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Técnica de la neutralidad, o qué hago conmigo mismo

por Carolina Gianella ♠

Abstract

En Argentina, la formación del mediador apunta prioritariamente al nivel técnico, con


algunos fundamentos teóricos que lo sustentan, y son pocas las experiencias de formación
en las que nos hemos encontrado, mínimamente, con una explicitación de la existencia del
nivel de los supuestos básicos. Cuando hablamos de supuestos básicos nos referimos al
conjunto de creencias, valores y modos de construir la experiencia que cada ser humano
posee y desde el cual lee la realidad. En este nivel ubicamos, por un lado, a la epistemología
que sustenta la teoría y la práctica de la mediación, que podemos diferenciarla en tanto,
dentro de los supuestos básicos, corresponde a un conjunto de ideas y creencias que puede
ser compartido por una comunidad científica; y por otro lado, al conjunto de creencias,
valores y modos de construir la experiencia de la realidad, que es personalísimo de cada ser
humano, y que, sin lugar a dudas, se cruza con la epistemología personal. La importancia de
distinguir estos niveles radica en que los tres participan en cualquier intervención que el
mediador lleve adelante, influyéndose, condicionándose y constriñéndose mutuamente.
Creemos que la pericia depende de cómo estos tres niveles se integran y pueden o no
modificarse para enriquecerse en su interjuego. Un supuesto básico, o un conjunto de ellos,
operando desde nuestra inconciencia, puede desplazar nuestros conocimientos teóricos y
nuestras habilidades técnicas, y por supuesto, generar efectos que no son los que
buscábamos. En la bibliografía propia de la mediación, el abordaje de estas cuestiones está
encuadrado dentro de los tratados acerca de la neutralidad, y en general desarrollan
enunciados sobre qué hay que hacer, pero no encontramos respuestas suficientes al cómo
hay que hacerlo. Esto es, encontramos diversas definiciones y discusiones acerca de la
neutralidad y otros conceptos vinculados, pero no encontramos respuestas acerca de qué
hacer con nosotros mismos para lograr la neutralidad, y tampoco acerca de por qué el
hecho de hacer concientes los supuestos básicos abre ventanas nuevas. En una búsqueda
de una técnica de la neutralidad, intentamos hacer un aporte: el mediador necesitará

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concientizar aquellos supuestos básicos personales que pueden, en cada caso particular,
poner en riesgo el despliegue del sistema valorativo y cognitivo de los disputantes, además
de distinguir las resonancias particulares que se generan con las partes, para determinar si es
necesario reestructurar internamente alguna construcción propia, de tal modo que los
afectos que ponga en juego resulten en facilitadores del proceso de cambio que las partes
desean.

Introducción

Durante el primer semestre de este año participé de un trabajo en equipo, haciendo clínicas
de casos. Adaptamos una metodología proveniente de la terapia familiar para realizar esta
tarea, que tiene como objetivo propiciar un proceso reflexivo por parte del mediador que
presenta su caso difícil, disponiendo la dinámica del equipo al servicio de esa reflexión.

De algún modo, esta metodología “protege” el proceso personal de reflexión, impidiendo


por su estructura misma -que se pone en juego a través de consignas de trabajo
previamente consensuadas y sostenidas por un coordinador- que el resto del equipo le
“indique” al mediador qué es lo que tendría que haber hecho, tendencia bastante frecuente
en este tipo de trabajo. El equipo sólo puede, y en determinada secuencia, dirigirle al
mediador preguntas abiertas que puedan ayudarlo a generar, como construcción propia y la
posible para él en ese momento, nuevas hipótesis, y de ahí nuevas intervenciones.

Si bien para nosotros no se trataba de una idea novedosa, nos vimos realmente
sorprendidos por los resultados. Todos los casos presentados eran casos de divorcio,
porque a esta temática está dirigido el servicio de mediación del que formábamos parte,
pero, por supuesto, recorrimos a través de estos casos difíciles, historias y construcciones
de la disputa tan diversas como personas participaban en ellos. Lo que nos sorprendió fue
la ocurrencia de un factor común a todas las dificultades que cada uno de nosotros, como
mediadores, planteamos al equipo: todas las reflexiones terminaron tocando lo que hemos
llamado nuestros supuestos básicos.

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Este concepto lo tomamos originalmente de Gregory Bateson (1997) y su idea de los
presupuestos presentes en cualquier construcción de conocimientos, científicos y no
científicos. Bateson plantea que “la ciencia, como el arte, la religión, el comercio, la guerra y
hasta el dormir, se basa en presupuestos”. Y continúa diciendo: "No obstante, [la ciencia]
difiere de la mayoría de las otras ramas de actividad humana en esto: no sólo los senderos
por los cuales discurre el pensamiento científico están determinados por los presupuestos
de los hombres de ciencia, sino que el objetivo de estos últimos es la comprobación y
revisión de los viejos presupuestos y la creación de otros nuevos”.

Desde este enunciado, Bateson desarrolla una lista, definida por él como limitada, de
ciertos presupuestos básicos que, desde su propuesta, deberían ser compartidos por “todos
los espíritus”, planteando a la vez el reconocimiento de una “falta de ciertas herramientas
del pensamiento” que se traducen en “la falta de conocimiento de los presupuestos, no sólo
de la ciencia, sino también de la vida cotidiana”.

Partiendo desde Bateson, revisamos y enriquecimos esta idea desde los aportes de autores
de la terapia familiar, de la negociación y de la mediación misma. Como primera definición,
entendemos por supuestos básicos el conjunto de creencias, valores y modos de construir
la experiencia que cada ser humano posee y desde el cual lee la realidad.

La experiencia de la que partimos nos planteó una serie de interrogantes, que intentamos
responder desde una investigación teórica que pudiera aportarnos algún mapa mental para
ordenar, explicar, y en definitiva, utilizar con eficacia un fenómeno que estaba presente en
nuestra práctica, y que en principio parecía inevitable.

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Desarrollo

Un caso

Vamos a tomar uno de muchos casos como ejemplo de la experiencia a la que nos estamos
refiriendo. Una de nosotras presentó un caso en el que se sentía realmente entrampada,
podríamos decir irracionalmente entrampada. Irracionalmente porque desde una primera
mirada los errores técnicos eran más que obvios. Primera cosa que resulta interesante. En
todos los casos surgieron errores técnicos y/o confusiones teóricas, que por el mismo
hecho de ser reconocidos por el mediador suponían un conocimiento tanto técnico como
teórico. A la vez, estos errores estaban vinculados a aspectos que en tantos otros casos
habían sido puestos en juego por el mediador sin dificultades, en definitiva, exitosamente.

En la mediación participaba una pareja recientemente separada, a quienes llamaremos


Esteban y Valeria, y la abogada de Esteban, a quien llamaremos Dra. Vázquez. A poco de
iniciado el discurso de apertura, la Dra. Vázquez interrumpió para discutir la voluntariedad
del mediador en el proceso, enunciando agresiva y amenazadoramente que ella era
mediadora y sabía que sólo las partes podían dar por terminado el proceso si el acuerdo no
era posible. El discurso de apertura se terminó de dar después de “negociar” con la Dra.
Vázquez al menos cuatro objeciones a las reglas de la mediación. Con una dudosa
aceptación del encuadre por parte de la Dra. Vázquez, el despliegue de la disputa comenzó.
Cuando le dimos la palabra a Esteban, la Dra. Vázquez, sin abandonar su tono agresivo y
amenazante, anunció que su cliente no hablaría, porque un delicado estado de salud le
impedía afrontar emociones fuertes. No vamos a analizar los detalles de la intervención y la
cadena de construcciones que posteriormente la mediadora pudo hacer conciente, desde las
cuales fue tomando sus decisiones para la conducción del proceso. A fin de simplificar el
relato, con estos elementos resultan obvias algunas variables: una parte no hablaba, su
abogada hablaba por ella, y por lo menos esta abogada no había legitimado ni el proceso ni
a la mediadora. Vamos al fin de la reunión: el proceso seguiría en un segundo encuentro, a
partir de un acuerdo provisorio que resultaba a todas luces dudoso.

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Lo primero que uno puede pensar es esta mediadora tendría que dedicarse a otra cosa. Era lo que
ella misma pensaba, pero ampliando la mirada, cinco años de ejercicio cotidiano de la
mediación, con más de mil reuniones de mediación realizadas, con un porcentaje de
acuerdos que se alineaba a las estadísticas del servicio, en fin, con una trayectoria en
principio aceptable, de algún modo daban la chance para pensar un poco más allá.

La presentación del caso al equipo estuvo impregnada de un fuerte sentimiento de angustia,


angustia que venía acompañando a la mediadora desde el momento del cierre de esa
primera reunión. Esta angustia estaba ligada a un sentimiento de riesgo, que se vinculaba a
su responsabilidad profesional, pero también a alguna otra cosa que no lograba definir, que
quedaba fuera de su conciencia.

Y vamos al final del fin: el recorrido de las construcciones que acompañaron durante esa
reunión su proceso de toma de decisiones constituyó algo sumamente parecido a una
sesión de terapia. La problemática que desplegaron Esteban y Valeria, la actitud de la Dra.
Vázquez y la relación que la mediadora construyó con ella, y la inserción de este caso en
determinado contexto institucional, se cruzaron y de algún modo se fundieron con otra
constelación, que pertenecía al mundo interno de la mediadora, en la que se articulaban
personajes y dinámicas de su familia de origen. En definitiva, la mediadora había puesto en
juego, inconcientemente, un aprendizaje que en su historia había resultado funcional, y que
podría resumirse, a esta altura con un poco de humor, del siguiente modo: “ante una
persona irracional y amenazante, y reconociendo que no vas a tener apoyo de otros, es una
regla de supervivencia seguirle la corriente hasta que puedas huir del campo”.

La vivencia que la mediadora pudo transmitir era indiscutiblemente la vivencia de un insight,


que abrió una ventana desde donde todo cobraba un lugar nuevo y una organización
diferente. A nivel de la mediación, las intervenciones posibles aparecieron sin dificultades,
el mapa era otro. A nivel personal, no nos quedaron dudas de que este proceso había
tenido un efecto terapéutico, en el sentido de que al recorrer reflexivamente el caso, la
mediadora trajo a un plano de conciencia un modo de operar propio, construido a lo largo
de su historia, que pudo transformarse en algunos nuevos modos posibles de arreglárselas

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con lo que ella construía como personas irracionales y amenazadoras, además de haber
podido poner en palabras cierta soledad sentida en relación a su pertenencia institucional.

Con dinámicas similares, recorrimos diversos y coloridos cruces de constelaciones: entre


mediadora-hija y partes-padres, que tenían que decidir si hablar de la muerte de un ser
querido era bueno o no; entre mediador-padre divorciado y parte-padre divorciado, que
estaban discutiendo si los padres divorciados debían o no ser generosos con sus aportes
alimentarios; entre mediadora-hija parental y partes-padres impotentes, que resultó en un
feliz encuentro que puso a la mediadora a hacerse cargo de las responsabilidades de los
padres; y tantas otras más.

La construcción teórica previa

Nos había sido útil, especialmente en la docencia de la mediación, distinguir tres niveles
que están presentes tanto en la práctica de la mediación (en realidad podemos sostener que
están presentes en cualquier práctica profesional), y por ende, deberían estarlo en la
formación del mediador: el nivel técnico, el nivel teórico y el nivel de los supuestos básicos.

Cuando aprendemos a ser mediadores aprendemos una teoría, o varias teorías, que hacen a
la construcción de esta práctica; mencionando algunas, aprendemos determinada teoría del
conflicto, de la comunicación, de la negociación, de la mediación misma y sus distintas
escuelas, y en función de nuestra práctica específica, alguna teoría acerca de la familia, de la
funcionalidad familiar, de las crisis familiares, y la misma teoría acerca del divorcio.
También aprendemos una técnica, es decir, cómo hacemos la mediación, entonces
aprendemos el proceso como una herramienta, las etapas del proceso (y esto dependerá de
la escuela a la que, a nivel teórico, hayamos adherido) y lo que con algún consenso se han
denominado herramientas, algo así como las técnicas más pequeñas, más simples, a través
de las cuales montamos y sostenemos la complejidad del proceso: preguntas en sus diversas
variantes, parafraseo, legitimaciones, reformulaciones, resúmenes, etcétera.

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En Argentina, la formación del mediador apunta prioritariamente al nivel técnico, con
algunos fundamentos teóricos que lo sustentan, y son pocas las experiencias de formación
en las que nos hemos encontrado, mínimamente, con una explicitación de la existencia del
nivel de los supuestos básicos. En este nivel ubicamos, por un lado, la epistemología que
sustenta la teoría y la práctica de la mediación, que podemos diferenciarla en tanto, dentro
de los supuestos básicos, corresponde a un conjunto de ideas y creencias que puede ser
compartido por una comunidad científica; y por otro lado, como decíamos previamente, el
conjunto de creencias, valores y modos de construir la experiencia de la realidad, que es
personalísimo de cada ser humano, y que, sin lugar a dudas, se cruza con la epistemología
personal.

La importancia de distinguir estos niveles radica en que los tres participan en cualquier
intervención que el mediador lleve adelante, influyéndose, condicionándose y
constriñéndose mutuamente. Creemos que la pericia depende de cómo estos tres niveles se
integran y pueden o no modificarse para enriquecerse en su interjuego.

Hemos llamado al nivel de los supuestos básicos NIVEL 0, al de la teoría NIVEL 1 y al de


la técnica NIVEL 2. Nos gusta hacer un pequeño juego para metaforizar posibles efectos
de sus interrelaciones. Podemos sostener que hay una diferencia obvia entre el 0 y el 1 y el
2. Sin ninguna pretensión aritmética, podemos decir que el 0 representa una nada, algo que
no hay, que no está, mientras el 1 y el 2 representan un algo, algo que hay, algo que está.
Sobre esta distinción, es interesante notar qué sucede en la interacción, esto es, si
multiplicamos una nada por un algo, un 0 por un 1 o un 2, el 1 o el 2 desaparecen. Es decir,
cuando interactúan, la nada borra lo que hay: 0 x 1 es igual a 0. Y esto es lo que sucede
cuando los supuestos básicos interactúan, en ciertas condiciones, con el nivel teórico y el
nivel técnico. De algún modo, los supuestos básicos aparecen como una nada, porque
habitualmente no somos conscientes de que ellos estén presentes, operando en la
construcción de la realidad que cada uno de nosotros realiza y a partir de la cual interactúa
con los otros, y desde esta “nada”, nada ante la percepción normal, la de la vida cotidiana,
generan efectos.

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Específicamente en la práctica de la mediación, un supuesto básico, o un conjunto de ellos,
operando desde nuestra inconsciencia, como mediadores en una mediación, puede
desplazar nuestros conocimientos teóricos y nuestras habilidades técnicas, y por supuesto,
generar efectos que no son los que buscábamos.

Volviendo a la experiencia con la que empezamos el relato, las dificultades que cada uno de
nosotros presentaba en sus casos no podían ser satisfactoriamente explicadas por las fallas
técnicas o las confusiones o errores teóricos. A veces aparecían reflexiones que tenían que
ver con cosas como “bueno, podría haber trabajado en reuniones privadas”, o “me doy
cuenta de que salté a trabajar opciones cuando todavía no había logrado una exploración
suficiente de los intereses en juego”, o, en otros casos, “veo que en definitiva no tenía
encuadre, el dispositivo no estaba consensuado, y en definitiva me quedé trabajando en un
caso que no parecía mediable”. Más cercano a lo teórico, en algún caso alguien dijo “estuve
trabajando sobre una hipótesis de una etapa de predivorcio, cuando en realidad parece más
adecuada la de una crisis de ciclo vital”.

Resulta claro que ninguno de nosotros estaba aprendiendo en ese momento ni la teoría ni
la técnica que citábamos. De hecho, tales reflexiones suponían ese conocimiento, que
además, lo habíamos aplicado adecuadamente en muchos otros casos. La pregunta era por
qué en ese caso, con esa familia o esa pareja, este mediador no podía aplicar exitosamente
ese conocimiento teórico y técnico. Ahí estaban operando supuestos básicos. Y la maravilla
era darnos cuenta de que al hacerlos concientes se modificaba nuestra visión de las partes,
de su disputa y de nosotros mismos en relación a ellos.

Aportes de la terapia familiar

Esta experiencia nos condujo a ampliar una base teórica que nos permitiera responder
nuestras preguntas.

En términos generales, la bibliografía propia de la mediación no nos dio suficientes


respuestas. En general, el abordaje de estas cuestiones están encuadradas dentro de los

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tratados acerca de la neutralidad, y en general desarrollan enunciados sobre qué hay que
hacer, pero no encontramos respuestas suficientes al cómo hay que hacerlo. Esto es,
encontramos diversas definiciones y discusiones acerca de la neutralidad, y conceptos
vinculados como la equidistancia, la imparcialidad y la multiparcialidad, pero no
encontramos respuestas acerca de qué hacer con nosotros mismos para lograr la
neutralidad, y tampoco acerca de por qué el hecho de hacer concientes los supuestos
básicos, mágicamente (y sabemos que la magia tiene estructura), abre ventanas nuevas.

La terapia familiar se viene ocupando de la autorreferencia desde hace algunas décadas, el


fenómeno por cual el observador se vuelve parte de lo observado, al integrar con lo
observado un sistema que genera en su devenir sus propias reglas.

En estos desarrollos teóricos encontramos algunas construcciones que nos otorgaron un


mapa nuevo. Especialmente tres autores nos describieron nuestra experiencia, aportando
explicaciones y posibles utilizaciones de este fenómeno, que, siguiendo a uno de ellos,
Mony Elkaïm, elegimos llamar resonancias.

Tanto Gianfranco Cecchin como Elkaïm coinciden en que estas resonancias forman parte
de la tarea terapéutica, la que consideramos traspolable sin dificultades a la tarea de la
mediación, en tanto ambas se constituyen como procesos conversacionales en los que una
familia y un operador externo se encuentran para buscar un cambio deseado.

Vamos a compartir algunas breves citas que sintetizan sus desarrollos. Por un lado,
Gianfranco Cecchin (1994), sostiene que el terapeuta no puede dejar de reaccionar ante una
familia y que su reacción puede ser “absolutamente interesante” a los fines de la
construcción del proceso terapéutico. Por otro lado, Elkaïm plantea que “lo que se ve” en
la interacción de una familia en una sesión de terapia “... difiere frecuentemente según las
personas y suele remitir a una sensibilidad particular del terapeuta hacia el acontecimiento
por él señalado”. Y siguiendo una misma línea con Cecchin, Elkaïm (1994) también destaca
como “lo interesante” un aspecto más: “... parece que nace como sentimiento en un
terapeuta durante una terapia no solamente algo que está ligado a él, sino, además algo que
está ligado también a los pacientes o a la familia que tiene frente a sí. Lo que nace en el

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terapeuta está ligado a él pero no es reductible a él. ... Parecería que el sentimiento que nace
en el terapeuta no tiene solamente un sentido y una función en su economía personal, sino
también en la economía del sistema terapéutico donde este sentimiento aparece”.

Avanzando sobre estas descripciones, ambos autores plantean la utilización de estas


resonancias en el mismo proceso terapéutico. Cecchin relata una experiencia que nos
resultó interesante para nosotros, en tanto nos resonó como algo que también nos sucede
entre mediadores: cuenta que en un principio, le pedían a los terapeutas en formación que
fueran neutros, lo que no resultaba una intervención eficaz. Dice Cecchin” ... queríamos
enseñarles a ser distintos de lo que son”. La mirada reflexiva acerca del sistema mismo de
formación los condujo a un nuevo movimiento: “... En lugar de decir al estudiante: cambie
de actitud, sea neutro, no sea servicial, nos preguntamos ¿por qué no utilizar la reacción del
terapeuta y volverla terapéutica?... Ante determinada familia, determinada persona se vuelve
útil, ante otra familia esta misma persona se vuelve punitiva. ¿Cómo podemos utilizar esta
reacción para llevarla de nuevo a la conversación terapéutica?”.

En el siguiente párrafo citamos la mirada de Elkaïm: “... Si el terapeuta se contenta con


seguir los sentimientos que nacen en él, sin analizarlos, corre el riesgo de reforzar las
construcciones del mundo de los miembros de la familia, así como las suyas propias. ... El
terapeuta deberá analizar primero la utilidad de lo que siente con relación a su propia
historia, antes de verificar su pertenencia con respecto a las reglas del sistema familiar con
que tiene que vérselas. Si resulta que lo que el terapeuta ha vivido es importante también
para los miembros de la familia, descubre entonces el puente único y singular que lo liga a
esta familia en este momento preciso de la psicoterapia”. Y en otro artículo (1994a),
continúa esta línea planteando: “¿Cómo puedes ayudarlo [al terapeuta] a utilizarse en esta
tarea privilegiada, a utilizar ese puente único específico y singular entre él y los miembros
de esa familia para crear algo original en el sistema terapéutico al que está perteneciendo?
¿Cómo puedes ayudarlo a no construir un sistema terapéutico que va a bloquear la
evolución de la familia y del terapeuta, sino más bien a articular sus singularidades con las
del sistema terapéutico para crear un proceso que extenderá el campo de lo posible?

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Hasta aquí las citas en relación a este aspecto. Sigamos a un tercer autor, Humberto
Maturana (1994), esta vez en relación a los efectos de la concientización de los supuestos.
Maturana plantea que todo lo que sucede en la terapia, y seguimos traspolando ideas a la
mediación, “… ocurre en los cambios fisiológicos (cambios en el cuerpo) que sobrevienen
a la vez en el terapeuta y en el cliente cuando se entremezclan en ellos lenguaje y emociones
durante sus conversaciones repetidas”. En este sentido, plantea que el sufrimiento humano
es una manifestación de las dinámicas fisiológicas que ocurren en el dominio
conversacional en el que nos insertamos, y que por ende, nace y desaparece en las
conversaciones. Y aquí marca una diferencia, que es importante para nuestra búsqueda: “...
si estamos ciegos a lo que hacemos, las dinámicas de nuestro cuerpo van en un sentido,
como en el caso del hombre que tiene una lesión occipital y que desarrolla una parálisis; si
tomamos conciencia de lo que hacemos y vemos lo que hacemos en el espacio de nuestra
acción, nuestra fisiología se modifica, algo diferente nos ocurre y, mientras que eso nos
ocurre, nuestra parálisis puede desaparecer.... La conciencia cambia nuestras vidas como
cambia nuestro cuerpo gracias a la implicación fisiológica de nuestra utilización del
lenguaje... “. Y un aporte más sobre la dinámica de la autoconciencia: fisiológicamente,
cada movimiento, cada acción, va acompañada de su inhibición, y por otra parte, cada vez
que prestamos atención a lo que hacemos inhibimos nuestro acto, fenómeno ligado a la
fisiología del sistema nervioso. Pone un ejemplo de la vida cotidiana: “Esto resulta
singularmente visible cuando estamos en el coche de otro y nos ponemos a hacer
comentarios sobre su manera de conducir: la conducción del conductor se resiente de
inmediato. ... el mismo fenómeno sucede en terapia: sólo que no vemos con tanta claridad
que uno de los elementos de su éxito es la inhibición del apego del cliente a las emociones
que constituyen su sufrimiento por su atención o sus actos en sus emociones”.

Conclusión

Integraciones

Este recorrido teórico nos ha permitido ensayar algunas respuestas, que constituyen nuestra
propuesta.

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La dinámica conversacional de la mediación supone, en todos los casos, la emergencia de
resonancias entre el mediador y las partes, que surgen desde creencias y modos de construir
la experiencia que cada ser humano posee y desde el cual lee la realidad. Tanto estas
creencias y estos modos son particulares y únicos de cada ser humano, y por ende las
resonancias que surjan en cada proceso de mediación también lo serán, y dependerán de un
encuentro entre personas únicas, partes y mediador.

Constituye parte de la tarea del mediador el desarrollar herramientas del pensamiento que le
permitan hacer conscientes resonancias y supuestos que se ponen en juego en cada caso,
para determinar si su emergencia está facilitando u obstaculizando el proceso de cambio
buscado, y de este modo, utilizarlos en la mediación, bien sosteniéndolos como útiles, o
bien discutiéndolos para posibilitar nuevas miradas.

El mismo acto de hacerlos conscientes resulta en una inhibición del modo en que estaban
operando desde la inconsciencia, y desde ahí se hace posible su utilización con un objetivo
determinado. Podemos pensar que este operar desde la inconsciencia, en determinados
casos implica un corrimiento del conocimiento teórico y/o técnico, al servicio de un
supuesto básico del mediador. De algún modo, como si en la economía psíquica del
mediador resultara vital sostener determinada creencia o modo de construir la realidad, que
al entrar en conflicto con la buena técnica o la correcta utilización de teoría en la
construcción de hipótesis, inconscientemente cobrara prevalencia sobre estas últimas.
Modificar un supuesto básico implica modificarse uno mismo.

Aréchaga, Brandoni y Finkelstein (2004) dicen en relación a la neutralidad: “... el mediador


... dará lugar al sistema valorativo y cognitivo de los disputantes. Se abstendrá de poner en
juego sus afectos, simpatías y antipatías, que lo comprometan en el enfrentamiento...”.
Intentamos hacer un aporte más en relación a la técnica de la neutralidad: el mediador
necesitará comprender desde dónde corre el riesgo de impedir que ese sistema valorativo y
cognitivo de los disputantes encuentren un lugar en la mediación, y qué es lo que debe
reestructurar internamente para que los afectos que ponga en juego resulten en facilitadores
del proceso de cambio que las partes desean.

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Esto implica la necesidad de generar herramientas técnicas que viabilicen el proceso
reflexivo en el mediador. En la experiencia hemos encontrado tres vías posibles: la
autorreflexión, la discusión de casos en equipo que favorezca la autorreflexión, y la
supervisión.

Y sólo a modo experimental, la revisión teórica también nos permite proponer una
herramienta más, que sigue a la autoconciencia: la posibilidad, en determinadas
constelaciones, de utilizar la resonancia incluyéndola como contenido de la conversación
con las partes. Esto es, la posibilidad técnica de devolver a las partes la propia reacción
como pivote que conduzca en la conversación a otro nivel de interrelación: a mí, como
mediador, me sucede, en la relación con Uds., algo particular, no puedo resolver
internamente si puede ser bueno que hablemos de la muerte de María o no, si puede hacer
bien hablar de la muerte o es mejor guardar silencio, y creo que puede ser útil que esto lo
discutamos. Esto es, parafraseando a Cecchin, devolver la reacción a la conversación de la
mediación.

Para cerrar, como nunca antes se nos ha hecho patente la implicación que supone nuestra
tarea: el mediador pone su cuerpo a jugar en el devenir emocional de una conversación, al
servicio del proceso de las partes, y necesariamente en ese juego se ve modificado. Al
menos en parte, de esa disposición depende su eficacia.

Referencias bibliográficas

Aréchaga, P., Brandoni, F. y Finkelstein, A.. Acerca de la clínica de mediación. Relato


de casos. Buenos Aires, Librería Histórica, 2004.
Bateson, Gregory. Espíritu y naturaleza. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1997 (2ª
edición en castellano).
Cecchin, Gianfranco. “Sistemas terapéuticos y terapeutas“, en AAVV Elkaïm, Mony
(comp.), La terapia familiar en transformación, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1994.
Elkaïm, Mony. “Autorreferencias, intersecciones y ensambles”, en AAVV Elkaïm, Mony
(comp.), La terapia familiar en transformación, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1994.

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Elkaïm, Mony. “Notas sobre la autorreferencia y la terapia familiar”, en AAVV Elkaïm,
Mony (comp.), La terapia familiar en transformación, Buenos Aires, Editorial Paidós,
1994a.
Maturana, Humberto. “Observar la observación”, en AAVV Elkaïm, Mony (comp..) La
terapia familiar en transformación, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1994.

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