en las nubes de mi barrio, tuvimos bosques de sótanos con cimientos como copas de arboleda.
El señor del primero tuvo vértigo,
tú no supiste encontrarme y al portero le sorprendieron barriendo las puertas del cielo.
Las vecinas me adoraron
por cardarles los cabellos; Los pájaros lloraron por alejarles de su ser, haciendo que las nubes creyeran que por fin llovía en ellas.
Tú quisiste esposarme al ático
para que no cayera, cuando siempre lo habías hecho para que no volara libre, y descubrí que cada vez que me dejo una anilla en el dedo explosionan ciudades de fondo con miles de colores para que podamos echar las fotos que hasta ahora guardamos en la memoria.
Cae la tarde a ras de suelo,
entre tejados ajados, con tejas sueltas que creen ser adoquines con sueños húmedos porque por fin vas a dejar de pisarlos y van a caer entre tus piernas.
Anochece pues, y todo parece
volver a su sitio, aunque el lugar no sea más que circunstancia y tú te hayas vuelto a marchar, alegando que te da vértigo el estar conmigo en la terraza, tan cerca de la luna, que temes que tus sueños se cumplan y tengas entonces que dejarme de querer.