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Abstract
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concientizar aquellos supuestos básicos personales que pueden, en cada caso particular,
poner en riesgo el despliegue del sistema valorativo y cognitivo de los disputantes, además
de distinguir las resonancias particulares que se generan con las partes, para determinar si es
necesario reestructurar internamente alguna construcción propia, de tal modo que los
afectos que ponga en juego resulten en facilitadores del proceso de cambio que las partes
desean.
Introducción
Durante el primer semestre de este año participé de un trabajo en equipo, haciendo clínicas
de casos. Adaptamos una metodología proveniente de la terapia familiar para realizar esta
tarea, que tiene como objetivo propiciar un proceso reflexivo por parte del mediador que
presenta su caso difícil, disponiendo la dinámica del equipo al servicio de esa reflexión.
Si bien para nosotros no se trataba de una idea novedosa, nos vimos realmente
sorprendidos por los resultados. Todos los casos presentados eran casos de divorcio,
porque a esta temática está dirigido el servicio de mediación del que formábamos parte,
pero, por supuesto, recorrimos a través de estos casos difíciles, historias y construcciones
de la disputa tan diversas como personas participaban en ellos. Lo que nos sorprendió fue
la ocurrencia de un factor común a todas las dificultades que cada uno de nosotros, como
mediadores, planteamos al equipo: todas las reflexiones terminaron tocando lo que hemos
llamado nuestros supuestos básicos.
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Este concepto lo tomamos originalmente de Gregory Bateson (1997) y su idea de los
presupuestos presentes en cualquier construcción de conocimientos, científicos y no
científicos. Bateson plantea que “la ciencia, como el arte, la religión, el comercio, la guerra y
hasta el dormir, se basa en presupuestos”. Y continúa diciendo: "No obstante, [la ciencia]
difiere de la mayoría de las otras ramas de actividad humana en esto: no sólo los senderos
por los cuales discurre el pensamiento científico están determinados por los presupuestos
de los hombres de ciencia, sino que el objetivo de estos últimos es la comprobación y
revisión de los viejos presupuestos y la creación de otros nuevos”.
Desde este enunciado, Bateson desarrolla una lista, definida por él como limitada, de
ciertos presupuestos básicos que, desde su propuesta, deberían ser compartidos por “todos
los espíritus”, planteando a la vez el reconocimiento de una “falta de ciertas herramientas
del pensamiento” que se traducen en “la falta de conocimiento de los presupuestos, no sólo
de la ciencia, sino también de la vida cotidiana”.
Partiendo desde Bateson, revisamos y enriquecimos esta idea desde los aportes de autores
de la terapia familiar, de la negociación y de la mediación misma. Como primera definición,
entendemos por supuestos básicos el conjunto de creencias, valores y modos de construir
la experiencia que cada ser humano posee y desde el cual lee la realidad.
La experiencia de la que partimos nos planteó una serie de interrogantes, que intentamos
responder desde una investigación teórica que pudiera aportarnos algún mapa mental para
ordenar, explicar, y en definitiva, utilizar con eficacia un fenómeno que estaba presente en
nuestra práctica, y que en principio parecía inevitable.
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Desarrollo
Un caso
Vamos a tomar uno de muchos casos como ejemplo de la experiencia a la que nos estamos
refiriendo. Una de nosotras presentó un caso en el que se sentía realmente entrampada,
podríamos decir irracionalmente entrampada. Irracionalmente porque desde una primera
mirada los errores técnicos eran más que obvios. Primera cosa que resulta interesante. En
todos los casos surgieron errores técnicos y/o confusiones teóricas, que por el mismo
hecho de ser reconocidos por el mediador suponían un conocimiento tanto técnico como
teórico. A la vez, estos errores estaban vinculados a aspectos que en tantos otros casos
habían sido puestos en juego por el mediador sin dificultades, en definitiva, exitosamente.
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Lo primero que uno puede pensar es esta mediadora tendría que dedicarse a otra cosa. Era lo que
ella misma pensaba, pero ampliando la mirada, cinco años de ejercicio cotidiano de la
mediación, con más de mil reuniones de mediación realizadas, con un porcentaje de
acuerdos que se alineaba a las estadísticas del servicio, en fin, con una trayectoria en
principio aceptable, de algún modo daban la chance para pensar un poco más allá.
Y vamos al final del fin: el recorrido de las construcciones que acompañaron durante esa
reunión su proceso de toma de decisiones constituyó algo sumamente parecido a una
sesión de terapia. La problemática que desplegaron Esteban y Valeria, la actitud de la Dra.
Vázquez y la relación que la mediadora construyó con ella, y la inserción de este caso en
determinado contexto institucional, se cruzaron y de algún modo se fundieron con otra
constelación, que pertenecía al mundo interno de la mediadora, en la que se articulaban
personajes y dinámicas de su familia de origen. En definitiva, la mediadora había puesto en
juego, inconcientemente, un aprendizaje que en su historia había resultado funcional, y que
podría resumirse, a esta altura con un poco de humor, del siguiente modo: “ante una
persona irracional y amenazante, y reconociendo que no vas a tener apoyo de otros, es una
regla de supervivencia seguirle la corriente hasta que puedas huir del campo”.
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con lo que ella construía como personas irracionales y amenazadoras, además de haber
podido poner en palabras cierta soledad sentida en relación a su pertenencia institucional.
Nos había sido útil, especialmente en la docencia de la mediación, distinguir tres niveles
que están presentes tanto en la práctica de la mediación (en realidad podemos sostener que
están presentes en cualquier práctica profesional), y por ende, deberían estarlo en la
formación del mediador: el nivel técnico, el nivel teórico y el nivel de los supuestos básicos.
Cuando aprendemos a ser mediadores aprendemos una teoría, o varias teorías, que hacen a
la construcción de esta práctica; mencionando algunas, aprendemos determinada teoría del
conflicto, de la comunicación, de la negociación, de la mediación misma y sus distintas
escuelas, y en función de nuestra práctica específica, alguna teoría acerca de la familia, de la
funcionalidad familiar, de las crisis familiares, y la misma teoría acerca del divorcio.
También aprendemos una técnica, es decir, cómo hacemos la mediación, entonces
aprendemos el proceso como una herramienta, las etapas del proceso (y esto dependerá de
la escuela a la que, a nivel teórico, hayamos adherido) y lo que con algún consenso se han
denominado herramientas, algo así como las técnicas más pequeñas, más simples, a través
de las cuales montamos y sostenemos la complejidad del proceso: preguntas en sus diversas
variantes, parafraseo, legitimaciones, reformulaciones, resúmenes, etcétera.
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En Argentina, la formación del mediador apunta prioritariamente al nivel técnico, con
algunos fundamentos teóricos que lo sustentan, y son pocas las experiencias de formación
en las que nos hemos encontrado, mínimamente, con una explicitación de la existencia del
nivel de los supuestos básicos. En este nivel ubicamos, por un lado, la epistemología que
sustenta la teoría y la práctica de la mediación, que podemos diferenciarla en tanto, dentro
de los supuestos básicos, corresponde a un conjunto de ideas y creencias que puede ser
compartido por una comunidad científica; y por otro lado, como decíamos previamente, el
conjunto de creencias, valores y modos de construir la experiencia de la realidad, que es
personalísimo de cada ser humano, y que, sin lugar a dudas, se cruza con la epistemología
personal.
La importancia de distinguir estos niveles radica en que los tres participan en cualquier
intervención que el mediador lleve adelante, influyéndose, condicionándose y
constriñéndose mutuamente. Creemos que la pericia depende de cómo estos tres niveles se
integran y pueden o no modificarse para enriquecerse en su interjuego.
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Específicamente en la práctica de la mediación, un supuesto básico, o un conjunto de ellos,
operando desde nuestra inconsciencia, como mediadores en una mediación, puede
desplazar nuestros conocimientos teóricos y nuestras habilidades técnicas, y por supuesto,
generar efectos que no son los que buscábamos.
Volviendo a la experiencia con la que empezamos el relato, las dificultades que cada uno de
nosotros presentaba en sus casos no podían ser satisfactoriamente explicadas por las fallas
técnicas o las confusiones o errores teóricos. A veces aparecían reflexiones que tenían que
ver con cosas como “bueno, podría haber trabajado en reuniones privadas”, o “me doy
cuenta de que salté a trabajar opciones cuando todavía no había logrado una exploración
suficiente de los intereses en juego”, o, en otros casos, “veo que en definitiva no tenía
encuadre, el dispositivo no estaba consensuado, y en definitiva me quedé trabajando en un
caso que no parecía mediable”. Más cercano a lo teórico, en algún caso alguien dijo “estuve
trabajando sobre una hipótesis de una etapa de predivorcio, cuando en realidad parece más
adecuada la de una crisis de ciclo vital”.
Resulta claro que ninguno de nosotros estaba aprendiendo en ese momento ni la teoría ni
la técnica que citábamos. De hecho, tales reflexiones suponían ese conocimiento, que
además, lo habíamos aplicado adecuadamente en muchos otros casos. La pregunta era por
qué en ese caso, con esa familia o esa pareja, este mediador no podía aplicar exitosamente
ese conocimiento teórico y técnico. Ahí estaban operando supuestos básicos. Y la maravilla
era darnos cuenta de que al hacerlos concientes se modificaba nuestra visión de las partes,
de su disputa y de nosotros mismos en relación a ellos.
Esta experiencia nos condujo a ampliar una base teórica que nos permitiera responder
nuestras preguntas.
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tratados acerca de la neutralidad, y en general desarrollan enunciados sobre qué hay que
hacer, pero no encontramos respuestas suficientes al cómo hay que hacerlo. Esto es,
encontramos diversas definiciones y discusiones acerca de la neutralidad, y conceptos
vinculados como la equidistancia, la imparcialidad y la multiparcialidad, pero no
encontramos respuestas acerca de qué hacer con nosotros mismos para lograr la
neutralidad, y tampoco acerca de por qué el hecho de hacer concientes los supuestos
básicos, mágicamente (y sabemos que la magia tiene estructura), abre ventanas nuevas.
Tanto Gianfranco Cecchin como Elkaïm coinciden en que estas resonancias forman parte
de la tarea terapéutica, la que consideramos traspolable sin dificultades a la tarea de la
mediación, en tanto ambas se constituyen como procesos conversacionales en los que una
familia y un operador externo se encuentran para buscar un cambio deseado.
Vamos a compartir algunas breves citas que sintetizan sus desarrollos. Por un lado,
Gianfranco Cecchin (1994), sostiene que el terapeuta no puede dejar de reaccionar ante una
familia y que su reacción puede ser “absolutamente interesante” a los fines de la
construcción del proceso terapéutico. Por otro lado, Elkaïm plantea que “lo que se ve” en
la interacción de una familia en una sesión de terapia “... difiere frecuentemente según las
personas y suele remitir a una sensibilidad particular del terapeuta hacia el acontecimiento
por él señalado”. Y siguiendo una misma línea con Cecchin, Elkaïm (1994) también destaca
como “lo interesante” un aspecto más: “... parece que nace como sentimiento en un
terapeuta durante una terapia no solamente algo que está ligado a él, sino, además algo que
está ligado también a los pacientes o a la familia que tiene frente a sí. Lo que nace en el
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terapeuta está ligado a él pero no es reductible a él. ... Parecería que el sentimiento que nace
en el terapeuta no tiene solamente un sentido y una función en su economía personal, sino
también en la economía del sistema terapéutico donde este sentimiento aparece”.
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Hasta aquí las citas en relación a este aspecto. Sigamos a un tercer autor, Humberto
Maturana (1994), esta vez en relación a los efectos de la concientización de los supuestos.
Maturana plantea que todo lo que sucede en la terapia, y seguimos traspolando ideas a la
mediación, “… ocurre en los cambios fisiológicos (cambios en el cuerpo) que sobrevienen
a la vez en el terapeuta y en el cliente cuando se entremezclan en ellos lenguaje y emociones
durante sus conversaciones repetidas”. En este sentido, plantea que el sufrimiento humano
es una manifestación de las dinámicas fisiológicas que ocurren en el dominio
conversacional en el que nos insertamos, y que por ende, nace y desaparece en las
conversaciones. Y aquí marca una diferencia, que es importante para nuestra búsqueda: “...
si estamos ciegos a lo que hacemos, las dinámicas de nuestro cuerpo van en un sentido,
como en el caso del hombre que tiene una lesión occipital y que desarrolla una parálisis; si
tomamos conciencia de lo que hacemos y vemos lo que hacemos en el espacio de nuestra
acción, nuestra fisiología se modifica, algo diferente nos ocurre y, mientras que eso nos
ocurre, nuestra parálisis puede desaparecer.... La conciencia cambia nuestras vidas como
cambia nuestro cuerpo gracias a la implicación fisiológica de nuestra utilización del
lenguaje... “. Y un aporte más sobre la dinámica de la autoconciencia: fisiológicamente,
cada movimiento, cada acción, va acompañada de su inhibición, y por otra parte, cada vez
que prestamos atención a lo que hacemos inhibimos nuestro acto, fenómeno ligado a la
fisiología del sistema nervioso. Pone un ejemplo de la vida cotidiana: “Esto resulta
singularmente visible cuando estamos en el coche de otro y nos ponemos a hacer
comentarios sobre su manera de conducir: la conducción del conductor se resiente de
inmediato. ... el mismo fenómeno sucede en terapia: sólo que no vemos con tanta claridad
que uno de los elementos de su éxito es la inhibición del apego del cliente a las emociones
que constituyen su sufrimiento por su atención o sus actos en sus emociones”.
Conclusión
Integraciones
Este recorrido teórico nos ha permitido ensayar algunas respuestas, que constituyen nuestra
propuesta.
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La dinámica conversacional de la mediación supone, en todos los casos, la emergencia de
resonancias entre el mediador y las partes, que surgen desde creencias y modos de construir
la experiencia que cada ser humano posee y desde el cual lee la realidad. Tanto estas
creencias y estos modos son particulares y únicos de cada ser humano, y por ende las
resonancias que surjan en cada proceso de mediación también lo serán, y dependerán de un
encuentro entre personas únicas, partes y mediador.
Constituye parte de la tarea del mediador el desarrollar herramientas del pensamiento que le
permitan hacer conscientes resonancias y supuestos que se ponen en juego en cada caso,
para determinar si su emergencia está facilitando u obstaculizando el proceso de cambio
buscado, y de este modo, utilizarlos en la mediación, bien sosteniéndolos como útiles, o
bien discutiéndolos para posibilitar nuevas miradas.
El mismo acto de hacerlos conscientes resulta en una inhibición del modo en que estaban
operando desde la inconsciencia, y desde ahí se hace posible su utilización con un objetivo
determinado. Podemos pensar que este operar desde la inconsciencia, en determinados
casos implica un corrimiento del conocimiento teórico y/o técnico, al servicio de un
supuesto básico del mediador. De algún modo, como si en la economía psíquica del
mediador resultara vital sostener determinada creencia o modo de construir la realidad, que
al entrar en conflicto con la buena técnica o la correcta utilización de teoría en la
construcción de hipótesis, inconscientemente cobrara prevalencia sobre estas últimas.
Modificar un supuesto básico implica modificarse uno mismo.
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Esto implica la necesidad de generar herramientas técnicas que viabilicen el proceso
reflexivo en el mediador. En la experiencia hemos encontrado tres vías posibles: la
autorreflexión, la discusión de casos en equipo que favorezca la autorreflexión, y la
supervisión.
Y sólo a modo experimental, la revisión teórica también nos permite proponer una
herramienta más, que sigue a la autoconciencia: la posibilidad, en determinadas
constelaciones, de utilizar la resonancia incluyéndola como contenido de la conversación
con las partes. Esto es, la posibilidad técnica de devolver a las partes la propia reacción
como pivote que conduzca en la conversación a otro nivel de interrelación: a mí, como
mediador, me sucede, en la relación con Uds., algo particular, no puedo resolver
internamente si puede ser bueno que hablemos de la muerte de María o no, si puede hacer
bien hablar de la muerte o es mejor guardar silencio, y creo que puede ser útil que esto lo
discutamos. Esto es, parafraseando a Cecchin, devolver la reacción a la conversación de la
mediación.
Para cerrar, como nunca antes se nos ha hecho patente la implicación que supone nuestra
tarea: el mediador pone su cuerpo a jugar en el devenir emocional de una conversación, al
servicio del proceso de las partes, y necesariamente en ese juego se ve modificado. Al
menos en parte, de esa disposición depende su eficacia.
Referencias bibliográficas
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Elkaïm, Mony. “Notas sobre la autorreferencia y la terapia familiar”, en AAVV Elkaïm,
Mony (comp.), La terapia familiar en transformación, Buenos Aires, Editorial Paidós,
1994a.
Maturana, Humberto. “Observar la observación”, en AAVV Elkaïm, Mony (comp..) La
terapia familiar en transformación, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1994.
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