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CAMBIO Cambio y cambiar son vocablos usados por 1a vez en cast. el


año 1068. Proceden del lat. tardío cambiare = trocar, que es de origen
céltico. El concepto filosófico y teológico de cambio va de acuerdo con
su etimología, pero requiere matices que sólo genéricamente se hallan
en ella. Primero hay que distinguir entre cambio externo y cambio
interno. El 1o tiene lugar cuando una cosa recibe cualificaciones distintas
a causa del cambio realizado por otra cosa relacionada con la 1a. P.
ej. Si yo estoy sentado a la izquierda de un amigo mío que está sentado
a mi derecha, y él se levanta y se coloca a mi izquierda, tendré que decir
que estoy sentado a su derecha, aunque ha sido él quien ha cambiado,
no yo. El cambio interno tiene lugar cuando algo existente en la cosa
misma se convierte en algo distinto. Todo cambio interno supone un
movimiento del propio sujeto que pasa de un estado inicial a otro
posterior, permaneciendo invariable el substrato común de ambos
estados; de lo contrario, tendríamos la desaparición de un ser, seguida
por la aparición de otro nuevo. El cambio interno exige como causa una
fuerza que lo origine.
El cambio interno puede ser sustancial y accidental. En el 1o se
transforma la sustancia misma de la cosa. En el estado actual de la
investigación científica, dicho cambio no se da en los seres inorgánicos,
pero sí en el paso de lo inorgánico a lo viviente, y viceversa. El
accidental se da cuando un estado de determinación accidental pasa a
ser diferente.
El cambio accidental puede ser cuantitativo, cualitativo y local, según
que afecte a la cantidad, a la cualidad o al lugar. Son conceptos claros
que no requieren mayor explicación, pero, en cuanto al cambio
cualitativo, es de tener en cuenta que sólo se da cuando cambia la forma
exterior, por lo que recibe el nombre de cambio configurativo.
El cambio sólo puede afectar a los seres creados, relativos,
dependientes, pero no a Dios. El Ser Absoluto, infinitamente perfecto e
independiente no puede cambiar internamente, es esencialmente
inmutable, lo cual no significa que sea inmóvil. Dios es infinitamente vivo,
y toda vida supone movimiento. La vida divina es como una corriente
continua de conocimiento y amor entre las personas de la Trina Deidad
(movimiento necesario) y de conocimiento y amor hacia las cosas
creadas (movimiento libre). A Dios no lo podemos mover, pero sí le
podemos conmover (cf. p. ej. Éx. 3:7; 32:14). Que en Dios no cabe el
cambio interno, pero sí el externo, se ve por 1 S. 15:29 y 35, porción ya
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analizada en el art. Arrepentimiento.


Para Hegel, el cambio tiene tal importancia que, sin él, todo su
sistema se vendría abajo, pues el Absoluto mismo está sometido a
cambio, ya que el ser sólo se consuma en el devenir, con lo que el
movimiento dialéctico lo abarca todo en la Idea Universal (cf. Idealismo).

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