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Contexto histórico

La fuente principal para el conocimiento de la historia de los hebreos,


desde el segundo milenio hasta la toma de Jerusalén por Pompeyo es la Biblia,
pero esto presenta un problema, dado que es difícil diferenciar los hechos
históricos de los puramente narrativos, conque para ayudarnos en este
problema, y como fuente alternativa, utilizaremos la historia de otros pueblos
colindantes, o con gran repercusión, como Egipto, Asiria o el Imperio Hitita.

En el Pentateuco se refleja la historia de Israel, primero transmitida


oralmente y, luego por escrito. Se atribuye a Moisés, aunque necesitó de varios
siglos de maduración, hasta llegar a lo que es. En los cinco libros hay
materiales de muy diverso origen, que se empiezan a poner por escrito tras el
establecimiento de la monarquía en el siglo XI a.C.

La historia de Israel comienza con los patriarcas, que habitaban entre el


Tigris y el Eufrates, eran arameos. Hacia el 2000 a.C. hubo una invasión
amorrea de Siria, Mesopotamia, Egipto y Babilonia, los amorreos eran semitas
nómadas occidentales, aparecen ya mencionados en textos de tiempos acadios
por su victoria sobre los martu. Es durante la III Dinastía de Ur cuando las
referencias son más frecuentes. Junto a estas menciones, grupos de origen
amorreo vivían ya en algunas ciudades mesopotámicas, siendo utilizados para
diferentes actividades, especialmente soldados. Sus primeros movimientos
podrían relacionarse con las campañas que Sargón de Akkad y Naram-Sin
realizaron en la Alta Mesopotamia, no existiendo posteriormente al mundo
acadio una entidad territorial que pudiera frenar su desplazamiento. Donde
vivieron los patriarcas fue un asentamiento amorreo. Por lo tanto, los hebreos
de los tiempos de los patriarcas descenderían de los pueblos nómadas que
invadieron Mesopotamia.

La historia de Siria está determinada por las disputas entre los grandes
poderes, Mitanni, Egipto y Hatti. El tránsito de la Edad del Bronce a la Edad del
Hierro, marcado por la invasión de un conjunto de pueblos llamados los Pueblos
del Mar en el templo funerario de Ramsés III de Medinet Habu. La razón de ello
no sólo es la desaparición de reinos como Ugarit, Hatti, ciudades como Emar o
culturas como la micénica. Un colapso del que sólo se salva Egipto, aunque
pierde posesiones en Siria-Palestina, porque entre estos pueblos están los
peleset, origen de los filisteos, cuya historia enlaza con la Biblia. También se
produce la llegada de pueblos como los arameos y, aprovechando la crisis, el
establecimiento de las tribus israelitas, que pondrán las bases del reino de
Israel, apareciendo los reinos como el de Moab, el de Edom o los reinos
neohititas del norte de Siria. En el siglo XII los arameos invaden Siria oriental.
El siglo XII y parte del XI Israel lo empleó en consolidar el territorio
conquistado. La forma de gobierno era muy diferente, mientras que Israel era
un conjunto de tribus unidas por un vínculo religioso, las zonas de alrededor,
Moab, Amón y Edom eran monarquías.

La religión israelí se basa en la elección de Dios a Abraham para que


fuera padre de los creyentes que habrían de habitar el país de Canaán, aunque
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las tradiciones sobre los patriarcas se pusieron por escrito muchos siglos
después.

Después del gobierno de los Jueces se estableció una monarquía en


Israel. Las ciudades cananeas tenían monarquía, lo que influiría en Israel. Sería
bajo el reinado de Salomón cuando se diera forma literaria a la tradición oral
anterior, en otras palabras, es posible que se pusiera por escrito el Pentateuco.
A la época de Salomón se la ha llamado “período típico de la Ilustración”.

Es con el reinado de Tiglat Pileser III (744-727) cuando comienza la


segunda etapa del Imperio neoasirio que se extenderá hasta conquistar incluso
Egipto, una victoria que supuso que este imperio alcanzase su máximo poder,
pero también el comienzo de su declive, por abrir una puerta por donde
entraron los medos. En el 743 Tiglat Pileser III hace su primera campaña contra
Urartu, unas victorias que liberan al mundo asirio de un frente peligroso,
permitiéndole concentrar sus esfuerzos en Siria. En el 729 Tiglat Pileser III se
proclamó rey de Babilonia, iniciando lo llamado “doble monarquía”, los reyes
asirios intentarán controlar el trono de Babilonia, siempre inestable por las
revueltas de los caldeos, ayudados por Elam o los árabes. A partir de este
momento la actitud asiria hacia los territorios conquistados cambia, empieza a
integrarlos en su Imperio como provincias, instalando gobernadores asirios y
guarniciones militares. Caso, por ejemplo de Israel, que quedó dividida en tres
provincias gobernadas por funcionarios asirios. La principal razón puede ser la
resistencia constante que había ofrecido las poblaciones locales al control
asirio. Los problemas con Babilonia se agravaron por la intención de los caldeos
de reconquistar la ciudad. Las revueltas en Siria y la atención que requería el
reino de Urartu retrasaron la venganza de Sargón II hasta el 707, cuando
obtiene la victoria y comienza la deportación de arameos y caldeos a
provincias como Samaria. Los problemas continuaron, pues Merodach-Baladan
II intentó encabezar una alianza antiasiria llegando a dirigirse al rey de Judá,
Ezequías. El reino de Judá sobrevivió como vasallo independiente.

Hundido el Imperio asirio por los babilonios, la situación de Judá


(arrebatada por Senaquerib a Ezequías, y bajo dominio asirio durante 75 años)
cambió. Jonás rompió el vasallaje con Asiria. Jonás chocó con los egipcios, que
apoyaban a los asirios, pereció en batalla y le sucedió su hijo Joacaz, que fue
llevado preso a Egipto.

El rey Joaquín, desaparecida Asiria, reconoció a Nabucodonosor II, rey de


Babilonia. Cuya acción más conocida tuvo lugar en el 586 con la destrucción de
Jerusalén, con la consiguiente deportación de población a Babilonia, una acción
provocada por la decisión del rey Joaquim de dejar de pagar el tributo, a pesar
de los contrarios consejos del profeta Jeremías. A su muerte le sucede su hijo
Amel-Marduk, que fue asesinado y se puso en su lugar a Neriglissar, cuyo hijo
fue asesinado por el Balthazar de la Biblia, Bel-sar-usur, que puso en el trono a
Nabónido, cuyo reinado quedó en un texto posterior, una apología a Ciro y una
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crítica a Nabónido, al que se acusa de introducir un culto diferente, de no


celebrar el Festival del Año Nuevo, de ser inculto.

La caída de Babilonia en manos de Ciro nos es relatada como una vuelta


a la normalidad, ya que Nabónido había pervertido el culto a los dioses de
Babilonia, razón por la que los dioses deciden abandonar la ciudad, buscando
un protector, escogiendo a Ciro, a quien ordenó la conquista de Babilonia, en el
539. La política persa respetó las tradiciones y las características de sus
súbditos, Ciro ordenó la reconstrucción del templo de Jerusalén, el segundo
templo, por lo que fue recibido como un liberador. Darío I permitió la
continuación de los trabajos en el templo, que fue consagrado en 515.

Darío I tuvo que pasar sus primeros años de reinado sofocando diversas
rebeliones, la más conocida es la sublevación de las ciudades jonias. Una
sublevación que contó con el apoyo de Atenas, costó muchos esfuerzos a los
persas sofocarla, estableciendo en ellas gobiernos leales, acontecimientos que
son el origen de las Guerras Médicas. La primera de ellas terminó con la
derrota persa en Maratón en el 490. Jerjes (486-465) siguiendo la política de
sus predecesores, tuvo que hacer frente a sublevaciones en Egipto y Babilonia,
antes que dedicarse a los griegos, la segunda guerra médica que acaba con la
derrota persa en Salamina (480) y después en Platea (479). Jerjes murió
asesinado junto con su heredero Darío, lo que inció una lucha por el poder
hasta la victoria de Artajerjes I, poco después de su muerte, su heredero, Jerjes
II, fue asesinado, llegando al trono Oco, también hijo de Artajerjes I, adoptó el
nombre de Darío II, este fue sucedido por Artajerjes II, y este por Artajerjes III,
cuyo único hijo vivo heredó el trono, Darío III, cuyo reinado está marcado por el
enfrentamiento con Alejandro Magno.

Después de varias derrotas de Alejandro Magno sobre Darío III, sometió el


monarca macedonio a Palestina sin resistencia, excepto Gaza, en el año 331 la
atravesó de nuevo al volver de Egipto. En el 330 Alejandro supo de la muerte
de Darío III, depuesto por sus generales y asesinado por Artajerjes IV.

La muerte de Alejandro Magno en el 323 a.C., abre un período de


cincuenta años caracterizado por las continuas guerras entre sus generales por
alzarse con la dirección del Imperio o afirmar un poder autóctono en distintas
posiciones de su territorio. Al final de este período había tres dinastías bien
establecidas, descendientes de otros tantos generales de Alejandro. Los
Seleucidas en Asia, los Lágidas o Ptolomeos en Egipto y los Antigónidas.

Con los repartos de Ipsos, lo cual fue una coalición para emprender
operaciones contra Antígono, que perdería la vida en Ipsos de Frigia contra las
fuerzas de Lisímaco y Seleuco. De estos, los vencedores se repartieron los
dominios asiáticos de Antígono. Desaparece, por lo tanto, la idea de un estado
unitario en favor de un sistema de estados territoriales, dirigidos por monarcas
que los consideran como patrimonios privados, y transmisibles por herencia.
Lisímaco en Tracia, Ptolomeo en Egipto, Casandro en Macedonia y Seleuco en
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Siria constituyen las cuatro columnas de este sistema en los decenios


siguientes a Ipsos, en los que como un cuerpo extraño, se desarrolla la
actividad de Demetrio Poliorcetes, hijo de Antígono, que se vio obligado a
rendirse en el 286. Dos años después moriría en cautiverio.

Ptolomeo y Lisímaco fueron los principales beneficiarios de la caída de


Demetrio. Ptolomeo en pugna con el hijo de Demetrio, Antígono Gonatas,
consiguió apropiarse de una parte de la flota de Demetrio y, con ella, extendió
su control a la Liga de las Islas y a las ciudades portuarias fenicias,
convirtiendo a Egipto en la mayor potencia naval del mundo helenístico.

Con la consolidación de los antigónidas en Macedonia se abre la época


conocida como ‘equilibrio de potencias’. En esta los tres grandes reinos
surgidos de las ruinas del imperio de Alejandro Magno se aceptan entre si, y se
organizan en el interior, son estados independientes que evolucionan
paralelamente, sin pretender destruirse los unos a los otros en aras de una
reconstrucción de la unidad del imperio de Alejandro. Si bien es cierto que este
‘equilibrio’ es el producto de una situación resultante de la incapacidad de
cualquiera de ellos para absorber a los otros en su propio provecho.

La monarquía egipcia de los Ptolomeos era, a comienzos del siglo III, el


estado más sólido y fuerte. Su fundador, Ptolomeo Soter, durante las guerras
de los diádocos trató de conservar la independencia e integridad del reino, y lo
prolongó hacia el oeste por el desierto libio hasta los límites con Cartago.

Para asegurar al reino un papel importante en la vida político-económica


del helenismo era imprescindible controlar las principales rutas comerciales y,
extender la hegemonía de Egipto sobre el mar Egeo. Por esto los lágidas
añadieron a sus posesiones bases de apoyo en las costas de Asia Menor y de
los Estrechos, y extender su autoridad sobre los puertos griegos y la Liga de las
Islas. Más importante aún era el dominio sobre Palestina, Fenicia y el Sur de
Siria.

La poderosa personalidad de Ptolomeo II Filadelfo fue puesta para


engrandecer a Egipto, convirtiéndolo no sólo en la primera potencia marítima
del Egeo, sino también en el mayor foco cultural del mundo helenístico. Los
judíos desempeñan un papel importante en la mezcla de pueblos de la
cosmopolita Alejandría. Que ya en los siglos prehelenísticos se habían
establecido en Egipto. Pues cabe la posibilidad de que se asentasen en Egipto
durante el reinado del faraón Horemheb (Djeserkheperure) que reinó entre el
1323 y el 1295 a.C. Siendo el final de la XVIII dinastía. También cabe la
posibilidad de que el Éxodo del cual se habla en la Biblia se produjese durante
el reinado de Seti I (Menmaatre), que reinó entre el 1294 y el 1279 a.C., en el
llamado Reino Nuevo (que abarcaría desde el 1550 al 1069 a.C), incluído en el
período Casita, que abarca desde aproximadamente el 1600 al 1200 a.C. Al
convertirse Alejandría en centro cultural del Mediterráneo, a ella acudían sabios
de todas partes de Grecia, como Teócrito.
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Autores de época bizantina mencionan entre las obras de culturas ajenas


que fueron traducidas en Alejandría las de los egipcios, caldeos, judíos y
romanos. Pero de entre todas las traducciones llevadas a cabo en Alejandría
destaca de forma especial la de la torá judía. Los judíos alejandrinos habían
olvidado en gran parte el hebreo, por lo que la traducción de la Sagrada
Escritura se convirtió en una necesidad si se quería que su conocimiento no
quedara limitado a un pequeño número. La versión del Antiguo Testamento al
griego, que según la tradición existente habría sido realizada por setenta y dos
sabios enviados desde Jerusalén a Egipto con esta finalidad particular. La
difusión particular que el judaismo y sus doctrinas alcanzaron a partir de este
momento no tuvo rival alguno con el resto de las culturas no griegas.

La época ptolemaica caracteriza al reino helenístico de mayor duración,


que abarca desde el año 31 a.C., en que la reina Cleopatra VII, última
representante de la dinastía fue derrotada por Octaviano en la batalla de Accio.

En el siglo I a.C., las fuerzas del mundo mediterráneo, convertido en


unidad política, no dejaron de influir en la civilización romana que supo
asimilarlas con carácter original y proyección universal. A las influencias
griegas vinieron a unirse las procedentes del Oriente helenístico.

La vida literaria adquirió en los últimos decenios de la República una


importancia mayor que en épocas anteriores. El latín alcanzó, por el cultivo de
todos los géneros literarios, su más alta expresión como lengua cultural.

La cultura filosófica ejerció sobre la religión romana su crítica destructiva


y favoreció un esfuerzo de liberación. La religión oficial ofrecía pocos alicientes
a la auténtica pietas. Por ello, las religiones mistéricas, cultos a divinidades
como Isis, Mitra o Cibeles, procedentes de Asia Menor, Siria, Persia y Egipto,
con sus promesas de salvación individual, ganaron cada vez más adeptos. A
esta proliferación de supersticiones orientales trató de oponerse la reforma
religiosa de Augusto. La influencia personal de Augusto fue determinante en la
religión; fomentó la restauración de la religión tradicional y se resucitaron
viejos ritos, instituciones y ceremonias. Augusto invistió el pontificado máximo.
Con el respeto y el fomento de la religión tradicional, extendió también los
cultos de la nueva monarquía, entre ellos, la veneración a César, el culto a
Marte y al dios del emperador, Apolo, pero sobre todo la propia persona del
emperador, enmarcada en una atmósfera sobrehumana como objeto de
veneración.

Los sucesores de Augusto se sirvieron de esta religión oficial para


integrar los territorios del Imperio en una unidad política, cultural y espiritual.
La tolerancia romana no puso obstáculos a la proliferación de cultos y
creencias mientras no fuesen consideradas subversivas desde el punto de vista
político. Frente a la religión oficial, vacía de contenido, las necesidades
espirituales llevaron a la búsqueda de un contacto con la divinidad. Así se
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explica la expansión delas religiones orientales mistéricas y del cristianismo. El


factor de mayor trascendencia religiosa durante el Alto Imperio lo constituye el
nacimiento y difusión del cristianismo.

No se sabe bien cómo se originó la comunidad cristiana de Roma, pero a


mitad del siglo I era bastante numerosa y distinta de la judía. Lo que hizo
posible que Nerón utilizara a los cristianos para acusarlos del incendio de Roma
en el 64, y desviar la indignación del pueblo a un grupo que no contaba con
muchas simpatías en Roma. La persecución no fue desencadenada contra los
cristianos como seguidores de una religión, sino como responsables de
crímenes comunes. Hasta mediados del siglo III, el cristianismo no fue
perseguido sistemáticamente, considerado como religión lícita fue tolerado por
el poder. Es reveladora la respuesta de Trajano a Plinio el Joven sobre la actitud
a seguir con los cristianos: sólo castigar a los culpables de delitos probados y
no admitir denuncias anónimas.

El proselitismo cristiano, que había encontrado audiencia entre las capas


humildes de la población, contaba ya con fieles de estratos sociales elevados y
con comunidades organizadas en Oriente y Occidente. Con los Severos es
evidente el creciente fenómeno religioso en el Imperio, donde conviven las más
variadas religiones: el panteón romano y el helenístico, cultos orientales,
religiones mistéricas, judaísmo y cristianismo y, el culto imperial.

En este clima de religiosidad tolerante, el cristianismo apenas encontró


obstáculos para su creciente expansión. No se hizo una lucha metódica y
continua: la política imperial alternó periodos de severidad con otros de
tolerancia o indiferencia, por ello pudo propagarse a lo largo de la dinastía, en
los centros urbanos de Oriente, aunque también en Roma, Italia y Cartago.

Las profundas conmociones del siglo III dejan huella en la vida anclada en
los ideales de la cultura clásica, pero con una nueva actitud mental. Sus rasgos
son la decadencia del espíritu científico y racionalista, la simplificación de
conceptos e ideas, que han permitido su difusión y asimilación por las masas.
Pero las tendencias monoteístas no afectaban a la religión tradicional, basada
en la proliferación de dioses y cultos. Sólo el cristianismo, con su exclusivismo,
su sentido proselitista y su organización en comunidad podía ser sentido como
un peligro. De ahí las persecuciones de emperadores como Decio y Valeriano,
que consideraban la negativa cristiana a sacrificar a los dioses como traición.
Los soberanos se mostraron más tolerantes que perseguidores ante una
religión que se había convertido en una organización de masas. En el siglo III,
el cristianismo se extiende a todas las capas de la sociedad y logra penetrar en
los medios cultivados e incluso oficiales. En el siglo III, la iglesia consagra sus
esfuerzos a organización y disciplina interna, haciéndose primordial la
instrucción y la catequesis. La sencilla religión se complica con ceremonias y
rituales litúrgicos. Son los comienzos de un nuevo cristianismo, formalista y
jerárquico.
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La tolerancia religiosa facilitó la propagación del cristianismo. Las


persecuciones fueron intermitentes y de alcance geográfico limitado. Los
períodos de calma fueron lo habitual. Cuando esta se rompía los cristianos eran
acusados de inmoralidad y descuido de los cultos cívicos. Algunas de estas
persecuciones coincidieron con momentos de dificultades y desgracias
públicas. Cuando Diocleciano decretó la persecución contra los cristianos el
imperio no sólo se encontraba en paz, sino que atravesaba una situación en la
que se entreveían los signos de una recuperación económica.

La persecución de Diocleciano fue la más larga, pero no la más cruel y se


cebó más en los objetos que en las personas. En un edicto promulgado en el
303, se prohibía la liturgia cristiana y se decretó la destrucción de las iglesias y
la confiscación de todas sus propiedades. El segundo disponía el
encarcelamiento del clero. Un año después se ordenó que se ofrecieran
sacrificios a los dioses paganos, excluyendo a los judíos, pero no a los
cristianos Algunos cristianos ofrecieron sacrificios. El cuarto imponía la
obligación de sacrificar a los dioses si no querían ser ejecutados. La mayoría
incumplió el edicto, muchos fueron encarcelados y torturados, se produjeron
miles de ejecuciones. Esta persecución no llegó a amenazar la existencia de la
iglesia, pero la obligó a hacerse menos visible.

La persecución fue más dura en Oriente que en Occidente. En las tierras


asignadas a Constancio Cloro apenas se dieron casos sangrientos. Pese a ello,
muchos fueron los cristianos que dieron testimonio de su fe. Pero hubo otros
que no pudieron resistir y cumplieron lo condenado. En el 305 Diocleciano
decidió abdicar y convenció a Maximiano de hacer lo mismo. Diocleciano se
retiró a un palacio tan inmenso que se convertiría en ciudad de Spalatum,
actual Split, Croacia, donde adoptó de nuevo su antiguo nombre, Diocles.
Llevándose la esperanza de que la abolición del cristianismo y su eliminación
de la sociedad romana serían la culminación de su restauración del Imperio,
pero el cristianismo, con creyentes, fanáticos, atemorizados traidores y
oportunistas, oponía una resistencia flexible, que transformaba desgracias en
victorias.

Constantino, en el 313, se reunió con Licinio en Milán, este aceptó


restituir a la iglesia los bienes confiscados, de esta reunión salió el llamado
Edicto de Milán, que concedía la libertad de culto. El estado iniciaba un proceso
de acercamiento a la iglesia. Las cartas de Constantino permiten seguir
algunos pasos; en la primera se dispone que a la iglesia católica se le
restituyan sus bienes, en la segunda se dispone que se exima a los clérigos de
cargas públicas, ponemos el acento en el adjetivo “católica” para diferenciarla
de las demás heréticas. Con estas concesiones, la situación y servicios
clericales están por encima del resto de los mortales. Deseaba entenderse con
la iglesia y la ayudó contra los movimientos heréticos, como el donatismo y el
arrianismo.
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La reacción de San Atanasio se centró en la defensa de las dos


naturalezas, alinearse con los fieles o la jerarquía, por eso Constantino reunió
un concilio ecuménico que se encargase de definir la naturaleza de Cristo. El
concilio establecía que el hijo era de la misma naturaleza que el padre.

En la parte occidental del Imperio, la iglesia contaba con una ventajosa


posición, mientras que en la parte oriental se había sufrido un retroceso. El
culpable del retroceso fue Licinio, que se apartó de la política de concordia y
mostró, a partir del 320, con apoyo del sector pagano, una política
anticristiana. Maximino invadió Iliria y obligó a Licinio a contraatacar, Licinio
consiguió la victoria y Maximino se suicidó. La parte oriental quedó en manos
de Licinio y la occidental en manos de Constantino. Sin embargo, Oriente no
era suficiente para Constantino que invadió Iliria 3 años después. Licinio le
cedió una gran parte de Iliria y se retiró a Tracia, donde los cristianos eran
mucho más numerosos, esto provocó la invasión de Tracia por parte de
Constantino en el 324. Licinio fue derrotado en Adrianópolis y en Crisópolis.
Licinio se rindió esperando que se le ofreciese inmunidad, pero Constantino lo
ejecutó poco después. Tras esto el Imperio quedaba bajo el mando de
Constantino. Cuando Constantino se adueña del resto del imperio tenía poco
más de cincuenta años.
Constantino había previsto el reparto del poder entre sus familiares. Los
planes de Constantino se estropearon de inmediato, pues ninguno de sus hijos
se encontraba cerca de Constantinopla, donde se había trasladado su cuerpo
para darle sepultura. Fue un período lleno de confusión, del que se salió con la
aclamación como Augustos de sus hijos, Constantino II, Constancio II y
Constante. Los tres hermanos se reunieron para repartirse el Imperio, cada cual
gobernaba su territorio como si fueran una nueva prefectura. Constancio II
retuvo Oriente, al que se añadió Tracia, Constantino II la parte occidental hasta
Macedonia. Constante quedó a la espera de obtener sus territorios. Tres años
después se rompió el entendimiento entre Constantino y Constante.
Constantino en Aquileya, en el 340, cayó en una emboscada y murió.
Constancio y Constante se repartieron la parte oriental y occidental del
Imperio.

No descuidó Constancio la lucha contra los bárbaros, heredó una guerra


contra Persia en Armenia. Pues la división del imperio entre los hijos de
Constantino, y que Constancio, que tenía Tracia, Asia Menor, Siria,
Mesopotamia y Egipto, no podía disponer de los ejércitos romanos, lo que dio a
Shapur II, de la dinastía Sasánida, la oportunidad esperada, tras asegurar el
flanco este, se marchó a la guerra en el oeste, el punto clave, de nuevo fue
Armenia.

Pero mostró un gran interés en los asuntos religiosos en los que se


consideraba con derecho a intervenir, al contrario que sus hermanos, prosiguió
los esfuerzos paternos para reconciliarse con los críticos del Credo de Nicea,
cuya gran mayoría se encontraba en su parte del imperio. El cristianismo se
dividió entre defensores de la ortodoxia católica y arrianos, escindidos en tres
Contexto histórico

grupos, los más radicales, los anomeos, los homeos y los arrianos moderados,
más próximos a la fórmula del concilio de Nicea. Después de Mursa, Constancio
se dedicó a la política contra el paganismo. Promulgó varias leyes condenando
la celebración de sacrificios, el cierre de templos paganos y la prohibición de
prácticas de magia y adivinación.

Constancio, al igual que Constantino, pretendía conservar el poder dentro


de la familia, pero solamente sobrevivieron Galo y Juliano. Constancio nombró
al primero césar de Oriente, pero fue tan cruel e irresponsable que lo ejecutó,
por lo que nombró a Juliano y le pidió que se enfrentara a los germanos en el
Rin. En el 359, los persas (dinastía Sasánida, gobernados por Shapur II) inician
una invasión. Constancio reclama soldados a Juliano, pero tanto los soldados
como el propio Juliano se niegan, Juliano es entonces nombrado Augusto por
sus soldados, y comienzan ambos bandos a dirigirse a una guerra civil, camino
al este, Constancio enfermó, y en su lecho de muerte perdonó a Juliano y le
convirtió en su heredero.

Flavio Claudio Juliano, hjo de Julio Constancio y nieto de Constancio Cloro.


Educado en el cristianismo, se afanó en la lectura de obras clásicas que le
introdujeron en las tradiciones religiosas del paganismo. Dueño del poder,
Juliano otorgó libertad de culto a todas las religiones del Imperio. El paganismo
se vio libre de las trabas cristianas, y las sectas cristianas reiniciaron sus
antiguas querellas. Para reactivar el paganismo, no necesitó recurrir a duras
medidas contra los cristianos, sino que le bastó con suprimir los privilegios que
se les había concedido a obispos y clérigos. Estas medidas que no suponían un
atentado a la tolerancia, se hacían compatibles con la confrontación ideológica
entre Juliano y el cristianismo, buscando los puntos débiles y acusándolo de
haberse apartado del Yahvé del Antiguo Testamento.

Juliano, muerto a los 32, no dejó herederos, por lo que un grupo de altos
dignatarios militares eligieron a Joviano como emperador, un cristiano
moderado y militar poco significado. Tuvo que hacer una paz con los persas, y
aunque la paz era desventajosa, era oportuna, ya que estaba decidido a
romper con la política religiosa de Juliano. Entre las medidas se cuentan la
reposición de los bienes confiscados a la iglesia, restitución de los clérigos de
las antiguas subvenciones reducidas un tercio. No tuvo tiempo para más, tras
un reinado de ocho meses, murió de improviso.

Los Augustos se dividieron las dos partes del Imperio. En el 364 se


reparten las provincias, el ejército, los funcionarios, los recursos, el poder
imperial se divide también: Valentiniano I gobierna la parte occidental y
Valente en la oriental. Eran tiempos turbulentos, en la parte oriental del
Imperio, Procopio aprovechó el descontento para proclamarse emperador con
el apoyo de las tropas estacionadas en Constantinopla.

En materia religiosa, ambos hermanos eran fervientes cristianos, pero de


dogmas distintos. Valentiniano profesaba la ortodoxia niceana. Con él y su hijo
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Graciano, el cristianismo niceano se propagó por Occidente. Valente se inspiró


y apoyó en el arrianismo homeano, persiguiendo a los paganos por sus artes
mágicas, a los católicos por su doctrina niceana, y a los demás arrianos por no
seguir la fórmula homeana.

Los asuntos de Oriente se agravaron por los godos, que se sublevaron y


sometieron la Tracia y los Balcanes, Graciano envió tropas en ayuda de Valente,
pero este presentó batalla en Adrianópolis en el 378. El ejército romano fue
destruido y el emperador murió en combate. Tras Adrianópolis, Graciano
nombró Augusto a Teodosio. Después de un período de tolerancia, los
emperadores reiniciaron sus preocupaciones para conseguir la unidad religiosa
del Imperio bajo la supremacía de la ortodoxia niceana y continuar con la
represión al paganismo. Es Graciano quien renunció al título de Pontifex
Maximus, lo que suponía la desvinculación del estado romano respecto del
paganismo. Suprimió las inmunidades concedidas a las vestales y colegios
sacerdotales, ordenó retirar del Senado el altar colocado frente a la estatua de
la Victoria. En esta misma línea, Teodosio lanzó duras amenazas contra los que
realizaban sacrificios y acudían a los templos a indagar el porvenir, acabó por
condenar bajo pena de muerte la práctica de sacrificios. Parecida energía
utilizó en su intención de lograr la unidad cristiana. Era la autoridad de
Teodosio la que determinaba y sancionaba, mediante el decreto de Tesalónica
del 380 y otros sucesivos, quién era cristiano y quién era hereje.

Teodosio moría confiando sus dos hijos, Arcadio y Honorio al cuidado de


su fiel amigo Estilicón. Arcadio recibía la parte oriental del Imperio, Honorio la
occidental
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