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ESCUELA DE FILOSOFÍA
Preguntarse por el significado del lenguaje, esperando una respuesta que logre
delimitarlo, que logre dar una imagen nítida de qué nos referimos, sólo nos va a
conducir a un laberinto sin salida, o mejor aún, nos conducirá a darnos cuenta que
estamos perdidos en un laberinto ¿es posible estar perdido en un lugar sin salida?
Sin embargo, este laberinto puede recorrerse de muchas maneras, puede pintarse,
modificarse, y albergar dentro de sí, diversas formas de vida, de pensamiento, de
expresión. De igual forma es posible determinar criterios de validación del uso de
las palabras dentro de un juego de lenguaje específico. La significación del criterio
de validación no reside en la intención comunicativa del sujeto pensante, sino en la
corroboración del uso de la palabra, y una corroboración es, antes que nada, un
sistema de referencia, al cual acudimos no para consultar un significado, sino para
corroborar el modo de vida que representa el significado. Un modo de vida nunca
es privado, no hay lenguajes privados, el sujeto pensante se ve atrapado entre su
experiencia individualmente comprensible y la significación necesariamente social
de su experiencia, en otras palabras, el lenguaje es humano, demasiado humano.
Y bien podría preguntarse ¿qué es humano? Entonces no habría nada más que
hacer que reír o llorar, pues de algo perfectamente comprendido no hay nada por
decir.
El ser pensante se expresa lingüísticamente, desde esta afirmación se teje la
relación entre pensamiento- habla-expresiones del pensamiento. Pensar y hablar
no son la misma cosa, pero la imagen del pensamiento puede ser hablada, y a su
vez, puede pensarse el habla, una vez más, encontramos la riqueza de
posibilidades de los juegos del lenguaje. El habla es una expresión del pensamiento,
aunque no toda expresión del lenguaje sea necesariamente una expresión del
pensamiento, un ejemplo de ello es el grito; Desorientador paralelo: ¡El grito es una
expresión de dolor — la proposición, una expresión del pensamiento!
(Wittgenstein,1988)
Lo anterior lleva a considerar al lenguaje como el vehículo del pensamiento, con lo
que pareciera que son dos procesos distintos que se acompañan, aunque esto
implicaría que pudiesen darse por separado. En este punto, es posible observar a
un Wittgenstein que se aleja de su postura en el Tractatus acerca de la relación
entre lenguaje, mundo y pensamiento, no es aquí la estructura lógica aquello que
sostenga esta relación. El hecho de que pueda pensarse en distintos idiomas,
muestra que el pensamiento es anterior a su expresión, aunque no pueda ser
expresable este momento. Un ejemplo de ello es que, se pueda conversar con uno
mismo, prescindiendo de los órganos que posibilitan la expresión del pensamiento.
Sin embargo, saber esto no basta, de lo contrario, todas las personas se bastarían
hablándose a sí mismas, que como se ha demostrado en parágrafos anteriores,
terminaría en la consideración errónea de que puedan existir lenguajes privados.
Ahora bien, en este punto, puedo uno sospechar que la relación entre identidad y
diferencia nos proporciona claves para interpretar el funcionamiento del lenguaje y
su relación con el hombre. El ser pensante, por ejemplo, necesita de un criterio de
identificación de las cosas del mundo y del uso del lenguaje para referirse a estas
cosas (el lenguaje referencial, como se ha dicho anteriormente, es un juego más
dentro de la multiplicidad de juegos del lenguaje), y como ya hemos visto, esta
referenciación se logra a partir de la diferenciación de las cosas o de los elementos
de las mismas, arrojándonos a la concepción de que el aspecto normativo del
lenguaje (es decir, antiformalista) que nos permite fijar criterios de juicio de
correspondencia del uso de la palabra, se erige de la siguiente manera: los juegos
del lenguaje desde la diferenciación permiten la fijación de criterios de identificación,
reconocibles en las condiciones de la actividad humana significativa.
De esta manera, queda descartada la aseveración acerca de la estructura lógica
(principio de identidad) como el aspecto en el que se relaciona el pensamiento y el
lenguaje, puesto que al lenguaje se le escapa la vida misma, sin importar que no
sea posible hablar de la vida misma sin el lenguaje. La cuestión se trata pues, de
describir la pesadilla y no de salir de ella. El carácter evidentemente fenomenológico
del lenguaje es el criterio lingüístico mismo, la norma se reconoce para permitir el
juego, no para delimitarlo, y en ningún caso, para no permitir cambios en el juego,
sino para saber qué cambios corresponden a qué juegos.
Sucede aquí entonces que nuestro pensamiento nos juega una mala pasada.
Esto es, queremos citar la ley del tercio excluso y decir: «O bien una tal figura
le viene a las mientes o no; ¡no hay una tercera posibilidad!» — Topamos
también con este extraño argumento en otros dominios de la filosofía. «En el
desarrollo infinito de π ο bien ocurre el grupo «7777» o no — no hay una
tercera posibilidad.» Es decir: Dios lo ve — pero nosotros no lo sabemos.
¿Pero qué significa esto? — Usamos una figura; la figura de una serie visible
que uno ve sinópticamente y otro no. La ley del tercio excluso dice aquí: Tiene
que o bien parecer así o así. Así pues, realmente— y esto es bien evidente
— no dice nada en absoluto, sino que nos da una figura. Y el problema debe
será hora: si la realidad concuerda o no con la figura. Y esta figura parece
ahora determinar lo que hemos de hacer, cómo y qué hemos de buscar —
pero no lo hace porque precisamente no sabemos cómo puede aplicarse.
Cuando decimos aquí «No hay una tercera posibilidad» o «¡Pero no hay una
tercera posibilidad!» — se expresa con ello que no podemos apartar la vista
de esta figura — que parece como si tuviera ya en sí misma que contener el
problema y su solución, mientras que por el contrario sentimos que no es así.
Similarmente, cuando se dice «¡O bien él tiene esta sensación o no la
tiene!»— nos viene a las mientes con ello ante todo una figura que ya parece
determinar inconfundiblemente el sentido del enunciado. «Sabes ahora de
qué se trata» — quisiera decirse. Y justamente esto es lo que él no sabe por
ello.(Wittgenstein,1988)
La regla existe a su vez para permitir cambios dentro del juego del lenguaje, y para
dictar las condiciones de juego para cada juego del lenguaje, para su identificación,
su modificación, su diferenciación y cada cosa posible dentro del juego del lenguaje,
de forma mimética a cómo sucede con las distintas normativas sociales que han
sufrido incontables cambios históricos, y no por esto se ha descartado una
normatividad social, aunque no esté dada en estos términos. La atención de quien
aborda este problema debe dirigirse, entonces, hacia el reconocimiento de las
condiciones de vida que determinan los usos de las palabras dentro de los juegos
del lenguaje, y de las normas que le son propias, es decir, hacia el estudio de la
aplicación de los criterios normativos de los juegos del lenguaje y su relación con
las condiciones que lo determinan y lo corroboran.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS