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Darío Sztajnszrajber
Lindo. Feo. Hermosura. Sublime. Todo lo que nos rodea genera en nosotros
una reacción estética. Además valorar a las cosas como verdaderas o
falsas, buenas o malas, las cosas también se nos presentan como bellas o feas.
Durante mucho tiempo, y en sintonía con un mundo ordenado, la belleza era
un valor claro. Delimitado. Objetivo e indiscutible. Hoy, en una época de
desdiferenciación, fragmentación e hibridación, los límites de lo bello también se
han transformado.
¿Qué es la belleza hoy?
La más importante cuestión filosófica con respecto a la belleza, es el
problema de su objetividad. El problema es determinar si la belleza está en las
cosas o es relativa a quien la experimenta. En otras palabras, ¿es la belleza
objetiva o subjetiva?
Pero en nuestros tiempos se agrega otra problemática, ya que la belleza deja de
tener que ver con un ámbito tan específico como el del arte, y se vuelve, en una
sociedad hiperconsumista, un criterio estructural. En el mundo de hoy, todo es
belleza. Nuestra existencia se ha estetizado.
Los antiguos definían a la belleza con la fórmula de la proporción entre las
partes. Por eso, la belleza siempre estuvo ligada a la armonía y a la simetría. Si la
belleza está en las cosas, y es proporción entre las partes, entonces, el hombre la
puede medir objetivamente. Y sin embargo, ¿por qué hoy nos resulta más bella
Jimena que esta vasija?
Pensemos la cuestión desde otra perspectiva. Es claro que, en cada
contexto, hay un criterio de lo bello que se impone como mayoritario. La belleza no
está en las cosas. Pero tampoco depende de cada uno. Hay criterios que se van
estableciendo en cada época, o en cada cultura. Pero ¿a partir de qué? A esto se lo
llama "relativismo estético”.
La diferencia entre la belleza natural y la artificial es bastante ambigua.
Podríamos decir que, en tanto hay una intención de producción de belleza para su
contemplación, entramos al ámbito del arte. De hecho, en la modernidad, son dos
las definiciones de arte más importantes. Una dice que el arte es la representación
de lo real. Y la otra, que el arte es la producción de lo bello. Pero también es cierto
que, a comienzos del siglo XX, las vanguardias artísticas aparecen para
desestructurar estas dos definiciones, ya que cuestionan la entidad tanto de la
realidad como de lo bello.
Las vanguardias vienen a proponer que cada acto de nuestra existencia se
vuelva más bello. Vienen a gritar que hay que hacer de nuestra vida cotidiana un
acto creativo permanente. Hay que transformar nuestra vida cotidiana en algo
bello. El vanguardismo llevó al extremo las condiciones de ruptura frente a una
sociedad que, a principios del siglo XX, se volvía cada vez más gris. De lo que se
trata, ahora, es de salirse de los museos. Esto es, de rebelarse contra las
instituciones que escinden al arte de la vida. Que elitizan el quehacer artístico. Pero
con estos gestos vanguardistas, más que reconciliarse con la vida, el arte se vuelve
a alejar, y la belleza parece reservada a solo unos pocos especialistas.
Pero entonces, ¿cómo hacemos de nuestra vida algo más bello?
Hay dos maneras. Una ligada al consumo y a la mercantilización de lo bello.
Donde embellecer la vida cotidiana pareciera reducirse a comprarnos ropa,
accesorios, cambiarnos el peinado o el color de pelo, o tatuarnos el cuerpo.
Embellecer nuestra vida cotidiana ¿es estar pendientes todo el tiempo de nuestra
imagen?
Nietzsche sostiene que una estética de la existencia supone un ejercicio de
creatividad permanente. En un mundo sin verdades absolutas, nos estamos
recreando todo el tiempo a nosotros mismos. Y cuanto más experimentamos lo
diferente, más crecemos.