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En el editorial Desde la Fe, expuso que la CDMX es la “única entidad del país que
permite la intervención violenta, cruel y directa contra la vida de los no nacidos en
el vientre de su propia madre. Una década después, lo que pretendía ser una
política progresiva para la adecuada aplicación de medidas integrales e
informadas sobre la salud de las mujeres, queda muy lejos de sus propósitos,
exhibiendo el fracaso que revela lo que es: asesinatos de niños inocentes
disfrazados de falsos derechos, pues nadie tiene derecho a disponer de una vida
ajena a la suya, nadie tiene derecho a matar, máxime si la víctima es un niño
inocente e indefenso, como sucede en el aborto”.
La iglesia católica acusó que “los aborteros han apostado a lo más fácil: el uso de
la violencia y de la mentira para vender la mercancía del aborto como un falso
derecho de las mujeres, porque no lo es; la mujer puede tener derecho sobre su
cuerpo, pero el niño que lleva en su vientre no es su cuerpo, es una persona
autónoma; por eso, decidir asesinarlo es un crimen abominable, no un derecho”.
El aborto se penalizó por primera vez en México en 1871 y sólo habían dos causales
no punibles: la imprudencial y por peligro de muerte de la gestante. Éstas sólo eran
contempladas en la legislación federal, no en las estatales.
Antes de esa fecha las mujeres también abortaban (en este espacio no cuestiono si
las técnicas de aborto eran o no seguras), pero lo cierto es que en estos 146 años
se debilitaron los conocimientos de auto atención en el aborto y se favoreció el
ejercicio de poder sobre los cuerpos de quienes tenemos capacidad de gestar.
Múltiples instituciones religiosas, educativas, jurídicas y ciencias disciplinarias, que
hasta la fecha son legitimadas como las únicas generadoras de conocimiento
“científico”, intervienen en la administración de nuestros eventos reproductivos.