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Las implicaciones de decisión sobre límite entre Colombia

y Nicaragua
Por: REDACCIÓN EL TIEMPO | 9:54 p.m. | 19 de Noviembre del 2012

eltiempo.com

Carlos Enrique Arévalo, presidente de la Academia Colombiana de Derecho


Internacional, explica el fallo histórico de la Corte Internacional de Justicia.

A pesar de su sentencia, CIJ consideró válido tratado de 1928. ¿Qué más se


decidió?

Con su fallo de este lunes, la Corte Internacional de Justicia modificó los límites del
mar territorial colombiano en el Caribe y, al tiempo que confirmó la soberanía sobre
los siete cayos que rodean a San Andrés, Providencia y Santa Catalina, le entregó
a Nicaragua una amplia porción marítima.

Se trató de un hecho sin precedentes, que sorprendió a muchos, pues estableció la


línea de delimitación marítima al oriente del meridiano 82.
Además, a pesar de que reconoció la soberanía colombiana sobre todas las
formaciones del archipiélago -es decir, las tres islas principales y los cayos
Serranilla, Bajo Nuevo, Quitasueño, Serrana, Roncador, Este Sudeste y
Albuquerque-, le entregó a Nicaragua aguas que se encuentran al oriente de dicho
meridiano.

El asunto llamó la atención debido a que en el 2007 la CIJ determinó (y este lunes lo
ratificó) que el Tratado Esguerra-Bárcenas (1928), en el cual se estipuló que el
archipiélago es colombiano, era válido.

Si bien la Corte dejó sin piso la pretensión de Nicaragua de apoderarse de todo el


archipiélago de San Andrés y fijar la línea de delimitación marítima muy cerca de
Cartagena, la apuesta del país centroamericano funcionó, pues ganó mar en el
Caribe, en detrimento de Colombia.

"La Corte considera que se ha conseguido un resultado equitativo continuando la


línea de delimitación de los paralelos hasta la latitud de 200 millas náuticas desde
la costa de Nicaragua", señaló uno de los apartes del fallo, leído por el presidente
de la CIJ, Peter Tomka.

De conformidad con la decisión de la Corte, Nicaragua ganó aguas al norte del cayo
Roncador y la isla de Providencia, y al sur de los cayos de Albuquerque y Este
Sudeste. Esa determinación dejó enclavados en ese nuevo territorio nicaragüense
a los cayos colombianos Quitasueño y Serrana.

A su alrededor, estas formaciones insulares tendrán un área de 12 millas náuticas,


que pertenecen a Colombia.

En su decisión, la Corte Internacional de Justicia le reconoció a Nicaragua aspectos


de carácter territorial que no estaban contemplados en el tratado Esguerra-
Bárcenas, ya que en el momento en que se firmó no existían nociones sobre el
Derecho del Mar.

En su fallo, el tribunal internacional también le reconoció al archipiélago de San


Andrés derechos de plataforma continental y de zona económica exclusiva.
En declaraciones a la agencia Efe, Antonio Remiro, jurista de la delegación de
defensa de Nicaragua, dijo que, con la decisión de la Corte, se "ha salido de la jaula
del meridiano 82".

Por su parte, Carlos Argüello, representante de Nicaragua ante La Haya, le dijo a la


televisión que, dentro de lo que ese país había previsto, "este era el mejor resultado
posible, así que estamos muy contentos todos".

Por su parte, el excanciller Julio Londoño Paredes, jefe del equipo de defensa de
Colombia, destacó que la CIJ ratificó la soberanía de Colombia sobre el archipiélago
y que reconoció la soberanía nacional sobre todos los cayos.

"De la misma manera, la Corte Internacional de Justicia ha rechazado la posición


de Nicaragua de enclavar el archipiélago de San Andrés y trazar una línea de
delimitación marítima entre el archipiélago y Cartagena, como era su pretensión",
enfatizó Londoño.

No obstante, el diplomático, quien se refirió al asunto una vez se leyó el fallo, dijo
que se estudiarán "cuidadosamente" el fondo y los detalles de este "para
trasladarlos al Gobierno Nacional, que tomará las decisiones que considere
adecuadas después de un análisis cuidadoso que se realice al respecto".

¿Cuánto mar perdimos?


Colombia, de acuerdo con el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, tiene 928.660
kilómetros cuadrados de área marítima.

En su fallo de ayer, la CIJ no incluyó una cita que precise la cantidad de mar
territorial que se le entregó a Nicaragua. Tampoco, ninguna autoridad nacional tiene
ese cálculo todavía.

Sin embargo, hay quienes estiman que fueron alrededor de 100.000 kilómetros
cuadrados, es decir, el 10,7 por ciento de todo el territorio marino que Colombia
poseía.

Reacciones diversas al fallo


Diferentes reacciones se generaron en el país una vez se conoció la decisión de la
Corte Internacional de La Haya.

Jaime Pinzón, catedrático estudioso del conflicto con el país centroamericano, dijo
que "valdría la pena pedirle una aclaración a la Corte, pues quedan muchos
interrogantes".

Alberto Lozano, internacionalista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, aseguró


que debió rechazarse cualquier injerencia de la CIJ.

Pero Andrés Molano, catedrático de la Universidad del Rosario, afirmó que el fallo
le otorga un título claro a Colombia sobre sus derechos en el mar Caribe. "No
podemos quejarnos de lo que hubiera podido ser. No fue Colombia el que llevó el
asunto a la Corte, que de todas maneras habría podido iniciar el proceso sin la
participación de nuestro Gobierno", dijo Molano.

Gustavo Gómez, presidente del Consejo de Estado, lamentó el fallo y dijo que
"perdimos mar, plataforma marítima y quedamos con un enclave en San Andrés y
los cayos, algo que ya se preveía desde el 2007, cuando decidimos poner un tratado
aceptado por las partes en un tribunal".

Para Clara López, presidenta del Polo, se perdió "una enorme y rica porción de mar
territorial (...), donde se dice que puede haber importantes depósitos de petróleo".

El presidente del Partido Conservador, Efraín Cepeda, expresó su desconcierto por


el fallo y consideró "injusta" la pérdida de soberanía marítima de Colombia.

Por los lados del Congreso, mientras el presidente del Senado, Roy Barreras,
consideró positiva la decisión de la CIJ, porque "reafirma nuestra soberanía" y
mantiene los siete cayos, otros sectores anunciaron que le promoverán un debate
al Gobierno por el fallo de La Haya.

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El fallo de La Haya se acata pero no se aplica


14 septiembre 2013
semana.com
La decisión del gobierno sobre el fallo es políticamente acertada y
jurídicamente polémica.

Si el presidente Juan Manuel Santos hubiera acatado sin reparos el fallo de la Corte
de La Haya era seguro que perdía la reelección. Aún más, si se tiene en cuenta que
el 83 por ciento de los colombianos rechazaron, con gran indignación, el fallo
(encuesta de Ipsos-Napoleón Franco) cualquier palabra o gesto que insinuara el
acatamiento podría incluso, por qué no, tumbar al mandatario.

El dilema no era nada fácil. De un lado, algunos abogados consultados por el


gobierno, según lo reveló el expresidente Ernesto Samper, le recomendaron a
Santos acatar el fallo. Pero de otro lado estaba la realidad política. Un país que no
estaba –y aún no está– dispuesto a tragarse el sapo de perder de un día para otro
75.000 kilómetros de mar (los nicaragüenses hablan de 90.000) que consideraba
propios.

El gobierno, entonces, se tomó su tiempo (casi diez meses) para estudiar las
posibles soluciones jurídicas y llegó a una fórmula que calmó los ánimos. El
presidente Santos lo resumió de la siguiente manera: “El fallo no es aplicable”. Y a
renglón seguido dejó abierta una puerta: “No es y no será aplicable mientras no se
celebre un tratado que defienda los derechos de los colombianos”.

Eso quiere decir que por ahora no se aplica porque el país no está preparado, pero
que se va a aplicar cuando lo esté. ¿Cuándo? Eso no se sabe. Pueden pasar
muchos años. Sin duda es una jugada muy hábil del gobierno: a los críticos los dejó
con pocos argumentos para atacarlo y a los que exigían sangre en la arena también
les dio gusto.

Otro tanto ocurre con la comunidad internacional: Colombia no está diciendo que no
va cumplir, sino que tiene que hacer ajustes internos y llegar a un acuerdo sobre
algunos puntos con Nicaragua. “El presidente no ha dicho que no se acate. El
presidente está siguiendo lineamientos de derecho internacional. Ha dicho que por
ahora no podrá aplicar el fallo hasta que no se cumpla una serie de requisitos”, dejó
claro Carlos Gustavo Arrieta, asesor del gobierno en el caso. Y la canciller María
Ángela Holguín lo ratificó: “No estamos desconociendo el fallo”, dijo.

Esa deliberada ambigüedad en la manera como Santos presentó la “estrategia


integral frente al fallo” dio para una curiosa situación: cada cual oyó lo que quería
oír. Quienes querían entender que Colombia estaba desacatando el fallo lo
entendieron así. “Inaplicabilidad o rechazo es lo mismo”, interpretó el expresidente
Álvaro Uribe. Y quienes querían que se acatara el fallo de inmediato se encontraron
con un argumento ‘jurídico’ que los obliga a dar un margen de tiempo.

“Es verdad que hay que negociar un tratado limítrofe, pero no hay que hacer creer
que ese tratado podrá cambiar los parámetros dados por la Corte Internacional de
Justicia”, anotó Laura Gil, quien desde su columna de El Tiempo ha pedido el
acatamiento del fallo.

Nunca, tal vez, en la historia del país, un mensaje ambiguo había resultado tan
cohesionador y efectivo.

Desde la extrema izquierda hasta la derecha, incluyendo a sus más recalcitrantes


opositores, Santos recibió respaldo total a su posición. El presidente Álvaro Uribe,
su más ácido opositor, tuvo por primera vez en tres años de gobierno palabras de
reconocimiento hacia Santos: “Me parece correcta la decisión del presidente de la
República. Se debe apoyar”.

Y la presidenta del Polo Democrático, Clara López, se pronunció en el mismo


sentido. A eso se le sumó el respaldo del consejo gremial, la Iglesia, el Congreso y
la mayoría de los ciudadanos de a pie. Hasta los mandatarios de países vecinos
como Panamá, Costa Rica y Jamaica que vieron en la estrategia de Colombia un
aliado para frenar el “ánimo expansionista” de Nicaragua.

El resultado contrasta notoriamente con el de hace diez meses cuando la opinión


enardecida quería llevar a la hoguera al presidente y a la canciller. Tras el fallo de
La Haya, casi el 80 por ciento de los encuestados los rajaron en el manejo del caso.
Después de la alocución del lunes, aunque aún no hay encuestas, podría decirse
que salió en hombros.

Desde el punto de vista político fue una jugada maestra. Santos ganó tiempo y logró
así dos cosas: abrir un compás de espera para que el fallo se acate cuando el país
se haya hecho a la idea y tal y como está planteada la estrategia no será a él al que
le toque firmar el eventual tratado en el que Colombia acate el fallo. Santos, que le
cayó el problema encima, se quitó el Inri de pasar a la historia como el Marroquín
del siglo XXI.
En segundo lugar, también se quitó de los hombros ese piano que lo hacía caer en
las encuestas. La favorabilidad de Santos se descolgó de 60 a 45 por ciento cuando
se conoció el fallo. Es posible que la manera como pusieron en conocimiento de la
opinión pública la estrategia integral le permita ahora repuntar su golpeada
popularidad.

Y en tercer lugar, el tema ‘fallo de La Haya’ salió de un solo plumazo de la arena


electoral. El uribismo, que ya tenía la bandera del patriotismo lista para ondearla,
perdió uno de sus mayores argumentos electorales.

En fin, jugada a tres bandas que logró cohesión política en el país, respaldo de los
países vecinos, mensaje de respeto a la Corte Internacional, y debilitamiento de la
posición de Nicaragua frente a sus pretensiones expansionistas en el Caribe.

La discusión jurídica
Así como la estrategia política funcionó, la estrategia jurídica según reconocidos
expertos constitucionalistas consultados por SEMANA es “inteligente” pero dejó
abiertos algunos interrogantes.
El primero de los cuatro puntos de la estrategia, que dice que no se aplicará el fallo
hasta tanto no haya un tratado, ha resultado ser el más controvertido desde el punto
de vista jurídico. El presidente se apega al Artículo 101 de la Constitución, según el
cual los límites del país “solo podrán modificarse” con tratados aprobados por el
Congreso y ratificados por el presidente.

Sin embargo, hay un detalle que el gobierno no menciona. El fallo de la Corte


Internacional de Justicia se da en virtud de un tratado aprobado por el Congreso: el
del Pacto de Bogotá. Y como la Constitución no es explícita en decir que deban ser
tratados de límites queda abierta la controversia. Aún más, cuando el Artículo 9 de
la misma Carta política dice que “las relaciones exteriores del Estado se
fundamentan en (…) el reconocimiento de los principios del derecho internacional
aceptados por Colombia”.

Por algo el presidente en su alocución fue claro que le va a pedir a la Corte


Constitucional que dirima esa controversia. “El gobierno va a demandar el llamado
Pacto de Bogotá ante la Corte Constitucional. ¿Para qué? Para que reafirme la tesis
de que los límites marítimos de Colombia no pueden ser modificados
automáticamente por un fallo de la Corte de La Haya”.
De cualquier manera este es el punto de la estrategia que más mortifica a los
expertos en Derecho internacional. “Yo no he comulgado con la tesis de que se
invoque una norma interna para no cumplir un tratado internacional”, dice Enrique
Gaviria Liévano. “No me ha convencido nunca el 101. Ese artículo se hizo para
evitar lo que pasó en 1952, cuando se entregaron Los Monjes a Venezuela con una
nota diplomática”.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que muchos de los tratados que el país había
firmado antes de la Constitución de 1991 han estado sujetos a revisión para
ajustarlos a la nueva Carta política: es el caso del Concordato, que fue renegociado;
el de la extradición, e incluso el de la cooperación con Estados Unidos para el tema
de las bases militares.

El segundo punto de la estrategia es tal vez el más creativo y también ha dado lugar
a polémica entre los juristas. El presidente Santos creó, vía decreto, lo que llamó
una “zona contigua integral”. Que consiste en duplicarles el tamaño del mar sobre
el cual tienen control a las tres islas y los siete cayos del archipiélago de San
Andrés.

¿Cómo lo hizo? A las 12 millas que la Corte les reconoció como mar territorial a las
islas y cayos, les sumó otras 12 millas de ‘zona contigua’, una figura también
reconocida en el derecho internacional (esas 12 millas náuticas equivalen a una
distancia de 22 kilómetros en el mar). Al dibujar esas zonas contiguas en el mapa,
no solo se da la idea de haber recuperado un buen trozo de mar (ver mapa) sino
que se tiene el efecto de que se desenclavan los cayos de Quitasueño y Serrana.

Es decir, esos pequeños cayos que con el fallo de la Corte habían quedado
rodeados por mar de Nicaragua lo que hace el presidente es mandar el mensaje de
que van a estar rodeados de mar colombiano. “Esto implica que nuestro país puede
estar tranquilo de que el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina
es y seguirá siendo un archipiélago completo e integrado”, dijo Santos.

Ese concepto fue establecido por la Convención del Mar, un tratado de 1982, que
Colombia no ha firmado precisamente para evitar quedar expuesto a que Nicaragua
reclamara la plataforma continental. ¿Colombia va a firmar la Convención?

A eso se le suma que el hecho de que Santos decrete esa zona contigua, no le quita
a Nicaragua el derecho que la Corte le dio sobre ese mismo pedazo de mar como
zona económica exclusiva. Es decir, en ese mismo mar, mientras Colombia tiene
jurisdicción y control en materia de seguridad, fiscal, aduanera, ambiental y de
inmigración, Nicaragua es la que puede explotar los recursos económicos. Sin duda,
este es uno de los puntos en el que se necesita llegar a un acuerdo con los nicas
para tener una convivencia pacífica.

Las 12 millas de zona contigua muestran otra vez un archipiélago unido y es una
imagen muy poderosa desde el punto de vista simbólico: le da la idea a mucha gente
que todo volvió a la normalidad.

El tercer punto de la estrategia no genera mayor polémica jurídica, al menos por


ahora. Se trata de una mera declaración según la cual el país “acudirá a todos los
medios jurídicos y diplomáticos para reafirmar la protección de la reserva Seaflower
en la que nuestros pescadores han adelantado labores de pesca desde hace siglos”.
Cabe recordar que el tijeretazo de la Corte le entregó a Nicaragua más de la mitad
de los 65.000 kilómetros cuadrados que Colombia tiene de esa reserva.

SEMANA pudo establecer que el gobierno ha pensado seriamente en acudir a la


Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para proteger los derechos de
los sanandresanos. El fallo de La Haya les cambia radicalmente su modo de vida y
subsistencia y por esa razón se estaría atentando contra derechos protegidos por
la Convención Interamericana. Cabe anotar que una demanda ante la CIDH se
puede tomar mínimo diez años.

El cuarto y último punto de la estrategia busca “ponerles freno a las ambiciones


expansionistas de Nicaragua”. El presidente Santos habló de la posibilidad de una
nueva demanda de los nicas ante la Corte Internacional de Justicia con la que
pretendería que les reconozcan una plataforma continental que extendería el
dominio de Nicaragua “hasta un punto a tan solo unas 100 millas de la costa de
Cartagena”.

Lo primero que hay que decir es que es improbable que Nicaragua tenga éxito en
una nueva demanda. El fallo de noviembre pasado, si bien dijo que el tema quedaba
pendiente, también fijó una posición clara sobre la repartición equitativa del mar.

De todas maneras, para contener esa nueva ofensiva jurídica contra Colombia,
Santos anunció una especie de alianza con Panamá, Costa Rica y Jamaica que se
concretará en una ‘carta de protesta’ al secretario general de las Naciones Unidas
en Nueva York. Pero tal vez lo más llamativo fue otra figura que creó el presidente:
“Una plataforma continental continua e integrada desde San Andrés hasta
Cartagena”. Se trata de la unión de las 200 millas náuticas de plataforma de un lado
y del otro con lo cual Colombia buscaría blindar su mar Caribe de nuevos zarpazos.

Una lectura detenida de los cuatro puntos deja claro que todo fue fríamente
estudiado y el gobierno decidió tomarse todo el tiempo y esperar el momento
adecuado para presentar la estrategia.

Los efectos
Lo que está ocurriendo con Colombia no es muy distinto de lo que ha pasado
históricamente con los fallos de la Corte de La Haya. Todos los países se demoran
en digerir el trago amargo de perder soberanía o mar territorial.

El antecedente más recordado por su tardanza es el de Albania contra Gran Bretaña


y la disputa por los estrechos de Corfú. El caso se resolvió en 1949 y los británicos
se demoraron 43 años en acatarlo. Un caso más reciente es el de Nigeria, que tardó
diez años para cumplir una sentencia favorable a Chad, y evitó así ser llevado al
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Como lo dice Carlos Gustavo Arrieta: “Los fallos de La Haya se pueden tomar entre
siete y diez años en aplicarse. Llegará el momento en que Colombia y Nicaragua
se pondrán de acuerdo en cuál va a ser la distribución de las áreas. Eso se
manifestará en un tratado, que va a ser aprobado por el Congreso. Y entonces se
acatará, ahí sí, el fallo de La Haya”. Todos los fallos de la CIJ en materia limítrofe
han sido finalmente acatados.

Dicho esto, el hecho de que Colombia no lo esté aplicando no significa que


Nicaragua esté cruzada de brazos esperando a que Bogotá le dé el aval. “El fallo
es inaplicable dice el presidente, pero de hecho se está aplicando. Nicaragua está
ejerciendo sus derechos en las aguas que le entregó la Corte Internacional de
Justicia”, dice Laura Gil.

El propio presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, lo dijo hace unas semanas:


“Hemos asignado bloques para la exploración en la búsqueda de petróleo y de gas
en los territorios ya definidos por la Corte que le pertenecen a Nicaragua”.
En ese mismo orden de ideas, también es cierto que a la hora de negociar un tratado
es muy difícil pensar que Nicaragua le ceda a Colombia un centímetro de mar del
que le otorgó la Corte.
Lo más complicado de toda esta historia es que, mientras no se llegue a ese
momento, se mantendrá una constante zozobra en el área.

En general, cuando se han demorado en acatarse los fallos, los países parte del
litigio terminan en relaciones muy tensionantes o, en algunos casos, enfrascados
en conflagraciones bélicas. Las peleas por territorio siempre exacerban el
patriotismo.

Etiopía y Eritrea, hace unos años, se fueron a la guerra porque cada uno reclamaba
un pueblo en el que viven 1.500 personas. El conflicto duró dos años y dejó 50.000
muertos. Japón y China por ocho cayos y peñascos sin ningún valor económico
estuvieron a punto de irse a la guerra hace un año.

Hoy, a nadie se le pasa por la cabeza la posibilidad de una confrontación con


Nicaragua. No obstante no se puede subestimar la sensibilidad de los sentimientos
patrióticos alrededor de este tipo de disputas fronterizas. Los colombianos todavía
recuerdan el episodio de la corbeta Caldas que comenzó con un incidente menor y
terminó en una de las peores crisis diplomáticas con Venezuela, a tal punto que los
dos países se mostraron los dientes.

Por eso, ya que con la decisión del gobierno colombiano de no poder aplicar el fallo
se va a dilatar la solución del problema limítrofe, la convivencia y el entendimiento
en el mar se vuelve crucial. Entonces, la estrategia más sensible ahora no va a estar
solo en los escritorios de Bogotá, Managua y La Haya, sino en lo que suceda en las
aguas del mar Caribe.

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