las grandes demo-
cracias ricas de porvenir; en' el Viejo y Nuevo ,Con-
tinente, las democracias más propialnente dichas cuyos
nombres, todos conocemos.
( La Vanguardia, 2 de .junio de 1938).

v
Entre el hacer las cosas bien y el hacerlas rrlal
-solía decir Juan de Mairena cuando oficiaba de in-
moralista- hqy un término. medio, a veces aceptable,
qll:e consiste en no hacerlas porque, en verdad, mien-
trás las cosas no se hacen, cabe esperar que han de
hacerse bien algún día, pero hechas mal, fuerza será,
primero, deshácerlas. Por eso, añadía, los malhecho-
res deben ir a presidio.
Reconozcamos que estos conceptos, poco simpáti-
cos en un clima activista como el nuestro, contienen
alguna verdad. Hay labores negativas que nos alejan
del bien tanto o más que la inactividad o la holganza.
Pongamos un ejemplo. Todos pensamos que la Socie-
dad de las Naciones había de trabajar para que los
hechos, que constituyen la conducta de unas naciones
con otras, se ajustasen a normas de derecho y nadie
pensaba que tan alto fin, como es la paz basada en
la justicia, pudiera alcanzarse en breve tiempo. N o
obstante, mientras la Sociedad de las Naciones _tra-
bajase para acercarse a él, sería una institución útil
y acreedora a nuestro respeto. Mas la Sociedad de
las Naciones aparece como 'un instrumento en manos
de los poderosos, que pretenden cohonestar, merced
a ella, las mayores injusticias. Y porque la influencia
de la Sociedad de las Naciones ha de ser necesaria-
\
215

mente más de Índole ética que de coacción material,


no por ello han de ser menores los daños que su
inepcia ocasione. A la brutaliqad de los hechos, la
Historia nos tenía habituados. Nos consolaba la es-
. peranza en la realización futura, más o menos remota,
del Derecho. La Sociedad de las Naciones nos aleja
esta esperanza. Siglos antes que la Sociedad de las
Naciones viniese al mundo, se aceptaba como princi-
pio incuestionable de Derecho público que la con-
quista de un pue~lo, el hecho bruto de la conquista,
no abolía el derecho a la soberanía del soberano des-
pojado, si éste no lo cedía y se obstinaba en mante-
nerlo. Los pueblos se ajustaron a este principio más de
una vez; otras, procuraron soslayarlo; cínicamente nun-
ca fué contradicho. Si la conducta de Ginebra con el
pobre Negus de Abisinia se convierte en precedente
jurídico, el Derecho público habrá retrocedido varios
siglos, por obra y gracia de la Sociedad de las Nacio-
'nes. Esto quiere decir que la Sociedad de las Naciones
es una buena iniciativa fracasada por inepcia de sus
ejecutores y que, antes de que esta institución responda
a su fin pacifista, será' preciso deshacer lo hecho:
acaso ··violentamente, con lo cual la Sociedad pro paz
universal tendría en Ginebra una reducción al absurdo
en verdad grotesca y desorientadora. Sólo lo bien
hecho -en este caso la primitiva concepción de Wil-
son- puede perdurar; la obra de los malhechores es
siempre negativa y abominable.

Los errores suelen ir forrados de iniquidad. Y vice-


versa. Las iniquidades suelen ir envainadas en las más
torpes expresiones lógicas, de palabra o conducta. Por
esto -decía :Nlairena- es disculpable la crítica acerba
que combate los errores como iniquidades, y la otra,
216
de apariencia benévola, que pretende refutar las ini-
quidades como errores. Porque es difícil distinguir al
hombre que mantiene el error del pillo redomado, y
al pillo redomado del hombre que se equivocó de
medio' a medio. Estas reflexiones de Juan de 11airena
pudieran escribirse al margen del libro sobre Lá na-
turaleza práctica del error, obra antifascista _por exce-
lencia, como cuantas ha escrito ese viejo amigo de
España que es Benedetto Croce.

Reparad en que la actual Sociedad de las Naciones,


sólo propugna un error monstruoso, que es, a su vez,
la traducción villana de una idea noble, una verdadera
traición. La idea traicionada, vieja como el - mundo
civilizado, es ésta: "Deseamos la paz supeditada al
imperio del amor y la justicia, de ningún modo basada
en la iniquidad. Si el hamo sapiens de Linneo fuera
un animal tan esencialmente batallón como incapaz de
convivencia amorosa, ¿por qué no dejar que se devore
a sí mismo? La guerra sería la forma más gallarda del
homicidio y la más eficaz para el pronto y deseable
exterminio de la especie. Porque sospechamos que esto
no es aSÍ, y que la guerra en el estado actual del
hombre, carece de todo valor ético y es una rémora
en el camino de la justicia, debemos erigirnos en de-
fensores de la paz. La traducción ginebrina reza así:
"Defendemos la paz como finalidad suprema, la paz ~
todo trance y ello por el camino más corto, que es;
naturalmente el del exterminio de los débiles, es decir
defendemos la paz para mantener el imperio de la
iniquidad".
Llamar hombres honrados" honourable men, a quie-
nes mantienen este error monstruoso, implica una
ironía que excede en mucho a la del Marco Antonio
shakespeariano con los asesinos de César.
217
La verdad es que ni Bruto era una buena persona,
ni pueden ser ejemplos de alta moral los hombres que
con una mano, envuelta en el guante de la nointer-
vención, ayudan a los estrang~ladore~ de la República
legítima de España, y con la otra no ,menos enguantada
nos indican la puerta de la Sociedad de las Naciones,
en previsión del día en que, con los más inicuos hechos
consumados, se consideren abolidos nuestros más legí-
timos derechos.
Por fortuna, ni la República española puede ser
yugulada, ni mucho menos puede "Ser ya la actual y
caduca y desorientada institución de Ginebra quien
dicte la última palabra en ninguna cuestión de Dere-
cho internacional.
(La Vanguardia, 12 de julio de 1938).

VI

Hay demasiado polemismo en la ,paz -decía Juan


de Mairena a sus alumnos- para que, de cuando en
cuando, no estalle la guerra entre los pueblos, parte
como suma y homogenización total de copiosas ren-
cillas, parte también, como acuerdo pacífico o tregua
dentro de casa, para que todos los morádores de ella"
puedan consagrarse, con cierta alegría, a la demolición
de la casa vecina. (Donde decimos "casa" léase na-
ción). El hombre, en su aspecto de "Homo faber", es
constructor de máquinas, de las fábricas de guerra, con
lo cual atiende a dos fihes, que él estima humanos:
Primero: consagrar los trabajos de la paz a la prepa-
ración de la gran contienda. Segundo: aquietar su
conciencia, objetivando sus malas pasiones, desubjeti-
vizándolas hasta hacerlas individualmente innocuas.
Cierto que esas máquinas serán mucho más destruc-
218

toras que la quijada asnal que esgrimió Caíri: pero no


ha de haber más odio en el técnico que las ponga en
movimiento que hubo en su constructor. El hombre
sobradamente batallón de la civilización occidental va
para buena persona, excelente padre de familia, que
gana el pan cotidiano contribuyendo, en la modesta
medida de sus fuerzas, al futuro aniquilamiento de la
especie humana.

La hipocresía inglesa -decía Juan de Mairena, buen


amigo de los ingleses- es la vara con que suelen lnedir
a Inglaterra sus enemigos. Ello implica una grave in-
justicia. Porque la hipocresía es la sombra de la vir-
tud; y tanto más la sombra de los cuerpos se acentúa,
cuanto más intensa es la luz que los ilumina. La hipo-
cresía inglesa es la sombra del ' puritanismo inglés.
Inglaterra es todavía, y acaso ha sido siempre, purita-
na. Aunque Shakespeare es su mayor poeta, y el más
grande acaso de todos los pueblos, su poeta e.specífico
es John Milton, que a sí mismo parece retratarse por
boca de su Jesús: "born to promote all trutn, all
righteous things". El puritanismo es un áspero culto
a la virtud, hondamente religioso, de estirpe cristiana.
Si Inglaterra dejase algún día de ser puritana, alguien
diría: ya se quitó la careta. Yo diría, más bien, que se
ha quitado el rostro, para mostrarnos la abominable
jeta de pueblo de presa de lo que algún día llamare-
mos, con expresión un tanto equívoca, pero irremedia-
ble: una gran potencia totalitaria. Y en el peor caso,
siempre será un consuelo para la humanidad el saber
que este día coincide con la total decadencia del impe-
rio británico.
219
En agudo contraste 'con Shakespeare, ese gigante
creador de conciencias, y con Milton el puritano, dos
grandes poetas que son, sin duda, dos grandes hom-
bres, aparece en Inglaterra más tarde, en la cumbre
del siglo XVIII, Alejandro Pope, un excelente poeta, a
través de cuyos escritos, algunos impecables, se tras-
luce una mala persona, mejor- diré un hombre pequeño,
esquinado, resentido, el espolón de cuyo ingenio se .
afila en la ·carne del prójimo. Una degeneración suya
es el literato de tipo "acreedor", quiero decir de hom-
bre a quien no sabemos porqué, parece que siempre se
le debe algo. Se diría que este hombre -que rara vez ·
logra objetivar sus motivos- no coge la pluma sino
para vengar algún pequeño agravio personal o recla-
mar una pequeña deuda. Su agresividad es siempre
"ad hominem", pero nunca de radio metafísico, como
en nuestro Miguel de Unamuno. Este hombre segrega
una cierta baba difusa que todo lo mancha, y en la
cual es él mismo quien se anega. Visto a la luz de la
guerra, ha de aparecer como un ave de otro clima. En
verdad, pertenece al pequeño mundo polémico de la
paz.

SAAVEDRA FAJARDO Y LA GUERRA TOTAL

De la guerra decía Saavedra Fajardo: "Cuando está


rendida, parece bien esta fiera enemiga de la vida. En
ella se declara aquel enigma de Sansón del león ven-
cido' en cuya boca, después de muerto, hacían panales -
las abejas; porque, acabada la guerra, abre la paz el ,
paso al comercio, toma en la mano el arado, ejercita las
artes, etc." Bien se ve (hubiera comentado en nuestros
días Juan de Mairena) que Saavedra Fajardo no pudo
aludir a la guerra que preparan las grandes potencias,
220

¡pás O menos totalitarias, de nuestro siglo, y que esta-


llará, si Dios no lo remedia, dentro de pocas semanas,
o de pocos meses, o de pocos años. Mairena era siempre
cauto en sus profecías, muy antes siempre de lo que
todos deseáramos. Mas Saavedra Fajardo no erahom-
bre tan ingenuo que, en sus reflexiones sobre la paz y
la guerra, nos ofrezca el temq enteramente desproble-
n1atizado. En verdad, el pensamiento de Saavedra Fa-
jardo oscila entre latines -él sabía muchos-, entre
aforismos clásicos, los cuales, como nuestros refranes,
suelen tener sus contrarios. Y este pensar entre senten-
cias, q~e es manera de dar gusto a muchos y razón a
ninguno) no c.a rece de inconvenientes.
Lo cierto, es que Saavedra Fajardo, en su Idea ele
un príncipe político-crisUano( menos cristiano que po-
lítico, c9n no mucho del Cristo y no poco del Príncipe,
de Maquiavelo), no parece dudar de que la paz
sea siempre deseable, y la guerra siempre de temer.
Con ello se nos muestra Saavedra Fajardo como hom-
bre de robusto ingenio y de excelente consejo, pero
muy alejado de nuestro clima mental.
' Leyendo atentamente sus Empresas políticas, se
advierte, sin embargo, que nuestro buen don Diego
acepta el más consagrado de los latines sobre la gue-
rra -o sobre la paz~, el "si vis pacem ,para bellum",
sin dejar de advertir, alguna vez, lo equívoco de sus
consecuencias. Él traducía con sana lógica el concepto
latino. Citaré sus palabras: HPorque ha de prevenir la
guerra quien desea la paz". Y acaso no se hubiera
escandalizado de quien añadiese: para prevenir la
guerra y apercibirse a ella, no basta con temerla. Pero
de aquÍ no hubiera pasado. El consejero de un prínci-
pe no puede ser un lógico a ultranza, un "enfant
terrible" de la lógica, ni menos un paradojista o des-
tripaterrones de la lógica mostrenca.
221

Desde los tiempos de Saavedra Fajardo (la primera


mitad del siglo XVII y mediados del reinado vacilante
de nuestro cuarto Felipe) hasta nuestros días, ha llo-
vido mucho, y no siempre agua. El acreditado latín
tiene hoy esta versión francamente paradójica: "Si
quieres la paz has de querer la guerra". Y hay otras
versiones más desvergonzadas todavía, en que inter-
viene el pensamiento alemán con sus botas de siete
leguas (nunca olvidéis, decía Mairena, ni las leguas ni
las botas del pensamiento alemán), para llegar a las
fórmulas más impresionantes, por ejemplo: ~'Amad la
guerra, la guerra alegre y fresca, donde ejerce el hom-
bre su voluntad de poder. Sed crueles y vivid en peli-
gro. Concitad la discordia, y creaos cuantos más ene-
migos podáis". Un paso más, siempre con las .citadas
botas, y 'se llega' a esto: "Aborreced la paz, toda ella
asentada sobre las virtudes de los esclavos. Y en la
guerra total contra la paz del mundo, empezad por
la eliminación de los más débiles, que son los más
pacíficos. Machacad a los niñós, etc., etc,". .. N o siga-
mos a ,lomos de tan violenta hipogrifo. Acaso nuestro
viaje es · más aparente que real, El venerable latinajo,
la vieja fórmula pagana sigue en pie, y contra ella
se escribirá seriam'e nte algún día.

Entretanto hagamos vaticinios a la manera ,d e Juan


de Mairena, quiero decir, de un profeta que no tuvo
nunca la usuraria pretensión de acertar. Por ejemplo:
"El Oriente se occidentaliza -no olvidemos nunca
el empleo de las frases ingeniosas e impresionantes-
al par que el Occidente parece cada vez más deso~
rientado. Cada día, en verdad, sabemos menos por
dónde va a salir el sol. La técnica de Occidente y
222
con ella, su cultura harto dinámica, yo diría -mejor-
cinética, está obrando horrores fuera y dentro de su
casa. Porque, no sólo "se asesinan los hombres en
el Extremo Este", como cantaba el gran Rubén Daría
(mucho más grande que todo cuanto se ha dicho de
él), sino que, también, en el "Extremo Oeste" se está
ensayando con el más vil asesinato de un pueblo que I

registran los siglos, la reducción al absurdo y al sui-


. cidio, más o menos totalitario, de la cultura occiden-
tal. Y cuando ésta fallezca, como dicen que muere .
el alacrán cercado por el fuego, ¿qué va a pasar? De
bueno y de mal grado, habrá que orientarse un poco.
Esperemos que, antes, lleguen los sabios a un me-
diano acuerdo sobre la rosa de los vientos, y posición
aproximada de los cuatro puntos cardinales.
(La Vanguardia, 7 de julio de 1938).

PARA EL CONGRESO DE LA PAZ

Con sumo gusto hubiera acudido a París para dar


testimonio de presencia en el grupo de escritores
españoles antifacistas, si mi salud, harto quebrantada,
lo hubiera consentido. Mis compatriotas saben muy
bien que apenas pu~do moverme de casa, y ellos lo .
harán constar entre ' vosotros. También llevan encargo
mío de representaros con la palabra viva, que pierde
mucho .confiada al papel, cuánto es sincera mi gra-
titud a vuestras bondades y en cuánto estimo el honor
que me habéis conferido .al invitarme a vuestras
reuniones.
y ahora unas palabras sobre el tema concreto que
a todos nos dcupa: En verdad, un español que habita
hoy en Barcelona, no hace mucho dejó oír su airada
protesta contra los bombardeos aéreos de las ciudades
223
abiertas. Puede pensarse de él (¿y c6mo no?) que
clama en defensa de su propio techo amenazado, de
la seguridad de los suyos y aun de ' su propia persona.
¿Quién, en su caso, no lo haría? Hay más. Los mismos
hombres que perpetran estos crímenes abominables
tienen también sus casas (en Roma o en BerHn o en
Salamanca) como nosotros hoy en Barcelona, en Ma-
drid o en Valencia; tienen, acaso, sus padres (un pa-
dre y una madre para cada uno de ellos), sus mujeres,
sus hijos, sus hermanos; y sería un hiperbólico abuso
de la retórica si afirmáselllos que ·habrÍan de perma-
necer insensibles si (a salvo sus personas) presencia-
ran el exterminio de los suyos con las mismas bombas
que ellos están arrojando sobre los nuestros. Es casi
seguro que, en este caso, su repulsa no sería n1ucho
menos airada que la nuestra. Esto quiere decir (con-
viene mirar a la verdad cara a cara) algo que, no
por seguirse de premisas perfectamente lógicas, es
menos monstruoso; se puede ser lo que se llama un
buen padre, un buen hijo, un buen esposo, y hasta
un excelente vecino, y realizar las faenas más abomi-
nables, esos viles asesinatos de niños, enfermos, mu-
jeres 'y ancianos, los crímenes de lesa humanidad que
la guerra palía y la llamada guerra totalitaria pre-
tende cohonestar.

Si la vida es la guerra, decía Juan de Mairena, ¿.por


qué tanto mimo en la paz? Pero nada hernQs de con-
cluir conb"a el sentido cordial de la v,ida. Existen
afectos humanos muy profundos, cariños paternales,
filiales y fraternos, que, aun confinados en los estrechos
límites de la familia son depósitos sagradas, cuando
no fecundos manantiales de amor. De ningún modo
hemos de envenenarlos o contribuir a que se amillO-
224

ren O extingan. Debemos confesar, sin embargo, que


son insuficientes, no. ya para asegurar la paz, la cual
-digámoslo de pasada- es poca cosa por sí misma y,
asentada sobre la iniquidad, muy inferior al estado de
guerra, sino para asegurar la amorosa convivencia
humana. Y no sólo son insuficientes, sino tales como
aparecen, negativos. La familia, esa célula social a
que aludía AugusJo Comte, cuando careqe de un
sentido religioso, quiero decir de un sentido cordial
de radio infinito, aunque trascienda por mera analo-
gía de los vínculos más estrechos de la sangre, tiende
a encerrarse en un contorno arisco y a constituirse en
entidad polémica en la cual el egoísmo aparece más '
acusado que el mero individuo. Y, siguiendo esta ley,
son más peleonas las tribus que las familias, las ciu-
dades que las tribus, las naciones que las ciudades,
las federaciones de potencias que las naciones mismas,
y cuando todos los hombres de un continente o de
una raza se unan bajo una misma bandera o un mismo
color, constituirán los más abominables equipos de
pelea dispuestos a tomarse -como decía Don Quijote-
con los hombres de 2tros continentes o de piel diver-
samente colorida. Tienden los hombres al homicidio
en masa,s cada vez mayores y, para ello, perfeccionan
hasta lo infinito la asnal quijada abelicida, que en
esto consiste el tercio, por lo menos, de lo que suele
llamarse fecundas acUvidades de la paz. Y ello es tan
perfectamente lógico como profundalnente monstruoso.
Lo que se extiende y se generaliza, lo que se objetiva
y, en cierto modo, se racionaliza, lo que tiende a
totalizarse, no es el sentido fraterno de la vida, el
amor de ' hombre a hombre y, en cierto sentido, el
culto al hombre esencial, al hombre -como capaz de'
libertad y de superación de sus fatalidades zoológi-
cas, sino estas fatalidades mismas, a saber: el egoísmo
225

genésico y la voluntad de perdurar en el tiempo, con


desdeño de todo espiritualidad, su apego al interés
material de la especie y, sobre todo, su capacidad para
la pugna biológica y para el trabajo puramente cinético.
Sé "muy bien lo que digo, aunque acaso no acierte
a expresarlo con entera justeza. Una enorme oleada
de Ginismo o, si os place, mejor, de realismo, nos
arrastra a todos. La labor dominante de la cultura
occidental -sin excluir ni a su ciencia~ ni a su arte,
ni a su metafísica- tiende a despojar al hombre de
todos sus atributos divinos ..". i Perdón! Cuando digo
"divinos, quiero decir humanos, aquellos por los cua-
les el hombre excede o se diferencia de otros grupos
zoológicos enteramente sometidos a sus fatalidades
orgánicas. Y en esta corriente tan esencialmente ba-
tallona, que es la guerra misma, ¿cómo pensar que
la guerra, ni aun la totalitaria, puede ser enfrenada?
Sin la tendencia de sentido contrario, a saber: la amo-
rosa, la ascética, la contemplativa, la espiritual, de la
cual sacamos toda nuestra retórica y muy poco de
nuestras realidades efectivas, es muy difícil que lle:"
guemos a intentarlo siquiera.
Perdonad que me "haya apartad~ ' tal~to del tema
concreto que me propuse tratar: las bon1bas crimina-
les sobre las ciudades abiertas. Porque escribo a la
luz de una vela, en plena alanna, y son estas mismas ,
'aborrecibles bombas que están cayendo sobre nuestros
techos las que me inspiran estas reflexiones."
(La Vanguardia, 23 de julio de 1938).
226

ATALAYA

1
Casi todo cambia -habla Juan de 11airena· a sus
alumnos-, sin que esto quiera decir "que,"como suelen
pensar los viejos progresistas, que casi todo haya d~
mejorar con el tiempo, sin que tampoco ello nos
obligue a afirmar lo contrario, a saber, que el cambio
en ,el tiempo sólo supone desgaste y deterioro; porque
también en el tiempo florecen los rosales y maduran
las brevas. Casi todo cambia, amigos míos, y no digo
todo, a secas, por quitar rotundidad y absolutez a
mis afirmaciones y, además, porque hay gran copia
de hechos insignificantes, COlno el de haber nacido en
viernes, por ejemplo, que los mismos dioses no podían
lnudar. Son éstes los hechos por cuya averiguación
se pirran los eruditos, ansiosos de verdades inconmo-
vibles y que nosotros desdeñamos con demasiada
frecuencia.
Casi todo cambia; digamos mejor' que cambia todo
lo importante y profundo, y lo que parece quedar
como _inmutable es puro símbolo~ Así pensamos al
menos los hombres de fe heraclitana contra el célebre
aforismo goethiano que párece afirmar todo lo contra-
rio. Y lo que está más sometido a cambio, amigos míos)
es lo que solemos llamar el pasado histórico, el cual,
en cuanto vive en nuestras almas, es decir, en cuanto
es algo, claro ,está que cambia, además y necesaria-
mente, en función de lo que esperamos y tememos
del porvenir. De suerte que lo más modificable, 10
más revisable y, en cierto sentido, lo más reversible,
es todo aquello que creíamos cumplido y consumado
defini"tivamente en el tiempo. Quedan, en cambio,
227

y se sobreviven, las palabras, los signos con que ayer


señalábamos algo muy importante que es hoy muy
otra cosa. Bien hacía el príncipe Hamlet en desde-
ñar las palabras. Él sabía, sin embargo, que nada hay
en la vida del hombre que qure tanto como ellas.

11
La cuestión shakesperiana -sigue hablando Mai-
rena a . sus alumnos-, la de si hubo o no hubo en
tiempos de la reina Isabel un llamado Shakespeare
que escribió tantas maravillas, parece responder a que
no faltó en Inglaterra un hombre a quien estorbaba
la gloria de Shakespeare y que, no pudiendo destruir
la obra inmortal, la ton1ó con su autor, para demos-
trarnos que aquel hombre tan grande ni siquiera ha-
bía existido. Sí esta versión, un tanto gedeónica, no
. os 'satisface, buscaremos ,otra más seria y verosímil.
Por ejemplo: Hubo un inglés que quiso dar a roer
cebolla, como vulgarmente se dice, a un compatriota
suyo que s'e jactaba de tener en su familia un tal '
Shakespeare que había escrito "Hamlet". Y engendró
la cuestión shakesperiana para demostrarle que ese
Shakespeare no fué un gran poeta sino un burgués
insignificante, que no escribía mejor que su portera.
Afortunadamente (para que no siempre las malas per-
sonas se salgan con la suya) sabemos de Shakespeáre,
\del hombre Shakespeare, tanto COlTIO muchos clásicos
ingleses de cuya existencia nadie ha dudado t{)davía.
Así habl~ba Juan de Mairena a sus alumnos. En
nuestros días, hubiera añadido: "Claro está que el
pobre inglés que se gloriaba de · tener a Shakespeare
en su familia no sería, a su vez, de ninguna de las
ilustres familias que' mantienen hoy la política de
no intervención en España.
228

111
De la política inglesa -sin excluir ala conserva-
dora- se ha dicho frecuentemente que es una política
. democrática. Se ha dicho siempre con alguna reserva,
mas nunca sin alguna razón, porque, al fin, todo es
relativo. Es extraño, sin embargo, que se siga diciendo
todavía, cuando de esa política aparece totalmente
eliminado el denl,os, es decir, las diecinueve vigési-
mas partes de la total Albión. Si encontráis alguna
exageración en mis palabras, pensad que yo incluyo
en ese demos eliminado a una gran parte de la bur-
guesía, puesto que también se dice, sin bordear deln_a-
~:iado la contradictio in adjecto, que hay deu10cracias
burguesas o burguesías democráticas. En SUlua, como
decía Nlairena, que las cosas pasan y se mudan mucho
antes que las palabras con que las designábamos. Un
ejemplo de la dureza, impermeabilidad y resistencia
de las palabras a los embates del tiempo, nos l~ da
esa política francesa de no intervención ~n España,
tan semejante a la de NIr. Chalnberlain y que ha sido
al fin, la política del ¡Frente Popular!, con NIr. Blum,
¡un socialista!, a la cabeza. Claro que MI'. Blum ha -
cohonestado su conducta ~aciéndonos comprender que
él propuso y defendió una ·verdadera -y no ficticia-
no intervención . en España, porque él ignoraba -aun-
que no lo dijo, es fuerza suponerlo- lo que sabía todo
el mundo: que dos de las grandes potencias no inter-
vencionistas, eran precisan1ente, los invasores de la
Península ibérica. . )

IV
Asusta pensar hasta qué punto pueden los hom-
bres propugn~r la paz y trabajar para la guerra -fu-
229
tura, defender el orden social establecido y contribuir
a su más implacable subversión; aterra pensar cuánta
es la fe de la política europea en la retórica mala,
en la virtud de las palabras horras de todo contenido,
como parapetos defensivos contra las realidades fútu-
ras, como banderas para alistar ,incautos, o como armas
arrojadizas con que achocar al adversario.
(La Vanguardia, 9 de agosto de ] 938 ) .

VIEJAS PROFECIAS DE JUAN DE IvIAIRENA

Lo más terrible de la guerra que se avecina -habla


Juan de Mairena un año antes de morir, hacia 1909-
ha de ser la gran vacuidad de su retórica y , sobre
todo, las consecuencias literarias y artísticas que ella
ha de tener, una vez terminada. Los hombres saldrán
algo ü)iotizados de las trincheras, preguntándose por
qué han guerreado y para qué se guerrea. De un
modo más o menos consciente, esta pregunta la hará
el arte, el arte literario antes que ningupo (¿para
qué se escribe?, ¿para qVé se pinta? y , usted, ¿para
qué esculpe?) y como no ha de saber responder, el
hombre de la posfguerra sera un hombre estética-
mente desorientado, y dará en el culto del ~nfanti­
lismo, del non sens, del primitivismo rezagado y, 'por
ende, en la copia del arte de razas inferiores, donde
acaso encuenh'e algún elemento fecundo, mas nunca
lo que él busca. , Lo más característico de ' ese arte
será una 'total recusación de toda labor de continui-
dad. "Quien no sea capaz de poner una primera pie-
dra, 'nada tiene que hacer en el arte~'. Y como las
prüneras piedras han sido puestas ya, se hará de las
piedras un uso homicida, para tirárselas a la cabeza
al primero que pase. Coincidirá todo ello con el auge
230

del cinematógrafo que es, estéticatnente, la inanidad - .


misma, el cual, combinado con el fonógrafo, dará un
producto estéticamente abominable. N o basta mo-
verse; hay que meter ruido.
Yo os aconsejo, amigos míos -sigue hablando Mai-
rena a sus alumnos- que no perdáis la cabeza eh esa
barahúnda. Porque todo ello será el resultado de una
guerra vacía de sentido, o cuyo sentido no habrán
alcanzado a comprender la inmensa mayoría de los
combatientes de una guerra preludio de otra mucho
más honda, complicada y significativa, que vendrá
más tarde. Y aunque todo ello sea estéticamente de
escaso valor (nunca de valor nulo) no por eso care-
cerá de importancia como tema de reflexión, desde
otros puntos de mira.
Habrá que reparar en cuán grande ha de ser el
resentimiento y cuán hondo el odio contra la tradición
y contra la continuidad histórica de tantos miles de'
hombres que habrán visto inmoladas, segadas mate-
rialmente generaciones enteras en el gran choque de
las plutocracias occidentales, ~uántos los llevados en
alas de una retórica rezagada a una guerra impla-
cable, para defender el predominio del capital que
los esclaviza y la forma de convivencia humana que
sacrifica al individuo a la estadística. Como una reac-
ción contra la retórica prebélica, aparecerá el absur-
dismo postbélico, con sus piruetas más macabras, sus
fu~uristas iconoclastas, sus incendiarios de museos ...
Los millones de hombres sacrificados al terrible
Moloch de la guerra, . despertarán en e~ alma resen-
tida de los supervivientes una profunda corriente mal-
tusiana, que bien pudiera acusarse en la literatura por
una defensa rriás o menos embozada del uranismo y
que difícilmente podrá ser compensada por el culto,
en verdad gedeónico, al heroísmo anónimo del sol-
231
dado desconocido·. El "¿para qué engendra usted,
señor mío?" y el "usted, señora, ¿para qué da a luz?",
serán preguntas postbélicas mucho menos carentes de
sentido que las supradichas (¿para qué escribe?, etc.)
y aunque no se formulen de un modo explícito, deter-
minarán la conducta de los hombres y de las mujeres
que en las grandes ciudades se entreguen al abuso de
las voluptuosidades infecundas y a la exaltación del
dandysmo prebélico, agravado por la desconcertada
ñoñez postguerrera.
Yo os aconsejo que os dediquéis a meditar sobre
las múltiples manifestaciones de ese arte como fenó-
menos sociales postbélicos. Ello no es má.s que un
punto de vista para atisbar un aspecto del problema
. estético. Enfundad vUestras liras y consagraos a la
filosofía, quiero decir, a la reflexión, porque la b·a- ·
dición filosófica, menos de superficie que la literaria,
no se habrá interrumpido. La continuidad histórica,
en el fondo, tampoco. .
Las grandes potencias habrán chocad~ como car-
neros -Mairena habla siempre en 1909- o como cier-
vos enfurecidos hasta partirse el frontal. Pero un
pueblo, entre tantos, habrá tenido una ocurrencia ge-
nial, de esas que, una vez realizadas, recuerdan la
experiencia entre ingen~a y cazurra del huevo de
Colón.
Para combatir el imperialismo, es decir, las ambi-
ciones desmedidas y forzosamente homicidas de las
plutocracias, empecemos por arrojar nuestro imperio
a la . espuerta de la basura. Después, con las armas
en la mano" las armas que ese imperio nos obligó a
empuñar para que le sirviéramos, vamos a servirnos
a nosotros mismos y, de paso, a la humanidad entera,
proclamando nuestra voluntad de estructurar y de
construir un orde!} social más en armonía con nues-
232

tras fatalidades y con nuestra libertad, con nuestras


necesidades y con nuestras aspiraciones. 1?esde en-
tonces se habrá iniciado el ocaso, ha precIsamente de
las revoluciones, ·sino, por el contrario, de las guerras
imperiales y nacionalistas, porque toda guerra estará
ya más o menos complicada con la revolución.
En el camino de esas nuevas guerras, más o me-
nos catastróficas, pero desde luego ¡llenos vacías
..:....lanzas contra escudos- en que todo el mundo va a
s:;tber por qué y para qué se lucha y hasta para qué
se engendra, el artp tomará una actitud · profunda-
n1ente humana. ¿Surgirá un arte nuevo? Esa pre-
gunta, sobradamente inepta, carecerá de sentido. Por-
que lo primero que ha de borrarse con una esponja
empapada en la vieja sangre de los hOlnbres, es ' el
prurito de discontinuidad y de creación ex nihilo que
se engendró en una postguerra en1brutecida y des-
orientada.
(La Vanguardia, 24 de agosto de 1938).

DESDE EL !\lIRADOR DE LA GUERRA

Siempre es grato encontrar en las ciudades donde


no vivin10s habitualmente huellas de personas cono-
cidas. 11ucho luás si estas huellas son, en .cierto luodo,
inconfundibles. Durante los prin1eros días de mi es-
tancia en Barcelona, y en la barbería del hotel donde
lDe alojaba, hallé por azar rastro inequívoco Qe un
antiguo y admirado amigo luío, que hoy milita en el
campo faccioso, y a qui~n, no por ello, pretendo dis- o
minuir, ni n1ucho n1enos, con la anécdota que voy a
referir.
-Apareció aquí un señor - habla el barbero mien-
tras me afeita-, de buen porte, elegantemente vestido,-
233
más bien alto que bajo, nQ viejo todavía, pero con la
cabeza bastante encanecida. Cuando lo hube afeitado
con todo el esmero de que soy capaz, ' me pregunto
si podía yo teñirle el pelo. En verdad, aquel señor
parecía tener demasiadas canas para su edad. No me
extrañó, pues, su pretensión. Con mucho gusto~ le
respondí, y aquí tengo ' todos los ingredientes para
ello .. Mi extrañeza empezó cuando 'm,e dijo que él
deseaba teñirse el cabello de blanco para igualar su
cabeza, y de paso, llevarles la contra a quienes en
circunstancias parecidas se tiñen las canas. ¿Qué le
parece a usted?
-Que ese caballero -respondí- no era seguramente
don Santos " de Carrión, un viejo poeta que se teñía
las canas, no. para simular una juventud que ya había
perdido, sino para disimular lo precario de su vejez
y hallar disculpa a la escasa madurez de su juicio.
-Le contesté que, en efecto, yo disponía de una
tintura con que podía blanquear sus cabellos, pero
por corto . tiempo, porque ella estaba hecha con una
substancia que tenía la propiedad de tornarse de
blanca en violeta muy acentuado. Mi obligación es
hacerle a usted esta advertencia.
-¿ y qué le respondió a usted?
--Eso es precisamente lo que yo necesito - me res-o
pondió.

La verdad es -hubiera comentado NIairena- que


la química debe al arte cosmética y al deseo de enga-
ñar al prójimo tanto como a la guerra, o deseo, no
menos vehen1ente, de aniquilarlo. También es ' cierto
, que nadie sabe a punto fijo de qué se tiñe y que, en
cuestión de aceites, el hombre propone y la tintura
dispone.
234

Hay en el mundo -decía Juan de Mairena- mu-


chos pillos que se"" hacen los tontos, y un número
abrumador de tontos que presumen de pillos.
Pero los pillos propiamente dichos, que no siempre
son tontos, suprimirían de buen grado la mentira su-
perflua, es decir, la mentira que no engaña a nadie,
porque, como dijo un copler~:
Se siente - más que se engaña
y se gasta más saliva
de la necesaria.

Pero los tontos propiamente dichos, que son un nú- .


mero incalculable de aspirantes a pillos, se encargan
de mantener en el mundo el culto de todas las menti~
ras, porque piensan que fuera de ellas no podrían ·
vivir. En lo cual es posible que tengan razón.

El hecho de que vivamos en plena tragedia no


quiere decir, ni mucho menos, que hayan totalmente
prescrito los derechos de la risa.

Si le mientan a su señora madre, le aconsejaremos


resignación cristiana, pero si le faltan a su portera,
que cuente con nosotros. ¡Ejem, . ejem!

. Empezó por los peces -decía Juan de Mairena-


el pánico al diluvio universal.

La persecución a los judíos -decía Juan de Mai-


rena a sus alumnos- es una verdadera judiada. En
primer lugar, porque, como · pensaba Monsieur de .la .
Palisse, mal podríamos perseguir a los judío~, si los
235
judíos no existieran. En segundo lugar, porque es algo
terriblemente anticristiano y, en el fondo, la etenia
cruzada de los judíos inferiores contra los judíos de
primera clase o, si queréis, la venganza que toma el
rebaño de todo cordero distinguido -agnus dei-o
¿Qué otra cosa fué la tragedia del Gólgota? En ter-
cer h!gar, porque sólo los pueblos saturados de Viejo
Testamento y de sangre judaica pueden pasarse la
vida berreando: ¡somos pueblo elegido; aquÍ no hay
más pueblo elegido que el nuestro!
Si conociera Hitler estas sentencias de Juan de Mai-
rena, revisaría su ' modesto arbusto genealógico para
encontrar Ja verdadera razón de su fervorosa e in-
transigente ariofilia. Porque de los arios debe saber
Hitler aproximadamente tanto como su ' compadre
MussolinÍ. .
(La Vanguardia, 1Q de septiembre de 1938).

MISCELÁNEA APóCRIFA

Nunca para el bie!1 es tarde. Quiero decir que toda-


vía la Sociedad de las Naciones pudiera redimirse de
sus muchos pecados, siendo, por una vez, lo que tan-
tas veces no ha sido: un coadyuvante . sincero en la .
ingente labor para el triunfo de ~a justicia entre los
pueblos. Si,fiel a su corta y lamentable tradición,
sigue siendo un instrumento en manos de los pode-
rosos para asegurarse la paz armada, que es acrecen-
tar fa guerra futura por el camino más corto, es decir,
mediante el exterminio de los débiles, bien pueden
los buenos checoslovacos pedir a Dios que la Socie-
dad de las Naciones ' no se ocupe de ellos.
236

El ti1nbl'e avisará a los viaieros la partida de todos


los trenes con cinco 1ninutos de anUcipación. - Así
rezaba un grueso letrero escrito en la pared del res- -
taurante contiguo 31 andén de una estación impor- -
tanteo Mairena apuraba tranquilamente su café, cuan-
do oyó silbar una locomotora.
-Mozo -exclamó aterrado-, ¿es verdad lo q'ue dice
ese letrero?
-Sin duda, señor. El tin1bre avisará... cuando lo
-pongamos.
-Pero ...
-Todavía no nos hemos decidido a ponerlo.

-Imperdonable -decía don Miguel de los Santos


. Álvarez~, imperdonable que haya escrito usted un
drama trágico en cinco actos tan malo COlUO ése. ~
7

i Con lo fácil que es no ' escribir un drama trágico en


cinco actos!

Shakespeare, el más grande dramaturgo de todas


las edades, cuidó siempre mucho de los btlfones y de
las bufonadas de sus tragedias. Bernard Shaw, en ·
nuestros días, _sigue convencido de que lo cÓlnico es
un buen avivador de la trágico. O viceversa. Por eso
escribe hoy una farsa titulada "¡Ginebra!", cuyo
éxito es tan seguro qué ni siquiera necesitamos cono-
cerla para apla~dirla. .'

La guerra com~ chantage ~hubiera dicho Juan de


~1airena en nuestros días-, es ' algo verdaderamente
aboluinable. No hay que negar por ello que alguna
vez alcanza su propósito, por ejemplo, cuando el ad-
'versario comprende que, ~ última hora., la amenaza
237

de guerra puede cun1plirse. Lo verdaderamente in-


comprensible es que se an1enace a nadie con la paz,
revelándole cómo, a últin1a hora, se está perfecta-
mente decidido. .. a ir a la guerra.

Claro que, en el fondo, los chantagistas de 'la paz


son mucho n1ás pillos que los de la guerra y acaso
menos tontos de 19 que parecen. Ellos se erigen en
fieles guardadores de la paz. i Guay de quienes gue-
rreen sin nuestro permiso, aunque guerreen en de-
fensa de sus más legítimos derechos! , Porque ahí
están lós bárbaros propugl!adores de la guerra para
echársel~ encima a esos pobres diablos, sin que noso-
tros podamos ni queramos evitarlo.

En una clase de lógica como la nuestra -hubiera


dicho Juan de Mairena a sus alumnos- es difícil tra-
tar' de política internacional sin cometer graves yerros.
¿COinprendéis vosotros que un pueblo, mejor diré un
gobierno, que abandona las fronteras de su propio
_ territorio o las de otro país, cualesquiera que sean los
compromisos que con él tengan contraídos? Pues .las
cancillerías ,de Europa han estado ,a punto de con-
vencernos de que eso no es ningún absurdo~ Claro
, que. .. a punto nada más.

La Morgue han llamado los italianos a la Sociedad


de las Naciones. La denominación es inexacta porque,
como ha demostrado Alvarez del Vaya en su magní-
fico, insuperable discurso de Ginebra, la Sociedad de
las Naciones es todo, antes que un depósito- donde se
exhiban los ~adáveres de los pueblos náufragos 0 -
238

asesinados. YO le llamaría mejor -a esa flamante So-


ciedad- el Puerto de Arrebatacapas del honor inter-
nacional.
(La Vanguardia, 25 de septiembre de 1938).

DESDE EL MIRADOR DE LA GUERRA

En esta egregia Barcelona -hubiera dicho Juan de_


Mairena en nuestros días..,.-, perla del mar latino, y
en los campos que la rodean, y que yo me atrevo a
llamar virgilianos, porque en ellos se da un perfecto
equilibrio entre la obra de la naturaleza y la del hom-
bre, gusto de releer a Juan Maragall, a Mosén Cinto,
a Ausias March, grandes poetas de ayer, u ob'os, gran-
des también, de nuestros días. Como a través de un
cristal, coloreado y no del todo transparente para mí,
la lengua catalana, donde yo creo sentir la montaña,
la campanilla y el mar, me deja ver algo de estas men-
tes iluminadas, de estos coraz~nes ardientes de nues-
tra Iberia. Y recuerdo al gigantesco Lulio, el gran -
mallorquín. i Si la guerra nos dejara pensar! ¡Si la
guerra nos dejara sentir! ¡Bah! Lamentaciones son
éstas de pobre diablo. Porque la guerra es un tema
de meditación como otro cualquiera, y un tema cor-
dial esencialísímo. Y hay cosas que sólo la guerrá nos
hace ver claras. Por ejemplo: ¡Qué bien nos enten-
demos en lenguas maternas diferentes, cuantos deci-
mos, de este lado del Ebro, bajo un diluvio de iniqui-
dades : "Nosotros no hemos vendido nuestra España"!
y el que esto se diga en catalán como en castellano
en nada amen gua ni acrecienta su verdad.
239
Si se fuera (dentro de unos días, o de unas semanas,
o de unos meses) a la guerra grande, podría decirse
que nunca los hombres se decidieron a ella más con~
vencidos de su inutilidad. .. y con más horror a sus
consecuencias. ¿Cómo -se preguntarán- si todos la
aborrecemos, 'todos la hemos aceptado? Pórque pa-
rece ser que ni , el propio Hitler la quiere de verdad,
y que su posición es, 'en efecto, la del chantajista, el
cual sabe muy bien todo el proyecho que' puede ren-
dirle la amenaza mientras no se cumple, y el poco
que habría de rendirle su cumplimiento.
Yo no creo, sin embargo, que esto sea tan verdad
' como parece. Porque hay muchos belicistas en el
mundo, demasiados creyentes en la profunda necesi-
dad de la ·guerra; muchas almas armígeras y batallo-
nas; sobradas gentes convencidas de que la verdad
es guerrera y la paz una vana aspiración de los dé-
biles; toda una ciencia pura cuyas hipótesis últin1as
no repugnan la guerra, y otra, aplicada al dominio
de la Naturaleza, propicia a desviarse hacia el domi-
nio' de los hombres. Y demasiados intereses compro-
metidos en la fabricación de máquinas homicidas,
'-, gases deletéreos" etc. Porque el clima moral del Occi-
dente es guerrero por excelencia, y el homo sapiens, .
de Linneo, y el faber de los pragmatistas? se han
trocado en un homo bellicosus, dispuesto a tomarse
con Satanás en persona, como Don Quijote, y sin nin-
guno de los motivos que tenía el buen hidalgo para
pelear. Porque hay toda una filosofía y hasta una
religión, bajo el signo de Marte, y sobrados motivos
sociales, biológicos, metafísicos, que llevan al hombre
a guerrear. Todo esto hay, como si dijéramos, en un
platillo de la- gran ba!anza y, en el otro, el Miedo,
que es la ferocidad misma, el alma de la , jungle ...
De modo _que la guerra, en ninguno de sus aspectos,
.:

240

sin excluir el de la paz armada hasta los dientes,


puede asombrarnos.

La Sociedad de las Naciones, ese organismo de


trágica opereta o, si lo preferís, ese esperpento, en
el sentido que dió nuestro Valle-Inclán a la palabra,
es una institución tan al servicio de la guerra, quiero
decir tan al servicio del fascio, como los cañones de
~itler y los manejos pacifistas de Chamberlain. Al
gesto de España, a las palabras del doctor Negrín,
de insuperable valor moral, responde con su aquies-
cencia a controlar la retirada de nuestros voluntarios,
cuidándose muy mucho -como decÍ.amos los acadé-
micos- de no entorpecer en lo más mínimo la actua-
ción salvadora del Comité de N o 1ntervenci6n, donde
figuran los invasores de España.

Grande fué el éxito de Chamberlain en el Parlamento


inglés, antes de su último viaje a Alemania. (Hasta
la -reina Nlaría -look to the lady- se desmayó al
oírlo). Su ingenio inagotable había tenido una ideÍta
más: i Hay que salvar al fascio por encima de todo!
i Que se hunda Inglaterra, pero que se salve la City!

Los profetas a la manera de Juan de Mairena (que


nunca tuvo la usuraria pretensión de acertar en sus
vaticinios) somos los primeros sorprendidos cuando
los hechos vienen a darnos la razón. ¿Con que era
cierto que Francia no iría a la guerra por mor de
Checoslovaquia? ¿Que mister Chamberlain no pensó
jamás que había de achicharrarse todo él por tan poca
cosa, cuando no consentía"en quemarse los dedos por
la cuestión de Espa"ña? ¿Cómo es posible que cosas
tan lógicas hayan podido coincidir con los hechos?
241

y ahora nos pregúntamos unos cuantos románticos


rezagados, almas perdidas en un melonar: ¿seguirá
interviniendo el Comité de No Intervención? La cués-
tión de _España -:-jtan secundariq!- y el problema ba-
ladí del Mediterráneo habrá que tratarlos -no obs-
tante su levedad- en alguna parte. Que no sea,
pedimos a Dios, en ese H\lerto del Fraücés del honor
internacional.
.Cuando llamamos Huerto del ·Francés al Comité de
No Intervención, no pretendemos ensombrecer de-
masiado la memori~ de Aldije, porque no es en él,
precisamente, en quien pensamos.
(La Vanguardia, 6 de octubre de 1938).

ESPA~A RENACIENTE

Serrano PIafa.
En plena guerra, y totalmente empapado en la gue-
rra, aparece un libro de Arturo Serrano Plaja: El
hombre y el trabajo. El libro está dedicado a Vir-
ginia, una mujer de España, invocada al comienzo de
la obra, entre campanadas de pólvora y retratada, ' al
fin de ella,
(vuelve hacia mí la maravilla triste,
la delicada pena de tu rostro)

con los mejores versos de su poeta. Saludemos a esta


Virgin.ia con todo respeto X toda simpatía; con algo
también de gratitud, por la parte que haya podido
tener en este bello libro. Porque hoy la poesía vuelve
a humanizarse, y hemos de reconocer, otra vez, que
242

apenas hay poema que no deba algo a la musa de


carne y hueso, señalada con singular encomio por el
maestro Darío.
Es Arturo Serrano Plaja, dilecto amigo nuestro, un
poeta-soldado o soldado poeta, hombre tan a la altura
de las circunstancias que no ha pensado nunca en
colocarse au dessus de la meleé, sino más bien au
dedans, en el corazón mismo de la refriega. Es posi-
ción la suya de poeta verdadero, y no precisamente
porque escriba versos (nadie menos que el poeta está
obligado a escribirlos), sino porque no ha de negarse
a vivir la guerra quien pretenda cantarla. Y si se nos
arguye con el ejemplo abrumador del ciego inmortal,
responderé que Homero la vivió como pudo al inlagi-
narla, y tanto pretendió hacerla suya, y tanto la acercó
a su oído, que en sus hexámetros resuena~ no sólo el
mar multisonoro que bañaba las naves de los aquivos,
sino el estruendo que hacían las armas de sus héroes
al desplomarse por la tierra. Por lo deroás, ¿qué podrá
decirnos que merezca oírse, sobre Ayax de Telamón
o Aquiles de Peleo, mucho menos sobre Viriato 0 -
Juan Martín, quien se niegue a sentir el santo orgullo
de oír la voz, o de estrechar la mano, de un Carlos,
de un Modesto, de ún "Campesino", de un Líster,
de un Galán? ¿O esperaremos a que pasen los siglos
para decir algo bueno de esos gigantescos capitanes
de nuestros días? Mañana se irá, ciertamente, a rezar
un poco a la tumba del soldado desconocido, y yo
no sé si esto es, en verdad, un rasgo piadoso o, como
sospechaba Mairena, un pequeño absurdo, cuando no
una macabra cursilería. De todos modos, es algo que
carece de sentido, si antes no enronquecemos por
haber gritado a los cuatro vientos los nombres de los
heroicos soldados que conocemos. ~
El hom.bre y el trabajo, es un libro de guerra,
243
porque el hombre a que alude Serrano Plaja es el que
está defendiendo con las armas nuestro suelo y el
porvenir de nuestra España; es el hombre también
del trabajo fatal con que se gana el pan, que emplea
toda la libertad de que dispone en combatir al es-
clavo del ocio. Y ello por conquistar, para todos los
hombres, el o?io santo, sine qua non, de la cultura.
Quim'o, dice Serrano Plája, palabras desgastadas
por el' uso y el tie1npo, como los azadones,
. olor resuelto a encinas
y dulce pesadumbre de músculos con sueño ...

Digamos de paso que, cuando el poeta renuncia


-¡ya era tienipo!- a todo dandysmo literario, surge
la expresión original, que no necesita ser nuevo el
tópico poético sometido a reacuñación cordial.
'Los músculos con sueño a que alude Serrano Plaja,
son los músculos de la fatiga humana, los músculos
que se duermen de puro cansancio' y que sueñan des-
pertar con el ocio fecundo, dicho de otro modo, en
el trabajo libre.
Para terminar esta nota, que no pretende ser la
crítica de un 'libro, digamos que Serrano Plaja nos
trae del corazón· de la refriega visiones más hondas
de las ql.le hubiera podido tener al margen o por
encima de ella. Digamos también que los trabajos y ,
,los \ días de nuestro siglo, como los Erga kai hemerai
del viejo Hesíodo, no se encaminan a redimir al tra- ,
bajador por el deporte, porque antes habrá que redi-
mir al deportista por el trabajo.
v;\~. '.~ ::!}::\l
t~ ~ ' t ..

Frente a frente nos encontramos hoy deportistas


y trabajadores, trabados en una guerra que han in-
ventado ellos, que nosotros sufrimos y que, por ser
más suya que nuestra, tiene mucho más de trágico
244

deporte que de trabajo cruento. Ellos han desvitali ..


zado, deshun1anizado, mecanizado el juego, quitán-
dole toda su alegre espontaneidad, toda la gracia que
en él ponen los niños, para quienes el . juego es la
vida misma y han dado, al fin, en la concepción de
ese deporte monstruoso, francamente hOlnicida que
sería la guerra total contra el hombre que trabaja y
contra el niño que juega, esa guerra mucho más es-
túpida que una partida_·de polo -juego imperial· por
excelencia- que nadie podría ganarla, porque- nadie
puede sobrevivir al total exterminio de su especie.

Cerrado el libro de Serrano Plaja, para su re lectura,


que es el mayor encanto de los libros bellos, pienso
en una pléyade de poetas de Españá que, como Lorca
y Alberti, son mucho más que aprendices de folklore.
La voz de Lorca se ha extinguido para siempre, pero
ha sido escuchada y vive en sus libros; la de Albetti
alcanza ,hoy su plenitud, por fortuna nuestra, en sus
labios y en sus libros. Y pienso en una voz que ha
enmudecido cuando apenas pudo ser escuchada y,
sin embargo, parecía escucharse. ~1e refiero a oh'a
voz' como la de Lorca, asesinada, la de mi amigo
Morón, el poeta onubense. Morón escribió un libro
(y acaso llegó a publicarlo) titulado ltlinero ' ele
Estrellas, dedicado a los mineros de Riotinto. COlTIO
Alberti, como Emilio Prados, como Serrano Plaja,
Morón se acercó al alma del pueblo, no solamente
para oírle cantar; 's upo también, piadosamente, escu-
char su fatiga. Y descendió con él a las entrañas de
la tierra, a las tiniebla~ de la mina. .. Creo que el
libro de Morón debe publicarse y, si se publicó,
reimprimirse.
(La Van guardia? 21 de octubre de 1938).
ÍNDICE

NOTA PRELIMINAR, por Guillermo de Torre ~........... 7

LOS COMPLEMENTARIOS
Apuntes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. .. . . .. . . .. .. . . . 15
Notas sobre la poesía .. ~ ....................... : . . . 31
Divagaciones y apuntes sobre la cultura ... . . . . . . . . . . . . 44
Cancionero apócrifó. (Doce poetas que püdieron existir.) 61

II

FABULACIONES
Fragmento ' de pesadilla .................. • ......... 73
Gentes de mi tierra ................................ 78
La tierra de Alvargonzález . . ........................ 87

III

UN DISCURSO
Discurso de ingreso en la Academia de la Lengua 105

IV

ARTíCULOS, CONFERENCIAS Y CARTAS


Los trabajos y los días ............................. 133
Sobre literatura rusa ............................... 138
248

Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia 146


El condenado por' desconfiado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 149
¿Cómo veo la nueva juventud española? . . . . . . . . . . . . . .. 152
Pedro de Zúñiga, poeta apócrifo .... . .... . _. . . . . . . . .. 161
Unamuno, político ........ . ..... . .......... -. . . . . . .. 159

v
CARTAS A UNAMUNO
Cartas a Unamuno . . ..................... . ... . .... 163

VI
DESDE EL MIRADOR DE LA GUERRA
Notas inactuales, a la manera de Juan de ~"fairena ' . . . . .. 191
1 Mairena póstumo ... /..... -: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 195
Desde el mirador de la guerra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 197
Saavedra Fajardo y la guerra total ................... 219
Para el Congreso de la Paz ... ....................... 222 .
Atalaya .. : ................. . . -...... '...-. . . . . . . . . . .. 226
Viejas profecías de Juan de Nlairena ................. 229
Desde el mirador de la' gu~rra ............... . ...... 232
Miscelánea apócrifa ............. ........ .. .... . ..... 235
Desde el mirador de la guerra ....... . ............... 238
España renaciente -..,. .. . . . ........... . ...... ~ .... .'.. 241
.J

"
VOLúMENES PUBLICADOS
AGUILAR, . PACO .. . . . . . . . . . . . . . A orillas de la música (núm. 137)
AL ARCÓN, PEDao A . DE •••••••• El escándalo (núm. 24; 3' ed.)
ALBERTI, RAFAEL •••..••••••••• Cal y canto. Sobre los ángeles (núm. 75)
ALBERTI, RAFAEL •....••••••••• Antología poética (núm. 92; 2' ed.)
ALBERTI, RAFAEL ••• ..••••••••• El adefesio (núm. 126) .
ALBERTI, RAFAEL • •. .•••••••••• Marinero en tierra (núm. 158)
ALBERTI, RAFAEL •••••••••••••• Imagen primera de ... (núm . 168)
ALBERTI, RAFAEL • ..••••••••••• La amante (núm. 186)
ALBERTI, RAFAEL •••••••••••••• El alba del alhelí (núm. 196)
ALBERTI, RAFAEL • • .••••••••••• A la pintura (núm. 247)
ALEIXANDRE, VICENTE ••••••••• La destrucción o el amor (núm. 260)
ALONSO, AMADO •••••••••••••• Castellano. español, idioma nacional (núm. 101;
2J!. ed.) /
ÁLVAREZ QUINTEROS, S. y J ... Amo1'es 1J amoríos. Los galeotes (núm. 25; 411- ed .)
AMOIlIM, ENRIQUE ••.•••.. .• • El caballo y su sombra (núm. 120)
AMORIM, ENRIQUE •. •.. . .... • La carreta (núm. 237)
ANÓNIMO •••••.• • • . .. . . .. .•.• El Kalévala (núm. 127)
ANÓNIMO • • . . . . . . . . • . . . . . . . •• Versos del capitán (núm. 250)
ARCINIECAS, GERMÁN El caballero de El Dorado (núm. 90; 2q. ed.)
ARCINIEGAS. G E RMÁN • •... . . . . A mérica tierra firme (núm. 140)
ARCINIEGAS, GERMÁN ... . ... . . El estudiante de la mesa redonda (núm . 230)
ARQUEDAS, ALC'lDES . . .. .. .... . Raza de . bronce (núm. 156)
AZORÍN • •.•. . .. . •. .•..•.....• La ruta de Don Quijote (núm. 13; 4 ~ cd .)
AZORÍN .... ....•.... . .. ... • •• Clásicos 1J modernos (núm . 37; 411 ed .)
AZORÍN •.. • .. . . .. . .. . ..• , • •• •• Castilla (núm. 43; 4' ed.)
AZORÍN ..• .•.•...... . .... ..•• Doña Inés (núm. 52; 4 ed .)
AZORÍN .. •..•. . .... . ..... ...• Los pueblos (núm. 65; 41.1 ed .)
AZORÍN •.. . .... . . . . . . . . . . • ..• Al margen de los clásicos (núm . 93; 2q. ed.)
AZORÍN •............•. .. .. . •• Los valores literarios (núm. 145)
AZORÍN ... .. .. ... . .. . .......• Valencia (núm. 223)
AZOnÍN •. . ..... . . . . . . . . . . . . . . El libro de Levante (núm. 236 )
AZORÍN ...•.... . . . . . . . . . ... .. Madrid (núm. 241)
_ BAROJA. Pío ...... . .. . . , . . .•.• Zalacaín el aventurero (núm . -U ~ - 3 ~ ed.)
BAROJA, Pío . . ": ... ...... . . .. . El mundo es ansí (núm. 63; 21!- ed .)
BAROJA, Pío .............. . .. . Juventud, egolatría (núm. 225) .
BARRIOS. EDUARDO • .. . ... ..•.• El hermano asno (núm. 187)
:J3ARRIOS. EDUARDO ••........•. El niño que enloqueció de amor (núm. 207)
BA UDELAIRE. CHAltLE~ .. . ..•• • • Las flores del mal (núm. 214; 2J!. ed.)
BEROSON, HSNRI ..... . .•• ... La risa (núm. 55; 31!- ed.)
BERNÁRDEZ. FRANCISCO LUI3 . La ciudad _sin Laura. El buque ( núm . 202 )
BERNÁRDEZ . FRANCISCO LUIS .. Florilegio del Cancionero Vaticano (núm. 243)
BERNÁRDEZ . FRANCISCO LUIS •• H i mnos del Breviario 'Romano (núm. 243 )
BRUNET, MARTA •.... .. .•••• • Montaña adentro (núm. 253 )
BUCK . PEARE ..... .. ...... .• . El pat1'iota (núm. 22 ; 3~ ed .)
CABALL~RO CALDERÓN . E. . . . . . Ancha es Castilla (núm. 254 )
CAMPANELLA •. . • ... .•.. .....• La ciudad del sol (núm. 100 )
CAPDEVILA. ARTURO . . ... •.•••• Melpómene (núm. 11 ; 3 ~ ed. )
CAPDEVILA. ARTURO • .. . . .. . .•• La Sulamita (núm. 54; 3~ ed .)
CAPDEVILA . ARTURO . ... . .. ...• Babel 1J el castellano (núm. 68 ; 211 ed .)
CAPDEVILA, ARTURO .... . .. ...• El libro de la noche (núm . 182)
CAPDEVILA . ARTURO ... .. . . . . . • Despe1íaderos del habla (núm. 239 )
CASONA. ALEJANDRO La moline1'a de Arcos. Sinfonia inacabada
(núm . 71) ,
CASONA. ALEJANDRO La sirena varada. Prohibido suicidarse en prima-
v em (núm. ' 73; 2~ ed.)
CASONA . ALEJANDRO ... .. . .. • Nuestra Natacha (núm. 114; 211- ed.)
CERV AN TES. MIGU EL DE .. .. .. • Numancia (núm. 109)
CLAUDEL . PAUL ..•..•••. •• . •• El libro de Cristóbal Colón (núm. 259)
CROMMELINCK . FERNAND . • .. • • Tripas de 01'0 (núm. 178)
CHESTERTON, G . B. . ... ... . . . El hombre que fu~ jueves (núm.. 14; 4. eq.)
B I B LI O TE CA C ONTE MPORÁNEA

VOLÚMENES PUBLICADOS

CHESTERTON, G. B .......•••• El candor del padre Brown (núm. 38; 4'1- ed.)
DELGADO, ,HONORIO ••••••••••• Paracelso (núm. 192)
,DUHAMEL, GEORGES • ••••••••• Diario de un aspirante a santo (núm . 152)
DUNCAN, ISADORA •••.••••••• • • Mi vida (núm. 23; 4'1- ed.) ,
FERRATER MORA, JOSÉ ••••••••• Unamuno: Bosquejo de una filosofía (núm. 122)
FLJ\.UBERT , GUSTAVE •••••••••• Madame Bovary (núm. 2)
FLORES, ÁNGEL ••, • • ••••••••••• V i da de Lope de Vega (núm. 227)
FRANK, WALDO •.••••• • •••••• Españ a V i rgen (núm. 188)
FRANK, WALDO ••••.••••••••• Redescubrimiento de América (núm. 204)
FREUD, SIGMUND •••••••••••• Moisés y la religión monoteísta (núm. 150)
GÁLVEZ, ~IJANUEL •••••.••••••• Nacha' Regules (núm. 76)
GÁLVEZ, MANUEL ••••• • ••••••• Hombres en Soledad (núm. 88; 2 ~ ed.)
GÁLVEZ, MANUEL •• • •••••••••• ,Los caminos de la muerte (núm. ' 159)
GÁLVEZ, MANUEL ••••••••••••• Humaitá (núm . 193)
GÁLVEZ, MANUEL ••••••••.•••• Jo r nadas de agonía (núm. 213)
GANIVET , ANGEL •••••••••••• Cartas finla n desas (núm. 61)
GARCÍA LORCA, FEDERICO • Do ña Rosita la soltera o el lengüaje de las flores
(núm. 113; 3l). ed .) ,
GARCÍA LORCA, FEDERICO Mar ia na Pineda (núm. 115 ; 2'1- ed .)
GARCÍA LORCA, FEDERICO Romancero gitano (núm. 116; 6l). ed.)
GARCÍA LORCA, FEDEUCO Poe m a del cante jondo. ' Llanto po,- Ignacio Sán- .
chez Mejías (núm. 125; 3'1- ed.)
GARCÍA LORCA, FEDERICO Ye1'ma (núm. 131; 3:¡. ed .)
GARCÍA LORCA, FEDERICO La zapatera prodigiosa (núm. 133; 21). ed,)
GARCÍA LORCA , FEDERICO Bodas de san gre (núm. 141; 21). ed.)
GARCÍA LORCA, FEDERICO Libro de poemas (núm. 149; 21). ed.)
GARcfA LORCA, FEDERICO CanciOnes (núm. 151)
GARCÍA LORCA, FEDERICO La casa de Bernarda Albd' (núm. 153; 3l). ed.)
GARcÍA LORCA, FEDERICO Cinco farsas breves (núm. 251)
GERCHUNOFF, ALBERTO ••••• " La jofaina maravillosa (Agenda cervantina)
(núm. 32; 31l- ed.)
GÓMEZ DI{ LA SERNA, RAMÓN . El Greco (núm. 69)
GÓ~IEZ DE LA SERNA, RAMÓN. El doctor inverosímiL (núm. 83; 2'1- ed.)
GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN Azorín (núm. 95; 2'1- ed.)
GÓMEZ DJ!: LA SERNA , RAMÓN La quinttt de Palmyra (núm. 128)
GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN Seis falsas 'Irovelas (núm. 154)
GÓMEZ DE LA SERNA , RAMÓN El d-¡.teño del átomo (núm . 161)
GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN Gollerías (núm. 180)
GÓMEZ DE LA SERNA, RAMÓN El i ncon gruente (núm. 195)
GÓMEZ DE LA SERNA , RAMÓN Edgar Poe (núm . 248)
GRA U , JACINTO •...••.• ' •••••• Los tres locos del mundo . La señora guapa .
(núm. 26; 21). ed .) ,
G RAU , JACINTO El conde Alareos. El caballero Varona (núm. 58;
2:¡. ed.) .
GRAU, JACINTO El hijo pródigo . El señ01' de Pigmalión (núm. 70 ;
3:¡. ed .) .
GRA U , J ACINTO El burlador que no se burla . Don Juan de Cari-
llana (núm . 84; 21j. ed .)
GRA U , JACINT O •..•.•• • •••••• La casa del d i ablo . En Ildari a (núm . 157)
GRJ\. U, JACINTO •. ...••.•••••• En t re llamas. ConseJa galante (núm. 206)
GUILL~N, NICOLÁS . . .•• ••••• • S óngoro cosongo (núm. 235) ,
GUILLÉN , NICOLÁS .••.••••••• El son entero (núm. 240)
GÜIRALDES, RICARDO Don Segu ndo Sombra (núm. 49; 13l). ed .)
GÜIRALDES, RICARDO Gaucho (núm. 72)
GÜIRALDES , RICARDO Xamaica (núm. 129; 21l- ed .)
GÜIRALDES, RICARDO Cuentos de m u er te y de sangre (núm. 238)
GÜIRALDES, RICARDO Rosaura (novela corta) 1J si ete cue ntos (núm. 238)
GURVITCP , GEORGK •.••• •• .•• • Las tendencias actuales de la filosofía alemana
(núm. 53; 2~ ed.) -
HÉMONT, LOUIS •••• • •••••••• Marí a Chapdelaine (núm. 59; 2:¡. e<;l.)
BIB L. IOTECA CON T EM P ORAN E A

VOLÚMENES PUBLICADOS
HENRÍQUEZ UREÑA, MAx ...• Viejo muere el cisne (núm. 108; 2~ ed.)
HENRÍQUEZ URtÑA, PEDRO •••• El sentimiento de la vida cósmica (núm. 176)
HERNÁNDEZ CATÁ, A. • ..••••• Huasipungo (núm. 221) .
HESSEN, J ••••••••••••••••••• Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía
HUXLEY, ALDOUS •••••••••••• (núm. 189; 2~ ed.) ,
IBERICO, MARIANO •••.•••••••• Hacia una moral sin dogmas (núm. 203)
ICAZA, JORGE ••• • •••• • •••••••• Vida de un maestro (núm. 203)
INGENIEROS, JOSÉ ••••••••••• Estío (núm. 130; 2~ ed.)
Eternidades (núm. 142)
INGENIEROS, JOSÉ ••••• • •••••• Antología poética (núm. 144)
JESUALDO •••••••••••• • ••••• • • Belleza (núm. 147)
JIMÉNEZ, JUAN RAMÓN Poesía (núm. 174)
' JIMÉNIi:Z, JUAN RAMÓN Piedra 11 cielo (núm. 209)
JIMÉNEZ, JUAN RAMÓN Diario de poeta y mar (núm. 212)
JIMÉNEZ, JUAN RAMÓN Sonetos espirituales (núm. 222)
JIMÉNIi:Z,JUAN RAMÓN Lo inconsci~nte (núm. 15; 2¡¡. ed.)
JIMÉNEZ, JUAN RAMÓN La metamorfosis (núm. 118; 2~ ed .)
JIMÉNEZ, JUAN RAMÓN Los fracasados. La loca del cielo. La inocente
JIMÉNEZ, JUAN RAMÓN (núm. 33; 2' ed.)
JUNG, C. G ••.•••••••••••••• El hombre y sus fantasmas. El devorador de sue-
KAFKA, FRANZ ••••••••••••••• ños. El tiempo es un sueño (núm. 72; 2~ ed .)
LENORMAND, H. R. • ••••••••• Poesías (núm. 245)
Casta de hidalgos (núm. 46; 3~ ed.)
LENORMAND, H. R., •••••••••• ' El amor de los amores (núm. 50; 4, ed.)
Alcalá de los Zegries (núm. 121; 2l!- ed.)
LEÓN, FRAY LUIS DB • • •••••• Comedía sentimental (núm. 146)
LEÓN, RICARDO ••••••••••••••• Los centauros (núm. 165)
LEÓN, RICARDO ••••••••••••••• Juan de Mairena. 1 (núm. 17; 2' ed .)
LEÓN, RICARDO ••• •• ••.••••••• Juan de Mairena. II (núm. 18; 2' ed.)
LEÓN, RICARDO .• ••• , .• • •••••• Poesías completas (núm. 19; 3' ed.)
LEÓN, RICARDO ••• . ••••••• • ••• Abel Martín y prosas varias (núm. 20; 2' ed.) ,
MACHADO, AN:TQNIO ••••• , ••• • La vida de las abejas (núm. 4; 4, ed .)
MACHADO, ANTONIO • • •••••••• El pájaro azul. Interior (núm. 29; 3~ ed.)
MACHADO, ANTONIO •••• '•••••• Fiesta en noviembre (núm. 89; 211- ed.)
MACHADO, ANTONIO •••••••••• El sayal 11 la púrpura (núm. 198)
MAETERLINCK, MAURICII •••••• En la bahía (núm. 111; 2'!- ed.)
lVIAETERLINCK, MAURICE •••••• Radiografía de la Pampa. 1 (núm. 86; 2~ ed.)
MALLEA, EDUARDO •••••••••••• Radiografía de la Pampa. II (nú.m. 87; 2~ ed.)
MALLEA, EDUARDO • • •••••••••• La humilde verdad (núm. 191)
MANSFIELD, KATHmtINE •••••• Los caminos de1 mar (núm. 6; 2' ed.)
MARTÍNEZ ESTRADA , E. _ ••••••• Del vivir. Corpus 11 otros cuentos (núm. 78)
'MARTÍNEZ ESTRADA , E. • ..••.• La novela de mi amigo (núm. 91)'
MARTÍNEZ SIERRA, GREGORIO •• Dentro del cercado. La palma rota (núm. 106)
~ MA URIAC, FRANCOIS •••••••••• Las cerezas del cementerio (núm. 242)
MIRÓ, GABRIEL •••••••••••••• El abuelo del rey (núm. 244)
M¡RÓ, GABRIEL ••••• • • • •••• • • Libro de Sigüenza (nUm. 246)
MIRÓ, GABRIEL ••••••• • •••••• Niño y grande (núm. 249)
MIRÓ , GABRIEL ••••••••••.••• El humor dormido (núm. 256)
MIRÓ, GABRIEL •••••••••••••• Tala (núm. 184; 2' ed.)
lVIlRÓ, GABRIEL •••••••••••••• Breve historia del pensamiento antiguo, (núm. 143)
MIRÓ, GABRIEL •••••••••••••• Panorama de nuevo teatro (núm. 57)
MIRÓ, GABRIEL •••••••••••••• Pirandello. Su vida y ' su teatro (núm. 194)
MISTRAL, GABRIELA • •• • •••••• El pacto de Cristina. El cuervo del arca (núm. 171)
MONDOLFO, RODOLFO •...•••.• Veinte poemas de amor 11 una canción desespe-
MONNER SANS, Josí: MARÍA •• rada (núm. 28; 4{l ed.)
MONNER SANS, JOSÉ MARÍA •• Canto general. 1 (núm. 86)
NALÉ RoxLo, C •••••••.•••••• Canto general. II (núm. 87)
NnUDA, PABLO •••••••••• • ••• Mujeres (Libro que no deben leer las mujeres)
(nW'n. 123; 2' ed.)
BIBLIO TEC A
VOLÚMENES PUBLICADOS
NERUDA, PABLO •. .. .. .. ..•.•• Cuentos insulares (núm. 190)
NERUDA, PABLO ••. ..• ....•••• Plenitud de España (núm. 66; 2~ ed.)
OSSORIO, ÁNGEL •.. . . ..••••• • Los frutos de. ácidos (núm. 16)
Teoría del conocimiento (núm. 3; 21J. ed . )
OS5ORI0. ÁNGEL •.•••...• .. • " La palabra y otros tanteos lite1"a1'ios (núm. 162)
PALACIO -V ALDÉS. ARMANDO . . • La novela de un novelista (núm. -45; 7:, e d.)
PAREJA Dísz-CANSEDO . A •• ... . Las tres ratas (núm. 181) .
PAYRÓ. ROBERTO J •••..•.. . .. EL mar dulce (núm. 27; 5~ ed.)
P .... YRÓ. ROBERTO J. . •. .. . . ..• Pago Chico y Nuevos cuentos de Pago Chico
( núm. 36; 5~ ed .) )
PAYRÓ. ROBERTO J . Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira
(núm. 60; 3~ ed.) .
PAYRÓ, ROBERTO J, El casamiento de Laucha. Chamijo. El fqlsoinca
(núm. 74; 6~ ed.) -
PIi:RJi:DA. JOSÉ MARÍA DI; Peñas arriba. 1 (núm. 34; 31). ed.)
PEREDA. JO SÉ MARÍA D~ •. ... • Peñas arriba. Ir (núm. 35; 31!- ,red.)
PEREDA, JO SÉ MARÍA DE . .. .. . El sabor de la tierruca (núm. 47; 21). ed .)
PÉREZ DE AYALA. RAMÓN Prometeo. Luz d& domingo. La caída de los limo-
nes . (núm. 40)
PÉREZ DE AYALA , RAMÓN Belarmino . y Apolonio (núm . 48; 21). ed.)
PÉREZ DE AYALA. RAMÓN Luna de miel, luna de hiel (núm. 79; 21!- ed .)
PÉREZ DE AYALA. RAMÓN . Los trabajos de Urbano y Simona (núm. 80; 2¡¡. ed .)
PÉREZ DE AYALA. RAMÓN El ombligo del mundo (núm. 85; ·2 ~ ed .) .
PSREZ GALDÓS. BENITO El abuelo (núm. 1)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Misericordia (núm. 9; 31!- ed.)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Trafalgar (núm. 39; 3~ ed .)
PÉREZ GALDÓS, BENrtO El amigo Manso (núm. 42; 31). ed.)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Gerona (núm. 44; 31!- ed.)
PÉREZ GALDÓS. BENITO El audaz (núm. 82)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Fortunata 11 Jactnta . 1 (núm. 96 ; 2~ ed.)
PÉREZ GALDÓS, BENITO Fortunata 11 Jacinta. ' II (núm: 97; 2!!- ed.)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Fortunata 11 Jacinta. III (núm. 98; 2~ ed .)
PÉREZ GALDÓS, BENITO Fortunata 11 Jac int a. IV (núm. 99; 211- ed .)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Doña Perfecta (núm. 102; 2~ ed.)
PÉREZ GALDÓS, BENITO La fontana de or o (núm. 103 )
PÉREZ GALDÓS, BENITO Nazarín (núm. 104)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Halma (núm. 105)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Tristona (núm. 107) .
PÉREZ GALDÓS, BENITO La loca de la casa (núm. 112)
PÉREZ GALDÓS, BENITO La incógnita (núm. 132)
PÉREZ GALDÓS, BENITO Realidad (núm. 135)
PÉREZ (JALDÓS, BENITO La deshe r edada. 1 (núm . 138 )
PÉREZ GALDÓS, · B ENITO La desheredada. II (núm. 139 )
PÉREZ GALDÓS. I;3ENITO Tonnento (núm. 166)
PÉREZ G¡\LDÓS . BENITO La de B rin gas (núm. 167)
PÉnEZ GÁLDÓS. BENITO . . .... . Gloria . I (núm. 168 )
PÉREZ GALDÓS. BENITO Glo1·i a. II (núm. 169)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Torquemada en la hoguera (núm. 173)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Torquemada en la cruz (núm. )75)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Torquemada en el purgatori o (núm. 177)
PÉREZ GALDÓS, BENITO Torquemada 11 San Ped1'o (núm . 179)
PÉREZ GALDÓS. BENITO Miau (núm. 133)
PÉREZ GALDÓS. BENITO El caballero encantado (núm. 1B5 )
PÉREZ GALDÓS, BENITO Lo prohibido. 1 (núm. 199)
PÉREZ GALDÓS. BENITO •••••• ' Lo prohibido. II (núm. 200)
PRADOS. EMILIO • •• ~ •••. .. .•.• Antología poética (núm. 257)
QUIROGA, HORACIO • .......• . • Cuentos de amor, de locura 11 d e m.uerte (núm. 252)
QUIROOA, HORACIO • .. . •..•• .• Cuentos de la selva (núm. 255) ,
QUIROGA, HORACIO • .••. ••••.. El más allá (núm. 258)
QUIROGA, HORACIO • •••••. • • . • El desierto (núm. 261)
BIBLIO TE C A C ONTEMPOR A n

VOLÚMENES PUBLICADOS

QUIROGA. HORACIO • • ••••••••• Los desterrados (núm. 263 )


RIVERA, JOSÉ EUSTAQUIO •••• • La v01'ágine (núm. 94; 51!- ed . )
ROJAS, RICARDO . •• • •••••• • •.. • Ollantay (núm. 56; 4~ ed .) ,
ROJAS, RICARDO' •.••••. •• • • ••• Blasón de plata (núm. 81; 2 1,1 ed ,)
ROLLAND, RoMAIN ••••••••••• Vida de Beethoven (núm. 155; 2f!. ed ,)
ROMERO, FRANCISCO Filosofía de la persona (núm. 124: 2~ ed ,)
ROMERO, li'RANCISCO •• • •••••• Filósofos 11 problemas (núm. 197 )
ROMERO, FRANCISCO ••••••••• Ideas 11 figu r as (núm. 224 )
SALINAS, PEDRO • • ••.• • •• • ••• La voz a ti debida (núm . 226 )
SALINAS, PEDRO • .• , ••• '•••••• Razón de amor (núm. 232 )
SANCTIS, FRANCISCO ••• • •.•••• Ensayos CTíticos (núm. 160) '
SILVA VALDÉS, FERMÁN Antologí a poéti ca ( núm . 119)
TAGORE, RABINDRANATH El cartero del rell. La luna nue v a (núm , 5; 31!- ed. )
TAGORE, RABINDRANATH El rey del salón oscuro (núm . 7)'
TAGORE, RABINDRANATH El ja1'd i ne1'O (núm. 110; 2'!- ed . )
TAGORE, RABINDRANAT~ El rey y la reina. Malini. El ásce t a (núm. 117;
211- ed . )
TAGORE, RABINDRANATH Mashi (núm. 134)
TAGORE, RABINDRANATH La cosecha (núm . 148 )
TAGORE, RABINDRANATH Cielo de pri mavera ( núm. 205 )
TAGORE, RABINDRANATH Chitra. Pája1'os perdi dos (núm. 211)
TAGORE, RABINDRANATH Morada de paz (núm . 215 )
TAGORE, RABINDRANATH La hermana mallor 11 Otl'OS cu entos (núm. 218 )
TAGORE, RABINDRANATH Ofrenda líri ca (núm. 234 )
TWAIN, MARK •••• , ••••••• • •• Las aventur as de Tom Saw ller (núm. 10; 41,1 ed .)
TWAIN, MARK •• • •••• • •• . •••• Las aventuras de Huck (núm. 51; 3 ~ e d . )
TORRE, GUILLERMO DE •.•••••• La aventura y el or den (núm . 208 )
TO_RRE, GUILLBRMO DE ••• • •••• Tríptico del sacrificio (núm . 210 )
USLAR-PBTRI, ARTURO •.••••• Las lanzas coloradas (núm . 64 )
VALERA, JUAN . . . . . . . . . . . . . . . Pepit a Jimén ez (núm. 3; 5 ~ e d . )
VALLE I~CLÁN, R. DEL Pepita de p l·imav era. Sona ta de estío (núm. 30 ;
41,1 ed .)
VALLE INCLÁN , R . DEL Son ata de oto ñ o. Sonata d e i nvie r n o ( núm . 31;
4! ed.)
VALLE INCLÁN, R. DEL AguiZa de blasó n (núm. 62 ; 2:¡. e d .)
VALLE INCLÁN, R. DEL Mal·tes de cal'n aval ( núm. 67 ; 2 ~ ed .)
VASALLO, ÁNGEL •.•• • • •• '. ' .•• ¿ Qué es filosof í a o De u n a sab i d u r í a heroica
(núm. 164 )
VERA, FRANCISCO • • , ...•• •• •• B "cve hist o1'ia de la matemát i ca (núm . 172)
VERA, FRANCISCO •••••••••••• Breve histori a de la geometrí a ( núm. 217 )
WASSERMANN, J . • •••••••••• " Cristóbal Colón, el Qui jote del Océano ( núm. 21;
.~:.... ,. 3'1- ed.)
WILDE, OSCAR •.••... • ••• ::: •• El retmto de Darían G r ay (núm. 12; 4!!- ed . )
WHITM AN, WALT ... • • • • • •••• Canto a mí m i smo (núm . 228; 21) ed . )
EDITORIAL ·. LOSADA, S. A
... . publica la

BIBLIOTE&A CONTEMPORiNEA
que compr~nde l~s_ 'mejores libros del mundo, Jos
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GÉNEROS
Novelas, Cuentos, Filosofía, Ensayos, Poesía, Teatro,
Biografías, Historia, Cuestiones Contemporáneas, Di-
vulgaciones Científicas, Memorias, etc.

251. Federico GarcÍa Lorca: Cinco larsas breves


seguidas de' Así que pasen cinco años.
252. Horacio Quiroga: .Cuentos de amor, de lo-
cura . y de muerte.
253. Marta Brunet: Montaña adentro. Bestia
dañina • María 'Rosa flor de QuilIen.
254. Eduardo Caballero Calderón: Ancha es Cas-
. tilla.
255. Horacio Quiroga: Cuentos de la selva.
256. Gabriel Miró: El humo dormido.

EDITORIAL LOSADA, S. A.
ALSINA 1131
• BUENOS AIRES

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