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El consenso del Profesor Aronskind


Zoom
9 abril, 2008
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Durante la semana previa al lanzamiento de Revista ZOOM, un mismo mail empezó a


llegar a las casillas de correo de la Redacción enviado por distintos remitentes. Todos
clamaban por lo mismo: “esta nota hay que publicarla”, “esto es para ZOOM”, “lo mejor
que leí hasta ahora”. Se trataba de un artículo escrito por Ricardo Aronskind, economista,
investigador y docente, titulado simplemente “Algunos comentarios sobre el lock-out
agrario y la dinámica de la situación”. Intentamos contactar al autor pero no fue posible. A
horas de poner online esta edición, en medio de un fárrago de fotos y textos que iban y
venían vía internet, apareció un mail de Aronskind autorizando la publicación. Cumplimos
entonces con los numerosos pedidos de reproducción del texto y esperamos contar
nuevamente, en un futuro cercano, con el análisis del Profesor.

La secuencia del conflicto es importante. ¿Cuándo estalla el conflicto agrario? Con la


imposición de retenciones móviles. Este es el centro del tema. No es el aumento de las
retenciones lo que detonó el conflicto —ya que efectivamente unas subieron pero otras
bajaron— sino el corte de las expectativas de gigantescas ganancias a futuro recortadas por
la aplicación de retenciones móviles. Ahí arranca todo. Es importante tenerlo claro, porque
los problemas que tienen los pequeños productores hasta ese momento no habían
generado ningún movimiento significativo. Los cuatro sectores de propietarios pasan a la
acción fundamentalmente por lo de las retenciones móviles: están disputando renta futura,
que sería apropiada mayormente por los grandes actores agrarios, y no por los
pequeños.

El gobierno no diferenció, al establecer las retenciones, entre pequeños y grandes


productores. Y ellos ¿se diferenciaron? ¿O salieron juntos a luchar por el mismo programa?
Y ese programa ¿a quién beneficia centralmente?

La división del trabajo al interior del lock-out es clara.

La función de los pequeños en todo esto no es menor: son quienes aportan la cara
“genuina” del lock-out. Son los que trabajan en serio, son los que cortan las rutas y ponen el
cuerpo, son los que arrastran a familias y vecinos, los que generan simpatía en los medios,
porque realmente necesitan ayuda y están realmente enojados. ¿Qué pone el gran capital
agrario en el lock-out?: nada menos que los principales medios de comunicación escrita,
oral y televisiva, algunas estructuras partidarias (el ARI de Carrió, el PRO), apoyos urbanos
variopintos, incluido el de los rentistas que viven en la ciudad, y el certificado de
“blanquitud” de la protesta. No es lock-out, sino “paro”; no son los propietarios, sino
“el campo”; no son piquetes, sino “cortes de ruta”; no luchan contra las retenciones
móviles, sino contra “la soberbia”; no son los precios internacionales increíblemente
elevados la fuente de super-ganancias, sino “el esfuerzo de los productores”.

Brilla —por su inexistencia— en esta “gesta” de los propietarios rurales la nula referencia a
la dependencia tecnológica de las semillas transgénicas de las multinacionales, y de su
dependencia de un mercado comercializador oligopólico (en general, en manos de
multinacionales). Toda la lucha es contra el Estado, como antes de la llegada del
menemismo. No aparece ningún otro actor que los afecte o perjudique. Si se compara el
conjunto de la problemática de los pequeños productores —que es amplia y compleja—
con el objetivo específico de esta lucha, se observa que lo único que se encuentra expresado
es la demanda contra las retenciones móviles, contra el gobierno y contra el estado. Este
lamentable recorte de la problemática se inscribe en la lógica ultraliberal que sostiene que
es el estado la fuente de los problemas, y que si se abstuviera de “meterse” con el sector
privado todo andaría estupendamente bien. No es nueva, pero no deja de sorprender, la
pobreza de miras de las dirigencias empresarias argentinas.

Un triunfo hegemónico del sector agropecuario es su insistencia, tomada acríticamente por


los medios, en torno a una palabra: productores. Productores, en economía, son todos los
que producen directa o indirectamente riqueza. O sea, un porcentaje muy alto de la
población. En una economía compleja y moderna, no es aceptable (porque no existe en la
realidad) que se recorte —para resaltar sus méritos productivos— un determinado
componente del sistema económico de todo el resto, sin el cual aquel no existiría. La única
diferencia entre los que producen alimentos, de aquellos que producen bienes industriales o
servicios necesarios (educación, salud, transporte, construcción, servicios públicos, etc.,
etc.) es que quienes producen alimentos pueden privar al resto de los mismos. Esto no
habla de un atributo moral, de una particular nobleza, sino de un atributo de poder. Todo
trabajador que cumple un rol importante en el proceso de producción y distribución de la
riqueza social puede privar a los otros de algo importante. Los que poseen hoy los medios
de producción en el agro privan de alimentos al resto de los eslabones productivos.

¿Qué pasaría si ocurriera a la inversa, si se les negaran los indispensables insumos


industriales, los servicios, etc.? ¿Qué pasaría si se les cortaran la energía eléctrica, las
telecomunicaciones, el abastecimiento de combustibles, y todos los bienes urbanos
imprescindibles para que funcionen? ¿Hasta cuando seguirá esta impostura de que son los
únicos actores estratégicos de la producción? Hace muchos años que la sociedad argentina
viene arrastrando esta rémora ideológica y no la termina de superar. El “campo” es una
parte de Argentina, y no al revés. El país no le debe rendir una pleitesía especial a ningún
sector productivo. Es más, parte de nuestro actual subdesarrollo tiene que ver con haberse
quedado estancados en una imagen atemporal de los beneficios de la mera agricultura. A
esta altura del siglo XXI es muy claro: no existen potencias agrícolas.

La fisiocracia, teoría económica arcaica superada hace más de 200 años, planteaba que sólo
el agro producía valor, y que el resto de las actividades sociales eran “estériles”. Adam
Smith —no Carlos Marx—, sostuvo en 1776, en La riqueza de las naciones: “Los
terratenientes son la única de las tres clases (se refiere también a los asalariados y a los
capitalistas) que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino que la perciben
de una manera en cierto modo espontánea, independientemente de cualquier plan o
proyecto propio para adquirirla. Esa indolencia, consecuencia natural de una situación
tan cómoda y segura, no sólo les convierte a menudo en ignorantes, sino en incapaces
para la meditación necesaria para prever y comprender los efectos de cualquier
reglamentación pública.

Regulación, para ellos, es opresión. Libertad, en cambio, es el ejercicio ilimitado de su


poder, como si no existiera sociedad. Los amenaza la regulación estatal, un gobierno que
gobierne, que no sea un mero transcriptor de demandas sectoriales como fueron el
menemismo y la Alianza. Más allá de este gobierno, los varios sectores de poder en
Argentina no soportan un Estado autónomo. Están felices con el estado capturado e
impotente. El kirchnerismo ha hecho muy poco por restaurar las capacidades del
sector público, pero tiene cierta autonomía decisional que en este caso les resulta
intolerable a algunos de los sectores dominantes. Si algo tienen en común las fracciones
propietarias (locales y extranjeras) en Argentina, es su hostilidad a un estado eficaz y
autónomo.

El caceroleo de las clases medias tiene diversos orígenes: ingenuos, del tipo “salgo a
defender al campo”; despistados, del tipo “está subiendo todo, salgo y protesto”; políticos,
del tipo “no los soporto a los Kirchner, a los peronistas, no la soporto a esa tipa”; y hasta
festivos, del tipo “vamos a hacer un poco de ruido a la calle”. El análisis político tiene sus
limitaciones: hay un espacio difuso en el accionar colectivo, donde pueden converger
múltiples y variopintas sensibilidades en hechos sociales que no se controlan ni se
entienden. Apoyan las causas imaginarias que flotan en sus cabezas, desconocen los
resultados concretos —políticos— de sus actos, y después se desresponsabilizan y buscan a
quien echarle la culpa: siempre se puede salir a cantar “que se vayan todos”.

¿Qué es lo que devela esta crisis? La debilidad del kirchnerismo como construcción
política, la debilidad del apoyo partidario y sindical (PJ, FPV, CGT, 62 Organizaciones), la
debilidad de la estructura social que lo respalda (¿Y los industriales dónde están? ¿Y los
muchos otros beneficiados por la expansión de estos 5 años?), la debilidad de los supuestos
factores de poder “comprados”, como los medios que deberían ser “amigos”. Una enorme
endeblez que ha sido puesta de manifiesto por la embestida de las entidades agropecuarias y
sus diversos aliados urbanos.

Elisa Carrió contribuye al empobrecimiento del debate sobre los fenómenos económicos y
políticos. Su afirmación reiterada de que el dinero recaudado por las retenciones iría a parar
a Kirchner y De Vido retrotrae la argumentación a aquel latiguillo que decía que “Cuando
Perón llegó a la Presidencia los pasillos del Banco Central estaban abarrotados de lingotes
de oro, y cuando se fue no había nada”. Conclusión para bobos: se los había robado.
Reducir los debates económicos a problemas de ladrones no sirve, y desvía de lo central. Se
debió debatir en su momento si la política económica peronista llevaba o no a un callejón
sin salida, y se debería debatir ahora si ésta es una buena política económica o si es
estéril para salir del subdesarrollo. El eje ladrones/probos no contribuye a iluminar la
base de los problemas argentinos. La propia Carrió debería reflexionar sobre su evolución
política que la acerca cada vez más a las perspectivas de los macro-ladrones financieros del
país. Además, si la derecha logra —con la colaboración militante de Carrió— el
desplazamiento del kirchnerismo, no van a ir a buscar después a una señora que habla de
equidad social, precisamente. Es difícil ver a los vaciadores de la Argentina encolumnarse
en la cruzada moral republicana.

El enfoque redistributivo del kirchnerismo es casi neoliberal: por ósmosis, poco a poco,
aparece trabajo, malo, mal pago, pero se reduce el desempleo. Los componentes del salario
indirecto brillan por su ausencia, y el acceso a la vivienda está aún más lejano que en los
´90. El salario real está estancado, carcomido por una inflación seria que el kirchnerismo se
empeña —en un episodio de verdadera demencia política— en negar. Esa debilidad no
ayuda a construir lealtades firmes en vastos sectores de la población. Esas lealtades firmes
harían más falta que nunca en un momento de confrontación con un actor con poder como
el que se está enfrentando.

Asusta la inmovilidad de la sociedad civil agredida por la crisis. Parece que las
asociaciones de consumidores no tienen nada que decir sobre el desabastecimiento ni sobre
las estrategias para enfrentar la escalada de precios. Los sindicatos no tienen nada que
decir, ni qué defender, en relación a la caída del salario real. Su función parece limitarse a
pedir aumentos nominales de salario, y no a luchar para mantener el poder de compra de los
mismos. Recién a 19 días del paro, unos de los aliados más nobles del gobierno, los
organismos de derechos humanos, sacaron un comunicado caracterizando acertadamente lo
que se está disputando en este momento. La pasividad de los sectores que deberían mostrar
autonomía y agilidad frente a hechos que los involucran plenamente, contrasta con la
acción tajante de los propietarios agrarios y la derecha.

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